15. EL FIN DE UN INICIO.
—¿Qué haces mojándote aquí afuera?
Camina hasta Angie mientras le extiende el paraguas sobre la cabeza haciéndome a un lado.
—Estoy bien, estoy acostumbrándome a la lluvia de Seattle—dice en un intento por alejar la incomodidad que claramente sobre sale. Más de mi.
—¿Acabas de salir de la universidad?
Asiente y entonces se gira a verme. Eleva la cabeza como un signo de saludo para después volver ha hacer caso omiso de mi presencia.
—Sabía que recordaba tu cara de algún lado.
—Es Evan—Angie salta, sus ojos castaños húmedos me observan mientras habla—Recuerdas, en la boda de mi padre. Cuando tú y Bárbara...
—No tienes que ser tan exacta.
—Ya lo sé.
Sonríe aplanando los labios seguido de volver la mirada a mi. No digo nada, el agua me ha helado hasta las palabras y es que por más que quiera decir que me largo, que me quedo, o qué demonios es lo que esta haciendo aquí. Prefiero quedarme callado.
—Bueno, solo te traje los manuales para que estudies para el examen, aunque sé que lo vas a lograr.—carraspea—Puedo ayudarte a estudiar en estos días.
—Yo también puedo ayudarle—gruño haciéndolo verme entre molesto—No te preocupes, yo curse la carrera antes que tu.
Enarca una ceja—Si, seguro.
No luce satisfecho, entonces le da el paraguas a Angie aunque la lluvia ya hay cesado—Te dejare los libros en la biblioteca mañana, descansa.
Esta asiente mientras sigue con los ojos sobre mi. Pablo pasa por mi lado con expresión de desagrado pero no dice nada hasta terminar por pasar de mi.
Pensé que diría más cosas para dejarme en desventaja, pero lo único que hace es irse sin voltear hasta que entiendo que Angie tiene una relación tan estrecha con Pablo que ni siquiera necesitan despedirse.
—Y bien ¿vas a hablar?—Angie regresa al tema haciéndome centrarme de nuevo. Voy a volver a contestar pero mi celular timbra en mi bolsillo húmedo. Pienso en ignorarlo pero esta enarca una ceja negando—Olvídalo, contesta porque va a darme dolor de cabeza. Iré subiendo al departamento.
Trago saliva con el nudo en la garganta.
—Entonces ¿te veré después?
al preguntar su ceño se frunce en desconcierto.
—¿No vas a pasar conmigo?—señala el edificio.
Gracias Dios.
—¿Estoy invitado?
Me sorprende mientras apago el sonido del celular desde el bolsillo, entonces sonríe.
—Solo tu ropa, voy a invitarla a mi secador.
Una sonrisa ensanchada se suelta relajándome. La sigo mientras pregunta que si aún sigo con el departamento en california y mientras le digo las pocas cosas que han cambiado en estos días, siento que la incomodidad se larga y volverlos a ser nosotros, en otro lado, pero siendo los mismos.
Le platico que Maggie me ha pedido que se la salude y el brillo de sus ojos se intensifica dándome a notar que le ha gustado saber de mi hermana y con ello comienza a preguntar sobre Sebastian y la hija de Maggie y sin ningún filtro se lo digo todo.
—¿Entonces ella no vive con tus padres?
Niego viéndola cerrar la puerta a espaldas lanzando el paraguas a una esquina sin cuidado.
—Pensé que eras el único independiente—vacila mientras se quita los tenis sobre la alfombra.
—Ahora entiendo porque a tu padre no le agrada tanto el poderío feminista.
Enarcó las cejas.
—Y esa solo es una de las tantas cosas que le molestan—rio—Deberías verlo cada que menciono al partido contrario de fútbol.
—¿Enloquece?
—Se desquicia—ambos reímos. La veo bajar el cierre de enfrente del vestido bajándoselo hasta la cintura.
Me quedo quieto observándola tan despreocupada mientras lo baja ahora hasta las caderas dándome permiso de ver la primer ropa interior de encaje que la cubre. Esta hablándome sobre algo pero no logro captar hasta que se me chasquea los dedos frente a la cara un par de veces.
—¡Evan!
—¿Que?—pestañeo y me señala.
—Tienes que pasarme tu ropa si quieres que esté lista para cuando te vayas—camina descalza hasta un cuarto sin puerta—Puedes poner tus botas cerca del calefactor.
—Está bien—suspiro—Suenas como mi madre.
Me quejo desabrochándomela los pantalones, entonces veo su cabello corto salir del marco de la puerta viéndome con los ojos entrecerrados.
—Ventajas, soy increíble y lo sabes.
—chista volviendo al cuarto haciéndome sonreír.
Camino hasta la secadora en bóxer. Al entrar observó que se ha quitado todo el vestido y está se mi desnuda, así que prefiero quedarme viendo la ropa mojada entre mis manos; seguido la escucho reír sacándome de mi conflicto.
—¿Enserio estás haciendo eso?
—Respeto tu privacidad...—vaciló dándole cuanta de mi error—Bueno, no tanto si no no estuviera aquí, pero no quiero hacerte sentir incómoda.
Levantó la cara para verla. Tiene las mejillas sonrosadas, el cabello se le ha secado solo de la mitad y ligeras gotas de agua caen a sus hombros mojando la ropa interior de color piel por debajo haciéndola más transparente todavía.
—Eres demasiado dulce—suspira vacilante—Aunque ya me has visto sin ropa interior, y técnicamente ya hemos hecho cosas que la iglesia odiaría, así que...
—Tu don si que es arruinar los momentos—cierro los ojos negando oyéndola carcajearse.
—¡¿Que tiene?! juro que lo intento.
Elevó las manos riendo.
—Ya no lo hagas, vuelvo a confirmar una vez más que eres mala para el romanticismo.
—Eres un ingrato—se pone las manos en la cadera desnuda—¿No me digas que esto te parece romántico?
—Pues el sonido enloqueciendo de la secadora claro que no lo es—me burlo cuando ríe—Pero podríamos estar haciendo otras cosas mejores que esto.
Su mirada se ciñe a la mía recargándose en una mesita a su espalda. Eleva sus cejas y entonces me acerco lanzando la ropa húmeda al suelo.
—Pudiste haber empezado por ahí—dice cuando acorto el espacio entre ambos. Sus manos frías se posan sobre mi pecho desnudó, contengo las ganas de estamparla contra mi cuerpo cuando roza conmigo.
—Estás jugando con fuego—le tomó las manos—Y te vas a quemar.
Titubea seductora.
—Creo que es una buena forma de perder el frío,
¿No te parece?—roza su nariz en mi mentón.
Sus labios rosados me llaman palpitantes. Mis manos la jalan de las caderas pegándola a mi de un segundo a otro oyéndola jadear. Nuestros alientos se mezclan, y sus manos pasan de mi pecho hasta mi trasero dándome un fuerte apretón.
—Ang...
—¿Que?—eleva la cara para verme—¿Vas a convertirte en el chico correcto ahora?
Entrecierro los ojos.
—Creí que amabas esa parte de mi.
—Y me encanta—rosa sus labios contra los míos.
—Pero tienes otras partes que me gustan todavía más, y lo sabes—se pega más a propósito.
No pierdas la concentración Evan. Tienen que hablar primero, tienes que hablar antes de todo.
—Primero debernos hablar sobre...
—Dime que es broma.
Suelta con sorna pero no se despega de mi cuerpo.
—No, a parte de que no creo que hacértelo en el cuarto de lavado sea buena idea, tus amigas están...
—Ellas no están, fueron con los chicos a pasar el fin de semana—me acaricia el mentón con la mano.—Entonces...
Paso saliva elevando la comisura de mis labios.
—Entonces—vaciló—Voy a hacértelo.
La levantó de la cadera juguetona haciéndola reír. La subo a la mesa detrás, mis labios se pegan con los suyos en un momento más íntimo, ambos hambrientos sin contenerlo más. Podría pasarme la vida entera besándola.
Gime cuando le muerdo el labio y su lengua se abre paso en mi boca. Abro sus piernas lo suficiente para hacerla sentirme contra ella, su espalda se arquea ligeramente y mis besos bajan hasta su cuello húmero dejando un camino hasta sus pechos. Encaja sus uñas en mi espalda cuando la mía viaja de sus piernas hasta la espalda desabrochando los ganchos de tela que la cubren de mi. Cuando este cae y su piel fría se cuela a la mía, un exhalo me sobresalta, sus manos buscan rápido tocando el filo de mis bóxer pegados pero antes de hacerlo caigo en cuenta de que no puedo hacerlo.
—Ang no traje condones, lo lamento—digo separándome un poco. Angie sonríe como si esa respuesta le alegrara aunque no sea tan alegre ahora.
—Esta bien—inhala y exhala con dificultad acariciando mi mejilla—Si tu quieres...
—No—suelto haciéndole retroceder un poco.
—Digo, no. No si yo quiero ¿tú, que quieres?
El brillo en sus ojos se intensifica.
—Eso es fácil—sonríe ligera—Te quiero a ti.
Sus labios se pegan de vuelta a los míos. Me toma por sorpresa pero rápido la tomo entre mis brazos sintiéndola mover su pelvis sobre mi miembro extasiado de ella. Gimo cuando una de sus manos se cuela dentro de mi bóxer acariciándomela, entonces las piernas comienzan a temblarme.
—Dime que tanto te gusta Evan—susurra contra mis labios sacándomela por completo. Sonrió besándola, sus dedos se hunden en mi cabello y los míos tiran de la tela de encaje de abajo haciéndolos a un lado.
Su mano se mueve más lapidó acelerando mi respiración, pero debo detenerla.
—Nena, no podré darte lo que quieras si no paras.
—le besó la mejilla.
—Entonces dámelo—pega su frente con la mía y la siento abrir las piernas empujando su pelvis contra mi dirigiendo mi pene a su entrada—Hazlo.
—Ang...—me contengo—¿Estas...
—No me hagas suplicar—Gimotea dulce. Me paso la lengua por los labios resecos.
—Eso jamás.
Se la meto lento sintiéndola recibirme enseguida. Sus paredes estrechas me aprietan contra si, murmura algo cuando comienzo a moverme dando estacadas más rápidas sintiéndola enterrar las uñas en mi espalda mientras hunde la otra mano en mi cabello tirando de este cuando le doy más rápido haciendo que la mesa rechine contra el piso y unas ligeras sonrisas extasiadas salgan de nuestros labios.
Le tomo el trasero con ambas manos levantándola haciéndola arquearse más tomándome por los hombros cuando se la sacó y se la meto una y otra vez.
—E...Evan...
—Dime cariño—gimoteó. Su respiración me avisa del punto en el que está, entonces acelero haciéndola tómame todavía más fuerte.
—Ha...—me toma de la cara haciendo que nuestras miradas se unan—Te....¡ha Dios!—se arquea y la sostengo más junto a mi para que no caiga.
—Te quiero.
Doy una estacada profunda sintiendo sus piernas aflojarse temblorosas.
Arremeto una vez más antes de venirme por completo dentro de ella. Se encorva pegando la frente a mi pecho con las manos pegadas a mis brazos mientras nuestras respiraciones enguantan pase de salida y entrada.
Su cuerpo húmedo tiembla ligeramente sucumbiendo el mío, veo una toalla en un gabinete delante mío e intento separarme para tomarla pero Angie me abraza para tenerme más cerca.
—¿A donde vas?—pega la barbilla a mi pecho viéndome con esa mirada dulce.
—¿Acaso planeas irte y dejarme desnuda sobre una mesa, en un cuarto de lavado?
Suelto una carcajada.
—Algo así.—deposito un beso en su frente estirando mi mano por detrás tomando la toalla poniéndola sobre sus hombros fríos—¿Mejor?
Asiente—Mucho mejor—regresa la mirada al secador y después a mi—Puedes ducharte en mi habitación, es la primera puerta blanca.
—¿Y tu...?
—Yo me ducharé en alguno de las chicas, no te preocupes—le ayudo a ponerse de pie enrolándose la toalla sobre sus pechos. Me giro para tomar una toalla qué hay sobre el otro gabinete cuando la escucho silbarme con sorna.
—Pero mira que buen trasero.
Me giro una vez que me pongo la toalla.
—Eso es acoso.
—Soy culpable—se acerca depositándomelo un suave beso en los labios, seguido de una nalgada haciéndome retroceder sorprendido.
—Demonios, ¿Quién eres tú?
Vacila sonriendo sonrojada.
—Tu ya sabes quien soy, así que ve a ducharte, hueles a suavizador de ropa.
Se burla saliendo del cuarto pero enseguida salgo asomándome por está alcanzando a verla sonreír para después cerrar la puerta café tras ella.
Tomo el celular de mi pantalón húmedo del suelo y camino por el pasillo encontrándome con una puerta negra, una café y otra blanca. Tomo el picaporte de la blanca y enseguida la comisura de mis labios se eleva observando el lugar.
La habitación es de color marfil, es tan pequeña que casi choco con la mesita de entrada. Tiene otra mesita a un lado de la cama con libros esparcidos sin ningún orden sobre ella, y una lámpara en forma de foco a un lado de estos. La ventana de enfrente deja entrará toda la luz nublada a la habitación a través de la cortina blanca. Mis ojos caen a la mesita de estudio donde libretas de diferentes tamaños y colores junto con plumas están ordenadas. Niego sonriendo al sentirme dentro de una parte íntima de Angie, entonces a mis ojos caen a la pizarra arriba de la mesita de estudio con pompones, etiquetas, notas adhesivas y fotos pegados a ella.
Me siento como un intruso mirando todo, pero en cuanto veo una fotografía en donde estamos Angie y yo sonriendo pegada con una tachuela, el corazón me palpita con fuerza.
Parece ser de la boda de su padre porque logró recordar ese día con facilidad, en la imagen ambos estamos sentados en la mesa mientras recarga su cabeza en mi hombro y yo le tomo la mano sobre la mesa con una gran sonrisa en el rostro.
El nudo en mi garganta se hace todavía más grueso, entonces fotos de las chicas y ella aparecen. Son varias, donde están riendo, en el anuario de la escuela, en el cumpleaños de Brent.
Escucho un ruido hueco haciéndome pestañear, entonces suspiro exaltado caminando a la puerta del final. Me meto en la ducha sintiéndome extraño, por fin sentía que dejaba todo lo tenso entre nosotros atrás. Pero ahora que veo esto, yo jamás la llamé, no me fui a despedir e hice lo que hice sin disculparme. Y aún así ella me tenía presente.
—Evan ¿ya terminaste?
Toca la puerta con un golpecito. Cierro la regadera tallándome la cara.
—Si, enseguida salgo.
—Te deje unos chándales y una sudadera sobre la cama—dice y arrugo el entrecejo—Tu ropa apenas entro en el secador.
—Gracias Ang.
Sonrió ligero con la mano apoyada en la pared esperando a que me diga algo más.
—Pediré algo para cenar, ten cuidado de no resbalarte cuando salgas con el enorme charco que dejaste en mi piso.
Suelta burlona antes de oír sus pasos alejarse. Cuando salgo veo la ropa doblada en una esquina de la habitación, y una vez que me la pongo y salgo por el pasillo, la escucho hablar por teléfono tranquilamente solo como ella sabe hacerlo.
—Haces puras pendejadas, ya te había dicho que debías de asegurarte de todo antes. Llámame en cuanto puedas, te quiero—cuelga y me doy cuanta que estaba hablándole al buzón de llamadas.
—¿Todo bien?
Pregunto haciéndola saltar asustada. Se toma el pecho maldiciendo para seguido asentir.
—No eres tú si no me asustas de alguna forma.
—suspira viéndome—¿No has sabido nada sobre Brent y Mia? Digo, sobre el bebé y eso.
Niego.
—No me cuenta demasiado estos días.
—Tan típico—niega y ve la hora en su reloj. Cuando pienso que continuará con el tema, carraspea—Está anocheciendo, si quieres puedes quedarte.
Me recargo en la barra.
—¿En tu habitación diminuta? Olvídalo, casi tiro todo en cuanto entro—bromeo haciéndola darme un golpe. Trae solo una camiseta de color roja lo suficientemente larga para usarla con calcetas.
—De hecho tú te quedarás en la sala.
—Que novedad—ruedo los ojos—Pero está bien, puedo irme con James, no te preocupes por tener que acoger a este pobre hombre sin ropa interior.
Cuando digo esto último sus ojos viajan a mi entrepierna ruborizándose enseguida. Intenta fingir que no lo ha hecho pero ya es tarde, ya estoy riéndome.
—Déjame en paz—murmura cuando me acerco par a abrazarla.
—Tu me miraste así desde el inicio.
—Si, porque tú hiciste énfasis en que no tenías ropa interior—eleva la cara para verme cuando la abrazó contra a la barra—Y fue al propósito.
Arrugo el entrecejo.
—¿De quien demonios es esta ropa?
—De un hombre—dice haciéndome rodar los ojos.
—Es del novio de Johana, lo dejo aquí para cuando viene a quedarse, pero no tenemos ropa interior de hombre por desgracia.
Enarcó una ceja.
—¿Y suelen prestárselo a las visitas?
Vacila meneando la cabeza.
—Solo a quienes nos caen bien. Te salvaste.
Sonrió amplio dándole un beso en la punta fría de la nariz. Sus manos se hunden en la gran sudadera debajo de mi espalda. Tiene el cabello húmedo y su piel huele a manzanilla, aunque la ropa tiene el mismo olor que todo el maldito cuarto de lavado.
—Creo que debo irme antes de que el cielo se caiga—digo cuando un estruendo se oye mientras el cielo relampaguea a través de las ventanas, pero gruñe.
—No te vayas, odio cuando llueve.
Sonrió al verla buscándome en forma de protección.
—Te conozco, no me necesitas. Hasta la lluvia te tiene miedo mujer—me da un golpecito por mi broma pero no me suelta—Bien, si tú quieres...
—La verdad si quiero.
—¿Y como duermes cuando llueve?
Eleva los hombros.
—Casi nunca estoy sola, las chicas y yo vamos a todos lados juntas. A veces también Pablo...
Lo que me faltaba.
—Ha—logró decir aplanando los labios.
Voltea los ojos.
—Relájate, no es lo que estás pensando—me ve preocupada pero tengo que fingir que el en la ecuación no me preocupa.
—Si, si. Como no.
Me da un beso en la barbilla. Entonces señala unas bolsitas con cosas sobre la barra, se separa y saca dos cucharas del cajón superior, abre la bolsa con un bote de helado y palomitas haciéndome recordar viejos tiempos no tan viejos.
—¿Qué te parece si hacemos recuerdos favoritos nuevos?—se muerde la boca al decirlo.
Su mirada brilla al contraste con lo blanco de la habitación y con las cejas alzadas como si estuviera tetándome, sabe que acaba de ponerme completamente a sus pies de nuevo.
Pestañeo hechizado.
—Tú mandas.
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