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7 │El Destino (In)competente

SAIGE

AHORA:

Irónicamente, Fratelli se había convertido en mi especie de refugio. ¿Quemaba un poco el valor sentimental que tenía tanto la pizzería como sus dueños? Sí, todo el tiempo. Pero los días con Lorenzo, Pia y Flavio eran mucho mejor que dejar que mi situación familiar me hundiera.

Lo que más había temido durante mis meses en Londres, era que la hipótesis sobre mis padres fuera cierta, que las razones por no haber ido a visitarme ni una sola vez, fuesen solo excusas para no verme.

Odié haber acertado.

Los necesité, mucho, después del épico fracaso de «La Rebelión de la Princesa». No era como si fueran los padres más sentimentales y comprensivos del universo, pero el rechazo de Hunter me había dejado en más pedazos de lo que ya había estado desde antes. Sin embargo, para poder mantenerme firme, me aferré a lo positivo del escenario; regresaría a Nueva York. Tal vez regresar era lo que necesitaba para tener mi «cierre», enfrentar las cosas que había dejado atrás y superarlas. Volver a la rutina de mi antigua vida, olvidar y pretender que el último año nunca había ocurrido.

Quizá parecía una propuesta de alguien cobarde, pero era la única opción que me quedaba. El gran fallo en mi plan era que no me esperaba que mis padres implícitamente se hubiesen desligado de mí.

Si antes eran indiferentes a los sentimientos, ahora eran indiferentes... pues, a mí.

Me dejaron claro que yo ya no era su hija en cuanto aterricé en la ciudad y recibí un mensaje de texto diciendo que no podrían pasar a recogerme en el aeropuerto. En ese momento, lo vi como una ventaja, había estado llorando toda la hora de vuelo, tanto que la mujer que iba sentada junto a mí incluso llamó a la azafata porque estaba preocupada. Mi rostro hinchado me hubiera delatado, y no quería que me vieran así. Era sumamente vergonzoso.

Les aseguré que no tenía ningún problema con tomar un taxi hasta casa. «No pasa nada», fue lo que escribí. Sin embargo, cuando entré al apartamento minutos más tarde, me di cuenta de que «pasaba de todo».

Ellos ni siquiera podían verme a la cara. Se dirigían a mí con oraciones cortas y cuando fuese estrictamente necesario. Las comidas eran incómodas, silenciosas, lo cual no era normal, ya que ellos siempre habían tenido un tema de conversación, fuese de trabajo, o de futuro trabajo. «Vale», pensé. «No tuvimos tiempo de hablar respecto a lo que pasó, tal vez lo que necesitamos es aligerar un poco el aire. Decir lo que tenemos para decirnos. Señalar el elefante en la habitación».

El día que intenté sacar a colación el tema durante una cena, mamá me frenó en seco. No había pronunciado más de cuatro palabras cuando me cortó para decir:

—He hablado con mi colega, Selma. —Sus ojos estaban concentrados en la acción de cortar la carne en su plato—. Su hija, Kamile, también entrará en Columbia al final del verano y le he pedido el favor de conseguirte un dormitorio en la residencia de la universidad.

Era la estructura de palabras más larga que alguno de los dos me había dicho desde que había aterrizado dos semanas atrás.

—Vale... ¿gracias? —contesté, sintiéndome un poco descolocada por su repentina acotación.

—También nos mencionó un buen programa de verano en el campus —terció papá, sorprendiéndome también.

Ninguno de los dos me miraba todavía.

—Nos pareció conveniente inscribirte, es como un curso introductorio antes de empezar oficialmente —me explicó mamá, llevándose el pedazo de carne a la boca. Todavía sin mirarme.

—Hemos cubierto todos los gastos, de la residencia, del programa —retomó mi padre, ajustándose la montura de sus gafas—. No tienes por qué preocuparte por nada.

—Pero... —vacilé, intercambiando mi mirada entre ella y él—. ¿No soy yo la que decide si quiere ir o no?

Me encogí en mi asiento cuando ambos alzaron la vista al unísono, mirándome directamente por primera vez en año y dos semanas. Me sorprendió que la mirada de mamá estuviese llena de emociones, ninguna buena, pero eran emociones que ella nunca se permitía demostrar. Papá, en cambio, tenía una expresión indescifrable en su rostro, como si quisiese decir algo más, pero las palabras no le salieran.

—No era una pregunta, Saige —sentenció mamá, consiguiendo drenar cualquier rastro de emoción en su rostro.

«No era una pregunta». Era otra manera de enviarme lejos de casa para seguir con su plan de evitarme.

Acepté la segunda entrega del exilio. Quiero decir, tampoco iba a humillarme con ellos como lo hice con Hunter. Debía conservar la poca dignidad que me quedaba y reconocer que ellos también estaban resentidos, dolidos, o lo que sea que fuera, por lo que pasó.

Así que mi verano se trasladó al campus de Columbia, regresándome al mismo punto de partida. Aunque de alguna forma, no tuve que atravesar el continente para sentir que era peor que cuando me habían llevado a Londres. En Europa, al menos tenía el apoyo de Griffin. En Nueva York, a mi madre no se le ocurrió que querría compartir la habitación con alguien y me consiguió un dormitorio individual. Nada de compañeras de cuarto para mí.

Fueron un par de semanas grises y neutrales. Me centré en el programa y procuré mantenerme ocupada la mayor parte del día, aunque fuese sola. Comencé a correr de nuevo, a veces por las mañanas, a veces por las tardes. Y cuando no estaba corriendo o estudiando, estaba haciendo turismo por la ciudad a pesar de conocer cada rincón de ella.

Lo tétrico del caso fue que el rechazo de Hunter, y la indiferencia de mis padres me devolvieron la determinación. Estaba cansada de sentirme triste o de compadecerme. Por lo que mi más reciente lista de objetivos solo tenía una cosa escrita: huir de ese estado mental.

Y me estaba yendo bien. Me lograba distraer lo suficiente como para regresar al dormitorio durante la noche y dormir hasta el día siguiente. Repetí ese ciclo durante unas dos semanas hasta la tarde en que, por pura casualidad, mi pequeña travesía de turismo local me llevó a la Pequeña Italia.

No planeaba entrar a Fratelli, mi intención había sido simplemente atravesar casualmente la calle y permitirme recordar buenos tiempos. Sin embargo, Pia estaba afuera en ese momento y me vio. De un segundo a otro, me estaba empujando dentro del local, ofreciéndome comida... y ofreciéndome también la oportunidad de escuchar.

Ese día lloré después de dos semanas sin haber soltado una lágrima. Creo que comencé hasta a espantar a los clientes porque Lorenzo y Flavio decidieron cerrar la pizzería temprano. La señora Pia era quien estaba sentaba a mi lado, rodeándome con su brazo y consolándome, pero ellos también lograban escucharme desde la cocina. Estaba haciendo un escándalo.

Insistieron en que regresara cuando lo necesitara.

Ahí entendí más que nunca el respeto que Hunter sentía por la familia Deganutti.

Entonces, pasé el resto del verano visitando Fratelli. A veces solo acompañaba a Pia detrás del mostrador, o la ayudaba en la limpieza post-apertura, y otras veces Flavio y Lorenzo me invitaban a unirme a su Día de Receta Improvisada, en el cual escogían un día de la semana para intentar cosas nuevas e «innovar» en la cocina. Normalmente terminábamos con un desastre y con la ropa arruinada, pero eran mis días favoritos.

Las clases comenzaban pronto en la universidad, así que tendría menos tiempo para ir a Fratelli. Había preguntado si podíamos adelantar el Día de Receta Improvisada para convertirlo en una especie reunión de despedida. Me atrevería a cocinar una entrada, un plato fuerte y un postre, sin ayuda. Lorenzo decía que estaba lista para abrir mi propio restaurante.

Pero era solo Lorenzo siendo Lorenzo. Mis habilidades culinarias aún no eran tan perfectas como me hubiera gustado. No se me daba mal, pero tenía que trabajar en «seguir mis instintos y no apegarme cien por ciento a las medidas en una receta», como decía Flavio.

—¿Pia, Lorenzo, Flavio? —Entré a la pizzería con una gran sonrisa en mi rostro—. Sono pronto per la notte della «ricetta improvvisata»!

Los tres se encontraban cerca de la cocina, de pie junto a una persona que estaba de espaldas a mí. De un chico. De un chico alto, de hombros anchos, cabello negro y ropa oscura. Un chico que era Hunter.

Mi sonrisa cayó al mismo tiempo que la de ellos, y mi corazón comenzó a latir como un loco.

Durante una milésima de segundo, me permití pensar que él no estaba ahí por mera casualidad. ¿Tal vez se había arrepentido de no escucharme hacía meses? ¿Había venido a buscarme y sabía que podía encontrarme aquí? Entonces, ¿por qué había tardado tanto en ir? ¿Estaba presenciando su «gesto romántico de película»? No, Hunter no era de «gestos románticos», sobre todo después de nuestro encuentro en su graduación.

«¿Qué haces aquí, Hunter?».

Cualquier esperanza de que hubiese ido ahí por mí se esfumó en cuanto se giró y no pudo ocultar su sorpresa al verme. Él no sabía que estaría ahí... había sido pura casualidad.

De repente, me transporté a su ceremonia de graduación. El rechazo. Lo menos que necesitaba era más rechazo de su parte. Había captado bien el mensaje, no necesitaba ninguna repetición. Así que antes de que su expresión de sorpresa cambiara a la de resentimiento, rompí contacto visual y miré por encima de su hombro hacia Pia.

—No sabía que tenían compañía —le dije, tratando de sonar casual—. Supongo que nuestra cita culinaria se cancela —retomé, forzando una sonrisa para hacerles ver que no pasaba nada—. Puedo volver otro día, gracias por todo.

Me di la vuelta robóticamente y salí de la pizzería a pesar de oír a Flavio llamarme «ragazza» a mis espaldas. Después de todo, Fratelli era algo que le pertenecía a Hunter, no a mí, yo era la que había estado invadiendo su espacio.

—¡Saige! —Pia logró alcanzarme y me tomó del brazo para detenerme—. Mia ragazza, no te vayas así.

Tomé una respiración profunda antes de encararla. Sus grandes ojos marrones me miraban con compasión, entendiendo que debía estar enloqueciendo por dentro.

—Lorenzo y Flavio estaban entusiasmados por probar tu comida, ¿vas a dejarlos así? —inquirió, sabiendo muy bien que el Día de Receta Improvisada ya había pasado a segundo, tercer, cuarto plano incluso.

—¿Sabían que iba a venir? —le pregunté, directa.

Ella negó con la cabeza y suspiró.

—Lorenzo sabía que regresaría para la universidad, pero no pensábamos verlo tan pronto —me contestó, sincera.

—¿Para la universidad? —inquirí, tragando saliva—. ¿O sea que regresará a Nueva York?

Se tardó en responder, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para decirme lo que estuviese a punto de decir.

—Su madre le comentó que empezará a estudiar en Columbia pronto —me soltó.

«¿Qué?».

—¿Columbia has dicho? —airé, sintiendo como si me acabase de golpear en el estómago—. Esa... esa es mi universidad también.

«No puede ser, no puede ser».

—Oh. —Pia hizo una mueca al ver que estaba cerca de un colapso—. Oh, mia ragazza. —No tuvo necesidad de decir nada más. Ella sabía. Yo sabía. Por lo que se limitó a darme un abrazo.

Mientras Pia me abrazaba, mis ojos reconocieron a Hunter en la calle, fuera de la pizzería. Tenía una mano ocupada sosteniendo el teléfono pegado en su oreja, y la otra extendida, pidiendo un taxi.

Tuve que luchar contra mi impulso masoquista, ese que quería deshacer el abrazo y caminar hacia él, obligarlo a escucharme incluso cuando sabía que probablemente me llevaría otra dosis de palabras crudas de su parte.

Sin embargo, me resistí. Si él hubiese querido hablar conmigo, me habría seguido en lugar de Pia. Y como había dicho, su resentimiento —y todo él— podía seguir afectándome... pero quería conservar la poca dignidad que me quedaba.

Lo vi subirse en el auto amarillo. «Hunter ha regresado a Nueva York, y estará también en el campus». A pesar de haber controlado al impulso masoquista de ir a enfrentarlo, una vez se alejaba, no pude evitar pensar que Columbia no era demasiado grande, y que eso, aumentaba nuestras posibilidades de volver a encontrarnos.

Como buena masoquista que era, sonreí ante ese pensamiento.

***

Pues, Columbia terminó siendo más grande de lo que esperaba.

No era como si estuviese decepcionada de no haberme todavía topado con Hunter; no lo había estado buscando tampoco, pero, tampoco lo había estado evitando. Supongo que estaba dándole tiempo al destino de hacer su trabajo.

Para la segunda semana de clases, determiné que el destino era bastante incompetente. Quiero decir, ni siquiera coincidimos en la clase especial de orientación, ni en el tour inicial para estudiantes de primer año al cual, tal vez, me hubiese anotado solo con la esperanza de encontrármelo. Pasé un verano entero en el campus. En algún punto tuve hasta que corregir al guía. En vez de orientarnos, nos estaba desorientando.

Bueno, quizá sí había estado buscando toparme casualmente con él, ¿vale? Saber que él podía estar en cualquier lugar cercano hacía que mi impulso masoquista se apoderara de mi sentido de la lógica.

Era algo en lo cual estaba trabajando. El sentido de la lógica lo había dado por perdido desde que admití que tenía sentimientos hacia Hunter. En ese momento, asimilé que una vez que cruzas esa línea y tienes una probada de lo que realmente se siente sentir, es difícil volver atrás.

Era difícil volver atrás, a cuando no estaba enamorada de él. Y me comenzaba a preguntar si eso era siquiera una posibilidad.

El fin de semana, descargué mi frustración con una buena carrera mañanera alrededor del campus. Por un lado, estaba frustrada por estar frustrada de que mis planes de verlo no habían salido cómo esperaba. «¿En serio estás así de desesperada? Te rechazó, no quiere verte, te odia, ¿no entendiste nada de eso, Saige?». No obstante, también había otra vocecita que decía: «Quizá no supiste abordar la situación y necesites acercarte de otra manera».

En un intento de apaciguar ambas voces, aceleré el paso, corriendo aún más rápido, casi llevándome a una persona por delante debido a mi inesperado cambio de ritmo. Probablemente no alcanzó a escuchar mis disculpas porque de un segundo a otro, había pasado de trotar a correr como si de verdad estuviese huyendo de mi propio lado patético.

Me distraje en controlar mi respiración y en seguir el ritmo de la canción que los auriculares bombeaban en mis oídos. Era lo más rápido que había corrido hasta ahora y mis piernas, pulmones, corazón, estaban comenzando a quemar. Pero, al menos mi método estaba funcionando, mi atención se desvió de Hunter, a intentar no desmayarme en medio del campus.

De hecho, me encontraba tan absorta en llegar a la meta de los cinco kilómetros antes de vomitar o morir, que no me había percatado de que alguien estaba corriendo a mi paso, justo a mi lado.

Era el chico que había tropezado sin querer y me estaba diciendo algo que no podía escuchar por el volumen de mi música. Mantuve mi ritmo mientras me deshacía de un auricular.

—Perdona, no te he escuchado, ¿has dicho algo? —le pregunté, enseñándole el pequeño aparato blanco que sostenía en mis manos.

—Solo te preguntaba si siempre has ido por la vida arrollando a gente —repitió, brindándome una sonrisa amigable—. Y que si estás entrenando para algún maratón, porque acabas de avergonzarme a toda regla. Estoy a menos de un kilómetro de desmayarme.

Le devolví la sonrisa. Contando a la encargada de la biblioteca, a la monitora de piso de mi dormitorio y a una chica llamada Harper que siempre se sentaba junto a mí en la única clase que compartíamos, él era la cuarta persona que me había hablado en el campus. Durante el programa de verano no debía lucir como la persona más accesible y divertida del mundo, así que no hice muchos amigos ahí. La verdad es que lo había pasado enojada con mis padres por haberme forzado a ir sin consultarme, por lo que asistía a las clases por obligación y con cara de pocos amigos la mayoría del tiempo.

—Me disculpé por arrollarte —le respondí, desacelerando un poco el paso—. Y, no, no estoy entrenando para ningún maratón.

Me arrepentí de inmediato de mi elección de palabras. Había sonado como una perra. Estuve tentada a pedirle disculpas y aclarar que mis habilidades sociales no estaban en su mejor elemento.

Agradecí que él no pareció ofendido ni cortado, de hecho, mantuvo su sonrisa intacta.

—Entonces, si no estás entrenando para ningún maratón, ¿le estabas huyendo a algo? —inquirió, mirando hacia atrás, como si se asegurara de que no hubiera nada siguiéndonos.

—No. —Lo medité unos segundos—. O bueno, sí, ¿algo metafórico te sirve?

El chico soltó una risa entre dientes.

—Créeme, también sirve —asintió, comenzando a trotar cada vez más lento hasta que ambos caminábamos.

Finalmente nos detuvimos, y mis piernas le agradecieron al desconocido por ello. Lo observé mientras se agachaba a colocar sus manos en sus rodillas y recuperaba el aliento. Después de un minuto de respiraciones hondas de su parte, se irguió. Era alto, no tan alto como Hunter, pero no era mucha la diferencia. Sus mejillas estaban sonrojadas por el ejercicio y no podía distinguir si su cabello era rubio o castaño claro, ondulado o liso, ya que el sudor se lo oscurecía y se le pegaba a su frente, hasta que él mismo lo apartó con sus dedos, llevándolo hacia todas las direcciones y dejándome ver que definitivamente era ondulado, no liso.

—Joder —jadeó, todavía respirando agitado—. No debí comer tanta mierda en el verano, me está pasando factura.

No pude evitar reír.

—O, tal vez no debiste intentar competir conmigo —le dije, tomándole el pelo.

Al parecer, estaba hambrienta por interacción humana. Mi última interacción con alguien contemporáneo —una que hubiese durado más de cinco minutos— había sido con Griffin, en Londres. Y el chico frente a mí parecía agradable e inofensivo, tenía esa clase de ojos verdes que transmitían la suficiente confianza como para descartarlo de ser un asesino serial, o un pervertido.

—¡No estaba compitiendo! —se rio—. Solamente trataba de obtener una indemnización por daños y perjuicios, ¿sabes? Por arrollarme de la nada y querer huir.

Levanté las cejas y la pregunta vino de manera automática:

—¿Escuela de Leyes?

Enseguida me sentí estúpida por la pregunta. Si él solo estaba tratando de hacer conversación —o de ligar conmigo—, claramente era pésima captándolo y comportándome normal al respecto. Quizá ya estaba pensando en una manera de salirse de la situación con la chica rara que corre como loca y no conoce el término «espacio personal».

—Sí, segundo año —me contestó, sonriendo con diversión—. ¿También tú?

—Primer año —asentí, aliviada de no estar avergonzándome.

—Eso quiere decir que sabes a lo que me refiero con indemnización, ¿cierto? —indagó, risueño—. Creo que un desayuno podría cubrir los daños.

No logré ocultar mi vacilación. Estaba coqueteando conmigo. Y era un chico amable, atractivo y accesible. Pero no era Hunter, y tampoco estaba interesada en conocer chicos en ese «contexto amoroso». Ya había tenido suficiente dosis de eso.

—Un desayuno amistoso —aclaró, interpretando la expresión en mi rostro—. Te prometo que será estrictamente por motivos legales.

Eso me hizo sonreír.

—Vale —acepté—. Supongo que debería ser una buena ciudadana.

—Venga, sé dónde conseguir el mejor café en el campus —me indicó, haciendo un ademán para caminara con él.

—Si dices que en Poppy, te arrollaré de nuevo —bromeé, caminando a su lado y disfrutando de la paz que reflejaba ver el patio de la universidad tan solitario.

Por eso me gustaba salir a correr temprano los fines de semana, la mayoría de los estudiantes seguían durmiendo, y así tenía el campus despejado para correr sin interrupciones, luego ir por un café sin hacer fila y volver al dormitorio sin tropezarme con al menos cincuenta estudiantes en el camino.

—¿De primer año y ya eres una sabelotodo del campus? —preguntó, enarcando una ceja, intrigado.

Sacudí la cabeza.

—Estuve en el programa de verano —le expliqué, riendo entre dientes—. Eso me dio bastante tiempo para saber que el café que sirven en Poppy es, pues, una mierda.

—Sí, lo es. —Él se unió a mis risas, asintiendo con aprobación—. Aunque, ahora tengo curiosidad por saber cuál encabeza tu lista del mejor café en el campus.

—Sencillo. —Detuve mi caminata para darle más drama a mi respuesta.

El chico me imitó y se paró frente a mí, cruzando los brazos y poniéndose serio como si fuera un verdadero juez o catador de buenos cafés en el campus.

—El que sirve la señora Bonnie en el comedor —contesté sin pensarlo—. Es como una joya oculta en Columbia, la gente piensa que es malo porque se sirve en el comedor, y prefiere gastarse diez dólares en un café aguado de Poppy. —Me encogí de hombros—. Su basura, mi tesoro.

Él intentó conservar el semblante serio durante un segundo más, pero no le tomó mucho comenzar a sonreír.

—Un secreto bien guardado que solo alguien que estuvo en el programa de verano sabría —reconoció, extendiendo su mano hacia mí—. Me llamo Sawyer.

Acepté el apretón de manos con una sonrisa.

—Saige —respondí.

—Mucho gusto, Saige. Y felicidades, has pasado la prueba de conocedores de café —bromeó.

Ensanché mi sonrisa. Yo lo tomaba más como: «Felicidades, Saige, oficialmente has regresado al mundo de socializar, y no moriste en el intento. Bien por ti».

OHMAIGASH, SE PRENDIÓ ESTA MIEEEERDA JAJAJAJAJAJAJA. O bueno, no tanto, en realidad, pero JAJAJAJAJAJAJAJAJ QUÉ RISA TODO, ¿por qué siempre con el bebé Sawyer, ah? Algo habrá hecho en su vida pasada para tener tanta mala suerte, pero bueno, lo siento, Sawyer, no te lo tomes personal que yo igual te amo muchito, vale, eres mi hijo. Ven, te doy un abrazo.

Eso es lo único que comentaré al respecto porque me siento malita y mi cerebro necesita descanso. Quería darles este regalito de la semana para que tuvieran un lindo fin  de semana pensando en qué carajos va a pasar ahora JAJAJAJAJ (OKNO, LOJAMO, OK)

Besitos venezolanos con muchas disculpas por haberlos dejado así jijiji.

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