XIV
Los cuentos de princesas casi siempre son de bellas doncellas encerradas en un viejo castillo en espera de un caballero que, después de superar diversos retos dentro de la fortaleza, la rescatase para así escapar de aquella prisión y vivir juntos felices por el resto de sus vidas. Es extraño no ver esto en las diversas historias de este género. Pero la realidad nunca es la misma que lo encontrado en la fantasía. En algunos casos, las doncellas no son más que un objeto inalcanzable que, la historia que cargan en su pasado, no es algo que todos quisieran sentir. A veces no esperan por caballeros que las salven. Quedan desamparadas, ateniéndose a tener una miserable existencia.
En el seno de la familia imperial, la noticia de que la esposa del monarca estaba en espera de un nuevo bebé había ilusionado a todos en la ciudad, pues estaban ansiosos por conocer al nuevo integrante de la familia más poderosa del continente. Los meses pasaron y, en un día de invierno, nació una hermosa niña con los ojos blancos, igual que los de su madre. Ahí todos conocieron a la princesa Adita.
Para los integrantes de la familia imperial fue una gran alegría recibir a Adita, el más emocionado de todos era, sin dudas, el príncipe Arman, su hermano. Pues tener una hermanita lo llenaba de felicidad; cada oportunidad que tenía para estar junto a ella, siempre estaba acariciándola, arrullándola, en fin, cosas que son normales por parte de los hermanos mayores.
Los años pasaban y los dos pequeños se llevaban sumamente bien. Nunca tuvieron problemas serios entre ellos; salvo pequeñas discusiones típicas de hermanos, pero nada que unas simples disculpas, obligadas por los padres, no arreglaran.
No fue sino hasta que Adita tenía 11 años cuando, por causas del destino o una extraña casualidad, una fría noche todo en su mundo cambió para mal. Estando en el patio central del castillo, como si de un simple juego se tratara, simulaba que podía arrojar conjuros con sus manos a enemigos imaginarios; los guardias estaban cuidando como era de costumbre; su hermano estaba sentado en una de las bancas leyendo un pequeño libro.
De pronto, una pequeña luz apareció ante las pequeñas manos de Adita. Nadie entendía como sucedió aquello. Fue tan repentino, que los guardias no sabían cómo reaccionar ante el evento. Arman, quien aún permanecía sentado, soltó ligeramente su libro que este terminó por caerse en el suelo, su expresión atónita no tenía comparación. Pero todos estaban de acuerdo en una sola cosa: la vida de aquella pequeña niña no será la misma.
Tuvieron que pasar semanas hasta que los rumores sobre lo ocurrido en el patio centrar llegaran a los oídos del Emperador, pues todos los soldados acordaron, junto al príncipe, que nadie debería de decir algo sobre aquella ocasión; por desgracia, algunos de aquellos hombres no pudieron resistir a la necesidad de contarle aquella anécdota a sus amistades más cercanas, razón suficiente para que todos empezaran a hablar de ello a escondidas.
Cuando el emperador estuvo enterado por completo de los hechos, mandó a varios de sus más leales soldados para que fueran a averiguar sobre lo acontecido. Estando dos de aquellos soldados a solas con la princesa, le pidieron de forma amigable que jugaran como lo había hecho hace ya unas noches. Adita solo recordó que, después de aquel suceso, le prometió a su hermano no volver a hacer aquellas luces; pero no lo veía malo si lo hacía frente a unos soldados.
Poniendo sus manos frente a ellos y, replicando lo que sintió aquella vez, unas pequeñas luces salieron de sus manos, logrando un pequeño destello blanco que impresiono a los soldados. Cuando miraron el pequeño acto de luces, aquellos que fueron comisionados por el Emperador le reportaron lo sucedido en la habitación de la princesa. Dos días tuvieron que pasar para que el padre de Adita y Arman pudiera decidir sobre este suceso. Comprendía muy bien de los efectos, mayormente negativos, de dar a conocer esta terrible información.
Pero la mayor dudaaún seguía sin ser contestada. ¿Cómo fue que la princesa había obtenidoaquellos poderes?
Un mes después de que el Emperador supiera sobre los poderes mágicos de su hija, mando a sus soldados a traer a su esposa frente a él. Siendo arrastrada por dos militares, la postraron de rodillas ante el trono principal, donde ya se encontraba su amado sentado con una cara que solo podía leerse como enojo. Confundida, levanto su rostro para encontrarse con unos ojos furiosos, de esos que matan con solo ver a uno; con lágrimas en su cara, por el miedo que le genera la situación, imploraba por una explicación sobre este atropello.
–Dime, ¿por qué me estás haciendo esto? –preguntaba afligida. Su voz se entrecortada con cada palabra.
–Quiero que me digas todo lo que sabes sobre nuestra hija –su voz se escuchaba imponente, más como un grito, parecía una orden.
–No sé de qué estás hablando –ponía sus manos juntas frente a su pecho– ¿qué sucede con nuestra hija?
–No quiero que alarguemos esto innecesariamente. –Postraba su mano derecha sobre su frente, para aliviar un poco la frustración que sentía–. Dime la verdad. ¿Quién es el padre de Adita? –Lo dijo como si nada. Las miradas de los soldados se encontraban entre sí de forma cautelosa, para no ser descubiertos.
–¿Qué me estás diciendo? –lo decía con indignación–. ¿Cómo pues pensar que yo te podría engañar?
–Al parecer no te has dado cuenta de la situación. Te lo diré así de fácil: descubrimos que tu hija tiene poderes mágicos.
La cara de la madre no tenía una expresión uniforme. Estaba estupefacta por las declaraciones hechas; no lograba comprender la gravedad del asunto, de igual forma, no tenía conocimiento alguno sobre aquella información sobre su hija. Pero poco a poco, iba dilucidando como se ira desenvolviendo las cosas, hasta llegar a la conclusión de cómo podría terminar esto. Se paró aun con las piernas temblando por la conmoción de haber recibido aquella noticia, intento acercarse lo más que pudo hacia el Emperador.
Antes de tan siquiera dar unos cuantos pasos, dos espadas se cruzaron en su camino para impedir que se dirigiera al soberano del continente. Aterrada, se detuvo en seco para no chocar contra las afiladas armas de los caballeros. Fue entonces que, desde esa distancia, intento defenderse contra las acusaciones que aún no se le habían impuesto, pero era un hecho que se le impondrían.
–Debes de creerme. Yo no te he traicionado –las lágrimas se desbordaban de su rostro–. Nunca he hecho algo para traicionarte.
–Ojalá te pudiera creer. Pero las cosas son de esta forma.
Una persona en túnica blanca y cubierta de la cara con una capucha se posó frente al Emperador, mirando a la mujer que estaba siendo acusada, con el fin de dictarle los cargos y su pena.
–A la Emperatriz de Mantra, por el cargo de traicionar al Emperador, y con ello a la corona, se le condena al despojo de todo título noble que posea, esto deberá de hacerse de forma inmediata; de igual forma, será condenada a muerte por medio de decapitación.
–Esta pena se cumplirá de forma privada. Ya se ha deshonrado a la familia lo suficiente; no quiero que el escandalo se esparza por todo el imperio –esto lo dijo casi como un susurro solo para que el enjuiciador lo pudiera escuchar.
Los soldados tomaron por los brazos a su anterior emperatriz y la condujeron hasta los calabozos para que fuera puesta en espera de que su sentencia se cumpliera. Los primeros días imploro por clemencia y piedad por parte del soberano de Mantra, pero sus esfuerzos eran inútiles, su suerte ya estaba echada. Con el paso de los días, fue aceptando su cruel destino hasta el punto de resignarse y darlo por un hecho.
Pasaron ya tres largas semanas y el plazo para la ejecución se había cumplido. Sacándola de su celda, la pasaron a una cámara iluminada solo por unas cuantas velas, donde estaba puesta en el centro una mesa hecha únicamente de piedra, la cual contaba con varias marcas uniformes en el centro, así como restos de sangre seca en su base. Aquel lugar era donde anteriormente se hacían las ejecuciones a los enemigos del imperio, se dejó en desuso por un largo tiempo, pero en esta ocasión se retomaba para su propósito original.
Ante la presencia de unos cuantos militares, un verdugo y la mirada fría del Emperador, postraron su cuello en el centro de aquella mesa, al principio se forzó para evitar que la colocaran en aquel lugar, pero entre cuatro soldados lograron mantenerla fija en aquel lugar. Ante un ligero movimiento de cabeza del líder del imperio, el verdugo se acercó con una enorme espada por un costado de la que hasta hace unos días era la emperatriz de aquellas tierras.
Alzó el arma sobre su cabeza y, con un rápido movimiento, amputó la cabeza de aquella mujer. La sangre brotó a chorros por unos instantes, unas cuantas gotas impregnaron el rostro del Emperador. Al sentir las salpicaduras, se limpió con el brazo y, cuando termino de ver rodar la cabeza cercenada de su ex mujer, ordeno deshacerse del cuerpo y se retiró sin decir algo más.
Pero aún no se sabía cómo la emperatriz logro serle infiel al su amado. Nadie daba crédito a tan vil acto de traición, no solo al imperio, sino a su ser amado. Todos los que sabían de esto quedaron estupefactos ante los hechos, ya que no creían posible que la emperatriz pudiera hacer algo te tal naturaleza. Pero algo más increíble es la verdad sobre la concepción Adita.
La soberana nuncatraiciono a su esposo. Había algo más detrás de que la princesa tuviera poderesmágicos.
Cuando la emperatriz se encontraba preñada de la futura princesa, un pequeño incidente ocurrió al interior del castillo de la Ciudad Imperial.
Un día cualquiera, uno de los alquimistas que estaban de servicio para el Emperador, se encontraba realizando unos cuantos experimentos en el laboratorio que estaba designado para aquellas labores. Dichas instalaciones se encontraban en la parte trasera del castillo, de forma que, en caso de algún accidente grave, no pusiera en peligro la integridad de la familia imperial ni de los ministros que se encontraran dentro del castillo.
Entre los experimentos que realizaba, estaba manipulando un objeto que, los Danes lograron confiscar a unos traficantes de piedras mágicas. Algo que muy pocos alquimistas tenían el honor de presenciar: Una piedra mágica de poder oscuro. No todos los que practicaban aquella profesión, sabían manipular dicho objeto. Todos tenían entendido que eran peligrosas, pero no tenían conocimiento de los efectos que provocaba en quien la manipulara.
Mientras este viejo alquimista se encontraba en la preparación de sus mezclas, estaba absorto en sus pensamientos, sobre cómo empezar a experimentar con aquel preciado pero temido objeto. Entre el vaivén de sus pensamientos, cometió un crucial error, termino colocando accidentalmente la piedra mágica en aquella pócima. Cuando se dio cuenta de su error, era demasiado tarde, una enorme nube negra empezó a cubrir el enorme techo de piedra bajo el cual se encontraban.
Aquella espesa niebla emanaba una fuerte energía que lograba estremecer a quien se atreviera a acercarse. Cuando el Emperador se enteró del caos, ordeno inmediatamente que todos los hechiceros que estuvieran disponibles se dirigieran la zona afectada para contener el humo que emanaba del laboratorio de alquimia.
Después de los diversos esfuerzos entre los hechiceros y alquimistas para contener aquella enorme masa que se estaba expandiendo peligrosamente al castillo y, por consiguiente, al Reino Central, lograron eliminar la amenaza de forma efectiva. Pero quedaba una cosa por realizar, encontrar al culpable de general tal caos.
Cuando se realizaron las diligencias para llegar a quien desato el caos dentro del perímetro del castillo, se dedujo que el viejo alquimista fue quien provocó todo el incidente por su falta de cuidado. Cuando lograron dar con él, lo presentaron ante un consejo de ministros especializados en enjuiciar a quienes ponen en peligro a la corona. Terminado el juicio, se le declaró culpable de poner en peligro a la familia imperial y a la Reino Central.
Debido a su avanzada edad, a su puesto como servidor directo al imperio y de no haber víctimas fatales en aquel suceso, solo se le condeno a ser separado de su cargo y a expulsarlo de las inmediaciones de la Ciudad Imperial. Para evitar que le dieran aquel castigo, intentó argumental que todo fue un accidente, pero sus alegatos no sirvieron de mucho, pues aquel tipo de faltas eran inaceptables para aquellos que sirven al Emperador.
Humillado y sin la posibilidad de poder practicar la alquimia en algún otro lugar, pues aquella enorme mancha negra lo perseguiría a donde quiera que fuera, prometió vengarse del emperador. Sentía una furia incontrolable, pues, aun cuando solo fue un accidente, no quisieron escuchar su punto de vista; solo querían a un culpable para que pagara por todo lo hecho,
Pero no haciendo lo típico de una venganza, él quería que el Emperador sufriera cada día de su vida, por lo cual decidió que su objetivo para poder desquitarse con el soberano seria alguien que el Emperador estuviera en gran estima y fácil de atacar con sus habilidades. Su futura hija.
Con los conocimientos en mágica que tenía, así como unas cuantas pociones que logro hacer para incrementar su maná sin la necesidad de piedras, conjuro un viejo ritual de magia negra que solo podía conocerse por medio de libros. Este consiste en que, teniendo en mente a una persona, quien realizará el hechizo, podía depositar una parte de su ser en esta persona, mientras menos fuerza de voluntad está presente, el hechizo surtirá más efecto. Por desgracia, este hechizo tenía un gran problema, para que una parte del alma de quien realice el conjuro sea impregnada en el cuerpo de su víctima, se tendrá que despedir de una porción de su vida. Esto podía significar que, en caso de concretarse el encantamiento, el alquimista podía morir. Pero esto poco o nada le importaba con tal de desquitarse con el Emperador
Como el futuro bebé de no podría defenderse de lo que le hicieran, fue el objetivo predilecto del alquimista. Siendo de noche, se encontraba en una habitación oscura, rodeado de varias velas, las paredes estaban marcadas con manos de sangre, como un pacto de sangre del hechicero para que el conjuro pudiera surtir mayor efecto. Con todo preparado, empezó a conjurar los versos para que el hechizo pudiera ser comenzado.
–Das anima mea vivare durare annis
Seguía repitiendo aquellas palabras por varios minutos hasta que, de un momento a otro, su cuerpo colapso, esto le indicó que, de alguna forma u otra, su hechizo surtió efecto. Con el alma abandonando poco a poco su cuerpo. Sus ojos se iban apagando, su mirada estaba perdida en la nada y con las últimas fuerzas que se encontraban en su cuerpo, conjugó sus palabras finales.
–He aquí mi venganza. Nefasto Emperador.
Cerro los ojos y pudo descansar finalmente.
En el vientre de laEmperatriz un enorme cambio se produjo, algo que marcaría la vida de aquellacriatura que aún no conocía el mundo en el cual estaba destinada a vivir.
Después de haber dado muerte a la soberana, se discutió en privado cual sería el futuro de la princesa Adita.
Tres días después de la ejecución de la madre de Adita, el emperador, junto a un grupo selecto de alquimistas, magos, soldados y ministros sumamente fieles a la corona, haciendo un total de diez personas en la sala de reuniones, la cual se encontraba en una habitación contigua a la biblioteca del castillo. Todos ellos estaban preparados para discutir un tema tan complejo como complicado, algo que es para el bienestar de todo el imperio: qué debían hacer con la princesa Adita.
–Debemos de entender que si alguien afuera de esta reunión se entera de esto –comentaba el monarca– todo se puede volver un caos, mayormente en los reinos. Puede llegar incluso a desatar una nueva guerra.
–Eso suena algo extremo su alteza, con todo respeto –replicó uno de los ministros–, se entiende su preocupación, pero necesitamos enfocar en algo un poco más realista.
–Yo propongo que debemos deshacernos de ella lo más pronto posible –comentó una ministra, con un tono como si ese comentario le pudiera costar la vida–. No creo que todos deban de enterarse de su condición.
–Eso sí que no –respondió el Emperador, furioso, azotando su puño contra la mesa–, ya perdí a mi esposa, y lo que menos quiero es perder a uno de mis hijos. Sé que ella no tendrá los mismos tratos que su hermano, pero aún sigue siendo mi hija.
–Lamento el comentario, señor –decía la vieja ministra mientras agachaba la cabeza.
–¿Y si la usamos para apoyar al ejército? Claro, hasta que tenga la edad necesaria para manejar sus poderes. Creemos entre los magos y nosotros que sus habilidades serían de gran...
No pudo completar dicha frase, pues el semblante del Emperador indicaba que, cada palabra que salía de su boca le estaba enfadando. Era comprensible, no mandaría a su hija al ejército; eso podría implicar que muchas más personas supieran sobre sus habilidades y propagar la noticia, teniendo un resultado negativo para todo el imperio.
Los minutos pasaban y a nadie se le ocurría una idea buena. El silencio poco a poco se apoderaba de la sala. Las miradas estaban perdidas en el vacío mientras, en las mentes de los presentes, se estaban maquinando las opciones que pudieran aportar algo que sirviera ante la problemática que tenían en frente. Rompiendo el silencio existente en el ambiente, un alquimista, quien ya había hablado con sus homólogos antes, se levantó y expuso ante los presentes lo que él y sus compañeros ya tenían como acuerdo.
–Su majestad –su voz era profunda, y emanaba una elocuencia perfeccionada por el paso los años–, entre mis colegas y yo tenemos la idea de que, para darle un uso a los poderes de la princesa, así como evitar, en la medida de lo posible, que el mundo conozca esta tragedia y se divulgue por todo el imperio.
"Lo que proponemos es que, con los conocimientos que tenemos, así como los instrumentos y materiales que nos proporciona su majestad, podemos lograr que, usando las habilidades de la niña, podemos generar grandes cantidades de piedras mágicas. Así como indagar más sobre las piedras de magia oscura".
El silencio se hizo de nuevo.
Con una mano en la barbilla, recargado en la pared de la habitación, el soberano meditaba la opción que había otorgado el viejo alquimista. La duda le entraba en el cuerpo, pues no sabía cómo replicar ante tal idea. Pero eso sí, tenía varias dudas sobre los métodos que utilizarían para llegar a ese fin.
–¿Cómo lograrían hacer eso? –fue lo primero que logro preguntar.
–Es algo complicado de explicar en pocas palabras, pero para hacerlo más sencillo de entender, sería haciendo pasar una corriente de energía mágica por el cuerpo de ella para poder lograr extraer su poder.
–¿Tendría alguna repercusión en ella? –continuó preguntando el Emperador para conocer los efectos de esta práctica.
–Posiblemente. Es algo que no hemos hecho, solo lo sabemos por medio de los estudios que realizamos y el conocimiento recabado por varios libros leídos a través de los años.
La meditación del Emperador era cada vez más profunda. No sabía qué hacer, estaba dudoso, no quería cometer un error en esto, pero estaba consciente de que no puede hacer mucho, y las opciones no eran muchas. No quería que su hija sufriera, pero necesitaba que ella fuera útil para algo. Quería sacar algo de provecho, pero no a costa de dolor.
En esos pensamientos, también entraban el dolor de saber que su mujer lo hubiera engañado, y con el descontento mayor de que el producto de aquella traición fuera Adita. Cuando sus pensamientos se enfocaron en eso, no dudó en darle el visto bueno y que pudieran empezar cuando estén preparados.
Pasaron dos semanas después de la reunión, los alquimistas tenían to preparado para iniciar con su trabajo. El Emperador solicito a su guardia real que asignara a un soldado que figurara como protector de la princesa, para que ninguna otra persona supiera sobre lo que se haría con ella. Fue en ese momento que Adita conoció a Serena, cuando su padre se la presento como su acompañante. La pequeña e inocente niña se emociona, pues miro a Serena como una amiga con la cual podía convivir.
Cuando el momento llego, Serena llevo a Adita al laboratorio de los alquimistas, pues el plazo para que tuvieran todo listo para comenzar con su trabajo había terminado. Cuando la soldado llego a la parte posterior del castillo, miró como los alquimistas estaban esperándolas fuera de sus aposentos, expectantes a la llegada de la princesa. Con una reverencia para saludar a Serena, le comentaron lo complacidos que estaban de poder iniciar su trabajo.
–El Emperador me comento que, en caso de que ella no quisiera colaborar, tenían el permiso de hacer lo necesario para que colabore. Eso sí, que no se note lo que hagan.
–Le puede comentar a nuestro señor que no tiene de que preocuparse, nosotros nos encargaremos de que todo salga a la perfección.
–Me encargó de que me mantuviera aquí de guardia, hasta que ustedes terminaran con ella.
Los viejos alquimistas estaban atónitos, se miraron entre ellos por aquella aclaración, querían que ella se fuera, pero no podían negarse a una petición del Emperador. Se volvieron a Serena y, con algo de desilusión, no replicaron ante aquel comentario.
Uno de los alquimistas tomo por el brazo a la pequeña niña y la llevo al laboratorio.
Aquel lugar estaba lleno de frascos, calderos, pociones, piedras mágicas, instrumentos para generar mezclas y un sinfín de cosas más que tardaría mucho tiempo mencionar que son y cuál es su función. Estando ya en un rincón de aquel lugar, subieron a la pequeña en una mesa para posteriormente recostarla; la tomaron de sus extremidades y las intentaron ataron con brazaletes de cuero para evitar que se moviera.
Adita estaba completamente asustada, no dejaba de retorcerse para intentar zafarse de los alquimistas; no entendía que pasaba, solo sabía que aquello era malo y no quería estar ahí; los amenazó con decirle a su padre de esto, pero poco o nada les importo para continuar sujetándola a la mesa; para evitar que se siguiera moviendo bruscamente, usaron un flagelo para dañar en el abdomen a la pequeña, esto mientras le indicaban que no debía de moverse.
Finalmente se rindió; ya tenía sus brazos y piernas inmovilizadas sobre aquella mesa. Cuando todo se alisto para iniciar, los alquimistas comenzaron a recitar algunas frases en un idioma completamente extraño para quien no supiera de alquimia o magia antigua.
–Das nova poderum, ut ena sapientia pa vita nostra –empezaron a repetir varias veces.
Cuando estas palabras comenzaron a escucharse, algunos cristales comenzaron a iluminarse, la habitación se cubría de una luz branca. Por otro lado, Adita se estaba asustando cada vez más, pues no entendía que ocurría a su alrededor. Intentaba salir de aquel lugar, pero no podía moverse por las ataduras que tenía.
Estando ya todo iluminado, una luz rodeaba a Adita y, mientras los alquimistas estaban alzando su cantico, un grito salió de la pequeña niña, con eso, los cristales se iluminaron con mayor intensidad. Adita sentía dolor, tanto que de sus ojos brotaron lágrimas. Gritaba desesperadamente para que la dejaran ir, que dejaran de hacerle daño, ya no quería sentir eso. Peor fue inútil, a ninguno le importaba lo que ella dijera, ellos solo querían que su trabajo saliera bien, a costa de lo que sea.
La guardiana de Adita se estremeció cuando escucho aquel desgarrador grito, pero sabía que no podía hacer algo para ayudarla, pues su única labor era custodiarla. Su mente se encontraba en blanco, tenía curiosidad de que es lo que le estaban haciendo, pero tenía muy en cuenta que no tenía que involucrarse en esos asuntos.
Las horas pasaron y la princesa seguía gritando, pero con menor intensidad, pues se quedó sin voz después de tanto tiempo de estar gritando. Cuando varios de los cristales se tornaron de distintos colores, fue cuando los ocultistas dejaron de recitar aquellas palabras para dar por terminada aquella sesión. Con cuidado, desataron a la pequeña y la condujeron hacía la salida.
Cuando miró a Serena, se lanzó raídamente a ella en busca de algún consuelo por su parte. No le dio tiempo para que los ancianos le explicaran lo que paso, por lo cual se dirigieron de inmediato al cuarto de Adita. Estando la princesa dentro, Serena cerró la puerta por la parte exterior para evitar que la niña escapara, tal y como lo ordeno el emperador, pero eso no le importo a Adita, pues ella solo se puso a llorar en su cama y esperar que eso no volviera a suceder.
Es una lástima que no será así.
El siguiente día, los mismos alquimistas presentaron ante el Emperador los resultados de su trabajo. En esto demostraron que, al utilizar las capacidades de la princesa por medio de la aplicación de maná pueden lograr generar piedras mágicas de una forma más rápida y sin la necesidad de arriesgar a personas al momento de explorar las cuevas para convertirlas en minas para extraer el tan preciado producto.
El monarca quedo completamente asombrado de lo que mostraron sus allegados, no pensaba que eso pudiera ser logrado a través de los poderes de Adita. Ciertamente no estaba completamente seguro de lo que le estaban haciendo a su hija, pero si con esto podía mantener oculta las capacidades de ella, y en su caso poder eliminarlas, estará complacido de que así fuese.
Dada la orden, se les permitió a los investigadores que continuaran con sus experimentos con la finalidad de obtener más piedras mágicas. Así fue como, por unos doce largos años, la vida de Adita se convirtió en un martirio, todo para cumplir un pequeño capricho, debido a una cualidad que ella no pidió tener. Su vida, desde ese momento, solo transcurría entre la soledad en su cuarto y los sufrimientos que pasaba dentro del laboratorio de alquimia. No pensaba que ese vaivén pudiera acabar en algún momento; solo esperaba que no sufriera más de lo que pasaba en aquel momento. Pero no eras sino cuestión de tiempo para que eso sucediera.
Cuando ya tenía 17 años, todos los soldados se estaban fijando en ella, pues su cuerpo era una atracción para aquellos hombres que pocas veces tenían el placer de ver a una mujer con aquella figura sin que este fuera de su alcance. Todos sabían que estaba ante la tutela de Serena, quien estaba por alcanzar el rango de sargento por aquellos años; cuando varios soldados estaban reunidos, siempre aprovechaban para relajarse y reírse un rato de lo aburrida que era su vida sin tantas cosas emocionantes que hacer. Cuando se encontraba la guardiana de Adita junto a ellos, no desaprovechaban la oportunidad para hacer algún comentario de su trabajo.
–Tu trabajo ha de ser muy fácil –comentó un soldado–, solo tienes que custodiar a la princesa de un lado a otro sin más.
–Eso es lo que tú crees, es demasiado... ¿cómo decirlo? –se quedó pensativa un momento– desesperante por no saber cuándo podre tener un momento de descanso en el día. Pero igual, es más placentero que estar todo el tiempo con los entrenamientos aburridos –se burlaba un poco en aquella frase.
–Hablando de, ¿nunca te ha interesado la princesa de otra forma? –uno de sus compañeros intento desviar la conversación a ese tema.
–¿Cómo? ¿Hablas de si me ha interesado para hacer algo con ella? Es obvio que no –se molestó un poco por aquella injerencia.
–Sabes a lo que me refiero, no intentes hacerte la inocente –comentó el mismo soldado.
–Yo no haría eso. No soy como ustedes, bola de sátiros.
–Pues, aunque no quieras, yo pagaría cualquier cantidad de dinero solo por acostarme con la princesa –un joven soldado lanzó aquel comentario.
–Digo lo mismo, sería algo inolvidable que valdría cualquier precio.
Las risas se soltaron en aquel cuarto donde se reunían los soldados después de su entrenamiento. Serena se quedó pensativa por aquella absurda idea que tenían sus compañeros que, aun siendo en broma, podría usarla para jugar con ellos un poco. No pensó mucho en las consecuencias de lo que estaba por hacer, pero de todos modos comentó.
–Si están seguros de eso, que tal si lo ponemos a prueba. Se las pongo fácil, que sean 17 mil tabores a cambio de una noche con la princesa –una sonrisa malvada y con mucho orgullo salió de su boca–. Y para hacerlo mejor, les dos una semana para obtener el dinero.
–¿Segura? –preguntó uno de los soldados.
–Claro.
De momento quedo entre unas cuantas risas por aquel atrevimiento de la soldado, pero el tiempo apremia a algunos y a otros castiga por sus acciones; todo transcurría con normalidad durante los días posteriores a ese ridículo momento, pero a nadie se le había olvidado lo que Serena comentó en aquel momento de burlas, y algunos estarían dispuesto a pagar esa gran cantidad de dinero solo por una noche de placer. Pero estaban conscientes de que ninguno de ellos, ni siquiera juntos, podía pagar ese monto.
O eso era lo que todos creían en ese momento.
Cinco días después, uno de aquellos compañeros de Serena que estaban en aquella ocasión de risas y burlas, se acercó a ella frente a todos los soldados. Los supervisores se habían retirado y la sargento se quedó a cargo del resto de militares; estando ya más relajados, comenzaron a hablar frente al resto, todos voltearon a ver qué era lo que estaban por discutir aquellos dos, pues querían estar enterados de su plática.
–¡Sargento! Quiero decirle algo –mostró un tono burlón y retador para dirigirse a su superior.
–¿Qué pasó?, ¿qué es lo que quieres? –el tono serio de Serena era contundente, lo que se esperaba de ella.
–¿Se acuerda de aquella vez cuando hablamos sobre usted y la princesa Adita? De lo que pedía para estar a solas con ella, ¿verdad? –la expresión del soldado puso a dudar a todos los presentes.
–Claro que lo recuerdo... –estaba algo asustada por el comentario del subordinado, pues aquella ocasión dijo eso con una seguridad tal, que todos esperaban que lo cumpliera.
–Pues espero que no haya sido en broma, porque logre conseguir el dinero que nos pidió aquella vez –el resto de soldados lo voltearon a ver, pues no daban crédito a lo que escuchaban, les resultaba imposible que alguien pudiera conseguir tal cantidad de dinero en poco tiempo, pero lo que ignoraban era el estatus social de aquel caballero.
La sargento le indico al soldado que la acompañara a un cuarto para platicar solos, pues no quería que el resto se enterara de lo que fueran a hablar, ya que eso podría provocar un alboroto que es preferible evitar. Estando ya en un lugar privado, asegurándose de estar solos, aquellos dos empezaron a intercambiar palabras.
–¿En serio tienes el dinero completo? –fue lo único que atinó a preguntar.
–Claro. Lo tengo en mi habitación.
Serena lo miro con duda.
–Realmente lo tengo. O lo que pasa es que no pensó que alguien lograría juntar tal cantidad de tabores.
Realmente así lo pensaba, puso aquella ridícula cantidad de dinero para que fuera imposible para alguien conseguir estar con Adita, pero al parecer subestimo las capacidades de aquel soldado que, según su palabra, tenía el dinero solicitado por ella misma. Pero estaba en un duelo interno, primero no quería que alguien tuviera a la princesa, ya que, de enterarse el Emperador de que aquello sucedió, no solo su carrera en el ejército, sino hasta su vida, correrían un grave peligro; en segundo lugar, si ella no cumplía con lo prometido, perdería por completo el respeto que mucho tiempo le costó tomar de sus compañeros. Apretó los puños y, quitando el nudo que se le formó en la garganta, pensando en que nadie se enteraría de aquello, le dijo a su compañero.
–Está bien, cumpliré con lo que dije, pero primero me tendrás que dar el dinero y yo te conseguiré un momento de pasión con la princesa.
–Trato hecho –fue lo último que dijo el soldado mientras apretaba la mano de la sargento para cerrar el acuerdo.
Esperando a que fuera de noche y estuvo entregado el dinero, Serene condujo al militar hasta el cuarto de Adita, sorteando al resto de sus compañeros para que no miraran hacia donde se dirigían. Cuidando que nadie los viera, lograron llegar a su destino. Le indico que solo les daba solos una hora para hacer lo que quisiera, mientras ella se dedicaba a vigilar que nadie se acercara a la habitación.
La puerta comenzó a abrirse, la princesa se sorprendió de que alguien estuviera entrando a sus aposentos, tranquilamente pensó que era Serene, ya que de vez en cuando ella entraba para hacerle algo de compañía, acción que le agradecía de todo corazón, cuando miro que era alguien extraño se espantó; con su brazo derecho se cubrió el busto mientras que con su otra mano cubrió su abdomen, pues solo llevaba puesta una ligera ropa que transparentaba su cuerpo, dejando casi a la vista su cuerpo.
El soldado se acercó con pasos lentos; en su cara se mira el éxtasis que le provocaba el tener ante él a una belleza como la princesa. Ella le pregunto la razón de que estuviera en su habitación, a lo cual no obtuvo respuesta; poco a poco el miedo que sentía aumentaba, cuando aquel hombre estuvo a solo unos pasos sentía la intención de gritar, pero no pudo soltar ningún sonido por el terror que tenía, no podía moverse.
Cuidadosamente la tomo por los hombros y la acerco a sus labios para besarla, algo que avivó la emoción que estaba dentro de él, con las pocas fuerzas que tenía, Adita intentaba quitarse de encima al hombre que la estaba abrazando fuertemente. Mientras más lo intentaba, con mayor ímpetu la tenía agarrada entre sus brazos. Cuando ya no pudo contener más su energía, la tumbó sobre la cama, cuando quedo completamente tendida sobre las sabanas, la rodeo con sus brazos para ponerse sobre ella, recostándose sobre su cuerpo, postro una de sus manos en la parte intima de ella para estimular aquella zona. Aquella acción provoco que la princesa soltara un fuerte grito que esperaba se escuchara a los alrededores de su cuarto, por desgracia aquella habitación estaba insonorizada, así que nada de lo que ahí sucediera se podría escuchar afuera de la misma.
Preparado para culminar con aquel acto, exteriorizó su miembro preparado para arrebatar la niñez de la princesa, separando la última barrera que tapaba la intimidad de Adita, con fuerza, penetro en el campo de venus que por mucho tiempo permaneció intacto. Un fuerte grito salió de la boca de aquella mujer que con cada embiste, esperando que alguien llegue y la salve de aquel horrible momento. Pero nadie llegaría para salvarla por más que ella gritara.
Fuera de la habitación, Serene estaba soltando unas cuantas lagrimas mientras sus puños se cerraban con una fuerza brutal, que sorprendía que de sus manos no saliera sangre. Esa noche se lamentó que permitiera que aquello pasara.
Al siguiente día, todos se preguntaban lo que habrá sentido aquel afortunado hombre al tener una experiencia sexual con la princesa. Solo podía decir que se sintió con una energía acumulada desde el momento que la besó pasando la saliva de ella a su boca. Por su parte, Serena se sentía devastada, perder la confianza de Adita le afecto más de lo que pensaba, pues realmente sentía que con ella estaba formando una gran amistad, pues el tiempo que pasaban juntas lograba acercase a su persona interior, pero todo eso se acabó.
Los días pasaron sin más. El tormento que vivía cuando era sometida a las torturas en el cuarto de los alquimistas solo para obtener cristales mágicos y estudiar la magia oscura, aunado al sentimiento que ni puede confiar en alguien que consideraba su amiga, fueron los que la llevaron a un estado de desesperación que, con el pasar de los años, exploto en la necesidad intangible de salir de aquel lugar sin importar el precio que debería pagar.
Lo único que valíapara ella era dejar aquella insoportable tortura física y mental a la cual estabasometida. Para su suerte, aquel momento que estaba anhelando llegó.
En el castillo imperial se celebraba una fiesta en festejo a la victoria militar que se había suscitado en la región del Reino del Oeste, donde se defendía al reino de los rebeldes que querían derrocar al régimen.
A la celebración acudieron varias autoridades y personalidades que esperaba mirar al monarca para platicar sobre los asuntos que conciernen a la seguridad del imperio, así como sacar provecho y obtener algún puesto en el esquema burocrático del Emperador. Por lo cual se debía contar con la presencia de todos los integrantes de la familia imperial, por lo cual le indicaron al príncipe que se mantuviera la más cerca de su hermana para evitar que se escondiera en algún lugar sin supervisión, ya que sería extraño que un grupo de militares le prestara demasiada atención a la seguridad de la princesa.
Para la ausencia de la mamá de Adita, se había emitido un comunicado el mismo día de su ejecución que había muerto por una enfermedad incurable, por lo cual las preguntas no habían sido demasiadas en aquel momento, solo se sentía algo extraño no verla por el castillo.
La princesa, de aquel entonces ya 24 años, le pusieron un vestido que cubriera las marcas de los azotes y golpes que ha recibido cuando se resistía a cooperar para los experimentos de los alquimistas. Cuando se encontraba frente a los invitados, sentía la necesidad gritar todo lo que había vivido hasta aquel momento, pero la presencia de su hermano a cada paso que daba le impedía estar sola en cualquier momento.
Pero eso no le impediría, aunque sea intentar escapar de aquel lugar o tan siquiera avisarle a alguien de lo que ocurría.
Entre tantos momentos que pudo escapar, sentía que las oportunidades se le escapaban con cada instante que tenía a su hermano sobre ella. Se desesperaba con cada minuto que pasaba, pensaba que no lograría obtener la oportunidad de deshacerse de su hermano.
Un tumulto de personas interesadas en hablar con el pequeño heredero al trono lo rodearon para hablar con él y tener una grata impresión de su padre; esto logró que se separara de su hermana y la perdiera de vista por un instante; instante que no dudó en aprovechar ese descuido de su hermano para salir corriendo de aquella sala.
Caminando rápidamente entre los invitados logro salir al patio trasero del castillo. Sintió alivio cuando logró escapar de la vista de su hermano, pero estaba más preocupada por si algún soldado la miraba afuera del castillo, pues si la lograban descubrir la devolverían adentro y el castigo que le esperaría no quería ni imaginárselo, por eso decidió esconderse entre los arbustos para no estar tan expuesta a los ojos de los soldados. Caminaba sigilosamente rodeando el patio y revisando cuidadosamente los lugares por donde iría a pasar, por suerte el camino lo conocía como la palma de su mano y sabía los lugares que patrullaban frecuentemente los guardias, pues pasaba por aquella zona cada vez que la llevaban con los alquimistas.
Cuando estuvo detrás del laboratorio donde la torturaban, miró que había una puerta que parecía da a un lugar debajo de aquel lugar de experimentación. Abrió aquella entrada y miró un camino de escaleras en forma circular que descendían en un camino que estaba completamente oscuro. Con la tenue luz de la luna, observo una antorcha que, al tomarla, la encendió generando una pequeña flama con su mano; teniendo luz, decidió descender para ver si aquel lugar podría conducirla hacia la parte exterior del muro que protegía al castillo.
Cuando logro terminar el recorrido de escaleras, miro una cueva con piso de tierra, que al fondo de la misma solo miro oscuridad y más oscuridad, tragando saliva y usando todo su coraje, se adentró en aquel abismo. Su mente le jugaba muchas bromas, pues en algunos momentos creía escuchar sonidos que provenían desde las sombras, pero recuperaba el aliento cuando la calma regresaba a su cuerpo. Con cada paso que daba, esperaba encontrar una salida que fuera directamente a la libertad con la cual soñaba.
Estando ya en la parte más profunda, miro un bulto asomarse entre las tinieblas, se acercó más y noto un aroma pestilente que le quemaba la nariz cada vez que inhalaba. Estando ya cercas de aquella masa, su cara mostro una expresión de horros al notar que aquella montaña estaba hecha de cuerpos desollados, partes de cuerpo cercenadas, caras desfiguradas y personas quemadas; aquel olor que percibía no era sino el de aquellos cuerpos descomponiéndose en aquel lugar. Su horror no hizo más que agrandarse cuando, recorriendo aún más profundo entre los bultos de carne notó uno que en particular le llamo la atención; inspeccionando con detalle una de aquellas masas de cuerpo, noto un vestido que le resultaba familiar, cuando vio más detalladamente, supo que aquel vestido era uno de los que su madre solía usar en vida. Sus lágrimas se desbordaron y se puso a llorar, pero mirar aquello avivó el ideal de salir de aquel lugar.
Poniéndose de pie, corrió aún más profundo para alejarse de aquel triste y espantoso lugar. Una tenue luz logro captar la atención de su mirada. Corrió lo más que pudo y alcanzo a notar que aquella luz provenía de un agujero en el techo de aquella caverna. Cuando estuvo debajo de aquella abertura, soltó la antorcha e intento subir por un grupo de piedras para intentar agrandar aquel pequeño hueco.
Tardando varios minutos rascando aquella abertura, logro agrandarla hasta que tuviera el tamaño ideal para que ella pudiera pasar por ahí sin problema alguno. Saltando lo más alto que podía, se aferró al borde del suelo y trepo usando toda la fuerza que tenía, logro sacar primero su abdomen y luego sus piernas para lograr escapar de aquel oscuro lugar; por extraño que le pareciera, estaba en la profundidad de un bosque en algún lugar de los alrededores del castillo. Un sentimiento de libertad junto al de miedo se encontraban dentro de su cuerpo, pues se sentía alegre por ya no estar en aquel lugar donde solo la sometían a tortura y dolor, pero hubiera preferido no encontrarse en la mitad de la nada aun con la luna y las estrellas en el cielo.
Caminando un rato por aquel bosque sin tener un rumbo fijo, se dedicó a buscar un lugar donde pudiera pasar la noche y estar protegida; de igual forma necesitaba encontrar una forma en la cual pudiera esconderse para no ser encontrada por las fuerzas especiales del ejército imperial. Cuando ya hubo caminado por varios minutos se topó con una cueva no muy profunda; se puso detrás de una roca que la cubrió totalmente, se acostó y paso ahí la noche. Se durmió con la esperanza de no ser encontrada.
Al siguiente día, Adita salió al bosque ya con la luz del sol en todo su esplendor, agradecida de que nadie la haya encontrado su pequeño escondite; se levantó, sacudió la tierra de sus prendas y se dispuso a recorrer el bosque, pues quería recolectar algo de fruta para poder comer algo, ya que su estómago le pedía alimento desde que se levantó. Cuando salió de aquella caverna, miro como el bosque resplandecía de vida con la luz que emanaba el astro rey en el cielo; caminado un poco, encontró un arroyo donde pudo lavarse la cara con el agua que ahí circula. Recolecto algunas frutas para poder comer y así apaciguar su hambre.
Durante algunas horas camino por todo el bosque en dirección en dirección de donde sale el sol por las mañanas; por su precaución evitó los caminos, lugares abiertos y algunos poblados cercanos hasta saber dónde se encontraba exactamente, ya que no quería encontrarse con alguien que la identificara como la princesa del imperio. Se sentía asustada, ya que no estaba segura de lo que debía hacer a partir de ese momento, pues no tenía ni la más mínima idea de cómo conseguir alimento y encontrar refugió. Entre su búsqueda, miró como entre algunos arbustos alguien se estaba acercando.
Asustada, se escondió en un árbol para que no pudieran verla, cuando el extraño aparición, se sintió aliviada al ver que no era un soldado, aquella persona era alta, con una cabellera rubia, unos ojos que emulaban al oro y una armadura del mismo color; dio un paso en falso para atrás y generó un sonido que delato su posición. Aquel hombre volteó rápidamente hacia la dirección de dónde provenía el sonido. Con paso lento, pero firme, se acercaba a Adita para ver qué es lo que produjo aquel ruido. Cuando se acercó lo suficiente, miro a aquella chica tumbada en el suelo con algunas cuantas lágrimas en los ojos.
–Perdona si te asuste, me llamo Argos. Un gusto –dijo mientras extendía su mano para ayudarla a pararse–. ¿Cuál es tu nombre?
Adita se quedó en silencio por unos segundos, no quería que el supiera que ella era la hija del Emperador, pero sentía en él algo que la hacía estar segura, como si el, por no conocerla y no saber sobre su condición, podría verla como una persona más.
–Me llamo Luna... Luna Za, un gusto –extendía su mano para tomar la de Argos para poder levantarse. Se puso aquel hombre para que no la reconociera; se tardó un rato en dar y completar esa respuesta, pues por su mente paso el recuerdo de uno de los personajes de un cuento que había leído hace años.
–Mucho gusto, dime ¿te encuentras perdida? ¿Estás bien?
–Sí, estoy bien. Gracias. Lo malo es que no tengo donde quedarme, estoy perdida y sola en este lugar.
–Bueno... no te preocupes, yo puedo ayudarte con eso. Puedes quedarte donde yo. Estoy en plan de ir al Reino del Este para ser aventurero. Si gustas puedes ir conmigo.
–Eso sería bueno, pero ¿no te causare problemas?
–Para nada. Ven vamos.
Fueasí como Luna logro conocer a Argos y el resto de la historia continua comohasta ahora ha sido relatada.
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