Parte2, Capítulo 16: Dos extrañas lecciones
― ¿Estas completamente seguro de esto?
Mis manos me temblaban a lado y lado de mi cuerpo mientras las cerraba en un fuerte puño. Apreté los labios y miré hacia abajo.
― ¡Que sí! ¡Tú hazlo! ―gritó.
Di un par de pasos más hasta quedar al borde del precipicio. Jordi me había dejado uno de sus pantalones, que a pesar de que a él le iban ceñidos a mí me quedaban bastante grandes. Los había ajustado a la cintura con un cinturón, del mismo modo que la camisa blanca, la cual me quedaba holgada.
― Yo no lo tengo muy claro… ―dije en voz alta y mirando recelosa hacia abajo ―. ¿Y si no funciona?
― Funcionará. En cuanto tu cuerpo sienta que caes, aparecerán las alas. ¡Pero para eso tienes que tirarte! ―me gritó desde abajo.
Primera lección para ser un dragón; volar. Aunque antes de eso tenía que poder hacer aparecer las malditas alas. Y para ello necesitaba un… ¿Cómo lo había llamado? ¡Oh, sí! Estímulo. Pero… ¡Maldita sea! ¿Tenía que tirarme por un precipicio de veinte metros para ello?
― Si no salen… vas a cogerme, ¿verdad? ―me cercioré de nuevo. El me miró cruzando los brazos, casi podía oírle bufar desde esa altura.
― ¡Te lo juro! ¡Vamos princesita, demuéstrame que tienes agallas!
Respiré profundamente, miré al frente y retrocedí unos diez pasos atrás. Me preparé como si estuviera a punto de empezar una carrera y eché a correr hacia el precipicio. Mi respiración se aceleró por segundos, y justo cuando iba a llegar al filo… me detuve en seco. Escuché a Jordi refunfuñar algo y pude imaginarlo frunciendo el ceño hastiado.
― ¿Y ahora qué?
Yo lo miré de nuevo con el corazón a cien y puse los brazos en jarra.
― Pues… que agallas tengo, dragón. ¡Pero creo que no soy candidata para el suicidio! ―le grité.
Aunque no lo vislumbraba bien, supe el instante exacto en el que puso los ojos en blanco ante mi comentario. Luego rasgó la blusa que se había puesto al hacer aparecer las alas con más brusquedad de la necesaria y voló hacia mí.
Sabía lo que pretendía y no estaba dispuesta a permitírselo. Empecé a correr en dirección opuesta, pero no llegué muy lejos…
― Vamos, princesita. Te creía más valiente ―dijo mientras aterrizaba delante de mí. Yo me crucé de brazos incapaz de mirarle.
― No puedo hacerlo, ¿vale? Esta… demasiado alto. ¿No podemos comenzar por una pequeña roca… o algo así? ―Él me miró enarcando una ceja mientras recostaba sus alas contra el suelo.
― ¡Claro! Y si quieres ponemos un montón de cojines bien mulliditos para que no te duela el trasero al caer, ¿qué te parece? ―Y aunque estaba claro que no lo decía en serio, yo sonreí con inocencia.
― Pues me parece muy bien ―exclamé―. ¿Entonces, dejamos lo del precipicio, no? ―La sonrisa que esbozó se esfumó tan deprisa que no tenía claro si no lo habría imaginado.
― No.
― ¡Oh, vamos! ¡Seguro que hay otro modo de hacerlo sin tener que tirarme por un precipicio! ―me quejé imitando a una niña pequeña. Entonces curvó sus labios en una escalofriante sonrisa.
― En realidad hay otro modo de crear ese… estímulo para que te transformes… ¿Quieres probarlo? ―dijo recorriendo mi cuerpo de arriba abajo.
― Si funcionara con eso, no crees que me habría transformado cuando… ―Me callé al notar su mirada. Ya no estaba bromeando. Nombrar ese momento había sido un error, pude notarlo en su mirada y en el instante que se acercó a mí.
― Verás, princesa, tus instintos estaban dormidos hasta ahora. Te aseguro que el sexo no será lo mismo ahora que eres consciente de tu mitad dragón ―me dijo en un susurro cerca de la oreja―. Si quieres puedo demostrártelo.
No sé qué fue lo que me sorprendió más, si el hecho de que lo dijera como si estuviera hablando del tiempo, o lo mucho que deseaba decir que sí a esa proposición. Aun así, con toda la fuerza de voluntad de la que fui capaz, me aparté de él, centrándome en lo que debía hacer. Tenía que conseguir dominarlo, era el único modo de poder hacer algo contra la planta. No podía volver a sorprenderme. Además, él esperaba que me rindiera, que siguiera mis instintos, y no pensaba permitir que se regodeara con ello. Sí, podía ser un dragón novato… pero seguía siendo Alexandra. ¡Y divertirse a mi costa no estaba permitido!
― ¿Eso es un no? ―dijo él cuando retrocedí un paso más con vehemencia.
― Eso es un… tenemos cosas más importantes que hacer ―dije intentando poner la máxima distancia entre los dos.
― Lo que significa que no es un no definitivo…
Ya empezaba a acostumbrarme a su forma de ver las cosas. Ojalá yo también pudiera verlo todo de un modo tan positivo. Algo difícil después de descubrir que toda mi vida estaba construida alrededor de una mentira…
Mientras pensaba en ello, no me di cuenta de que él había vuelto a acortar las distancias. Y en un momento pasé de estar de pie delante de él, a estar en sus brazos. Me cogí a Jordi inconscientemente para evitar que me soltara cuando alzó el vuelo.
― ¡No! ¡Te he dicho que no voy a tirarme! ―grité histérica.
― Por eso voy a ahorrarte el trabajo y lo haré yo ―dijo con calma.
― ¡No, no, no, no! Por favor, Jordi, no lo hagas ―supliqué asustada.
Asombrado ante mi reacción se le escapó una pequeña risa de burla, y entendí al instante que había adivinado algo que no quería que descubriera.
― No me digas, princesa, que tienes miedo a las altura ―cuestionó con diversión. Fruncí los labios en una mueca infantil negándome a contestar, aunque seguí aferrándome con fuerza con piernas y brazos.
― ¡No me lo puedo creer! ¿Cómo pueden darte miedo las alturas, princesa?
― No es tan raro, ¿vale? ―dije indignada―. ¿Por qué crees que no me tiré por el filo de la cueva la primera vez?
― Corrección; no es tan raro para una princesa normal. Pero tú, cariño, eres además un dragón. ¡Un dragón no puede tener miedo a las alturas!
― ¿Por qué no? ―repliqué―. No sabía que era un dragón hasta ayer. Por lo demás, puedo tenerle miedo a lo que me dé la gana.
Él puso los ojos en blanco y suspiró con fuerza. Luego, cambiando por completo la expresión del rostro, su sonrisa se volvió comprensiva.
― De acuerdo, supongo que debo entenderlo ―dijo mientras volvía a rodearme con las manos. Lo miré sorprendida.
― ¿De verdad? ―Parpadeé dos veces ante lo que había dicho. Él asintió con la cabeza y voló hacia el filo del precipicio.
― Supongo que no tienes la culpa de tener miedo a las alturas. Aun siendo un dragón… Iremos poco a poco.
No muy convencida, pensé detenidamente considerando sus palabras. Sin embargo, al ver que no se movía, me bajé poco a poco de encima de él y lo miré a los ojos.
― ¿Lo dices de verdad? ―Él se cruzó de brazos y apoyó todo el peso sobre un pie.
― Sí, empezaremos con algo más sencillo.
Me quedé callada unos segundos, de pie delante de él, evaluándole. Jordi no se movió ni un milímetro, y tampoco apartó la mirada. Y por fin logré relajarme. Reí de forma nerviosa mientras bajaba la mirada.
― Vaya… debo admitir que por un momento creí que ibas a tirarme ―proclamé con alivio.
― ¿De verdad? ―rió. Yo asentí con la cabeza.
― Bueno, no creí que lo entendieras. Y… intentaré superar lo de las alturas.
― Claro, lo harás. ―Ya más relajada, le dediqué una sonrisa, la cual él devolvió al instante―. Ahora mismo.
Apenas tuve tiempo de pensar en nada que él ya me había tirado por el precipicio. La adrenalina pasó de cero a cien en un sólo segundo. Un fuego extraño recorrió toda mi piel y al instante y a la vez que gritaba, unas alas enormes salieron de mi espalda y frenaron la caída. Mis manos se transformaron en garras, los ojos me llamearon e incluso me salió una cola enorme y larga que atravesó el pantalón.
Debo decir que apenas volé. Las alas pararon mi caída, pero no logré alzar el vuelo. Caí al suelo en una especie de revoltijo de alas, pelo, garras y cola. No recuerdo cuantas vueltas di antes de detenerme gracias a un enorme árbol, pero cuando lo hice me encontré con las piernas hacia arriba y la cabeza sobre el césped. Las alas se mantuvieron extendidas en una posición imposible cubriendo parte de mi cuerpo, y el pelo hecho un higo entorno a mi cabeza.
― ¡Maldito Dragón! ―grité desde esa posición―. ¡Te juro que en cuanto descubra cómo transformarme y repetir lo de la cueva… te quemo!
Como respuesta recibí muchas, muchísimas carcajadas. Nota mental; chamuscarle el trasero a la primera oportunidad.
Habían pasado unas pocas horas desde el pequeño incidente… No se puede decir que aprendí a volar, pues más bien aprendí a caer, pero el pequeño entrenamiento había terminado con bastantes moratones y un hambre voraz. Al parecer, decir que tenía hambre había sido algo realmente gracioso, porque Jordi no había podido evitar reírse con ganas cuando escuchó rugir mi estómago. Había decidido llevarme de incognito al pueblo, y misteriosamente murmuró; Segunda lección. Y eso logró arrancarme un escalofrío, pues si para aprender a volar me había tirado por un precipicio, no quería imaginar en qué consistía la segunda lección.
Antes de ir al pueblo me había ofrecido una capa para cubrirme, que curiosamente era la mía. Aquella que perdí el primer día, el día que fui elegida para ser la merienda del dragón. Cuando le pregunté por ella me dijo que la había recogido de la cueva cuando me había dejado en ella inconsciente. Aunque no lo dije en alto, me pregunté por qué se había tomado la molestia de guardarla.
El pueblo no era de los alrededores, Jordi me había llevado a uno bastante apartado donde no podrían reconocerme. Al fin y al cabo, se suponía que yo estaba muerta. Era pequeño, pero muy acogedor. Paseamos por las calles como si fuésemos unos aldeanos normales y corrientes, y me sorprendió ver lo bien que podía hacerse pasar por un humano cualquiera. Con unos pantalones viejos, una camisa blanca desgastada y el cabello recogido en una cola algo desastrosa y de la que se escapaban algunos mechones, era el aldeano más atractivo que había visto en la vida. Estaba segura de que no había utilizado ese disfraz en mi pueblo, porque de ser así, de ninguna manera me habría pasado por alto.
No obstante, en cuanto se giró para mirarme, yo me volví con descaro evitándolo intencionadamente.
― ¿Sigues enfadada? ―me preguntó en un susurro que pude oír perfectamente―. Vamos, no puedes matarte con una caída así. Recuerda lo que eres, cuanto antes lo asumas, mejor para ti. ―Fruncí el ceño ante sus palabras realmente enfadada e indignada.
― Cuando quiera tirarme por algún sitio lo haré yo misma. No necesitaba tu ayuda. Y es cosa mía cuando asumir lo que… lo que soy.
― Pues a mí me parece que sí necesitas mi ayuda, princesa…
― No me llames así… ―murmuré bajito para que nadie más nos escuchara. Él esbozó una sonrisa de medio lado y me acercó más a él cogiéndome por la cintura.
― No te preocupes tanto, princesa, si la gente nos oye pensarán que es un apodo cariñoso.
Sus palabras habían logrado sonrojarme ante lo que significaban sus palabras. Un apodo cariñoso… ¿Por qué de repente me sentía ilusionada con que me llamara con un apodo cariñoso? Princesa no tenía nada de especial, era simplemente la verdad. Y entonces, antes de que pudiera profundizar en ese punto, vi la panadería. Siempre, en mi pueblo, cuando tenía hambre me acercaba a la panadería del pueblo para comprar algunas pastas recién hechas, y me encantaban. Así que fui directa allí dejando a Jordi detrás de mí.
Sin embargo… la impresión no fue la esperada. Cuando estuve cerca, el olor del pan recién hecho no fue el que recordaba. No me gustó. Arrugué la nariz mientras retrocedía.
― No pretenderías comer eso, ¿verdad? ―preguntó Jordi detrás de mí con la diversión tatuada en los ojos.
― La panadería de mi pueblo era mucho más… bueno, olía mejor.
Ante mi comentario, Jordi empezó a reír a carcajadas sin poder apenas contenerse. Estaba claro que había algo que me había perdido. Esto de ser un dragón novato no me gustaba nada en absoluto… Había demasiadas cosas que ignoraba.
― ¿Qué tiene tanta gracia? ―le reclamé. Él se cruzó de brazos mirándome con suficiencia.
― Como te decía… cuanto antes asumas lo que eres, mejor. Créeme. ―Enarqué una ceja ante sus palabras y esperé a que me lo explicara ―. ¿Recuerdas lo que te dije sobre mi alimentación? ―me preguntó―. Es evidente que tu dieta… ha cambiado en los últimos días, y llevas días sin apenas comer nada. Ahora tienes hambre, hambre de verdad… ¿Crees que lo que venden aquí podrá… saciarte? ―me cuestionó con una pequeña sonrisa traviesa.
Observé detenidamente la tienda de nuevo. No tenía ni siquiera buen aspecto. No. Definitivamente no me apetecía nada en absoluto. Entonces recordé lo que había dicho él sobre el ganado del pueblo. Jordi había sido quien se los había comido… Lo que significaba que yo…
― No me pienso comer ni una oveja ni una vaca ―sentencié con convicción. Jordi rió de nuevo. Al parecer, hoy le parecían especialmente graciosos mis comentarios. Todavía intento saber qué era tan divertido…
Se acercó a mí sin dejar de reír, me cogió por un hombro para instarme a avanzar y me sonrió.
― Tranquila princesa, sería muy entretenido ver cómo te llevas una vaca en tus garras, pero me siento compasivo… ―Dejé escapar un soplido exasperado ante su comentario al recordar la lección anterior ―. Créeme, podría ser peor. Por ahora, creo que es mejor que me sigas, cariño. Tengo algo para ti mucho mejor que una vaca entera… o una barra de pan.
Me dejé guiar por el pueblo mientras mi cerebro no dejaba de pensar en sus palabras. Era la segunda vez que me había llamado cariño, y ese sí era un apodo cariñoso… No tenía demasiado claro qué debía sentir ante esa palabra. Nadie, a parte de mi padre, lo había utilizado nunca. Y después de lo que había descubierto de él tampoco tenía claro si ese tipo de apodos eran realmente cariñosos…
Minutos más tarde llegamos al centro del pueblo, en él había algunas carpas con brasas en el suelo, haciéndose unas costillas de cerdo en él, también había pollos y pavos, y algún cerdo entero. El olor invadió mis fosas nasales al instante y mi estómago rugió como consecuencia. Dios… eso sí olía bien.
Jordi me miró con una sonrisa en los labios, satisfecho por lo que veía en mis ojos. Con paso tranquilo caminó hacia uno de los vendedores y le ofreció una bolsa llena de monedas de plata por unas cinco o seis costillas enteras y unos cuantos pollos. Alguno de ellos prácticamente crudos. Fruncí el ceño ante la visión de la carne cruda, nunca me había gustado. Llevando la comida en una especie de saco que el hombre le había otorgado, seguimos nuestro camino hacia algún lugar donde poder comer tranquilamente. Jordi eligió una calle donde no había absolutamente nadie. Y aunque al principio no entendí porque lo hacía, después de sentarse en el suelo y dejar la comida a un lado lo comprendí. Aunque en circunstancias normales no me habría sentado en el suelo en un callejón como ese ni loca, mucho menos comer nada, el olor a carne me cegó y me abalancé sobre ella sin compasión.
Era lo mejor que había probado nunca, pero la carne hecha no me satisfacía del todo, y pronto la cruda llamó mi atención. Con algo de reservas, la cogí y la olí cuidadosamente. Me sorprendí al comprobar que el olor era realmente exquisito. Con los ojos abiertos de par en par ante ese descubrimiento, me abalancé sobre la costilla y la devoré muerta de hambre. No me importó mancharme las manos, ni la boca. Tenía tanta hambre que ni siquiera me importó estar acompañada.
Sin embargo, cuando el hambre disminuyó un poco, después de tres costillares y un pollo entero, me di cuenta de que Jordi me observaba desde hacía rato. Alcé la mirada poco a poco dejando un hueso en el suelo junto con los demás. Parecía sorprendido. Y fue entonces cuando comencé a sonrojarme al darme cuenta de que tenía las manos llenas de grasa y la boca totalmente pringosa.
― ¿Qué? ―dije con brusquedad, realmente avergonzada. Él abrió la boca y la volvió a cerrar―. Tenía… hambre ―me excusé. Sus labios se curvaron en una sonrisa seductora, con los ojos entornados con cierta suspicacia.
― Si todo lo devoras del mismo modo… princesa, creo que voy a acabar suplicándote que repitamos lo de la otra noche. No creo que pueda sobrevivir sin probarlo de nuevo…
Definitivamente, estaba loco. Estaba segura de que era el único hombre en la faz de la tierra que podría desearme en dichas condiciones. Aunque claro, Jordi no era solo un hombre.
― ¿Tienes… tienes algo con qué limpiarme? ―le pregunté avergonzada.
De repente y sin previo aviso, cogió mi mano con cuidado y… Dios mío, no podía creerlo; me lamió los dedos. Alcé los ojos realmente sorprendida y totalmente roja, como un tomate. Parecía estar devorando mis dedos como si fuesen el mejor manjar que jamás había probado, y sin poder evitarlo me encontré deseándole con cada fibra de mi ser. Y eso, en una situación como aquella era… muy extraño.
Turbada por las sensaciones que estaba provocando en mí, aparté la mano abruptamente y me levanté del suelo a trompicones.
― No vuelvas a hacer eso ―le reproché intentando, sin mucho éxito, limpiarme las manos con la capa que llevaba puesta. Él se levantó y me evaluó con la mirada.
― No entiendo por qué te resistes. Lo has probado una vez. Te aseguro que ahora será mucho mejor… ―dijo acercándose a mí.
― No. Estoy… estoy lamentable. No… como puedes pensar… Dios, acabo de comer como un cerdo delante de ti.
Jordi enarcó una ceja y, por ya no sé qué vez en ese día, se echó a reír. Lo miré con la boca abierta. ¿Cómo se atrevía?
― No has comido como un cerdo, princesa. Has comido como lo que eres.
― ¿Cómo un dragón? ―espeté con cierta resignación.
― Como la criatura más tierna y adorable que pueda llegar a existir.
No terminaba de acostumbrarme a sus respuestas. Algunas eran exasperantes, otras inexistentes, y unas pocas, como en este caso, totalmente desconcertantes. ¿Lo habría dicho en serio? No, seguramente bromeaba. Acostumbraba a hacerlo. Aun así, su mano acarició mi mejilla con delicadeza, y en sus ojos pude ver lo que pretendía. Era un brillo que había visto antes. Un brillo que ya no podía ocultar o que yo ya no podía evitar reconocer. Y aunque mi fuero interno estaba llamándome de todo, lo detuve antes de que terminara por hacer lo que tanto deseaba que hiciese.
― Preferiría… poder limpiarme antes ―dije con la voz entrecortada.
Aunque se apartó no demasiado complacido por mi sugerencia, no pudo evitar dejar escapar un gruñido que escuché a la perfección. Y como también acostumbraba a hacer, se volvió segundos más tarde con una expresión totalmente diferente.
― ¿Eso quiere decir que después… dejarás que te bese? ―sonreí ante su ya usual modo de ver las cosas del modo más favorecedor. Aunque no tenía muy claro si lo era para él… o para mí.
Me acerqué en un par de pasos y lo empujé levemente con un dedo. Sonreí divertida.
― Ya veremos…
Y sin saber muy bien por qué, ante mi respuesta, empecé a reír. Bueno, ante mi respuesta y ante la cara de verdadero asombro mezclado con esperanza que él dejó entrever.
Sí, esa era la Segunda lección; ¡Comer!
Tal vez… con un poco de suerte, la tercera lección sería comer… otro tipo de plato ―pensé sin poder evitar sonrojarme ante ese pensamiento―. ¡Luego dices de él! ―me reprochó mi consciencia― Sí, era probable que mis instintos fueran peores que los suyos, pero… ¿Cómo resistirse a un dragón?
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Bueno! ^^ Aquí empieza la segunda parte, que en realidad en un principio iba todo seguido, pero ahora que me fijo parece cláramente un corte importante. Así que he decidido dividirlo en 2. En realidad no tiene mucha importancia XD Pero queda más ordenadito y mejor.
¿Qué os parece? :) Nuestra princesa se nos está volviendo un poco perver... jajajaja lo sé XD Pero bueno, ¿quién no? XD ¿Alguien más adora los dragones? *.* (Carmen, sé que tú sí XDD ;P)
¡¡Besitooos!!
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