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Epílogo

Noruega, 1874

La nieve permanecía cuajada en la superficie, como invierno eterno. En la oscuridad se divisaba las siluetas de los abetos, cuyas ramas bailaban en torno a la dirección del viento proveniente del Este. Pese a que el abrigo de piel no dejaba pasar el frío, sus botas no resistían lo suficiente y comenzaba a no sentir los pies.

Estaba apoyado sobre una roca gélida. Se abrazaba a sí mismo para subsistir al calor. Tenía las manos congeladas; los guantes empezaron a no seguir su efecto.

A lo lejos, distinguió un lago cristalino que no se había solidificado. El agua glacial corría a paso lento hasta los bordes, reflejando las siluetas de los árboles.

Alzó la vista al cielo. Miles de constelaciones le observaban desde el espacio estelar. Le gustaba pensar que le protegían y que sus antepasados le cuidaban y le guiarían hasta en las decisiones más difíciles de su propia historia.

Suspiró una bocanada de aire caliente. En el fondo de su ser aún conservaba el fervor de su amada.

Y de su lealtad.

Echaba de menos el roce de su cabello con sus dedos, el dibujo de su sonrisa bajo el crepúsculo.

Y cómo olvidar el dulce olor de su alma.

Sus ojos celestes no le delataba, mas su forma de pensar hacía vislumbrar la increíble inteligencia alrededor de numerosos problemas de incertidumbre, temor y riesgo. No obstante, le agradecería su larga compañía, porque cualquiera sabría el final de esas heridas palabras. Y él lo veía diferente ; tenía Fe en ella.

Fijó la mirada al frente. Las montañas adornaban el paisaje de una manera especial; incluso los picos parecían tocar las estrellas.

A su derecha, se hallaba el pueblo. Podía escuchar el sonido del hacha cortando leña para el fuego. Las casas eran iguales: de madera y con chimenea, simulando estar enterradas bajo una gruesa capa de nieve. También oía a los niños jugar afuera; el rozamiento de los trineos acompañados por varias carcajadas le hacía entender que se encontraban en su mejor momento: la infancia.

Diversión, mente abierta a todas horas, cero preocupaciones. Es decir, periodo de tiempo en el que lo esencial era no mantenerse parado e imaginar hasta lo más demente que alcanzarían sus expectativas.

Deseaba volver atrás. Todos arderíamos en la tentación.

Mas él poseía justificaciones ocultadas por los errores del pasado. Sabía que tendría que vivir con ello, desde los recuerdos más imprescindibles hasta las espeluznantes pesadillas, que eran reales.

Sonrió. Estaba en el presente y no se arrepentía de lo que había experimentado a lo largo de su historia.

Poco después, la aurora boreal se alzó por encima de las cumbres. El verde y el azul se mezclaban, creando un manto de protección.

Él contemplaba maravillado, ya que en ese pequeño y único instante sólo existía su calma.

-Una vez más, aquí estoy, como prometí. Mi amor hacia ti permanecerá por siempre. Un día, nuestras almas se reencontrarán, lo sé. Y volveremos a vernos –declaró, fijando la vista entre las luces que reflejaban las infinitas constelaciones del oscuro cielo de madrugada.

Entonces un resplandor de luz blanca iluminó el espacio, dejando ver una estrella repleta de esperanza y certeza. Él asintió y volvió a reprimir una sonrisa, así como sus ojos grises se llenaron de júbilo y emoción.

-¡Salazar, hora de cenar! –exclamó un eco que procedía de la cabaña.

Él levantó la mirada de nuevo y el destello se escabulló entre la luna menguante y la cordillera del Oeste. Más tarde, se dirigió al pueblo, sin resbalarse del hielo.

Sentía que ella se manifestaba como un escudo dentro de su alma.

Y que jamás se apartaría de su camino.

















Tenía muchas, muchísimas ganas de enseñároslo.
No puedo dejar de hacer lo que me gusta, y es totalmente verdad.
Pese a nuestros percances, con organización no tenemos límites.
Gracias ♥

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