Once: 十一 (shíyī )
第十一章: Dì shíyī zhāng
Capítulo once.
«Las leyes del cielo son tan claras como el agua. Una concubina siempre será la sirvienta de la esposa principal. El hijo de una concubina será el sirviente del hijo de la esposa principal.»
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El agua caliente abrazó su cuerpo lentamente al sumergirse en la bañera. Min Yunqi se sentó en la superficie tibia de granito hasta que el agua le cubrió por encima del pecho. Shen Sulan y otras dos doncellas más comenzaron a frotar gentilmente sus brazos y espalda con un paño suave y esponjoso. El vapor dentro del baño era fragante y de tonos florales, impregnando deliciosamente su piel blanca. Las sales aromáticas de jazmín y cerezo diluidas en el agua habían sido uno de los tantos regalos del Príncipe Heredero Jin Xizhen y mismas que su madre había insistido en que usase para demostrar su agrado por aquel durante su primer encuentro a la mañana siguiente.
Un agrado que ni siquiera sabía si sentía o no para empezar.
Su doncella Sulan, cuando terminó de limpiar su espalda y pecho plano, comenzó a cepillar sus largos cabellos con agua de sabila perfumada con pétalos de cerezo blanco. Mientras ella se encargaba de su pelo, Min Yunqi siguió pensando en las palabras que su madre le había dicho aquella misma tarde y no podía dejar de repetirlas una y otra vez con cierto ánimo deprimido.
«¿Cómo supiste que querías casarte con mi padre? ¿Qué te hizo elegirlo?» le había preguntado con la esperanza de que ella pudiera transmitirle un atisbo de sabiduría. En cambio había obtenido una respuesta bastante alejada de lo que esperó en algún momento. «Nací en la cuna de una familia noble, Yunqi. Liyue y yo fuimos criadas para ser la esposa o concubina de otro noble, en el mejor de los casos de un príncipe.» le había dicho ella. «El Clan Zhou se especializa en proveer emperatrices y señoras imperiales. Cuando tu padre se postuló como mi pretendiente y también pretendiente de otras muchas mujeres, ¿Quién de nosotras no lo habría elegido, sabiendo que era uno de los hijos favoritos del Emperador Difunto?».
«Eso quiere decir que no te casaste porque lo amaras».
«Me casé por amor a mi clan, a nuestros ancestros, Yunqi» había respondido Zhou Xiyue con una sonrisa cálida y gentil. «Después, ya casada, cuando conseguí el honor y la gloria para el clan Zhou, me permití enamorarme de Min Shanhe, mi esposo hasta la muerte».
Min Yunqi suspiró con desánimo. Por los siguientes días estaría conociendo a todos y cada uno de los hombres que pretendían desposarlo y él ni siquiera estaba tan solo un poco cerca de averiguar qué cosa debía buscar en ellos para tomar una decisión. Como había entendido, entre mayor honor ostentara alguno de ellos mejor era para él.
Basándose en ello era obvio que Jin Xizhen debía ser su elección, pues como príncipe heredero, su futuro era convertirse en Rey de Jin. Y sin duda, por transitividad, si Yunqi lo elegía él sería Rey Consorte de un continente extranjero, lo que por supuesto supondría la mayor de las glorias para el Clan Zhou y Min.
Por algún motivo pensar en ello lo deprimió más.
—Su cabello se ha vuelto gris blanco, mi señor —dijo Sulan a sus espaldas.
Min Yunqi parpadeó, regresando a la realidad. Se encogió de hombros y se disculpó por ello aunque no era necesario hacerlo. Shen Sulan no perdió tiempo y silenciosamente le ordenó a las otras dos doncellas retirarse. Yunqi no lo dijo en voz alta pero agradeció bastante el gesto. Apenas las dos chiquillas abandonaron el baño y cerraron las cortinas detras de ellas, Yunqi se dejó resbalar hasta que el agua le cubrió por encima de los labios.
Sulan se acercó a él y lo miró con seriedad y dulzura en su ojos. Yunqi frunció los labios y le devolvió la mirada.
—¿Sigue preocupado? —preguntó la dragona.
Yunqi asintió agitando el agua al hacerlo. Shen Sulan lo imitó y miró hacia ningún lugar en concreto. Pareció pensar en algo y después de mucho rato finalmente volvió a hablar.
—Mi señor, usted no tiene de que estar preocupado, siempre estaré ahí para ayudarlo.
Min Yunqi se incorporó de nueva cuenta dejando sus hombros al descubierto.
—¿Y si no soy capaz de elegir correctamente, Sulan? —preguntó.
—Todos son Príncipes ó hijos de Ministros influyentes, cualquiera que elija será bueno para usted y su familia, sin dudas.
—¿Y si no le agrado a ninguno de ellos? O aún peor ¿Si ninguno es de mi agrado?
—Es imposible que eso suceda, mi señor —dijo ella aún sonriendo—. Para esto es el cortejo, para que ustedes se conozcan mejor.
Sí, en eso ella estaba en lo correcto no obstante Min Yunqi no dejo de sentirse intranquilo por el resto del baño. Prefirió no hablar más al respecto y cuando el agua comenzó a enfriarse decidió que era momento de vestirse e ir a la cama.
Su doncella llamó de regreso a las otras asistentes y juntas se dispusieron a secarlo y vestirlo. Yunqi se apoyó de las manos de sus dos doncellas y con cuidado salió del agua. Sulan estaba por terminar de secarlo cuando algo les hizo bajar la mirada. Fue en ese momento que se encontró con una pequeña gota roja en el suelo, justo entre sus dos pies y pronto todos notaron el hilo de sangre que corría por entre sus piernas.
Aquella imagen le hizo recordar las palabras de la institutriz Zhang:
«La jingqi es la prueba irrefutable de que al igual que las mujeres (ustedes) tienen la capacidad de engendrar [...] siempre que sangren existe la posibilidad... »
Min Yunqi no perdió tiempo y de nuevo miró a Shen Sulan al decirle:
—De ahora en adelante recuerda ser más precisa al llevar la cuenta de mis días con y sin sangrado.
La muchacha inmediatamente asintió empezando a envolverlo con otra toalla seca.
—Por supuesto, mi señor —respondió ella inclinando la cabeza y resguardandolo del aire frío.
La dragona de agua mandó a una de las doncellas por varios paños menstruales mientras ella y la otra chica comenzaban a vestirlo. Un poco después de ello Min Yunqi ya estaba acomodándose sobre su suave cama mientras sus doncellas lo arropaban. Shen Sulan le sonrió antes de cerrar las cortinas que separaban su lecho del resto de la habitación.
En silencio Min Yunqi siguió las siluetas femeninas al mismo tiempo que estas iban apagando las velas de su dormitorio. La penumbra de la noche le invitó a cerrar los ojos no obstante no logró dormirse tan rápido como estaba acostumbrado.
En lugar de caer dormido Min Yunqi empezó a darle vueltas a su discusión con Zheng Haoxi aquella mañana. Su amigo no había tenido la intención de ser cruel con él. Eso ya lo sabía, sin embargo realmente, de una forma poco usual, le había lastimado con sus palabras, sembrando en su mente la semilla de la intriga. Min Yunqi amaba a Jin Nanjun desde mucho antes de ser consciente de ello y aunque no quería aceptarlo, algunas veces imaginó, tontamente claro estaba, que este tenía sentimientos similares por él.
Quizá fue por ello que en realidad sí se decepcionó cuando su Madre Imperial y Madres le dieron el pequeño pergamino con la lista de todos sus pretendientes y no vio el nombre de Jin Nanjun escrito allí. Porque creyó que aunque Jin Nanjun seguía lejos, esté pensaba en él de la misma manera en que él lo pensaba día y noche, extrañandolo. Y eso había sido muy tonto de su parte pues ¿Por qué motivo Jin Nanjun se habria enamorado de él en primer lugar, si tan solo eran maestro y alumno?.
¿Tal vez no lo considero una opción porque ya estaba enamorado de alguna noble o doncella suya? Tendría sentido que su corazón ya estuviera ocupado por alguien pues Yunqi imagino que incluso para Jin Nanjun supondría alguna clase de beneficio el casarse con él. Después de todo, todos esos hombres querían algo de él. Yunqi no era tonto, sabia que quien se casara con él se estaria casando con la familia del Emperador. Lo que sin duda traería para aquel hombre que tuviera su mano poder, riqueza y estatus.
¿Jin Nanjun no deseaba nada de eso? Min Yunqi concluyó que era así y que su maestro no lo deseaba ni lo necesitaba. Sorpresivamente eso lo hizo sentirse sumamente despreciado. Despreciado y herido. Lo suficiente como para lograr que las lágrimas rodaran por su frío rostro, llorando hasta que finalmente cayó dormido.
...
El eunuco personal de Jin Xizhen, Xú Quánzi, lo despertó recién los relojes anunciaron la segunda hora. Cuando abrió los ojos su sirviente ya lo estaba esperando con la cabeza agachada, hincado justo al lado de la cama donde aguardaba con sus zapatos en ambas manos.
Xizhen se dejó calzar y al levantarse fue saludado por un par de doncellas de la mansión junto a dos eunucos más. Tanto mujeres como hombres se ocuparon de vestirlo, peinarlo y arreglarlo meticulosamente de acuerdo a sus ordenes. La ropa que había traído consigo había sido confeccionada y seleccionada especialmente para ese y los días siguientes. Él estaba seguro que nadie podría competir con él más su madre se había mostrado en desacuerdo. La Reina Pei insistió en que los regalos no serían suficiente para ganarse el favor del Noveno Príncipe y por tanto era necesario impresionarlo con su porte. Claro estaba pues que debía vestir acorde a su estatus de Príncipe Heredero y destacarse de entre todos los demás hombres. Xizhen quiso complacer a su madre y dejó que ella hiciera los preparativos pertinentes.
Una vez listo y satisfecho de su propia imagen en el espejo, abandonó su habitación y caminó directamente al comedor principal de la mansión con Xú Quánzi siguiendo sus pasos. Su tercer hermano y Jin Nanjun al verlo se levantaron e hicieron media reverencia para saludarlo. Xizhen les sonrió a medias y tomó asiento. Ellos lo imitaron.
—Hoy nuestro Primer Hermano luce particularmente bien —dijo Jin Taiheng con animosidad mientras las doncellas y eunucos servían la comida en sus platos—. Me preocupa que después de ti ningún otro tengamos oportunidad con el noveno príncipe.
—El primero o el último son los que tienen más oportunidad sin duda —respondió observando de reojo a la bella jovencita que les servía el té a todos ellos—. Para nuestra buena fortuna esos somos nosotros.
Su hermano sonrió una vez más y aceptó sus palabras. Jin Nanjun en cambio permaneció callado. Había una tensión particular en el aire y eso le hizo sentirse complacido. Siempre había disfrutado de la miseria de su hermano.
A medio desayuno fue que retomo la palabra y con ello sus intenciones.
—Dime, Nanjun—dio un sorbo de té— Aparte de todos los talentos y virtudes del noveno príncipe, qué otras cosas más hay que deba saber.
—¿Qué le gustaría averiguar?
Eso fue justo lo que esperaba escuchar y no perdió oportunidad.
—¿Es realmente tan hermoso como se cuenta?
Sus dos hermanos se tensaron inmediatamente y no fueron los únicos en tener una reacción similar, incluso las doncellas y eunucos se miraron entre sí. Jin Xizhen los ignoró por completo. Nanjun lo miró fijamente y él le sonrió sin preocupación, aguardando por su respuesta.
—Creo que el Primer hermano se ha olvidado que a excepción de la Emperatriz, Sus Altezas Imperiales las Señoras y Princesas, no pueden ser vistas por nadie más que por la familia imperial y los sirvientes dentro del palacio. La misma regla se aplica para su alteza imperial el Príncipe Min Yunqi.
—Oh, entiendo. Supuse que siendo su maestro estarías exento. Después de todo le enseñas las artes de la transformación.
—Descubrirás que se las han ingeniado bastante bien para arreglar ese pequeño inconveniente.
La mirada de Nanjun fue casi orgullosa, como si estuviera satisfecho de saber algo que él desconocía. Xizhen respiro con tranquilidad e inflando el pecho dijo:
—En ese caso estoy impaciente —sonrió mientras sus pensamientos iban más rápido de lo que podía controlar— Igualmente confieso que mi primer encuentro me tiene un tanto nervioso.
Ambos sabían a dónde se dirigía la situación.
—No hay porqué estarlo —dijo Nanjun con falsa serenidad—. El noveno príncipe es un joven bastante animado y agradable.
—Es bueno escuchar eso pero quizás, ya que ustedes se conocen bien, nos puedas acompañar en este primer encuentro.
Una vez más Taiheng y Nanjun se miraron rápidamente entre sí. Una complicidad de la que XIzhen siempre fue consciente. Vio las intenciones del segundo para negarse más no le dio tiempo ni oportunidad.
—No eres un pretendiente y realmente espero que mi segundo hermano pueda darme su apoyo.
Jin Nanjun sin duda deseaba negarse, él lo sabía pero no pudo porque simplemente respetaba mucho las reglas como para siquiera intentarlo. Al final, con los labios apretados, su segundo hermano aceptó hacer de acompañante.
Pobre hombre, Xizhen sintió lástima por él, si tan solo hubiera nacido de una noble tal vez habría tenido una oportunidad de desposar a su amado pupilo. Mala suerte para este que haya venido desde el vientre sucio de una prostituta real. Por mucho que se esforzara jamás se podría comparar con él, un príncipe legítimo.
Acabado el desayuno un Eunuco y una Gege mayores aparecieron en la estancia. Ambos sirvientes eran asistentes personales de la Emperatriz Wanye y serían ellos quienes se encargarian de todos los asuntos del cortejo de acuerdo al protocolo. Pronto él y sus sirvientes ya estaban de camino al Jardín Oeste del palacio, con Jin Nanjun siguiéndoles detrás. Siempre detrás, tal como un siervo.
Sabiéndose seguro de ello encuadro sus hombros y caminó con aire orgulloso todo el trayecto. Su mirada no se dejó distraer de su objetivo e ignoró toda esa belleza que el Gran Palacio de Hielo tenía para ofrecer. Ni siquiera las flores cubiertas por la fina capa de nieve matutina fueron lo suficientemente dignas de su atención.
La situación fue distinta cuando ante su mirada indiferente se levantaron lenta y delicada una muralla de cortinas danzantes. Por supuesto, era aquello a lo que Jin Nanjun se había referido. Con rapidez entendió el funcionamiento de aquellas telas encantadas cuando la figura de un hombre apareció difusa frente a él.
—Alteza, este es el primero de sus pretendientes —habló la doncella de la emperatriz—. El Príncipe Heredero Jin Xizhen.
Jin Xizhen hizo una reverencia sonriendo suavemente, pues sospechó que aunque él no pudiera ver al príncipe este seguramente si podía hacerlo.
—Me complace en desmedida poder conocerlo finalmente —dijo.
—La alegría es mía, Príncipe Xizhen —respondió la voz de un hombre.
Xizhen se rió de sí mismo por haberse dejado sorprender. Por supuesto que sería la voz de un joven, era obvio. Sin embargo, si debía ser sincero, los hombres de belleza con los que había estado alguna vez siempre solían suavizar sus voces. Min Yunqi en cambio pareció no estar interesado en imitar tal práctica. Tan natural.
Sin duda un comportamiento digno de un príncipe y por supuesto de un primer esposo. Xizhen sonrió gustoso antes de continuar su charla.
—¿Le gustaría a Su Alteza Imperial caminar conmigo?
—Por supuesto —respondió Min Yunqi al otro lado de la cortina.
Sin embargo, antes de dar un paso, el Noveno Príncipe señaló la evidente presencia de Jin Nanjun.
—Dado que mi Segundo Hermano y usted se conocen con anterioridad pensé que su compañía podría amenizar nuestro encuentro —explicó él—. No obstante si usted no se siente cómodo puedo pedirle que se retire.
—En lo absoluto, no me molesta—respondió Min Yunqi al voltear hacia su maestro—. ¿Usted está de acuerdo en seguirnos, alteza?
—Por supuesto —dijo Nanjun desde donde esperaba—. Si puedo ser de ayuda para que mi hermano y usted se conozcan me sentiré satisfecho.
Qué divertido, Xizhen nunca pensó que Nanjun pudiera fingir tan bien.
Yunqi no dijo más y con una mano indicó el que era para Xizhen su lado derecho, entonces comenzaron su andar. A los pocos instantes, adoptando un comportamiento que resultaba ser poco usual entre la nobleza, Min Yunqi decidió presentarle a su doncella principal. Dijo que se llamaba Shen Sulan y era un par de años más joven. Ciertamente apenas y le dio un vistazo a aquella mujer, por entonces sólo estaba interesado en una única belleza.
Minutos más tarde él y el noveno príncipe ya se habían contado varias cosas de sí, Xizhen escuchó con interés.
—Me gusta el tiro con arco y el uso de las espadas —mencionó Min Yunqi con cierto animo a media charla.
Xizhen alzó una ceja con disgusto. Las princesas y mujeres nobles de su reino jamás recibirían tales adiestramientos exceptuando Gao'en por supuesto.
—Las armas son instrumentos masculinos, más allá del deporte, las manos de su alteza imperial no deberían cargar con ese infausto peso.
Min Yunqi no pareció estar de acuerdo con él y no se lo cayó, cambiando su tono moderado y gentil a uno más firme.
—Jinxou y Jinlou eran hombre y mujer, ambos usaban armas y resultaron ser los mejores estrategas de vuestro reino —dijo este—. Ganaron muchas guerras para vuestra familia real.
Xizhen sonrió divertido por aquella reacción.
—¿Así que usted usa armas porque es un estratega talentoso? —respondió con sorna.
— Ya que usted usa armas podría preguntar lo mismo, alteza.
Tomado por sorpresa no tuvo más palabras con las cuales responder. A sus espaldas pudo escuchar la risa ahogada y bien disimulada de Jin Nanjun. Y aunque no podía ver del otro lado, supo que Min Yunqi, con su bien amaestrada lengua aun dentro de su boca, también estaba sonriendo.
...
Su encuentro con el Príncipe Heredero Jin Xizhen duró no más ni menos que lo esperado. Min Yunqi no supo cómo sentirse al respecto pero si algo debió admitir fue que tener a Jin Nanjun de compañía resultó mejor de lo que había imaginado en un principio.
Por supuesto le causó malestar verlo como acompañante y no como pretendiente, no obstante Jin Xizhen había logrado hacer aquello de lado con su condescendencia y petulancia. Ambos hermanos habían resultado ser bastante distintos entre sí, un hecho que lo decepcionó. ¿Como podría casarse con alguien como el Príncipe Heredero de Jīnshǔ wángguó? Un hombre que al parecer consideraba impropio el uso de armas por él, olvidando que él también se trataba de un príncipe.
—¿Algo le ha molestado, mi señor? —preguntó Sulan caminando al lado suyo.
Min Yunqi la miró un segundo, después dio un vistazo detrás suyo por encima del hombro. Sus doncellas y eunucos caminaban a varios pasos de ellos. Suspiró.
—El Príncipe Xizhen no fue lo que yo creí que sería.
—El Señor Jin es anticuado en su pensar, lo admito —Sulan habló en voz baja—. Sin embargo, no creo que sus palabras fueran malintencionadas.
—Quizás tengas razón pero eso no me hace verlo de mejor modo.
Shen Sulan no respondió y Yunqi no encontró fallas en su silencio. Al igual que él, ella sabía tan poco de arreglos matrimoniales como de relaciones amorosas, era obvio que no tenía muchos consejos para darle. Ambos estaban aprendiendo al mismo ritmo.
Siguieron su camino hasta estar de vuelta en su palacio. Al entrar Sulan dijo que se daría prisa para preparar el cambio de los paños menstruales y fue entonces que una doncella los recibió con sonrisa en el rostro. ¿Por qué todos seguían sonriendo tan genuinamente cuando él tenía que obligarse a hacerlo? Min Yunqi no tuvo que preguntar en voz alta el motivo de aquella felicidad pues otra chica le anunció que los obsequios del Príncipe de Primer Rango 'Heng' habían sido traídos durante su ausencia.
Bien pudo pasar desapercibido aquel hecho para él, de acuerdo a su experiencia ya podía hacerse una idea de la clase de obsequios con los que se encontraría.
Pero para su buena fortuna descubrió demasiado rápido que estaba equivocado. Jin Taiheng había enviado obsequios bastante particulares. Min Yunqi estudió cada objeto con asombro y genuino agrado, una situación ajena a él.
Su sorpresa no hizo más que aumentar cuando, con un escueto aviso, aparecieron los sirvientes de la Cocina Imperial, todos trayendo consigo deliciosos y fragantes alimentos, recetas que según anunció el Eunuco en jefe, habían sido concedidas por el propio príncipe, y preparadas con todos los ingredientes que este mismo había traído consigo, o en su defecto, ordenado conseguir algunos días atrás.
Las doncellas hicieron la mesa y uno a uno cada plato, bandeja y olla fueron puestos sobre esta. Había fideos de cerdo frito y huevo duro; brotes de bambú y col rallada, fermentados en salsa de ají y semillas de ajonjolí; pato horneado en salsa agria y rodajas de jengibre; caldo de verduras cocido a fuego lento con trozos de pollo y jamón; una botella de alcohol de arroz de cien años y tres botellas de alcohol suave de batata.
También recibió varias jaleas de distintas frutas, entre ellas una de pera dorada, un fruto exclusivo de Jin. En el frasco de esta última encontró una pequeña nota escrita a mano sujeta con hilo rojo en la que leyó: «La pera dorada es un manjar de extraño sabor, no es demasiado dulce como sus otras hermanas, pero tampoco es insípida. Su refrescante jugo y astringente textura perdura por mucho tiempo en el paladar, ideal para contrarrestar una cena demasiado condimentada y grasosa».
Min Yunqi sonrió divertido por la primera frase de aquella hoja de papel. ¿Acaso el Príncipe Taiheng lo estaba comparando a él con una pera? Un humor sutil y refinado que logró cautivarlo tan solo un poco.
Probablemente la comida habría sido suficiente para ganar su agrado y sin embargo Jin Taiheng demostró un esfuerzo doble en la naturaleza de todos sus demás obsequios. Min Yunqi halló en ellos un gesto no solo de empeño sino además de genuino interés.
En un cofre de madera negra había un juego de arcos con varios carcajes con flechas de obsidiana verde en ellos, filosa pero no tan peligrosos como la obsidiana negra, así como un sombrero y un cinturón de caza.
También recibió un par de almohadas con relleno de plumas de cisne, un juego de té y tazas para bebida, un tablero de Wéiqí* hecho de madera blanca y piezas de cuarzo blanco y negro, incienso de varios aromas, portainciensos y quemadores, así como varios libros de historia y poesía épica.
Por supuesto, de igual modo, había ropa: túnicas claras con bordados de hilo de oro, plata y bronce, un par de botas para montar y sin duda otro par para cazar. Además, complementando la ropa estaban unas preciosas horquillas para el cabello y de entre todas ellas sobresalía una con una gran flor de pera dorada forjada en oro blanco y rosado.
Como si eso hubiese podido siquiera ser insuficiente, Shen Sulan descubrió por él una bandeja, que con una tela de seda marrón, parecía guardar un par de artesanías. Min Yunqi levantó el paño observando así una pareja de pingüinos de pecho rosa hechos de porcelana esmaltada de Jin. Parpadeó fuera de sí mientras su doncella no dejaba de sonreír para él.
—«Cuando un pingüino de pecho rosa es elegido por otro serán un solo corazón de por vida» —citó Shen Sulan uno de los muchos dichos populares de la cultura de Shui.
Yunqi, sin palabras, fue en busca del último cofre, una caja baja y alargada forrada en cuero blanco. Dentro descansaba un guzheng tallado en jadeita pura y adornado con incrustaciones de oro blanco. El obsequio que por su material resultaba ser el más valioso de todos.
Y justo cuando él creyó que los regalos no podían ser más asombrosos otra de sus doncellas puso en sus manos un pequeño estuche lleno de polvo facial de color durazno mismo que al tocar desprendió un embriagante olor a juzi.
Jin Taiheng se destacó de entre todos los demás en ese instante.
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*Wéiqí: también conocido como Go, es un juego que consiste en colocar, por turnos, piedras blancas y negras en las intersecciones de un tablero.
Minmin Yoonji: Ahora si me tardé bastante, una disculpita, jeje. Pero hay buenas noticias, ya estamos cerca del final del primer arco y ahora si el drama comienza en serio.
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