19 │De Planes (In)útiles
SAIGE
AHORA:
—¿Estás segura de que te encuentras bien? —me preguntó Harper, intercambiando miradas entre el papel en mis manos y mi rostro.
Parpadeé, siendo incapaz de apartar mis ojos de la gran letra C y de la lista de horrendas observaciones que la acompañaba. «Inconsistente», «sin buen argumento», «falta de fuentes», «flojo», todas escritas con un rotulador rojo intenso y en letras grandes, como si el profesor buscara transmitirme su decepción a través de ellas.
Tragué saliva con fuerza, espantando el nudo que se había instalado en mi garganta. Otro ensayo reprobado. La tercera C que recibía. Obtener varias malas calificaciones dentro de un corto periodo de tres semanas sin duda era un nuevo récord para mí. Y no de la clase de récords de los que podía sentirme orgullosa.
«¿No era esto parte del plan, Saige?», me recordé, sacudiendo la cabeza. Sí, era parte del plan, solo que eso no amortiguaba menos el golpe. Nunca había tenido malas calificaciones antes, y saber que esas C eran el resultado de no estar dando mi cien por ciento en las clases... era peor que el malestar de resaca que sentía en ese momento.
—Estoy bien —le contesté, finalmente reaccionando y arrugando el papel hasta convertirlo en una pequeña bola en mi mano—. Solo me duele la cabeza, creo que fue mala idea salir de fiesta en día de semana —traté de bromear.
Forcé una sonrisa para terminar de tranquilizarla y comencé a guardar mis libros en mi mochila. Noté por el rabillo del ojo que ella no captó la indirecta y continuaba mirándome con atención.
—Voy a decirlo porque para este punto, ya sabes que soy una chica imprudente y sin filtros —dijo, colocando su mano en mi hombro para llamar mi atención.
Dejé de guardar mis cosas y volteé a mirarla, preparándome para lo que fuese a decir. Por la manera en que me estaba devolviendo la mirada, ya tenía una idea de las palabras que saldrían de su boca. Apreté con fuerza el bolígrafo que estaba sosteniendo. «No lo digas, no lo digas...».
—Saige, no pareces estar bien. —«Lo dijo»—. Y no me refiero a que no estás bien por haber reprobado el ensayo, sino... en general, no te ves bien.
«No pareces estar bien». Era un comentario válido, sobre todo porque hacía un par de semanas, oficialmente había renunciado al privilegio de «estar bien». No, no estaba nada bien, y dudaba mucho que ese estado mental cambiara algún día si continuaba viviendo en Nueva York, estudiando en Columbia y rodeada del constante recordatorio de que pausé un año de mi vida por personas a las que les tenía sin cuidado.
Odiaba Nueva York. Odiaba lo que representaba, y odiaba aún más que mis padres tuvieran el descaro de decirme —a través de un mensaje de texto— que no permitirían que dejara Columbia hasta que terminara el semestre. No quería terminar el jodido semestre, todo lo que les pedía era un boleto sin retorno a Londres, olvidarme del grave error que había sido volver, y no mirar nunca más hacia atrás.
Todo lo que quería era hacer lo que debí haber hecho hacía un año; olvidarme de mi vida en Nueva York sin remordimiento alguno.
Así que, luego de esa noche en Nueva Jersey, llamé a la única persona que no le importaría escuchar otro episodio de llanto inentendible; mi primo Griffin. Lo puse al tanto de cómo lo que planeamos había salido peor de lo que imaginé, le conté sobre lo tonta que había sido al pensar que volver sería la mejor opción. Le hablé de lo que había pasado temprano en el partido, de mi conversación con Hunter, y de mi conversación con Sawyer también. Duramos horas al teléfono, y al final, me dijo lo mismo que había estado pensado, pero que no quería admitir en voz alta: Nueva York ya no tenía nada para mí, permanecer en la ciudad solo me estaba haciendo daño.
Pensé que mis padres no dejarían pasar la oportunidad de enviarme lejos de nuevo, sin embargo, ellos fueron bastante contundentes con su mensaje. No permitirían que interrumpiera el semestre de esa forma y cito: «Es lo menos que puedes hacer por nosotros». Creo que esa fue la frase que desencadenó en mí un nivel de resentimiento que no pensé experimentar nunca. Desde entonces, el resentimiento me llevó a idear un plan B.
O bueno, fue más un acto impulsivo al que luego llamé «plan B».
Estaba tan enojada que al día siguiente salí de fiesta. Necesitaba drenar toda la impotencia y frustración, así que bailé, me emborraché, fingí que esa era realmente mi vida; una simple y divertida chica universitaria, sin ninguna preocupación en la vida, disfrutando de su viernes por la noche. Y funcionó. Funcionó ese sábado por la noche también. Y, cuando el domingo por la mañana recibí un mensaje de texto de mamá diciendo que uno de sus colegas me había visto vomitando junto a la entrada de mi residencia, supe que ese sería mi boleto a Londres.
Mantener su reputación siempre sería más importante que cualquier problema que tuvieran conmigo, por lo que solo debía seguir haciendo lo que estaba haciendo, y eventualmente ellos preferirían mandarme de regreso a Londres. Era... un ganar-ganar.
—Hace unos días me topé con tu amigo Sawyer. —Harper le dio un apretón a mi hombro, sacándome de mis pensamientos.
—¿Ah, sí? —Regresé mi atención a mi mochila para terminar de guardar lo que quedaba en mi escritorio y así poder huir de la conversación.
—Sí —contestó ella—. Confieso que me acerqué con el mero propósito de insultarlo ya que pensé que él era el culpable de lo que te pasaba, pero... me dijo que no había hablado contigo desde esa noche.
Sentí una pequeña punzada en el pecho. No lo iba a negar: echaba de menos mis carreras matutinas con Sawyer. En realidad, echaba de menos pasar tiempo con él en general. Sawyer fue la primera amistad que tuve desde que volví de Londres, y desprenderme de eso había sido difícil... pero necesario. Lo menos que quería era arrastrarlo al constante drama en mi vida, o causarle problemas con sus amigos. Además, me sentía mortificada por la conversación tan incómoda que tuvimos esa noche de camino a casa.
No es algo que quiera rememorar.
—Y que la última vez que te vio fue borracha en una fiesta de los Sigma —continuó Harper, a pesar de estarle enviando claras señales de que no me apetecía habar sobre ese tema—. Y sé que probablemente esté sobrepasando algunos límites al decirte esto, porque bueno, no es como si tú y yo fuéramos las mejores amigas ni nada por el estilo; sin embargo, suelo leer muy bien a las personas y también soy una excelente oyente, así que... —Hizo una pausa, viéndose incómoda por primera vez desde el comienzo de la conversación—. Si no te sientes bien y necesitas hablar con alguien, puedes hablar conmigo —suspiró—. Eso es a lo que quería llegar.
—Vale, gracias. —Asentí con la cabeza sin mirarla.
Ya estaba sensible por lo del ensayo. Tenerle a ella diciendo esas palabras, iba a terminar jodiendo mi plan, y eso era algo que no podía permitirme. Me agradaba Harper, me agradaba tanto como Sawyer, mas no quería tener esa conversación... con ella, ni con nadie.
—Tengo que irme, llegaré tarde a mi próxima clase —me apresuré a decirle, dándole la espalda y corriendo escaleras arriba en busca de la salida del aula.
Por primera vez en semanas, las ganas de saltarme mi última clase del día y encerrarme en mi dormitorio a derrumbarme casi me ganan. No me había derrumbado desde el colapso nervioso que tuve con Griffin al teléfono. Y créanme, mantener mis emociones bajo control no fue fácil, sobre todo después de lo que ocurrió en la fiesta de los Sigma hacía una semana atrás. Fue en ese momento que pude entender un poco a Hunter, ya que lo único que impidió que cediera a todo lo que me dijo en esa habitación, fue el resentimiento.
Estaba enojada con él. Y también me había cansado de correr tras algo que claramente significó mucho más para mí que para él. Toda la noche de Nueva Jersey me sirvió para entender eso.
Además... su mensaje había quedado bastante claro. Y ni siquiera la parte de mí que todavía quería saltar en sus brazos, iba a convencerme de desistir de mi plan.
Mi meta era estar en Londres para antes de noviembre.
—¿Qué tal, hermosa?
Di un respingo del susto y me llevé la mano al pecho mientras alzaba la vista hacia Brad. Había estado tan perdida en mis pensamientos que no registré que era él la persona que estaba recostada en la pared frente a la puerta del aula.
—Hola —lo saludé sin aliento—. Me asustaste, ¿qué haces aquí? —le pregunté, extrañada de verlo.
Había estado «viendo» a Brad desde hacía más o menos un mes, y en todo ese tiempo, nunca lo había visto en pleno día, mucho menos alrededor del campus. Lo cual era intencional. Dado que lo de nosotros no era precisamente «una relación». Ambos dejamos claro que ninguno buscaba nada serio. Él, por sus evidentes problemas con el compromiso, y yo, pues, porque no quería tener nada romántico con nadie cuando pronto estaría fuera de la ciudad.
Además, no era como si Brad y yo tuviéramos algo en común aparte de ir de fiesta juntos... entre las otras cosas que hacíamos.
—Quería sorprenderte, ¿tiene eso algo de malo? —Él se encogió de hombros, haciéndose el inocente mientras se acercaba a rodear mi cintura con sus brazos.
Enarqué una ceja, todavía buscando en sus ojos azules el verdadero motivo de su gesto. Él no parecía, en absoluto, la clase de chico que se molesta en «sorprender» a la chica con la que solo sale de fiesta y tiene sexo casual. Había sido una de las razones por las que cedí ante sus coqueteos la noche en que nos conocimos, porque pude notar a simple vista que estaba lejos de ser material para novio.
—Nunca nos hemos cruzado en horario de clases —le comenté, suspicaz.
—Sí, es por eso que me costó tanto encontrar tu clase sin tener que preguntarte —confesó, riendo entre dientes y tomándome fuera de guardia al inclinarse para besarme en los labios.
—Vale, estás actuando raro —señalé, entrecerrando mis ojos.
Todo el encuentro me tenía algo incomodada, ya que, hablando con total honestidad, para ese punto mis emociones estaban un poco... bloqueadas, por así decirlo. Mi único objetivo era ganarme mi boleto a Londres sin quebrarme en el intento, y eso requería mantener mis emociones bajo llave. No quería citar las palabras de mi madre, pero, sentir demasiado te volvía una persona débil y había aprendido por las malas la verdad detrás de esa frase, así que estaba reacia a crear cualquier vínculo amistoso o romántico con alguien durante las siguientes semanas. Y ver a Brad aparecerse de repente, abrazándome y besándome de esa forma en público, más que impresionarme, me ponía inquieta y a la defensiva.
—¿No deberías estar tú en alguna clase? —inquirí, empujándolo un poco para que sacara su rostro de mi cuello y dejara de besarlo.
—Debería, pero no estoy —contestó con humor—. O bueno, técnicamente sí estoy —se corrigió, esbozando una sonrisa maliciosa—. Un idiota novato de los Sigma está siendo Brad ahora mismo y presentando un examen bastante difícil en mi nombre.
Asentí lentamente con la cabeza, conteniendo el comentario de la Saige dentro de mí que no pudo evitar enumerar la cantidad de faltas que Brad estaba cometiendo.
«Gigi, enfócate en lo importante: que es buen besador, y es bueno en la cama también».
—Así que mientras él me consigue una A, podrías ayudarme a matar un poco el tiempo —añadió, enterrando otra vez su cabeza en mi cuello para dejar un par de besos y erguirse.
—¿Entonces te molestaste en buscarme por todo el campus solo porque quieres matar el tiempo?
Él esbozó una amplia sonrisa, pareciendo entretenido con mi sarcasmo, y, por alguna razón, eso me hizo bajar la guardia. A veces los chicos venían con esa clase de sonrisa que podía darles pase libre para muchas cosas. Brad tenía una de esas; coqueta, carismática y llena de confianza.
—Sí, y no. —Comenzó a jugar con el collar que traía puesto—. Realmente estaba buscándote para hablarte sobre algo, pero ahora que lo mencionas, estoy abierto a todas las opciones.
Puse los ojos en blanco y le devolví la sonrisa, sintiéndome aliviada.
—A diferencia de ti, yo sí necesito estar en mi próxima clase —le dije, echándole un vistazo al reloj en mi muñeca—. Y si no me apresuro, llegaré tarde.
—Así que esta es la Saige sobria —señaló en tono burlón—. ¿Cerebrito durante el día y chica alocada por la noche? Confieso que no vi venir ese giro inesperado de eventos. —Jaló la cadena de mi collar hasta que nuestros rostros estuvieron lo suficiente cerca para besarnos—. Es bueno saberlo, a mi padre le encantará eso.
—¿A tu padre? —Fruncí el ceño, dando un paso atrás como si me hubiera dicho que tenía una enfermedad contagiosa.
—Sí, de eso quería hablarte —dijo, mordiéndose el labio—. Verás, mi padre organiza este aburrido evento cada año en nuestra casa y siempre me echa mierda porque nunca llevo un acompañante y bueno, creí que podría cambiar eso este año.
Mi rostro debió delatar por completo mi horror, ya que él se apresuró a agregar:
—Antes de que me des una patada en el culo y rechaces la invitación, aclaro que esto no es un intento de ascender de mi cómodo puesto de revolcada casual. Me gusta mucho solo ser tu revolcada casual.
Claramente Brad no era ni sería nunca un poeta romántico, pero sus palabras, de hecho, lograron tranquilizar mi pequeño momento de pánico. Creo que habría sido peor si él me hubiera dicho que quería salir a una cita en serio.
—Así que tómalo como un simple favor a un amigo. —Regresó a mi espacio personal y me dedicó su mejor mirada juguetona—. Un buen amigo, que te da unos muy, muy, buenos orgasmos, y, que esta noche necesita de tu ayuda.
—No lo sé, Brad... —Sacudí la cabeza, sin estar todavía convencida de que fuese buena idea.
Sabía que el padre de Brad era un adinerado hombre de negocios, lo que significaba que a ese evento probablemente iría alguna que otra persona del mismo círculo de mis padres. Y por un lado, tal vez sería la oportunidad perfecta para subirle la intensidad a mi plan; sin embargo, por el otro, aunque ya había pasado un año, la posibilidad de que las personas aún recordaran todo el escándalo, me generaba una ansiedad que me apretaba el pecho de tan solo imaginarme los murmullos y las miradas despectivas. No creía estar lista para enfrentarme a eso.
—Vamos, hermosa —insistió, sobornándome con más besos—. Sé que ir a uno de esos eventos puede sonar aburrido, o bueno, sí es aburrido como el infierno, pero si me acompañas tendré una buena excusa para largarme temprano.
Él quiso profundizar el beso como método de persuasión y yo no pude evitar cerrar los ojos, recargándome sobre su cuerpo mientras le permitía que me besara de esa manera tan lujuriosa frente a todo un pasillo repleto de estudiantes (y profesores). Vale, le estaba funcionando, quizá no para convencerme del todo, mas sí para distraerme de lo demás que había estado pensando antes de toparme con él.
Cuando dije que Brad tenía el don de ser buen besador, no estaba mintiendo.
—Después podríamos regresar a mi dormitorio —susurró entre besos—. Y ahí, me encargaría de agradecerte por tu colaboración. —Para probar su punto, se presionó contra mí, dejándome saber, sin necesidad de palabras, lo que le estaba provocando el beso.
Mi cuerpo tuvo una reacción inmediata y quiso acercarse para besarlo con mayor entusiasmo. No obstante, de un segundo a otro, sus labios —y en realidad, todo de él— estuvieron bastante fuera de mi alcance.
No entendí por qué se había alejado tan repentinamente hasta que lo escuché insultar a alguien.
—¡Oye, imbécil, aprende a caminar! —gritó Brad, sobándose el hombro al tiempo que le lanzaba una mirada de muerte a quienquiera que fuese que lo había tropezado—. Idiota.
Entrecerré mis ojos con recelo al reconocer las ondas color azabache y la espalda del chico que ahora caminaba lejos de nosotros. Hunter. No lo había visto desde la noche de la fiesta, y su presencia sin duda no era accidental. Estábamos en el edificio de la Escuela de Leyes, no había manera en que él solo estuviera pasando por casualidad. La posibilidad de que estuviera ahí por mí me provocó una familiar sensación en la boca de mi estómago. Sin embargo, esa sensación fue rápidamente reemplazada por mi reciente resentimiento hacia su imbécil persona.
Apreté los labios. Al parecer, no había sido lo suficiente clara cuando dije que me dejara en paz.
—De verdad tengo que irme a la siguiente clase —le dije a Brad, siguiendo todavía a Hunter con la mirada para no perderlo de vista.
—Vale, vale —respondió él, acercándose de nuevo—, pero debes darme una respuesta sobre lo de esta noche antes de que te vayas.
—Vale, iré contigo, puedes mesajearme luego, tengo que irme —accedí sin darle muchas más vueltas al asunto. Si no iba tras Hunter, no lograría alcanzarlo.
—Perfecto. —Él sonrió satisfecho.
Tomé la oportunidad de despedirme con un corto beso y comenzar a caminar a paso rápido hacia la salida que Hunter acababa de cruzar. Escuché que Brad intentaba decirme otra cosa, pero mi mente solo estaba enfocada en empezar a componer un discurso de «No te quiero cerca» que sonara lo suficiente convincente.
Pensé que lo había perdido cuando salí al área verde del campus y no pude distinguirlo entre el resto de los estudiantes. Me puse de puntillas e hice un escaneo más amplio. Mis ojos se detuvieron al conocer su inconfundible mata de cabello. Se encontraba de pie con medio cuerpo escondido junto a una de las estatuas que adornaban los alrededores. Desde donde estaba, podía ver que estaba fumándose un cigarrillo.
Tomé una respiración profunda antes de acercarme. «Procura mantener la compostura, Saige, sé igual de fuerte que esa noche, solo di lo que tengas que decir, date la vuelta y huye».
—¿Qué fue eso? —Utilicé mi mejor voz de reproche mientras llamaba su atención dándole un pequeño empujón.
Él dio tal respingo que de la sorpresa casi deja caer el cigarrillo que sostenía entre sus dedos. A juzgar por la sorpresa en su rostro, no se esperó que lo siguiera. Y, a juzgar por el otro apretón en el estómago que sentí en cuanto sus ojos azules atraparon mi mirada, debí pensar mejor la idea de seguirlo. La cantidad de alcohol que bebí la noche en que discutimos quizá contribuyó en mostrarme fría y firme. Sobria... permanecer firme iba a costarme mucho más.
—¡Saige, pero qué coincidencia! —expresó con un molesto y falso tono de felicidad—. Ah, ¿eras tú allí dentro? Lo siento, es que me fue imposible reconocerte con la sanguijuela descerebrada chupándote la cara.
Exhalé con fuerza. Bueno, si iba a lidiar con el Hunter idiota, permanecer firme no iba a costarme tanto, después de todo.
—¿Por qué estás aquí, Hunter? —resoplé con hastío—. Creí haberte dicho que me dejaras en paz.
—La última vez que revisé, soy estudiante de Columbia, así que no entiendo tu pregunta —me contestó, metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta para mostrarle su carnet de estudiante.
—Y yo la última vez que revisé, no estudiabas Leyes, así que ya puedes parar de comportarte como un idiota. Dime por qué me estás acosando.
—No estoy acosándote. —Puso los ojos en blanco como si le hubiera dicho algo absurdo y dejó de mirarme para concentrarse en su cigarrillo.
Me crucé de brazos.
—¿Ah, no? Entonces que estuvieras en el edificio de la Escuela Leyes, en el mismo pasillo que mi clase y que tropezaras con Brad es toda una loca coincidencia —presioné, sarcástica.
—Después de las últimas semanas, ya hemos aprendido que el universo tiene formas retorcidas de entretenimiento, ¿o no?
Por supuesto, él no admitiría nunca la verdadera razón por la que estaba siguiéndome y aunque en el fondo, esa parte que seguía afectada por su presencia, esperaba obtener más del mismo Hunter que vio esa noche en la habitación de Brad, tal vez era mejor así. Era más fácil enfrentarse a Hunter cuando usaba su escudo de sarcasmo, que cuando dejaba ver lo que había detrás. Al menos, era más fácil para mí.
—Vale, ¿sabes qué? No quiero saber —dije entonces, cambiando de peso mi mochila y resaltando mi aire indiferente—. Solo quiero que «el universo» entienda el mensaje y deje de hacerte aparecer «mágicamente» después de que ambos fuéramos claros en expresar que nuestras vidas están mil veces mejor sin el otro en ella.
«Muy buen discurso, Saige, muy bueno; corto y directo. Ahora, es momento de huir».
Me arriesgué a sostenerle la mirada una última vez para reforzar la seriedad de mis palabras, lo cual fue... un terrible error. Mi corazón me traicionó una vez más y comenzó a latir con fuerza. Toda mi valentía flaqueó y las alarmas se encendieron en mi cabeza al ver la expresión en su rostro. Todo en él me gritaba que necesitaba alejarme antes de que dijera lo que estaba pensando que diría y me viera envuelta en una situación igual que la de esa noche en la fiesta.
Así que eso fue lo que hice.
O bueno, eso fue lo que intenté hacer.
Me di la vuelta para comenzar a huir como el infierno de ahí. No obstante, a diferencia de esa noche, él no dejó que me fuera; en cambio, me tomó con firmeza del brazo para evitar que escapara.
«Joder». Intenté sacudirme de su agarre, pero me mantuvo en mi sitio hasta que estuvo plantado frente a mí, obstruyéndome el paso.
—Muévete, por favor —le pedí, conteniendo mis ojos en su pecho para no volver a cometer el error de mirarlo a la cara.
—Sí te he estado acosando —soltó de repente, provocando que mi cuerpo se tensara de pies a cabeza.
Tragué fuerte para pasar el nudo en mi garganta y recuperar la firmeza en mi voz.
—Dije que no quería... —Intenté de nuevo.
—He estado pasando por aquí todas las mañanas desde la fiesta —me cortó, sin darme oportunidad de volverlo a interrumpir ya que comenzó a hablar rápido—. Sé que has venido a clases con resaca los últimos siete días y dos de ellos, viniste hasta con la misma ropa. En uno, casi vomitaste la estatua cerca de la entrada, gracias a Dios no lo hiciste, porque si no habría tenido que...
—Ya fue suficiente. —Sacudí la cabeza y lo miré a los ojos, sorprendida de que... hubiese acertado en todo—. No es justo, Hunter, ¿es que no lo entiendes? No estás siendo justo.
Apretó la mandíbula y bajó su mirada al suelo durante un segundo, sin saber qué responder a eso. Porque él estaba consciente que tenía motivos para estar molesta. No era justo que luego de haber rogado por aunque fuese el más mínimo cierre entre nosotros, y que él optara por rehusarse, de repente decidiera convertirse en mi «héroe» de nuevo. Yo ya estaba en proceso de asimilar la idea de que pronto dejaría Nueva York y me alejaría de todo el drama, de que me alejaría de él, justo como me lo había pedido a gritos en Nueva Jersey. No necesitaba que me lo hiciera más difícil de lo que ya era.
—Lo sé, no es justo para ninguno de los dos —me dijo, alzando la vista en un resoplido—. Y también sé que piensas que soy un imbécil, lo cual no negaré que sigo siendo, pero... supongo que hay hábitos que no he podido borrar.
—Claramente —respondí, señalando el cigarrillo con la mirada, en un intento de ganar tiempo para poder escapar de la conversación.
—Saige, me cabrea ver que no estás bien, tanto como me cabrea tener que admitirlo, ¿vale? —continuó, dando un paso atrás, luciendo lo más frustrado que lo he visto lucir en mucho tiempo.
Lanzó al suelo el cigarrillo a medio acabar y se llevó ambas manos a su cabello mientras miraba al cielo, como si le estuviera pidiendo algo a Dios. Paciencia, ayuda, no llegué a adivinar qué era, ya que enseguida bajó la vista y clavó sus ojos en los míos con una mezcla de rabia, frustración y cansancio.
—¿Crees que esto fácil para mí? —me preguntó, viéndose alterado—. ¡He estado perdiendo la maldita cabeza! No importa lo tanto que me repita a mí mismo que ya no eres mi problema, lo siguiente que sé es que estoy siguiéndote a todos lados como un jodido acosador.
—¡No estoy pidiéndote que lo hagas! —le dije, contagiándome de su enfado.
—¡Lo sé! ¡Eso es lo que lo hace peor! —gritó de vuelta, agitado—. ¡Que lo hago porque quiero! ¡Porque todavía me preocupas!
Silencio. Caímos en un tenso silencio por dos razones. La primera, porque nuestra discusión ya estaba comenzando a llamar la atención de la gente a nuestro alrededor. La segunda, porque ninguno de los dos se esperaba que él admitiera eso en voz alta.
—¿Que no es justo? Créeme, tengo bastante claro que nada de esto es justo —agregó, con un tono de voz más calmado—, pero es humanamente imposible para mí ignorar que la estás pasando mal, Saige, no puedo hacer la vista gorda y por eso me he estado comportando como un jodido acosador, ¿puedes creerlo? —Se restregó la cara con estrés y sus emociones de repente volvieron a alterarlo—. ¡Un acosador! ¡A este paso voy a terminar como el jodido Michael Myers!
Vale, si no hubiera estado tan impactada por su inesperado descargue, me hubiese reído al verlo tan fuera de sí y gritando tal cosa como «el jodido Michael Myers» frente a una pequeña audiencia de estudiantes universitarios curiosos.
—Hunter, estás montando una escena —le dije, sintiendo el calor subir desde mi cuello hasta mi rostro.
—Después de la semana de mierda que he tenido, tengo derecho de montar una escena si quiero —me espetó, aunque tomando en cuenta mi comentario y bajando la voz—. Saige... —susurró mi nombre acompañado de un suspiro, y acercándose tanto que tuve que alzar la cabeza para mirarlo a la cara—. Estoy cansado de esto.
Por un momento, mi sentido común se nubló por completo y la intensidad que había en sus ojos azules me hizo olvidar que se suponía debía estar evitando toda aquella situación.
—¿Cansado de qué?, ¿de parecer un loco frente a toda esta gente? —inquirí en su mismo tono susurrante.
Una de sus comisuras se levantó casi involuntariamente ante mi comentario.
—No, de huir de ti —contestó, sacudiendo un poco la cabeza y haciendo una pequeña pausa para calmar el caos emocional que era antes de continuar—. Soy consciente de lo que te he dicho todo este tiempo ha sido una mierda, ¿vale? Por eso sé que existe una enorme posibilidad de que todo este espectáculo sirva solo para la gente que probablemente esté grabándolo para subirlo a YouTube, pero ya estoy cansado de huir de ti, está afectándome la cabeza y siento que si no encuentro la forma de arreglar eso, seguiré haciendo cosas jodidas como estas.
—Hunter... —Mi intención era decir su nombre como una advertencia, pero sus palabras me tenían tan desarmada que salió más como una súplica.
Durante unos segundos, me convenció. No pueden culparme por considerar ceder, se trataba de Hunter, quien estaba confesándome —a una distancia peligrosa—, que su preocupación por mí lo estaba volviendo loco. Y como dije antes, sentir demasiado te volvía una persona débil y en esos segundos, no fui más que un cuerpo tembloroso incapaz de inventar una excusa para alejarse.
No obstante, fueron tan solo unos cuantos segundos de debilidad. Hasta que recordé algo muy importante; el plan. Y el porqué del plan. Y que Hunter tenía mucho que ver en el porqué del plan.
De repente, fue como si un avión hubiera pasado y hubiese lanzado toneladas de agua fría sobre mí. «¿Qué estás haciendo, Saige?», pensé, poniendo distancia y despertando la parte racional de mi cerebro. Aunque se tratara de Hunter confesándome —a una distancia peligrosa— que su preocupación por mí lo estaba volviendo loco, no sentía que eso fuera suficiente para hacerme cambiar de opinión con respecto a dejar Nueva York.
Las razones para irme eran mucho más pesadas que las razones para quedarme. Darle a él lo que sea que buscaba, era solo arriesgarme a caer en el mismo ciclo de daños y drama del cual estaba intentando escapar.
Aun cuando tomó todo de mí, lo miré a los ojos mientras negaba con la cabeza y luchaba contra las inmensas ganas de llorar.
—No mentía cuando dije que no necesitaba que me salvaras —dije entonces, haciendo un esfuerzo sobrehumano por ocultar el desastre desatado en mi cabeza—. Pero ten por seguro que si lo que quieres es ayudarme, lo mejor que puedes hacer en mantenerte alejado.
Con eso, aproveché el impacto que cruzó por sus ojos para darle la espalda y caminar lejos.
Necesitaba apresurar el plan e irme lo antes posible.
***
Me tomó unas cuatros copas del vino que Brad escondía en la fraternidad y toda una tarde de preparación mental para sentirme lista y enfocada en enfrentar mi «regreso oficial» a mi viejo círculo neoyorquino. Y, también para convencerme de que el acto que estaría interpretando durante el evento sería por mi bien.
Lo único que pedía era que el esfuerzo por avergonzarme a mí misma valiera la pena cada segundo.
—Brad, a este paso llegaré sin maquillaje —le reproché entre besos, apartando su insistente mano de mi muslo desnudo.
—No es mi culpa que luzcas tan sexi —se defendió, alejándose solo un poco para darle otra repasada al corto y ajustado vestido negro que había elegido solo por no ser, en absoluto, algo que normalmente elegiría para un evento benéfico de etiqueta.
—Bueno, contrólate, que no estamos solos —le recordé, mirando de reojo al chofer del auto que nos había recogido en la fraternidad hacía un rato.
—Tranquila, no es algo que él no haya visto antes, ¿cierto, Danny? —bromeó, soltando una risa entre dientes y deslizando su mano de nuevo por debajo de mi vestido.
Me tensé al sentir sus dedos acariciar un lugar específico de mi cadera.
—¿Ya te he dicho que me encanta tu tatuaje? —sonrió—. Es mi parte favorita de besar.
En un acto de puro reflejo, atrapé su mano y me aparté de él con brusquedad. Mal momento para mencionar eso, mal momento para recordar mi conversación con Hunter.
Debía confesar que la idea de tomarme las copas de vino esa tarde también fue porque no podía dejar de repetir toda la situación en mi cabeza. Usé el alcohol para apagar mis pensamientos, y me había funcionado hasta ahora.
—Joder, vale, entendí el mensaje, no más manoseo —me dijo Brad, viéndose fastidiado por mi rechazo, pero limitándose a no insistir en ello.
—Ya estamos aquí, señor —terció Danny, el chofer, echándonos un vistazo por el retrovisor.
No pude evitar suspirar de alivio. Me sentía demasiado nerviosa y angustiada como para añadir a la ecuación las hormonas insaciables de Brad.
Mientras bajábamos del auto y nos adentrábamos al edificio, las cuatro copas de vino de repente se sintieron insuficientes. Me estaban sudando tanto las manos que tuve que frotarlas en mi vestido para secarlas.
«Vamos, Saige, tú puedes hacerlo, no será tan difícil».
—¿Para cuál fundación tu padre está haciendo el evento? —le pregunté a Brad cuando estuvimos dentro del ascensor, subiendo al penthouse.
Necesitaba distraerme con algo o los nervios terminarían asfixiándome.
—No tengo ni la más mínima idea —contestó él con humor—. Cada año es una fundación diferente, papá tiene complejo de Leonardo Di Caprio, ama toda esa mierda de la filantropía.
—¿Y tú no? —inquirí, queriendo alargar la conversación.
—Digamos que yo le expreso amor a la humanidad de otra forma. Sobre todo a la población femenina —se rio como si hubiese hecho el chiste del año.
Gracias a Dios, las puertas del ascensor se abrieron y no me dio oportunidad de poner los ojos en blanco. El nerviosismo se transformó enseguida en ansiedad en cuanto mis ojos se pasearon a través del familiar ambiente de una «reunión exclusiva» en pleno apogeo. Me mordí el interior de mi mejilla, queriendo empujar a Brad fuera del ascensor, bajar sola y tomar un taxi de regreso al campus.
Sin embargo, me obligué a mí misma a ser fuerte y dar un paso dentro del lobby.
«Ya no debería importarte una mierda lo que diga la gente, ¿cierto?».
Muy cierto.
—¡Bradley, ahí estás! —Una mujer de unos cuarenta y tantos, con el mismo cabello dorado y los mismos ojos azules de Brad nos interceptó una vez estuvimos fuera del ascensor—. Tu padre ya se estaba impacientando porque no llegabas.
—Ya conoces el tráfico de la ciudad, mamá —la saludó con un beso en la mejilla.
—Y veo que al fin te dignaste a traer compañía —comentó ella, poniendo su atención en mí y saludándome con una sonrisa amigable—. Bradley nunca nos ha presentado una novia.
—No es una novia, es solo una amiga —la corrigió, contradiciéndose por completo al posar una mano en la parte baja de mi espalda—. Saige, estudia en Columbia también.
—Gusto en conocerte, Saige, soy Lacey, su mamá —se presentó, acercándose por un breve abrazo en vez de un apretón.
No me pasó desapercibida la furtiva mirada de juicio que le lanzó a mi atuendo mientras deshacía el abrazo. Sí, provocar esa clase de miradas había sido la intención desde el principio, pero aun así, no pude evitar sentirme avergonzada.
«Oh, Dios, Saige, ¿habrá sido una mala idea venir a esto?», me pregunté, llena de una fuerte ansiedad que empeoró unas mil veces cuando Lacey entrecerró sus ojos hacia mí.
—Luces bastante familiar, querida, ¿nos hemos conocido antes? —preguntó, curiosa.
—Eh... —Me aclaré la garganta, sintiéndola extremadamente seca.
—¿Cuál es tu apellido? Quizá haya conocido a tus padres —insistió.
Tragué grueso, mi mente bloqueando cualquier buena respuesta a eso.
«Síp, en definitiva, todo esto fue una pésima idea».
—Mamá, deja el interrogatorio, ¿sí? La estás incomodando —terció Brad, salvándome de un posible colapso.
—Vale, le iré a avisar a tu padre que llegaste —rezongó ella, haciendo otro escaneo de reconocimiento antes de voltearse y perderse entre la gente.
—Es un grano en el trasero, no le prestes atención —me dijo Brad mientras me impulsaba hacia adelante con su mano para que nos mezcláramos con el resto de los invitados—. Estoy muriendo por una bebida, ¿qué hay de ti?
—Sí, por favor —asentí con energía.
Otra dosis de valentía líquida era justo lo que mi cuerpo pedía para soportar la noche.
Él visualizó rápidamente a uno de los camareros vestidos de negro que llevaban copas de champán en su bandeja y lo detuvo. Sin siquiera decir por favor o gracias, tomó dos y despachó al hombre haciendo un gesto con la cabeza.
No pasó ni un minuto después de haberme entregado la copa cuando ya la había vaciado. Al parecer, una copa no sería suficiente.
—Alguien tenía sed —se rio Brad, mirando la copa vacía con diversión—. Ugh, yo detesto el champán —añadió, arrugando la nariz hacia la suya a medio beber—. ¿Qué te parece si me esperas aquí mientras nos traigo una fina botella de whisky del despacho de papá?
—¿A tu padre no le importará? —Enarqué una ceja.
—Él no tiene por qué saberlo —contestó, risueño—. Vuelvo enseguida.
Mis manos volaron a su brazo para detenerlo al caer en cuenta que pretendía dejarme sola. Lo menos que quería era quedarme sola luego de lo que acababa de pasar con su madre.
—¿No puedo ir contigo? —inquirí.
—Mejor espera aquí, no queremos levantar sospechas —me dijo, mirando a los lados durante unos segundos, para luego inclinarse por un beso rápido—. No me tardaré.
Por suerte, mientras él se alejaba, otro camarero se cruzó en mi campo visual. No dudé dos veces en pedirle otra copa. Esta vez, fui un poco más prudente y bebí solo un sorbo, aprovechando el momento a solas para observar a mi alrededor.
Toda la habitación estaba decorada en tonos verde claro y blanco, con pequeñas y redondas mesas altas y caballetes publicitarios colados en distintos lugares, los cuales ofrecían información sobre el refugio en Brooklyn para personas sin hogar que el padre de Brad buscaba ayudar. Había mucha gente, lo que por un lado me alegraba, ya que eso significaba más donaciones, pero por otro lado, la cantidad de gente solo aumentaba la posibilidad de encontrarme con alguien conocido.
Que fue exactamente lo que pasó.
—¿Saige? —El saludo vino justo en el momento que estaba bebiendo otro sorbo de champán y casi me ahogo con el líquido, ya que reconocía esa voz.
Empecé a toser como una estúpida.
—¿Estás bien, querida? —me preguntó la señora Josephine, dándome unos leves golpecitos en la espalda.
—Sí, estoy bien, solo me sorprendió —le aseguré, sintiendo mi rostro calentarse por la vergüenza y los nervios.
«Oh, Dios». La última vez que me topé con la mamá de Hunter estaba en una ridícula misión romántica e irracional. Las cosas no terminaron muy bien para mí. Y ella había sido testigo de lo mal que había salido todo. Decir que me sentía avergonzada era un eufemismo.
—Lo siento, te he visto de lejos y quise acercarme a saludar —se disculpó, pareciendo avergonzada también—. ¿Estás aquí con tus padres? No los he visto.
Hice una mueca y negué con la cabeza.
—No, vine con un amigo —respondí, mirando sobre su hombro para asegurarme de tener oportunidad de huir por si ella venía acompañada del señor McLaggen.
Estaba cien por ciento segura de que él tendría las mismas «ganas» de verme que yo de verlo a él.
—Descuida, Henry odia estas cosas —comentó la señora McLaggen, leyéndome la mente—. Siempre me pide que venga en representación de él.
—Vale... —suspiré aliviada, para luego darme cuenta que acababa de mostrar abiertamente que la ausencia del señor McLaggen (su esposo) me causaba un alivio tremendo.
El calor se intensificó tanto que comencé a transpirar aún más. Ya sentía que todo se estaba yendo a la mierda sin siquiera haber comenzado.
—Querida, tranquila. —Le dio un apretón a mi brazo—. Entiendo a la perfección por qué no querrías verlo.
La expresión reconfortante en su rostro me relajó. Hunter podría ser la réplica física de su padre, pero, sin duda, transmitía la misma vibra que Josephine.
—Vamos, hazme compañía, he dejado mis cosas en mi mesa. —No pude negociar mis opciones, ya que enseguida enganchó su brazo con el mío y comenzó a llevarme con ella.
No obstante, nuestros pies no nos llevaron demasiado lejos, de un segundo a otro, quedaron anclados en el piso como si alguien les hubiera puesto pegamento. La respuesta de mi cuerpo ante lo que mis ojos veían fue instantánea.
Las náuseas, el nudo en la garganta, la sensación de que estaba a punto de desmayarme. Todo vino al mismo tiempo. Josephine apretó su agarre en mi brazo, intuyendo que necesitaría apoyarme en algo.
Porque... ambas estábamos viendo lo mismo...
Ambas estábamos viendo a Keegan Price salirdel ascensor.
OH DEAR LORD JAJAJAJAJAJAJAJA Perdón por ese final, pero si ya saben cómo soy, ¿pa' qué me leen? JAJAJAJAJAJKSJAKJASKKAJ Saben que los quiero muchito jijiji No me maten, tenía que hacerlo.
Ay, Hunter, ay Huuuunter, te veo como desesperaaaao'. Amé su colapso random en medio de la gente, no sé ustedes jajajajaja Es que no sé, verlo volverse loco porque no sabe qué hacer con tantas emociones, ta' chikito.
Brad, Brad... como les dije en Twitter, no sé qué opinar sobre Brad, se los dejaré a ustedes jajajajaja.
Yo solo quiero que rompan esa tensión que traen entre los dos porque sino me va a dar a mí... Lo peor es que si aquí hubo tensión, en el cap siguiente del pasado me estaré dando contra el teclado. Upppssss, mejor me voy JAJAJAJAJA
Besitos venezolanos con unos ricos plátanos con queso y mantequilla. Aquí estaré esperando sus comentarios ;)
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