5 │ Bienvenida (In)oportuna
HUNTER
AHORA:
—Vamos a perder nuestro vuelo si no se apresuran —presioné, mirando el reloj de mi teléfono y comprobando que para ese punto, ya debíamos estar abordando el avión.
—Déjalos tener su momento de despedida, McLaggen—intervino Matthew, mirando a los hermanos Carter con ojos llorosos.
—¿Sí estás consciente de que se están despidiendo de un auto, no? —inquirí.
—Sí, pero el jeep tiene valor sentimental —contestó Sawyer por él.
—Exacto, es como tú con tu moto —añadió Fitzgerald—. Te imagino hasta llorando como un bebé si tuvieras que dejarla atrás.
Puse los ojos en blanco. Puede que sí me afectaría tener que desligarme de ella, pero dudaba mucho que fuese a un nivel como el que estaba presenciando.
Dylan y Chase seguían dentro del jeep. Habían pasado alrededor de veinte minutos desde que el tío Patch y la familia de Sawyer se habían despedido e ido del aeropuerto. El vuelo a Nueva Jersey salía en menos de una hora y a ese paso, tendríamos que tomar el siguiente.
Entendía que la camioneta tuviese valor sentimental o lo que fuera, pero joder, llevaban demasiado tiempo encerrados y acariciando la tapicería como si el jeep fuese una mascota a punto de ser sacrificada.
—Deberías sentirte ofendido porque ella está tomándose más tiempo para despedirse de la camioneta que de ti —le dije a Matt en tono burlón.
Enseguida la sonrisa de Matthew se tambaleó y Theodore, su novio, me lanzó una mirada de muerte.
—Tacto, ¿todavía no conoces el término? —me regañó el chico.
—No, está bien —le comentó Matthew, haciendo un ademán con su mano para luego mirarme—. Es que acabo de darme cuenta que voy a extrañar tus groserías e idioteces, Hunter.
Entonces, sin darme oportunidad para apartarme o pensar en si realmente quería un abrazo, Fitzgerald estaba lanzándose sobre mí. Y lo peor, fue que me vi a mí mismo correspondiéndole, porque... también iba a echarlo de menos.
A pesar de la insistencia de mamá de regresar con ella a Nueva York, por obvias razones, yo había optado por quedarme en Columbus todo el verano. Sabía que eventualmente tendría que enfrentarme a lo de volver a casa, pero quería alargar el momento tanto como fuese posible. Ella estuvo llenando mi buzón de voz durante las primeras semanas post-graduación, intentando convencerme de regresar a la ciudad un poco antes para «pasar tiempo en familia»; sin embargo, lo menos que buscaba hacer cuando regresara era pasar tiempo en familia.
Lo cierto era que estaba agradecido con ella —y con el tío Patch— por haber intercedido y convencido a Henry de desistir con la idea de la Escuela de Leyes, pero no había que ser inteligente para descifrar que la única razón por la que él había aceptado no insistir sobre mi elección de carrera era porque prefería tener la posibilidad de alardear que otro de sus hijos había logrado entrar a Columbia, que pasar la vergüenza de decir que uno de sus hijos no iría a la universidad en absoluto. En resumen; no me apetecía ir a casa y ser bienvenido con otra discusión acerca de mis malas decisiones en la vida.
Si debía ser honesto, mientras Matthew seguía abrazándome —y dejándome sin respiración—, la realidad de que en un par de horas estaría pisando Nueva York después de tanto tiempo, me causó una ansiedad del infierno. Columbus se había convertido en mi lugar seguro, en mi nueva vida lejos de todo lo que había conocido hasta el momento... Lejos de Saige.
«Joder, Saige».
Habían pasado meses desde su aparición en la ceremonia de graduación, y por más que intenté con todas mis fuerzas borrar ese instante de mi cabeza y fingir que ella nunca se había presentado, fue inevitable no reproducirlo una y otra vez. Ella parecía distinta, en un sentido; perdida. No necesité demasiado tiempo con ella para notar que no era la misma Saige que yo había conocido. El mejor antónimo para definir su personalidad sería la «espontaneidad». Y aun así, ella se había atrevido a visitarme, de la nada, sin planes, sin seguridad, sin confianza.
Pensé que lo nuestro estaba superado por completo, pero cuando entendí que ese nunca había sido el caso, me rehusé a volver a ese espacio mental y resucitar cosas que no quería resucitar. Saige estaba ligada a todo a lo que prometí no involucrarme más. No necesitaba —ni quería— repetir la historia. Ella y yo, no teníamos nada más que decirnos.
Gracias a Dios, ella desapareció de nuevo de mi vida. Y esperaba, por el bien de mis nervios, que se mantuviera de esa manera.
—Oh, pero qué cursi, McLaggen, ¿ahora eres un sentimental? Están montando una escena. —Matthew deshizo el abrazo al escuchar la burla de Chase.
—Al menos yo sí estoy abrazando a un ser humano —contraataqué, girándome hacia Dylan y él, quienes ya habían abandonado la camioneta—. Y no me tomó veinte minutos como a ustedes.
Ambos rodaron lo ojos al unísono.
—Es la última vez que la veremos —se defendió Dylan, cruzándose de brazos—. No lo entenderías.
—Querida, se me ha hecho tarde para encontrarme con el comprador, ¿será que ya se han terminado de despedir? —intervino la señora Hassen, intercalando su mirada entre el reloj en su muñeca y sus hijos.
Ella también debería sentirse ofendida porque ellos estaban tardando más en despedirse de una camioneta que de ella. Pero sí, pensándolo mejor, su intensidad era medio entendible; al jeep no lo volverían a ver, a su madre sí.
Lo de la venta del jeep había sido todo un tema. Chase lo había tomado mejor que Dylan, y tanto él como Sawyer le habían explicado en varias ocasiones que con parte del dinero de la venta, y lo que su padre abonaría a la causa, ella podría comprarse un nuevo medio de transporte en Nueva Jersey. Mas a la parte sensible de Dylan le estaba costando desprenderse de la camioneta.
Y que West no estuviera presente para darles apoyo moral, o echarles una mano a sus amigos, fue mucho peor.
Dylan le dio otro vistazo al jeep y asintió con la cabeza.
—Está bien, igual ya deberíamos estar yendo a abordar —accedió ella, caminando hacia su equipaje.
—Pensé que ibas a encadenarte a él y rehusarte a que la señora Steph se lo llevara —se burló Sawyer, preparándose para por fin entrar al aeropuerto.
—Sí, y que tendríamos que llamar a West Oh Alabado Sea el Dios del Fútbol para que viniera a llevarte a rastras —añadí, echándome uno de mis bolsos al hombro.
—Que les den —gruñeron los hermanos, fastidiados por los chistes.
Sawyer y yo nos reímos. Era tan fácil cabrearlos.
—Oh, ya es hora —lloró la señora Hassen, poniéndose sensible en tiempo récord al ver que todos ya estábamos listos para irnos.
Después de pasar la mayor parte del verano metido en su casa, ya los drásticos cambios de humor de la madre de Dylan no me sorprendían. Se abría el telón; ella riéndose con alguno de nuestros chistes. Se cerraba el telón y volvía a abrirse; ella poniéndose sentimental por que cada vez faltaba menos para despedirse de sus hijos. Incluso iba a echar de menos esos momentos incómodos que venían cuando se echaba a llorar y los chicos se veían obligados a intervenir.
Joder, ¿el verano no podía durar para siempre? Hasta hacía un segundo estaba preparado para entrar a ese avión y ahora, ese toque de ansiedad que tenía tiempo sin experimentar, había tomado el control.
Era primera vez que había verdaderamente disfrutado de un verano. No hubo ningún viaje exótico, ni una lista larga de aburridos y tediosos eventos sociales a los cuales debíamos asistir —siempre a la fuerza—. Mi verano se resumió a trabajar en Paul's Hardware Store con Lanie por las tardes, y luego planificar cualquier otra cosa con ella y los chicos para el resto del día. Podíamos estar molestando a Theo o a Paige durante sus turnos en Mikey's, o simplemente reunidos en casa de los Carter a pasar el rato, y aun así, seguía siendo muchísimo mejor que mis experiencias veraniegas anteriores.
Aunque, ¿lo mejor de todo? Pude pasar más tiempo con Dylan de lo que había anticipado en un principio.
Llámenme egoísta o como quieran, pero sabía que Nueva York podía estar bastante cerca de Nueva Jersey, mas las cosas cambiarían un poco. Me había acostumbrado a tenerla cerca, y en cuanto dejáramos la ciudad, ella comenzaría a vivir con West, ir a la universidad y a estar a una hora de distancia. Por supuesto, iba a tomar cualquier oportunidad para visitarlos, pero... ¿ese problema de los sentimientos incontrolables? Todavía le estaba buscando solución.
Así que, cuando West informó que su entrenador le había conseguido un puesto en el campamento deportivo de Princeton y que debía irse desde julio a Nueva Jersey, me sentí como un hijo de puta por pensar que eso significaba que tendría más tiempo con ella. Pero, como un hijo de puta, igual le saqué provecho a ese tiempo.
El noventa y cinco por ciento de los días estábamos acompañados por Matthew, Sawyer, Chase y Theo, o Paige; sin embargo, el otro cinco por ciento éramos solo los dos, atendiendo clientes, reponiendo inventario o reprendiendo a los niños imbéciles que intentaban robarse herramientas para trabajar en sus bicicletas, monopatines, o patinetas. Dejaron de hacerlo después de que los vigiláramos y colocáramos un balde de agua helada encima de la entrada. Terminaron empapados y probablemente con un buen resfriado. Y no regresaron. Valió la pena limpiar el desastre.
El punto es... que me gustó ese cinco por ciento. Aunque también los otros noventa y cinco, no iba negarlo.
Observamos mientras la mamá de Dylan se acercaba por un incómodo abrazo grupal. Ambos le dieron unas palmaditas en la espalda para calmar el llanto y al cabo de un minuto, ella los dejó ir.
—Por favor, llámenme cuando hayan aterrizado —les pidió, secándose las lágrimas.
—¿Podrías sacarnos una última foto junto al jeep antes de que te vayas? —inquirió Chase.
Oh, Dios mío, ¿en serio?
—Bueno, eso sí que es demasiado —me dijo Sawyer por lo bajo.
El día anterior le habían tomado un montón de fotografías con sus teléfonos.
—Hora de intervenir —le propuse, cansado de esperar.
—¡Oigan! ¡¿Qué no entienden que vamos a perder nuestro vuelo?! —expresó Sawyer, comenzando a caminar hacia la entrada del aeropuerto como técnica desesperada de presión.
—¡Espera un segundo, que no he me despedido de Matt! —le dijo Dylan, apresurándose a ahorcar al pobre Matthew con sus brazos.
A él tampoco le tomó mucho empezar a asfixiarla en su abrazo. Theo los miró con ojos llorosos durante un segundo y al siguiente, se estaba uniendo a ellos.
—Ah, chica, voy a extrañar verte en Mikey's y que te bebas todas mis malteadas —le confesó Theo, rodeándolos con sus brazos.
Arrugué la cara cuando él alzó la vista hacia mí y vi la intención en sus ojos de...
—Ven aquí, a ti también voy a extrañarte. Último abrazo grupal —me ordenó, haciendo un ademán para que me acercara.
—Gracias, pero paso de la humillación pública —lo rechacé, sacudiendo la cabeza.
Lanie se separó un poco del abrazo y me tomó de la camiseta para obligarme a unírmeles. Choqué contra el hombro de Matt y quise zafarme de la humillación, pero ella usó su fuerza para retenerme. Terminé apretado entre ellos, con mis brazos pegados a mis costados y tensándome al oír a los chicos riéndose de nosotros.
—Es un último abrazo grupal, McLaggen, no seas un idiota al respecto —argumentó Dylan.
—Ni que fuéramos a morir —puntualicé, haciendo una mueca.
—¡Bueno, todo puede pasar en un avión! —intervino Chase con malicia.
Dylan asomó la cabeza para lanzarle a su hermano una mirada de muerte.
—No es divertido, Chase —le advirtió, molesta.
—Sí lo es. —Escuché a Sawyer reírse junto a Chase.
—Bien, suficiente, suficiente. —Me sacudí del abrazo y por suerte, ellos entendieron que era suficiente.
—Cuida de Oprah, ¿vale? —le pidió Dylan a Theo, volviendo a darle un abrazo rápido.
Ella estaba en modo Dylan Osito Cariñosito.
—Por supuesto que sí. —Theo la apretó un poco antes de soltarla.
—Sé que está de más decir que si llegas a lastimar a Matthew en mi ausencia, volveré solamente para asesinarte las pelotas —añadió, con una voz de que iba bastante en serio, pero acompañándola con una amplia sonrisa siniestra—, pero igual no cuesta nada recordarlo, ¿verdad?
Pues, la Dylan Osito Cariñosito también tenía su característico toque de agresividad.
—Nunca le haría tal cosa —le aseguró él, tomando a Matthew de la mano para mostrar su punto.
—Excelente —respondió ella, suavizando su sonrisa para entonces girarse hacia mí—. Ahora sí estoy lista para irnos.
—Joder, gracias a Dios —resoplé, aliviado.
—Uh-huh, sé que te ha encantado ese abrazo grupal —se burló, tomando sus cosas y empezando a caminar a paso rápido al interior del aeropuerto, como si necesitara alejarse antes de romper a llorar, de nuevo.
Sawyer, Chase y yo la seguimos, finalmente dejando atrás la ciudad y poniéndole un fin oficial al verano.
«No seas blandengue, Hunter, las cosas han cambiado, ya no eres un crío».
Gracias a las despedidas eternas, no nos encontramos con ninguna larga fila para abordar. El proceso fue rápido, nos dieron nuestros boletos en papel y nos aventuramos dentro del avión. Mientras buscábamos nuestros asientos, Chase me pilló desprevenido cuando, de la nada, detuvo el paso para voltearse, arrebatarme mi boleto de las manos e intercambiarlo por el suyo.
—Oh, que tengas una buena hora de viaje, tío —me dijo, dándome unos golpecitos en el hombro.
Abrí la boca para reprocharle qué mierda le pasaba. Sin embargo, él se giró y se apresuró a tomar asiento en la silla libre a pocos pasos de nosotros.
Sawyer me apartó del camino para imitar a su amigo.
—La última vez que viajamos juntos en avión, Dylan les dejó marcas en los brazos tanto a él como a West —me informó el rubio, explicando la actitud de Chase—. Así que buena suerte.
Me giré hacia Dylan, quien ya se había sentado en el puesto del medio. Enarqué una ceja, divertido, mientras que ella tenía cara de pocos amigos, probablemente por haber estado escuchando la conversación.
Decidí molestarla un poco y le eché un vistazo al número de asiento en el boleto de Chase.
—Lanie, estás sentada en mi puesto —le dije, sin poder detener la sonrisa que se alzaba en mis labios.
—No me gusta el puesto de la ventanilla —explicó, cruzándose de brazos—. Te lo cambio.
—¿Por qué?, ¿le tienes miedo a las alturas? —inquirí, divertido.
—Le tengo miedo a volar, ¿contento? —me espetó, irritada—. Si no quieres que me desmaye o que vomite, entonces toma el puesto de la ventanilla.
No pude evitar reírme. Le di el beneficio de la duda y me abrí paso hacia el jodido puesto en la ventana.
—Está bien, pero de cualquier modo, si quieres canalizar tu estrés, te recomiendo utilizar tu almohada y no mi brazo, muchas gracias —le pedí, colocándome la mochila en el hueco entre mis pies.
—Están exagerando, ¿bien? —se defendió, poniendo los ojos en blanco—. Puede que me haya puesto algo nerviosa, pero todos salieron ilesos de esa situación, no sé de lo que hablan.
—Eso no es lo que mi brazo recuerda —terció Chase desde el asiento de enfrente.
—Joder, ya cierra la boca —le gruñó su hermana, lanzándole una pequeña bolita de papel, la cual aterrizó directo en la parte trasera de su cabeza.
Entendí a lo que los chicos se referían cuando la voz de una mujer nos pidió abrocharnos el cinturón y Dylan se tensó visiblemente. Se abrochó el cinturón con tal urgencia que cualquiera pensaría que la azafata en vez de anunciar que estábamos a punto de despegar, hubiera dicho que estábamos a punto de morir.
Por más que me divertía verla nerviosa, también estaba la otra parte (esa de los sentimientos incontrolables), que no soportaba verla tan fuera de su carácter. Mi mano tomó vida propia y se extendió para tomar su brazo, y engancharlo con el mío sobre el reposabrazos.
—De acuerdo, puedes canalizar tu estrés —accedí.
Ella pareció bastante aliviada por la oferta y yo tuve que reprimir una risa. No quería que se arrepintiera de haberme tomado el brazo.
Aunque el que luego se arrepintió fui yo, cuando fue momento de despegar y de verdad llegué a temer por mi brazo. Fue una mala idea ofrecérselo a la mezcla de la fuerza de Dylan, más nervios.
—Ya puedes soltarlo, creo que lo acabas de matar, Lanie —bromeé, viéndola aferrarse a él a pesar de que el avión ya se había estabilizado en el aire.
Ella se soltó a regañadientes ante mi burla y me miró fijo durante unos segundos. Sus facciones se suavizaron, yendo del enojo a la curiosidad antes de preguntar:
—Pensé que estarías nervioso por estar regresando a Nueva York.
Mi cuerpo se tensó sin poder ocultarlo.
—Lo estás —señaló, notando mi cambio de humor.
—Solo se siente raro —admití, encogiéndome de hombros.
—¿Raro como en...? —presionó.
—No lo sé, raro como en que ya me había acostumbrado a vivir con Patch, y a vivir en Columbus —le expliqué.
«Y me acostumbré a ti también», quise agregar, pero por supuesto, no era tan idiota.
—Apuesto a que extrañarás las cantidades industriales de esas magdalenas de arándanos que preparaba Patch los fines de semana —comentó, dejando escapar una risa entre dientes.
—Probablemente hubiera terminado con prediabetes —me reí.
Más allá de ver al tío Patch emocionarse demasiado con su pasatiempo de repostería, vivir con él había sido... como una buena probada de aire fresco. Su torpeza y su falta de autoridad en un punto fueron totalmente opacadas por su excesiva amabilidad, y su natural instinto parental. Si hubiese tenido un hijo alguna vez, hubiera sido un excelente padre. Y ser testigo de esa otra cara de los McLaggen, me hacía preguntarme de nuevo por qué tuve que nacer con el padre equivocado. Esperaba poder ver a mi tío pronto, para Acción de Gracias, o en Navidad.
—¿Y... visitarás a tu familia al llegar? —indagó, cautelosa.
—La meta es prolongar ese momento hasta que no tenga más remedio que verlos —le contesté, sincero.
Ella se echó a reír.
—Pues cuando eso ocurra, no quiero, necesito, que me lleves contigo para poder conocer en persona al hermano malvado de Patch —me pidió, divertida.
—Depende, ¿vas a decirle todo lo que piensas de él? —le pregunté, levantando una ceja.
—¿Y qué más iba a hacer si no, McLaggen? —respondió con tranquilidad.
Esbocé una sonrisa al imaginarme esa situación. Henry, mamá y Hiram conociendo a Dylan. Sus expresiones de horror, su sorpresa, el discurso de ella... Oh, no tendría precio.
—Tenemos un trato —acepté, ofreciéndole un apretón de manos.
—Un placer hacer negocios contigo —respondió, aceptando el apretón.
—Nosotros también queremos ir —intervinieron los chicos.
—Era una conversación privada, tontos —les replicó Dylan, arrugando la nariz.
—¿Quieres decir 'privada' para todo el avión, hermanis? —inquirió Chase, burlón.
A diferencia de Lanie, mi mente enseguida fue a añadir a Chase y a Sawyer —tal vez hasta a West— a la ecuación. La cabeza de Henry quizá explotaría después de ver que todos los años de esfuerzo por juntarme con gente estirada y rígida se iban al caño. Y, que ya no tenía el poder en mí para cambiarlo.
Casi le agradecí a Saige por sacarme de ese infierno.
«No, no hay nada que agradecer por eso». Cierto.
—Pueden unirse también —dije con indiferencia—. Mientras más, mejor.
Dylan se volvió hacia mí con una sonrisa.
—Me gusta cómo piensas —opinó, haciendo un baile malvado con sus cejas.
«Y a mí me gustas tú». Me contuve para sacudir la cabeza ante mi propio pensamiento. Suficiente. No sabía si eran mis sentimientos mezclándose con la ansiedad, pero necesitaba calmar mi mierda. No era el momento oportuno para pensamientos cursis de chico trágico y mártir. Joder, detestaba ser el chico trágico y mártir. «Oh, me gusta mi mejor amiga. Oh, ella tiene novio. Oh, entonces voy a acostarme aquí en el suelo en posición fetal y llorar hasta quedarme sin ojos porque nunca podré tenerla». Mi equivalente a acostarme en el suelo en posición fetal eran dichos pensamientos cursis que venían sin siquiera advertirme. Ellos hacían mucho más difícil el trabajo de poder vivir tranquilo alrededor de Dylan.
Aunque no era como si no pudiese vivir tranquilo a su alrededor, solo que era una mierda no tener la oportunidad de vivir aún más tranquilo, pudiendo estamparla con libertad contra la pared, estante, cama, sofá, asiento de avión... y besarla cuando quisiese. Pequeños detalles de etiqueta que hacían grandes diferencias, ¿entienden?
—Nunca está de más tener refuerzos —le dije, devolviéndole la sonrisa maliciosa.
El resto del vuelo transcurrió en una intensa discusión entre Dylan y los chicos sobre la mejor de elección de autos para remplazar al jeep. Me desconecté de ellos, ya que la ansiedad solo iba en aumento a medida que faltaba menos para llegar, tanto así, que comencé a sentir el cosquilleo que venía siempre con las ganas de fumarme un cigarrillo.
Gracias a Dios, las ganas llegaron al mismo tiempo que la azafata anunció que estábamos a punto de aterrizar. Después de otro episodio de nervios por parte de Lanie, mi brazo logró sobrevivir a sus ataques, magullado, pero sobrevivió. Mientras esperábamos en la fila para bajar del avión, su teléfono sonó.
Cuando su rostro se iluminó exageradamente, supe que se trataba de West.
—¿Estabas cronometrando el vuelo, Collins? —Fue lo que le dijo a contestar.
Lo que fuese que le respondió, la hizo reír.
—Está bien, no deberíamos tardar en salir, danos unos minutos —le respondió, risueña—. Estoy segura que podrás aguantar unos minutos más, no seas dramático.
Resistí el impulso de poner los ojos en blanco.
En cuanto el pasillo se descongestionó y pudimos salir del avión, Lanie comenzó a caminar a paso rápido hacia la salida al aeropuerto, dejándonos atrás a los tres.
—Veinte dólares a que corren y se abrazan como en las películas —le apostó Chase a Sawyer.
El rubio se rio y negó con la cabeza.
—Dylan primero vomitaría antes de montar una escena así —la defendió Sawyer—. Treinta dólares a que espera estar cerca para abrazarlo.
—Estoy con Chase en esta, veinte dólares, a cada uno, a que corren y se abrazan —tercié, decidiendo que mi mente necesitaba distraerse con algo.
Además, Dylan podía ser muy anti-romanticismo, pero no iba a desperdiciar la oportunidad de ganar veinte dólares sin tener que mover ni un dedo.
—De acuerdo —aceptó Sawyer, confiado.
Le mantuvimos el paso a Lanie hasta que estuvimos en la puerta de salida. Ella se puso de puntillas para tener una mejor vista de la multitud esperando por otras personas del vuelo y vimos cómo sonreía de oreja a oreja al divisar a West, a un costado, sosteniendo por encima de su cabeza un cartel grande que decía: «Bienvenida a Nueva Jersey, bebé».
—¿Puedes creerlo? Somos como sus novios también y al parecer, no nos merecemos un cartel así de bienvenida —replicó Chase, genuinamente indignado—. La traición, la decepción.
—Yo solo veo que ella no está corriendo —le dijo su amigo, esbozando una sonrisa triunfante.
Habló demasiado pronto. Como si hubiese sido una especie de karma instantáneo, Dylan se ajustó su mochila y se preparó durante unos milisegundos para comenzar a correr hacia West Oh Alabado Sea el Dios del Fútbol. Él no corrió, mas sí dio unas cuantas zancadas hacia ella y entonces se hundieron en el clásico 'abrazo romántico' de aeropuerto.
—Joder, eso sí que es la traición, la decepción —resopló Sawyer, pareciendo decepcionado mientras observaba a Lanie guindarse de West como un mono y sumergirse en un calenturiento beso frente a todo el público presente.
A regañadientes, se metió la mano en el bolsillo de sus jeans y sacó su billetera.
—Nunca dudé del poder de la Dylan Osito Cariñosito —bromeó Chase, extendiendo la mano abierta hacia Sawyer para que le diera el billete de veinte.
—Pensé que se resistiría, ¿vale? —le gruñó él, depositando el billete con fuerza en su mano.
—Son otros tiempos —continuó burlándose, metiendo el billete en su bolsillo con satisfacción.
Mientras ellos continuaban discutiendo, West y Dylan probablemente ya habían tocado la garganta del otro con sus lenguas. Se encontraban absortos a las personas alrededor que los miraban, algunos entretenidos, otros escandalizados por la escena. Se besaban con tanto desenfreno que tuve que apartar la mirada.
Era hora de ese cigarrillo.
—Dame mis veinte dólares, Brown —demandé, extendiendo la mano igual que Chase.
.Él se quedó mirándome durante un minuto y se tardó en colocar el billete en mi mano.
—¿A dónde vas? —me preguntó, frunciendo el ceño—. Tenemos que esperar nuestras maletas.
—Vuelvo enseguida, iré afuera a fumar un cigarrillo —le contesté, desviando mi atención hacia la salida antes de que pudiera seguir interrogándome.
Caminé hasta la primera salida que encontré y por suerte, había un área de fumadores cerca. Sentí que mis músculos se relajaban un poco cuando le di la primera calada al cigarrillo encendido entre mis dedos.
Técnicamente todavía no estaba en Nueva York y ya sentía que era la ansiedad que me estaba haciendo transpirar, y no el clima caluroso. «De nuevo, ¿qué tanto te preocupa, Hunter? Ya no estás obligado a nada, las cosas han cambiado». Reflexioné sobre eso, ¿qué mierda era lo que tanto me preocupaba? Las cosas eran y se sentían distintas también. Entonces, ¿por qué tenía esa sensación extraña en mi estómago?
—Debo darte crédito por hacer una salida sutil —comentó Sawyer, de repente apareciendo a mi lado—. Yo apestaba en eso.
—No tengo idea de qué hablas —le dije, sin mirarlo.
—Venga, Hunter, soy experto en el arte de la evasión —se rio—. Y en el arte de caer por Dylan también. Te tengo envidia porque lo sabes ocultar bien, a diferencia de mí, que fui un épico desastre en eso.
—No vamos a tener una conversación sobre Dylan y sentimientos, Brown —le advertí con tranquilidad mientras le daba otra calada al cigarrillo.
—Sé que no. —Lo vi de reojo sacudir la cabeza—. Solo te diré que puede ponerse peor mientras sigas sin querer hablar de ello.
—Vaya —airé, encarándolo—. Se te da de puta madre dar consejos.
Él me dedicó una sonrisa.
—Es lo mejor que tengo, McLaggen —bromeó, al tiempo que escuchamos la risa de Dylan a nuestras espaldas.
Cuando nos giramos, vimos que Dylan y West se reían de Chase, quien venía hacia nosotros, esforzándose por arrastrar dos grandes maletas detrás de él y acuchillándonos a ambos con la mirada.
—¿Desde cuándo me convertí en su jodido sirviente? —nos espetó.
—Son solo un par de maletas, estoy segura que la tuya pesa como diez kilos más —le dijo Dylan, haciendo una mueca a la maleta que llevaba ella—. ¿Qué traes aquí dentro?, ¿le sacaste una pieza al jeep y la trajiste de recuerdo?
—No te conviene atacarme con eso, hermanis —le advirtió, enarcando una ceja—. Como si no te hubiera visto tomar el botón del aire acondicionado.
—¿Tomaste el botón del aire acondicionado? —inquirió West, mirándola con diversión.
—Estoy segura que es una pieza fácil de conseguir, al hombre no le importará que falte —se defendió Lanie, ruborizada.
—Estás loca —se burló él, inclinándose a plantarle un beso en el costado de su cabeza—. Joder, te extrañé como un loco.
Gracias a Dios, Chase intervino para decir que necesitábamos irnos, ya que a juzgar por la mirada que le dio Dylan después de la última oración, en cualquier momento iban a comenzar a besuquearse de nuevo.
El viaje a Nueva York estuvo lleno de mucha charla, lo cual esa vez agradecí porque era una buena forma de distraerme. West dio un resumen de cómo había ido el campamento deportivo, contó anécdotas, nosotros contamos anécdotas del verano, nos comentó sobre el departamento estando listo para mudarse, los chicos y yo exigimos definir un día para inaugurar la casa. El tiempo pasó volando cuando ya estábamos aparcando frente al campus universitario de Columbia.
Estar finalmente ahí fue extraño. Conocía el campus como si fuese un exalumno más. No podría contar con los dedos de las manos ni de los pies las veces que lo había visitado con mi familia. Los McLaggen éramos «legado» en Columbia, el papá del abuelo Brooks, el mismo abuelo Brooks, mi padre, Hiram, incluso Patch, por lo que siempre fuimos invitados a todos los eventos importantes. Además, no ayudaba que Henry fuera buen amigo del decano.
—Espero que su bromance se mantenga igual que durante el verano y no se maten antes de Acción de Gracias —comentó Dylan, mirándonos a los tres, divertida.
—Daré lo mejor de mí —ironicé.
—¿Otro abrazo grupal? —Lanie abrió los brazos.
—No —expresamos los tres al unísono, firmes.
—Vale —rezongó, poniendo los ojos en blanco—. Llámennos para organizar la reunión y que puedan conocer el departamento, ¿tal vez este fin de semana?
—No han pasado ni diez minutos y ya quieres que volvamos a vernos —bromeé, revolviéndole el cabello.
—Idiota —me espetó, arreglándose el cabello y esbozando una sonrisa entre irritada y burlona.
—Dylan y yo tenemos que irnos ya —intervino West, tomándola de la mano—. Nos queda un viaje largo de vuelta, ¿no es así, bebé?
Ella se giró hacia él y enarcó una ceja, pareciendo confundida durante un segundo. Al parecer, después de meditarlo, entendió algún mensaje silencioso ya que empezó a asentir.
—Sí, Collins también debe reunirse con el equipo más tarde —lo secundó—. Nos veremos después, ¿vale?
—«Viaje largo de vuelta» —ironizó Chase una vez el auto de West se alejó—. Más como: «nos vamos porque queremos follar como conejos». —Se estremeció con una mueca de asco—. Dos años y siguen dándome escalofríos.
Sawyer y yo nos abstuvimos de decir algo mientras caminábamos hacia la residencia estudiantil.
A pesar de que mi padre fácilmente podía conseguirme un dormitorio en una residencia exclusiva del campus, rechacé la oferta de mamá y acepté la de los chicos. Un día, ellos estaban en la cocina de los Carter, tratando de conseguir un dormitorio que pudieran compartir y se ofrecieron a ayudarme a encontrar uno en el mismo edificio. Salí premiado con uno que ni siquiera iba a compartir con otro chico. Y podríamos hacer todo el bullicio que quisiéramos sin molestar a nadie más.
Sí, caí totalmente en el mismo hoyo de Lanie con estos chicos.
El dormitorio no era grande, pero era cómodo para uno solo. Paredes blancas, una cama individual, un escritorio, una cómoda, un pequeño closet, todo combinado en el mismo tono de madera oscura. La mejor ganga de haberlo conseguido era el baño privado. Conseguir un dormitorio con baño privado era como el sueño de todo universitario.
—Lo declaro nuestra cueva. —Había dicho Sawyer al echarle un vistazo temprano.
Terminé de organizar todo en su lugar al tiempo que mi teléfono sonaba con varios mensajes. Me lancé sobre la cama y revisé las notificaciones. Uno era de mamá y otro de Chase. El de mamá decía «¿Ya has llegado a Nueva York? ¿Te apetece salir a cenar? Debes estar hambriento». Resoplé y le respondí con una simple oración: «Sí he llegado, pero tengo planes. Otro día será».
El de Chase también era una invitación a cenar.
¿Has terminado de organizar? Nos reuniremos en un rato con unos amigos en un restaurant cercano, ¿te unes?
Pude haber aceptado, pero no le estaba mintiendo a mamá con lo de tener planes. Había un lugar adonde tenía que ir; el único lugar que se me vino a la mente cuando pensé qué visitar primero en cuanto regresara a Nueva York.
Me di una ducha rápida antes de salir por la puerta.
Fratelli quedaba en la Pequeña Italia de Manhattan; me conocía el camino como la palma de mi mano. Sin embargo, mi motocicleta no llegaba hasta el día siguiente, así que tendría que conformarme con tomar un taxi.
En cuanto el taxi aparcó en la calle que le había dado, por primera vez en el día, sentí el buen tipo de ansías. Joder, que había extrañado esa calle, el ambiente, el aroma a comida deliciosa y a la pequeña mujer rechoncha que se encontraba tan concentrada limpiando el área exterior de la pizzería que no me vio acercarme.
—Scusi, hai un tavolo per uno? —le pregunté, pronunciando cada palabra de la manera en que ella misma me había enseñado.
Ella se dio la vuelta, dispuesta a responder la pregunta de la disponibilidad de mesa y sus ojos café se agradaron al verme.
—Oh, mio cattivo ragazzo! —Pia lanzó la escoba al suelo con dramatismo y dio dos zancadas hacia mí, envolviendo sus brazos en mi cintura.
—Come sta, signora Pia? —la saludé, riéndome al escuchar de nuevo el sobrenombre de «chico travieso».
—Pensavamo che non ti avremmo rivisto mai più qui —me dijo, apretándome aún más—. Te hemos extrañado mucho, jovencito —añadió en su acento marcado.
Le sonreí con ganas. Una de las pocas cosas que había extrañado de Nueva York sin duda había sido a la familia Deganutti. Ir hasta ahí, sentarme durante horas a charlar con Lorenzo, su hermano, Flavio y su esposa, Pia. Comer las mejores pizzas que he probado en mi vida, ver importantes partidos de fútbol aun cuando no me interesaba en absoluto el deporte.
La pizzería Fratelli había sido mi lugar seguro mucho antes que Columbus.
—Ven, ven, mi Lorenzo estará encantado de verte.
Comenzó a arrastrarme hacia dentro del local. Estaba tal cual lo recordaba. Paredes rojas, llenas hasta el tope de cuadros familiares y del restaurant. Piso de madera, sillas rojas, mesas enfundadas en manteles de cuadros rojos y blanco. Un televisor al final del pasillo, exclusivo para días de fútbol y posicionado en la ubicación perfecta para que tanto los visitantes, como el cocinero, pudiera verlo.
Mis ojos sin querer cayeron en el pequeño pasillo junto al televisor, pasillo que llevaba a los baños. Enseguida los obligué a mirar a otro lado. Por ejemplo, al hombre cuarentón detrás del mostrador que daba a la cocina. Lorenzo se había quedado pasmado, sosteniendo un cortador de pizza a la altura de su rostro y con una gran sonrisa en su rostro.
—Piccolo McLaggen! —expresó, por fin reaccionando y dejando el cortador de pizza encima del mostrador, para secarse las manos en su delantal blanco y cruzar la puertecilla hacia nosotros—. Algo me había comentado tu madre de que volverías a la universidad, pero no pensé verte por aquí.
Lorenzo era el cocinero de los McLaggen. Cuando no estaba atendiendo la pizzería con su hermano, estaba en nuestro penthouse, cocinando platos deliciosos para nosotros desde que yo tenía seis años. De hecho, con el dinero de años de trabajo con mi familia, fue que logró abrir Fratelli. Y desde que la pizzería había abierto, yo la había considerado mi segundo hogar.
—Sí, he llegado hoy —le dije, aceptando su abrazo rápido—. Me estaba instalando en el campus y se me ocurrió que tal vez necesitaba probar una buena rebanada de pizza.
Eso era medio verdad, medio mentira. En realidad, tenía otros motivos para estar de visita.
—Y, también se me ocurrió que tal vez estarían buscando más personal —añadí, encogiéndome de hombros—. Solo tengo experiencia como dependiente en una ferretería, pero podría intentar atender mesas.
Henry había cubierto la matrícula de la universidad casi por obligación, y yo acepté que lo hiciera solo porque lo veía como una merecida compensación por los años de tener que lidiar con su mierda. Sin embargo, me había gustado ganar mi propio dinero, eso me daba cierta libertad, saber que ya no tenía que depender de él y que sin ningún poder sobre mí, no estaba obligado a obedecerlo nunca más, así que conseguir un trabajo una vez regresara estaba al tope de mis prioridades. ¿Y qué mejor lugar que en Fratelli?
—Ho sentito il piccolo McLaggen dire che vuole lavorare? —Flavio, el hermano de Lorenzo, salió del área de la cocina. Tenía restos de harina hasta en su corto cabello negro.
—Lo que escuchaste, Flavio, al parecer el año desaparecido terminó de escarmentar al niño —bromeó Lorenzo—. Nunca pensé escucharte decir que querías ser mesero.
—O trabajar —terció Flavio, burlón—. Todos creíamos que trabajarías el resto de tu vida en enviar a tu padre a la bancarrota.
Pia se echó a reír.
—Uomini, no empiecen —me defendió la mujer, aunque pareciendo divertida.
—Pues, soy un hombre nuevo y cambiado —dije en su mismo tono burlón—. Y, necesito un trabajo.
Flavio y Lorenzo intercambiaron miradas por un momento, al parecer teniendo algún debate interno.
—¡Pues, por supuesto que sí, piccolo McLaggen! —expresamos ambos con emoción.
—¿De verdad pensabas que te diríamos que no y nos perderíamos la oportunidad de verte atender mesas? —se rio Flavio, dándome unos golpecitos en el hombro.
—Bienvenido de vuelta, ragazzaccio —dijo Pia, brindándome una de sus cálidas sonrisas.
—Pia, Lorenzo, Flavio? —La sonrisa de los tres cayó casi al mismo tiempo ante la voz femenina que los llamaba—. Sono pronto per la notte della «ricetta improvvisata»!
Se miraron entre sí, incómodos, sin saber qué decir, lo cual era grave, porque ellos eran una máquina de palabras veloces andante. No fue hasta que me giré a ver a la chica, que entendí la razón por la que el momento pasó de ser una celebración de bienvenida a un jodido funeral en tan solo un par de segundos.
Tanto Saige como yo no pudimos ocultar la sorpresa en nuestros rostros. Ella se detuvo abruptamente en medio de la habitación, como si fuese una película que acabaran de pausar. Sus ojos se deslizaron por encima de mi hombro hacia Pia, Flavio y Lorenzo, pareciendo —de nuevo— nerviosa e incómoda. Llevaba un par de jeans azules y una simple camiseta de tirantes color rosa, un atuendo poco habitual en ella. Si no fuese por el bolso de diseñador que colgaba de su hombro, no hubiera adivinado que se trataba de la misma chica.
Sentí la misma sensación extraña en la boca de mi estómago que había sentido cuando llegué al aeropuerto de Newark. No la había entendido hasta ese momento.
La maldita sensación no era porque me preocupara mi familia u alguna otra cosa. Lo que me había estado preocupando de regresar... era precisamente la persona que se encontraba frente a mí.
«Joder».
Un nuevo capítulo cargado de muchos momentos con nuestros adorados bebés. Sin duda, este ha sido mi capítulo favorito hasta ahora jajajajaja.
Quisiera poder verlos por un huequito para ver sus reacciones al momento de enterarse que West no pasó el verano entero con Dylan JUJUJUJUJU. Lo siento, pero nuestro baby es un atleta ocupado, dedicado y comprometido a ser un excelente mariscal, así que tenía que hacerlo, no me maten, plis, plis, que a pesar de todo, les di su momentito Westlan, ok? JAJAJAJAJA
Ay, Hunter, ay, Hunter, lo que te espera, mi amorsh. ¿Creías que simplemente ibas a refugiarte en la universidad, en Dylan y en los chicos, e ignorar todo lo que dejaste atrás? Pues no, mi ciela *inserte meme aquí*. MUAJAJAJA.
Lo sé, soy malita, pero es que cada capítulo que escribo de esta historia me emociona muchísimo y espero que les esté gustando tanto como a mí. ¿Qué les pareció el cap de hoy? Para la próxima se viene de nuevo el Hunter del pasado, y yo todavía no me decido cuál de sus dos versiones me gusta más jijiji, ¿y ustedes?
P.D.: ¿Ese bromento (momento bromance) de Sawyer y Hunter? Fue tan ASADJDKADKSADJAKDJAS. Ok, me calmo, hora de retirada.
Besitos venezolanos con una rebanada de pan de jamón porque casi es Navidad ;)
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