11
— ¿Entramos?—Murmuré. Él asintió pero no se movió, y comenzaba a impacientarme. Con su mano derecha, me colocó un mechón de pelo tras la oreja.
— Estás muy sucia, Ky. Demasiado, das auténtico asco.
— ¿Sí? —cuestioné— ¿Te doy asco?
— Mucho.
Me acerqué a su rostro hasta que nuestras narices llegaban a rozarse. Él tenía una mirada perdida, vacía. Como si aquella cercanía le doliera.
Mordí su mejilla, aprovechando que el barro no había llegado a esa zona. Realmente ese no había sido el plan. En un principio quise... No quería decirlo, ni pensarlo. Me negaba en rotundo.
Se levantó y me ayudó a levantarme, esta vez sin incidentes. Entramos al castillo dejando tras nosotros un rastro de huellas que desde luego Kaleb no limpiaría. Pensaba madrugar y hacerlo por mí misma.
— Ven, tienes que darte un baño.
Le seguí hasta su ya conocida habitación. Me indicó una puerta que había allí y entré. Tal y como había dicho él, me di un baño. Llené la bañera de agua tibia y utilicé una bola que había allí, que se convertía en espuma una vez que tocaba el agua.
Me relajé lo suficiente como para olvidar el mundo entero y centrarme únicamente en mí y en Kaleb, no podía caregorizarnos como un nosotros porque no me gustaba. Pero no podía negar que allí afuera, bajo la lluvia y con su cuerpo a tan pocos centímetros del mío, hubiera querido sucumbir a la tentación. Pero tal vez hubiera sido un error por parte mía, desconocía si Kaleb se replanteaba ni tan siquiera besarme. Quizá solo le cayera bien y quisiera ser un buen amigo.
Sí, era lo más probable. Así que decidí rendirme ante aquella confusión y dejar ir el tema, que al fin y al cabo no era más que una absurda pérdida de tiempo.
Tras haberme bañado a conciencia, y descubrir que el champú de Kaleb olía a plátano, salí de la bañera, entonces caí en la cuenta de que no tenía ropa interior que ponerme, porque estaba empapada, y tampoco ropa, ni los tacones, que no sabía en que momento los había perdido. Solo recordaba habérmelos quitado en algún momento a lo largo de la tarde.
Enrolle mi cuerpo en una toalla de algodón negra y abrí la puerta con la mano que no sujetaba ésta.
— ¿Kaleb?—Pregunté. Él apareció en mi campo de visión y tragó saliva nerviosamente.
— ¿Te pasa algo?—respondió. No parecía preocupado, más bien nervioso.
— No tengo ropa.
Asintió, comprendiendo. Me indicó que esperara un minuto y volvió con una camiseta negra que debía ser suya y unos pantalones cortos. Murmuré un gracias y cerré la puerta del baño otra vez.
Me vestí. La camiseta cubría incluso los pantalones cortos, que no me quedaban del todo ajustados pero no podía pedir más.
Salí del baño y me encontré con Kaleb sentado en una butaca. Ya estaba limpio, así que imaginé que se debía haber duchado en otro lugar.
— Te he traído la cena, suponía que tendrías hambre.
Era cierto, no comía desde el día anterior y aunque intenté no parecer desesperada, no comía, engullía. Pero cualquier atisbo de vergüenza se esfumó cuando Kaleb sonrió. No se rió. Solo sonrió.
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