AMANDA Y EL LOBO
AMANDA Y EL LOBO
Amanda salió del Bosque Oscuro del vampiro y se topó de lleno con las secuoyas doradas gigantes. Contemplaba con asombro aquellas maravillosas plantas. Volvió la cabeza para mirar una última vez a Arioc que, desde su cabaña al borde de su negro bosque, la observaba esperanzado. La niña le sonrió, y acto seguido se adentró en la espesura aurea, cargada con una simple botella de vidrio que Arioc le había proporcionado (seguramente era una pertenencia de alguna de sus víctimas).
Pude ver cómo desaparecía la muchacha. Me senté a esperar que volviera, y Arioc también. Después de lo que Falco el halcón me había contado, sabía qué era lo que tenía que hacer. Mi misión era esperar a la niña, y veréis porqué.
El monstruo tenía la puerta de la cabaña al borde mismo del bosque, y estaba entreabierta. Unas comadrejas muy nerviosas le subían encima al vampiro constantemente, pero él se mostraba impávido, mirando la espesura del Gran Bosque de Secuoyas Gigantescas. Así pasamos un buen rato.
De repente la niña salió desde la espesura del bosque, con la botella cargada del preciado líquido. Se paró para mirar atrás. Su rostro había cambiado. Algo nublaba su corazón. Tenía dudas.
Al salir del bosque negro, el influjo mágico que Arioc había producido en ella, había desaparecido casi en su totalidad. Arioc se había arriesgado mucho al dejarle salir de allí, porque la niña podría no volver con el agua y entonces todo seguiría como hasta ahora. Los Homcos podían llegar en cualquier momento y asesinarla, evitando que la leyenda se cumpliera. Arioc no podía salir de su guarida y ahora ella lo miraba de otra forma. Sentía repulsión y asco. Solo veía un ser vil, despreciable y mentiroso. Era un asesino de niños y animales. Recordó cómo le había confesado que se había comido a su amiga María.
Amanda se arrodilló delante del bosque de Arioc, con sus dos manos agarrando fuertemente la botella llena de agua del Manantial. Entonces con su fina voz, le dijo al monstruo:
– ¡Eres horrible Arioc! Tú no eres ningún dios bondadoso. Esas repugnantes comadrejas no pueden ser dioses cuidadores de animales. Me has mentido. Voy a beberme yo el agua, porque no puedo volver sola hasta la Institución de los Homcos para liberar a mis compañeros.
Arioc la miraba con expresión de ternura. Lloró. De sus ojos cayeron lágrimas que brillaban a la luz del sol. Amanda estaba abriendo la botella. Quería liberarse de aquella responsabilidad tan grande. Solo era una niña asustada. No sabía si el hecho de darle el agua a Arioc, podía desencadenar una catástrofe y condenarnos a todos para toda la eternidad. Me di cuenta de que Amanda no conocía la Leyenda del Manantial Sagrado.
Entonces me vi obligado a intervenir. Me acerqué sigilosamente a ella por detrás. Me senté a su lado, y le susurré al oído:
–Cuenta la Leyenda que una joven pura y valiente salvará al mundo de los Homcos. Se dice que llevará el agua del Manantial al ser más vil de la tierra. A un ser que vive confinado en su propia oscuridad. En su propia maldad. Él no creía que fuera posible, él no creía en cuentos ni leyendas, hasta que la conoció. Entonces aquel inmundo ser, se dio cuenta de que había llegado la hora de salvar al mundo y redimir su gran pecado: la envidia.
Amanda se volvió hacia mí y me miró un rato muy largo. En su mirada se veía la duda. No sabía qué hacer con tanta responsabilidad. Mientras, Arioc y sus comadrejas miraban con tristeza la escena. Y yo que soy un lobo astuto le dije:
–Si bebes de esa agua tú te salvarás, pero los demás seguiremos en este mundo dominado por los Homcos. Arioc seguirá siendo su basurero. Los animales seguiremos siendo sus espías. Los hombres sus esclavos, en las minas de oro… Pero debes tomar tú la decisión dulce niña. Si lo que ves en Arioc es solo maldad, no podrás darle el agua.
Entonces Amanda se volvió hacia el vampiro. Comenzaban a llegar animales en grandes cantidades, y muy pronto llegarían los Homcos, si Amanda no lo remediaba. La niña miró a su alrededor y vio a todos aquellos animales con caras tristes que esperaban a que ella tomara la gran decisión.
Se levantó y miró la botella. La abrió y parecía que iba a beber. Todos los animales emitieron un gruñido de asombro. Pero Amanda olió el néctar que rebosaba y, mirando al monstruo, dijo suavemente:
–Arioc. Toma esta agua sagrada y sálvanos.
Se acercó al Bosque Oscuro con paso firme. Le acercó la botella extendiendo ambos brazos, haciendo una especie de reverencia ante el monstruo.
Arioc cogió la botella rozando las cálidas manos de Amanda. Al compás de aquél gesto, habló con su temible voz, mientras nos miraba a todos:
– ¡Os pido perdón hermanos!, – y se inclinó para dar de beber a las comadrejas que estaban a sus pies – y continuó– os pido perdón a todos por haber cometido tantos pecados contra vosotros. Os arrebaté a vuestros amados Dioses solo por envidia. He pagado mi deuda, pero lo que me apena de verdad, es la mala vida que tanto hombres como animales y plantas, habéis tenido que sufrir por mi culpa– y diciendo esto bebió lo que quedaba en la botella.
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