Capitulo 2; La cueva del dragón
Mis sueños siempre han sido muy raros. Muchas veces sueño que vuelo, que me voy lejos, muy lejos de todo. Sueño que estoy desnuda en un cielo oscurecido por las nubes. Otras veces sueño con fuego, un fuego que me envuelve el cuerpo entero pero no me quema. Un fuego que me resulta incluso agradable. Finalmente hay algo más, una rosa roja ante mis ojos, una rosa roja que se convierte en sangre en cuanto alzo la mano para tocarla. Las gotas se esparce cubriéndolo todo, en formación, y justo cuando creo entenderlo todo me despierto y comprendo que no entiendo nada.
Mis ojos se abren poco a poco y puedo ver... no, más bien no puedo ver nada. ¿Estoy muerta? ¿Es esto lo que se siente cuando eres devorada por un dragón? Todas estas preguntas pasan por mi cabeza en cuestión de segundos, pero el dolor que siento en los huesos es intenso y me confirma que sigo viva. El suelo es frío y húmedo. Poco a poco escuchó el goteo de algo sobre el suelo. ¿Agua? Aunque no lo sea, deseo pensar que lo es.
Puedo oír unos pocos gemidos que provienen de algún lugar lejano, y un fuerte olor penetra en mis fosas nasales. Es un olor amargo. Algo que arde en mi garganta y consigue que me cueste respirar. Siento que me intoxica poco a poco, como un veneno. ¿Dónde estoy?
Escucho unos pasos lejanos que van acercándose poco apoco. Con las palmas de las manos extendidas busco algo, cualquier cosa con la que defenderme. Logro alcanzar algo duro y frío pero suave. No me importa lo que sea, no puedo verlo, pero lo alzo posicionándolo como un garrote, dispuesta a blandirlo contra cualquiera que se acerque a mí. Escucho los pasos detenerse antes de lo que pensaba, evitando que pueda alcanzarle con mi arma improvisada.
― Debo reconocer que tienes valor, muchacha.
― ¿Quién eres? ―le pregunté poniéndome en guardia.
La voz no contestó. Los pasos volvieron a escucharse y volví a ponerme a la defensiva. Sujeté con firmeza mi arma ―o lo que fuese― y giré a la vez que escuchaba sus pasos rodearme.
― Un buen oído... ―murmuró todavía frente a mí. Lo podía oír a la perfección ―. Y una preciosa figura también.
― ¿Puedes verme? ―pregunté sorprendida por sus palabras.
― Tienes miedo ―continuó sin prestar atención a mis palabras―. Se nota en el timbre de tu voz. Pero no estás asustada de mí, o del dragón, estás asustada porque está oscuro. Muy curioso.
Mis ojos se ensancharon a pesar de que no podía ver absolutamente nada. ¿Cómo podía saber eso con solo mirarme y escuchar mi voz? Es más, ¿cómo podía verme?
Desde pequeña había tenido miedo a la oscuridad. Mi madre murió cuando yo tenía cinco años, y en su enfermedad pasaba los días encerrada en una habitación a oscuras. Mi padre decía que la luz le hacía daño, pero yo siempre pensé que era la oscuridad lo que la mataba. Por eso le tenía miedo, ella me había quitado a mi madre...
― ¿Quién eres? ―repetí. Sin embargo, me callé unos segundos al darme cuenta de que no había parado de hacer preguntas y él no había contestado a ninguna. Así que decidí cambiar la táctica―. No estoy muerta ―afirmé.
― No. No lo estás ―dijo confirmando mi afirmación.
― El Dragón me capturó.
― Cierto ―dijo sin inmutarse. Sonreí al comprender el juego. Si preguntaba, no obtenía respuestas, pero si las afirmaba...
― Me encuentro en la guarida del Dragón ―dije más segura de mí misma.
El hombre que estaba frente a mí dio un paso, pero este se quedó en el sitio, seguramente habría cambiado únicamente de posición.
― Vas bien, princesa ―puntualizó en un tono burlón que no me gustó nada.
― Lo que gotea... no es sangre. ―No sabía muy bien por qué había dicho aquello, pero necesitaba saberlo.
― Las cuevas son húmedas. Las montañas no gotean sangre. ―Dejé escapar el aire que no sabía que había estado conteniendo y mis preguntas se ordenaron en afirmaciones a favor de mis prioridades.
― Los... gemidos. Son víctimas. Como yo ―dije sin apenas voz.
― Bueno. Sí y no. Es complicado de decir ―dijo enigmáticamente. Luego miré hacia un punto lejano. Una débil luz al final. ¿Sería el principio de la cueva? ―. No vas a...
― No. No voy a escapar, lo sé ―añadí anticipándome a su afirmación. Pude escuchar su risa divertida.
Inconscientemente, mi arma improvisada empezó a bajar. Fuera quien fuese, no se había movido del sitio donde estaba y no parecía que fuese a hacerlo.
―Puedes verme... porque estás acostumbrado a la oscuridad.
―Algo así... ―Y aunque intenté hacer más conjeturas, él me interrumpió antes de que pudiera decir nada más―. No estás asustada. Estás decidida a luchar hasta la muerte si hiciese falta. Tanto valor en alguien que siempre ha sido tan... frágil.
― ¡No soy frágil! ―grité a la defensiva. No soportaba que nadie dijera eso. No desde que mi madre murió. ¡Ella había sido frágil! ¡Ella había abandonado! ¡No yo! ―. No vale la pena estar asustado cuando todavía te quedan fuerzas para luchar por tu vida. El miedo sólo te nubla la mirada y hace que no puedas hacer todo lo posible por sobrevivir.
Pareció sorprendido por un momento. Era extraño percibir eso, pero lo sabía. Por su forma de respirar, por su modo de cambiar su posición justo en el instante que su respiración se agitaba.
― Muy... interesante ―murmuró―. Todos los que han pasado por aquí siempre gritaban y suplicaban por sus vidas. Intentaban salir corriendo. Huir era su primer impulso. De nada les sirvió ―dijo con calma―. Pero tú no. Me gustaría saber porqué no.
― Nunca preguntas nada, ¿verdad? ―dije con toda la afirmación de la que fui capaz―. No te gustan las preguntas, e intentas no formularlas y no contestas a ninguna. ―Luego me detuve un segundo, sonreí y le imité― Me gustaría saber porqué.
La risa apagada me indicó que lo había divertido con mi sugerencia. No sabía si iba a salir viva de esta, pero tal vez él podía ayudarme. Tal vez, si le ayudaba a huir antes de que el dragón regresara a su guarida...
― Eres lista. Para ser una princesa no pareces una damisela en apuros ―dijo con voz socarrona―. Las preguntas son molestas. La curiosidad a veces no es buena.
― Mira mi vestido ―dije bajando el arma pero sin soltarla―. Es demasiado abultado. Es estúpido intentar huir con él puesto. Y ahora mira este lugar. ―Intenté mirarlo yo también, pero solo hice el gesto sabiendo que podría verme aunque no entendía muy bien cómo―. Es tan oscuro que seguramente está bastante alejado de cualquier sitio. Gritar... gritar sólo me irritaría la garganta. No. Es mejor estar alerta y escapar cuando se tenga la oportunidad.
Escuché unos aplausos perfectamente audibles que hicieron que diera un pequeño respingo. ¿El hombre estaba aplaudiéndome?
― Me alegra que hayas llegado a esta conclusión. Que alguien no se deje dominar por el pánico. Creo... que puedes servirme.
Sonreí sin poder evitarlo. ¿Servirle? ¿Entonces era eso? ¿Intentaba encontrar a alguien útil con quien escapar? ¿Qué tan feroz sería el dragón para que ese hombre estuviera esperando a alguien más para huir? ¿O él también había despertado en el mismo lugar que yo?
― Sonríes... ―dijo con voz incrédula.
― No creí... salir de esta viva. Podemos conseguirlo. ¡Te ayudaré! Te juro que no seré un estorbo. No pensé que... que podría ser útil y, si escapamos...
― ¿Escapar? ―dijo por primera vez en forma de pregunta. Yo enarqué una ceja.
― Sí, escapar. ¿No pretendes escapar? ―pregunté extrañada. Él no me contestó, sin embargo, por su cambio de posición supe que había dado en el clavo―. Pero, el dragón... ¡Nos comerá si no huimos! ¡Tenemos que escapar! ¡Creí que querías escapar! ¡El dragón nos matará!
― No lo hará ―dijo con plena convicción. Fruncí el ceño.
― ¿Cómo estás tan seguro?
El cuerpo del hombre se movió tan deprisa que no tuve tiempo de alzar de nuevo el bastón y blandirlo contra él. Noté que me sujetaba las manos y me apretaba contra él. Estaba tan cerca que podía oler un extraño olor a... ¡Sí! ¡Eso era lo que había olido antes! ¡Azufre! Sin embargo, fueron sus ojos los que me arrancaron un escalofrío. Eran brillantes, de un color amarillo extraño con la pupila alargada. Eran... parecían los ojos de un lagarto.
― Porqué yo soy el dragón...
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