8 │Relaciones (In)sanas
SAIGE
ANTES:
«Celos». Ese no era un sentimiento al cual estaba acostumbrada, pero que igual experimenté durante la reunión en casa de los McLaggen el fin de semana.
Ni siquiera me reconocí a mí misma por los pensamientos horribles que pasaron por mi cabeza luego de que la exesposa de Keegan, Eva, acaparara su atención. «Celos». Creo que odiaba los celos. No me gustaba que te hicieran sentir incómoda, torpe y sin ningún sentido del autocontrol. Por culpa de los celos, mi noche del sábado pasó de ser agradable, a ser un total desastre que terminó con una copa de champán derramada en mi vestido nuevo y un «algo así como novio» ausente.
Eva era una mujer elegante, preciosa y exitosa, en palabras del mismo Keegan. Aunque él me repitiera que su divorcio había sido por total falta de compatibilidad, se llevaban muy bien. A ella también la conocí en Newport durante el verano. Al parecer, luego de haber manejado su divorcio, a mis padres les había agradado la expareja, así que se hicieron amigos de los dos. Yo no estaba enterada de esa pieza de información hasta que llegaron a coincidir en una de las reuniones que mis padres organizaban en nuestra casa. Ambos habían ido juntos a Columbia. Ambos habían estudiado Ciencias Políticas. Ambos eran apasionados por su elección de carrera, y, para no ser «totalmente compatibles», tenían muchos pensamientos en común que les encantaba compartir en pequeños debates políticos improvisados en cada ocasión que encontraran.
Podía entender por qué ella robaría la atención de Keegan. Eva tenía una belleza exótica e imponente; con una piel morena brillante y natural, un liso cabello negro que no necesitaba ayuda de ninguna plancha, ojos marrones y felinos que parecían hechos para seducir, aunque ella ni siquiera se percatara de eso. Hablaba acerca de cualquier tema con un tono firme y decidido, se reía genuinamente cuando tenía que hacerlo, e incluso hacía chistes divertidos. Ella era... genuina sin esfuerzo.
Ahí fue donde entraron los celos, y la sensación de no ser capaz de controlar tus propias emociones. Keegan estaba tan sumergido en el «mundo de Eva» que no estaba prestando atención a cómo ella se estaba dirigiendo a mí, como si fuese una niña adorable que quizá tuviese un enamoramiento infantil con su profesor de secundaria y quisiera seguirlo a todos lados. Me sentí humillada con el trato. Yo estaba lejos de ser esa persona. Así que en un intento de huir de la conversación, tropecé con la señora Josephine, y ocurrió el desastre del champán.
Todo se fue en picada desde ahí. Las miradas furtivas y los murmullos de las personas, la expresión de vergüenza en el rostro de mis padres —quienes ni siquiera se acercaron a preguntar si estaba bien—, las burlas de Hunter y sobre todo, las palabras de Keegan después de eso, las cuales habían estado repitiéndose una y otra vez en mi cabeza.
—Fuiste demasiado obvia, Saige —me dijo en cuanto se aseguró que Hunter había desaparecido en su cocina.
—Obvia —repetí, saboreando la palabra con amargura—. Fue un accidente, Keegan, los accidentes pasan —mentí, evitando la mirada de reprenda que me estaba dando.
—Sé que no te cae bien Eva —señaló, tomando mi barbilla entre sus dedos para hacer que lo mirara—. Te he dicho que somos solo amigos.
Di un paso atrás. Los celos estaban haciendo de las suyas todavía.
—Tú eres el que está siendo obvio, viniendo aquí a «rescatar» a tu alumna que solamente se ha echado el champán encima —le dije con ironía—. Hunter acaba de decirlo: no era ácido, voy a sobrevivir.
—¿Ahora estás de acuerdo con algo que Hunter dice? Pensé que no lo soportabas —inquirió, frunciendo el ceño—. ¿O es que esta es una de esas estrategias de adolescentes para dar celos?
Solté una risa amarga. Me estaba tratando como Eva lo había estado haciendo hacía unos minutos, como una niña. Y él me conocía mejor que eso. O al menos, eso creía.
—Vuelve a la reunión, Keegan —le pedí, firme—. Soy una adolescente perfectamente capaz de limpiarme el vestido, sola.
Estaba molesto, y yo estaba molesta también, así que en vez de arreglar las cosas, él respiró hondo, me dio una última mirada y se alejó, sin decir nada más. Terminamos molestos con el otro.
Y no pensaba ser la primera en ceder.
—¿Se te rompió alguna pieza? —Mis dedos dejaron de teclear en el computador y alcé la vista hacia Hunter.
Se encontraba del otro lado de la oficina que compartíamos. Su silla estaba por lo menos un metro lejos de su escritorio en un intento de ignorar a propósito su tarea del día. Su saco descansaba en el espaldar y se había quitado la corbata como siempre hacía al llegar. Prácticamente tenía una rutina de striptease diario; se deshacía del saco, de la corbata, se sacaba la camisa del pantalón y se abría unos cuantos botones. Un día intentó hasta quitarse los zapatos, pero le dije que necesitábamos establecer unas reglas de convivencia antes de que se saliera de control y llegara un día queriéndose quitar los pantalones.
Fruncí el ceño al ver que solo estaba ahí sentado, mirándome con atención y acribillando una hoja blanca con la grapadora que sostenía.
Otra cosa que odiaba; trabajar con Hunter. Sentía que estaba siendo niñera de un niño pequeño y problemático encerrado en el cuerpo de un chico atractivo de mi edad. No, borren eso. Su atractivo no podía compensar su comportamiento. De hecho, su comportamiento le restaba atractivo. Podía ser muy alto, podía tener un rostro de modelo (palabras de Sun), los ojos muy azules o lucir bien en un traje, pero eso no le quitaba que no me había ayudado en absolutamente nada desde que su padre me había pedido encargarme de él. Y no era como si eso me molestara demasiado, era capaz de hacer su trabajo y el mío, solo que prefería hacerlo sin interrupciones, comentarios sarcásticos o burlas innecesarias de su parte. Me hacía perder demasiado tiempo con... trivialidades, como diría mamá.
—¿Qué? —le pregunté, anticipándome a que cualquier respuesta que saliera de su boca iba a irritarme.
—¡Que si se te ha roto una pieza! —repitió, esa vez en un tono de voz mucho más alto—. Por lo que veo sí —añadió, sonriendo—. Primero, golpeas las teclas del computador como si quisieras hundirlas hasta el infierno, y luego te vuelves sorda, ¿te desconfiguraste?, ¿necesitas que revise a ver si va todo bien en tu sistema?
Él aún no dejaba ir la broma o las referencias de «Strepford Wives».
—Estoy bien —le dije, cortante.
—Tu boca dice «estoy bien», pero tu ceño fruncido dice «quiero matar a alguien», ¿cuál de las dos es? —presionó, intercalando su atención entre mis ojos y la hoja llena de grapas.
Creo que en ese momento, más que Hunter molestándome, recordar que habían pasado cuatro días desde mi discusión con Keegan, fue lo que envió lágrimas a mis ojos. Los sentimientos apestaban. Porque por más que tratara de fingir que él, ignorándome por completo en la escuela —y fuera de la escuela— no me afectaba, lo hacía. Ya tenía suficiente con mamá y papá viajando a Chicago a reunirse con unos nuevos clientes y dejándome sola en el penthouse. Yo sabía que se irían, por lo que había planeado estratégicamente invitar a Keegan para el día libre de Corinne. Por supuesto, ese plan sorpresa se había cancelado luego de haber dejado que mis emociones se llevaran lo mejor de mí.
No le respondí a Hunter. Me tragué las lágrimas y le devolví mi atención al computador. Concentrarme en el trabajo serviría para ignorar el sentimentalismo innecesario. No había tiempo para eso. Henry me había asignado la tarea de revisar casos de clientes pendientes y hacerle un resumen por orden de urgencia. Era la primera asignación «importante» que no consistía en corregir errores de tipeo o gramática en contratos. Esperaba pronto obtener mejores asignaciones, incluso tener la oportunidad de estar presente en una reunión importante, tomar notas, tal vez hasta aportar ideas y así tendría...
—¿Por qué haces eso? —Salté. La voz de Hunter se escuchaba mucho más cerca que antes.
En algún punto, él se había acercado con su silla hasta mi escritorio sin que me diera cuenta. Lo miré, sorprendida. Estaba tan cerca que prácticamente su silla chocaba con la mía, y se había recostado sobre la madera, descansando su cabeza en su mano. Nunca había hecho un acercamiento tan deliberado hasta ese momento. Mas eso no fue lo que me pilló desprevenida, sino el hecho de que no había rastros de burla o sarcasmo en su expresión, parecía genuinamente intrigado por saber la respuesta.
No sabía a qué venía su pregunta, pero ver a Hunter McLaggen serio era algo nuevo para «mi sistema».
«Magnífico, ahora hasta tú misma haces referencias de Strepford Wives».
—¿Hacer el qué? —le pregunté, sintiéndome incómoda por toda la situación.
Me incomodaba que mi tono de voz hubiese salido tan bajo y suave. Me incomodaba que estuviese demasiado cerca. Me incomodaba que tuviese la misma mirada intimidante que su padre sin siquiera ser consciente de ello. El Hunter serio no me gustaba, prefería el que se mantenía a tres metros de distancia, recitando sobrenombres tontos y me dejaba espacio para respirar y hacer mi trabajo.
—Admitir que estás molesta no hará que explotes —contestó, mirándome con atención—. Te he visto hacerlo muchas veces; quieres decir algo y te arrepientes, quieres molestarte y te arrepientes, quieres gritarme y luego no lo haces, ¿qué es lo que te preocupa tanto?
Me incomodaba que fuese tan observador como para darse cuenta de eso, porque ni yo misma podía notarlo. Era algo natural, algo que estaba «en mi sistema», si íbamos a usar de nuevo la ridícula referencia.
—No a todos nos gusta no tener un filtro a la hora de hablar —le dije, aclarándome la garganta.
Sus ojos azules hicieron un lento escaneo a través de mi rostro. Que él tuviera pestañas tan largas y espesas no era un detalle que quisiese saber. «Existe una cosa llamada espacio personal y estás excediendo los límites apropiados», quise decirle. Sin embargo, me robó la oportunidad.
—Pero es mucho mejor que guardarse las cosas para sí mismo —habló entonces, deteniendo su mirada en la mía—. Te llenas de tu propia mierda hasta que no tienes más remedio que vomitarla.
No pude evitar arrugar la nariz con asco, lo cual lo hizo alzar las comisuras de sus labios en una media sonrisa.
—Lo sé, es una metáfora increíble, ¿no es así? —comentó, riendo entre dientes y por fin irguiéndose de su posición.
Esperé a que volviera a su escritorio, pero no lo hizo, mantuvo su silla pegada a la mía y aunque ya no estaba serio, seguía incomodándome que estuviese tan cerca, como si se sintiera suficientemente en confianza para tomarse ese atrevimiento. Yo todavía no, la verdad.
—Entonces, ¿me vas a contar por qué estás molesta? —insistió, cruzando los brazos y enganchando uno de sus pies en la base de mi silla.
—¿Desde cuándo el horario laboral es para hablar de esas cosas? —inquirí, queriendo desviar el tema de conversación lejos del terreno peligroso.
Ni siquiera les había hablado a Mishka y Sun-Hee sobre mi «relación». No era tan tonta como para meterme en una situación comprometedora. Las conocía a ambas, tratarían de indagar más y hacerme preguntas que no podía responder. Y mi relación con Keegan era un tema delicado, por obvias razones. Había mucho en riesgo como para comportarme tal cual una adolescente hormonal e ir por la vida contándole al mundo que tenía una relación con alguien mayor... que desafortunadamente era también mi profesor.
Ugh, «adolescente». La palabra provocó otra punzada al recordar la noche del sábado.
—Desde que estoy aburrido como el infierno —respondió, jugueteando con mi silla.
Me aferré al escritorio para que dejara de moverla con su pie.
—No estarías aburrido si te encargaras de la pila de papeles en tu escritorio. —Le lancé una mirada a las hojas que llevaban un día entero sin moverse de donde Shannon las había puesto.
Él siguió mis ojos y al ver los papeles, puso los ojos en blanco y regresó su mirada a mí.
—Comprendo que a ti esto te parezca Disneyland, pero yo estoy aquí por el arresto domiciliario de Henry. No tengo por qué ayudarlo en nada más allá de lo necesario.
Hunter y yo hablábamos muy poco entre nosotros. Dentro de esas cuatro paredes, no congeniábamos más allá de sus burlas, y mis respuestas secas. En la escuela, una que otra vez nos cruzábamos en alguna de nuestras clases o en la hora del almuerzo, pero ambos actuábamos como si no nos conociéramos. Si no les hubiese comentado a Mishka y a Sun sobre mi tarea extracurricular de vigilarlo, nadie sabría que él y yo pasábamos interminables horas juntos después de clases.
Mi punto es, que no conocía demasiado sobre él. Había estado siendo testigo objetiva de cómo funcionaban las cosas en su familia, por lo menos dentro del despacho McLaggen. Y aunque la lógica me decía que debía existir una razón para que Hunter detestara tanto a su padre y para que se comportara de la manera en que lo hacía, todavía no la había encontrado. Henry McLaggen se comportaba como un buen jefe, no solo conmigo, sino con todos los demás empleados de su firma. De hecho, las únicas veces que lo había visto tenso y serio, era cuando Hunter se proponía a molestarlo.
—No entiendo por qué odias tanto a tu padre, él no es tan malo —le solté, sintiendo inmediatamente el rubor instalarse en mis mejillas porque no había sido mi intención decirlo en voz alta.
Él se quedó en silencio durante un minuto, mirándome sin dar signos de querer gritarme por estar entrometiéndome en su vida, o al menos querer burlarse de mí por el evidente cambio de color en mi rostro. Al cabo de unos segundos cargados de una tensión que no sabía de dónde había salido, se inclinó hacia mí y por un momento, pensé que volvería a su posición en mi escritorio. Sin embargo, hizo algo peor. Sus manos tomaron los reposabrazos de mi silla y me giraron hasta quedar frente a frente, pegando nuestras rodillas. Observé, un poco desorientada, cómo abría sus piernas y hacía que mis rodillas chocaran con la parte inferior de su silla.
Gracias a Dios, las persianas estaban cerradas, ya que no nos encontrábamos en una posición muy profesional en ojos ajenos.
—Tal vez no lo entiendas, Wisener —habló, endureciendo sus rasgos—, porque vives metida en el mismo mundo que él.
—¿Y tú no? —Mi voz sonaba demasiado pequeña y suave de nuevo.
La puerta se abrió, rompiendo la atmósfera extraña en la que habíamos caído. Salté y zafé mi silla de su agarre para poder volver a mi escritorio, mientras que él se tomó su tiempo para girarse hacia quien nos había interrumpido.
Tuve que esforzarme por no lucir sorprendida, ya que eran «quienes», no un «quien». Y uno de ellos... era Keegan.
—Espero que Hunter no la estuviera molestando, Srta. Wisener —me dijo el señor McLaggen, dándole a su hijo una mirada severa.
—No. —Me limité a negar con la cabeza. Estaba demasiado consciente de la mirada de Keegan sobre nosotros, de la pregunta oculta detrás de sus ojos y a la vez, me encontraba procesando el hecho de que él hubiese ido al despacho sin contármelo.
«Están molestos con el otro, Saige, por supuesto que no iba a contarte nada». Por supuesto. Así funcionaban las relaciones.
—Solo estábamos tomándonos un descanso de la tortura —comentó Hunter, volviendo a su habitual personalidad burlona—. Papi —lo saludó en un tono odioso, para luego dirigirse a Keegan de la misma forma—. Profe, ¿qué los trae a nuestra super oficina?, ¿he reprobado un examen?
—No seas un grano, Hunter —le advirtió su padre—. Tenemos una reunión con Keegan sobre la candidatura, ponte decente y vámonos, Hiram nos está esperando.
—«Tenemos» suena como a un montón de gente, ¿no crees? —lo desafió él, como siempre.
—Era una orden directa, no una propuesta —enfatizó Henry, cayendo en una batalla de miradas con su hijo.
Le hubiese prestado atención a dicha batalla, si la mirada del propio Keegan no hubiera comenzado a quemarme el rostro. No cedí ante la presión, o ante los días que habían pasado desde su «Ley de Hielo». Si él podía ignorarme en la escuela, yo también podía hacerlo en mi lugar de trabajo, independientemente de lo que se estuviese imaginando después de irrumpir en la oficina y presenciar lo que fuera que estaba ocurriendo entre Hunter y yo.
—¿Todo bien con el trabajo que le encargué, señorita Wisener? —preguntó el señor McLaggen, obligándome a romper el contacto visual con la pantalla de mi computador.
—Sí, estaba justo terminando con el último caso de la lista para enviárselo a Shannon —le respondí en modo automático.
Él me brindó una sonrisa de aprobación. El parecido que Hunter tenía con su padre era impresionante. Viéndolos a ambos de pie, uno junto a otro, vistiendo trajes del mismo color, era como si Henry fuese el Hunter del futuro. Eso me llevó a preguntarme si la genética conocía el término «ironía».
—Es una jovencita muy proactiva, Keegan, tuviste razón en recomendarla. —Escuché que Henry le comentaba. No obstante, yo seguía enfrascada en evitar mirarlo, y, tal vez también estuviera distraída con Hunter y la lucha que estaba teniendo con la corbata azul colgada en su cuello.
—¿Ya ves que no lo decía en vano, Henry? Saige es de los mejores promedios de Lawrence, sino el mejor promedio.
Decidí enfocar mi atención en salvar a Hunter de ahorcarse, e ignorar la sensación en la parte baja de mi abdomen que siempre sentía cada vez que escuchaba a Keegan hablar. Me levanté y caminé hacia él con naturalidad. Cuando aparté sus manos del pedazo de tela, alzó la vista y me miró con el ceño fruncido.
—¿Vas a ahorcarme, Wisener? —inquirió en voz baja—. Sé que no nos llevamos muy bien, pero...
—Estoy ayudándote. No puedo creer que no sepas cómo atar una corbata —lo corté, fijando mis ojos en el nudo que comenzaba a hacer—. Si no sabes, ¿quién lo hace por ti todos los días?
—Su madre —intervino su padre, sorprendiéndome porque pensé que seguiría conversando con Keegan y nos ignoraría—. Las deja preparadas para que solo tenga que ajustarlas. Él se rehusó a aprender.
—¿Por qué eso no me sorprende? —El filo en las palabras de Keegan hizo que tanto Hunter como yo lo encaráramos.
Había disfrazado sus palabras con un aire de broma, mas yo sí podía notar en sus ojos que estaba escaneando la situación y no la estaba encontrando muy divertida. «¿Quién es el adolescente obvio ahora?», me sentí tentada a decirle.
—Deberías reducir tus interacciones con papá, Keegan, se te está pegando lo de idiota —contraatacó Hunter.
—¡Hunter, no empieces con tu mierda! —Pegué un respingo ante el inesperado grito de su padre.
Era primera vez que lo escuchaba gritando de esa forma y diciendo una mala palabra.
—Keegan es tu profesor y mi nuevo consultor, así que le muestras respeto, ¿entendido? —añadió, sin gritar esa vez, pero con un tono duro de voz que no había registrado en ninguna de sus otras discusiones—. Compórtate con seriedad que tu mierda es lo que menos necesitamos.
Permanecí en silencio mientras terminaba de hacer el nudo de la corbata. Observé el cuello de Hunter tensarse cuando se giró de nuevo hacia mí, lo cual por alguna razón, me llevó a mirarlo. Él me estaba mirando de vuelta, con la mandíbula apretada y probablemente aplicando la misma técnica de distracción que la mía. Si no hubiese estado tan enojado, me lo habría imaginado enarcando una ceja y diciéndome: «¿Ves a lo que me refiero?». Sin embargo, el azul de sus ojos se había oscurecido, y casi podía ver cómo se asomaba en ellos la razón del odio hacia su padre.
Ajusté el nudo en su cuello y puse ambas manos sobre las solapas de su saco, dando un paso atrás, escapando de toda la tensión del asunto.
—Está listo para irse —dije, forzando una sonrisa hacia el señor McLaggen.
—Eso fue muy amable de tu parte, Saige. —Por primera vez, pude distinguir que la sonrisa de Henry no era sincera—. Hunter, andando.
Él me dio una última mirada antes de obedecer a su padre.
—Continúa con el buen trabajo, jovencita —me halagó Henry, ensanchando su sonrisa y posando su mano en mi hombro.
En cuanto abandonaron la oficina, sentí que había estado conteniendo la respiración durante todo el momento. Aunque, la verdad, no sabía exactamente si había sido por la presencia de Keegan... o por otra cosa.
***
¿Puedo ir a verte? Quiero hablar contigo
El trozo de carne quedó a medio camino de mi boca en cuanto leí el mensaje de texto de Keegan.
Era tarde y estaba sola en casa, comiendo el plato de comida recalentada que había dejado Corinne preparado para mí. Me encontraba emocionalmente agotada por el día laboral que había tenido —incluyendo su visita sorpresa—, por lo que leer esas palabras me habían tomado un poco fuera de guardia.
No esperaba que él mismo hubiese sido el primero el romper su trato de silencio.
Pensé que no estábamos hablando
Le di a «enviar» y continué devorando mi bistec. No tardó mucho en responder.
Princesa... estoy cansado de discutir. Te echo de menos, quiero verte. Sé que Vincent y Adelyn están en Chicago.
Me frustré conmigo misma cuando le respondí con un «Está bien». Aparentemente, los sentimientos me volvían una persona débil y permisiva, también. Empezaba a entender los consejos de mamá.
No me molesté en cambiarme el pijama o arreglarme el cabello, no quería que pensara que ya estaba contenta con él solo por haberme enviado un mensaje de texto diciéndome que quería verme. Me había visto temprano en la escuela, y después en el despacho del señor McLaggen, donde se había dejado llevar por sus celos y se había comportado como un idiota con Hunter.
«Hunter». Cuando él regresó a nuestra oficina de la reunión con su familia, el ambiente se volvió pesado. Entró, se sentó en su escritorio en silencio y comenzó a teclear en su computador con la misma fiereza que había estado aplicando yo con la mía. Era primera vez que lo veía usar el aparato desde que había empezado a trabajar. Me sentí tentada a preguntarle si todo iba bien, pero era una pregunta estúpida considerando el humor de padre e hijo antes de irse. Simplemente asumí que la reunión no había sido todo risas y amabilidad.
¿Honestamente? La actitud que Henry había adoptado en la oficina aún me tenía sorprendida. Había visto al hombre usar expresiones como «Válgame Dios», o decirle a Shannon cosas como «¿Qué se le puede hacer? Encontraremos una solución, no debemos estresarnos por ello, ¿vale?» cuando ella cometía algún error o había un problema con algún caso. Era una de las cualidades que me gustaba de él como jefe, y también una de las razones por las que no había entendido la rebeldía de Hunter.
Solo... se sintió raro ver esa parte de él.
—¿Saige? —Salté fuera de mis pensamientos al escuchar la voz de Keegan, proveniente del vestíbulo.
Coloqué mi plato en el fregadero y abandoné la cocina con total tranquilidad.
Casi me reí al ver que había pasado de «incógnito». Traía unos jeans desgastados, una camiseta negra con el logo de una banda de rock —que le quedaba un poco pequeña y resaltaba los músculos de sus brazos—, y una gorra de béisbol azul para ocultar su rostro. Parecía disfrazado de adolescente. Sin embargo, me abstuve de hacer algún comentario para mantener mi fachada de novia enojada.
—Hola —lo saludé, indiferente—. ¿Sacaste eso de tu armario de los noventa?
Él se quitó la gorra y peinó su cabello con una mano mientras me observaba en silencio, sin atreverse tampoco responder a mi comentario odioso.
—Vale, ya estás aquí —continué—. ¿De qué es lo que quieres hablarme?
—Princesa... —resopló, acercándose a zancadas.
No me dejó ni siquiera pensar. Uno de sus brazos se enroscó en mi cintura y me alzó para que estuviésemos a la misma altura mientras me besaba. Me sostuve de sus hombros y permití que la parte débil de mí lo dejara saborear mis labios durante un minuto. Llevó su mano libre a mi nuca, y cuando sentí la punta de su lengua queriendo profundizar el beso, me aparté.
—No puedes simplemente venir después de cuatro días de ignorarme y besarme de esa forma —le dije, empujándolo levemente para que me soltara de su abrazo.
Él me soltó, pero no se alejó demasiado.
—Lo sé, estaba enojado —dijo, tomándome de la barbilla y haciéndome que lo mirara—. Me disculpo por no ceder antes. Para mí no eres ninguna adolescente tonta, y lo sabes muy bien.
Quise desviar mis ojos hacia otro lado, mas él apretó su agarre en mi barbilla para impedirlo.
—Sabes que te quiero a ti, Saige —añadió, pegando su frente contra la mía—. No vine hasta aquí, arriesgándome de ser atrapado, por nada.
Cerré los ojos durante un segundo, queriendo reorganizar mis pensamientos. Después de ese beso, ya no había casi indicios de mi enojo hacia él, y Keegan tenía razón en algo; venir hasta el penthouse había sido una locura muy arriesgada, pero igual lo había hecho... por mí.
—Eres bueno disculpándote —admití, manteniendo mis ojos cerrados y esbozando una media sonrisa.
—Y tú eres buena poniéndome irracional.
Abrí los ojos al registrar algo más en su tono de voz. No estaba sonriendo como yo, de hecho, estaba bastante serio. Acarició mi nariz con la suya, sin dejar de mirarme, sin dejar de darme razones para pensar que ya no estábamos hablando precisamente de su visita.
—¿Hunter y tú son muy amigos ahora? —inquirió, recorriendo mi rostro en busca de alguna reacción ante su pregunta.
Eso confirmó mi suposición. Había malinterpretado toda la situación de la oficina con Hunter.
—¿Qué?, ¿te pone celoso? —ironicé, queriendo bromear un poco—. ¿No es eso muy «obvio» de tu parte? —Enarqué una ceja.
Apretó la mandíbula, dándome una reacción totalmente opuesta a la que me esperaba. En vez de reírse o tomárselo con humor, él soltó un resoplido y le dio un apretón a mi barbilla.
—Déjame reformular la pregunta: ¿debería ponerme celoso de él? —corrigió. Parecía profundamente interesado en escuchar mi respuesta.
—No deberías —le respondí, frunciendo el ceño—. Pero, ¿por qué tanta insistencia?
Él sacudió la cabeza, como si su respuesta no importara demasiado.
—Hunter nunca me ha caído bien —confesó—. Siempre ha sido un crío problemático e inmaduro, y me preocupa que su padre haya tomado una mala decisión en ponerlos a trabajar juntos.
—Subestimas mi grado de tolerancia —comenté, buscando cambiar el tema de conversación.
—Lo conozco mejor que tú —resopló, aflojando un poco su agarre—. El chico es un tornado andante, y solo... no quiero que te distraiga con sus tonterías. Puede volverse molesto tratar con él y no estoy subestimando tu grado de tolerancia, pero es el único que puede provocarle serios dolores de cabeza a Henry.
—Y... ¿todo esto que me has dicho lo ha provocado el malentendido en nuestra oficina? —indagué, considerando que Hunter y yo, hablando a menos de tres metros de distancia tampoco podía verse tan malo como para obtener esa clase de discurso, ¿o sí?
Él resopló de nuevo.
—Solo prométeme que si se pone difícil, me lo dirás, ¿vale? —me dijo, inclinándose a dejar un pequeño beso en mis labios—. Tú no tienes por qué lidiar con su mierda.
—Señor Price, ¿acaba de decir una mala palabra? —lo acusé en tono burlón—. Esa no es la manera más recomendable de expresarse frente a una alumna.
Quería desviar la conversación. La charla sobre Hunter estaba llevándome a recordar lo que había pasado esa tarde, y no era el momento más oportuno para ponerme otra vez a darle vueltas a eso. Gracias a Dios, él finalmente pareció relajarse.
Puso los ojos en blanco y me regaló una sonrisa.
—Si mi memoria no falla... —Escondió su rostro en el hueco de mi cuello y comenzó a dejar un camino de besos desde mi mejilla, hasta detenerse en mi oído—. A ti te gusta que las diga mientras te follo, ¿no es así?
Reprimí un jadeo de vergüenza. Keegan en la cama era como si estuvieras presenciando otro lado de él que no le enseñaba al mundo; era tosco, apasionado y la mayoría de las veces, le gustaba susurrarme palabras sucias al oído. Pensé que estaba haciendo un buen trabajo ocultando que, por alguna extraña razón, no me desagradaba que fuese así. Yo no era de decir palabrotas, y en casa teníamos hasta una regla para eso. Sin embargo, cuando éramos solo él y yo, me permitía pensar que de alguna manera nos encontrábamos en un terreno donde podía admitir que su trato... era lo contrario a desagradable.
—Ahora... —retomó, mordisqueando y dejando besos húmedos en mi cuello—. Quiero subir a tu habitación y darte la mejor follada de reconciliación que te darán en tu vida, ¿qué te parece eso?
Estaba tan sorprendida y atontada por su abrupto cambio de humor que me limité a asentir con la cabeza.
Nunca había tenido una «follada de reconciliación» antes de eso, y de verdad, en aquel momento, mientras observaba el desastre que habíamos hecho en mi habitación, pensé que la de esa noche sería insuperable.
Mucho después, sin embargo, entendí lo equivocada que estaba.
Por supuesto que este año no se podía acabar sin un nuevo capítulo de esta belleza de historia JAJAJAJAJAJA
Sé que muchos me escribieron para pedir maratón, pero estos días estuve más enfocada en el especial y en descansar un poco, así que perdonen, no es mucho, pero es trabajo honesto JAJAJAJAJA.
Ya se está sintiendo la tensión jujuju. Qué raro se puso Hunter de repente, ¿no? ¿Habrá pasado algo en esa reunión? ¿Qué le habrá hecho ahora su familia? Todo esto y más, en el siguiente... ah no, en el que le sigue al siguiente capítulo JAJAJAAJ Cuando le toque a Hunter del pasado
Por ahora, me retiro.
Besitos venezolanos con plato navideño tradicional.
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