6 │De Noches (In)terminables
HUNTER
ANTES:
—Qué bueno saber que tus dos hijos te estén echando una mano en el despacho.
Me dolían las mejillas por estar forzando tanto mis labios para mantener la sonrisa, y la única razón por la que no me había alejado todavía de la conversación, era porque Henry tenía un brazo alrededor de mis hombros, apretándome disimuladamente y desafiándome en silencio a estropear su charla con Damen Rex, un supuesto hombre con grandes influencias en el área política de Nueva York.
—Sí, la verdad es que nos ha sorprendido lo bien que se le da a Hunter —terció Hiram, dirigiendo su mirada hacia mí, con una sonrisa falsa que apostaba que se veía mucho mejor que la mía. Ya debía estar acostumbrado a usarla—. Talento natural supongo, lo lleva en la sangre.
El hombre corpulento, calvo y de cara demasiado grasosa, se echó a reír, pareciendo entretenido y satisfecho por la excesiva atención que estaba recibiendo de mi padre y de mi hermano.
«Lameculos».
—No les discutiré eso, porque los números hablan por sí solos —le dijo Damen, llevándose la copa de champán a la boca.
—¿Y qué hay de la imagen? —inquirió Henry, todavía con su mano posicionada con fuerza en mi hombro—. ¿Crees que el «trabajo en familia» sea un eslogan con el cual podríamos trabajar en caso de una campaña?
—A la gente le encanta un buen candidato devoto a la familia —comentó él, asintiendo—. Se sienten cercanos de alguna forma, es un clásico en el libro.
—Cercanía es lo que buscamos mostrar. —Hiram sonrió más, tanto que sus ojos marrones se perdían detrás de las pequeñas arrugas que se le hacían al costado de sus párpados—. Es lo que somos y es lo que todos deberían aprender, ¿no es así, Hunter?
Respiré hondo. El hijo de puta estaba disfrutando el momento con cada fibra de su ser. De hecho, creo que lo había estado disfrutando desde que me vio hacía una semana, en nuestro vestíbulo, usando pantalones con pinza negros, corbata, camisa y un jodido saco más incómodo que el del uniforme de Lawrence.
—Por fin te decides a dejar el estilo de gánster fracasado y vestirte a la altura —dijo en cuanto observó mi atuendo—. Joder, luces exactamente igual que papá.
—Vuelve a ofenderme así y te muelo a golpes, idiota —le advertí.
—Me gustaría verte intentándolo —contratacó, dejando escapar una risa amarga.
Pues, mi hermano y yo no éramos ningún ejemplo de «fraternidad».
—Chicos —nos reprendió mamá, quedándose al pie de la escalera y mirándonos con una ceja levantada—. Por favor, sin discutir.
—Tranquila, Josephine. —Henry se le unió en la escalera—. Presiento que vamos a tener un poco de paz en esta casa de ahora en adelante, ¿verdad, Hunter?
Gruñí, frustrado.
No debí involucrarme demasiado con los hermanos Rose, eso me llevó a preocuparme por ellos, tener remordimiento de conciencia y terminar reviviendo mi peor pesadilla, la cual lucía exactamente igual a toda aquella escena; yo asistiendo a una de las reuniones sociales que mi padre organizaba cada fin de semana en el penthouse, vestido para la ocasión, siguiéndolo junto a Hiram alrededor de la habitación como un par de cachorros hambrientos, saludar a gente desagradable, reírse de sus chistes, sin tener ni una sola oportunidad de darles un descanso a mis mejillas de la mierda de sonreír.
—Sí, no podría ni imaginarse lo unidos que somos dentro de estas cuatro paredes —le dije al hombre, escondiendo con todas mis fuerzas mi tono sarcástico—. Hay noches donde Hiram incluso duerme con mis padres. Es una conexión fuertísima la que tenemos, ¿sabe? Somos muy afortunados de pertenecer a una familia así. ¿Nos encantaría incentivar eso? Claro que sí.
Ni la sonrisa de Henry, ni la de Hiram flaquearon ante mis palabras, aunque pude ver cómo chispeaba la ira en ambos ojos. Me solté del agarre de mi padre con disimulo. Había agotado mi dosis de socializar por la noche. Después de tres horas pegado a su costado, iba a terminar explotando si no me alejaba. Y luego de mi pequeño incidente con Oskar y mi huida, ya había aprendido que cualquier paso en falso con Henry, podría terminar con Jayden y Bella en la cárcel.
Las amenazas de mi padre siempre iban en serio.
—Disculpe, señor Rex, iré a revisar que todo vaya bien en la cocina —me excusé, dándole una última sonrisa forzada.
—Adelante, jovencito —accedió Damen, risueño.
Antes de poder terminar de escapar, el hombre me detuvo, colocando su mano en el mismo hombro que mi padre había estado malogrando minutos atrás.
—No sé por qué te pintan tan mal cuando se ve que es todo lo contrario —agregó—. Eres un buen chico, muchacho.
Bueno, al parecer sí había heredado el don de fingir, después de todo.
Me alejé sin mirar a hacia papá o Hiram, sabiendo que frente a Damen, no iban a poder romper el acto de «familia feliz» para ponerse a reprenderme. Atravesé nuestra gran sala, ignorando uno que otro saludo de los invitados recurrentes de Henry. Colegas del mismo ambiente judicial, «amigos» de distintas categorías; los de la infancia, los que eran por obligación, los que eran por puro negocio, los que decían ser amigos, pero realmente eran rivales. La única vez que agradecía vivir en un lugar tan grande era cuando él daba esa clase de reuniones y yo podía encerrarme en mi habitación, bloquear el ruido, las risas y toda la falsedad.
—Hunter. —Estuve cerca de cruzar el umbral hacia la cocina cuando el señor Price se atravesó en mi camino.
Nada en contra de mi profesor de Gobierno, pero... bueno, la verdad, sí tenía un problema con él. Era una llaga en el culo tanto en la escuela como fuera de ella. Amigo de Henry, categoría: «de la infancia». Papá era mayor por unos cuantos años, pero aparentemente, el abuelo Brooks y su padre eran muy amigos en la universidad, así que llevaba viéndolo en esas fiestas y eventos desde que tenía uso de razón. Y desde que tenía uso de razón, su personalidad excesivamente deslumbrante, encantadora y a veces, muy entrometida, no me impresionaba en lo más mínimo. Era como ver a Hiram de adulto, creo que por eso me parecía un auténtico idiota.
—No tuve tiempo esta semana de darte la bienvenida de vuelta a Lawrence —me dijo, brindándome su sonrisa predeterminada, la cual había sido halagada por la mayoría de las chicas en mi clase de los miércoles—. Espero que esta vez el regreso sea definitivo, ¿vale? —añadió en tono de reprenda disfrazada de consejo.
Le gustaba pensar que yo era un crío que buscaba su aprobación, como el resto de los de mi clase.
—Vale, me esforzaré como si mi vida dependiese de ello, Keegan, te lo prometo —ironicé, llevándome la mano al corazón para sellar mis palabras.
—No tienes que usar el sarcasmo todo el tiempo, Hunter —resopló con cansancio.
—Hmm, creo que en mi propia casa sí podría, ¿no? —le sonreí, con sarcasmo.
—Profesor Price. —Ambos nos giramos hacia la voz al mismo tiempo.
Sonreí aún más al ver que se trataba de Saige Wisener.
«Genial».
Saige había entrado en la firma de Henry como pasante el mismo día en que comenzó mi condena. Pensé que teniendo compañía de mi edad haría todo menos insoportable, pero me equivoqué, por mucho. Mi padre le encargó no acompañarme, sino vigilarme, como si ya no tuviese suficiente con Oskar haciendo de niñero y siguiéndome a todas partes. Aunque tuviéramos la misma edad, estuviéramos en el mismo curso —y de que, siendo honesto, la chica estuviera buena—, ella tenía la personalidad de una persona de cuarenta con un serio problema de adicción al trabajo. Era una loca del control, malhumorada (solo conmigo), y sin ningún rastro de tener sentido del humor.
Además de otra lameculos en la lista de lameculos. Se desvivía por impresionar a Henry cada que podía.
Si tener que presentarme todos los días en la oficina de papá era horrible, tener que soportarla tratándome como un niño desobediente durante todo el rato, me provocaba un jodido dolor de cabeza.
—Strepford Wife, ¿qué tal todo? —la saludé, acentuando mi sarcasmo.
Ella arrugó la nariz al escuchar el apodo con el cual la había bautizado desde el primer día de trabajo.
De nuevo, no iba a negar la belleza de Saige. Era la típica chica estirada del Upper East Side; cabello ondulado y brillante, piel cremosa y blanca, cuerpo esbelto, ojos verdes, labios carnosos, buen sentido de la moda. Era hermosa, mas era casi una réplica de cientos de otras chicas de la zona. Y, apostaba que ni la mitad de ellas se comportaba como si tuviera un palo metido en el...
—Te he dicho que el apodo está lejos de ser gracioso —me dijo Saige, molesta.
—Habla por ti —me reí—. Yo considero que te queda perfecto.
Que ella no conociera el sentido del humor, no significaba que yo no pudiese divertirme. De alguna manera tenía que aguantar las interminables horas de mi condena en el despacho, incluso si era con una diversión unidireccional.
—¿Te ha puesto un apodo? —inquirió Keegan, intercambiando miradas entre nosotros.
—Sí, en eso se le fue un día entero de trabajo —le contestó ella, mirándome con mala cara para luego poner su atención en Keegan—. Literalmente.
No pude evitar reírme al recordar cómo hacía un par de días, estuvimos encerrados en una de las oficinas. La asistente de papá nos había encargado una montaña de papeles, contratos que debíamos leer y revisar faltas de ortografía o algún error de tipeo. Que yo debiera estar en el despacho durante toda la tarde, no quería decir explícitamente que debía ser cien por ciento productivo, así que mientras ella se auto asignó la revisión de documentos, yo recitaba una lista de sobrenombres que encajaran con su personalidad.
Trató de ignorarme olímpicamente durante un rato. Estaba concentrada en lo que leía, sus ojos trabajaban rápido sobre las letras, con el ceño fruncido casi por defecto y mordía la punta del bolígrafo como si fuera su manía. Alrededor de una hora de mi charla incesante, ella alzó la vista hacía mí y me clavó sus ojos verdes, fastidiada.
—¿Podrías guardar silencio? —me pidió, apretando los labios—. ¿Acaso estamos en el jardín de infantes para que te pases una hora eligiendo sobrenombres?
Sonreí triunfante sin poderlo evitar.
—¡Strepford Wife! —expresé, ignorando su comentario—. Apuesto a que te has visto la película, y has anotado un par de cosas sobre ella —agregué, divertido—. Te va perfecto.
El cabello, que llevaba en una apretada coleta alta, chocó contra sus mejillas cuando ella sacudió la cabeza con desaprobación.
—Eres peor de lo que pensé —me espetó.
—Oh, ¿es que ya estás pensando en mí? —bromeé, cruzando los brazos encima de la mesa para inclinarme un poco.
—No es como si media Nueva York no supiera sobre ti —explicó—. Te has encargado de hacerte notar.
—Gracias, se requiere de un gran esfuerzo para eso —dije con sarcasmo.
—Yo diría que se requiere de un gran tiempo de ocio —opinó, haciendo énfasis en las últimas palabras.
—Venga, no sabía que conocieras ese término —me burlé.
Eso la hizo apretar su mandíbula y endurecer su mirada.
—Si tu padre no me hubiera pedido el favor de mantenerte ocupado, créeme que ya me habría ido de esta oficina —replicó, en una voz más controlada que la de Henry cuando hablaba con gente por cortesía.
—No es como si te estuviese pagando, Wisener, no te tomes demasiado a pecho lo que te mande a hacer. —Puse los ojos en blanco.
—¿Como haces tú, dices? —inquirió, levantando una ceja.
—Exacto —le sonreí—. No es tan difícil, deberías intentarlo.
—No, gracias, el señor McLaggen es mi jefe y me paga con conocimiento —me explicó, señalando las hojas frente a ella—. Y, no voy a estropear eso... por ti.
Solté una carcajada y ella arrugó la cara, viéndose ofendida.
—Joder, tú sí eres peor de lo que pensé —me reí—. De verdad que el despacho para ti es como el equivalente a un Six Flags.
Sus fosas nasales se expandieron cuando exhaló, frustrada. Pensé que me gritaría, o que tomaría sus cosas y se iría de la oficina. Sin embargo, tomó la opción de bajar la mirada de nuevo hacia las hojas. Permaneció en silencio durante unos espeluznantes segundos y luego me dijo, con tranquilidad:
—No me importa lo que pienses, Hunter, ni siquiera me importa que tenga que hacer mi trabajo y el tuyo también, solo mantente callado para poder terminar a tiempo.
Si el sobrenombre de Strepford Wife no era perfecto para ella, entonces no sabría cuál sí.
—Pues, sí, le he puesto un apodo —le contesté a Keegan, quien aún seguía esperando una respuesta—. Exclusivo para fuera de Lawrence, así que no es válido castigarme, señor Price, estamos fuera de horario escolar.
—No iba a castigarte —suspiró el hombre, sacudiendo la cabeza y apretando la mandíbula.
—Vale, entonces si ya no tenemos ningún otro tema de conversación, voy a irme y dejar que Strepford probablemente te sonsaque para que le pongas un diez en algún ensayo o examen próximo —me despedí—. Pero nos veremos por ahí.
—Yo... —Saige quiso defenderse, pero no escuché su argumento porque estaba alejándome.
Nuestras interacciones habían sido estrictamente en el despacho de papá, y quería que permanecieran así. En la escuela ni siquiera cruzábamos miradas y no había razón para hacerlo, sobre todo porque ella se juntaba con Mishka Varma, y los McLaggen no éramos sus personas favoritas después de que Hiram la botara de un día para otro, a pesar de ser digna de aprobación por parte de mamá. Él les dijo que las cosas habían terminado porque «no eran compatibles»... la verdad es que Hiram se cansó de ella y ya tenía en puerta a la siguiente de su lista.
Cuando al fin logré llegar a la cocina, me detuve un minuto para aspirar con gusto el olor a comida italiana. Lorenzo y su hermano, Flavio, estaban en su elemento. Se movían alrededor de la espaciosa cocina de mármol blanco con una coordinación envidiable. Enzo se encargaba de manipular las ollas y los sartenes que ocupaban todas las estufas, mientras que Flavio preparaba los platos y se los entregaba a los meseros. Era igual que verlos trabajar en la cocina de su pizzería. Hacían un buen equipo.
Casi por acto de reflejo, me aflojé la corbata. Estaba en la zona segura de casa, por fin.
—Piccolo McLaggen —me saludó Flavio cuando se percató de mi presencia.
Las veces que Lorenzo traía a su hermano a casa era para las reuniones sociales de Henry, cuando necesitaba ayuda extra para manejar el catering. Probablemente habían dejado a Pia, la esposa de Lorenzo, encargándose de Fratelli en su ausencia.
Enzo se volvió hacia nosotros al escuchar a Flavio saludarme y enseguida, me lanzó una bolsa de hielo que sacó de no sé dónde.
—¿Para qué es esto? —le pregunté, atajándola en el aire.
—Para que te lo pongas en las mejillas y alivies el dolor por haber sonreído tanto rato, ragazzo —me contestó el cocinero, estallando en risas al igual que Flavio.
Ambos chocaron los cincos para celebrar el chiste.
Puse los ojos en blanco y dejé la bolsa sobre la encimera.
—Pero qué graciosos —ironicé, dejándome caer en uno de los taburetes de cuero blanco de la barra.
—Eso es lo que te ganas por andar haciendo locuras por ahí, jovencito —me reprendió Flavio, señalándome con su dedo—. Sai benissimo che tuo padre è un idiota con un limite di pazienza.
—Flavio tiene razón —terció Lorenzo—. El señor McLaggen no iba a permitir que anduvieras en tu rebelión para siempre.
—Flavio también tiene razón en lo de idiota —repliqué, quitándome la corbata negra y colocándola junto a la bolsa de hielo.
Ambos me lanzaron una mirada de reprobación. Las únicas que realmente me importaban.
—Espero que esto te sirva de lección para que dejes de malgastar tiempo enojando a tu padre y hagas cosas más productivas —opinó Enzo.
—¿Cómo cuáles? —inquirí, burlón.
—Como quitarte esa vestiti ridicoli y echarnos una mano en la cocina. Eso, si ya terminaste de imitar a tu hermano, claro está —respondió Flavio, escaneando mi aspecto con una sonrisa burlona en su rostro.
—Stronzo —lo insulté en voz baja por compararme con Hiram.
—Non dire parolacce!—me regañó Lorenzo.
—Vale —dije en tono de disculpa, levantándome para deshacerme del saco—. Podría cocinar desnudo si quieres, con tal de no volver ahí afuera.
—No te pongas astuto con nosotros —comentó Enzo, girándose hacia la cocina—. Ahora, ven aquí y ayúdame con las salsas.
Doblé las mangas de mi camisa blanca y me acerqué a su lado. Cocinar con Lorenzo era ya como una rutina. Me gustaba acompañarlo cuando venía a cumplir su horario de cuatro días a la semana. Los tres días restantes, también me gustaba acompañarlo, solo que en su pizzería.
Él me miró de reojo y examinó mi vestimenta con una ceja levantada.
—En la despensa de reservas hay un delantal extra —me informó—. Parece una camisa costosa, no queremos que se manche.
Puse los ojos en blanco y extendí mi brazo hacia una de las salsas cocinándose en la estufa. Metí un dedo en la mezcla y lo arrastré a lo largo de mi pecho, dejando una gruesa línea roja en la tela.
—Ups, supongo que ya no tiene caso buscar nada —comenté, fingiendo inocencia.
—Todo un ragazzaccio, como diría mi Pia —se rio él, negando con la cabeza.
Mi cuerpo se relajó mientras me encargaba de llenar pequeños recipientes para servir la salsa junto al plato. Lorenzo cocinaba, yo servía y Flavio los preparaba para enviarlos afuera de la cocina. Después de haber tenido una semana llena de mierda; con el arresto domiciliario y con mi regreso forzado a Lawrence, sentía que podía aliviar un poco la tensión.
No obstante, la paz y tranquilidad no me duró más de treinta minutos, cuando de repente, Saige entró a la cocina junto a mamá, pareciendo tensa, avergonzada y enojada. Mis ojos ubicaron un gran círculo de algo derramado sobre su vestido color lavanda. La tela mojada se pegaba a su abdomen y exponía su ombligo. Subí mis ojos para encontrarme con los suyos. En cuanto se percató de que la miraba, la sangre se le subió hasta su rostro y su cuello.
Mis labios no se resistieron y se alzaron en una sonrisa. Así que Saige no era un robot sin sentimientos y de hecho, se sonrojaba como cualquier otro adolescente común.
—Oh, querido, no sabía que estuvieras aquí —comentó mamá, también registrándome en la habitación—. Pensé que estarías con tu padre y Hiram —añadió, lanzándoles una mirada nerviosa a los hermanos.
No era como si mamá tuviese un problema conmigo pasando el rato con nuestro cocinero y su hermano, pero sabía que si Henry se enteraba que lo había dejado tirado para venir a refugiarme con Lorenzo, eso sería motivo de disputa, disputa que yo terminaría perdiendo porque, por supuesto, ella se vería obligada a ponerse de su parte.
—Estaba, ya no —le contesté con dureza—. ¿Necesitan algo?
—Saige se ha demarrado la bebida encima por accidente. —Mamá se limitó a ignorar mi tono—. Venía a indicarle donde podía limpiarse un poco.
—Una tragedia mundial —ironicé, ampliando mi sonrisa al ver que el rostro de Saige se volvía aún más rojo y ahora lo acompañaba con la misma graciosa expansión de fosas nasales que indicaba que se estaba llenando de paciencia.
—Non essere scortese! Aiuta la ragazza. —Lorenzo me dio un pequeño golpe detrás de mi cabeza cuando mamá abandonó la cocina y dejó a Strepford en medio de la habitación, mirándome en silencio como si no supiese si pedirme ayuda o insultarme.
—No necesito su ayuda, pero muchas gracias, señor —se dirigió a Enzo, agradeciéndole con una pequeña sonrisa.
—Nada de eso, ragazza —intervino Flavio, apresurándose al refrigerador—. Ese es un vestido muy bonito que se va a manchar si no actuamos rápido.
Enzo me lanzó una mala mirada por no haber reaccionado igual que su hermano. Claramente, ella había dicho que no necesitaba mi ayuda, así que... ¿qué podía hacer yo?
—Aquí. —Le extendió una botella de soda y una esponja—. Soda, un truco que nunca falla. Primero, absorbes el champán, luego, pasas la esponja con soda —le explicó brevemente, brindándole una sonrisa amable—. Ahora, Hunter te llevará al baño para que puedas limpiarte.
Abrí la boca para protestar; sin embargo, la cerré cuando dos pares de ojos enojados me miraron al mismo tiempo. Resoplé y rodé los ojos. Odiaba que ellos fueran mi punto débil. El respeto que sentía por ellos le ganaba por mucho a mi terquedad, o a mi orgullo. Eran como tener dos papás (ellos) y una mamá (Pia).
—Sígueme, damisela en apuros —expresé con todo el sarcasmo y falso entusiasmo que pude encontrar en mi voz.
El par de ojos continuó quemando mi espalda hasta que abandoné la cocina con Saige pisándome los talones.
La llevé en silencio hacia el área de nuestro comedor. Cruzando el vestíbulo y escondido debajo de las escaleras, se encontraba el segundo baño de invitados de la casa. Me hice a un lado y me incliné en una exagerada reverencia para indicarle que ya podía pasar.
—Todo suyo, milady —añadí en tono burlón.
—Gracias, aunque ya me sabía el camino —contestó, haciendo una mueca por el segundo apodo que escuchaba en la noche.
La observé con ojos entornados, tratando de recordar si la había visto en alguna otra reunión de las de Henry. A su familia sí, los Wisener trabajaban como abogados también, pero no la recordaba a ella acompañándolos.
—¿Has venido antes? —inquirí, todavía rebuscando en mi memoria—. No te he visto en las reuniones de los fines de semana... A no ser... —Hice una pausa mientras entrecerraba mis ojos—. ¿Eres otra de las exnovias de Hiram?
Su mueca se intensificó ante mi pregunta.
—¡¿Qué?! ¡No! —se apresuró a contestar, mortificada—. ¡Claro que no!
—Me alegra saber que consideres eso una ofensa —confesé, soltando una risa entre dientes.
—No tengo nada en contra de tu hermano, pero su historial con las chicas es bastante cuestionable —se explicó, metiendo un mechón de su cabello detrás de su oreja, como si estuviera nerviosa por haber expuesto un secreto de Estado.
—Yo sí tengo algo en contra de él, así que puedes hablar toda la peste que quieras —le dije—. Es más, será como nuestro punto medio, ¿sabes? Si la única cosa en común es hablar pestes de Hiram, propongo tener una hora en el despacho dedicada solo a eso.
Ella me sorprendió riéndose. Creo que hasta que ella misma se sorprendió, porque detuvo la risa abruptamente y aclaró la garganta, como si reírse conmigo hubiese sido un desliz imperdonable.
De un segundo a otro, volvió a ser la lameculos de cuarenta años encerrada en el cuerpo caliente de una adolescente.
—Tal vez no me has visto porque nunca bajas a acompañar a tu familia —comentó con tranquilidad—. O porque los burdeles te van mejor, no lo sé.
—Deberías acompañarme a uno alguna vez. —Le seguí la corriente—. Podrías aprender una cosa o dos de esas chicas, quizá a no ser tan... rígida.
Su rostro se drenó de cualquier emoción. Apenas llevaba una semana trabajando con ella, pero era observador por naturaleza. Saige tenía alguna regla interna que la frenaba de mostrar más allá de lo que ella misma se dictaba, como si aceptar que un chiste era gracioso, enojarse al máximo, o mostrar algún otro estado natural de un ser humano estuviese prohibido.
En mi cabeza, la teoría de que ella era un robot volvió a ser una posibilidad.
—¿Todo bien por acá? —Keegan rompió el silencio, llegando hasta nosotros y mirando a Saige con preocupación—. He visto el incidente, señorita Wisener, espero que no le quede mancha.
Tratando de ser el héroe como siempre, el profe estrella.
—Sí, el champán es solo una bebida, no es ácido, sobrevivirá —le dije en un resoplido cansado.
Pasar demasiado tiempo alrededor de esa gente era agotador. Era momento de dar por terminada la noche e ir a mi habitación a prueba de ruido.
—Llegaste a salvo al baño. —Miré a Saige y le di un gesto forzado de despedida con mi mano—. Mi trabajo aquí está hecho.
Regresé a la cocina con Lorenzo y Flavio para buscar mi ropa y avisar que me iría a dormir.
Me detuve en la entrada al ver el rostro enojado de Hiram.
—Te dejamos ir por menos de una hora y pareces un pordiosero —me espetó, escaneado la camisa fuera de mis pantalones, arrugada y llena de salpicaduras de comida—. Tu lugar está afuera, no aquí, Hunter, asimílalo de una jodida vez, que te necesitamos.
Fue la manera tan despectiva de decir «no aquí», como si los hermanos Deganutti fuesen la servidumbre, lo que me hizo a avanzar a zancadas hacia él y colocar mi antebrazo sobre su cuello, estampándolo contra la despensa de reservas.
—Habla así de ellos de nuevo, y te juro por Dios... —Nos miramos desafiantes durante unos tensos segundos.
Hiram era mayor, pero yo seguía siendo más alto y más fuerte. Además, él siempre había sido un blandengue, le gustaba hablar mucho, pero a la hora de actuar, era todo un jodido cobarde.
—Hunter —terció Lorenzo en modo de advertencia—. Déjalo ir.
—No te conviene, hermanito —me recordó Hiram, engreído—. Estás en libertad condicional con papá, y ya sabes que no somos del tipo de hermanos que se guardan secretos.
—Que te jodan —gruñí, soltándolo de un empujón—. Ahora sé un buen perro, y ve afuera a avisarle a Henry que no pienso volver ahí. Me voy a dormir.
Él apretó la mandíbula como si quisiese decir algo más o defenderse, pero se abstuvo, al recordar que la paciencia y la sensatez no eran de mis mejores virtudes. Una palabra u oración equivocada más, y me iba a importar una mierda lo de la «libertad condicional».
Sin decir ninguna otra palabra, como buen perro que era, obedeció.
Tomé mis cosas con fiereza y me dispuse a salir.
—Piccolo McLaggen. —Alcé la vista hacia Flavio.
La cocina se había sumergido en un tenso silencio. No era nada nuevo, Hiram, Henry y yo nos peleábamos así todo el tiempo, estando ellos presentes o no. Pero cuando ambos estaban presentes, siempre pasábamos por ese mismo minuto post-discusión; Lorenzo y Flavio mirándome en silencio, con pesar. No lástima, solo con mucho pesar.
Porque desde que era muy pequeño, ellos coincidían en una cosa conmigo... que pertenecer a la familia McLaggen debía ser una mierda.
—Solo nos queda una hora para recoger e irnos —retomó el más pequeño de los hermanos—. ¿Te apetece ir a saludar a Pia más tarde?
Entre todo mi cabreo alcancé a brindarles una sonrisa.
—Joder, sí —le respondí sin pensarlo.
¿Alguien le puede decir a Hunter en lo que se está metiendo? JAJAJAJA Qué risa esa escena de "voy a irme y dejar que Strepford probablemente te sonsaque para que le pongas un diez en algún ensayo". Ay, hijo, ¿cómo te explico? jijijiji.
Al fin vemos una interacción de Saiter donde no Hunter no huye jajaja. Les dije, poco a poco iríamos viendo más de ellos. Lento, pero les aseguro que a medida que avancen los capítulos, las interacciones van a ir aumentando jujuju.
¿Qué tal el Hunter del pasado? Ya yo estoy notando diferencias muy grandes entre el del pasado y del presente, ¿qué hay de ustedes? ¿Alguna diferencia clara que hayan notado?
¡Los leo!
Besitos venezolanos con una caja de Torontos ❤️
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