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XII

El amanecer hacía su aparición, por las montañas el sol daba la bienvenida a un nuevo día, el frondoso campo se estaba llenando de los tenues rayos del amanecer. Las aves cantaban y en medio de la llanura, dos caballos con los aventureros montados en ellos, se dirigían hacia el lado contrarío por donde se alzaba el astro rey. El trote de los animales era constante, estaban perfectamente sincronizados, como si se hubieran adiestrado para galopar al unísono. Al fondo de la vereda, una valla se estaba asomando, cuando fue divisada por los jinetes, Dimitri la señalo y encomendaron a los caballos acelerar su paso; estando a solo unos pasos de la cerca hecha de madera, jalaron de las riendas a los corceles para que saltaran sobre el delimitante.

Estando del otro lado, se encontraron en un camino angosto de tierra que servía como delimitante entre dos parcelas. Con el campo de sembradío y el aroma del mar, el que una vez fuera un asesino, supo que estaban en el poblado donde vive su amigo de antaño. Llegaron a la parte central de la villa junto a los caballos, bajaron rápidamente y, sin tener tiempo de explicar algo, se vieron rodeados por diversas personas sorprendidas por la llegada estrepitosa de aquellos forasteros.

Las miradas de todos estaban concentradas en los dos viajeros. Los murmullos iniciaron, no estaban seguros de lo que deberían hacer al estar frente a ellos, sería descortés no hablar con ellos, pero ninguno quería ser el primero en hablar con los extraños. Entre todos los que estaban ante los aventureros, un hombre joven alzó la voz ante todos para señalar quienes eran los que habían irrumpido en el pacífico pueblo.

–Atención –gritó aquel hombre–. No son ningunos desconocidos, son aquellos que derrotaron a quién hace tiempo vino y atemorizó nuestro poblado señalaba a Argos y Dimitri en todo momento–. Son los amigos del señor Marcos.

Dicho esto, los pobladores dejaron de murmullar y se acercaron para atender las necesidades de sus salvadores. Todos los adoraban como héroes por sus hazañas contra Zenor cuando estaban en búsqueda de Dimitri para eliminarlo. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca de sus salvadores, ellos les preguntaron sobre el paradero de Marcos, pues era la razón por la cual llegaron a aquel tranquilo lugar.

Desde lo lejos, recargado sobre su hombro en un árbol a la distancia del tumulto, Marcos miraba con una relajación absoluta, como sus vecinos admiraban a los aventureros. Pasados unos minutos, el informante de Dimitri se dignó a recibirlos; caminó tranquilamente hacia el grupo de personas y, abriéndose paso entre todos, hablo para que se apartaran de sus invitados. Estando ya libres de los admiradores, los dirigió hacia su hogar, para que estuvieran cómodos por un breve momento.

–Me alegra verte de nuevo –decía a su amigo mientras lo abrazaba amistosamente–. ¿Qué los trae por este lugar de nuevo? ¿Y su amiga?

La cara de los invitados se dirigió hacia el suelo, ignorando la última pregunta. El silencio fue incómodo. Ninguno de los aventureros se atrevió hablar, no querían empezar la charla con ese tema tan complicado. O simple mente aun no podían asimilar lo que había ocurrido.

–¿En qué les puedo ayudar? –marcos rompió el eterno silencio–. ¿Sucede algo?

–Antes que nada –espetó Dimitri– queremos saber qué es lo que sabes hasta ahora de lo pasa dentro del Imperio. ¿Hay algún tipo de irregularidades dentro de la Ciudad Imperial?

–Es raro que tu preguntes sobre eso –la sorpresa de Marcos no se hizo esperar– ¿No será que tu...?

–Solo dinos si sabes algo o no –no permitió que terminara aquella pregunta. La molestia se sentía con las palabras de Dimitri. Argos seguía mirando hacia el suelo, pero al pendiente de lo que se discutía en el cuarto.

Una mirada seria por parte del anfitrión se clavó directamente en quien preguntaba sobre la información. En su cabeza se hacía varias preguntas para intentar deducir, por medio de la sugestión cual era el interés de Dimitri en cuanto a los asuntos que acontecían sobre la Ciudad Imperial. La información que él conocía; el hecho de que aquella mujer no se encuentre con ellos; el evitar el tema de la ausencia de Luna; que Dimitri pregunte sobre información de la Familia Imperial. Todo parecía coincidir. Pero no quería jugar con fuego. Dejaría que todo fluyera hasta que consiguiera esa respuesta.

–Bueno... –empezó a rascarse la nuca mientras comenzó a hablar, pauso como si intentara recordar lo que sabía sobre la Ciudad Imperial– Exactamente, ¿qué quieres saber?

–Algo relacionado sobre los Danes y la ciudad de Kudra –una respuesta tan seca y sin emociones. Como el Dimitri que conocía Marcos, aquel a quien no le gustaban los juegos ni los rodeos con la información.

–Tengo entendido –comenzó mientras cruzaba los brazos y se recargaba en un librero– que a la familia real le llego la información de que alguien cercano a ellos había sido encontrado en una de las ciudades aledañas al Reino del Este. Los que dieron la información eran soldados de bajo rango que se encontraban designados a Kudra. Supieron que era la persona desaparecida por acordase de ella ya que la habían visto en algunos carteles de búsqueda que se habían repartido entre los destacamentos de los diferente Reinos y ciudades.

"Al tener esta información –continuó–, el emperador ordeno que un pequeño grupo de personas se dirigieran a investigar sobre el paradero de dicha persona, días después de haber recabado la información, desde el imperio se ordenó que un destacamento de las fuerzas especiales se dirigiera hacia el Reino para recuperar a la persona objetivo. Es todo lo que se hasta ahora, no tengo más información que esa".

La mirada de Dimitri buscaba a Argos, sus miradas se cruzaron; sin decir una sola palabra, ambos comprendieron lo que el otro pensaba, pues había algo raro en el relato de Marcos, algo que no comprendían. Y no es porque no le creyeran, es que pareciera que estaba omitiendo deliberadamente algo en la información que estaba proporcionando. Sin esperar a que se prolongara más el ambiente tenso por la falta de comentarios. Argos se levantó para estar junto a Dimitri, miró al amigo de quien tenía a su derecha y habló.

–Exactamente... ¿a quién buscaban los Danes? –la mirada de argos parecía una mezcla de confusión, intriga y una sensación de querer retar a quien tenía en frente de él.

–Pues... –tenía que tragar saliva para poder decir lo siguiente. Sabía que podría estar en problemas si no decía tal cual las cosas–, esto puede ser difícil de creer, pero... la persona a quien buscaban es... a –tenía que agarrar valor para decirlo– la hija del emperador.

Las miradas de los dos aventureros se dirigieron hacia Marcos, pues no creían eso último que les había dicho. Quien los podía culpar de pensar que era absurdo aquello, pues cuando lo escucho Marcos, fue la misma expresión que le dio a quien le proporciono dicha información.

–Me estás diciendo que la hija del emperador estaba cerca del Reino del Este como si nada, ¿verdad? –una sonrisa llena de incredulidad aprecio en Dimitri–. No esperas a que me crea eso.

–¿Sabes que más pienso? –replicó Marcos–. Que todo esto tiene que ver con la ausencia de su amiga. Y es lo mismo que ustedes están pensando. Por eso no quieren creerlo.

Dimitri se puso pensativo, cerró los ojos y en voz baja le dio un poco de razón a las palabras de su amigo. Argos pudo alcanzar a dilucidar aquel pequeño comentario y encaro al ex asesino, pues, con lo sobrio que es para estos temas, no creía lógico que él también pudiera creer aquella historia. Pero aún más, no comprendía como pudo enlazar las cosas con tanta facilidad. La hija perdida del emperador y la captura de Luna. Aun no comprendía como lo enlazó, pero ahí estaba, escuchando todo.

El silencio envolvió nuevamente la sala.

–No es fácil de creer, eso es cierto –las palabras de Dimitri rompieron el eterno silencio que reinaba en la sala–, pero ponte a pensar por un momento. Luna es una chica que, sin sudarlo, mato a dos Ran con un solo ataque. Que una chica así se ponga nerviosa solo con ir a una ciudad cercana al Reino Central solo por un día es sumamente extraño. –Su postura cambio y estuvo un poco más relajado– Si lo que Marcos dice es cierto, solo quedan dos preguntas por responder. ¿Por qué Luna se escapó del castillo de la Ciudad Imperial?, y la otra, ¿Qué es lo que piensan hacer con ella ahora que la tienen de nuevo?

–Bueno –la voz de Argos sonaba con un tono de desacuerdo–. Supongamos que esto es cierto. ¿Cómo es que Luna logró salir de aquel lugar con toda la seguridad que debe de tener?

Los otros dos se quedaron pensando, pues el punto que toco el robusto hombre era algo a tomar en cuenta. Pues no importaba cuanto poder mágico tuviera, la seguridad en la Ciudad Imperial era más que impenetrable. Si era de por sí difícil entrar sin ser detectado, salir debería ser aún más difícil, y más si solo es una persona contra todas las fuerzas especiales del castillo. La guardia pretoriana del Emperador.

–Pensaremos en eso con más calma en otro momento –Dimitri estaba respirando profundo para poder socavar un poco lo discutido hace un tiempo–. Ahora... quiero saber si conoces algo sobre esto... –estaba esculcando su bolsa para sacar una piedra mágica que habían sacado da la mina de Santinel.

–¿Dónde conseguiste eso? –la sorpresa se apodero de la cara de Marcos.

–La mina entre los reinos del Este y Sur.

–¿Hablas des...?

–Claro que si –Dimitri tenía una sonrisa de oreja a oreja.

–Maldito hijo de... –soltaba varias carcajadas mientras maldecía mirando hacia el techo de su casa.

–¿Sabes algo de este tipo de piedra mágica?

–Por desgracia no –dijo secamente–. Pero conozco a alguien en este pueblo que puede ayudarte con eso. Síganme.

Saliendo del hogar de Marcos, pasaron por algunas casas y, en un lugar que más bien parecía un establo, entraron por las dos grandes puertas que tenía, las cuales daban frente a un cultivo de trigo. Varias luces cambiantes, de tonos rojos, amarillos y verdes, fueron la bienvenida a quienes entraron por la puerta dobles. Artefactos usados por los alquimistas, vasos, calderas y diferentes sustancias desconocidas, un calor inexplicable irradiaba en el lugar; con pasos lentos, se acercaban a un hombre que estaba maquinando dando la espalda hacia la entrada de su hogar. Llamas aparecieron frente al extraño sujeto, los intrusos se estremecieron por el espectáculo mientras el alquimista ni siquiera se inmuto.

El asombro generado por el alce estrepitoso de las llamas, provocó que Dimitri diera unos pasos hacia atrás, logrando que unos cuantos vasos, vacíos para su suerte, cayeran al suelo generando un ruido tal, que sacaron de su concentración al ocultista. Anonadado, volteó estrepitosamente solo para que sus ojos se toparan por el grupo de tres intrusos en sus aposentos; con un movimiento rápido de sus manos, soltó un polvo extraño hacia el fuego provocando que se apagara inmediatamente, recorrió una cortina tapando el gran caldero, negro por el humo de tantas veces de estar en el fuego y estiró el brazo mostrando la palma de su huesuda mano a Marcos y sus acompañantes.

–¿Quiénes son y que hacen aquí? –en su mano se formó un círculo mágico, alrededor de este se generaron otros cinco y cada uno de ellos producían flamas negras–. Hablen, ¡ahora¡ –su grito era grueso, pero se notaba rasposa su voz estaba rasposa.

–Relájate, Yren. –Mientras hablaba Marcos, en pro de que el viejo no disparara en su contra. Para evitar cualquier imprevisto, Argos se postro en frente de Dimitri y él activando fortaleza para que no les hiciera daño.

Es anciano miro a los tres por un momento, analizando a cada uno de ellos, revisando, solo con su mirada, si representaban un peligro o no. Pasado unos minutos, su mente se dilucido y reconoció a Marcos. Sí, no ubicaba a un habitante de la ciudad donde vivía, pues no suele salir demasiado de su casa, solo lo hacía para conseguir comida o productos para sus experimentos.

–¿Marcos? Carajo, no te reconocía por un momento –los ojos de su vecino se pusieron en blanco al escuchar tal declaración. Yren desactivo sus círculos mágicos y bajo su brazo–. Lamento el susto que les provoque, espero y puedan comprender. Pero dime una cosa ¿Quiénes son los otros dos que te acompañan?

Los tres se relajaron. Argos desactivo su escudo al no presenciar peligro de aquel extraño hombre.

–Son unos amigos, vienen desde el Reino del Este, y queremos saber algo. Tenemos una duda, queremos saber lo que puedas decirnos de este objeto.

Dimitri tomo el cristal púrpura de su bolsillo, lo puso sobre la mesa que separaba a los tres del anciano alquimista. Los ojos de este se postraron sobre la brillante piedra. Boquiabierto, tomo el objeto con ambas manos, estaban temblando, pues no podía creer lo que estaba tomando. La dejó sobre la mesa y se dirigió hacia un estante que están en el rincón detrás de él. Regresó a donde había puesto el cristal con varias mezclas, pócimas y polvos, así como con un pequeño martillo y un cincel ligero.

Con estas dos últimas herramientas, golpeó repetidamente la piedra brillante hasta tener una porción mínima de ella; <<es viejo, pero hábil>>, era el pensamiento general de los tres hombres que observaban al anciano moverse rápidamente. Tomo un plato blanco de cerámica que estaba debajo de la mesa y colocó ahí el pedazo de cristal que obtuvo de picar, sobre este empezó a preparar una sustancia extraña, que poco a poco obtenía el color de la misma piedra.

El anciano extendió sus brazos, con las palmas apuntando a la poción que había creado; dos círculos mágicos se formaron, uno en cada mano, y estos se tornaron negros. Pasados unos segundos, estos círculos se desactivaron. En la cara del alquimista se formó una gran sonrisa, como si hubiese encontrado finalmente la apreciada piedra filosofal.

–No puedo creer que tenga una de estas piedras de nuevo entre mis manos. Me siento afortunado de poder seguir vivo para conmemorar este momento. Dime, ¿cómo lograste conseguir este cristal?

–Estaba en la mina abandonada de Santinel –Dimitri tenía una mirada de intriga–. ¿Ya había visto esta piedra antes?

–Claro que sí. Antes, solía trabajar para el imperio, pero luego decidí ya no continuar ahí. En aquellos momentos, era alquimista al servicio del emperador, por lo cual tenía acceso a varios objetos, desde los más simples hasta aquellos cuyo valor podría equipararse al de la más grande ciudad del Reino del Sur.

"Esto, amigo mío, son piedras de magia negra. Solo las conocen los más grandes alquimistas de todo el continente. Son demasiado codiciadas por todos, ya que le permite a quien logre controlarla, un poder sin igual. Pero eso sí, el obtener un poder como ese puede acarrear terribles consecuencias para su portador.

"Te seré honesto, te daré esto si a cambio me dejas este cristal. –Comenzó a indagar en su propia habitación en busca de algo que solo él sabía que era. Cuando encontró aquello, dio un pequeño salto para alcanzarlo, pues se encontraba en un estante bastante alto. Con una bolsa considerablemente, regreso a donde Dimitri y se la entrego directamente en la mano–. Esto es lo más que puedo ofrecerte. Espero que sea suficiente".

Dimitri desató el lazo de aquella bolsa, cuando esta estuvo abierta, un destello de varios colores lo ilumino. Asombrados por el juego de luces, sus acompañantes se colocaron a su lado y contemplaron el interior de lo que sostenía su amigo. Varias piedras mágicas de distintos tipos: de mana, de vitalidad, potenciadoras, rojas para ataques de fuego y azules para los poderes de agua y hielo. Cerrando la bolsa, Dimitri alzó su mirada y le dio una sonrisa algo maliciosa al viejo. Con eso ambos tuvieron como agradecimiento.

Alzando el obsequio del anciano en el lugar de donde saco la piedra de magia negra, se dieron la vuelta para retirarse de los aposentos del alquimista. Antes de salir de aquel recinto de transmutación, Dimitri regreso la mirada de reojo a quien le regalo las piedras y le habló muy secamente.

–Solo para saber, ¿por qué ya no trabajó para el imperio?

El anciano soltó un enorme suspiro antes de contar sus motivos para retirarse a aquel trabajo.

–Fue hace demasiados años, pero lo recuerdo nítidamente. La familia real entro a mí laboratorio; algo que, si bien no es malo, era sumamente extraño. El emperador en aquel entonces, se presentó junto a su hija. Una hermosa niña, tenía los cabellos y ojos blancos, como si fueran unas nubes. Nunca olvidare ese inocente rostro, era el vivo retrato de su madre.

"Lo que aquel día nos pidió su majestad era algo despiadado e inhumano. Él mismo sabía que su hija tenía la habilidad de controlar magia, algo que, en las familias reales, y aún más en la familia imperial, era considerado una abominación para su linaje. Ya que no es posible que alguien en su familia pueda tener esas capacidades. Aún se mantiene esa regla. Que desgracia.

"Para evitar que ella saliera y el resto del mundo la mirara y supieran de su condición, la encerró en el propio castillo. Cuando llego conmigo, me pidió explícitamente que la usara para aprovechar su magia en favor del imperio, cualquier experimento para extraer su magia; nos pedía cosas espantosas para ella. Me negué absolutamente, por lo cual me quitaron de mis actividades como alquimista del Imperio y me exiliaron de la Ciudad Imperial.

"Por los dioses, solo era una niña, como podríamos usarla para tales cosas. Por ello me traslade a este pequeño poblado. Y si me preguntas por su nombre, lamento decirte que nunca me lo dijeron".

La tensión era palpable en el ambiente. Argos finalmente comprendía que, en efecto, quien considera su amiga, era alguien de la familia imperial. Ya no tenían dudas de quien pueda ser Luna. Se retiraron sin decir ni una sola palabra.

El sol se encontraba en su punto más alto, nunca supieron cuánto tiempo pasaron dentro de aquel lugar, pero consideraron la información proporcionada como un indicio de lo que deberían de hacer.

–¿Ahora qué piensan hacer? –Marcos era quien rompió el silencio dentro del grupo.

–Debo de ir al mar –Dimitri tenía una seriedad inmutable en su rostro. Empezó su caminata hacia la parte trasera de la ciudad, donde estaba la salida al mar.

Los otros dos se miraron a los ojos, estupefactos, pues no comprendían por qué Dimitri quería ir al mar. Pero sabían que no era viable tomar sus palabras a la ligera. Siguieron sus pasos hasta que estuvieron en la playa; Dimitri fue el único que entro en el agua, pues sus compañeros prefirieron sentarse en la arena, ante la sombra de una palmera. No comprendían que estaba haciendo su amigo. Quitándose sus botas, bolsa y armas, entro en el mar y respiro profundamente.

Extendió sus brazos, y comenzó a realizar lo que Luna le dijo aquella vez cuando estaban en el lago. Antes de que la perdieran ante las puertas de Kudra. Concentraba su maná en sus brazos y se apreciaba como el agua subía por sus piernas. Por desgracia no tardó mucho en desplomarse en el suelo por haber agotado su mana. Argos salió corriendo para ayudarle, tomo una piedra blanca para empezar a reponer su energía en el instante que llego a él.

–No necesito de eso –imperó el asesino.

–No creo que puedas hacerlo de un momento a otro. Gastaste muy rápidamente tu energía. Solo recupérate con esto e inténtalo con más calma en otro momento.

–¡Luna no tiene unos momentos! –su grito fue suficiente para hacer entender a quien tenía enfrente el por qué necesitaba hacer aquello.

Argos se retiró para dejar solo a Dimitri, quien, ya estando solo, comenzó a realizar aquella misma acción. Por desgracia el resultado fue el mismo que el primero.

El tiempo paso. El sol empezaba a retirarse del cielo. Pero no importaba cuanto lo intentara Dimitri, el resultado no era favorable; apenas pudo hacer avanzar el agua hasta su cintura, pero terminaba sin maná en su cuerpo, así que recurría a una piedra amarilla para reponerse y volver a intentar. El ocaso estaba ya se avecinaba; Marcos llegaba de quien sabe qué lugar, se sentó junto a Argos que permanecía aún en aquella palmera donde empezaron a observar los intentos fallidos de Dimitri por manipular correctamente el agua.

Cansado de ver los fracasos de su amigo, Argos se acercó de nuevo para entablar una conversación con él. Cuando intentó posar su mano sobre el hombre de quien yacía en el suelo exhausto, la mano de Dimitri le dio un golpe para que no lo tocara. La frustración de no poder progresar se estaba apoderando de él. No podía seguir manejando su maná en ese estado mental. Lo sabía perfectamente, pero lo ignoraba.

–No puedes seguir así. Podrías colapsar si continuas de esta forma.

–No puedo detenerme. Tengo que seguir. Necesito hacerlo para que podamos rescatar a Luna con una ventaja a nuestro favor.

–Cierto, necesitaremos de lo necesario para hacerlo. Pero no podremos hacerlo si terminas en pésimas condiciones. O si falleces. Confió en que puedes hacerlo, pero necesitas tranquilizarte.

Esa última palabra fue la que retumbo en Dimitri para poder seguir con su entrenamiento. Tranquilidad. Eso era algo que necesitaba, pero le es difícil conseguir. Miro por un momento al cielo. Miro a su amigo. Miro a Marcos. Se paró del suelo, se sacudió la poca arena que tenía y dirigió la mirada a los ojos de Argos.

–Cuando el agua me cubra por completo, termina mi concentración.

Sin dejarlo hablar, regreso a su posición inicial, tomo una gran bocanada de aire y empezó de nuevo a concentrar su maná en las manos. El agua empezaba de nuevo su recorrido desde las piernas hacia arriba por el cuerpo de Dimitri. Su mente, después de dirigir su energía a las manos, quedo completamente en blanco, solo dirigía su vista hasta donde sus ojos le permitían ver el mar. No se dio cuenta, pero esa era la calve para conseguir su objetivo. Anteriormente pensaba en terminar eso rápido para empezar a buscar a su amiga, con la mente llena de diversas cosas, lo cual solo lograba impedirle avanzar. Lo sabía, pero lo ignoraba.

El agua lograba finalmente cubrir por completo su cuerpo, y antes de que sucediera cualquier otra cosa, Argos lo regreso al mundo real. Cuando las palabras de quien tenía atrás lo devolvieron a la realidad, lo miro, como si hubiera entendido una verdad absoluta. Como si estuviera en presencia de aquello que siempre estuvo buscando.

–Es hora de hacer el verdadero intento –una pequeña mueca aparecía en su cara después de decir eso.

La noche cubría por completo el pequeño poblado. Todos estaban ya dormidos, salvo los tres hombres que estaban en frente de la casa de Marcos. Una hoguera era suficiente para que Dimitri pudiera realizar la tan peligrosa maniobra que estaba por empezar. <<Ten cuidado>> fue lo último que escucho de sus amigos antes de involucrarse con las llamas que se encontraban frente a él.

Extendió sus manos, respiró profundamente y llevo su maná a las manos. Una calidez lo envolvía cuando comenzó el proceso. No le presto ningún tipo de atención a las llamas, pero no era el caso de los otros dos. Argos y Marcos quedaron sorprendidos por como las llamas comenzaron a tomar sus brazos, caso contrario de como empieza el agua a recorrer su cuerpo; querían soltar un pequeño grito de sorpresa, pero si se desconcentraba, Dimitri podría terminar quemado.

El fuego se había extendido por sus brazos; tomado su abdomen, piernas y ya comenzaba a envolver su cabeza. Finalmente, su cuerpo quedó cubierto por las llamas. Los círculos mágicos que tenía, comenzaron a girar de un lado a otro; cuando estuvieron estáticos de nuevo, su color cambio de un blanco transparente a un rojo intenso. Pasaron solo unos cuantos segundos y el fuego empezó a ser consumido por las invocaciones que Dimitri genero para iniciar la activación de su magia. Su cuerpo se miró sin ningún tipo de daño por las llamas, lo que alivio a sus amigos.

–¿Te encuentras... bien? – Argos comenzó a preguntar y Marcos completó.

Dimitri no hablo, solo extendió su brazo a una zona sin nada que pudiera resultar severamente dañado y, concentrado su energía en la mano que estaba usando, un circulo de invocación rojo se generó, una llama salía de aquel círculo. Concentrando su disparo, dejo salir una bola de fuego que, al terminar estrellándose en el suelo, generó una explosión que generó llamas alrededor de la zona impactada. Argos le hizo entrega de su arco con unas cuantas flechas, cargo con solo un proyectil, apunto a un árbol aislado, concentro su poder en la mano que sostenía arco para guiar el tiro y logro prender la punta de la flecha que portaba. Al soltar el tiro, el fuego no se apagó por la velocidad que llevaba y, cuando se encajó en el árbol, este comenzó a arder desde adentro.

–¿Cómo lograste eso? –fue a lo único que logro acertar en preguntar Argos.

–Es el mismo principio que usar tus habilidades –se limitó a responder.

Paso unos minutos contemplando sus manos, pues nunca logro imaginar un día en que pudiera dominar magia de fuego sin tener que recurrir al uso de piedras mágicas para lograrlo. La noche era estrellada, libre de nubes. Un pequeño viento soplaba en aquel lugar apagando las llamas en el suelo de la primera explosión y las que consumían el árbol. Volteando a ver a sus amigos, los miro con unos ojos llenos de decisión.

–Es hora de ir porLuna.

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