Capítulo único

—¿La estás pasando bien? —preguntó el director de la escuela a Marinette, estaba distraída y no había puesto atención a la pregunta.
—Sí.—le sonrió al mayor antes de que este continuara haciendo la misma pregunta a los demás.
Era el baile de primavera, ese día estaba tan arreglada. Llevaba de peinado un moño con algunos mechones que sobresalían cayendo sobre su cara, un vestido rojo largo –que se parecía al de una princesa– con una cinta del mismo color pero más claro, que apretaba su cintura y terminaba en un lazo perfecto. Un vestido que ella misma había confeccionado.
Suspiró. «La estaría pasando realmente genial si pudiera estar siquiera un segundo con Adrien», pensó. Un chico al frente de ella la miró con desaprobación, ¿lo había pensado o lo había dicho en voz alta? Bajó un momento la cabeza avergonzada, topándose a la vez con el piso brillante de color amarillo con un patrón de rombos, donde se podía ver su reflejo.
Sintió de repente una mano posarse sobre su hombro, Alya por fin había llegado; se dieron un fuerte abrazo.
—¿Y cómo estás? —preguntó la ojizarca.
«Bien, solo que no he encontrado a mi alma gemela aún», pensó dando un sorbo a su bebida. Pero ella no le contestaría eso.
—Bien. Esta semana me dediqué a terminar por fin unos diseños y a confeccionar este vestido.—respondió, hizo un ademán para que Alya lo observara y supiera de qué estaba hablando.
—Tienes un gran talento para eso, te quedó genial.—halagó a su amiga.—¿No vas a ir con él?
—No, ahora mismo está con Chloe, no será un buen momento.
Alya la miró con tristeza, Marinette se esforzaba por conseguir la atención de aquél chico siempre, días atrás había intercambiando palabras con Adrien y había ido eufórica hacia ella a contarle.
La azabache dirigió sus ojos perdidos a un punto en el espacio. «Si no puedo estar con Adrien esta fiesta será aburrida, de seguro».
Observó el lugar, era un salón inmenso con una hermosa lámpara en el centro, luego a la gente vestida elegantemente. Estudiantes de diferentes cursos también habían ido.
Nada fuera de lo normal. Habían personas que bailaban moviéndose al son de la música, personas que rodeaban la mesa de dulces, unas que comían, unas que hablaban.
Caminó hasta la mesa de dulces con cuidado de no tropezar con su vestido, y con sus manos enguantadas eligió un chocolate y lo degustó.
Habían pasado años cuando su madre le había contado sobre la famosa leyenda del hilo rojo del destino, la cual se trataba de un hilo rojo e invisible atado al dedo meñique de dos personas destinadas a estar juntas para siempre, el hilo se puede estirar, anudar, pero nunca romper.
Y Marinette era una de esas chicas que soñaba despierta. Esa misma noche, 20 de marzo, era el equinoccio primaveral, por lo que había leído en algunos foros y hasta en revistas, pues debido a la magia de este la gente podrá ver su hilo e ir al lugar donde termina, con la finalidad de conocer a su alma gemela. Ella deseaba encontrar a aquella persona, deseaba conocerla, siempre había soñado con ese día. Definitivamente, era un tema que la ponía alegre. En una primavera, a sus ocho años, viajó con sus padres a Japón, pudo ver la belleza de los lugares que tenía, había quedado maravillada por los inmensos árboles de cerezo, –por el pequeño tamaño que tenía a esa edad ella los veía inmensos– los tan llamados sakura.
Miró sus guantes de tela roja y de encaje y volvió su mirada a la pista de baile, solo ponían música lenta. Regresó su mirada a la copa que tenía entre sus manos para luego dar un sorbo y terminarla. Recorrió el lugar con sus ojos hasta que se detuvieron en un árbol sakura sobre una maceta.
«¡Un sakura!» Una sonrisa se le dibujó en su rostro al pensar.
Fue a atravesar la pista para poder admirarlo, necesitaba observarlo mejor, hacía tiempo que no veía uno personalmente.
Vio detenidamente las hojas y cayó en cuenta de que era artificial, no le agradó para nada.
Se fue a sentar en una mesa, se deshizo de los guantes y sacó su móvil. Publicaría un estado para que se le suba el ánimo. No podía estar aún más de mal humor y odiaba tener que ver esa escena de nuevo, Adrien con Chloe, una que le dejaba un sabor amargo de boca.
Lejos de aquella visión también estaba el asunto de su alma gemela. Pasado unos minutos la ojizarca volvió con Marinette y tomó asiento al lado de ella.
—Hablé con Adrien, le saqué tema de conversación y me comentó que Chloe lo andaba molestando como siempre. Así que eso quiere decir que no quería seguirle el juego.
—Es que no vi más, solo que Chloe se le quería abalanzar encima para abrazarlo.
—Menos mal que no pasó más nada como un beso o algo por el estilo.—le sonrió a su amiga.
—A propósito, me gusta tu vestido.—halagó. Había visto bien su vestido, era de color naranja atardecer. Uno muy bonito.
—Gracias, mi mamá me lo pudo comprar debido al dinero que ganó en el concurso culinario de Italia.
—Me alegra que haya ganado.
Todos oyeron el resonar de la campana indicando las ocho de la noche. Marinette estaba tranquila en su puesto hasta que sintió los murmullos y las miradas en ella, vio la boca de Alya abierta casi hasta el suelo.
Se vio a sí misma. Un hilo fino brillante de color rojo se extendía desde su dedo meñique de la mano hasta más allá de la pista. No pudo resistir la impresión, sabía que el momento llegaría, después de tantos años tratando de buscar a su alma gemela no iba a desaprovechar esa oportunidad. Pero había un problema, no podía reaccionar de la emoción.
Cuando por fin pudo ponerse de pie para caminar sus piernas le temblaban. Todos los que estaban presentes estaban igual que ella, la mitad se moría de miedo y la otra muriéndose de envidia al percatarse de la belleza de su gran vestido, y de la que ella misma contenía en su rostro.
A la muchacha euroasiática poco le importaba aquello. Se levantó decidida, atravesó la pista de nuevo siguiendo al hilo sin que los demás le despegara las miradas curiosas.
Salió del gran salón de eventos y caminó por los pasillos sin quitarle la mirada al hilo. No iba a perder esa oportunidad, durante los dieciséis años que tenía de vida siempre se torturaba pensando en eso, no lo iba a perder.
«Ya casi llego, creo».
La azabache ya se había cansado, no podía seguir más, observó las paredes doradas del edificio hasta que vio por fin el punto de llegada, el final del hilo.
Había llegado a un balcón, en este se hallaba parado un joven inclinado en la baranda.
Marinette se sorprendió, era él, era Adrien Agreste.
Se acercó con temor de molestar al chico con su presencia. El susodicho volteó, seguramente había oído sus pasos al acercársele, le sonrió a la muchacha tiernamente.
—No sabía que eras tú.—oyó al joven decir.
—Yo-yo tampoco.
—Ven.—le indicó con un ademán.
Caminó hasta él.
Le tomó las manos haciendo que Marinette se pusiera más nerviosa de lo que ya estaba. El joven con detenimiento miró su dedo meñique y luego el de él.
—Me alegro de que eres tú, creí que era Chloe.—alegó, se le podía notar alegría en su voz por lo que Marinette le creyó, no es que no confiara en él, sino que no podía creer todo lo que le estaba pasando, había descubierto que su alma gemela era él, la había invitado a estar con él en el balcón, le había tomado de las manos y ahora le decía que estaba feliz de que fuera ella su alma gemela.
—¿Chloe? ¿porqué?
—Porque ella y yo somos amigos desde pequeños y pensé que quizá ella y yo estábamos destinados, ella me agrada pero no cuando es mala con los demás, incluso contigo.—se volteó a mirarla.
Marinette se sonrojó al sentirse observada por él.
Sin embargo, algo captó su atención.
—Oh, mira, un sakura. —exclamó como si nunca hubiera visto ninguno.
—¿Nunca has visto uno de cerca?—se carcajeó.
—Claro que sí.—le gustaba su risa, era como una canción que no pararía de escucharla jamás.
—Dicen que los sakura tienen que ver algo con la leyenda del hilo rojo.
—¿De verdad?
—Sí, o no lo sé.
Los dos se preguntaban lo mismo. En fin, ¿qué importaba si los dos descubrieron que estarían juntos por el resto de sus vidas?
Poco a poco se fueron acercando y unieron sus labios por completo sintiéndose los dos en un lugar desconocido, solamente creado por ellos, la comodidad de sus labios.
Cuando se separaron de aquél dulce beso se miraron a la cara pegando sus frentes.
—Je t'aime, my lady.
—Je t'aime, my kitty.
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