
Capítulo 26; Ser libres
En cuanto entré en los aposentos de mi padre, noté que Carlota se sobresaltaba un poco y retrocedía involuntariamente un par de pasos con un cuenco humeante entre sus pequeñas manos. Supe el momento exacto en el que me reconoció, pues dejó escapar un pequeño suspiro de alivio y suavizó su expresión. Percibí la presencia de Jordi detrás de mí, preparado para defenderme de cualquier cosa, fuera la que fuese. Y dado su estado físico, que estuviera dispuesto a protegerme de todos modos logró incrementar, si eso era posible, el amor que sentía por él.
Carlota pareció querer acercarse, pero se lo pensó mejor en el último segundo. Juntó sus manos y miró a mi padre con… ¿ternura?
― Me lo contó todo ―dijo sin más. Yo abrí los ojos por completo asombrada―. Desde lo de tu madre hasta lo que hizo por ti… Incluso lo que… lo que eres.
Carlota alzó la cabeza y miró detrás de mí con curiosidad, y supe que estaba mirando mis alas, las cuales no había logrado hacer desaparecer. Agradecí enormemente la ausencia de los guardias, de haberlos habido seguramente se habrían asustado bastante…
― ¿Hi… hija? ―escuché la débil voz ronca de mi padre. Mis ojos se fijaron en el cuerpo tendido en la cama, y aunque no podía perdonarle lo que había hecho, necesitaba escuchar la verdad de sus propios labios―. Hija… si eres tú… quiero… quiero decirte…
Mis pies comenzaron a moverse en dirección a mi padre, pero una mano firme me detuvo antes de poder avanzar más. Jordi me preguntaba sin palabras, preocupado, si quería realmente hacerlo. Si se lo pedía, seguramente me sacaría de allí y me llevaría lejos, tan lejos como quisiera. Pero sabía que debía enfrentarme a ello. No podría vivir si no solucionaba esa parte de mi vida. Sonreí y asentí con la cabeza en una muda respuesta que entendió perfectamente. Jordi apartó la mano y dejó que fuera hacia donde estaba mi padre.
Me acerqué, y Carlota se apartó un poco. Los ojos grises de mi padre me miraron con ternura. Cuando era dragón… tenía el color de los ojos de mi padre. Me pregunté si en esos instantes él veía esos mismos en mí.
― Alexandra… ―murmuró―. Mi pequeña y querida hija…
Reconozco que no me salieron las palabras. Fui incapaz de decir nada, de pie, delante de él. Me quedé completamente estática.
― No me… no me quedan muchas fuerzas… ―murmuró antes de empezar a toser ferozmente.
Con algo de resentimiento, me agaché a su altura y lo ayudé a incorporarse. Dejó de toser pocos segundos después, y sus ojos grises miraron mi rostro.
― Lo siento tanto… ―murmuró―. No sabía qué hacer. Eras tan pequeña… Tu madre… tu madre había cambiado tanto… y yo… yo…
― Lo sé ―dije arrancando el nudo que tenía en la garganta―. Mamá me lo contó todo. Ella… descansa en paz… Ya no está presa por el corazón que le entregaste.
Supe que lo había sorprendido al confesarle todo lo que él ya sabía. Luego, cerró los ojos y suspiró cansado. Sonrió. Parecía tranquilo.
― Pensé que nunca se marcharía… ―dijo angustiado―. Siempre quise que descansara en paz, pero parecía querer quedarse contigo de un modo egoísta y posesivo. No sabía qué más hacer… no quería mentirte pero…
― Aunque no tenga hijos, puedo entender que un padre o una madre sean capaces de cualquier cosa por ellos. Incluso matar.
El orgullo y la comprensión que vi en su rostro fueron suficientes para que hubiera valido la pena ir hasta allí. Mi padre parecía incapaz de creer que lo comprendiera. Y aunque en el fondo aún sentía resentimiento por todas las mentiras que me había dicho, no pude seguir enfadada.
― Quiero que seas feliz, cariño ―me dijo―. Sé libre, sin miedos, sin ataduras. Nunca quisiste casarte con los pretendientes que te obligaba a conocer, nunca quisiste el trono. Ahora eres libre para marcharte y vivir tu vida como prefieras.
Mis ojos se centraron en la almohada que estaba a un lado, la sangre delataba algo que ya sabía.
― Estás enfermo ―dije con firmeza, intentando que no notara el nudo en mi garganta.
― Soy viejo. Y estoy cansado. La planta logró… hacerme resistir un poco más, pero ahora ya no dependo de ella. Tu madre… nunca me amó a pesar de lo mucho que yo la quería. ―Su memoria parecía vivir en el pasado mientras sus labios pronunciaban esas palabras―. Siempre estuve obsesionado con ella. Por su belleza, su perfección, sus misterios. Y eso logró que no viera que quien me amaba y debía amar se encontraba mucho más cerca de lo que creía. ― Sus ojos quedaron fijos en Carlota, la cual lo miraba con infinita ternura. Después de todo lo que había ocurrido…―. Tu institutriz ha sido quien realmente ha gobernado este pueblo a través de mí. Y seguirá haciéndolo cuando yo muera.
Entonces comprendí lo que quería decir.
― La convertirás en tu esposa... ―Mi padre sonrió.
― Sé que no será sencillo. Pero se ha ganado el corazón del pueblo desde hace años. Sólo… haremos oficial un hecho.
Carlota se puso a mi lado y se agachó a mi altura. La miré con los ojos anegados de lágrimas.
― ¿Recuerdas aquello que me dijiste una vez, cuando me preguntaste… por qué tenías que ser tú la futura reina? ―me dijo. Yo sonreí al recordar aquel momento, cuando empezó mi padre a presentarme pretendientes.
― Recuerdo que me dijiste que llevarías ese peso sobre tu espalda sin dudarlo para que yo pudiera vivir mi vida como quisiera. Pero que era mi deber y que estarías a mi lado pasara lo que pasase. Que nunca me dejarías… nunca me dejarías sola. ―recordé con un nudo en la garganta. Carlota me sonrió.
― Ahora puedo hacerlo ―murmuró. Luego miró a mi padre―. Sé que es difícil perdonar lo que ha hecho. Pero quiere enmendar sus errores durante el tiempo que le quede de vida. Yo me quedaré a su lado hasta el final.
Miré a mi padre, sus ojos enfocaban el rostro de Carlota y supe que en su vida había cometido muchos errores, pero el mayor de todos había sido no reconocer el amor que sentía por esa mujer. Tal vez no lo mereciera… tal vez sí… No obstante… Me acerqué a él con convicción y apoyé mi rostro en su pecho en un dulce abrazo.
― Te perdono, papá… ―dije con apenas voz. Mi padre se tragó el nudo que parecía tener en la garganta antes de hablarme con inmensa ternura.
― No eres ningún monstruo, cariño, nunca he creído tal cosa ―dijo con angustia―. Nada de lo que dije era cierto. Solo quería…
― Solo querías protegerme, lo sé ―lo interrumpí mientras las lágrimas recorrían mi rostro.
Lentamente me separé de él y lo dejé de nuevo recostado en la cama. Limpió mis ojos con cariño, como siempre había recordado.
― Sé feliz, mi pequeña dragón ―murmuró―. Os deseo a los dos lo mejor.
― Vendré a verte, y ayudaré en lo que pueda con el pueblo… y…
― Sh… ―me calló―. Eres libre. Eres un dragón. Nunca entendí por qué tu madre no logró amarme. Ahora lo sé. Los dragones sois criaturas independientes, libres. Quise encerrar su corazón y solo logré que muriera. El tuyo es libre, y tu amor por él también lo es. Por eso nunca podré retenerte en ninguna parte. Nadie logrará hacerlo jamás. ―Me dedicó una sonrisa antes de dejar caer la mano―. No me debes nada. Yo te debo algo. Tu libertad. Ahora la tienes, disfrútala.
Poco después me despedí de Carlota. Me dijo que por la ausencia de un descendiente gobernaría el pueblo de un modo diferente, y llegado el momento se decidiría por voto popular el siguiente sucesor. Años más tarde descubriría que eso sería lo más parecido a lo que ahora se conoce como democracia. Claro que, en realidad, nunca supe si logró hacer sus propósitos.
También supe que mi padre murió cuatro años más tarde. Lo cierto fue que sorprendió a todos con su cambio de actitud y su apoyo absoluto en Carlota. Tanto fue que el pueblo nunca dudó de ella como gobernanta, aunque al principio sólo actuara a través de mi padre. A parte de eso, no supe nada más ni de MontBlanc, ni del dragón, ni de las leyendas de San Jordi.
Hasta ahora.
― ¿Qué piensas hacer ahora? ―me preguntó Jordi en cuanto salimos del castillo.
Miré hacia el horizonte, el sol no tardaría en salir. No obstante, por ahora la noche todavía era nuestra.
― No lo sé. Nunca he tenido ni el tiempo ni la libertad para hacer lo que quisiera ―dije pensativa―. Tal vez viaje por todo el mundo. Me encantaría conocer a más dragones como yo.
Jordi se mantuvo en silencio unos minutos hasta que al final escupió lo que le había estado rondando la cabeza.
― Y… ¿eso lo tienes que hacer sola… o puedes tener compañía? ―Me giré y enarqué una ceja.
― ¿De verdad me estás preguntando si puedes venir?
― Bueno. Tu padre tiene razón. Los dragones sois criaturas muy… independientes. Y tú deseas ser libre ―dijo sin mirarme a los ojos.
Entonces me detuve delante de él y rodeé su cuello con mis brazos mientras extendía mis alas.
― Sí, tienes razón. Deseo ser libre ―corroboré con seriedad. Y su expresión fue tan tierna y a la vez graciosa que casi me impide seguir la frase―. Pero para ser libre necesito mi corazón… ―murmuré con una sonrisa torcida mientras le acariciaba el pecho―. Y resulta que se lo he entregado a cierto dragón.
― Yo también lo he entregado... ―apuntó contra mis labios―. Y resulta que lo necesito para seguir viviendo.
Entonces sonreí.
― En tal caso, no te queda más remedio que acompañarme. ―Jordi acortó un poco más la distancia y su respuesta vibró contra mis labios.
― Será un placer para mí acompañarla, princesa…
Y sellando la promesa con un beso, ambos nos alejamos en la noche. Buscando nuevos amaneceres, nuevos atardeceres. Encontrando nuevas aventuras y aprovechando esos años que nos habían sido entregados. Viviendo como caballeros, como princesas. Pero sobre todo como dragones.
Porque al fin y al cabo nunca sabes qué caballero o qué princesa puede ser en realidad… un dragón…
¿O tal vez lo esté volviendo a decir al revés?
----------------------
Bueeeno!! Fin de la historia, solo falta el epílogo ^^ Como no quiero cortar la historia aquí y dejaros que leais el siguiente otro día, lo colgaré ahora mismo, en unos pocos mintuos :)
Espero que os haya gustado, que la hayais disfrutado y veais la Leyenda de San Jordi(si conociais antes) de un modo distinto. :)
¡¡¡Besos!!!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro