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20 │(Des)haciendo los Límites

SAIGE

ANTES:

Razones por las que Hunter McLaggen no debía gustarme:

1. Personalidades muy distintas

2. Un sarcasmo sin límites

3. No conoce el término «callarse»

4. No es en absoluto mi tipo de chico

5. Probablemente el sentimiento no sea mutuo

6. Keegan, Keegan, Keegan

Me mordí el labio mientras continuaba pérdida en mis pensamientos. «Oh, Dios, Saige, ¿en serio estás haciendo esta lista?, ¿estamos así de mal que estás haciendo una lista?». Pues sí, consideraba que todo lo que había estado sintiendo las últimas semanas rozaba ya lo problemático, porque podría inventarme todo un testamento de razones por las que Hunter McLaggen no debía gustarme y aun así, me resultaba imposible dejar de comportarme tan rara a su alrededor.

Y con rara, me refiero a que de repente, era vergonzosamente consciente de hasta el más mínimo detalle sobre él. En mi cabeza, existían dos versiones de mí; la que se encargaba de hacer una lista de razones por las que Hunter no debía gustarle, y otra que tenía también su propia lista, pero la suya era una muy distinta. La suya registraba cosas como:

1. Los ojos de Hunter pueden intimidarte si los miras durante mucho tiempo

2. Se preocupa por la gente cercana a él, incluso cuando lo intenta ocultar

3. Los únicos momentos en que fuma son cuando está estresado o ansioso

4. Sus manos se sienten ásperas, por conducir su motocicleta sin guantes

5. Cuando su sonrisa es genuina, no solo su boca sonríe, sino todo su rostro

6. Su semblante cambia por completo cuando está lejos del despacho, de su casa y de la escuela

7. A veces, cuando está tan cerca que puedo divisar sus pecas, me pregunto qué se sentiría si...

—¡GOOOOOOOL!

El efusivo vitoreo del grupo de hombres reunidos alrededor del televisor me hizo dar un gran salto del susto. Si no hubiese sido por la señora Pia que me sostuvo del brazo, mi trasero se hubiera caído de la silla.

Me sonrojé al escucharla reírse de mi reacción. Sabía que ella no tenía el don de leer mentes, pero me avergonzaba el hecho de que últimamente esa clase de pensamientos se manifestaban hasta en los momentos menos oportunos. Podía estar en el medio de una clase, de alguna tarea en el despacho, incluso sola en mi habitación y mi cerebro sacaba el tema de manera automática.

Era molesto... y muy problemático, ¿ya he dicho «problemático»?

—Bienvenida a las noches de fútbol, ragazza —me dijo Pia entre risas—. Son apasionadas y muy ruidosas, pero te garantizo que es fácil acostumbrarse a ellas. —Se acercó a mi oído como si fuese a decirme un secreto—. A mí solo me tomó diez años.

Solté una carcajada, olvidándome de cualquier vergüenza. Ese era el poder que tenía Fratelli, lo había experimentado desde mi primera visita. Era como salir y tomar una bocanada de aire fresco fuera de tu realidad. No me costó entender por qué a Hunter le gustaba tanto estar alrededor de los Deganutti. Pia, Lorenzo, Flavio, te transportaban a un escenario alternativo donde eras una Deganutti más; otro miembro de la familia. Se veía el aprecio que se tenían entre ellos y no les tomó demasiado mostrar el mismo aprecio hacia mí.

Vale, que ellos pensaran que yo era la verdadera novia de Hunter tal vez me haya dado un poco de ventaja. No me quejaba, me gustaba estar rodeada de ese tipo de ambiente familiar y acogedor que no recibía en casa.

Las cosas entre mis padres y yo seguían un poco tensas. Por mi parte, había dejado de hacer planes tontos como lo de la huelga de silencio, pero eso no quería decir que ya los hubiese perdonado por todo. Todavía estaba herida. Sobre todo porque ellos tampoco se estaban disculpando; lo contrario, parecía que en casa el único tema de conversación válido era acerca de los excelentes negocios que habían conseguido gracias a mí.

Yo solo me limitaba a observarlos en silencio. Estaba cansada de discusiones que no llevarían a nada. Además, sentía que había llegado a un punto donde comenzaba a notar mis propios beneficios. Como por ejemplo, que sus «excelentes negocios» los mantenían tan ocupados que no tenían tiempo de pensar demasiado en por qué mis citas con Hunter se extendían más de lo que debían. No hacían preguntas, ni se percataban de que los horarios del informe de Esther no concordaban con los reales.

—¿En qué están conspirando ustedes ahora? —intervino un Hunter risueño, mientras se hacía espacio en el asiento libre junto al mío y deslizaba su brazo por el espaldar de mi silla.

Luché para que no se notara mi nerviosismo cuando su mano cayó en mi hombro y sus dedos empezaron a trazar líneas al azar.

Al principio, creí que mi incomodidad tenía que ver con la invasión de mi espacio personal y las infinitas demostraciones públicas de afecto. Su brazo en mi cintura, su mano en mi mejilla, en mi espalda, nuestras manos entrelazadas, parecía que hasta el mínimo contacto físico me tensaba. No fue hasta que me vi a mí misma deseando que fuese «momento de actuar», que detecté que el problema no era que Hunter me tocara. Mi incomodidad era porque... el contacto no me desagradaba.

Y repito: eso era un gran problema, considerando la razón número 6 en mi lista de razones por las que Hunter McLaggen no debía gustarme: Keegan.

Tal vez él aún no se merecía que me sintiese de esa forma, pero, todo el conflicto sentimental que había estado experimentando me llenaba de culpabilidad. A pesar de que seguíamos en proceso de volver a estar en buenos términos, era imposible no sentir que de alguna manera lo estaba traicionando. Keegan... él se había estado esforzando por enmendar su error; enviaba flores al penthouse con notas anónimas, me escribía mensajes de texto todos los días, incluso estaba tratando de convencerme de ir a una cita sorpresa durante el fin de semana para «hacer las paces». No le había dado respuesta a eso todavía. De hecho, estaba sopesando la idea de decirle que no. No me creía capaz de ir a una cita con él y actuar como si mi cabeza no estuviese hecha un lío.

Primero debía replantearme muchas cosas. Como por ejemplo: por qué sentía la necesidad de huir de mi supuesto novio real... y no del novio falso que estaba empezando a confundirme.

—No estábamos conspirando, ragazzaccio —le contestó Pia, sacudiendo la cabeza y dándole la bienvenida con una sonrisa—. Le advertía a Saige que me tomó diez años acostumbrarme a todo el alboroto que hacen en noches de fútbol.

—Pia, ami le serate di calcio —le expuso Hunter, poniendo los ojos en blanco.

«8. Se veía absurdamente atractivo hablando italiano fluido».

Me senté recta en mi puesto, regañando a mi subconsciente. «Saige, enfócate».

Adoro le serate di calcio, non ho detto di no —se defendió Pia, levantándose de su silla—. Lo que no me encanta es que se distraen tanto que soy yo la que termina encargándose de dejar todo en orden después de cerrar. —Ella se inclinó y para mi sorpresa, depositó un maternal beso encima de mi cabeza—. Ahora, si me disculpas, ya que la tua bellissima ragazza recuperó tu atención, iré a hacer el trabajo de Flavio.

Ella se despidió de Hunter lanzándole un beso y comenzó a caminar hacia el mostrador del restaurante. Me distraje durante un segundo mientras la observaba hurgar dentro de la caja registradora, sacando billetes y entrando en modo negocios. Mis labios se despegaron en una sonrisa cuando Lorenzo apareció de repente en mi campo de visión y ella empezó tararear la canción de 'O Sole Mio en cuanto se percató de que él se acercaba. Podías ver a kilómetros de distancia lo mucho que se querían y eso me hizo preguntarme por qué era que no tenían hijos. Sin duda, hubiesen sido excelentes padres.

—Le caes muy bien a Pia.

—¿Qué? —Me giré hacia él, sobresaltada.

Al parecer, no calculé bien la distancia que nos separaba, provocando que nuestras narices terminaran tropezándose en un torpe y vergonzoso beso esquimal. Me congelé, abriendo mucho mis ojos y sintiendo mi rostro ardiendo en llamas. Hubo un incómodo momento en el cual ninguno de los dos se movió, solo parpadeamos, mirándonos a los ojos desde una distancia donde fácilmente podía extender mi mano y tocar sus pecas.

No supe si fue mi imaginación jugándome una broma o si de verdad pasó, pero pude jurar que durante una milésima de segundo, sus ojos se desviaron a mis labios.

—Que le caes muy bien a todos, en realidad —repitió, siendo el primero en poner distancia.

También deslizó su brazo lejos de mi silla.

—Créeme, Pia no va por la vida besando a la gente, de hecho, tiene un historial bastante conflictivo en ese departamento. A Flavio le encanta tu estilo, no se cansa de repetírmelo —añadió, poniendo los ojos en blanco—. Y Lorenzo de verdad se ha creído toda esa mierda de que he cambiado por ti, así que por defecto también formas parte de su lista de personas favoritas.

«De verdad se ha creído toda esa mierda de que he cambiado por ti». La última frase se sintió como una fuerte bofetada de realidad.

Nada de eso era real. Y claramente, era la única cuestionándose lo contrario. Sí, Hunter había aprendido a lidiar conmigo porque era la única forma en que podía tener un poco de libertad y así escapar de su padre. Sí, en comparación a cuando nos conocimos, frecuentar tanto quizá nos acercó de una manera amistosa. No obstante, nuestra relación continuaba siendo una farsa. Su acto de chico enamorado era una farsa, sus gestos cariñosos eran una farsa. Haber permitido que toda esa farsa afectara mi percepción de él, fue ridículo de mi parte.

Esa fuerte bofetada de realidad me sirvió para aterrizar y colocar mis pies en tierra firme.

Necesitaba establecer límites antes que las cosas terminaran mal para mí.

Y casi como si fuese una señal, mi teléfono empezó a sonar, mostrando el apellido de Keegan en el identificador de llamadas. Mi cuerpo entró en tensión, agradeciendo en mi interior que Hunter ya se encontraba a una distancia segura.

—¿Tus padres? —me preguntó Hunter, intercalando su mirada entre el aparato y mis ojos—. Diles que hoy decidimos hacer dos cosas del calendario de Esther. Estoy seguro de que amarán tu disposición de cooperar en el proceso —comentó en tono burlón.

Sabía que no tenía derecho de enojarme con él por algo que yo misma me había buscado, pero no pude disimular mi mal humor. Me levanté, haciendo caso omiso de la intención de socializar en su último comentario y activando el acto que nunca había tenido problema en interpretar: el de indiferente.

—No, no son mis padres. —Mantuve mis ojos en la pantalla de mi teléfono—. Vuelvo enseguida.

Luché contra el impulso de levantar mi vista de la pantalla y mirar su reacción. Me dirigí hacia el área exterior del restaurante a paso rápido y tomé asiento en una de las mesas junto a la puerta mientras contestaba la llamada.

—Hola —me saludó Keegan, oyéndose sorprendido—. Confieso que te llamé con cero esperanza de que contestaras.

Hice una mueca cargada de culpa. ¿Tan mal pensaba que estábamos?

—Por supuesto que te contestaría —le dije, bajando la guardia—. Nunca te he dejado de contestar, Keegan.

—Lo sé —resopló—, pero un par de mensajes de texto no son suficiente para que mi cabeza esté en paz. Yo... yo solo quería escucharte hablar, y que no fuese porque te vieras forzada a contestar una de mis preguntas en clase. Entiendo si tú todavía no estás ahí. —Me mordí el labio, sintiendo el corazón apretado. Por Hunter, por él—. Tu silencio con respecto a mi invitación se escuchó fuerte y claro.

Hubo una pausa en ambos lados de la línea. Honestamente, más que por estar todavía molesta con él, la única razón por la que había estado evitándolo era debido a mi pequeño problema con Hunter.

Tal vez volver a nuestra rutina era una buena manera de comenzar a establecer límites.

Miré hacia dentro del restaurante. Hunter había regresado con Lorenzo, Flavio y sus dos primos, Tony y Piero. Se estaba riendo a carcajadas sobre algo, totalmente desatendido de lo que acababa de provocar en mí.

«Saige, enfócate». Regresé rápidamente mi atención a la llamada.

—Quizá ya estoy ahí —admití, encogiéndome de hombros—. Te he echado de menos —añadí, diciéndolo en serio.

Echaba de menos cuando mi única preocupación era mi relación con Keegan.

—Decir que yo también te echo de menos es quedarse corto de palabras. —Casi pude verlo sonreír de oreja a oreja—. ¿Esto... quiere decir un «sí» a mi invitación a una cita?

Hice una pausa dramática antes de responder.

—Sí —asentí, contagiándome del entusiasmo en su voz.

—Vale. —Su sonoro suspiro de alivio me hizo reír—. ¿Es muy pronto para preguntar si puedo verte esta noche? —preguntó—. Ha sido una tortura estar detrás del escritorio estos días, no me culpes si estoy muy impaciente.

Sonreí, recordando todas las veces que lo había pillado lanzándome miradas furtivas en clase. Creo que ya lo había torturado lo suficiente.

—Solo aceptaré si me preparas tu receta de brownies—lo soborné, divertida—. Con helado de pistacho.

—Eres la única que puede hacer que un hombre tenga la voluntad de salir a comprar helado de pistacho y hornear una tanda de brownies a las diez de la noche —se rio—. Pero, vale, acepto el desafío. Dime dónde estás y enviaré un Uber por ti.

—No te preocupes, yo pediré el Uber —me apresuré a decirle.

Keegan aún no tenía muy claro lo que hacíamos Hunter y yo en nuestro tiempo juntos, y eso sí era algo que quería mantener en secreto. Por más que estuviera teniendo una crisis que ameritara un escape de emergencia, no quería que Hunter se metiera en problemas por mi culpa.

Sentí que la sangre se me subía al rostro cuando hubo otra tensa pausa de su parte. Estaba lista para que pusiera en evidencia mi tono insistente y termináramos discutiendo de nuevo sobre Hunter. Sin embargo, al cabo de unos segundos, simplemente dijo:

—Vale, avisaré en recepción.

—Vale, no puedo esperar a verte —le dije, aliviada y entusiasmada a la vez.

—¿A mí o al brownie con helado de pistacho? —bromeó.

Solté una suave risa entre dientes.

—Oh, ¿es que creías que me refería a ti? —le respondí, divertida.

—No puedo esperar a verte tampoco —dijo, con un tono más serio esta vez—. Date prisa, ¿sí?

La llamada terminó con otro «Vale» de mi parte y una tonta sonrisa en mis labios.

Fuese justo o no, no podía negar que Keegan continuaba teniendo ese efecto de tranquilidad en mí.

Me levanté de la mesa y me giré hacia la entrada. Di un instintivo paso hacia atrás al encontrarme a Hunter de pie justo frente a la puerta.

Tragué saliva e intenté que mi rostro no mostrara mi alarma. Ni siquiera lo había escuchado salir.

¿Cuánto tiempo llevaba ahí parado?

—Pia quiere saber si te gustaría un poco de tiramisú —contestó la pregunta implícita en mi rostro—. Le gusta aprovechar las noches de fútbol para asaltar la cocina sin que Lorenzo o Flavio vigilen cada uno de sus movimientos.

—Tendré que pasar del postre —rechacé la oferta, regresando a mi firme misión de «establecer límites»—. Tengo que irme. —Hice un ademán hacia mi teléfono.

—Dijiste que no eran tus padres. —Frunció el ceño, confundido.

Mierda. Su emboscada no me había dado la oportunidad de pensar en una buena excusa para irme.

—Porque no eran mis padres —respondí lo primero que se me vino a la cabeza—. Era Sun-Hee, está en medio de una crisis y me pidió que fuera hasta su casa para darle apoyo moral.

Hunter levantó una ceja.

—Así que pueden ignorarte todos los días en la escuela, pero el desprecio no aplica en crisis —comentó, irónico—. ¿Cuál capítulo en el manual de la amistad es ese?, ¿o es que esa excepción viene en la letra chica que nunca leemos?

Puse los ojos en blanco, recordando que Mishka y Sun-Hee no eran las personas favoritas de Hunter después de que ambas hubiesen cortado lazos conmigo por «haberles mentido» sobre la relación entre él y yo. Desde aquel día de la discusión en la cafetería, ambas solo se limitaban a lanzarnos miradas despectivas desde la distancia. Y con ambas, me refiero a Mishka. Sun-Hee no parecía tan enojada como ella, pero supongo que por cuestiones de supervivencia eligió el bando que le garantizaba que su reputación permanecería intacta el resto del año escolar. Mishka podía ser una persona muy vengativa cuando se lo proponía.

En pocas palabras, debí inventarme una mejor excusa.

—Yo voto por que dejes a Mishka encargarse de la supuesta crisis y te quedes en el lado divertido de la noche —comentó, levantando una mano sobre su cabeza como si estuviésemos en medio de un debate.

—No estaba sometiéndolo a votación —recalqué.

—Yo sí estoy sometiéndolo a votación. —Se encogió de hombros y habló en un tono de voz más alto, siguiendo con el debate unilateral—. Aquellos que se rehúsan a que Saige vuelva al jodido círculo tóxico de chicas envidiosas e infantiles digan «yo». —Levantó la mano de nuevo—. Yo.

Me crucé de brazos. Su insistencia me estaba poniendo nerviosa, sobre todo porque Hunter era la viva definición de persuasivo, y los sentimientos de por medio no me lo hacían más fácil. Sin embargo, la parte racional de mí me decía que debía mantener la mentira como si mi vida dependiese de ello.

«Establecer límites, establecer límites, establecer límites».

—Sé lo que piensas y no es como si fuese fácil para mí tragarme el orgullo, pero...

—Entonces quédate —me cortó, con una tranquilidad que no hacía juego con la mirada que traía en sus ojos—. Considero que no es tan difícil escoger la mejor opción, ¿o sí?

Hunter puso en práctica su habilidad para intimidarme con la mirada. Era frustrante que ni siquiera se trataba de un gesto intencional, solo le bastaba con sostenerte la mirada durante unos largos segundos para que el azul de sus ojos se volviera tan intenso que instintivamente pensaras que estaba indagando hasta en tu alma.

Para que de repente sintieras que ya no estábamos hablando de Sun-Hee.

No tardé en sacudir ese pensamiento tan absurdo. Era obvio que no se refería a Keegan, no se refería a nada más que a mi patético intento de excusa. Ni siquiera me había escuchado hablar con él. De otro modo, estuviéramos teniendo una conversación muy diferente.

Era solo yo, de nuevo, creando escenarios platónicos que no podían estar más alejados de la realidad.

—¿Por qué estás tan insistente? —inquirí, recobrando la compostura—. No es como si mi compañía fuera vital esta noche, no te has despegado del televisor en todo el rato.

—¿Esos son celos los que escucho, Wisener?, ¿hacia un objeto inanimado? —bromeó, sacudiendo la cabeza en un falso gesto de indignación—. No puedo creer que te hayas convertido en ese tipo de chicas.

—Sabes a lo que me refiero —le dije, rodando los ojos.

Él hizo una pausa antes de responder. Dirigió su atención hacia el interior del restaurante y una lenta sonrisa de triunfo se dibujó en su rostro al encontrarse con la mirada de uno de los primos de los hermanos Deganutti. No obstante, la sonrisa no era recíproca, porque Tony no parecía feliz; de hecho, si las miradas mataran, ya Hunter fuese un cadáver descompuesto en el pavimento.

—Era un chico en una misión —me explicó, volviéndose hacia mí, sin dejar de sonreír—. Una misión que juzgando por las ganas de matarme en el rostro de Tony, acabo de ganar.

—¿Cuál misión? —Mis ojos se desviaron hacia Tony, tratando de entender de qué estaba hablando.

Vale, era una chica débil. Y sí, sabía que estaba desviándome del tema principal —y que eso podría terminar en desastre—, pero me gustaba en secreto que Hunter siempre tuviera planes inesperados bajo la manga. Me entretenía lo impredecible que podía ser, me atraía de tal forma que la Saige de hacía un par de meses atrás estaría decepcionada de verme comportarme así.

Porque mientras su sonrisa se ampliaba y mis labios tomaban vida propia para imitar la acción, fui consciente de la gravedad de toda la situación. Había tardado menos de tres minutos en poner mi misión de «establecer límites» en un segundo plano. En poner a Keegan en un segundo plano.

Y me asustó lo rápido que eso pasó.

—En noches de fútbol siempre hacemos apuestas jugosas entre nosotros, es como una tradición —dijo—. Se podría decir también que otra tradición es patearle el culo a Tony en cada una de ellas.

No pude evitar reírme.

—No sabía que eras tan fanático del fútbol.

—No lo soy, detesto los deportes. —Arrugó la nariz—. Aprendí de fútbol solo por la satisfacción de ver la cara de derrota de los Deganutti cuando gano.

—Ese es un nuevo nivel de maldad —reconocí, impresionada.

—Sí, yo lo llamo «el gen malvado de Henry», se manifiesta de vez en cuando.

Solté otra carcajada.

«Oh, Dios mío, Saige, ¿al menos recuerdas que hace un momento estabas planeando huir precisamente del absurdo poder que Hunter tiene sobre ti?».

Mi risa fue extinguiéndose a medida que mi lado racional se volvía a colar en mis pensamientos casi a empujones. Mis labios se presionaron en una línea recta, sintiendo que todo de mí entraba en una especie de pánico.

La situación era grave, muy grave.

No sé si mi rostro fue muy transparente en mostrar que estaba más que lista para seguir insistiendo en irme, pero antes de que pudiera abrir la boca y decir algo, Hunter agregó:

—Quiero compartir mi premio contigo.

No fueron las palabras en sí las que hicieron que por un segundo mi cuerpo entrara en tal estado de calma que solo podía escuchar los latidos de mi corazón, sino el tono que utilizó para decirlas. Si algo había aprendido sobre Hunter durante todas esas semanas, era a saber diferenciarlo de sus dos versiones; estaba la que le encantaba burlarse del mundo entero con comentarios sarcásticos destinados a molestarte. Y estaba la versión detrás de esa, una versión que hasta ese momento solo había presenciado cuando se encontraba alrededor de personas como los Deganutti, una donde notabas que no sentía la necesidad de esconderse tras el sarcasmo, ya que no había ninguna guerra que pelear o un enemigo del cual defenderse.

Era una versión más genuina de él. Y fue exactamente la versión que vi mientras decía esas palabras.

No sabía cómo interpretarlo, ya que esa vez estaba segura que no era producto de mi imaginación. Mi mente tampoco era tan fantasiosa como para inventarse la intensidad que había en sus ojos. Una intensidad que más de ser un intento para impedir que cometiera una tontería al responder el llamado imaginario de Sun-Hee, sentía que él de verdad quería que me quedara.

«¿Estás segura de lo que estás viendo?», pensé, tomándome un minuto para ocultar que aunque estuviéramos en pleno otoño, todo lo que estaba pasando me hacía hasta transpirar de los nervios.

Era mi turno de hablar, y mi cerebro estaba trabajando a mil por hora, sabiendo que lo dijera a continuación, podría significar algo grande para mí. Cualquier cosa que dijera a continuación sería el equivalente a elegir entre ir con Keegan y fingir que ese breve momento nunca había ocurrido, o dejarme llevar por la voz que me gritaba que me quedara, aun cuando ni siquiera sabía de qué se trataba el premio.

Sentí una culpa tremenda al darme cuenta que Hunter me gustaba mucho más de lo que temí en un principio, porque a pesar de debatir internamente durante unos largos segundos, al final, todo lo que mi boca pudo decir fue:

—Vale, me quedaré.

Supe que estaba hundiéndome en espesa arena movediza al ver cómo el rostro de Hunter se iluminaba con auténtica satisfacción.

No había sido mi imaginación.

Él de verdad quería que me quedara.

***

—¿Este es el premio que quieres compartir? —le pregunté, sin ocultar que honestamente esperaba que fuese cualquier otra cosa menos... tatuajes.

Nos encontrábamos a unas pocas cuadras de Fratelli, frente a la fachada de un pequeño estudio de tatuajes ubicado entre un salón de belleza y una tienda para mascotas. Por la hora, los últimos dos locales estaban cerrados, pero al parecer el estudio trabajaba las 24 horas. Había un letrero de neón encima de la puerta que lo indicaba.

—Esa no es la misma expresión que tenías hace días cuando viste a ese mesero del restaurante japonés —dijo Hunter con ironía, tomándome desprevenida con el comentario.

—No sabía que estaba siendo obvia —admití, sintiendo que estaba sonrojándome como una tonta.

—Lo estabas, por suerte en mis instrucciones no está ser un novio celoso, así que solo ignoré el hecho que no podías dejar de mirar sus tatuajes durante todo el rato que estuvo preparando el sushi en la mesa —bromeó.

Mi rubor se intensificó. No era un gusto del que le hablaba a todo el mundo. Era como mi obsesión con los Skittles; una preferencia que decidí guardar para mí misma después de que a los trece años, mientras mamá y yo veíamos un video musical, cometí el error de comentarle que cuando fuese mayor, quería tener tantos tatuajes como los del cantante. El horror en su cara y el sermón que vino después fue suficiente para enterrar esos pensamientos.

No sabía si avergonzarme o impresionarme de que Hunter hubiese notado mi fascinación por los increíbles tatuajes del mesero que no atendió hacía un par de noches. Eran de llamativos diseños orientales y se extendían por sus brazos como si siguieran una historia. Me abstuve de preguntarle sobre ellos solo porque mi gusto por los tatuajes era algo que le había contado a nadie.

—Hunter, estás loco si piensas que me haré un tatuaje esta noche —le dije, poniendo de lado mi inevitable emoción y pensando como una chica racional—. Mis padres me matarían.

Él puso los ojos en blanco.

—Pensé que ya habíamos superado esa etapa de Stepford y estábamos más en la etapa de Fuck The Police.

Somos menores de edad —señalé.

Es por eso que deberías estar feliz de que haya ganado esa apuesta —comentó él, girándose hacia el otro lado de la carretera, donde Tony se encontraba esperando para cruzar la calle y llegar hasta nosotros—. Tony es dueño del estudio.

—Yo... —Me estaba quedando sin razones lógicas para darle.

—Wisener, ¿quieres hacerte un tatuaje? —inquirió, cortando lo que iba a decir.

Me mordí el labio mientras le sostenía la mirada. Necesitaba un minuto para digerir la situación. Hacía apenas veinte minutos atrás estaba haciendo planes con Keegan. Hacía quince minutos atrás estaba aceptando que quería quedarme con Hunter en vez de irme con él. Hacía unos trece, le estaba enviando un mensaje de texto a Keegan para cancelarle. Y ahora estaba a punto de acceder a tatuarme a espaldas de mis padres en mis casi diecisiete años de vida.

Nunca pensé que mi noche fuese a dar un giro tan surreal.

Y tampoco pensé que eso me tendría sonriendo.

—Sí quiero —le contesté.

Probablemente se podía notar a kilómetros de distancia que mis ansias eran igual de grandes que las de un niño en Navidad, pero me era imposible ocultar que quizá esa sería la cosa más increíble que haría en toda mi vida.

—Eso es exactamente lo que quería escuchar —dijo entonces, hipnotizándome de nuevo con el azul intenso de sus ojos.

Era la segunda vez de la noche que me miraba de esa forma. No quería ilusionarme demasiado porque muy bien podían ser mis sentimientos distorsionando las cosas; sin embargo, esas dos veces no estábamos rodeados de personas. No estábamos obligados a actuar.

«Hunter, ¿tal vez tú...?».

Tony se abrió paso entre nosotros para llegar hasta la puerta del estudio, haciendo que rompiéramos el contacto visual.

—No hay necesidad de ponerse gruñón, Tony, pensé que para este punto ya aprenderías a ser un buen perdedor —se burló Hunter mientras el hombre de corto cabello castaño metía una llave en el cerrojo y la hacía girar.

—Que te jodan, chico —lo insultó en respuesta, abriendo la puerta y entrando de lleno, asumiendo que no necesitaba invitarnos a pasar—. Algún día descubriré cómo lo haces y te ganaré en tu propio juego.

—Lo dudo mucho, pero buena suerte intentando —se defendió Hunter, siguiéndolo hacia el interior del estudio al igual que yo.

El interior no era muy grande, ni tampoco muy claustrofóbico, incluso con los cientos diseños pegados en la pared, no te hacía sentir sofocado. Había un mini mostrador junto a la puerta, con un par de sillas acolchadas frente a este y lo que separaba esa «zona de espera» del resto del estudio era una larga cortina negra.

Hunter se sentó con gracia sobre una de las sillas, pareciendo todavía entretenido con la frustración de Tony.

—Cuida lo que dices, podrías salir de aquí con un culo tatuado en el brazo —le dijo, desplazándose detrás del mostrador.

Hunter se echó a reír y yo me cubrí la boca para disimilar que imaginarme un trasero tatuado en el brazo de Hunter quizá podría hacerme el año completo.

—Estaré preparando todo mientras deciden qué querrán tatuarse —nos informó Tony, dejando caer un gordo libro de diseños encima del mostrador y alzando la vista hacia mí—. Hunter me dijo que eras una virgen de tinta. Mi único humilde consejo es que elijas bien —añadió con una sonrisa, ajeno al hombre gruñón que se acababa de dirigir a Hunter y luciendo más como otro Deganutti—. Si hay algo que duele más que tatuarse, es removerlo.

Con un asentimiento cohibido de mi parte, caminó hacia la cortina negra y desapareció tras ella. Me moví hacia donde había dejado el libro de diseños y lo abrí, comenzando a hojear las opciones. No tenía idea de qué quería, me había cerrado tanto a la idea de un tatuaje que nunca tuve uno en mente en caso de que se diera la oportunidad. De lo único que estaba segura era que debía significar algo, que me hiciera sentir cosas al mirarlo.

—Yo no necesito buscar, ya sé lo que quiero. —Noté por el rabillo del ojo a Hunter parándose junto a mí.

—No es justo —lo acusé, saltándome las páginas de las flores. Nada de flores—. Tú pensaste todo esto con anticipación, yo tengo poco tiempo para elegir algo significativo que estará marcado en mi piel de por vida.

Soltó una suave risa entre dientes.

—Olvidé a quién estaba trayendo aquí —se rio.

Le lancé una mirada de pocos amigos.

—Vale. —Extendió una mano para detener mi inspección y antes de poder protestar, me arrebató el libro—. Primero que nada, debes escoger dónde lo querrás.

—Esa es bastante fácil; en un lugar donde pase desapercibido ante los ojos de mis padres —respondí sin vacilar.

Di un respingo cuando sentí su dedo inesperadamente trazar una línea a un costado de mi cadera. La zona continuó cosquilleando incluso cuando apartó su mano.

—¿Qué tal ahí? —preguntó—. Tendrías que estar desnuda para mostrarlo, ¿no?

Mi garganta se secó después de esa última frase. Era ridículo que un comentario así de casual e inofensivo me tuviera con el rostro ardiendo. Lo peor fue que tenía razón... era una buena ubicación para ocultarlo.

—Me gusta —reconocí, evitando mirarlo—. Ahora, ¿podrías dejarme seguir buscando? Si termino tatuándome una mariposa ordinaria en la espalda baja, quedará en tu consciencia para siempre.

Esperé que quitara su brazo del libro para volver a abrirlo, mas él hizo todo lo contrario; lo arrastró lejos de mí, haciendo que lo mirara. Ahora estaba recostado sobre el mostrador, descansando su cabeza en su mano y usando su torso para bloquearme el acceso hacia el libro.

—Todos estos diseños son genéricos. Conociéndote, tendrías que pasar horas buscando para encontrar uno que valga la pena —me dijo, sin moverse ni un centímetro—. Dijiste que querías algo significativo, ¿no?

—Sí —contesté, tratando de no distraerme con sus pecas.

Reflexioné en si me gustaba o no la sonrisa que estaba comenzando a nacer en sus labios.

—¿Confías en mí?

—No cuando sonríes de esa forma —admití.

Eso solo lo hizo sonreír más.

—Tengo algunas ideas, pero será una sorpresa, no podrás ver el diseño hasta que Tony lo termine —propuso.

—¿Estás pidiéndome que te confíe a ti una cosa tan delicada como un tatuaje? —le pregunté, esperando que me dijera que estaba bromeando.

Él hizo un burlón gesto pensativo y luego regresó sus ojos a mí.

—Sí, básicamente eso es lo que te estoy pidiendo.

Comencé a sacudir la cabeza, lista para negarme a una locura de esa magnitud. Sin embargo, mi cabeza se detuvo en seco al ver que estaba dándome la tercera mirada intensa de la noche. Nunca había visto a Hunter permanecer tanto tiempo en esa segunda versión de sí mismo. No conmigo, al menos. Mi cabeza estaba tan revuelta para ese momento que ya la parte racional había dejado de luchar. Viéndolo desde una perspectiva, toda la noche estaba representando un acto de rebeldía contra mí misma, contra lo que una Saige de meses atrás hubiese hecho en mi lugar.

Y todo tenía que ver con él. No me gustaba la idea de agradecerles a mis padres (o a Henry) por lo que hicieron, pero no hubiera podido estar ahí, sintiendo ese arrebato de adrenalina y escuchando a mi corazón bombear en mis oídos, si no nos hubiesen forzado a fingir.

La respuesta de si confiaba en él vino cuando me imaginé un escenario donde Hunter y yo no hubiésemos coincidido nunca; ni en la escuela, ni en el despacho de su padre. Imaginarlo como un extraño e imaginarme a mí como la misma chica que tenía un distorsionado concepto de «diversión» de tomar media copa de vino y mirar a sus padres trabajar durante la cena, me hizo entender que, de todas las personas en mi vida, tal vez Hunter era la persona en la que más confiaba. Ni siquiera Keegan, él.

—Soy capaz de demandarte si llego a ver un robot o la palabra «Stepford» tatuada en mi cadera —le dije, tratando de sonar amenazante.

Hunter soltó una carcajada mientras se impulsaba lejos del mostrador y se apartaba de mí.

—Espera aquí. —Creo que pensó que podría arrepentirme de haber accedido, ya que desapareció detrás de la cortina negra antes de que pudiera asimilar lo que acababa de pasar.

Me distraje con el arte en las paredes para evitar pensar demasiado en que Hunter estaba allí dentro eligiendo algo que quedaría permanente en mi piel. Al cabo de unos cinco minutos, escuché un «¡Puedes entrar!» de su parte. Tragué saliva y me dirigí hacia la cortina negra.

Si no existiera dicha cortina, el estudio sin duda luciría mucho más amplio. Del otro lado de esta, la habitación era doble de grande que la recepción. Había dos sillas de tatuajes, un espejo de cuerpo completo pegado a la pared, junto a varios estantes con tintas de colores y otros insumos.

Mis ojos se detuvieron ante la vista del torso desnudo de Hunter. Nunca lo había visto sin camiseta y no sé por qué su musculatura me tomó tan desprevenida. En el buen sentido. No lo veía como al tipo de chico que le gustara ejercitarse, pero supongo que tenía sentido hacerlo cuando el gimnasio estaba casi a tres puertas de su habitación.

—¿Qué?

Oh por Dios, había estado mirándolo demasiado tiempo.

—¿Querías ir primero en caso de que te acobardaras? —bromeó, interpretando mi ojeada como nerviosismo.

—No me acobardaré. —Puse los ojos en blanco y tomé asiento en una de las sillas que se encontraban junto a Tony.

No me pasó desapercibida la mirada que intercambiaron entre ellos antes de que Hunter se sentara en la silla frente a nosotros y adoptara una posición que dejaba al descubierto la parte trasera de su cuello.

—Me alegra saber que maduraste un poco desde la locura que cometiste con ese —le comentó Tony a Hunter, señalando el tatuaje de estilo de brazalete que le rodeaba el bíceps izquierdo.

—¿De qué hablas? Me encanta mi tatuaje —respondió Hunter, divertido.

—Te lo hiciste al azar, solo para enojar a tu padre —le recordó el hombre.

—Exacto, me encanta mi tatuaje —repitió, haciéndome sonreír—. Tiene un increíble valor sentimental.

Ese fue el final de la conversación, ya que Tony se sumergió en el proceso y caímos en un silencio cómodo. Sentí curiosidad por preguntar por qué Hunter se estaba tatuando un pequeño código de barra en su nuca, pero no quise interrumpir la concentración de Tony, así que me limité a verlo trabajar durante no más de veinte minutos.

Creí que a medida que pasaran los minutos, de alguna manera me arrepentiría de lo que estaba haciendo. Sin embargo, el arrebato de adrenalina cada vez se hacía más intenso.

—Es tu turno. —Salí de mis pensamientos de un salto y me erguí.

Hunter se estaba levantando de la silla mientras que Tony parecía encargarse de cambiar la aguja de la máquina.

—¿Quieres apoyo moral o espero del otro lado de la cortina? —indagó él, pasándose con cuidado su jersey azul por encima de la cabeza.

No entendí por qué querría dejarme sola hasta que Tony sintió mi silencio confuso y dirigió su atención hacia mí.

—El chico me dijo que lo querrás en la cadera, necesitaré que te bajes un poco los pantalones para que evitemos accidentes garrafales —me explicó.

Oh.

—Uh... creo que prefiero apoyo moral —le contesté a Hunter, sincera.

—Esto va más allá de las instrucciones escritas en ese informe, pero haremos la excepción esta vez —dijo en tono burlón.

Le agradecí con la mirada por intentar no volverlo incómodo. Tony ajustó la silla para que esta se convirtiera en una especie de camilla y yo hice lo que me pidió. Cuando mis pantalones estuvieron enrollados en mis muslos, sentía que mi rostro iba a explotar de calor. Había olvidado que justo ese día decidí usar una braga tipo tanga.

No había manera en el mundo en que me atrevería a hacer contacto visual con Hunter, por lo que, sin mirarlo, me acosté en la posición que Tony me indicó. Estuve cerca de ver el diseño que Hunter había elegido, pero un chasquido de dedos me sobresaltó antes de que pudiera detallarlo.

Miré a Hunter, frustrada.

—Mantén los ojos aquí, Wisener —me replicó, esbozando una sonrisa burlona—. Acordamos que sería una sorpresa.

—No puedes culparme por querer husmear, recuerda a quién trajiste aquí —lo cité, sarcástica.

—Me siento tan confiado que te daré permiso de destrozarme la cara si lo odias.

El sonido de la máquina cortó nuestra charla. Él se recostó sobre el espaldar de la silla y articuló un «Cierra los ojos». Enseguida lo hice. De repente, los nervios me golpearon con la misma fuerza que la aguja en mi piel. El ardor me hizo contraer toda mi cara y permanecí así, reprimiendo el dolor durante lo que pareció una verdadera eternidad.

Hice una nota de mental de pensarlo mejor la próxima vez que quisiera otro tatuaje.

El silencio me hizo abrir los ojos. El rostro divertido de Hunter fue lo primero que vi, lo segundo; nuestras manos apretadas entre el espacio entre nosotros. Ni siquiera me había percatado de que le había tomado la mano en medio del dolor.

—Te ofrecería una paleta de compensación, pero Tony se rehúsa a la idea de los dulces, dice que desentonan con el ambiente rudo —se burló, dejando escapar una risa cuando rápidamente aparté mi mano de la suya.

Tony le pegó en la cabeza con uno de los guantes que se acababa de quitar.

—Mi trabajo aquí está hecho —anunció el hombre, desechando los guantes en el basurero y dirigiéndose hacia la puerta en el fondo de la habitación—. Iré al baño, estaré atento a los gritos en caso de que tenga que intervenir en alguna pelea.

No pude evitar reírme de forma histérica mientras bajaba de la camilla y me ajustaba los pantalones para poder caminar sin caerme. Si Hunter me había tatuado un robot, probablemente sí, terminaría matándolo.

—Juro por Dios, Hunter, que si es un robot voy a... —comencé a decirle en voz alta, saltando hacia el espejo de cuerpo completo, sin querer esperar un minuto más para ver con qué tendría que vivir el resto de mi vida.

Lo que estaba escrito en mi cadera detuvo cualquier sermón que mi cerebro se estuviera inventando. De hecho, lo detuvo todo. Las palabras quedaron flotando en mi cabeza, mi respiración comenzó a hacerse más acelerada, acompañando en velocidad a los latidos de mi corazón. Era una simple palabra en una simple letra san serif, pero a medida en que la leía una y otra vez, las lágrimas acumuladas en mis ojos me dificultaban la tarea de seguir admirándola.

«(Im)perfecta». Esa era la palabra. El «(Im)» estaba tatuado en tinta blanca, el resto en tinta negra, así que debías acercarte lo suficiente para ver el «(Im)»; de lo contrario, parecía... invisible.

—Pensé que sería algo que podrías llevar toda tu vida como un recordatorio de que ambos adjetivos pueden coexistir, y eso está bien.

Me volví hacia Hunter, parpadeando. No se había levantado de la silla, me estaba mirando desde su posición, con una lenta sonrisa apareciendo en sus labios al percibir la conmoción en mi rostro.

—Tomaré como una buena señal que no luces a punto de destrozarme la cara —añadió, satisfecho.

Lo siguiente que pasó creo que fue la primera cosa en mi vida que realmente no premedité, no analicé, no enlisté o siquiera registré en mi sistema. Es cuestión de segundos, pasé de estar de pie frente al espejo... a estar sentada en el regazo de Hunter, tomando su rostro entre mis manos y rompiendo la única regla que habíamos establecido cuando empezamos nuestra relación falsa.

Lo besé. No pude evitarlo. Era como si mi mente hubiese borrado toda la lista de razones por las que no debía hacerlo. Como si ya mi cuerpo no pudiera pasar un minuto más reprimiendo y ocultando lo que había estado sintiendo las últimas semanas. Como si acabase de confirmar que no se trataba de solo algo superficial.

Y como si necesitase probar si él también sentía lo mismo.

Le tomó un par de segundos recuperarse del shock. Su falta de reacción me hizo pensar lo peor. No obstante, mi corazón casi amenaza con convertirse en una bomba nuclear cuando sentí que sus labios me correspondían. Estaba besándome de vuelta.

Conocer los besos de Hunter vergonzosamente había formado parte de mi lista sobre él. Me preguntaba si serían tan caóticos e imponentes como su personalidad. Lo eran.

En cuanto pudo tomar el ritmo, ya no fui yo quien guiaba el beso. Mis manos cayeron en sus hombros cuando las suyas se enredaron en mi cabello, haciéndome girar la cabeza para que su lengua tuviera el acceso que quería. A ambos se nos escapó un jadeo de sorpresa cuando nuestras lenguas se tocaron. No... no nos esperábamos que se sintiera tan bien, tan correcto, tan...

—Bueno, supongo que eso significa que le gustó —comentó Tony, aclarándose la garganta con incomodidad.

Nos separamos abruptamente, saliendo de nuestro trance. Ninguno de los dos miró a Tony. Estábamos tan sorprendidos por lo que acababa de pasar que él interrumpiéndonos era el menor de nuestros problemas.

Oh, Dios mío, acababa de besarlo... 

Y él acababa de besarme a mí.

Creo que este ha sido el capítulo más intenso hasta ahora. Dios Santooooooooo, se prendió esta mieeeeerdaaa, llamen a los bombeeeeerooooos que tenemos una emeeeergiaaaaa.

De verdad que disfruté mucho escribiendo este capítulo porque fangirleé en cada segundo que vi este faceta distinta de Hunter. No sé a ustedes, pero me gusta, me gusta mucho verlo así. #TeamHunterCursi

No me quiero extender demasiado porque NECESITO YA leer sus reacciones, quiero saber si fangirlearon tanto como yo, así que me retiro.

Besitos venezolanos  con unos perros calientes ricos.

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