Capítulo 10: Deseo
Debo decir que este capítulo contiene escenas sexuales detalladas. Quien no quiera leer que se abstenga de hacerlo. Lo he puesto en negrita para destacar ^^
No. De ninguna manera. No iba a aceptar que sospechara de la única mujer en la que confiaba. La mujer que me había criado como si fuese su hija. ¡No!
― De todos modos tendríamos que averiguar antes si ese guardia tiene algo que ver con las desapariciones. Dudo mucho que, de ser ella la culpable, vaya personalmente a llevarle las víctimas a la planta ―murmuró Jordi concentrado en el mapa mientras yo seguía aturdida por sus palabras―. No se me da muy bien volar de noche, pero tendremos que ir de todos modos. Si no nos damos prisa, tu padre desaparecerá y entonces tendremos que esperar dos o tres días má…
― No es ella. ―Él se giró al escuchar mi afirmación y enarcó una ceja.
― ¿Y eso lo sabes por qué…? ―preguntó mientras hacía un movimiento con la mano para que siguiera hablando.
― Porque la conozco de toda la vida. Carlota es tan dulce e inocente que jamás haría algo así. Ama a su pueblo ―la defendí.
Jordi me miró unos instantes y se dio la vuelta por completo, quedando de espaldas al paisaje. Se cruzó de brazos y apoyó todo su peso en una pierna.
― Nadie queda descartado, princesa. Todos son sospechosos mientras no se demuestre lo contrario.
Yo intenté decir algo, incluso abrí la boca para hablar, no obstante, no salió ningún sonido. Incapaz de seguir con la conversación, me di la vuelta y me acurruqué en una roca. No muy lejos de él, pero lo suficiente. Abracé mis piernas ordenando el bajo del vestido para que me tapara toda, y apoyé la barbilla en mis rodillas. Mi cabello cayó a lado y lado tapándome parcialmente la cara, pero no me importó. Cerré los ojos intentando relajarme y pensar con coherencia. Tenía que haber alguien más que se nos hubiera escapado. Alguien con quien no habíamos contado y que tenía acceso a mi padre.
Mi institutriz no era la única que entraba en el castillo y estaba con mi padre. También tenía acceso a sus aposentos su ayuda de cámara, y alguna que otra criada. Sin embargo, era cierto que sólo en Carlota confiaba lo suficiente como para fiarle sus tareas o pedirle apoyo. Aunque ahora que lo pensaba, Carlota siempre había sido muy influenciable. Tal vez alguien cercano al rey le hubiese dicho que estaba indispuesto y que le había mandado cambiar un guardia. Guardia que estaría aliado con dicho alguien.
Mientras seguía con mis cavilaciones con los ojos cerrados, pude sentir algo delante de mí. No. Algo no. Más bien alguien, a Jordi, al Dragón. Abrí los ojos decidida a echarle y decirle que me dejara pensar tranquila, pero al abrirlos estaba tan cerca y sus ojos me miraban con tal intensidad que no pude ni siquiera abrir la boca.
Una de sus manos rozó mi mejilla retirando mi pelo con tal delicadeza que cualquiera habría pensado que temía que pudiera romperme. Sus ojos se desplazaron al compás de su movimiento, dejando mi cabello detrás de mi oreja.
No podía apartar la mirada de su rostro. Estaba de cuclillas delante de mí, sin esfuerzo alguno. Sus ojos habían vuelto a convertirse en un lago tranquilo de oro. Eran preciosos. Sus labios se curvaron en una suave sonrisa mientras seguía mirando su mano acariciar con suavidad mi cabello. Y antes de que pudiera retirar la mirada, sus ojos se calvaron en los míos.
― Pareces una niña pequeña. ―Y con cuatro palabras destruyó la tranquilidad que había empezado a sentir.
Aparté la cabeza de mis rodillas y me quedé sentada y alejada de su mano. No obstante, él no se movió. Sólo dejó caer su mano apoyando el antebrazo en su rodilla en una posición de lo más natural.
― ¿Puedo preguntarte algo para que me respondas con sinceridad? ―dije desde esa posición. Él encaró una ceja, aunque no hizo intención de decir nada―. No tiene nada que ver con lo de antes. No te preocupes. Me ha quedado claro que no puedes contarme por qué diablos te quedaste aquí por mí.
Él sonrió de medio lado y me señaló con la cabeza para darme pie a la pregunta.
― Pero… ―dijo antes de que pudiera decir nada―. Cuidado con lo que preguntas. Puede que no quieras saber la respuesta. ―Entrecerré los ojos con suspicacia y aferré mis rodillas con los brazos para aplastarlas contra mi pecho.
― Sí quiero saberlo. ― Sin embrago, no era cierto. No sabía si quería. No lo sabía. De todos modos, necesitaba saberlo―. ¿Por qué me besaste? ―Al ver su rostro irónico intenté explicarme―. Me refiero a que si lo hiciste porque podían descubrirnos. Porque encontraste interesante mi reacción o querías comprobar cómo iba a responder. Porque te gusta jugar conmigo o si realmente lo hiciste y dices que volverás a hacerlo porque lo deseas.
Su sonrisa se amplió por unos segundos, y sus ojos chispearon con un sentimiento que no supe identificar. Luego se dejó caer hacia atrás quedando sentado con los pies apoyados en el suelo y los antebrazos recostados en las rodillas flexionadas.
― Creo… que un poco de todo. ―Alcé una ceja ante su respuesta. ¿Por qué siempre tenía que responder con evasivas? No podía haberme besado por todos esos motivos ¿o sí? Luego se aclaró la garganta y, por primera vez, me dio una explicación―. Verás, princesa. Puedo afirmar que mi primer impulso era callarte para que no nos descubrieran. No me habría gustado comprobar qué pasaría si nos hubieran visto en esa… situación. También puedo decir que sentía y siento curiosidad por todas tus reacciones cuando me acerco a ti y besarte seguramente sería muchísimo más interesante. Además, jugar contigo me encanta y al besarte….Bueno, puedo decir sin equivocarme que me han entrado ganas de repetirlo. Y sí. Lo deseo.
No tenía ni idea de que cara debía estar poniendo en esos instantes, pero estaba segura de que sería algo así como; boca abierta, ojos extremadamente dilatados y cejas alzadas. ¿Cómo era capaz de decirlo todo y a la vez nada? ¿Cómo se lo hacía para decir la verdad de un modo tan sutil que hacía que no supiera exactamente si lo decía en serio o seguía jugando conmigo?
En un movimiento de lo más inesperado, apoyó su mano en mi barbilla y me instó a cerrar la boca. Sí, la boca la había dejado abierta. Nerviosa por su inesperada cercanía, aparté su mano, dejé de abrazar mis rodillas, y me dispuse a ponerme en pie.
No sé si lo hizo expresamente o si quería seguir molestándome, pero él pareció tener la misma idea que yo y se alzó cuan alto era. Tan cerca de mí que cuando alcé la cabeza para verle estaba a apenas centímetros de mi rostro. Su cuerpo pegado al mío irradiaba un calor agradable, e inconscientemente me acerqué más a él para sentir de nuevo esa calidez. Apenas fue perceptible, pero su cuerpo se tensó y sus manos aferraron mis hombros con suavidad impidiendo que me apartara.
― ¿Y ahora? ―dije con apenas voz.
¿Qué? ¿Qué estás diciendo? Gritó mi fuero interno.
― ¿Y ahora qué de qué? ―preguntó él sin apartar la mirada de la mía.
― ¿Qué si ahora lo deseas?
Al principio pareció sorprendido. Luego, de nuevo apareció ese brillo de deseo que había visto antes en sus ojos. Y finalmente, se apartó. No demasiado, pero sí dejó de tocarme. Yo me extrañé ante su reacción. ¿Por qué se había apartado? El dragón que yo conocía jamás habría desaprovechado una oportunidad así para aprovecharse de mí y tomarme el pelo.
― Lo he vuelto a hacer, ¿no? ―dijo ¿avergonzado?
― ¿El qué?
― Obligarte a decir lo que pensabas. ―Luego se giró un poco y dejó de mirarme―. Odio no poder saber cuándo haces las cosas porque quieres y no porque te obligo a hacerlas. Aunque en el fondo lo desees, no pienso obligarte. Supongo que lo de que me encanta jugar contigo es hasta cierto punto.
Y realmente no sé de donde salió ese impulso, ni si fueron sólo sus palabras las que lo provocaron, pero con una decisión con la que no sabía que contaba, me acerqué a él en dos zancadas, lo obligué a volver el rostro hacia mí y lo besé en los labios con todo el deseo que había contenido. Sus ojos se abrieron por la sorpresa, pero apenas tardó unos segundos en cogerme por la cintura y apretarme contra su cuerpo como si lo necesitara. Mis manos recorrieron su pecho desnudo para luego posarse en su nuca y atraerlo más hacia mí.
Sentí sus manos recorriendo mi espalda con suavidad pero con decisión. Explorando lentamente mi cuerpo haciéndome sentir mil emociones. Rodeé su cuello con los brazos y me apreté a él tanto que bien podría haber dejado de respirar y no lo habría notado.
Sus labios recorrieron mi boca en busca de mi lengua, nunca me habían besado de ese modo. Bueno, en realidad, nunca me habían besado antes. Sólo él. Y por supuesto, nunca había sentido el evidente deseo de un hombre clavándose en mis caderas. Ni sabía entonces que eso pudiera ser de ese modo, por lo que el susto que me llevé no fue pequeño.
Di un respingo haciendo que el beso se rompiera unos segundos. Él me miró con esa sonrisa suya de medio lado, esa que me volvía loca, y no pude evitar volver a besarle sin importar nada más. Sin embargo, eso que había notada volvió a clavarse en mi cadera con más intensidad y esta vez no pude resistirme a bajar la mirada con curiosidad.
― ¿Qué…?
― Te dije que te deseaba ―dijo con la voz ronca.
― Ya… pero me estás clavando algo en la cadera ―lo informé. Él sonrió con suficiencia.
― Ya ―murmuró orgulloso. ¿Por qué estaba orgulloso?
― ¿Ya? ―cuestioné extrañada―. Me está apretando mucho. ¿Podrías sacar eso de ahí? ―Él alzó una ceja para luego abrir los ojos extremadamente y reírse. Sí. Reírse.
― No hablas en serio. ¿Quieres que… saque… eso? ―dijo con una sonrisa de lo más descarada. Confundida fruncí el ceño.
― ¿Por qué te hace tanta gracia? ―Él me miró unos instantes y borró su sonrisa.
― Espera… lo dices en serio, ¿verdad? ―No me moví―. ¡No puedes ser tan inocente!
― ¿Inocente? A que… ―Pero mi frase quedó inconclusa cuando, con su mano, guió la mía hasta aquello que se clavaba en mis caderas.
― Me refiero a esto ―susurró cerca de mi oído.
Al notar qué era exactamente esto, no pude hacer otra cosa que ponerme totalmente roja. Sus labios recorrieron mi cuello mientras yo seguía con la mano atrapada entre nuestros cuerpos. Sí. Eso, estaba realmente duro. Y yo no podía estar más avergonzada. Retiré la mano con rapidez.
― Siento curiosidad. ¿Qué creías que era? ―inquirió mirándome a los ojos. Yo me negué a mirarle―. No tienes por qué avergonzarte ―dijo apoyando su rostro en mi mejilla―. Pero si lo deseas, me apartaré de ti y dejaré… de clavarte nada.
Lo pensé un segundo. Juro que lo pensé seriamente. Sin embargo, aquello seguía firme en mis caderas, su piel seguía abrasándome y yo seguía deseándole. Además, sorprendentemente, aquello que se presionaba contra mi cuerpo, no me molestaba. No como habría imaginado.
Lo examiné por unos instantes, mirándolo directamente a los ojos, y supe que debía apartarme. Alejarme de él y no volver a cometer la locura de besarle. Pero al parecer mi cuerpo y mi mente habían tomado caminos distintos, porque mientras mi consciencia me gritaba que me apartara, mis labios volvieron a besarle y mi cuerpo se aferró a él.
―Gracias a Dios ―murmuró con voz ronca sobre mis labios. Yo no pude contener una pequeña sonrisa, que fue borrada al instante por su abrasador beso.
Con una mano en mi espalda y la otra en mi muslo, alzó mi cuerpo provocando que yo alzara las piernas para enroscarlas en sus caderas. Por desgracia, el movimiento fue bastante ridículo. El vestido se había interpuesto en mi trayectoria y logró desequilibrarme. Jordi reaccionó al momento y me sujetó las caderas con cuidado para que no me cayera. Miró hacia abajo el maldito vestido, y sin contemplaciones le hizo un buen corte a lado y lado de mis piernas. Eso me daba bastante movilidad, sin duda.
― Empiezo a odiar los vestidos ―murmuró con fingido enfado―. Es la segunda vez que se interponen en mi camino.
Quise protestar por haber roto el vestido y por su absurdo comentario, pero estaba tan excitada y el vestido tan destrozado, que sólo atiné a volver a besarle. Esta vez con más suerte, enrosqué las piernas alrededor de sus caderas aferrándome con fuerza. Sentir aquello que había presionado mi cadera en mi entrepierna fue la sensación más deliciosa que jamás había experimentado.
¿Qué estás haciendo? Me exigía mi conciencia. ¿Realmente quieres hacer esto? ¿Con él? ¿Con… un dragón? Clamaba mi fuero interno. Mientras me cogía con firmeza y besaba mis labios, supe cuál era la respuesta a todas esas preguntas.
¡Sí! ¡Dios mío, sí! Lo deseaba. Nunca había sentido tantas ganas de besar a alguien. Ni siquiera me había sentido atraída nunca por ningún hombre. Era cierto que conocía a muchos jóvenes en el pueblo que eran realmente atractivos, y algunos de los pretendientes que mi padre había invitado para que pudiera empezar a elegir marido… bueno, no eran feos. Sin embargo, ninguno me había atraído lo más mínimo. No había ese ansia. Ni ese vértigo cuando estaba cerca.
Sólo Jordi despertaba ese ardor en mi interior. Sólo él había logrado despertar mi interés y hacer que perdiera la cordura y el sentido común. Únicamente un dragón.
― Debo deducir que eres virgen, ¿no? ―preguntó con la voz entrecortada. Yo me aparté unos centímetros y lo miré a los ojos.
― Creo… que habría sabido qué era aquello que presionaba mi cadera de no serlo, ¿no crees? ―Él rió contra mis labios y los besó de nuevo haciéndolos vibrar.
― Aprendes rápido, princesa.
No recuerdo muy bien en qué momento fue, pero terminé tirada en el suelo con él encima. Sus labios recorrían mi cuerpo y empezaba a desnudarme, haciendo que temblara tanto de frio como de emoción. Jordi hizo aparecer sus enormes alas y nos cubrió con ellas al notar mi temblor. Sonreí.
― Muy útil ―murmuré mientras seguía besándome.
Mi vestido terminó inservible. Luego me preocuparía con qué vestirme. Por ahora, de lo único que podía ser consciente era de sus manos y sus labios contra mi piel.
Un poco insegura, empecé a explorarle del mismo modo, intentando imitar sus movimientos. Pronto me embargó la curiosidad por lo que había sentido antes y mis manos se toparon con aquello que se había clavado tan descaradamente contra mis caderas. Al instante pude notar que se tensaba. Bajé sus pantalones poco a poco hasta liberarle, y con curiosidad comencé a tantear desde la punta hasta la base. Sus labios dejaron de besarme unos instantes y pude escuchar un ronco gruñido que para nada se parecía a ningún sonido humano imaginable.
Abrí los ojos de par en par al descubrir el enorme tamaño de lo que tenía en mis manos. ¿Realmente eran tan así?
Al ver mis ojos, sus labios se curvaron en esa dichosa sonrisa suya.
― ¿Curiosidad? ―preguntó sin apenas voz. Yo miré hacia abajo, entre nuestros cuerpos, y luego volví a encararle.
― ¿Siempre son tan grandes? ―pregunté dudosa. Él me miró unos instantes y luego se echó a reír. ¡Menudo momento para reírse de mí!―. No tiene gracia.
― Sí, sí la tiene ―dijo cerca de mis labios―. Eres tan inocente y a la vez tan atrevida. Nunca sé qué esperar de ti. Me vuelves loco.
Volvió a besarme. Su beso arrancó un gemido desde mi garganta y sus caricias empezaron a obligarme ―más o menos― a levantar las rodillas y abrir más las piernas para facilitarle el trabajo.
― Todavía ―dije en un murmullo―, no has contestado a mi pregunta.
Él volvió a reír contra mis labios y siguió explorándome con las manos, hasta que llegó a un punto que no esperaba. Un punto que me hizo gritar.
― No. No suelen ser así, pero yo soy un dragón. Al menos la mitad de él ―dijo mientras incrementaba el ritmo y empezaba a no ser consciente de lo que él me estaba diciendo. ¿Le había acaso preguntado algo? ―. Si realmente quieres esto. ―Y para reafirmar ese “esto” introdujo un dedo en mi interior sorprendiéndome por completo―, tengo que prepararte bien, no quiero hacerte daño.
― Sólo, sólo me harás daño si te apartas de mí. ―Después de esas palabras apenas pude pensar en nada.
Cada vez más rápido, cada vez más intenso. Y de repente, paro. Le dediqué una mirada suplicante y a la vez confusa, pero sus ojos destellaban de deseo y tenía una sonrisa juguetona en los labios.
― ¿Por qué...?
― Sh… No voy a dejarte así, no te preocupes. ―Pero se contradijo alejándose de mí.
Bueno, al menos de encima de mí, pues bajó por mi cuerpo besando cada parte de él. Mis pechos estaban adoloridos por sus caricias, anhelando más de él. Depositó pequeños besos en mi estómago, luego en mis caderas y finalmente…
― Oh, dios ―dije sin poder evitarlo―. ¿Qué…? No vas a…
¡Oh, sí! Sí iba a hacerlo.
Su lengua sustituyó sus dedos y empezó a moverla en círculos mientras con sus alas cubría mi cuerpo del frío. Aunque yo no tenía frío a pesar de seguir temblando. Estaba demasiado ocupada con todas las sensaciones que esa lengua estaba despertando en mí. Una oleada de placer que subía desde mi entrepierna hasta la parte baja de mi estómago. Provocando que mis piernas parecieran un par de flanes.
Y, de repente, no pude más. Escapó un desesperado grito de mis labios mientras me abandonaba a la sensación más sublime y placentera que jamás habría sido capaz de imaginar. Su lengua se demoró un poco más mientras terminaba de estremecerme de los restos de lo que supuse, habría sido aquello a lo que llamaban orgasmo.
Jordi subió de nuevo por mi cuerpo y me miró a los ojos. Ante tal visión lo cogí de la nuca y lo acerqué a mí para saborearle. Sabía extraño, sabía… no lo sé, pero no era desagradable. Busqué aquello hinchado y palpitante que se volvía a presionar contra mis caderas y lo toqué con la mano intentando comunicarle lo mucho que me había gustado con gestos. Pero me la apartó al instante.
― ¿Te he hecho daño? ―pregunté preocupada. Él negó con la cabeza.
― No, princesa… pero si me tocas aunque sea un poco… creo que no voy a ser capaz de soportarlo. ―Al ver mis ojos confusos, se acercó a mi oído como si quisiera decirme un secreto―. No quiero estropearlo. Quiero estar dentro de ti. Lo deseo con cada fibra de mi ser. Y no estoy jugando. Sólo necesito una palabra, Alexandra, sólo una. Si tú también lo deseas, claro… ¿Quieres…
Pero no pudo seguir hablando, callé sus argumentos tan deprisa como había empezado a hablar. Mis labios recorrieron los suyos con un atrevimiento que no creía que tuviera. Seguramente, después me avergonzaría de mí misma. Por ahora, sólo era capaz de besarle.
― Te quiero dentro, ahora ―le medio ordené contra sus labios.
Él sonrió y me elevó un poco del suelo cubriéndome con sus alas la espalda. Quedé en una posición bastante cómoda, vale decir. Luego, se apoyó contra mí y cubrió mis labios con los suyos.
Lo que vino después, podría describirse como poco agradable. Me dolió un poco. Por suerte, su decisión y la posición en la que estaba, con las piernas más elevadas, logró que entrara en mí con facilidad. Me quedé quieta unos instantes, del mismo modo que él.
― Sh… ya ha pasado ―me dijo con dulzura en mi oído―. Tienes que dejar que me mueva, princesa. ―Entonces me di cuenta de que estaba apretando las piernas a su alrededor y estaba contrayendo la pelvis.
Me obligué a relajar las piernas y a comprobar que era cierto. Que ya no me dolía. Aunque la sensación no parecía ser mucho mejor. Él sonrió al ver mi cara, y con dulzura besó mi frente e interpuso una mano entre ambos para volver a tocar aquella parte de mí que antes me había hecho gritar.
Y eso… sumado a las envestidas, provocaron un ritmo frenético que llegó a volverme loca. Lo escuché gruñir de placer junto a mi oído, y yo me abandoné a la sensación hasta que volví a sentir en mí ese incremento de placer que me hizo estallar. Esta vez al mismo tiempo que él.
Su cuerpo se quedó en tensión mientras seguía convulsionándose dentro de mí, y una sonrisa apareció en mis labios cuando quedé tendida sobre sus alas, completamente exhausta. No deseaba apartarme. No quería separarme de su cuerpo. Sólo de pensarlo un dolor profundo recorría mis entrañas.
Con un movimiento fluido, dio la vuelta sobre sí mismo y me dejó encima de él, sin dejar de cubrir mi cuerpo del frío.
― No lo dije en serio ―murmuré contra su pecho. Él no se movió.
― ¿El qué?
― Lo de que la sacaras de ahí… ―dije con una dulce sonrisa antes de dormirme―. Definitivamente, la prefiero dentro.
Mientras me quedaba completamente dormida sobre su pecho, pude escuchar su risa y un suave beso sobre mi cabeza.
No sabía si me iba a arrepentir luego, pero por ahora estaba feliz.
Sin duda.
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