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18 │Pensamientos (In)deseados

HUNTER

ANTES:

Le puse los ojos en blanco a la pantalla del teléfono y salí de la bandeja de entrada sin responder el mensaje. En cambio, alcé la vista hacia mi escritorio, observando la espalda de Saige desde la comodidad de mi cama.

Era fin de semana, lo que quería decir que nuestra sala de estar estaba atestada de lameculos. Aún peor, esa noche, estaba atestada de lameculos esperando para ver con sus propios ojos cómo el hijo rebelde de Henry McLaggen había escarmentado... por amor.

Había sido una idea ridícula —pero astuta— por parte de Esther. Debía darle crédito por saber usar a su favor la desesperación que tenía la gente por saber si era cierto o no lo que habían estado leyendo los últimos días en los portales de noticias locales y en las redes sociales. Papá había estado tan satisfecho de que su idea estuviese funcionando que no solo invitó a su audiencia habitual, sino también a los que, en caso de una posible campaña, serían sus rivales.

Y eso solo le añadía más presión al asunto, ya que una cosa era posar para un par de fotografías, y otra muy distinta era que ambos lográramos convencer a un puñado de personas que éramos una pareja real, en vivo y en directo.

Saige aún seguía trabajando en sus habilidades actorales.

No era cuestión de que no nos soportáramos. De hecho, después de la noche en Queens, las cosas se volvieron un poco menos insoportables para nosotros. Nunca pensé decir esto con tanta propiedad, pero Saige no era tan mala compañía como pensé en un principio.

Las últimas dos semanas, nuestra agenda de novios falsos había tomado el control de nuestras vidas. Parece una exageración, pero no, realmente Esther se había encargado de que nuestras vidas se redujeran a repetir la misma rutina todos los días; viajar juntos a la escuela, comer juntos en la escuela, trabajar juntos en el despacho, luego cumplir, juntos, con alguna de las actividades en el calendario. Apenas tenía tiempo para regresar a Queens o hacer alguna otra cosa para disfrutar de los beneficios de mi negociación; sin embargo, aunque debía sentirme asfixiado por tener que mantenerme pegado a Saige hasta cuando queríamos un poco de espacio para cagar, lo cierto era que... ella había aprendido a relajarse y a actuar más como una adolescente normal a mi alrededor, lo cual ayudaba a sobrellevar mejor la situación.

De hecho, su repentino cambio de actitud había hecho que me tragara mis propias palabras y admitiera que después de todo, tal vez sí tenía salvación.

Solo que... sus habilidades actorales eran las que parecían no tener salvación, ya que a pesar de que se había acostumbrado a mí, a mis comentarios sarcásticos e incluso a mi increíble sentido del humor, ella todavía no se acostumbraba a los acercamientos básicos entre novio y novia falsa. Le costaba no tensarse o incomodarse cada vez que le tomaba la mano o la tocaba por motivos estrictamente profesionales. La verdad, no sabía si tenía un serio problema con el contacto físico, o era solo conmigo. Para unas fotos, era fácil engañar al reportero/persona/metiche/chismoso y hacerle creer que estábamos perdidamente enamorados, pero, ¿en vivo y en directo?, ¿frente a un montón de personas listas para captar hasta el mínimo detalle? Esa era una historia distinta.

Joder, cuando Saige llegó al penthouse temprano, rogándome que le prestara mi computador para terminar una tarea urgente de la escuela, no dudé en tomar la oportunidad para postergar el momento lo más que pudiera. Necesitaba más tiempo para pensar en cómo sobreviviríamos a la masacre mediática a la que Esther, Hiram, Henry y Keegan nos estaban empujando.

Hasta ese momento, no tenía ningún plan.

—Hiram ya se está poniendo insistente —decidí informarle luego de unos segundos de introversión.

Me levanté de la cama y crucé la habitación. Ella estaba tan concentrada en la pantalla que ni siquiera volteó a mirarme cuando me dejé caer con pesadez sobre el pequeño banco junto al escritorio, y recosté mi cabeza en la pared. En realidad, no había dicho mucho desde que subimos a la habitación, lo cual era una clara señal de que no quería que la molestara y, que de lo contrario, recibiría otra de sus reprendas.

Aprendí eso por las malas.

—¿Qué tan largo es ese ensayo? —indagué, observando con diversión la velocidad con la que estaba tecleando las letras—. Deberíamos bajar y terminar con esto. Podríamos escaparnos luego de un par de saludos y sonrisas forzadas. Es la oportunidad perfecta para huir sin que nadie nos lance mierda por ello.

—Estoy dándole una repasada para enviarlo a mi email —me contestó, sin despegar los ojos del documento abierto—. Argh, no puedo creer que mamá y papá me hayan obligado a venir a cumplir con esto sabiendo las montañas de tarea que tengo encima —añadió con amargura.

—¿Ah, no? Yo sí los creo perfectamente capaces —dije—. No entiendo cómo te tomó casi diecisiete años darte cuenta que son padres horribles. Yo supe que Henry era un hijo de puta en cuanto pude razonar.

Ella dejó escapar una breve risa entre dientes y sacudió un poco la cabeza.

—Hunter, me estás distrayendo —Parecía más divertida que molesta por mi distracción—. Estaré lista para bajar en un minuto, ¿vale?

Mis ojos se fueron por inercia hacia su boca cuando se mordió el labio inferior en un gesto de concentración. No planeaba decírselo en voz alta, pero ella lucía... muy bien esa noche. Todo el atuendo era un completo contraste a lo que había estado vistiendo los últimos días; muy lejos del uniforme de Lawrence y de la ropa ejecutiva que usaba para el despacho. Mi mirada aprovechó el minuto de silencio que ella pidió para bajar e inspeccionar, por segunda vez, lo que llevaba puesto.

Sus labios rojos iban a juego con su corto y escotado vestido de satín. No me malinterpreten, pero soy un chico, era inevitable que mis ojos no fueran conscientes de que por primera vez veía sus piernas y su escote descubiertos de esa forma. Sin embargo, el vestido estaba lejos de ser ajustado, vulgar, «sexi», o como ustedes lo quieran llamar. Era un elegante y bonito vestido, que estaba acompañado con una bonita cola de caballo que se apretaba en la parte trasera de su cuello y le daba un aspecto elegante. Pues, en pocas palabras, ella lucía... muy bien.

«Debes admitir que tienes una novia falsa bastante atractiva, Hunter».

Ese pensamiento fue tan inesperado que sentí como si una descarga eléctrica me regresara a la realidad para que analizara la locura que acababa de pasar por mi cabeza. Me erguí en mi asiento tal vez con demasiada brusquedad, ya que no tuve tiempo de disimilar mi estúpido movimiento, Saige se giró a mirarme con una ceja enarcada.

—¿Qué ocurre? —preguntó, extrañada.

—Nada —mentí, poniéndome de pie—. Solo se me vino a la mente lo mal actriz que eres y todo lo que podría salir mal esta noche por eso.

Eso funcionó para disuadirla.

—¡No soy mala actriz! —replicó, por fin despegando su vista de la pantalla para darle la vuelta a la silla del escritorio y mirarme.

No pude evitar reír al verla tan ofendida por mi comentario. Se levantó y cruzó los brazos, distrayéndome por una milésima de segundo, ya que el escote de su vestido era tan pronunciado que rozaba su abdomen.

«Joder, Hunter, deja de parecer un hijo de puta pervertido como Hiram, ¿qué sucede contigo?».

—¿Cómo puedo ser una mala actriz cuando he sido una excelente novia falsa estas semanas? —se defendió, testadura.

Mis ojos lograron disimular que no había estado mirándola a la cara y subieron a concentrarse en su expresión de indignación.

—La mirada mortal de Mishka es suficiente prueba para saber que la gente cree que la relación es real —argumentó.

Puse los ojos en blanco.

—Mishka no cuenta como observador imparcial, su odio por Hiram no la deja ver más allá de la herida.

Quise añadir un comentario sobre considerar buscarse otra clase de amigas que no dejaran de hablarle y la evitaran por una estupidez, pero no era el momento indicado para tener esa conversación.

Además, cualquier drama que tuviera con sus amigos no debía ser mi problema.

—Bueno, pero he seguido las indicaciones de Esther al pie de la letra —insistió—. No es justo que te quieras llevar todo el crédito.

—Vale, deja que tu espíritu competitivo descanse un poco, Wisener —me reí, dando unos pasos cerca de ella—. Sé que una de tus metas en la vida es querer ser buena en todo, pero lamento decepcionarte; eres una pésima actriz.

Eso la cabreó más.

—Que no soy...

Su frase quedó a medias cuando mi brazo se coló detrás de su espalda y la empujó hacia adelante hasta hacerla chocar contra mi pecho. Todo su cuerpo entró en tensión, y, probando justamente mi punto, ninguna facción de su cara pudo ocultar lo incómoda que le ponía tenerme tan cerca. Durante unos segundos, su boca quedó ligeramente abierta y solo parpadeó en silencio antes de percatarse de lo cerca que nuestros rostros se encontraban. Trató de apartarse, pero mantuve mi agarre fuerte.

—Eso es exactamente de lo que hablo —sonreí con ironía—. Necesitas dejar de poner esa misma expresión cada vez que te toco si quieres ahorrarte mierda por parte del Equipo Estrella, al menos esta noche. De verdad que no me apetece escuchar a ninguno de ellos.

Sentí que su cuerpo bajaba la guardia y sus facciones alejaban la incomodidad solo para darle paso a una especie de vergüenza que no llegué a interpretar muy bien, ya que bajó la cabeza y rompió contacto visual.

¿Saige avergonzada? Bueno, eso era algo nuevo.

—Sabes que no soy buena improvisando —Se aclaró de garganta y fijó su mirada en mi pecho—. Siempre me sorprendes, eso es todo, no quiere decir que sea mala actriz.

Enarqué una ceja y me obligué a mantener la boca cerrada. Sabía que ninguno de los dos iba a dejar ir el argumento si continuábamos debatiendo, así que preferí darle el beneficio de la duda.

—Vale, digamos que no eres mala actriz. —Reprimí una sonrisa cuando mi comentario hizo que me lanzara una mirada de ojos entrecerrados—. Si de verdad se trata de que siempre te sorprendo, entonces te advertiré desde este momento que hoy tendremos que ser la pareja más empalagosa de este planeta, así que habrá mucho toqueteo involucrado.

Ella me sorprendió soltando una suave carcajada. Sacudí la cabeza, divertido por lo rápido que había pasado de estar cabreada a estar riéndose por alguna razón aparente.

—¿Por qué eso sonó tan mal en mi cabeza? —comentó entre risas—. Oh, Dios mío... —Se llevó una mano a la boca, deteniéndose abruptamente—. Creo que pasar demasiado tiempo contigo me está comenzando a afectar.

Fue mi turno para soltar una carcajada.

—Lo dices como si fuera lo peor del mundo cuando tienes que admitir que han sido las mejores semanas de tu vida —bromeé, pensando que mi comentario provocaría cualquier otra cosa menos que cayéramos en una extraño e inusual silencio.

Su sonrisa fue desvaneciéndose lentamente hasta volver a ese estado de vergüenza que aún no sabía cómo interpretar. La rara atmósfera que se asentó a nuestro alrededor le impidió romper contacto visual y esconder lo que sea que estuviese intentando esconder. Fue un momento raro, para los dos. Por primera vez desde que nos conocíamos, me sentí inquieto a su alrededor, y frustrado también, porque no se me ocurría ningún comentario ingenioso para matar esa vibra tan densa que nos había dejado... mudos.

«¿Qué está pasando, McLaggen?», me pregunté, siendo consciente de que ya habíamos cruzado la línea del contacto visual inocente y apropiado entre dos novios falsos que solo debían tener ese tipo de momentos frente a un público.

Quise haber sido yo el que zanjara esa vibra densa/momento raro/qué-carajos-acaba-de-pasar, pero desafortunadamente, mi desconcierto no dejó que me atribuyera eso. El sonido de la puerta abriéndose fue el que nos hizo pestañear como si acabásemos de salir de algún trance.

—¿Qué se supone que están haciendo? —Saige y yo nos giramos hacia la voz de una Esther irritada, la cual no paraba de pasear su mirada entre los dos, sin saber si nos quería matar o si nos necesitaba mejor vivos para obtener una explicación.

Pensé que su irritación era por nuestra ausencia en la súper reunión magistral que nos esperaba abajo. Sin embargo, me tomó unos segundos entender la razón por la que nos estaba mirando así.

De hecho, fue Saige la que me hizo entender.

Ella dio dos zancadas hacia atrás, poniendo distancia entre nosotros luego de percatarse que ninguno de los dos nos habíamos apartado desde que la tomé de la cintura y, durante todo ese rato estuvimos prácticamente abrazados. «Genial, como si las cosas no se pudieran poner más raras».

Pues, sí se pusieron más raras. Apenas nos estábamos recuperando de la sorpresa cuando la figura de Keegan apareció detrás de Esther y Saige, probando una vez más que era una pésima actriz, no pudo ocultar —al menos para mí— que su presencia la hizo palidecer.

—Solo estábamos practicando nuestro acto, no sabía que se requería a todo el Equipo Estrella para venir por dos simples adolescentes —hablé, sin poder ni querer ocultar lo molesto que me ponía ver a Keegan en mi habitación.

Bueno, ver a Keegan en general.

En la escala entre Hiram y Henry, Keegan estaba rozando el mismo odio que sentía hacia papá. Siempre había sabido que su acto de profe estrella y hombre carismático era pura mierda, pero luego de descubrir lo que descubrí, era imposible no querer atacarlo cada vez que lo veía. Creo que lo que más me frustraba era estar enterado de algo grande, escandaloso e ilegal que podría cambiar las cosas y aun así, no poder usarlo a mi favor.

A pesar de que Saige lo negara esa mañana luego del desastre de Queens, no era tan estúpido como para creerle a ella o a Keegan. Después de dejar el apartamento esa noche, tuve tiempo para unir piezas... y muchas de ellas encajaron. Sin embargo, cuando vi el terror en los ojos de Saige —justo antes del episodio de vómito en plena calle—, supe que no importaba qué tan jugosa era esa nueva información, cualquier cosa que intentara hacer contra Keegan, también le salpicaría a ella. Y no estaba seguro de querer usar el lado hijo de puta que había heredado de Henry para hundirla solo por querer librarme del castigo.

Agarrarle cariño a alguien a veces es una mierda.

—Bueno, me puede importar menos lo que estaban haciendo —nos gruñó Esther, colocándose las manos en las caderas en un gesto de impaciencia—. La gente no ha dejado de preguntar por ustedes, los necesito abajo, ahora.

—Saige está terminando su ensayo —le dije, fastidiado.

—¿Ah, sí? ¿Lo estaba terminando en tus brazos? —Ella puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza—. No tengo tiempo para esto. Les doy cinco minutos para que bajen. —Se volvió hacia Keegan—. Tú, quedas encargado de cronometrar esos cinco minutos.

—No somos niños, Esther, sabemos calcular cinco minutos —repliqué, indispuesto a permitir que el profe estrella se quedara en mi habitación.

—No tengo problema en quedarme.

Puse los ojos en blanco. Por supuesto que diría eso.

—Yo sí tengo problema en que te quedes y como esta es mi habitación, la salida está justo detrás de ti. Que tengas un buen viaje y cuidado con las escaleras —le indiqué, haciendo un sarcástico gesto de despedida hacia la puerta.

Esther estaba lo suficiente sumergida en su papel de relacionista pública en medio de un episodio de estrés como para hacerle caso o replicar mi altanería, y, la mirada de Keegan me decía que aunque quería transformarse en su verdadero ser, no se arriesgaría a dejar su fachada del «vecino favorito de todos».

—Vale, vale —resopló ella con cansancio—. Cinco minutos, Hunter, ni más ni menos, o si no será Henry el que subirá a buscarlos. —Dicho esto, se dio la vuelta y salió de la habitación.

Keegan, por su parte, le tomó más tiempo captar la indirecta; sin embargo, no bajé la guardia hasta que entendió que no había manera en que se quedaría con nosotros y siguió a Esther. No me pasó desapercibida la rápida —pero significativa mirada— que le lanzó a Saige antes de cerrar la puerta.

Estuve tentado a hacer un comentario bastante arriesgado, pero me contuve solo en caso de que Esther tuviera un buen oído.

—Ya estoy enviando el email para que bajemos. —Giré sobre mis pies, sorprendido al ver que Saige ya se encontraba sentada de nuevo frente al computador.

—Esther dijo cinco minutos, no uno —me burlé.

—Lo sé, pero tiene razón, deberíamos bajar ya —respondió, sin darse la vuelta o mostrar indicios del mismo humor que tenía justo antes de la invasión.

No hablados sobre el momento raro o... sobre nada en absoluto. La habitación cayó en un silencio incómodo del cual no sabía si sentirme agradecido o... preocupado.

***

—Tienes a una chica increíble de la mano, hijo, asegúrate de no espantarla.

Robert Taylor, uno de los rivales de Henry (y al que le encantó llamarme «hijo» durante toda nuestra conversación), me brindó la última sonrisa de aprobación que necesitaba para dar por terminado nuestro espectáculo.

—Lo sé, sigo preguntándome cómo no ha huido todavía —bromeé, esbozando mi mejor sonrisa de Hiram.

Saige se apretó más a mi costado y enganchó su brazo con el mío en un gesto cariñoso. Ambos nos miramos y sonreímos al unísono, dando una interpretación digna de un Oscar.

Créame, no podría aunque quisiera —complementó, siguiéndome la corriente con el mensaje oculto que solo ella y yo entendíamos.

Tuve que regresar mi atención a Robert o terminaría estallando en risas. La reunión había resultado más entretenida de lo que esperaba. Saige y yo habíamos creado una especie de juego privado que consistía en decirles frases de ese tipo a las personas. Durante toda la noche, habíamos bromeado sobre contratos, sobre estar atados a la fuerza al otro y cosas por el estilo que las personas tomaban como chistes de pareja. Era difícil reprimir la risa cuando cada uno de ellos ponía la misma expresión de «Awww».

Por suerte, toda la rareza que se había filtrado entre los dos se quedó en la habitación en cuanto bajamos a unirnos a la súper/magistral reunión. Pienso que la determinación de Saige por probarme que no era mala actriz tuvo mucho que ver. De nuevo, debía comerme mis propias palabras, ya que si lo que presencié fue pura actuación, entonces era la maldita Meryl Streep.

No se le dio mal socializar con los lameculos de Henry; al contrario, fue la encargada de acercarnos a saludar, conversar, responder preguntar, reírse de chistes, de halagos. Todos la adoraron, y a mí realmente no me importaba que se robara el protagonismo, mientras yo solo tuviese que estar de acuerdo en todo lo que ella decía y jugar bien mi papel de «delincuente flechado». Incluso, hubo bastante toqueteo involucrado, y no fue precisamente de mi parte.

Estaba impresionado... pero ya me dolían las mejillas de tanto sonreír y mi mano se sentía sudorosa por haber estado tomando la de Saige todo el rato. Era hora de huir.

—Sí, puedo ser un grano en el trasero la mayoría del tiempo —añadí, alzando nuestras manos entrelazadas y besando sus nudillos—. Ahora, si nos disculpas, este grano en el trasero necesita llevar a su chica a un lugar privado para poder darle la sorpresa que ha estado dilatando demasiado.

Robert se echó a reír como si hubiese dicho un chiste gracioso.

—¿«Sorpresa»?, ¿así es cómo llaman estos días? —dijo el hombre en tono sugerente.

Tuve que esforzarme para no demostrar que su comentario me provocó arcadas.

—No sé cómo lo llamarán estos días, señor Taylor, pero creo que se ha equivocado, nosotros no hacemos esas cosas. —Decidí tener mi última diversión de la noche—. Estamos guardando ese momento especial para cuando estemos casados.

—¡Oh, matrimonio! —se sorprendió él, intercambiando miradas entre los dos—. ¿Tan jóvenes y pensando ya en matrimonio?

—Sí, ¿qué tiene eso de malo? —inquirió Saige, en el tono de chica enamorada que había estado usando desde que bajamos—. Por mi parte, puedo decir que estoy impaciente por poner esta relación en papel, ¿no es así, Hunter?

Apreté los labios. Un minuto más y no iba poder resistirme.

—Exacto —concordé, poniendo todo de mí para sonar igual de convincente que ella—. Así que... si nos disculpas...

—Claro, claro, por supuesto —se apresuró a decir Robert, pareciendo avergonzado—. Vayan tranquilos.

—Fue un placer, señor Taylor —se despidió Saige con un apretón de manos.

—Espero que ningún McLaggen sea tan tonto como para no saber apreciarla, señorita Wisener. —El hombre aceptó el apretón de manos mientras que con la otra, hurgaba dentro de su saco y sacaba una pequeña tarjeta—. Porque una mente joven y brillante siempre será bienvenida en mi despacho.

—Gracias —se limitó a decir, tomando la tercera tarjeta de presentación de la noche.

Como dije, apenas me habían puesto atención a mí. A ella se le dio excelente mantener conversaciones acerca de leyes, política y todos los temas en los que yo de verdad no estaba interesado.

—Lo estaremos viendo en la campaña entonces, señor Taylor —me despedí, dándole un imperceptible empujón a la espalda de Saige para que comenzara a caminar lejos antes de que el hombre continuara reteniéndonos.

—¿Así es cómo usualmente te diviertes en estas reuniones? —me preguntó Saige mientras la guiaba hacia la entrada de la cocina—. ¿Haciendo comentarios mal intencionados que solo tú entiendes?

No pude evitar sonreír.

—Así es cómo me divierto en la vida, no solo en estas reuniones —la corregí, risueño—. ¿Por qué?, ¿estás interesada a hacer una transformación completa al lado oscuro?

—No, pero sí fue divertido. En secreto estas reuniones siempre me han resultado un poco aburridas —admitió, encogiéndose de hombros—. Se siente bien no ser la única chica joven en medio de un puñado de adultos.

—¿Y por qué no quedarte en casa y ya está? Yo mataría por volver a los días donde no tenía que hacer acto de presencia.

—A mamá y a papá les gusta traerme precisamente por esto. —Alzó la tarjeta de Robert—. Oportunidades, le llaman.

«Déjame fingir que me sorprende».

—Si no supiera que son tus padres, me tendrías creyendo que son tus proxenetas —le dije.

Ella se tardó unos cuantos segundos en responder. Su silencio me hizo mirarla de reojo, encontrándome con que había tocado la tecla equivocada, ya que estaba serie y pensativa.

—¿A dónde me estás llevando, de todos modos? —preguntó entonces.

Buena manera de cambiar el tema.

—A la zona libre de lameculos —le contesté, al tiempo que cruzábamos el umbral de la cocina y reemplazábamos el bullicio de la reunión con el delicioso olor a comida y una discusión de dos italianos en pleno apogeo.

Flavio, ti avevo detto che questa salsa non ha bisogno di più sale —le decía Enzo a su hermano, tratando de empujarlo fuera de la estufa.

È insapore, non ha il sapore di Deganutti, fratello —le insistía Flavio, resistiéndose a ser echado de la cocina.

Continua a servire il cibo! Fuori di qui!

Non mi dai un impacco di ghiaccio oggi? —los interrumpí, recordando la broma con la que me recibieron en la última reunión.

Flavio se dio la vuelta ante el sonido de mi voz y sonrió de oreja a oreja.

Piccolo McLaggen! —Por fin, escuchó a su hermano y se alejó de la cocina para acercarse a darme un abrazo de oso—. ¡Estás vivo! Es bueno saberlo, pensé que esta vez sí te habíamos perdido.

Me reí, devolviéndole el abrazo. Al único Deganutti que había podido ver esas semanas era Lorenzo, ya que, por supuesto, era nuestro cocinero. Sin embargo, desde que toda la mierda de la relación falsa comenzó, no había tenido tiempo de visitar ni a Pia, ni a Flavio en Fratelli.

—Déjame verte —dijo, deshaciendo el abrazo e inspeccionando mi cara. Al cabo de unos segundos, añadió por lo bajo—. Pareces estar bien, pero pestañea dos veces si tu padre finalmente perdió la cabeza y te tiene secuestrado en tu propia casa.

—Deja al muchacho, Flavio —se rio Enzo desde su puesto en la estufa—. Él está en perfectas condiciones, ¿no es así? —Se giró un poco hacia nosotros y esbozó una sonrisa amable hacia Saige.

«Oh, no, aquí vamos».

Flavio entendió enseguida la indirecta y encaró a Saige, alzando sus labios en una sonrisa maliciosa.

Ah! Lorenzo mi ha detto che avevi una nuova ragazza —comentó, tomando la mano de ella y besando sus nudillos—. Sei una bella ragazza.

Grazie —le contestó Saige—. Il mio nome è Saige.

—Flavio. —Se señaló a sí mismo—. El hombre que te salvó del champán aquella noche y el mismo que puede volver a salvarte, así que pestañea dos veces si este chico junto a ti te tiene de alguna manera secuestrada, o, pestañea solo una vez si de verdad estás saliendo con él por voluntad propia.

Ella se echó a reír y negó con la cabeza.

—No, no me tiene secuestrada —le aseguró.

—¿Entonces estás con él por voluntad propia? —La exagerada expresión de sorpresa me hizo poner los ojos en blanco—. Vaya, chi l'avrebbe mai detto?

Abrí la boca para defenderme de los ataques de Flavio, pero el sonido del teléfono de Saige me interrumpió. Ella se apresuró a sacarlo de su pequeño bolso negro y en cuanto vio la pantalla, pude notar que se tensó.

—Uh... ya vuelvo —dijo, caminando a paso rápido y desapareciendo por la salida que daba al comedor.

Enarqué una ceja. Por alguna razón, su prisa despertó mi curiosidad, y si no fuese por Flavio, esa curiosidad me hubiese empujado a ir tras ella.

«Gracias, Flavio».

—Pia está muy enojada contigo por tu ausencia. —Despegué mis ojos de donde Saige había salido y regresé mi atención a los Deganutti.

—Eso es cierto —concordó Enzo, uniéndose a la conversación mientras continuaba ocupándose en lo que sea que estuviese cocinando—. Te recomiendo ir a verla antes de que coloque una foto tuya en la entrada que diga «Prohibido el paso».

Sonreí. La creía bastante capaz de eso.

—Pensé que ya lo había hecho —bromeé, robándoles una carcajada a los hermanos.

—Está cerca, está bastante cerca de hacerlo —dijo Lorenzo riendo entre dientes—. No para de decir que la reemplazaste por una chica nueva en tu vida.

—¡Por supuesto que no la he reemplazado!

—Pues, ve y díselo tú mismo, ragazzaccio —terció Flavio, pegándome detrás de mi cabeza con el paño de cocina que sostenía—. Y lleva a Saige contigo, estoy seguro de que le encantaría conocerla.

Hice una mueca. No sabía si me sentía cómodo llevando a Saige hasta Fratelli, lo cual en ese instante, creo que debí analizar más a fondo, porque, pues, no debía sentirme tan incomodado por la idea, pero le atribuí esa sensación a no estar seguro de que ella quisiera acompañarme, juzgando la prisa con la que había huido para contestar esa llamada misteriosa.

«Estás de racha, Hunter. De nuevo, ¿qué pasa contigo?».

—No creo que sea una buena idea —le dije a Flavio, sacudiendo la cabeza.

—¿Por qué no?, ¿le temes a Pia? —se burló él, divertido.

—Digamos que estamos... —Traté de buscar una buena excusa para que no sospecharan de nada; no obstante, no tuve que encontrar ninguna, ya que, para sorpresa de todos, Saige respondió por mí.

—Me encantaría ir.

En algún momento de nuestra conversación, ella se había escabullido de vuelta en la cocina.

Che figo! —aplaudió Flavio, satisfecho.

Saige me sonrió, viéndose tan entusiasmada que no pude evitar contagiarme de su buen humor.

—¿Estás segura?, ¿tus padres no te dirán nada por escaparte conmigo así? —la reté, esperando que ella entendiera a lo que realmente me refería.

—Quiero ir, Hunter —insistió—. Lidiaré con mis padres después.

«Oh, joder, al Diablo».

—Vale, vale —acepté.

En ese momento, no fui consciente de que mi buen humor no fue solo por reflejar el suyo.

Había sido porque supe que estaba eligiendo... y me estaba eligiendo a mí.

Uffffff, uffff, uffff, admito que durante la realización de este capítulo, hubo muchos fangirleos de mi parte, de esos que tenía que parar de escribir porque no podía con tanta tensión entre esos dos. Ay, Saiter, ay, Saiter, te veo venir en el pasado, fuerte y dándote trancazos jijiji.

Solo puedo decir que Saige tiene sus razones para ser alérgica a los toques de Hunter y veremos pronto su versión muajajajaja, mientras que Hunter, solo puedo decirle: "PAPI, DATE CUEEEENTAAAA". Los dos andan ahí como caminando en círculos y tengo que admitir que me frustra porque yo también estoy tipo: "ABER YA KOJAN".

Pero bueno, tengo que calmarme, tengo que calmarme JAJAJAJAJ.

En fiiin... les adjunté la canción que escuché el loop mientras escribía este cap porque siento que es perfecta para esta etapa de Saiter, ¿qué opinan ud.?

Espero todo su fangirleo en los comentarios y antes de irme, solo quiero recordarles que las cosas en el presente están pa' la caga' y que en el próximo cap esperemos a ver a Hunter better working bitch.

Me despido.

Besitos venezolanos con un rico pastel de plátano ;) 

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