Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 12: Traición

            ― No va a aparecer ―dije cansada después de media hora esperando.

            Jordi había trepado por la pared de piedra medio transformado en dragón. Estaba aproximadamente a unos diez metros del suelo, justo por encima de donde yo estaba sentada con los brazos acunando mis piernas. La posición era de alerta, pero allí arriba, cogido con los pies y los brazos en forma de garras y las alas plegadas, parecía el típico lagarto que veía de vez en cuando trepar por las paredes del castillo. Así que decidí no mirarle, más que nada para no reírme de él.

            ― El guardia sigue allí, parece estar mirando a los demás guardias ―dijo con la voz teñida de sospecha.

            Ese tono en su voz me hizo recordar a un niño pequeño rondando por el castillo en busca de fantasmas. Esa emoción inocente hizo que me sintiera pequeña de nuevo.

            ― Estarán hablando. Siempre he pensado que debe ser un aburrimiento pasarse horas allí vigilando una puerta por la que, probablemente, no aparezca nadie.

            Entonces escuché el pequeño ruido de sus garras sobre la piedra, se había tensado y estaba más alerta. Alcé la cabeza para verle, en efecto, había alargado el cuello para mirar más atentamente.

            ― Acaba de ofrecerles algo para beber ―dijo con tensión―. Se han negado, pero ha conseguido convencerles.

            Me asomé por el borde de la pared para intentar ver algo que sabía que no vería. Era absurdo siquiera intentarlo, desde donde estaba no tenía una buena visibilidad. Alcé la cabeza de nuevo y enarqué una ceja.

            ― ¡Estupendo! ¡Ya le has pillado! El guardia es todo un caballero con sus compañeros, vamos a atacarle por ser cordial ―susurré con cierta ironía.

            Él siguió mirando el lugar y sonrió de un modo que auguraba que iba a dejarme de piedra.

            ― ¿Sí? ¿Y qué te parece si le atacamos por envenenarlos?

            ― ¿Qué quieres decir?

            ― Pues que los otros guardias acaban de caer redondos al suelo ―dijo mientras se acercaba un poco más con la sonrisa triunfante―. Y adivina quien acaba de aparecer.

            De un salto aterrizó en la arena levantando una nube de polvo que me obligó a retroceder un par de pasos mientras me cubría la cara con un brazo. Sin decirme nada lo vi correr a la vez que extendía las alas y empezaba a convertirse en dragón.

            La primera vez, al estar tan oscuro, no pude apreciar su transformación. Así que me quedé con la boca abierta al ver sus ropas rasgarse al aumentar su tamaño y teñir su cuerpo de un tono verde-terroso. Aparecieron sus garras y su cara se deformó hasta crear un morro alargado y unos dientes del tamaño de una persona. Y las alas… dios, las alas eran realmente magnificas.
A pesar del asombro me asusté ante la posibilidad de que se acercase al pueblo y que alguien pudiera verle. Si veían al dragón, lo atacarían sin pensárselo dos veces.

Un frio helado recorrió mi cuerpo al darme cuenta de lo que habia pensado. Hace unas semanas me habría preocupado por la gente del pueblo. Ahora, en cambio, me preocupaba que mi gente… ¿pudiera hacerle daño al dragón?
Sacudí la cabeza ante tal irracional sentimiento.

Me dirigí corriendo en pos del dragón. No pude reprimir un pequeño chillido al ver al guardia correr despavorido hacia el poblado y a…

            No. No puede ser…

            ― ¡No le hagas daño! ―grité a pesar de lo que significaba que estuviese allí. El dragón se volvió un segundo y me miró con sus ojos amarillos―. Por favor… Antes quiero saber por qué. 

            El dragón se dio la vuelta y cogió a la mujer con sus garras mientras ella no paraba de chillar atemorizada. Sin embargo, no tardó en desmayarse. Voló hacia el exterior del pueblo y la dejó en el suelo a mis pies. Yo miré hacia atrás para ver la luz de unas antorchas acercarse a la puerta principal de mi pueblo.  Seguramente los pueblerinos habían sido avisados por el guardia. Y apostaba cualquier cosa que el dragón, mi dragón, sería el cabeza de turco de lo sucedido esa noche.

            Miré a Jordi a los ojos. Me había acercado el morro y acariciaba mi hombro con delicadeza, como queriendo darme la elección a mí de lo que hacer a continuación. El gesto me pareció tan tierno que no pude evitar sonreír mientras acariciaba su cabeza con una de mis manos.

            ― Tenemos que irnos ―dije con dulzura. Él me miró a los ojos preguntándome porque―. La gente del pueblo pensará que has sido tú. Y… ―Bajé la mirada avergonzada―. No quiero que te hagan daño.

            Él me miró intensamente con sus enormes ojos, luego se tumbó en el suelo y giró la cabeza señalándome su lomo con ella. Miré unos instantes a la mujer a mis pies.

            ― ¿Y ella? ―Movió la cabeza en una extraña señal de que no me preocupara. Confiando en él, me subí y me agarré con fuerza a uno de los cuernos que tenía por su cuerpo.

            Instantes después se incorporó y sujetó con delicadeza a Carlota con las garras. Los pueblerinos estaban cerca, y justo cuando empezaba a ver las antorchas llameantes, Jordi alzó el vuelo en dirección a su guarida. Me apoyé cerrando los ojos contra su lomo. Se sentía realmente bien y mi mente vagó recordando todo lo sucedido. Carlota había ido a la puerta esa noche. El guardia había dejado a los demás guardias fuera de combate, seguramente los había drogado. Y mi padre… mi padre seguramente estaría sin protección.

            Podía adivinar lo que habría ocurrido de no estar nosotros allí. Carlota habría avisado al guardia de que la ayudara a llevarse a mi padre. Como los guardias estaban dormidos ―o eso quería pensar yo―, habrían traspasado las puertas sin problemas. Mi padre habría muerto esa noche, o al día siguiente, a manos de la única mujer en la que había confiado desde la muerte de mamá. Mientras cavilaba en lo que podría haber sucedido, supe la razón por la que la puerta del castillo que daba a la habitación de mi padre había estado cerrada.

            ― ¿Sabes Jordi? ―dije con los ojos cerrados. Giró la cabeza un poco para que supiera que me escuchaba―. Ya sé por qué la puerta estaba cerrada con llave a pesar de haber un guardia custodiándola.  ―Él volvió a moverse para hacerme entender que quería que siguiera hablando. Con una mano acaricié sus escamas, extrañamente suaves y cálidas a pesar de tratarse de un ser de sangre fría―. No era para que fuera más seguro para mi padre. Era para que estuviera desprotegido y los guardias no pudieran acudir en su ayuda, y mi padre no pudiera salir para salvarse.

            Jordi volvió la cabeza al frente y batió sus alas con mayor decisión, haciéndome entender que había comprendido mis palabras y que estaba de acuerdo. Me sorprendió lo mucho que podía entenderle sin hacer falta palabras, como si estuviéramos conectados de algún modo. Casi podía escucharlo maldecir por lo bajo, o decirme que no me preocupara por nada. Apenas hacía un par de días que lo conocía, pero era como si llevara a mi lado toda mi vida. Como… como si me conociera desde siempre. Era una sensación extraña. Una especie de vínculo que no sabía cómo describir y que me asustaba. ¿Tendría él la misma sensación que yo?

            El viaje no era muy largo, pero tardamos lo suficiente como para que cerrara los ojos y me quedara dormida sobre su lomo. El aire frio de la noche no logró enfriar la calidez que sentía estando abrazada a él. Mientras dormía, dejé escapar unas lágrimas. Estaba feliz de que mi padre estuviera a salvo, pero me sentía traicionada. ¿Por qué había hecho algo así Carlota? ¿Qué tenía esa planta para sacrificar a toda esa gente? ¿Por qué estaba dispuesta incluso a sacrificar a mi padre o a mí? Yo, que había sido como su hija.

            La única razón por la que había impedido que Jordi no la hiriese era porque quería que respondiera a todas esas preguntas. Y en cuanto lo hiciese, tal vez sería yo misma quien la mataría.

****

            Los minutos pasaban y Carlota no parecía tener intención de despertar. Empezaba a impacientarme. Estaba furiosa, dolida… traicionada. Había confiado en ella, lo habría dado todo por esa mujer. ¿Cómo se atrevía a destruir toda esa confianza apareciendo en la puerta del castillo?

            Mientras daba vueltas por la guarida improvisada del dragón, Jordi se había mantenido prudentemente alejado de mí. Probablemente lo había hecho al percatarse de mi mirada asesina. O tal vez por el grito que le había dado al pedirle ―o más bien ordenarle―, que dejara a Carlota donde le viniera en gana.

            Decidí que el mejor lugar era la mesa, pero Jordi había pasado de mí y de mi mal humor y la depositó encima de la cama atándole las manos al respaldo para que no pudiera huir. Aunque sinceramente no lo veía posible, pues yo estaba delante dando vueltas de derecha a izquierda como un león enjaulado.

            ― Por más que sigas andando no va a despertar antes ―dijo Jordi con voz cansada y recostado de medio lado en una pared con los brazos cruzados.

            Aunque tenía una mirada divertida y una ceja alzada en una posición de lo más arrogante, trastabilló e incluso se asustó cuando le dirigí una mirada tan helada y afilada como una espada.

            No volvió a decir nada más.

            Una hora más tarde, Carlota comenzó a despertar dejando escapar pequeños quejidos. En cuanto me percaté de ello, corrí hacia ella y la zarandeé para que terminara de incorporarse.

            ― ¿Qué…? ―murmuró desorientada mientras miraba a todas partes. Finalmente, sus ojos se detuvieron en mí―. ¿Alex?

            ― Porqué lo has hecho. ―dije ignorando su voz dulce―. ¡Nos has traicionado, a mi padre, al pueblo… a mí! ¿Cómo has podido? ¡Confiaba en ti! ―Carlota abrió los ojos desmesuradamente e intentó moverse. Sin embargo, las ataduras de la cama no la dejaron y se dio un golpe en la cabeza al perder el equilibrio. No quise amedrentarme―. ¿Por qué? ¿Por qué lo has tenido que hacer? ¿Qué tiene esa maldita planta que te hace tanta falta? ¿Vale realmente la pena matar a tanta gente por ello?

            Apenas me había dado cuenta de que había alzado la voz, pero ahora estaba gritando. Carlota se pegó al cabezal de la cama y por su expresión bien podía tener delante al mismísimo dragón. Estaba realmente asustada.

            ― Tú no eres… no eres mi pequeña… ―murmuró.

 Di un golpe en la pared con impotencia y realmente enfadada.

            ― ¡No lo he sido jamás! En realidad todo era mentira, ¿no? ¡Ni siquiera me has querido nunca! ¡Habías estado dispuesta a matarme si no hubiese sido por el contratiempo de que… ¡Oh! ¡Sorpresa! ¡Pero si resulta que había otro dragón! ―Carlota se arrimó más a la pared―.  Y como a mí no has podido matarme... ¡Bueno! ¡Qué más da! ¡Tenemos a su padre! ―Al ver que seguía sin decir nada, la zarandeé de nuevo―. ¡Habla, maldita sea!  

            ― Yo… yo… ―dijo tartamudeando―. No… no… no me…me mates…

            La fulminé con la mirada.

            ― ¡Pues empieza a hablar! ¡Porque no saldrás de aquí hasta que me lo cuentes todo! ¡Y aun así no tengo muy claro si saldrás de una pieza!  ―la amenacé.

            De repente, una mano grande y firme se posó en mi hombro instándome a apartarme. Me giré con rabia y lo empujé guiada por la furia. Aun así, él no me soltó y me cogió con más firmeza.

            ― Relájate, Alexandra… ―murmuró.

            ― ¡No hasta que me diga por qué lo ha hecho! ¡Por qué pensaba matarnos! ―volví a gritar hacia Carlota. Esta me miró un segundo con los ojos teñidos de terror, luego a Jordi y cerró los ojos fuertemente mientras empezaba, dios, ¡mientras empezaba a rezar!

            Furiosa, me deshice de Jordi y volví a acercarme a ella para que dejara de decir tonterías.

            ― ¡No empieces con eso! ¡Es estúpido! ¡Sólo habla! ¡Contesta! ―Pero contra más gritaba más temblaba.

            El dragón me separó de nuevo, esta vez estaba serio y miraba a Carlota con un deje que parecía ser… ¿reconocimiento?

            ― Alexandra… Me parece…

            ― ¡Qué te parece! ¿Quieres interrogarla tú? ―Él me miró enarcando una ceja y luego volvió a ponerse serio.

            ― No creo que sirva de nada ―dijo con tranquilidad―. No ha sido ella.

            ― ¿Cómo?

            ― He visto mucha gente delante de dragones. Si ella estuviera matando gente para la planta, no se asustaría al verme. Ese ser… sabe que existo ―dijo seguro de sí mismo. Yo me quedé callada un instante, miré a Carlota un segundo y luego de nuevo a Jordi.

            ― Podría estar fingiendo, como lo ha estado haciendo todo este tiempo.

            ― Dudo que nadie pueda fingir tanto ―murmuró―. Se ha desmayado. Y ha dicho que tú no eras Alexandra. Debe pensar que eres el Dragón y quieres devorarla. ―Yo me reí con sarcasmo―. Si no crees eso, cree al menos esto que voy a decirte; Puedo oler el miedo a quilómetros. Lo sé porque pude oler el tuyo cuando estabas en la cueva, ¿recuerdas?  Es el olor del sudor frío e incontrolable. Es algo que no se puede fingir. Si te digo que esta mujer está aterrada, lo está.

            Me quedé mirándole unos segundos, luego volví a mirar a Carlota que seguía con los ojos cerrados y con el murmulló típico de una plegaria. Su pequeño cuerpo temblaba como nunca lo había hecho. Y unas visibles lágrimas habían empezado a gotear por su rostro. Miré de nuevo a Jordi y no pude evitar que me temblara el labio inferior.

            ― ¿Estas del todo seguro? ―pregunté con temor.

            Jordi se dirigió a Carlota y la sujetó con delicadeza por el brazo mientras ella soltaba un pequeño chillido. Instantes después relajó la posición.  Estaba usando lo mismo que había utilizado conmigo, la diferencia era que esta vez sólo tocaba su brazo.

            ― Tienes miedo ―murmuró. Ella asintió mientras abría los ojos poco a poco―. ¿Qué hacías en la puerta del castillo a esas horas de la noche? ―preguntó con una voz melodiosa.

Jordi estaba utilizando aquello que también había usado conmigo; la persuasión.

            ― Me man- man- mandaron que fue- fuera des-después de la cena para pe-pedirle al guardia que re-re-regresara al cas-castillo ―tartamudeó. Carlota no era tartamuda, pero cuando estaba nerviosa, hablaba con algún hombre o alguien a quien no conocía demasiado bien, el tartamudeo surgía inevitablemente.

            ― ¿Quién te dijo que hicieras eso? ―dijo Jordi con paciencia y sin prestar atención a su tartamudeo.

            ― El-el ge-ge-general Ricard ―Jordi se giró un segundo hacia mí.

            ― Es el general de la guardia real. Mi padre le da las órdenes, pero muchas veces es él quien toma las decisiones de sus hombres ―lo informé sin necesidad de que me preguntara.

            ― ¿Lo consultaste con el rey antes o decidiste creer en su palabra e ir? ―dijo con una calma que yo, definitivamente no sentía. Carlota negó con la cabeza nerviosa.

            ― Yo… yo siem-siempre hablo con su al-alteza para com-comprobar las or-ordenes ―dijo con claridad―. Pe- pero él no-no no quería ver-verme hoy. Y el ge-general me di-dijo que er-era algo ru-ru-rutinario.

            ― ¿Entonces, no sabes si fue realmente el rey quien ordenó el traslado? ― Carlota negó con la cabeza.

            Jordi la soltó y se dirigió a mí sin tener en cuenta a la mujer que se había vuelto a reducir a ovillo, tan asustada como antes.

            ― No… no puede, no puede ser cierto ―murmuré con la mirada perdida―. Porque si lo es, si es cierto. Significa que… ―Mi voz se apagó al instante.

            El dragón se alejó hacia la salida de la guarida mientras hacía aparecer sus alas. Por suerte, logré reaccionar a tiempo. Corrí hasta él y lo detuve sujetándolo por un brazo. Él se volvió con el rostro decidido.

            ― No. ―Yo entrecerré los ojos y me negué a soltarlo.

            ― Sí. Y no hay discusión posible.

            ― No puedo permitir que te ocurra nada. Si vamos allí, quedarás expuesta ―me contradijo con rudeza. Sin embargo, yo no estaba dispuesta a dar mi brazo a torcer.

            ― Es mi padre. No voy a abandonarlo.

            ― No vendrás ―me ordenó mientras intentaba zafarse de mí. No obstante, yo ya estaba aferrada a su cintura y no pensaba separarme de él. ¡Iba a llevarme quisiera o no!

            ― ¡Hicimos un trato! ¡Yo tenía que ayudarte!

            ― Ya has cumplido con tu parte del trato. Ya sé dónde ir y a quién amenazar. ¡Ahora puedes largarte y no volver nunca más! ―espetó con brusquedad. ¿Quería que me fuera? ¿Así sin más? ¿Después de lo que habíamos compartido?

            ― ¡Me llevarás contigo! ―exigí ignorando lo que sus palabras me habían hecho sentir. Él me miró un instante y luego se volvió intentando encontrar las palabras para persuadirme.

            ― ¿Quieres que te obligue? ―dijo amenazándome―. Sabes que puedo hacerlo. Puedes quedar inconsciente en un segundo.

            Me quedé helada un instante. Solo un instante, pues me negaba a rendirme. Era mi padre. Mi pueblo. Mi gente.

            ― Quiero hacerlo, Jordi… ―supliqué―. Sé… sé que no soy suficiente fuerte. Soy… soy una princesa mediocre y débil. Pero debo hacerlo. Tengo que salvar a mi padre. Quiero demostrar que puedo hacer algo más que casarme y tener hijos. Prefiero ser el caballero que la princesa en apuros. No hagas lo que todo el mundo ha hecho durante toda mi vida. No soy tan débil. 

            Jordi me miró asombrado. Sus ojos tenían un deje extraño cuando lo hizo. Parecía tener una lucha interna bastante severa. Finalmente, maldijo por lo bajo y me cogió en brazos sin previo aviso con resignación.

            ― Este, princesa, es el primer paso que hago para incumplir una promesa. Espero que valga realmente la pena.

            ― ¿Qué promesa? ―pregunté confundida. Él me miró unos instantes y esbozó una débil sonrisa a la vez que me apretaba más contra su cuerpo. Al ver que no iba a contestarme fruncí los labios con resignación y me sujeté con fuerza a su cuello―. ¿Se trata de otro algo que no puedo saber? 

            ― Paciencia, princesa, mucho me temo que todas tus preguntas van a quedar resueltas dentro de poco. Y mucho antes de lo que crees.

            Lo que no tuvo en cuenta fue que, además, se resolverían muchísimas otras preguntas que jamás habían sido formuladas.

            Y esas, esas amigos, serían las peores de todas.

***

Aunque volábamos a gran velocidad, para mí no era suficiente. Necesitaba llegar al castillo y comprobar que mi padre estaba bien. Por desgracia, al llegar allí los guardias estaban todos dormidos. Lo peor, sin embargo, fue que no encontraba a mi padre por ninguna parte, ni al general.

            ― La cueva de la planta ―dijo Jordi mientras me acunaba entre sus brazos haciendo que me relajara un poco. Empezaba a ser una necesidad ese poder suyo para calmar mis nervios. Aunque no tenía muy claro si los utilizaba o se trataba simplemente de su presencia.

            ― Mi, mi padre…

            ― Estará bien, ya lo verás.

            Alzó el vuelo de nuevo y llegamos a la cueva en un momento. Sus alas se plegaron y la oscuridad volvió a invadirnos como la primera vez que me encontré allí. No obstante, esta vez Jordi estaba a mi lado. Sujetó mi cintura con decisión y me dio un leve apretón.

            ― No te preocupes, princesa. No va a pasarte nada. ―Luego sonrió de medio lado―. No se atreverá con el mal carácter que tienes. ―Intenté sonreír ante su evidente broma para relajarme, pero apenas salió una pequeña mueca.

            Me concentré en la oscuridad de la cueva, dejándome guiar por Jordi. Mis pies avanzaban mientras mi mente gritaba ansiosa por llegar. Tenía miedo, pero estaba decidida. Sólo deseaba que mi padre estuviera vivo

            ― Debo admitir, princesa, que tienes agallas ―comentó Jordi en un murmullo―.  Nunca pensé que una princesa pudiera ser más valiente que muchos de los caballeros que han sido devorados por la planta.

            ― No es cuestión de ser valiente. Es cuestión de creer que vale la pena ignorar el miedo por aquello que quieres conseguir ―dije segura de mí misma. Aunque no veía a Jordi, supe que en esos momentos me estaba mirando.

            No dijo nada. No tenía claro si era porque no sabía qué decir o porque creía que no valía la pena contestar a eso. Tampoco sabía si lo que había dicho era correcto, pero creía en ello. El miedo era efímero, y si lo sientes no puedes hacer nada. El temor no me frenaba, me hacía fuerte.

            Pronto comencé a ver la luz al final del túnel como me ocurrió la primera vez. Esa luz que llegaba al centro del rosal. Jordi me sujetó con más fuerza, y cuando llegamos me quedé quieta ante la imagen que tenía delante. Jordi se puso tenso y en guardia, preparado para atacar en cualquier momento.

            El rosal envolvía a dos personas en el centro de la cueva. Las rosas abiertas rodeaban por detrás a las figuras y se movían lentamente.

            ― ¡Papá! ―grité desesperada al reconocer a una de las dos figuras. El otro era el general de la guardia real.

Uno frente al otro, parecían estar… ¿hablando? La mirada de mi padre se posó en mí confundido y con cierto temor.

            ― ¡Papá sal de ahí! ―grité asustada por la posibilidad de que pudiera tragárselo la planta. El general me miró también con confusión y alerta.

            Intenté ir hacia mi padre, pero Jordi me lo impidió. Sus ojos se habían vuelto amarillos y su piel estaba ligeramente entre el verde y el marrón. Mi padre miró la planta un segundo y luego se volvió hacia mí.

            ― Lo siento hija, no quería, no quería que vieras esto.

            Mis lágrimas empezaron a acumularse en mis ojos. Mi padre estaba a punto de ser devorado por la planta y no podía hacer nada, pues Jordi me impedía acercarme.

            Justo cuando la planta se movió dispuesta a devorarle, las zarzas punzantes del rosal envolvieron con firmeza y arrancaron la carne derramando toda la sangre del general de la guardia real.

Dejando a mi padre totalmente ileso.

-----

Bueeeeno! ¿Qué os parece? ¿Sorprendidos? XD Pues es solo el principio, porque hay muchas sorpresitas más ^^

¡¡¡Gracias por leer!!! :D

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro