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4 │Celebraciones (In)adecuadas

SAIGE


ANTES:

—¿Cómo te fue en la entrevista? —La voz de mi madre se filtró a través de la puerta abierta de su oficina, haciendo que me detuviera en seco en medio del salón.

Ningún «Hola, querida», «¿cómo estuvo tu día?», «entra y cuéntame todo sobre la entrevista». A ella le gustaba ir siempre al grano. Al igual que papá, ambos tenían este 'mantra' que decía que el tiempo era demasiado valioso como para desperdiciarlo en rodeos, conversaciones innecesarias o en trivialidades. Y estaba de acuerdo con esa filosofía la mayoría del tiempo; a veces sentía que el día tenía pocas horas para tantas ocupaciones pendientes.

Sin embargo, cuando ella aplicaba ese mantra conmigo, era inevitable sentirme menos como su única hija y más como otro negocio que requería de su atención.

Mas el sentimiento desaparecía rápidamente, porque «sentimientos» entraba en la categoría de «trivialidades» que los Wisener no manejábamos. Eso, por supuesto, venía con excepciones; satisfacción, competitividad y confianza eran sentimientos válidos para compartir en momentos como los que estaba a punto de tener con ella.

Cuando me giré a verla, noté que se encontraba sentada detrás de su escritorio, acompañada de un montón de carpetas y papeles. Definitivamente, era día de adelantar trabajo desde casa. Llevaba puestas sus gafas de pasta negra (las usaba solo cuando estaba dentro del penthouse y necesitaba descansar de las lentillas), su corto y liso cabello rubio empujado detrás de sus orejas, su flequillo peinado sin mucho cuidado y tenía al alcance de su mano una copa de vino blanco (su tradicional incentivo para jornadas largas de investigación).

Probablemente ella me contradeciría si se lo dijera en voz alta, pero mamá tenía un atractivo natural que podría deslumbrar a cualquiera, incluso con gafas en vez de lentillas, sin una gota de maquillaje y con el cabello despeinado. A menudo recibía comentarios sobre su gran parecido a la Princesa Diana, pero ella se limitaba a sacudir la cabeza, sin darles mucho crédito a esos halagos. Le gustaba más recibir el tipo de halago intelectual o de mérito, que el físico.

—¿Y bien? —presionó al ver que no le estaba contestando—. ¿Pudiste usar el encanto Wisener con Henry? —Las comisuras de sus labios se alzaron en una pequeña sonrisa socarrona.

Le devolví la sonrisa y entré a su oficina a pesar de que no me había invitado a hacerlo.

—Sí, ha aceptado la pasantía —le conté, ampliando mi sonrisa con orgullo.

La confianza es una característica heredada directamente de mis padres. De hecho, nuestra familia se definía por tener una constante lista de objetivos que no nos tomaba mucho tachar. Nos gustaba trabajar bajo el sistema de: «siempre puede mejorarse y siempre hay una manera de hacerlo». Y aunque todavía me faltara mucho para cursar mi último año en Lawrence, me gustaba planear las cosas con antelación. La pasantía en la firma McLaggen ya formaba parte de mi lista de objetivos pre-universitarios, incluso cuando al momento de incluirla, no había tenido idea de cómo haría para tacharla.

Entonces, por obras de un ángel caído del cielo, obtener la pasantía se convirtió en una oportunidad real y alcanzable, que me tuvo con un nudo en el estómago durante los días de preparación.

Henry McLaggen era uno de los abogados corporativos más famosos de Nueva York. Para cualquiera que tuviese aspiraciones de entrar a la Escuela de Leyes algún día —es decir, para mí—, poder incluir en su solicitud una pasantía en su firma, era como un logro increíble. Hasta mamá y papá, quienes también eran conocidos en el campo de las leyes como los mejores abogados de divorcios del distrito, reconocían que el apellido McLaggen se veía mucho mejor en papel que el de nosotros.

Estuve bastante nerviosa antes de la entrevista. Solo había conocido al Sr. McLaggen desde la distancia durante algunos eventos y reuniones. Mis padres tenían muchas amistades en común y coincidían una que otra vez con su familia, pero no había cruzado más de diez palabras con él. Conocía a Hiram, su hijo mayor, porque había estudiado en Lawrence y había salido por un tiempo con mi amiga, Mishka. Y también, porque a pesar de ser solo un par de años mayor que nosotras, lo llevaba literalmente a todos lados con él, casi como un asistente o su mano derecha en el negocio. No obstante, su hijo venía con una personalidad accesible y carismática, no intimidaba tanto como él, que desbordaba autoridad y les ganaba a mis padres —por mucho— en el juego de envolver a las personas con palabras.

Le atribuí mi nerviosismo a ese factor y al hecho de que me atendería de mal humor por culpa de su hijo mejor, Hunter. Uf, Hunter McLaggen. Lo había visto más veces en los tabloides de internet que en Lawrence, la escuela a la cual ambos íbamos, en el mismo año. Tenía cero dudas de que su misión de vida era hacer enojar a su padre, o morir antes de los treinta a causa de alguna enfermedad venérea. La última polémica sobre él derrochando dinero en un burdel respaldaba la segunda teoría.

Debías ser demasiado problemático e inestable como para vivir la vida de esa manera a tan corta edad. Y su inestabilidad me hizo detestarlo un poco más por justamente escoger el día de mi entrevista para molestar a su padre con alguna de sus ridiculeces. Por suerte, Henry no descargó su frustración conmigo; al contrario, fue amable durante nuestra reunión, lucía verdaderamente interesado por lo que tenía para decir e incluso se sintió cómodo hablándome de su familia cuando le pregunté sobre el cuadro en su escritorio. El encanto Wisener me funcionó de maravilla. Para el final del encuentro, me dijo que estaría encantado de tenerme como pasante.

—Bueno, nunca dudé de ti —Mamá alcanzó la copa de vino y la alzó como si fuese a brindar conmigo—. Tu padre estará muy orgulloso de que taches otro objetivo de la lista.

—Gracias —le dije, traduciendo sus palabras a un «¡Felicidades, querida!».

Me había convertido en una experta en traducir e interpretar esa clase de palabras y oraciones.

—¿Estará en casa pronto? ¿No crees que la noticia amerita una salida familiar, tal vez... Sushi Nakazawa? —le propuse, esperanzada.

Había tenido antojo de sushi desde que habíamos vuelto de Newport, y, tal vez antojo de una pizca de verdadero tiempo familiar también.

El común denominador de veranos familiares es... pasar tiempo con tus familiares; tardes de playa, cócteles, sol, paseos en veleros, hacer un poco de turismo nacional o internacional. Sin embargo, para los Wisener, el verano significaba trasladarnos a nuestra casa de Newport y llevar la misma rutina, pero en un ambiente distinto.

Se repetía cada verano desde que era pequeña: Papá y mamá atendiendo a sus clientes, reuniones sociales con colegas, jornadas nocturnas de papeles, documentos, casos, botellas de vino blanco, aunque en vez de en su oficina, al menos procuraban hacerlo en el porche mientras admiraban la vista. Y yo, yo nunca me había quejado por tener que remplazar dichas tardes de playa, sol, paseos y turismo, para terminar atacando la colección de libros de papá, tomar sorbos del mismo vino blanco y observarlos en su elemento. No podía quejarme. En Newport desaparecían menos que en Nueva York, estaban atascados conmigo bajo el mismo techo y me emocionaba cada vez que me involucraban en alguno de sus casos. «Es una buena manera de prepararte para cuando sea tu turno», decían.

Los veranos familiares se habían convertido como en mi campamento intensivo de «Cómo ser Otra Wisener Exitosa». No me desagradaba la oportunidad de enriquecimiento, sobre todo viviendo de ellos. Pero, no podía recordar la última vez que habíamos cenado sin tener un desastre de papeles ocupando espacio en la mesa, o sin tener un par invitados para acompañarnos que terminaban por acaparar toda su atención.

Me merecía una noche de sushi exclusivamente para hablar de mi nueva e increíble pasantía.

—No, no, no, Saige, estamos metidos en un caso importantísimo —me dijo mamá, como si la idea de salir la hubiese horrorizado—. ¿Puedes creer que ya teníamos el acuerdo casi firmado y de último minuto, la defensa quiso pensarse mejor la cifra de la pensión alimenticia? Fue una emboscada tan baja —Sacudió la cabeza, asqueada.

—Irán a juicio —señalé, usando mi sentido de la traducción para interpretar su explicación.

Ella volvió a darme una pequeña sonrisa.

—Nos conoces tan bien —respondió con aprobación—. Nuestra cliente estuvo cerca de aceptar la cifra pero...

—Ustedes no van a conformarse con menos de lo acordado —completé la oración.

—Pediremos más —añadió, firme y determinada—. Y lo obtendremos, por supuesto.

—Vale —asentí, entendiendo que no habría manera de convencerlos de dejar botado su caso para ir a cenar—. No te preocupes, le pediré a Corinne que prepare la cena.

—Oh, hoy es el día libre de Corinne —dijo, regresando su atención a las hojas de su escritorio, dando por terminada la conversación—. Probablemente haya dejado algo en el refrigerador para calentar.

—Vale —repetí robóticamente—. Te dejo trabajar entonces.

—Cierra la puerta al salir —me pidió, despidiéndose con un ademán de manos.

Me di la vuelta y comencé a caminar fuera de su oficina mientras consideraba la posibilidad de invitar a Mishka y a Sun al Sushi Nakazawa. Mi noticia se merecía más que comida recalentada.

—Oye. —Me llamó cuando ya me encontraba con la mano en el picaporte. La encaré, observándola leer el documento que sostenía en sus manos—. Recuerda agradecerle a Keegan por conseguirte la entrevista con Henry, fue muy generoso en ofrecerse a ayudarte.

—En un rato le envío un mensaje de texto —le aseguré con indiferencia.

—Vale —me dijo con el mismo tono monótono que había usado yo.

Lo traduje cerrando la puerta detrás de mí y yéndome directo a mi habitación.

Al parecer, el destino no me permitiría celebrar la noticia. Mishka se encontraba en una cita con Milo —uno de sus otros chicos de Lawrence—, y Sun-Hee tampoco iba a poder porque ya tenía planes de ir a cenar, con sus padres. Resoplé al leer el mensaje de Sun. Mi corta lista de amistades se resumía a ellas dos. Al menos, la lista de amistades de mi edad.

No sabía si mi habilidad para congeniar con los colegas de mis padres más que con gente contemporánea era una habilidad increíble, o algo muy solitario de hacer.

Me gustaba creer que era una habilidad increíble que te daba cierta superioridad.

¡Mañana comenzaré la pasantía! Muchas gracias por conseguirme la entrevista. XOXO

Presioné el botón de enviar y me entretuve cambiándome de ropa para bajar a la cocina y hurgar en la nevera por algo que exclamara: «¡Felicidades por tu logro, ahora come esta exquisitez!».

El penthouse se sentía más solo cuando era el día libre de Corinne. A pesar de que nunca había sido muy comunicativa con ninguno de nosotros, sentir su presencia alrededor del lugar, escucharla mover platos, tararear canciones en francés —su idioma nativo—, oler la deliciosa comida que preparaba, convertía por completo el ambiente. Mamá odiaba cualquier cosa relacionada con el hogar. Ella se aseguró de 'tener gente' para «todas esas trivialidades». Tenía a Corinne para que nos cocinara, y a Jonas para la limpieza. A diferencia de la cocinera, Jonas venía con su equipo a limpiar una vez por semana. De resto, éramos solo nosotras.

Quisiera decir que teníamos un vínculo especial entre cocinera y chica, pero luego de haber estado trabajando para los Wisener por alrededor de diez años, entendí que mamá la había contratado específicamente porque era muy callada y reservada. Era puro negocios; llegaba, cocinaba, se iba, repetía el ciclo. Encajaba perfecto dentro del mantra de mis padres de cero conversaciones innecesarias.

Miré fijamente el interior del refrigerador durante unos largos segundos. Para ese punto, estaba enojada. No había sushi ni nada que gritara 'celebración'. La verdad, nada se veía demasiado apetitoso almacenado en tazas.

Estaba planteándome pedir comida a domicilio cuando mi teléfono anunció un mensaje nuevo.

Cerré la puerta del refrigerador, rindiéndome con la búsqueda de comida al tiempo que revisaba las notificaciones del celular.

¡Felicidades! Siempre supe que no se te haría demasiado difícil. Sabes que no fue nada, princesa

Mis mejillas se llenaron de calor al leer la última palabra del mensaje. Continuaba acostumbrándome a que me llamara de esa manera; o mejor dicho, continuaba acostumbrándome a la idea de... ser afectuosa, supongo. No era mi fuerte, y cuando él ya me había puesto un apodo cariñoso, a mí todavía me costaba llamarlo por su nombre.

Otro mensaje apareció en la pantalla en medio de mi momento de vergüenza.

¿Qué haces? ¿Celebrando las buenas noticias con Adelyn y Vincent? ¿Quieres que haga una "aparición accidental"?

Solté una risa entre dientes mientras mis dedos enseguida volaban a responderle.

No, estoy en casa, a punto de comer recalentado. Mamá y papá están trabajando en un caso importante, no quise molestar

Yo estoy acabando con mis pendientes, ¿te apetece reemplazar tu recalentado por una buena cena en mi apartamento?

Me mordí el labio. ¿Quería ir? Por supuesto que sí. No habíamos pasado mucho tiempo a solas desde que regresamos de Newport, y las veces que habíamos alcanzado a vernos siquiera, tener cualquier intercambio quedaba totalmente descartado. Lo había extrañado, a pesar de verlo casi todos los días.

Sin embargo, escabullirme en un arrebato de «romanticismo» podía ser demasiado arriesgado.

¿Te parece una buena idea?

Te mereces celebrar a lo grande, Saige. Es una gran noticia lo que has conseguido, no cualquiera impresiona a Henry McLaggen, ¿sabes?

«Exacto», pensé. Eso era lo que me gustaba de Keegan —una de las tantas cosas—, siempre estábamos en sintonía. No tenía que verbalizar lo que estuviera pensando o sintiendo para que él le bastara un par de palabras o una mirada para descifrarlo, lo cual me venía genial, porque como ya había dicho, expresarme no era mi fuerte.

Tienes razón, ¿qué propones?

Propongo que te coloques ese hermoso vestido azul de tirantes que utilizaste la última noche en Newport, mientras yo pido un Uber para que pase por ti, ¿qué tal eso?

Me reí mientras le respondía.

¿Qué pasa contigo y ese vestido?

Pasa que te ves preciosa en él, así que hazme caso, que ya estoy impaciente por verte.

Abandoné la cocina al tiempo que le contestaba con un «Está bien» y caminaba hacia la oficina de mamá. Me vi tentada a simplemente cambiarme e irme sin avisarle, pero eso no sería algo propio de mí. Aunque, lo que había ocurrido en Newport tampoco era.

Culpaba a Keegan por despertar sentimientos en mí que no estaban relacionados ni a la confianza, seguridad, ni a la competitividad.

Tener una relación nunca formó parte de ninguna de mis listas de objetivos. Mamá decía que salir con chicos, coquetear, y andar con jueguitos infantiles consumía energía y tiempo que podía invertirse en cosas más importantes, como el crecimiento personal. Y oh, estaba bastante, bastante de acuerdo con eso. Luego de mi experimento con Braden —el supuesto prodigio del tenis y el chico con el ego más grande que había visto en mi vida—, confirmé que mi madre, otra vez, tenía razón. El muy cínico me llamó «perra sin sentimientos» cuando decidí cortar con él.

Fue algo decepcionante reconocer el fracaso de ese experimento. Envidiaba tanto a Mishka como a Sun porque a ambas se le daba natural vivir y tener un equilibrio entre chicos y responsabilidades. Sin embargo, la envidia duró hasta ese verano, luego de conocer a Keegan.

Él, en tan solo un par de meses de "apariciones accidentales", cenas clandestinas, detalles sorpresa y mensajeo hasta la madrugada, me enseñó que no todos los hombres del mundo son unos Braden. Y, que tal vez el experimento había fallado porque estaba buscando en el lugar equivocado.

—Mamá —la llamé, dándole un par de golpecitos a la puerta con mis nudillos.

—¡Estoy al teléfono! —gritó a través de la madera.

—¡Voy a salir con Mishka a cenar! —le avisé, agradeciendo que estaba en una llamada y eso significaba que no iba a tener que entrar.

—¡Toque de queda a las doce! —Fue lo único que respondió.

—¡Vale! —Sonreí triunfante. «Excelente».

El Uber estuvo frente a mi edifico unos quince minutos después. Hubiera querido recrear nuestra última noche en Newport al usar el mismo atuendo; el vestido de tirantes, las sandalias cómodas, el cabello recogido, pero desafortunadamente, ya estaba empezando a refrescar en la ciudad, por lo que ir de piernas o brazos desnudos no era una opción. Tuve que acompañar todo con botas, medias y una chaqueta.

Al chofer no le tomó más de veinte minutos llegar al edificio de Keegan. Mientras me anunciaba en recepción, sentí ansias y una sensación en la parte baja de mi estómago que me hizo apretar los muslos, ya que me llevó a esa noche, a ese paseo en velero.

—Adelante, Srta. Skittles —me indicó el hombre detrás del mostrador, con su ceño fruncido en una expresión de confusión. Quizá estaba tratando de descifrar si en verdad ese era mi apellido o no.

Aguanté la risa hasta que estuve dentro del ascensor.

Keegan consideraba que mi obsesión con los Skittles no era sana, y que no era para nada normal que a una persona le pudiera gustar cada una de las presentaciones de los caramelos. Frutas tropicales, los ácidos, frutos del bosque, la edición de carnaval, la de helado, cualquiera era válida y deliciosa a su manera. Era una obsesión que ni siquiera mis padres aprobaban. «No sabes el daño que puede hacerte tanta azúcar, Saige», me reprendían cada vez que me veían con una bolsa en la mano.

Gracias a sus constantes réplicas, tuve que procurar esconder bien mis reservas de caramelos y comerlas cuando ellos no estuvieran alrededor.

—Señor Price —dije en cuanto Keegan abrió la puerta de su departamento.

Él enseguida rodó sus ojos color miel al escucharme llamarlo así y se recargó sobre el marco de su puerta, levantando sus labios en una sonrisa.

—Te gusta tomarme el pelo, ¿verdad? —replicó, divertido.

Le devolví la sonrisa, sin poder evitar observarlo y pensar en que todavía no me decidía si él se veía mejor en traje o en ropa casual. Keegan era guapo, como, muy guapo. Mandíbula cuadrada, liso y oscuro cabello abundante, con una altura imponente y definido en los lugares correctos. Aunque lo que más me gustaba de él era que podía desbordar un aire intelectual incluso usando un par de pantalones de chándal y una camiseta gris.

—Fuiste tú quien me acaba de llamar Srta. Skittles, ¿qué clase de nombre en código es ese? —inquirí mientras me deshacía de mi chaqueta.

—El que te ganaste —respondió, desviando rápidamente su atención hacia el vestido azul—. Ese vestido definitivamente es mi favorito.

Un fuerte rubor recorrió todo mi cuerpo. Podía notar en su mirada que también estaba recordando lo mismo que yo.

Entonces, de un segundo a otro, me estaba jalando hacia dentro del apartamento y cerrando la puerta para aplastarme contra esta. Él era tan alto que tuve que alzar la barbilla para mirarlo a los ojos. Su sonrisa había desaparecido y ahora me miraba serio, examinando cada parte de mi rostro antes de susurrar sobre mis labios:

—No sabes lo tanto que te he echado de menos.

Los besos de Keegan tenían algo especial que me hacían apagar a esa pequeña parte de mi cerebro que esperaba que la noche hubiese terminado diferente. Tal vez con mamá y papá, dejando a un lado su trabajo sin vacilar, aceptando salir a premiarme con el mejor sushi de la ciudad. Tal vez, incluir ahí también una conversación sobre lo orgullosos que se sentían por tener como hija a la primera pasante joven en ser aceptada en la firma McLaggen.

Y se sentía bien que sus besos consiguieran apagar esa parte de mí que buscaba todo eso, porque una Wisener no debería tener pensamientos tan débiles y «triviales» como esos.

Keegan me alzó con facilidad en sus brazos y nos movió de posición, sin despegar nuestros labios. Enredé mis dedos entre las lisas hebras de su cabello. A él le gustaba cuando se lo acariciaba y luego me burlaba de los escasos cabellos blancos que se escondían entre el resto de color marrón.

—¿Esta no se trataba de una cena de celebración? —alcancé a decirle entre besos.

Él me sentó encima de su mesa de comedor y se acomodó en el espacio entre mis piernas.

—Claro que sí, ya he colocado el pollo en el horno —sonrió, rozando mi nariz con la suya—, pero podemos tener el postre mientras esperamos. Es un postre que he estado queriendo desde hace semanas, ¿sabes?

No dejó que le respondiera, me empujó hacia atrás hasta que mi espalda se encontró con un montón de papeles que se me pegaron en la piel. El crujido de las hojas hizo que él detuviera su camino de besos en mi cuello y se apartara, riendo entre dientes.

—Venga, no creo que a tus compañeros les agrade mucho recibir sus ensayos con sudor —bromeó, levantándome de la mesa y llevándome hacia el gran sofá de cuero negro de su sala de estar.

—Espera, ¿ese es el ensayo sobre los principios de Gobierno? —inquirí, mirando sobre su hombro hacia la mesa llena de pilas de hojas.

—Sí, lo es. —Él se rio por mi brusco cambio de tema y la activación repentina del 'modo escuela'.

—¿Qué tal me fue? —No pude evitar preguntarle.

—Saige, conoces las reglas —me recordó, depositándome en el mueble—. No se habla de la escuela fuera del horario laboral.

Puse los ojos en blanco y lo jalé de su camiseta para que se dejara caer encima de mí.

—No tiene sentido ocultármelo cuando mañana igual me voy a enterar —alegué, enarcando una ceja.

Shhh —me calló, colocando su pulgar sobre mis labios—. No es momento para esas preguntas, es momento de celebrar la noticia y de ayudarte a que comiences con buen pie tu primer día de pasante, ¿vale?

Asentí con la cabeza, estando de acuerdo con que debía callarme y dejar que siguiera con su trabajo.

—Pero si te sirve de algo, eres la mejor alumna de mi clase —añadió, justo antes de borrar la sonrisa de mis labios con un beso.

TAN TAN TAAAAAAAN

Ave María Purísima y Sagrada, ¡¿pero qué está pasando aquí, Pablo Lorenzo?!

Les dije que FALTABA MUCHA HISTORIA y esto apenas es el comienzo. Ay, Saige, ay, Saige, ¿qué estás haciendo, muchachita? Aunque, en realidad, a los que hay que preguntarles qué mierda hacen es a los papás Y A KEEGAN.

Bueno, voy a calmarme porque después me altero y comienzo a dar spoilers, ustedes saben que yo soy débil JAJAJAJAJA. So, ahora que ya vieron un poco de Saige del pasado y Saige del presente, ¿cómo va su grado de torelancia hacia ella? jajajajajajaja

Quiero darles las gracias porque en el capítulo anterior fueron respetuosos a la hora de dar sus opiniones y eso de verdad que lo aprecio demasiado, y espero que siga siendo así en cuanto vaya avanzando la historia.

Por ahora, no tengo nada más que agregar, solo ansiosa por ver sus comentarios.

¡Besitos venezolanos con una rica hallaca de pollo!

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