39
— Ya está. —murmuré. Estaba temblando, nunca nadie había logrado hacerme sentir así. Afianzó su agarre en mi cintura y me elevó lo suficiente como para que mis pies no rozaran mi bañera mientras salía de ésta.
No sé cómo, pero perdió el equilibro unos segundos y su agarre se volvió inestable. Para evitar que me cayera, me atrajo hacia sí mismo, uniendo por completo nuestros cuerpos.
Deshice con suavidad el nudo en su camiseta y pestañeó varias veces para acostumbrarse a la luz.
Me miró fijamente, pero su mirada indicaba que sus pensamientos estaban en otra dimensión. Sabía en que pensaba. Porque yo también pensaba en ello en ese instante.
Le besé, su cuerpo se tensó de inmediato pero no tardó en devolverme el beso. Sus manos inquietas y juguetonas recorrían con una demoníaca lentitud mi cintura, amenazando con bajar y ponerlas en mi culo. De hecho, lo hizo. Gemí al sentir como pegaba aún más mi cuerpo al suyo, ignorando por completo el dolor que así mismo me proporcionaba en la herida.
Me atrapó entre la pared y él, sin pensármelo dos veces cedí a la presión que ejercía sobre mi culo y con un leve salto pude enrollar mis piernas en su cadera.
—Ky —gimió— Ky, cariño... Si seguimos no podré parar.
—¿Lo deseas?—pregunté. Mi voz era inestable por la excitación.
—Más qué a nada en el mundo.
—Entonces callate, hablas demasiado.
Volví a besarle y deshicé el lazo de sus pantalones de chándal. Negó con la cabeza y sonrió en mitad del beso mientras comenzaba a caminar hacia la habitación. Me depositó en la cama y se alejó un poco para poder quitarse los pantalones.
Volvió al ataque, se colocó sobre mí y puso su mano en mi entrepierna.
— ¿Estás segura? —asentí— voy a ir con cuidado, cualquier cosa, quiero que me avises...
Introdujo un dedo en mi vagina. El dolor era soportable, aunque estaba algo incómoda. Era la situación la que me ponía nerviosa, el dolor no. Mi inexperiencia, el saber qué él tenía mucha más práctica que yo...
Sacó el dedo de mi interior y sentí un leve ardor en mi zona íntima; desde luego, no resultaba en lo absoluto placentero. Al menos no siendo mi primera vez. Se bajó sus calzoncillos sin dejar de besarme en ningún instante.
(...)
Apoyé mi cabeza en su pecho, agotada. Desde mi posición podía sentir su mandíbula tensa; estaba sonriendo. Le había hecho feliz entregándole lo único puro qué quedaba de mí, y así mismo, había logrado marcar un antes y un después en mí. Solo tenía clara una cosa, y es que si le perdía, perdería la más grande de las fortunas.
—Ky.—susurró. Fue tan leve susurro que pudo haber formado parte de mi imaginación.
—Kaleb.—le respondí.
—Tus gemidos son el segundo sonido que más me gusta en éste mundo.
—¿El primero?—pregunté, tal vez sonrojada.
— ¿No es obvio?—se burló— tu risa.
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