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Capítulo 9: Sospechas

            ― ¿Dónde estamos? ―pregunté mientras miraba hacia el horizonte.

            Después de unos cinco, diez, tal vez veinte minutos sin que él dijera una sola palabra, ensimismado como estaba en el maldito mapa; cruzado de piernas y sentado en el suelo como si fuese un niño pequeño, no había podido llamar su atención ni una sola vez. Parecía estar calculando algo en sus notas.

            Yo había empezado a dar vueltas por ese reducido espacio, en lo alto de no sé dónde, y con vistas directas a toda la región. Había una considerable caída desde allí, por lo que no me había atrevido a mirar por el borde para saber exactamente dónde estábamos. También comencé a cruzar los brazos, dar pequeños golpecitos con los pies, e incluso a morderme las uñas, un hábito que hacía mucho que no hacía.

            El día había empezado agitado y seguía peor. Sobre todo después de lo que me había dicho. Todavía seguía dándole vueltas a sus palabras. Jordi había visto a mi padre cuando yo nací. Ese era un dato importante. ¿Por qué no me había dicho mi padre que el dragón podía adoptar forma humana?

            Otro dato importante era que Jordi se había quedado en la región y había divulgado la leyenda de San Jordi por los pueblos vecinos, por eso había llegado la historia a mis oídos, pero no vino hasta mi pueblo para seguir con su farsa porque temía que mi padre lo reconociera. Sin embargo… se había quedado en esta región en lugar de marcharse a otro lado y evitar así que lo descubrieran.

            Y todo por… ¿Mí? Pero… ¿Por qué?

            ― ¿Cuántos guardias había? ―preguntó Jordi sacándome de mis cavilaciones.  Yo parpadeé un par de veces antes de contestar.

            ― ¿Guardias?

            ― Sí. ¿Había… uno o dos en la parte superior, verdad? Y el de siempre, según lo que me has dado a entender, en el pasillo ―dijo sin apartar la mirada del mapa―. ¿Cuántos suelen haber?

            ― Había tres. Normalmente, durante el día son cuatro, cinco como mucho. Uno por cada lado del castillo. ―Luego me agaché a su altura para mirar el mapa.

            ― Entonces, había menos guardias de los que acostumbran. Pero… ―Se detuvo y frunció el ceño extrañado.

            ― ¿Pero? ―lo insté. Alzó la mirada y me miró a los ojos.

            ― Pero había el guardia de siempre en una zona donde la puerta estaba cerrada con llave ―observó. Yo abrí los ojos de par en par al entender lo que quería decir. Me senté a su lado con las piernas juntas.

            ― ¿Por qué pondrían un guardia en un lugar donde la puerta está cerrada y no en la torre?

            ― Dudo que pusieran uno en lugar del otro, más bien, simplemente…

            ― Faltaba uno ―terminé por él.

            Me levanté de golpe quitándole el mapa de delante con brusquedad y busqué algo con la mirada. Jordi se levantó al mismo tiempo que yo con los brazos cruzados y mirándome con los ojos entreabiertos.

            ― ¿Sabes que pedir las cosas es de buena educación?

            ― Dado que nunca me has pedido nada desde que nos conocemos, creo que es justo que te muestre la misma consideración. ―Luego alcé la cabeza―. ¿No crees?  ―Él abrió la boca un momento dispuesto a decir algo, pero al parecer se lo pensó mejor. Un instante más tarde, frunció el ceño y decidió hablar de todos modos.

            ― En realidad te he pedido muchas cosas ―dijo para luego murmurar; ―…a mi manera, claro. ―Alzó la voz de nuevo―. Por ahora, sólo has hecho una ―afirmó despreocupadamente.

            ― ¿A sí? ¿Y qué es lo que he hecho? ―pregunté con poco interés.

            ― Besarme.

            Mierda. Casi había logrado olvidar ese pequeño detalle perturbador. Y claro, no pude evitar que mis mejillas se encendieran como cerillas y la vergüenza se tiñera en mis ojos. Y por supuesto, no me atreví a darme la vuelta.

            ― Eso no… no me lo has pedido.

            ― Pero te dije que volvería a intentar besarte, eso era pedírtelo. Y lo he hecho.

― En realidad, según recuerdo, era advertirme. ―Noté su respiración junto a mi mejilla, pero me negué a girarme.

            ― Por lo que, al besarte, te lo he pedido y tú me lo has permitido. ―Ante tan absurda afirmación, no pude evitar darme la vuelta. Para mi sorpresa, estaba más cerca de lo que había pensado.

            ― No te lo he permitido ―dije segura de mí misma. No obstante, su sonrisa logró trastornar mis sentidos. Otra vez…

            ― Pues por tu modo de corresponderme el beso… yo diría que no sólo me lo has permitido, sino que además lo deseabas.

            Vale, ya era oficial, me había convertido en una gelatina con patas. ¿Por qué estaba tan cerca ahora? ¿Y por qué había empezado a hablar en susurros? Pero sobre todo… ¿Cómo narices habíamos cambiado de tema para que pudiera sacar a relucir el maldito beso que no podía sacarme de la cabeza?

            ― Yo… yo no…

            ― ¿Qué dijimos sobre lo de las verdades incomodas? ―dijo advirtiéndome con un deje divertido. Vaya, así que quería una confesión. ¡Muy bien!

            Me armé de valor, apreté el mapa en una mano y lo miré directa a los ojos.

            ― ¿Qué quieres que te diga? ¿Que me ha gustado el beso? ―No obstante, no esperé respuesta por su parte―. ¿Que eres el primero que me ha besado? ¿Que nunca creí que un beso pudiera ser así? ¿Que he olvidado por un segundo dónde estábamos y por qué? ¿Que lo deseaba, que me he entregado a él y que te hubiese permitido hacer cualquier cosa conmigo?

            No sé en qué momento cambio su mirada, pero ahora ya no era divertida, ni irónica, y por supuesto, no pretendía jugar conmigo. Había hablado sin pensar y al parecer lo había sorprendido. Sin embargo, fueron sus ojos los que me advirtieron que no era sorpresa lo que sentía el dragón en esos momentos. Sí, lo había visto antes, justo antes de besarme. Era… deseo.

No es que fuese una experta, pues nunca antes había visto el deseo de un hombre. Pero el suyo en esos instantes estaba abrasándome de un modo que no me cabía dudas. ¿Había sido yo quien había provocado esa mirada? ¿Mis palabras lo habían… excitado?

Al parecer, obtuve la respuesta cuando se acercó y me cogió por la cintura pegándome a su cuerpo dispuesto a besarme… otra vez.  No obstante, ahora estaba preparada. Con un valor y una firmeza que no me creía capaz, lo detuve interponiendo una mano en su pecho. Y si mi gesto no logró frenarle, lo hicieron mis palabras.

            ― ¿Por qué te quedaste por mí? ―Sus ojos me miraron confusos. No entendí esa expresión. El deseo… era claro, pero estaba mezclado con algo más. ¿Confusión? ¿Angustia? ¿Remordimientos?

            ― No… no puedo decírtelo. ―Yo abrí los ojos de par en par, sorprendida y, en el fondo, decepcionada.

             Me aparté de él viendo en el último momento que cerraba los ojos maldiciéndose por lo bajo. Pero no me importó.

            ― Mierda, Alex. Es… es más complicado de lo que crees. No lo entenderías.

            ― ¿No entendería el qué? ―dije―. Porque por ahora no entiendo absolutamente nada. Se supone que habíamos acordado ser sinceros. Yo he sido sincera. ¿Por qué cada vez que creo que confío en ti y que no hay nada más detrás de tus intenciones descubro algo nuevo que, curiosamente, no podías decirme?

            ― Te dije que no confiaras en mí ―me recordó con el ceño fruncido y una expresión que daba miedo.

            ― Todo es complicado contigo, ¿verdad? ―apunté―. ¡No confíes en mí! ¡No soy un asesino, pero soy culpable de otras cosas! ―lo imité―. Pues resulta que cuando estas con alguien y tu vida depende de ese alguien, la tuya y la de la gente que amas, es fundamental confiar en ese alguien. ¡Porque si no lo hubiese hecho, Jordi, no habría aceptado el trato!

            ― ¿Entonces, por qué lo aceptaste? Sabías a lo que te atenías. No me digas ahora que no sabías que te seguía ocultando cosas porque no voy a creerte ―exclamó volviendo a acercarse a mí.

            ― No me quedaba otra opción ―confesé intentando contener las lágrimas que habían empezado a acumularse en mis ojos―. No… no tenía… debía ayudar a mi… a mi pueblo… Yo sola no podía… y tú… tú… ―Había empezado a balbucear sin coherencia, algo que solía pasarme cuando no tenía muy claro lo que debía decir o lo que sentía en realidad.

Intenté contener las lágrimas, pero fue inútil. Había luchado por no derramarlas, pero ellas habían ganado la batalla. Me sentía impotente. Como si fuera una mera espectadora. Todo el mundo me ocultaba cosas desde que era un bebe. Y ahora no era distinto. Había pasado mi infancia creyendo que la vida era sencilla, que no había cosas malas. Y aterricé de golpe cuando mi madre se puso enferma. La vi morir poco a poco, mi padre se olvidó de mí, y tuve que crecer sola con Carlota como único apoyo. Por eso confiaba tanto en mi institutriz, porque era la mujer que me había criado.

            Me había dado la vuelta para evitar que él viera las lágrimas. Odiaba llorar. Lo detestaba. Parecía débil, y la gente pensaba que lo hacía a propósito. Por eso odiaba que las lágrimas salieran solas de mis ojos.

            Unos instantes más tarde, sentí una fuerte mano encima de mi hombro. Apenas fue con presión, como si tuviera miedo de tocarme. Seguramente nunca había consolado a nadie. Tal vez… mi reacción lo había sorprendido. Sí. Estaba segura de que así era.

             ― No quiero… no quiero que pienses que voy a decirte la verdad en todo, Alex ―dijo con voz suave―. Porque no lo voy a hacer. Pero puedes, si quieres, puedes confiar en mí.

            Me giré un poco, no sin antes exterminar todas las lágrimas que mis traicioneros ojos habían derramado. Pero no pude ver sus ojos, pues su rostro estaba vuelto hacia un lado para evitar mirarme.

            ― Escondo muchas cosas, no voy a negártelo. Y seguramente… bueno… sé que lo descubrirás tarde o tempano. Lo sé ―confesó sin mirarme. Luego volvió los ojos hacia mí y me sujetó los hombros con ambas manos―. Pero aunque no pueda ser del todo sincero, no voy a hacerte daño. Mis intenciones son las que te he dicho, no hay nada más sobre eso. Puedo asegurártelo. Te quiero para poder descubrir al verdadero asesino. El que me ha robado mi vida aquí. Y te necesito a ti.  ―Luego esbozó una pequeña sonrisa de medio lado que no llegó a los ojos y relajó los brazos―. Aunque puedo decirte pequeñas verdades incomodas. Como que te deseo y que puede que haya hecho trampas respecto al beso. ¡Ah, y que no creas que vas a librarte de otro! No después de lo que me has confesado.

            Aunque quería seguir enfadada, me fue imposible. Empecé a reír suavemente sin poder evitarlo y relajé mi postura.

            ― Esas no son verdades incomodas. No al menos para ti. ―Él sonrió y se apartó prudentemente de mi lado. Luego se encogió de hombros y volvió a adoptar ese aire suyo tan arrogante. Negué con la cabeza con la sonrisa todavía en mis labios, resignada pero divertida a la vez. Abrí de nuevo el mapa y se lo ofrecí señalando la entrada del pueblo―. Aquí. Estoy casi segura de que aquí es donde estaba el otro guardia.

            Jordi enarcó una ceja, miró el mapa y luego a mí.

            ― ¿Por qué crees eso?

            ― Mi padre suele ordenar vigilar las torres del castillo para ver si alguien se acerca de lejos. Por eso tiene vigiladas todas las posiciones. Norte, sud, este y oeste. Sin embargo, el guardia que debía estar en el oeste, donde nosotros hemos aterrizado para poder llegar al dormitorio de mi padre, es la misma dirección en la que está orientada la puerta principal ―le expliqué mientras se lo mostraba en el mapa.

            ― ¿Quieres decir que tu padre ha enviado un guardia a la puerta del pueblo? ―me preguntó. Yo negué con la cabeza.

            ― No. Mi padre no haría eso. No le es necesario porque dispone de otros guardias que vigilan la puerta ―razoné―. Sea quien sea quién haya puesto a ese guardia en concreto ahí, tiene que tener acceso a los guardias. Conocer sus labores y poder darles órdenes.

            ― ¿Y por qué querrían que vigilara desde la puerta? ¿Desde su sitio no era más sencillo verlo todo?  ―Yo asentí con la cabeza con una sonrisa en los labios.

            ― Sí, todo. Desde su puesto lo veía todo. Pero no era todo lo que quería ver ―dije mirando el horizonte, luego miré hacia el suelo ―, sino lo que hay debajo.

            Jordi me miró por un momento, luego se asomó un poco para mirar hacia abajo.

            ― ¿El suelo? ¿Por qué querría alguien poner un guardia que mirara el suelo si, teóricamente, el dragón va por el aire? ―Sonreí enigmáticamente ante su pregunta.

            ― Porque sea quien sea quien le haya ordenado a ese guardia que vigile el suelo… sabe que no se trata de un dragón, sino de alguien que va a pie.

            Jordi abrió los ojos de par en par y luego miró hacia el pueblo. Observó atento el mapa que tenía entre sus manos y se volvió de nuevo hacia mí.

            ― La pregunta es… ¿Para qué ponen a un guardia ahí? ¿Para vigilar quién sale por la noche y así descubrir al asesino… o para asegurarse que puede salir?  ―dije pensativa. Sin embargo, la sonrisa de Jordi me dijo que no había dado con la pregunta correcta.

            ― Eso no tendría el menor sentido. ¿Para qué tendría que vigilar la puerta para descubrir quién sale si ya saben que sale alguien? No. En realidad, ¿por qué poner un sólo guardia habiendo tantos si lo que sospechan es en beneficio del pueblo? ―Entonces me di cuenta de lo que quería decir.  

¡Claro!

            ― Porque dicho guardia trabaja para alguien en concreto. Alguien que no quiere que nadie sepa por qué vigila la puerta. ―Jordi sonrió con orgullo ante la deducción.

            ― Y la única razón por la que alguien no querría que nadie descubriera que vigilan la puerta es…

            ― Porque es el asesino… ―dije con asombro―.  El asesino tiene poder en la guardia de mi padre ―Jordi plegó el mapa y se sentó en el borde del precipicio con total tranquilidad.

            ― Eso reduce mucho la búsqueda. ―Sin embargo, yo me había quedado blanca. Porque reducía tanto la búsqueda que ponía en peligro a mi padre.

            ― Sólo hay dos personas que tienen acceso a los guardias. Una es mi padre. Y el otro es el general de la guardia ―dije sin moverme un pelo.

            ― No. En realidad… hay alguien más ―me rectificó Jordi enigmáticamente. Yo lo miré con los ojos abiertos de par en par y fruncí el ceño con confusión.

            ― ¿Quién? ―Entonces se levantó y me miró con una expresión decidida.

            ― La única que pasa el suficiente tiempo con tu padre como para que el general de la guardia tome en cuenta su palabra y crea que provienen del rey. ―No, no podía ser. Lo que estaba insinuando no podía…―. Carlota. 

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Bueno, hoy pongo otro más ^^ Espero que guste :S jejeje

besitooos a todos!! :D

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