XX
Antes de la existencia de la humanidad, y de la vida misma, existía la nada. Solo estaban las dos entidades más fuertes del universo: Taro, dios de todo lo existente, habido y por haber, de la creación y la destrucción, su poder era el de la oscuridad; Dana, diosa de la fertilidad, la paz y de la prosperidad, se le concedió la virtud de la luz. Fueron ellos quienes dieron origen a todas las cosas que se pueden ver y sentir, se dio un equilibro que permitió que la vida pudiera surgir en la Tierra. Cuando la vida surgió, las personas le dieron el crédito a la diosa, aunque fue Taro quien dio origen a los primeros hombres que habitaron el mundo recién creado.
Como un regalo para su creación, les dieron la capacidad de utilizar su propia energía para poder utilizarla en beneficio de la civilización, por un momento esto funciono, por desgracia, cuando las personas descubrieron que, con sus poderes, dados por una gracia divina, se dieron cuenta que era muy efectiva para dañar y someter a otros a su voluntad. Fue ahí que decidieron dar un equilibrio.
Aun con todo su poder sobrehumano, los dioses tienen solo dos limitantes: la primera es que no pueden influir en pro o en contra de una persona o grupo; mientras que la segunda es que no pueden eliminar o agregar algo que resulte perjudicial para la vida en el planeta.
Cuando las personas empezaron a crear civilizaciones, a la par que sucedían eventos que a las deidades originales no podían controlar, por las limitantes de sus propias habilidades, decidieron engendras a sus hijos: Deo, dios de la guerra y del inframundo, a él le fue encomendando darle equilibrio a las disputas que tenían los humanos, su poder provenía del fuego; Rena, diosa de la cosecha, el amor y la abundancia, se le otorgo la habilidad de manejar el agua.
Al principio, cuando ya estaban cada uno de los dioses concentrados en sus puestos, la paz era algo que prevalecía a lo largo y ancho de todos los territorios de su más grande creación: el único planeta donde existe la vida. Taro y Dana cuidan de forma omnisciente y constante los hechos que ocurrían en la Tierra, al mismo tiempo que Deo vigilaba la entrada y custodiaba que nadie saliera del inframundo, Rena se encargó de que los habitantes de aquel mundo tuvieran los alimentos necesarios para que no pelearan por ellos, una de las razones de que existieran las disputas en aquellos tiempos. Pero aquel equilibrio de poderes se vería truncado debido a la pereza que estaba presente en los primogénitos de los dioses.
Después de varios años desde que comenzaron a vigilar las actividades que sucedían en la Tierra, los jóvenes dioses pensaron que no era necesario que ellos estuvieran presentes para que las cosas funcionaran conforme a la voluntad de sus padres. Para evadir sus responsabilidades tomaron parte de sus poderes, junto con algo la energía que lograron obtener de Taro y Dana, para darle a los humanos las habilidades que necesitas para controlar los aspectos fundamentales de su vida: el fuego, el agua, la salud y su propia energía. Fue en ese momento en el que surgieron las piedras mágicas.
Cuando los dioses de la luz y la oscuridad se enteraron de lo que sus hijos hicieron, los despojaron de sus habilidades, condenado a Deo a vigilar permanentemente los abismos del infierno, sin la posibilidad de salir de él; por su parte, a Rena la hicieron una con la misma tierra, para que, a través de su dolor y sufrimiento, diera vida y buena cosecha a los habitantes de la Tierra. Pero aun con estos castigos impuestos, no podían revertir lo hecho, pues los humanos ya habían dominado y perfeccionado el uso de las piedras. Pero no podían quedarse de brazos cruzados.
Para evitar que la humanidad sucumbiera ante las devastadoras guerras, los dioses decidieron que debían de establecer a personas que pudieran cumplir una función de combatiente en contra de las fuerzas que intenten dominar para sí solas el mundo; con este propósito en la mente, surgen los semidioses. Personas que cumplen con las características que requieren los dioses para cumplir con su misión: estar alejados de la influencia de algún reino, ser honrados y con un gran sentido de responsabilidad. Para esto, escogieron a diversas personas para distribuirlas en puntos estratégicos de planeta para que toda la responsabilidad no recaiga en un solo individuo.
Los elegidos tenían la posibilidad de entrar al Reino Celestial para descansar y relajarse, pero no podían estar ahí por demasiado tiempo, ya que ello ocasionaría que perdieran sus habilidades y murieran por encontrarse en un lugar prohibido para los mortales.
Entre los elegidos para ser convertidos en semidioses estaba Argos.
Encontrándose en mitad de un campo cerca del Reino del Este, un joven y apuesto hombre de unos 23 años estaba recolectando leña para pasar la fría noche en casa de sus padres. Era mediodía, unas cuantas nubes se estaban formando en el cielo indicando que pronto iría a llover, por eso Argos se apresuró a recoger toda la madera que logro cortar y dirigirse a toda prisa a su hogar. Solo avanzó unos cuantos metros cuando fue alcanzado por un fuerte relámpago que lo dejo tirado en el piso, inconsciente, con su mente perdida en la nada. Los segundos pasaban y las gotas de lluvia empezaron a caer sobre la tierra. En la mente de Argos se empezó a gestar una visión que nunca pudo olvidar.
Inmerso en una visión totalmente blanca, Argos aseguraba estar dentro de un sueño, pero cada cosa que pensaba, que sentía, que creía sentir a su alrededor le indicaba, poco a poco, que aquello que miraba era real. <<¿Qué hago aquí?>> era lo que se preguntaba al verse en ese lugar. Se encontraba recorriendo aquel inhóspito lugar para ver si lograba ver algo aparte de esa infinita pared blanquecina. Con cada paso que daba, sentía que nunca llegaría al final de ese lugar. Cansado y arto de caminar sin rumbo alguno, se tiró de rodillas al suelo, jadeando por el agotamiento que le provocó la inmensa distancia que tuvo que recorrer; cuando recuperó el aliento, logró sentir una mirada sobre él, se puso a mirar a todos los lados intentando encontrar a aquello que lo acechaba.
–¿Quién está ahí? –preguntó–. Muéstrate y dime que hago en este lugar.
El eco de su voz retumbó por todo aquel lugar. Nadie le contestó. Aun de rodillas agachó la cabeza, rendido por aquella situación, cayendo en la idea de que, por extraño que parezca, pudiera estar muerto.
–Argos... –susurró una voz.
Sobresaltado, se paró de un brinco, buscando como loco de dónde provenía aquella misteriosa voz.
–Argos... –se repitió aquel sonido. Tomando un poco más de atención, era como si aquel que le estuviese hablando, lo hiciera desde adentro de su cabeza.
Confundido por lo que está pasando, estaba atrapado entre dos opciones: una era correr esperando alejarse de aquel lugar, a sabiendas que puede no tener éxito, o quedarse en aquel lugar a merced de lo que pudiera ocurrir. Prefirió hacer lo segundo. Cuando aquella voz lo nombró por tercera vez, Argos lo cuestionó con las primeras preguntas que pudo formular <<¿quién eres?>> <<¿Qué hago aquí?>> y otras tantas para obtener más información sobre su situación. Cuando termino de arrojar todas las preguntas, aquella mítica voz quedo callada; el tiempo parecían dilatarse con el silencio que se formaba, lo cual desesperó a Argos, quien no aguantaba aquellas situaciones.
–Ahora ya no quieres hablar ¿eh? –con aquello estaba retando a quien estuviera hablando con él–. Sal de donde... estés y responde mis preguntas. Empezando por decirme que hago en este lugar.
–No debes de alterarte Argos, pues no estás aquí por un simple capricho mío. Ya que ocupo algo de ti, que hagas algo muy importante. Pero necesito saber si estás dispuesto a dar todo por ello.
Argos no lo entendía lo que aquella voz le decía no tenía sentido alguno. ¿Cómo que algo muy importante? No estaba comprendiendo la situación; de un momento a otro se encontraba en aquel lugar y tiempo después una voz le pedía hacer algo para ella a cambio de dar todo. Mientras más lo pensaba, más confuso se volvía.
–No lo comprendo ¿qué he hecho para que me digas esto?
–No es lo que hayas hecho, es por cómo te has comportado. Te hemos estado vigilando desde hace mucho tiempo, y sabemos el tipo de persona que eres, y queremos recompensarte por ello, pero, así como te recompensamos, queremos que hagas algo por nosotros.
–¿A qué te refieres con que me han estado observando? ¿Quienes? Dime de una vez que es lo que quieres –la desesperación estaba apoderándose poco a poco en la mente de Argos, quien quería que todo eso se acabara y se convirtiera en un mal sueño.
–Deberías de calmarte, recuerda que no eres así. Pero descuida, en un momento despejare todas las dudas que tienes, e incluso algunas que aún no te has formulado. Solo necesito saber, ¿estás dispuesto para ayudarme en lo que necesito? Puedes negarte, pero ¿quieres dejar pasar esta enorme oportunidad?
–¿Habrá alguna consecuencia por eso?
–Primero tienes que decidir para saberlo.
La incertidumbre tenía a Argos en un gran lio, antes de tomar aquella decisión quería tener sus preguntas contestadas, pero sabía que aquello no podía ser, tenía que escoger para aquella persona, estaba analizando los pros y contras que podía tener la opción que tomara. Si decide aceptar, puede tener sus dudas aclaradas y que eso puede ser una oportunidad inigualable; por el contrario, puede que eso que le ofrece fuera para algo malo, y que en cualquier caso tendría que poner su vida en riesgo. También queda la posibilidad de que en cualquier caso su vida este en juego en aquel momento, total, si decidía incorrectamente podía morir.
Tragó saliva antes de contestar, una gota de sudor frio recorrió su espalda y pensó en todas las posibilidades que pudieran ocurrir. Respirando hondo alzó la cara, mirando a la profundidad de aquel lugar.
–Como no me quieres decir nada sobre todo esto, tendré que negarme a lo que me ofreces.
El silencio se hizo de nuevo.
Una luz empezó a cegar la vista de Argos sin la posibilidad de ver ni sus propias manos. Cuando sus ojos fueron libres de aquel brillo, notó que ya no estaba en aquel lugar blanco, tampoco en el bosque donde se encontraba antes de todo eso. Su vista se topó de frente con unos rostros borrosos, que estaban demasiado cerca. Lo que decían era demasiado confuso para él, pero segundo a segundo todo se fue aclarando
–... mira, ya está despertando –dijo el hombre que estaba en el cuarto.
–Qué bueno, ya puedo dejar de preocuparme –dijo la mujer.
No eran más que sus padres, quienes al notar que su hijo no regresaba fueron a buscarlo por todas partes hasta que miraron cono yacía en el suelo, inmóvil, rodeado de un círculo negro como si se hubiera quemado algo alrededor de Argos. Su padre se encargó de llevarlo a rastras hasta su casa, esperando que su hijo solo este desmayado. Cuando lo empezaron a tratar, para ver si tenía heridas, se sorprendieron al observar que en ninguna parte de su cuerpo había algún golpe ni marca de ataque.
–Papá... mamá ¿qué fue lo que paso? –se incorporaba en su cama para sentarse en la orilla. Cuando estuvo sentado se tomó la cabeza con ambas manos, pues aún sentía el mareo después de despertar de aquel sueño.
–¿Qué que paso? Eso tengo que preguntarte yo a ti –le comentó su padre, más preocupado que enojado–, pues cuando te encontré estabas tirado en el suelo sin moverte, lo bueno que estas bien –termino dándole un fuerte abrazo al cual se unió su madre.
Todo quedo como un mal momento desde aquel incidente; para Argos, lo que vivió dentro de aquella visión solo quedo como un mal sueño, una pesadilla que esperaba no volver a vivir. Pasaron los días y el recuerdo se desvanecía hasta no ser recordado por ninguno de los tres. Su vida seguía tal cual la estaban llevando desde hace mucho. Pero algo raro estaba por pasar.
Un día de los tantos que transcurrieron, Argos se encontraba ayudando a su padre en construir unos muebles para su casa, cuando tenía que cargar con grandes trozos de madera, que habitualmente le costarían más de tres vueltas en llevar todos, cuando los levantó, sentía como su peso cedía contra su fuerza, logrando llevar todos los pedazos de madera hasta el taller de su padre. Sorprendido por lo que logro, pensó que era fruto de siempre cargar con todo cuando ayudaba a su familia.
En otra ocasión, cuando estaba buscando frutas cerca del lago para llevar a su casa para comer después de la cena, cuando estaba cortando con su cuchillo un racimo de plátanos, cuando de un momento a otro sentía un fuerte ardor en uno de sus dedos, cuando miro su mano, notó como su dedo índice estaba sangrando por una fina cortada. Por reacción, apretó su dedo fuertemente mientras se dirigió al lago para lavar su mano para que no se infectara su mano. Al soltar su mano estando ya en el lago, observó como la herida ya no estaba, eso y al darse cuenta de que, al estar calmado, no sentía dolor por la cortada. Se preguntaba cómo podía ser eso posible. Esto, junto al hecho de que su fuerza incremento casi al doble, se le hizo extraño. Sin entender cómo logró todo eso sin tener un entrenamiento, se preocupaba por que aquello solo fuera algo malo.
–Al fin te estás dando cuenta de lo que te ocurre, Argos. –Dijo alguien que no se encontraba presente. Con tan solo escucharla, Argos se puso pálido, sus ojos se perdieron en la nada, pues con tan solo oír esa voz, su cuerpo se paralizó, las manos le sudaban a cuentagotas, las piernas no le respondían por lo flácidas que las sentía. Su memoria se empezó a llenar de recuerdos que pensó haber sepultado en lo más profundo de mente.
Cuando pudo controlar sus pensamientos, se fijó que en el agua del lago se formó una sombra negra, por instinto, dio la vuelta para mirar quien se encontraba a sus espaldas. Se puso más intranquilo que antes. Volvió a mirar al lago, solo para darse cuenta que aquella sombra seguía en la misma posición.
–No te exaltes muchacho –prosiguió aquella voz–, que mi presencia no te asuste o te altere. Sé que en lo profundo de ti aún vive el recuerdo que tienes de mi tras nuestro primer encuentro. Aquella vez todo era muy confuso y querías más respuestas para poder tomar una decisión más sabia, pero eso fue hecho de aquella manera para probar si tú eras el indicado para poder ser nuestro mensajero, si de esa forma quieres verlo. Pero, ahora permíteme revelarte aquellas respuestas que no pude darte en aquel momento. –Dicho eso, del agua se materializó una forma humanoide sin un cuerpo del todo definido; solo era resaltable dos cosas: la primera es que todo su cuerpo era de un negro profundo, como si toda la luz fuera absorbida por él; lo segundo es que podía percibirse como el agua fluía por su cuerpo, como si de ella estará formado.
Argos se llenó de miedo, pues no creía lo que sus ojos le mostraban, termino por tumbarse de espaldas, asombrado por el enorme tamaño de esa cosa, si es que así le podía llamar. Cuando aquel cuerpo salió del agua, comenzó a dar pasos hacía el muchacho. Por cada paso que este ente daba, Argos retrocedía para seguir teniendo de él. Llegando al punto en que le fue imposible para él alejarse de él, pues claramente sus pasos eran más grandes y su posición no le era muy favorable para moverse rápido. Como si intentara agachar la cabeza para verlo de frente a los ojos, se acercó a pocos centímetros de la cara de Argos. Con los ojos llenos de lágrimas, al borde del llanto, pues el miedo que lo inundó era demasiado, aguantaba las ganas de gritar, pues no quería alterar a quien se encontrara alrededor.
–No te preocupes, esto no tardara nada. –Aquellas palabras no lo tranquilizaron para nada. Cuando aquella forma humanoide le acercaba lo que parecía su dedo índice, Argos cerraba los ojos conforme aquel dedo se aproximaba a su frente. Sintiendo un frio toque en su cabeza, en su mente se proyectó un montón de cosas que pasaron velozmente por su cabeza. Parecía increíble, pero logro comprender toda la información con solo una vez vista.
¿Qué contenía todas las imágenes que miró Argos? Fácil, contenía cosas tan complejas como la creación de todo el mundo y la evolución del mundo en el cual vivía. El verdadero origen de las más grandes deidades de aquel mundo. Cómo sucedió la aparición de las piedras mágicas, cosas que no conocía hasta ese momento; comprendió el hecho de que aquella voz y la forma que tenía en frente era de Taro, la máximo Dios de todo; conoció el destierro de los hijos de los dioses por su pereza y el plan que tiene Taros para los semidioses, donde él está incluido.
Entre la información que le concedieron igual se encontraba sobre cómo manejar sus nuevas habilidades. Por ejemplo, el hecho de poder percibir la presencia de quien se encuentre a su alrededor para prevenir un ataque; el lograr que aquellas cosas que portara en el cuerpo pudiera guardarlas en un espacio propio activado por un portal, así como otras varias cosas que le servirían para su nueva misión.
No era necesario que le explicaran otra vez cual era el propósito de que el fuera visitado por un Dios, al no fue elegido para ser un semidiós solo por su fuerza u otra cosa, fue escogido debido a su capacidad de actuar ante las situaciones difíciles. El hecho de que no se vea influenciado por todo lo que ocurre en los lugares donde hay muchas personas y se acumula lo malo de la humanidad.
De vuelta a la realidad, después de mirar toda la información que le escupieron de un momento a otro, se levantó de forma brusca buscando si aún se encontraba Taro junto a él, lo único que encontró frente a él es un charco de agua que le sirvió al Dios para materializar su cuerpo. Pero ahora solo tenía una enorme duda. No sabía por dónde empezar.
Juntando la fruta que fue a buscar, se fue a su casa para no preocupar más a su familia por tardarse en llegar. En la noche, encerrado en su cuarto, tomó un cuchillo que tenía guardado para poder defenderse en caso de ser necesario, se puso a morder un pedazo de tela y, recogiendo todo el valor que pudo, plantó su mano en la mesa de su habitación y, con temblores en la mano donde tenía el arma, pues la duda y el miedo que sentía por la locura que estaba a punto de hacer, clavó el cuchillo, por inercia dejó salir un desgarrador grito que fue ahogado por el pañuelo que tenía entre los dientes; cuando su mente se aclaró, notaba como su mano no estaba sangrando, así como su cuerpo en realidad no sentía dolor alguno. Asombrado, sacó aquel utensilio y sus ojos denotaron aún más su estado cuando miraba que su herida estaba desapareciendo poco a poco, hasta que no quedó rastro de que ahí estuviera encajado algo. Con ese mismo cuchillo, intentó probar aquella habilidad de poder guardar en él mismo aquello que tenía consigo, poniendo sus esfuerzos en que tenía que lograrlo, concentro su mente en ese trabajo y, cuando estaba pensando en que no lo lograría, notó como un destello absorbía el objeto que llevaba en las manos, cuando todo el cuchillo se vio envuelto, poco a poco se fue desvaneciendo. Cuando logro esa parte del proceso, se comprometió a lograr recuperar su cuchillo; con un poco más de esfuerzo estuvo unos minutos intentando regresar a sus manos su arma, de la misma forme que logro guardarlo, fue como recupero su cuchillo.
Cuando paso algunas horas probando esta habilidad, se decidió por dormir para descansar y estar listo para ayudar a su familia en el día siguiente. Estando ya recogiendo fruta para comer, como es costumbre para él, se encontró de nuevo frente a aquel lago donde Taro se presentó frente a él. Cuando dejó por un momento las frutas que recolectó, empezaba a estirar su cuerpo para calentar el cuerpo antes de entrenar, unas cuantas flexiones y ejercicios para tonificar sus músculos, para luego practicar algunos golpes y así empezar a practicar algo de combate. Pasadas unas cuantas horas, se sintió listo para regresar a su casa y comenzar de nuevo a practicar sus habilidades en la noche.
Llevando así su entrenamiento día tras día, noche tras noche, pasaron más de tres meses hasta el punto en que logro dominar sus habilidades, así como dominar, aunque sea un poco, algo de combate cuerpo a cuerpo. En el momento que sintió que debía hacer algo para ver de que era capaz, fue cuando decidió emprender su camino para conocer el mundo, claro, con la intención de cuál era su papel en el mundo como uno de los semidioses que ha designado Taro.
Al principio, cuando se lo comento a sus padres, ellos se opusieron, pues no creían que fuera necesario que saliera a conocer el mundo, pues tenía todo lo que necesitaba ahí con ellos, que era cierto, pero les comentaba que era algo que quería hacer desde hace tiempo, que igual era cierto, claro que no les comentó sobre la visita que tuvo de Taro, pues era obvio que no se lo creerían, por lo cual lo mantuvo oculto. Sus padres no lograron convencerlo de quedarse en la casa, por lo cual aceptaron su decisión de salir y conocer que había allá afuera. Tristes, pero sabiendo que puede valerse por sí mismo.
Tras unos días caminando, varias noches durmiendo en pequeños poblados pequeños alejados de las grandes ciudades, que por unas cuantas monedas le permitieron dormir en algunas chozas o en los establos de aquellos lugares. Cuando logro estar ya en la principal ciudad de Dohn, la cual ocupaba toda la zona costara del sur de Mantra, quedó maravillado por la hermosa vista que tuvo de la blanquecina ciudad.
Le pareció un lugar bastante tranquilo, que daba la impresión a no tener muchos problemas, o siquiera tenerlos, pues en varias calles había soldados que parecían más otros espectadores de la paz que se respiraba en Dohn. Lo primero que hizo fue buscar un lugar donde se pudiera quedar a dormir, pues era lo más importante en aquel momento, para después dedicarse a ver qué es lo que podía hacer en aquella ciudad.
Con dos días en la ciudad, estaba entretenido con su visita; miraba las plazas, conocía los comercios y platicaba con la gente del lugar, pues era para él algo completamente nuevo, ya que no conocía, de propia mano, nada fuera de su pequeña casa donde estaba junto con su familia. Con cada cosa que conocía, se quedaba fascinado.
En una ocasión, estando en el mercado de la ciudad, de repente una mujer estaba gritando pidiendo auxilio, pues le robaron las bolsas con las cosas que compro para la comida. Esquivando a las personas, el ladrón salió corriendo para evitar ser alcanzado, lo que no contaba fue con un golpe certero en la cara con el codo de un alto hombre que solo dio la vuelta para detenerlo. Sin saber cómo logró esa hazaña, recogió las bolsas y fue hasta donde se encontraba la señora y le devolvió sus pertenencias, no sin luego llevarse los aplausos de los presentes.
Pero, ¿cómo logro deducir el momento en el cual dar el golpe? Antes de soltar el codazo, en su mente algo le indicó que alguien se aproximaba hacia él, como si supiera de que aquello fuera peligroso reacciono para enfrentarlo, o más bien atacarlo. Al sentirlo en el lugar y momento adecuado, giró rápidamente y desplego su fuerza en contra del asaltante, derribándolo y dejando inconsciente al sujeto. Fue ahí que supo que aquella habilidad debería de entrenarla lo más que pudiera.
Unas semanas después, cuando ya se adaptó a la vida en aquella región, habiendo conocido la mayor parte de las zonas, haber platicado con diversas personas y entrenar día a día para mejorar sus habilidades, se sentía listo para cualquier obstáculo. Ayudaba en lo que podía a los demás, se apuntaba para la construcción de casas, la búsqueda de personas perdidas, lograba detener a los ladrones que robaban cosas en la calle, entre otras cosas. Era tan conocido que los miembros del ejército lo intentaron convencer para que se uniera a ellos, pero él amablemente los rechazó.
Las cosas estaban tranquilas por aquellos momentos, no se tenía temor aque ocurriera algo devastador en la región. Solo se sentía la paz en la región.Las personas caminaban tranquilas por las calles sin temor a que algo malopasase. Pero nadie pensaba que algo terrible se orquestaba desde las afuerasdel reino.
Una noche, dentro de una cantina muy frecuentada, varias personas se reunieron para beber, comer, disfrutar, platica... en fin, convivir entre ellos. Ya estaba oscuro y las luces se empezaron a encender dentro del local. El olor a comida y cerveza impregnaba el lugar. Entre todo el barullo se podían escuchar las hazañas de los aventureros y soldados que realizaron durante su jornada, muchos para alardear frente a sus compañeros, otros para impresionar a las lindas camareras, solo algunos para enseñar y guiar a los más jóvenes y nuevos; las risas y música acompañaban a las pláticas e historias.
Cuando algunos lugares se desocuparon en la barra principal, Argos se sentó en uno de los bancos y se dispuso a tomar un poco de aguamiel para relajar el cuerpo. Mirando a su alrededor, notó de que un grupo de personas estaban discutiendo secretamente en un alejado rincón de la cantina. Con intriga, se fue acercando a la mesa para platicar con ellos y saber a qué se debía el que estén conversando con recelo. Tocando el hombro por atrás del hombre más cercano; apenas estaba por saludar a todo el grupo cuando, al notar su presencia, sin saber aun de quien se trataba, todos los que se encontraban en la charla se alteraron por la sorpresiva visita, el pequeño alboroto hizo que varias personas los voltearan a ver. Calmado el sobresalto, solo unos segundos después, se disculparon con Argos por el pequeño susto, no sin antes reprocharle por haberse acercado sin previo aviso.
–Carajo, Argos. Que susto nos metiste. Pensamos que eras otra persona. –le comentó uno de los soldados presente.
–¿Quién podría ser? –Preguntó Argos con una pequeña sonrisa burlona–. ¿Qué tanto hacen? ¿De qué se trata esto? –Sus ojos estaban mirando todo lo que se encontraba puesto sobre la mesa. Un mapa de los alrededores de la ciudad; vasos y objetos que estaban puesto en diversos puntos del plano; asimismo, diversas cartas con símbolos que no lograba descifrar.
–No es nada, no te preocupes –le contestó quien lo había recibido.
–Espera –habló un soldado que estaba puesto casi de frente al semidiós, por las insignias y emblemas que portaba, se puede deducir que era alguien de alto rango; y el como todos se acomodaron alrededor de él, se entiende que era quien dirigía la junta–, creo que en esto él nos puede ayudar. Mira Argos, en este mapa se encuentran señalados los puntos por los cuales llegaran las tropas del imperio. En las cartas que nos ha mandado un informante diciendo que el Emperador quiere tomar por la fuerza nuestra ciudad para tenerla bajo su control en su totalidad, como las regiones del Norte, el Este y el Oeste.
–Un momento, ¿por qué el imperio manda tropas a su propia región? No tiene nada de sentido. Además, ¿qué busca el Emperador en esta región? –Varias miradas lo voltearon a ver. Con todos poniéndole atención, su incomodidad subió demasiado.
–Se nota que aun eres nuevo aquí –alguien al lado de quien dirigía la reunión le hizo el comentario–. Aunque seamos parte del imperio, no nos importa seguir las ordenes de la capital. Y como somos una región con una gran importancia comercial por nuestros recursos, el gobierno imperial quiere que nos subordinemos ante él. Así que ha tomado una por una las regiones para poner a sus vasallos para controlar todo el continente. Por desgracia nosotros somos el siguiente. Ni militares, ni aventureros y ni los ciudadanos queremos que el imperio nos tome a la fuerza, por eso nos preparamos para defendernos.
–Quiero preguntarte esto Argos, ya que eres alguien que puede ayudarnos mucho para defendernos –la mirada del militar que tenía de frente se posó fija en los ojos de Argos, aquellos ojos solo podían decir algo, tómalo o déjalo– ¿quieres unírtenos? –El soldado sabía que Argos era alguien fuerte, pues cuando se enfrentaba contra los ladrones y bandidos que estaban en las calles, demostraba una habilidad de muchos soldados desean tener, por eso pensó que él podía ser de gran ayuda estando de su lado.
De un momento a otro, en su mente se comenzó a analizar los pros y contras de aceptar o no la propuesta. Por un lado, estaba el hecho de que no quería comprometerse con algo tan grande como una guerra, aún más con el hecho de que no es una persona normal; pero, por otro lado, ¿no se supone que es en este tipo de casos que debe demostrar para que fue elegido por Taro como semidiós? Él sabe que con su ayuda puede darle una gran ventaja a los soldados y aventureros que defenderán a la región del Sur.
–De acuerdo –asentía con la cabeza– los ayudare –si no era en esa ocasión, ¿cuándo lo sería? Por eso aquella oportunidad podía ser el inicio para demostrar cuál era su propósito como semidiós en aquel mundo.
No solo era el instinto de Argos para demostrar sus habilidades en combate, también sentía que debería de apoyar a la gente de aquel pueblo, pues él, al igual que el resto de personas, vivían en completa paz, y no querían que eso se les arrebatara por el capricho de una persona que quería todo para sí mismo. Argos quería defenderlos por el cariño que les agarro a los habitantes de la región del sur como a aquel maravilloso pueblo.
Habiendo aceptado, le comenzaron a explicar cuáles podrían ser las posiciones que tomaría el ejército imperial para sitiar la regios; no era difícil para ellos predecir por donde podían atacar los soldados del Emperador, pues todo soldado tenía que adiestrarse en la academia imperial. Las horas pasaban y todos iban comprendiendo cuales serían sus papeles en el combate; por supuesto que Argos sería parte del ataque frontal del ejército. En eso se comenzaron a escuchar varios gritos desde las afueras de la taberna.
Aquellos llamados que llegaban a todos los que se encontraban dentro de la cantina se hacían cada vez más claros, logrando apreciarse que estaban indicando que alguien o algo había llegado a la región. Momentos después, un hombre totalmente alterado, con las ropas rasgadas y el cuerpo dañado se presentó en el local, mirando para todos lados, buscando a alguien o algo. De repente se dirigió hasta la mesa donde se encontraba aquel grupo donde estaba Argos.
–Jas, ¿qué es lo que te paso? ¿Quién te ha hecho esto? –el soldado de alto rango se acercó hasta el maltrecho hombre, que de no haber llegado a tiempo el militar se hubiera desplomado en el suelo.
–Ya están aquí... los soldados del imperio están por entrar a la ciudad... –entre grandes suspiros estaba comentando aquel hombre–. Son demasiados. Si no nos apuramos, rodearan y van a tomar la ciudad. Hay que actuar rápido –después de eso, Jas ya no reacciono. Mirando la mano que posó sobre la espalda de aquel hombre, el soldado notó que una enorme herida yacía en su espalda. Era obvio que Jas murió.
–¿Quién era él? –preguntó alguien del grupo.
–Nuestro informante.
El silencio fue incómodo, nadie en el lugar se atrevió a hablar, pues no querían que sus palabras se malinterpretaran.
–Bueno, señores –comenzó a decir el militar, como si fuera un mensaje para todos los que se encontraban en la taberna–, ya escucharon a Jas. No tenemos más tiempo que perder, hay que avisar a todos los soldados disponibles y convocar a los suficientes hombres para defender a la ciudad. ¡A por todo!
Terminadas esas palabras, aquel grupo de hombres salió corriendo del lugar, así como otros hombres que, inspirados por lo ocurrido y dicho, o por la cantidad de alcohol en su cuerpo, decidió salir y apoyar al ejército a defender la región. Cada uno de los que se encontraban en la pequeña reunión fueron a las posiciones que se les asignaron. Por su parte, Argos siguió a los soldados que estaban en la infantería del ejército para estar en el ataque directo. Con todo preparado y esperando que el resto de los integrantes de la reunión se encuentren en sus puestos, aquel militar, que resultó ser un coronel, comenzó a dirigir a las tropas para avanzar a la primera batalla, de las varias que se esperaba tener.
Las columnas de soldados se miraban algo disparejas, pues había tanto soldados como personas que se juntaron para defender a su ciudad, de las varias que decidieron entrar cuando algunos de los que se encontraban en la taberna salieron corriendo que la ciudad era atacada, y se necesitaba del apoyo de voluntarios. Era obvio que varios de ellos ya sabían de las circunstancias y motivos de aquel ataque, otros solo por estar en el momento.
A lo lejos de la ciudad, entre los árboles y algunas llanuras, se alcanzaban a ver unas tenues luces, indicios de que en aquellos lugares se encontraban varios grupos de personas. Desde una torre de vigilancia se percataron que en la zona de donde emanaban las luces estaban desplegados varias guarniciones de soldados con una sola consigna: tomar la región del sur. En el destacamento también se encontraban oficiales, alquimistas y magos que se dedicarían a apoyar la causa del imperio. Realmente era un destacamento impresionante, algo que parecía difícil de vencer. Pero eso no inquietó a los hombres que estaban dispuestos a luchar por su región; entre ellos Argos.
Cuando todos los que estaban dispuestos a participar en la batalla estuvieron armados con lanzas, espadas y escudos, el oficial al frente de la tropa se encomendó a los dioses, como otros tantos dentro de las filas, y lanzó la orden para que los cientos de soldados y voluntarios en su tropa marcharan al ataque. Todos estaban dispuestos a morir por su región. Su familia. Su hogar.
En medio de todo el conjunto, Argos estaba empuñando su escudo y espada, en espera de ser útil para todos aquellos que luchan junto a él. Después de varios minutos caminando por los alrededores de la ciudad del sur, el miliar que dirigía al contingente lanzó un grito para animal a los suyos para que se dirigieran al combate, en espera de salir victoriosos; Todos los que se encontraban corrieron enardecidos a la batalla, pues en ese momento no se podía dudar ni hacerse para atrás. Todos eran indispensables para el combate. En el frente de batalla, el choque de las tropas fue brutal; los primeros muertos estaban por el suelo, siendo pisoteados por los soldados que estaban combatiendo sin preocuparse de que el cadáver que pisoteaban era de un amigo o enemigo.
En la retaguardia, el ejército del sur contaba con un grupo de arqueros, el cual era conformado por los soldados más experimentados de aquel lugar; sus flechas eran dirigidas hacia los jinetes de la caballería imperial, la cual contaban con los caballos para conformar un grupo dedicado a ello. Aunque parecían estar en ventaja, la verdad es que se veían superados, tanto en número como en habilidad, puesto que el enemigo contenía a varios soldados de los diferentes reinos, a los cuales entrenaba constantemente para tenerlos preparados en caso de ser necesario; para la desgracia de los defensores, su ejército solo mantenía a unos pocos militares entrenados, pues el imperio no se molestó en enviar a más elementos para dicha región, y aquellos que decidieron luchar solo eran personas que se apuntaron casi de último momento y con poco o ningún entrenamiento previo.
Mientras la batalla se desataba en el suelo, el cielo resplandeció momentáneamente con una fuerte llamarada que fue lanzada desde el campamento rival. Los magos que contenía el imperio para llevar a cabo las conquistas preferían dominar el fuego qué a otro elemento, pues con este era más fácil provocar daños en el ejército enemigo. Los soldados que se encontraban debajo de la llamarada estaban dispersándose para no ser calcinados por el feroz ataque, solo unos se quedaron en su posición en espera de su trágico final, pero como si de un milagro se tratase, una cortina de agua apareció para disipar el peligro que suponía esa llamarada de fuego. Aquel ataque fue producto de los pocos magos que estaban en la región, quienes ya conocían que ataques iban a utilizar los magos del imperio, gracias a la información que lograron recolectar gracias al hombre que murió en la taberna.
Sería completamente difícil para alguien que participó en aquella batalla explicar cómo Argos lograba combatir con tan alta destreza y habilidad. Solo podían atribuir ese hecho inédito a lo bien que se le daba el combate, pero lo curioso es que nadie lo había visto combatir antes. Ese momento épico para Argos se debía a que logró dominar su habilidad de clarividencia mientras se encontraba caminando por la ciudad, sintiendo todos los movimientos que le rodeaban, hasta llegar al punto de poder identificar correctamente la presencia de alguien. Uno tras otro seguían cayendo los enemigos que se enfrentaban al semidiós; aquellos que intentaban sortearlo por diferentes ángulos, se sorprendían al verse avasallados por un enemigo que creían tener rodeado. En una de sus peleas, Argos se miró atacado por un escudero que logro dar un golpe directo en su brazo con su espada, pero no se inmuto, pues el dolor no fue percibido en su cuerpo y su recuperación se hizo inmediata, logrando que se concentrara en su ataque, pero los que lograron ver aquel suceso no daban crédito a que su compañero, después de un fuerte ataque, se moviera como si nada le hubiera ocurrido, hecho que los motivó a seguir peleando y darlo todo. La batalla estaba siendo ganada en mayor parte por Argos, que era de gran ayuda para disminuir la cantidad de enemigos.
Las horas pasaban y el combate poco a poco se calmaba dando una gran ventaja a los miembros del ejército de la región sur. Cuando el campamento del ejército invasor se vio rodeado por todos los frentes, se rindieron, aceptando su destino como prisioneros de los vencedores. Después del júbilo por la victoria, los soldados descansaron momentáneamente en los alrededores del campo de batalla; unos estaban recogiendo los cuerpos de aquellos que perecieron en el combate, mientras que los oficiales del contingente discutían que era lo que deberían de hacer tras ese momento.
El tiempo transcurría hasta que, de la boca del capitán, quien estaba al mando de las acciones durante la batalla sugirió marchar con rumbo a la Capital Imperial, con la intención de confrontar al Emperador y reclamar que no querían ser siervos de aquel sujeto. Muy pocas objeciones salieron a la luz, pues era sabido que después de la derrota sufrida, los que alcanzaron a escapar irían con el monarca para explicar lo sucedido, provocando una nueva invasión, inclusive peor que la ya vivida. Lo que restaba era reclutar a más personas que se pudieran integrar al ejército, pues habían sufrido demasiadas bajas. Para solucionar ese inconveniente, se mandaron a diversos mensajeros a los pueblos cercanos con el mensaje de lo que había ocurrido y cuáles eran los planes posteriores, con la intención de atraer a más personas para integrarse y poder combatir en batallas posteriores; los mensajeros tomaron los caballos que habían quedado varados en la zona por la muerte de sus jinetes para partir a sus destinos y comunicar el mensaje, dejando claro el lugar y momento donde se reunirían para ver los resultados de su encomienda.
Las felicitaciones entre los militares y reclutas eran interminables, todos se dedicaban coros y porras entre los que participaron, mientras que se daban despedidas y respetos a todos aquellos que perecieron defendiendo a su tierra. Era Argos quién recibía más elogios, pues todos estaban más que impresionados con su actuar en el combate, pero más estaban intrigados por la ausencia de heridas en su cuerpo, pero él tampoco supo dar explicaciones o, mejor dicho, no sabía cómo darlas. Cuando se miró libre de tantas personas que lo felicitaban, se encontró con el herrero del pueblo, pues él fue uno de los tantos voluntarios que entraron; le solicitó que le fabricara una armadura para poder combatir. Extrañado por la petición, pues había escuchado lo que logró estando desprotegido, no comprendía por qué necesitaba algo tan pesado y que no le permitiría moverse como lo hizo en la batalla, pero, aun así, aceptó su encargo, pero lo tendría para la mañana siguiente, al igual que los otros trabajos que le solicitaron.
Todos se dispusieron a dormir, pues a primera hora del siguiente día tenían que levantarse para caminar directo a la Capital Imperial. Al amanecer, el ejército se levantó y preparaban las cosas para comenzar su marcha. Comieron las pocas provisiones que tomaron del campamento enemigo; cuando ya estuvo todo listo, el herrero del pueblo se acercó a todos los que le solicitaron que le forjara o arreglara un arma, hasta llegar con Argos, para quien le tenía un encargo especial, cuando llegó a con él, le hizo entrega de la armadura que le había solicitado; una pechera con un casco con visera, brazaletes y grebas, todos con un acabado dorado, pues el herrero se había sombrado con su actuación en la batalla que lo quiso recompensar con algo, y esa fue la forma en que lo hizo. Aunque le gustó el detalle, sentía excesivo tener que portar aquella armadura, pero al ver que el resto de soldados lo alentaban para portarlo, pues ellos de igual forma creían que sus acciones fueron sobresaliente.
Después de algunos momentos, durante los cuales estaban platicando y contando experiencias durante el combate, los oficiales armaron a su tropa y comenzaron la marcha. Lo primero que hicieron fue dirigirse hasta el punto donde se encontrarían con los mensajeros para ver si su esfuerzo para reclutar más personas para su causa surtió efecto. Tras unas horas de caminar, atravesando el follaje del bosque en el cual se encontraban, llegaron al lugar indicado para reunirse con los jinetes encargados de enviar el mensaje. Asomándose entre las ramas, poco a poco divisaron a un enorme grupo de personas formadas, la vista apenas y podía abarcar a todos los que constituían aquel contingente.
No podían creer que su mensaje pudiera llegar a tantas personas; los nuevos reclutas se podían contar en cientos, todos ellos con la idea de derrotar al imperio, pues ellos también habían sufrido por las invasiones de su ejército, y estaban dispuestos a luchar para desquitarse por todo lo que sufrieron.
Cuando los primeros combatientes se integraron al enorme grupo, los reclutas les abrieron paso entre aplausos y gritos de victoria por ser quienes han logrado derrotar al quien es considerado el ejército más poderoso del continente. Cuando el capitán estuvo al frente, junto a los mensajeros que lograron la hazaña de reclutar a demasiadas personas, los saludo y se dispuso a dirigir la travesía.
El viaje era largo, tan solo eran tres días y dos noches si se viajaba en carro, pero caminando era de solo seis días y cinco noches. Los primeros días todo fue tranquilo, recolectando fruta y cazando algunos animales para tener algo de provisiones y comer durante sus descansos, los cuales eran por la noche. Fue hasta el cuarto día donde se toparon con un pequeño grupo de elementos del ejército del imperio. Valerosos, una pequeña parte de los nuevos miembros se dirigió al enfrentamiento para demostrar de que estaban hechos, entre magos y combatientes se lanzaron para enfrentar al pequeño batallón. A diferencia de lo que pensaron los soldados del imperio, la batalla duro poco, pero a favor de aquellos que se desplegaban hacia el norte, con dirección a la capital. Como en la batalla anterior, solo unos pocos soldados lograron escapar.
Después de eso, siguieron marchando sin ningún otro contratiempo.
En la noche del quinto día, todos se mantuvieron detrás de la montaña que separaba el exterior de la Ciudad Imperial, la mayoría se preparaba para dormir mientras otros se disponían a cuidar los alrededores. Argos se recostó en un árbol y comenzó a cerrar los, cayendo poco a poco en un relajante sueño. Cuando se encontró entre la penumbra de sus ojos, sus sentidos se alteraron, estaba ante la presencia de alguien o algo sumamente poderoso. En corto sabría de quien se trataba.
–Argos... No te asustes. Soy Taro –el Dios se sumergió en sus pensamientos, pues era necesario para él comunicarse en ese momento– necesito de tu ayuda. Requiero que en el combate que están por tener, logres que tus compañeros sean derrotados. Es así como tienen que ser las cosas. En caso de que no lo hagas... –la voz de Taro se fue disipando mientras Argos, algo preocupado y sobresaltado, se estaba despertando.
No logro terminar de escuchar la petición de Taro, pues uno de sus compañeros lo despertó antes de que el Dios, en sus sueños, terminara de hablar. Cuando abrió los ojos, el sol le dio de frente y tubo que taparse la vista con una mano para no mirar de lleno la luz. Se estiró un poco y se dispuso a comer, pues sus compañeros estaban preparando el desayuno antes de partir a su destino. Cuando todos los elementos habían comido, teniendo todo listo para su gran día, el capitán los reunió para darles unas palabras de aliento.
–Señores... este, es nuestro momento. Cuando partimos desde nuestras ciudades llegamos hasta acá con la consigna de, dejarle en claro al "gran imperio" que nosotros no queremos ser dominados por nadie. Que queremos ser nosotros los que decidamos como llevar nuestras vidas. Ellos creen que con su poder y fuerza militar podrán con nosotros, pero no toman en cuenta nuestra determinación y ganas de seguir siendo libres. –Prosiguió explicando cómo se dividirán para atacar– Procederemos de la siguiente forma, Luck y Dess tomarán las posiciones del este y oeste, yo tomare con mi equipo las posiciones del norte, mientras que Argos vas a atacar por el sur. Todos esperaran a mi señal. ¿Están de acuerdo?
Al unísono, todos contestaron que no. Formando los equipos de ataque, todos se pusieron en las posiciones que les indicaron. Cuando el grupo de Argos estaba de frente a la puerta sur de la Ciudad Imperial, dio las indicaciones para cuando deberían atacar. Con cuatro arqueros y dos magos, les menciono que deberían atacar con flechas a los guardias postrados en la puerta y en las torres, para que pudieran ingresar y entrar sin complicaciones; los magos se quedarían para dar apoyo cuando fuera necesario. Una llamarada soltada en el cielo, al norte de la ciudad, fue la señal esperada para comenzar el ataque. Las flechas salieron disparadas, impactando en los objetivos indicados; cuando los cuerpos cayeron inertes al suelo, Argos, junto a sus hombres, corrieron para adentrarse en la fortaleza, cuando de repente miraron como las puertas se abrieron de par en par.
Detrás de los muros, un grupo numeroso de magos sorprendió al grupo de Argos, recibiéndolos con un ataque de llamaradas que iban con dirección al semidiós. Espantados, todos dejaron de correr, haciendo que Argos fuera el único en estar adelantado.
Los magos que apoyaban al ejército del sur reaccionaron algo tarde, lanzando ataques con agua para proteger a los suyos, pero era Argos quien se quedó de frente al ataque. Colocando delante de él su escudo, concentrando toda su energía en él para recibir de lleno el golpe de llamarada; todos sus compañeros se espantaron al ver como el mejor hombre de todo el batallón era consumido por el fuego. Cuando el ataque de agua alcanzó la posición de Argos, todos los presentes, incluso los que produjeron el ataque se quedaron sorprendidos, pues miraron como el cuerpo del guerrero no fue consumido por las llamas. Aunque no lo podían explicar, la razón es clara, al concentrar toda su energía para defenderse, formó un escudo que logro contener y desviar el ataque, esto fue producto de sus arduos entrenamientos, solo que no lo había probado en combate.
Cuando logro desactivar dicha habilidad, miro hacia sus compañeros y los impulso a seguir adelante, cuando lo miraron seguir corrieron a la entrada, aun después de recibir aquel ataque, todos se armaron de valor y lo siguieron para combatir. En el momento que los soldados del ejército del sur comenzaron a arribar a las puertas principales del Reino Central, los magos que antes habían disparado, al verse superados y sin la posibilidad de dar otro ataque rápido y certero, comenzaron a replegarse, dejando a los soldados del imperio solos ante la estampida de personas que se acercaba. Los cuatro puntos de entrada se volvieron un completo caos, las confrontaciones no se hicieron esperar, y desde el primer momento se empezaron a ver los cadáveres tanto adentro como afuera de los muros de la capital. Los soldados debían de estar alerta de a donde mandaban sus ataques, pues entre el tumulto, se encontraban los habitantes de la ciudad que buscaban huir del terror que se estaba formando en aquellos momentos. Cuerpos calcinados o reducidos a cenizas; personas ahogadas por agua con la cara azul por la falta de aire; hombres con varias flechas empaladas en el plexo, diez, quince o veinte proyectiles incrustados; eso y más era lo que se lograba con cada instante que pasaba y las tropas del sur avanzaban hasta el castillo, donde se encontraba su objetivo principal. El Emperador.
Entre las batallas individuales, Argos estaba buscando la forma de avanzar y hacer un camino para que las tropas puedan seguir su camino hasta el castillo. Empujando a enemigos, deteniendo ataques con su espada y atajando las flechas y ataques de fuego con su escudo, fue desplazándose poco a poco, hasta que logro ver el muro que divide la ciudad de la fortaleza; una enorme barricada fue puesta en la puerta, mientras que diversos centinelas postrados en la cima del muro apuntaron hacía el guerrero y comenzaron a lanzar flechas con fuego en la punta, dispuestos a eliminar a la amenaza. Cubriéndose detrás de su escudo, fue resistiendo cada proyectil que le lanzaban, sin importar que el fuego siguiera aun debajo de él, pisándolo sin sentir dolor alguno.
Fuertemente empuño su espada y dirigió su energía al arma; como si de un entrenamiento se tratase, saltó lo más lejos que pudo, en dirección al muro y, con la espada sobre su cabeza, lanzó un sólido golpe al blanco mármol del que estaba hecho el muro. Una cortina de polvo se levantó, cubriendo a todos quienes estaban cerca de él. Cuando el polvo se disipó, un enorme boquete se encontraba donde Argos dejó caer su golpe, levanto la mano e indico a sus compañeros que entraran rápido.
La toma del castillo fue veloz, tanto, que no dieron oportunidad para que los hombres más cercanos al Emperador pudieran responder. Cerraron todas las posibles salidas, emboscaron a todos los guardias y revisaron todos los cuartos para evitar cualquier sorpresa. Cuando llegaron a donde estaba el Emperador, en la sala principal del castillo, lo vieron acompañado por unos cuantos soldados, que lograron llegar a con él para protegerlo, pero al verse superados en número prefirieron rendirse.
Después de dos días de haber tomado la ciudad, llamaron a todos los gobernantes del imperio para que se reconociera la autonomía de los cuatro reinos: Norte, Sur, Este y Oeste, sin ningún tipo de intervención por parte del Imperio, el cual se encontraría dentro del Reino Central. Por desgracia ese pequeño triunfo no duraría tanto, pues, por debajo de forma secreta, el emperador negocio con los gobernantes de los reinos, excepto del Sur, para que sean ellos protegidos por el imperio, a costa de que sea este quien designe a sus gobernantes y paguen un pequeño tributo.
Todos estaban en júbilo, a excepción de Argos, quien se encontraba absorto en sus pensamientos, pues no podía sacarse de la mente aquel sueño donde Taro le indicó que no permitiera que el ejército del Reino del Sur ganara la guerra. Aquel reino al cual, por petición de Argos, cuando terminara la guerra construyeran una iglesia para los dioses, para darles las gracias por ayudarlos en su victoria. Sospechando de las razones por las cuales le habrá pedido eso, decidió ir a confrontarlo.
Durante una mañana tranquila, Argos salió a las afueras del muro que se construyó alrededor del Reino del Sur, se sumergió en la espesura del bosque para que nadie pudiera ver lo que estaba a punto de hacer. En medio de los árboles, se aseguró de que nadie lo hubiese seguido y procedió a reunirse con Taro. No iba a ser sencillo llegar al reino de los dioses, para eso debería de concentrarse lo suficiente en encontrarse con el máximo Dios de aquel mundo. En su mente puso la imagen más cercana que tenía sobre Taro; se esforzó por ubicar su presencia; los minutos pasaban y pasaban sin tener algún resultado, estaba por rendirse hasta que logró sentir la energía que emanaba del Dios. Con cada segundo que transcurría sintiendo esa presencia, observaba como su cuerpo se transportaba al reino de los dioses.
De repente, se encontraba en un enorme pasillo con columnas que sostenían un techo, todo el recorrido apenas estaba iluminado por unas antorchas, varios metros frente él había unas puertas de donde una tenue luz atravesaba sus rendijas; con cautela se aproximaba a la entrada de quien sabe qué. De frente al marco, las puertas de abrieron de par en par mostrando un trono vacío, era completamente exuberante, como si estuviera hecho completamente de oro sólido, con incrustaciones de piedras preciosas y un color blanco en el respaldo. Era un lugar como de en sueño, había tonos blancos, azules y naranjas, como en un eterno amanecer; suaves capas de color blanco similares a las nubes. Simplemente espectacular.
Una fuerza enorme se hizo presente en aquel templo, Argos lo sabía, pero no identificaba la procedencia de dicha energía. De repente, varias estelas de luz negra aparecieron por detrás del semidiós, con dirección al trono frente a él, formando una esfera que se hacía más y más grande con cada rayo que se acumulaba. Llegó al punto en que era tan enorme que no cabía en el asiento, por lo cual empezó a transformarse súbitamente. La bola de energía que se posó en la silla se estiraba para todas partes, como si fuera a explotar, pero no fue así. Poco a poco fue tomando forma humana, pero el color nunca cambió.
–Taro... –No era necesario preguntar por la identidad de ese ser, pues la voz era idéntica a como se presentó la primera vez a Argos, solo que sin aquella consistencia acuosa que utilizó para formar su cuerpo. Al contemplarlo, Argos tomo el mango de su espada, aun teniéndola enfundada, pero lista por si requería atacar.
–No es necesario que te alteres, pues no va a pasarte nada –lo decía mientras miraba como Argos se preparaba para atacar–. Lo bueno que has venido aquí, por primera vez visitas nuestro mundo, lo malo es que sea en estas circunstancias. Bueno, no se puede hacer nada. Pero dime ¿Qué te trae a este lugar?
–Creo que eso lo sabes muy bien Taro, pero por si se te olvido ¿Por qué me pediste que perdiera la guerra?
–No te preocupes por eso, Argos. Podemos dejar eso en el olvido, pues, como te dije, ya nada se puede hacer –la voz de Taro era tranquila, pero Argos no bajaba la guardia, pues no podía confiar mucho en él–. Pero lo que a mí me intriga es saber por qué me desobedeciste, de haberme hecho caso pudiste pedirme cualquier cosa que quisieras.
–Tu nos diste este poder para usarlo como nosotros quisiéramos, no para hacer tu voluntad.
–Hacer las cosas a mi modo es lo que más disfruto. Es una ventaja de ser un Dios, lo bueno es que, si quisiera, te puedo destruir...
–En eso te equivocas, pues se cuáles son tus reglas. Pues aun siendo un Dios, tienes tus limitaciones. Y una de ellas es que no...
–... No puedo interferir negativamente en el mundo. Tienes razón, talvez yo no pueda hacerlo... pero ellos sí. –Señaló al suelo y se empezaron a mover algunas formaciones nubosas. En un solo minuto, de aquellas pequeñas nubes aparecieron cinco personas con diferentes y muy variadas armaduras y armas, rodearon a Argos y le cerraron el paso hacia la salida–. Veras, ellos son otros semidioses, quienes, al igual que tú, pudieron ayudarme, pero a diferencia de ti, ellos si obedecieron. Te daré una última oportunidad. Si te retractas de lo que hiciste, te perdonare la vida, de lo contrario, esta será la única vez que estés en este mundo.
–Inténtalo, porque no me disculparé.
–Bueno... Tu así lo quisiste. Ataquen. –Postrado en su asiento, se dedicó a ver como los otros semidioses estaban por atacar a Argos.
Visto en superioridad, el guerrero del ejército del sur sacó su escudo y se preparó para dar todo en aquel combate, pues estaba por pelear contra personas que tenían las mismas habilidades; cuando sintió como un ataque llegaba desde la espalda, giró y contuvo el golpe de una espada con su escudo. Cuando los demás se abalanzaron contra él, se valió de desviar los embates con la espada o retenerlos con su escudo. Así fue como se desarrollaba el combate, sin ningún intento de ataque, solo resistiendo a los contrarios, pues suponía que no podía provocarles algo. Entre tantos golpes, logró ver un diminuto espacio en el cuello de un enemigo, dirigió su espada hasta aquella pequeña parte del cuerpo y encajó el filo hasta atravesar a su oponente; cuando todos miraron el enorme charco de sangre, y como poco a poco el herido fue perdiendo la vida, dieron un paso atrás, por su parte, Taro, se inclinó un poco al frente para ver mejor lo sucedido. ¿Cómo pudo ser posible que un semidiós muriera? Impactados por el suceso, se quedaron temerosos por ver el charco de color escarlata que fluía del cuello de aquel cuerpo que una vez tuvo vida. El miedo les impidió continuar con el combate, algo que aprovechó Argos para escapar de aquel lugar.
Al haber actuado de forma rápida, sus combatientes no pudieron reaccionar de inmediato, rezagándose a verlo partir del recinto. Cuando Argos estuvo ya en el pasillo con columnas se apresuró en pensar en regresar al Reino del Sur; con la mente ya en aquel lugar, procedió a desaparecer. Los otros semidioses no salieron del ancestral lugar, disculpándose ante Taro por fallar en su cometido.
–No se preocupen. Lo que ocurrió no lo tenía previsto, hasta yo me sorprendí. Pero quiero saber, ¿hicieron lo otro que les pedí?
Los semidioses se miraron entre sí.
–Así es, Taro. Lo hicimos.
–Eso le enseñara a no desobedecerme. Bueno... prepárense, que les voy a pedir algo.
Todos pusieron atención a lo que Taro les propondría pues saben que su recompensa será enorme en caso de cumplirla satisfactoriamente.
Estando de regreso en el bosque, salió disparado por haber corrido con anterioridad, rodó sobre el pasto y, con el mismo impulso, se puso de rodillas sobre el césped, al levantarse, corrió directo al reino, pues no quería pasare un rato más en el bosque, a merced de que pudieran encontrarlo rápido en aquel lugar. Cuando se paró sobre una pequeña colina, percibió una columna de humo a lo lejos. En primera instancia no le prestó atención, pero de inmediato recordó que para ese lado estaba la casa de su familia.
Se encaminó corriendo hacia la dirección del humo, desesperado en encontrar que no sea la casa de sus padres lo que se está quemando, la posibilidad de que eso fuera real le llenaba de ideas, ideas aterradoras. Mientras más se adentraba en el bosque, recorriendo el camino que hizo hace varios meses, se estremecía por no llegar al punto de origen del fuego. Guardó su armadura y equipo para correr más rápido. Supo que se acercaba al lugar cuando una densa nube de humo se divisaba y el olor a quemado era penetrante. Temía lo peor. Cruzando un par de ramas antes de salir al campo, ahí la mira, aterrado de que sus pensamientos se hicieron realidad, la casa donde paso su niñez, el lugar donde viven sus padres, aquello que llamaba hogar, estaba siendo devorado por llamaradas que oscilaban por todos los lados, devorando las paredes y rompiendo los cristales, la casa era lo de menos, lo que en ese momento le importaba era saber dónde estaban sus papás, pues se preocupó al no verlos afuera.
Se acercó a la puerta, carbonizada por el fuego, la empujo y el simple golpe bastó para que cediera para abrirse. No los miró en la sala, tampoco en el comedor, por lo cual decidió subir a su cuarto para asegurarse de que estuvieran ahí o no. Al romper la puerta del dormitorio de sus padres, sus ojos se comenzaron a llenar de lágrimas, pues, postrados en la cama, con sabanas manchadas de un líquido rojo, estaban sus padres sin moverse aun con todo el fuego a su alrededor. Sin pensar más en lo que era evidente, se acercó a ellos y los cargo para sacarlos de aquel lugar; bajando por las escaleras, sentía como la casa estaba temblando, en señal de que la estructura estaba por caerse, se apresuró y pronto se encontraba en el bosque con los cuerpos de sus padres. Los intentó revivir con compresiones en el pecho, pero fue inútil, no respondían; devastado, solo miró como su casa se derrumbaba y como yacían los cadáveres de sus papás en el suelo, dejó que todo su peso callera en las rodillas y se puso a llorar desconsoladamente, pues había perdido de forma cruel a quienes más amaba en la vida.
Después de muchotiempo, se incorporó y se puso a cavar dos agujeros cercas del lago donde unavez se le presentó Taro, pues fue en aquel lugar donde igual pasó varios momentosagradables de su infancia. Colocó ahí los restos de sus padres y tapó lastumbas con la tierra que sacó para formar las fosas. Tomando unas cuantasfrutas y con el corazón destrozado partió de nuevo al Reino del Sur.
Varios meses pasaron y Argos no podía encontrar consuelo a lo que le había sucedido, por lo cual prefirió salir a buscar algo que lo distrajera, pues necesitaba concentrar su mente en algo para no caer en la depresión por su pérdida, por lo cual agarro sus cosas, guardo su equipo de combate y salió en busca de alguna aventura que pudiera entretenerlo. Despidiéndose de los habitantes de aquel lugar quienes lo apoyaron en su decisión, pues para ellos era un héroe de aquella batalla contra el Imperio, le desearon suerte en su travesía.
En su andar conoció las costas que unen a los reinos del Sur y del Este, el extenso desierto que rodeaba al Reino del Norte, las boscosas montañas del Reino del Oeste, así como cada ciudad y pueblo que se encontraban a lo largo y ancho de Mantra. Los años pasaban y pasaban, cada vez que visitaba un nuevo pueblo, notaba lo mucho que había cambiado, nuevos edificios, nuevas construcciones, nueva gente, aun cuando el tiempo seguía transcurriendo, él parecía no en vejecer. Pero eso era producto de su condición como semidiós, pues eso le permitía vivir eternamente, un milagro para algunos, pero para Argos era un tormento, pues, así como las personas llegaban a su vida, el tiempo se las arrebataba, eso era lo que más le dolía, ya que cada persona que llegaba a su vida la hacía importante para él. Pero era algo que, con el paso de los años, aprendió a vivir con ese sentimiento.
Los años se volvieron décadas, y las décadas siglos, y con ese enorme paso de tiempo miró como su nombre, que en un momento fue una leyenda viviente en las mentes de las personas, ahora se convirtió en un cuento antológico que se recita de generación en generación.
Durante su travesía, algunos de los semidioses lo han intentado persuadir para que regrese a con Taro, pues está dispuesto a perdonarlo si acepta sus condiciones y se disculpa por haberlo ofendido desobedeciéndolo. Pero nunca aceptaba, pues él creía haber hecho lo correcto aquella ocasión; si las palabras no funcionaban, llegaban a los golpes, donde el entrenamiento y dedicación de Argos salía a flote, más que solo las habilidades entregadas a los semidioses. Después de derrotarlos, solo les decía que le avisaran a Taro que no tenía intención de regresar a ser parte de su equipo. Resignados por la derrota, solo se iban para darle el mensaje al Dios.
En una ocasión, cuando se encontraba merodeando los alrededores del Reino del Este para ver si podía encontrar algo interesante, se topó con una hermosa mujer que lo cautivó de inmediato, aunque su cara y ropas estuvieran sucias, su rostro emanaba una enorme belleza, pero el entendía muy bien que no podía enamorarse o entablar una relación con ella, pues sabía cómo terminara eso. Esperando no asustarla, se acercó para poder ayudarla, pues sentía su deber apoyar a los demás, y con ella no sería la excepción.
–Perdona si te asuste, me llamo Argos. Un gusto –dijo mientras extendía su mano para ayudarla a pararse–. ¿Cuál es tu nombre?
–Me llamo Luna... Luna Za, un gusto.
La historia a partir de ese momento comenzaría para los futuros aventureros.
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