Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

17 │De Conversaciones (In)conclusas

HUNTER

AHORA:

—Cuando dijiste que tú elegirías el siguiente lugar, pensé que iríamos... no lo sé, no al lugar donde trabajas —comentó mamá, usando un tenedor y un cuchillo para cortar un pedazo de su pizza.

Miré con diversión Flavio sobre el hombro de mamá. Se encontraba atendiendo una de las mesas cercanas, aunque su atención estaba en nosotros. Siendo más específico; en mamá. Le estaba lanzando miradas furtivas con su rostro contraído en una exagerada mueca de horror. Sonreí para mí mismo, recordando que él consideraba que comer la pizza con cualquier cosa que no fuera con las manos debía considerarse un crimen.

—¿Qué tiene de malo Fratelli? —le pregunté, desviando mis ojos hacia los suyos y chupándome ruidosamente los dedos llenos de salsa. Mamá entornó sus ojos cafés con desagrado, pero no me reprendió—. No es como si no te gustara la comida de Enzo.

Ella puso los ojos en blanco y elevó sus labios en una pequeña sonrisa, sabiendo que la había atrapado.

—La comida de Lorenzo está exquisita como siempre, y no es por eso por lo que me estoy quejando, cariño —se defendió, llevándose el tenedor a la boca, haciendo que sus brazaletes dorados chocaran contra la mesa—. Solo pensé que querrías darte un descanso, ¿sabes? Respirar un aire distinto. Últimamente, parece que todo lo que haces es estar encerrado aquí o en tu dormitorio.

Madre, estás haciendo que me arrepienta de haberte hablado de lo que hago, o no hago —le dije, dándole una sonrisa sarcástica.

Era un poco deprimente admitir que durante las últimas tres semanas, había pasado más tiempo saliendo con mi propia madre que con gente de mi edad, pero tenía mis motivos ocultos; me estaba escondiendo.

O bueno, mejor dicho; me estaba confinando.

Después de la inesperada aparición de Saige en Nueva Jersey, necesité espacio para poner en orden mis pensamientos. Nuestra conversación —y toda la jodida situación, la verdad— me había afectado de tal forma que estuve de mal humor por días. Estuve de mal humor con Sawyer; por la estúpida discusión que tuvimos, con Dylan; por sus interminables mensajes de texto para preguntarme si estaba bien.

Conmigo mismo, porque mi cerebro aparentemente no había recibido bien el mensaje de que ella ya no era mi problema y seguía preguntándose cosas sobre ella que no debería estarse preguntando. Como por ejemplo: «¿qué habría pasado si la hubiese dejado hablar?», «¿será que sus padres han seguido comportándose como auténticos hijos de puta?», «¿está ella... bien?». Ya tienen una idea de por qué preferí recluirme entre la universidad y mis horas de trabajo. Trataba de evitar a toda costa esos pensamientos, o en su defecto, buscarles respuesta.

Mi plan fue sencillo; burlar cualquier posibilidad de sufrir otra retorcida emboscada del destino, lo cual significaba que tendría que evitar lugares y personas relacionadas a Saige, al menos hasta que mi estado de chico trágico y sentimental que no aprendió ninguna lección del pasado se tranquilizara.

Sawyer, el campus, sus alrededores, eran una «zona peligrosa», por lo que había estado evadiendo invitaciones a salir por parte de los chicos, y había estado evitando frecuentar en el campus más tiempo que el requerido por las clases. Chase sabía que algo había raro pasado esa noche en Nueva Jersey y tomó mis múltiples rechazos como un claro mensaje de «lárguense y desaparezcan, necesito espacio». Sawyer, en cambio, había perfeccionado una jodida mirada de juicio silencioso dedicada especialmente a mí cada vez que se asomaban en mi dormitorio y mi respuesta siempre era la misma: «No». Sin embargo, se limitaba solo a desaprobarme con los ojos, sin decir nada más o dar pie a otra discusión. Me pregunté si Saige le había dicho algo sobre nosotros, o si simplemente había entendido que no debía meterse y abogar en una guerra de la que ni siquiera sabía el contexto.

—Vale, no he dicho una palabra. —Mamá alzó ambas manos en una elegante señal de rendición—. Y tampoco me estoy quejando por esto. Me alegra que hayas accedido a cenar de nuevo conmigo —agregó, esbozando una sonrisa sincera.

Le devolví la sonrisa, aunque con los labios apretados. Seguía acostumbrándome a esa novedad de «tiempo de calidad entre madre e hijo».

Mamá había pasado la prueba de fuego. ¿Honestamente? Semanas atrás, había aceptado su invitación por pura obligación y con la certeza de que se trataría de una emboscada a toda regla. Incluso, tenía un plan de escape en caso de que se apareciese con Hiram y Henry. Para mi sorpresa, no fue así. Ella ni siquiera tomó la oportunidad para empujar el tema familiar. Tuvimos nuestra primera cena tranquila en años. No podía recordar la última vez que habíamos hablado tanto.

No podía recordar la última vez que me había sentido a gusto hablando tanto con mi propia madre.

Al menos algo bueno salió entre todo lo que estaba jodido en mi vida en ese momento.

—Digamos que me sentí culpable luego de creerte capaz de conspirar contra mí durante la primera cena —confesé, queriendo tomarle el pelo—. Debo admitir que pensé que reservarías el restaurante entero, le pedirías a los meseros que bloquearan todas las salidas y me mantendrías de rehén para obligarme a cenar con papá y Hiram.

Su sonrisa bajó un poco hasta transformarse en una mueca de tristeza. Vale, seguíamos trabajando en eso de la sincronía entre su sentido del humor y el mío.

Estoy bromeando —recalqué, poniendo los ojos en blanco—. O bueno, no tanto, tal vez haya exagerado un poco, pero sí pensé que te aparecerías con ellos.

Ella recostó los antebrazos sobre el borde de la mesa como si se estuviera preparando para darme una larga charla. «Oh, joder, hubieras mantenido la boca cerrada».

—Me ha quedado bastante claro que a ninguno de los tres le apetece sentarse en la misma mesa, así que no habría hecho tal cosa —se defendió, con una expresión de que claramente no le hacía gracia mi broma—. Sobre todo no después de haber tenido una larga discusión con tu padre con respecto a nuestra cena y haberme esforzado tanto para que todo esto. —Nos señaló a los dos con su tenedor—. No se convirtiera en un problema absurdo.

—¿Una discusión?, ¿con Henry?, ¿por mí? —Exageré una reacción de completa sorpresa—. ¿Discutiste con Henry por ponerte de mi parte? Bueno, esto es una novedad.

—Sé que tomarás esto como una ofensa, pero ambos son igualmente obstinados —comentó, sacudiendo la cabeza—. Él se rehúsa a escucharme porque no quiere admitir en voz alta que tú en serio no eres el mismo chico que eras hace un año atrás.

—No lo sé, yo me siento tan imbécil como siempre —bromeé de nuevo, tratando de desviar la seriedad que había adoptado la conversación.

Estábamos rozando la «zona peligrosa» de temas que no me apetecían hablar.

—Tal vez sí. —Mamá decidió seguirme el juego y las comisuras de sus labios se volvieron a alzar en una sonrisa burlona—. Pero has madurado, Hunter, desde la ceremonia de graduación puedo verlo, y supongo que tu padre no quiere aceptar que su hermano logró más contigo en un año, que lo que él pudo hacer en toda tu niñez, adolescencia y adultez.

Vale, en eso sí estábamos de acuerdo.

Vaya —airé sin poder evitarlo, echándome hacia atrás en mi silla como si sus palabras me hubiesen impactado físicamente—. ¿Estás admitiendo que Henry es un mal padre? —Me llevé la mano al corazón—. ¿Quién eres y qué hiciste con Josephine McLaggen?

Mamá volvió a enseriarse.

—Ambos hemos cambiado este último año, Hunter —explicó—. No fuiste solo tú el que se tomó el tiempo lejos de casa para reflexionar sobre muchas cosas.

Mi buen humor se nubló enseguida cuando noté en sus ojos la intención de ponerle fin a nuestro implícito acuerdo de «no conversaciones relacionadas a lo que pasó hace un año». Aunque durante nuestra primera cena, ella había cuidado no hablar sobre Saige tanto como había cuidado no hablar sobre mi hermano y Henry, tenía la leve sospecha de que sus esfuerzos no durarían tanto.

—Como por ejemplo —soltó entonces, rompiendo el contacto visual y adoptando un aire de inseguridad que me hizo querer levantarme antes de escuchar lo que tenía para decir—, la manera tan horrible en que actué esa noche —agregó con vergüenza.

«La manera tan horrible en que actué esa noche». Cerré los ojos durante un segundo en un intento de que el arrebato de frustración que provocaron sus palabras no me hiciera estallar contra ella. Era frustrante que sin importar el esfuerzo que pusiera para seguir viviendo mi vida en paz, siempre habría alguna situación, frase, recuerdo, persona, que podría fácilmente mandarlo todo a la mierda.

—Por favor, si de verdad quieres terminar esta cena en buenos términos, mejor hablemos de otra cosa —le pedí lo más sereno posible.

—Es solo que... desearía haberte defendido y no haber tomado el lado incorrecto en toda la situación —continuó, ignorando mi advertencia—. Me tomó demasiado tiempo entender lo que en realidad ocurrió.

Apreté la mandíbula, perdiendo la poca paciencia que me quedaba.

—Sí, parece que últimamente muchas personas desearían haber tomado decisiones distintas esa noche —dije con dureza—, es una pena que aún no hayan inventado una máquina del tiempo. Todavía las mierdas que haces en el pasado no se pueden cambiar.

—No, no puedes cambiarlas —concordó ella, asintiendo como si entendiera y aceptara mi ataque—, pero no puedes culparnos por intentar remediar esas... «mierdas» que hicimos en su momento.

No me pasó desapercibida su decisión de hablar en plural. Por supuesto, estaba incluyendo a Saige también.

—Mamá... —resoplé, sintiendo un repentino dolor de cabeza—. Estábamos haciendo un trabajo excelente en compartir solo una cena casual...

—Lo sé, pero entre esas reflexiones que tuve mientras no estabas, llegué a la conclusión de que no volvería a guardarme nada —se defendió—. Y también sé que este es un tema sensible para ti, aunque se te dé bien ocultarlo.

—Al parecer, no tanto, de lo contrario no estuvieras intentando darme un sermón al respecto —gruñí, molesto.

—No estoy tratando de darte un sermón —me dijo, negando con la cabeza—. Solo quiero dar mi perspectiva de las cosas.

—¿Ah, sí? Cuéntame; eso sería interesantísimo de escuchar. —Me crucé de brazos y me puse cómodo en mi silla en un falso gesto de que era bienvenida a «dar su perspectiva».

Ella no lo tomó como falso.

—Saige siempre me ha agradado —comenzó a decir, ignorando mi evidente cara de pocos amigos—. Ella fue la única buena decisión que Henry tomó en cuanto a ti, incluso cuando era para algo que lo beneficiaba más a él.

—Y eso terminó bastante bien, ¿no? —ironicé entre dientes.

—Cualquier cosa que haya realmente pasado entre ustedes no borra lo que vi mientras estuvieron ayudando a tu padre —continuó, esbozando una media sonrisa llena de pesar—. Sé que fue real, Hunter, y que todavía sigue siendo real aunque quieras huir de eso.

—Lo único «real» de todo esto es que oficialmente has arruinado la cena —zanjé con fastidio.

—Lo único real de todo esto —repitió, esta vez con voz autoritaria y determinada—, es que al igual que tu padre, odias ser vulnerable. Quizá, no lo sé, con Saige te permitiste serlo, y...

—Y a ella le supo a mierda mi vulnerabilidad —completé la frase—. Una gran y conmovedora historia de amor, señoras y señores, digna de repetirse —dramaticé, sarcástico.

Hubo una corta, pero tensa pausa. Mamá me sostuvo la mirada con tal severidad que recordé que Henry no había sido el único contribuyente en la herencia del mal genio.

—Hijo, dudo mucho que eso sea cierto —presionó de nuevo, sin señales de querer rendirse o percatarse de que estaba sobrepasando sus límites—. Esa noche... —Hizo una pequeña pausa, como si estuviera debatiendo entre si seguir o no con la conversación. La mirada severa que me acababa de lanzar fue rápidamente sustituida por el mismo aire de inseguridad de hacía unos minutos.

Lo que dijo después de eso, admito que me tomó fuera de guardia:

—Esa noche ella llamó a casa... Y para alguien a quien, según tú, no le importabas, parecía bastante afectada.

Me tomó un minuto digerir la información, ya que esa era una parte de la historia de la cual no estaba enterado. No era como si eso hubiese podido cambiar el resultado de las cosas, pero mi estado de chico patético y sentimental que no aprendió ninguna lección del pasado se vio —desgraciadamente— impactado con esa nueva pieza de información.

Incluso después de todo el espectáculo en la estación de policía, Saige se había atrevido a llamar a casa.

O era más masoquista de lo que pensaba, o ella en verdad...

—Nunca supiste de ello porque en ese momento, aún no llegabas a casa. —Mamá cortó el hilo de mis pensamientos.

Parpadeé, regresando a la realidad. Mi minuto de silencio se prolongó lo suficiente como para que ella intuyera que probablemente había desencadenado un caos en mi cabeza. Me enderecé en mi asiento e intenté lucir como si se tratara de información irrelevante.

—Me dijo que la cocinera le prestó un teléfono para poder llamarte —retomó—. Estaba llorando tan fuerte que apenas podía entender lo que estaba diciendo. Balbuceó sobre querer hablar contigo antes de que sus padres la enviaran a Londres e insistí en que no estabas. Quiso dejar un mensaje para ti igual.

Esperé a que continuara hablando, mas ella volvió a caer en otra desesperante pausa silenciosa, bajando sus ojos para observar sus manos retorcerse con nerviosismo sobre la mesa.

—Cuando recuerdo ese momento, no puedo evitar preguntarme si hice lo correcto en darle el teléfono a Henry —dijo entonces, todavía observando sus manos—. Él estaba tan enojado por todo que lo tomó y colgó la llamada. Incluso... me prohibió contestar si volvía a sonar. Ella trató de llamar un par de veces más, hasta que entendió que nadie iba a responder.

La misma tonelada de remordimiento que me golpeó la noche de mi discusión con Saige en Nueva Jersey, regresó para darme una fuerte patada en el estómago. Lo cierto era que mis sentimientos eran un jodido desastre. El resentimiento y la empatía que sentía hacia ella estaban compitiendo para ver quién terminaba tomando el control de todo.

«¿Por qué soy yo la que está pagando por todo?», recordé sus palabras la noche del partido en Princeton. No me enorgullecía aceptar que esa pregunta despertó algo en mí que creí haber dejado atrás...

Despertó al chico patético y sentimental que no aprendió ninguna lección del pasado.

El chico patético que, por una milésima de segundo, se cuestionó muchas de sus decisiones, tanto del pasado como del presente.

—¿Por qué me dices esto ahora?, ¿qué supones que haga? —inquirí, molesto.

—Eso depende de ti —contestó, encogiéndose de hombros—. Pero lo digo ahora para que entiendas que quizá ni siquiera tú tengas la verdad absoluta de lo que pasó.

Me levanté de la silla con brusquedad. La tensión entre nosotros era tan palpable que podía sentir la atención de Flavio y Pia en nuestra mesa. Le había dado la oportunidad de hablar, y ya no me apetecía escuchar más.

—Pues, esa información solo me sirve para reafirmar que papá es y siempre será un hijo de puta —le espeté—. Y para reafirmar también que definitivamente no habrá otra cena, madre.

Tomé la chaqueta en el espaldar de mi silla y procuré no mirar a nadie en mi camino hacia la salida.

No quería que vieran que, de hecho, mamá había probado su punto; todavía seguía siendo real.

***

Mi estado de chico patético y sentimental que no aprendió ninguna lección del pasado sin duda era una de las pocas cosas que me fastidiaban de mí mismo.

Por más que tratara de fingir que la conversación con mamá no había tocado un nervio, desde que había regresado al campus, era en todo lo que podía pensar. Se suponía que, según el plan que mi propio cerebro se rehusaba a seguir, debía restarle importancia a detalles como el que me había enterado temprano. Sin embargo... mi cabeza era un maldito lío.

Un-patético-y-sentimental-lío-que-no-aprendió-ninguna-lección-del-pasado.

—Joder... —Cerré los ojos, aplastando la almohada con fuerza sobre mi rostro en un intento de alejar/enterrar/olvidar cualquier residuo de buen sentimiento que todavía tuviera por Saige.

«Hunter, todas las respuestas están al alcance de una simple llamada. Tal vez... eso es todo lo que necesitas».

«Vale, esta mierda del confinamiento no está funcionando», pensé, ignorando a mi subconsciente y abriendo los ojos de golpe con la misma brusquedad en que la puerta de entrada también se abría. Me sobresalté, quitando la almohada de mi rostro y mirando el techo con irritación. No tenía que ver para saber de quién se trataba. Solo una persona podría abrir la puerta de mi maldito dormitorio con tanta confianza.

—Mueve tu trasero fuera de la cama, McLaggen, vamos a salir.

Jodido. Chase.

Me senté recto sobre el colchón y le lancé una mirada de muerte mientras él terminaba de entrar al dormitorio, dejando la puerta abierta para que Sawyer también se uniera a nuestra pequeña reunión improvisada —y completamente invasiva—. Resoplé. Habían estado haciendo ese tipo de entradas desde el comienzo de mi plan de confinamiento, aunque, las últimas veces al menos se habían molestado en tocar primero.

—¿Alguien alguna vez les ha hablado del término «privacidad»? —le reclamé, enarcando una ceja—. Pude haber estado con una chica, ¿no se les pasó eso por la cabeza?

Chase bufó, quedándose de pie en medio del dormitorio para responder a mi mirada de ceja levantada.

—Uno; lo dudo mucho —dijo—. Dos; en caso de que hubieras estado con alguien, no sería la primera vez que me pasa, así que no me afectaría, Dylan me hizo inmune a esas situaciones.

—Eso no es lo relevante —gruñí, paseando mi mirada entre los dos—. Lo relevante es saber quién coño les dio derecho de entrar así a mi dormitorio.

—Dylan —contestaron al unísono, con una tranquilidad que no sabía si lo hacía mejor o peor.

Fruncí el ceño, confundido.

—¿Lanie?

Mis ojos siguieron a Chase al ver que comenzaba a caminar casualmente hacia mi closet, abriéndolo como si le hubiera dado permiso para hacerlo.

Me pellizqué el puente de mi nariz, sintiendo el dolor de cabeza intensificarse.

—Sí, mi hermana —repitió Chase, hurgando entre mis prendas y hablando al mismo tiempo—. Mira, no sé qué rayos pasó entre ustedes en Nueva Jersey. —Nos apuntó a Sawyer y a mí con su dedo sin molestarse en apartar la vista del closet—. Solo sé que ni Sawyer, ni Dylan quieren decirme una mierda, y que tú te has estado comportando extraño desde esa noche, y que aunque todavía no estoy seguro si me agradas lo suficiente como para hacer esto, a Dylan sí le agradas y ella fue muy explícita con sus instrucciones.

—Sawyer. —Me volví hacia él, impaciente porque a Chase le encantaba divagar, demasiado—. El punto, por favor.

El rubio se recostó sobre la pared junto a la puerta y se cruzó de brazos, encogiéndose de hombros, y soltando una ligera risa entre dientes.

—El punto es que Dylan nos dejó muy claro que no debíamos tomar un «no» como respuesta esta vez —me explicó entonces—. Ah, y que Chase miente. Realmente sí le agradas lo suficiente y por eso es que estamos aquí.

—Cállate, Brown —le espetó Chase, dándole una repasada a una de mis chaquetas de cuero que había sacado del perchero y ahora sostenía en alto—. Joder, Hunter, ¿cómo es que tienes ropa tan costosa? Esta mierda es Armani, probablemente cuesta más que el dinero que obtuvimos por el jeep.

Siempre había sabido que existían pros y contras con respecto a las amistades, y en ese instante, estaba enumerando todos los contras que podía encontrar al alcance de mi mano. Y estaban superando, por mucho, a los pros.

—¿Han venido solo a registrar mis cosas y a mandarme mensajes misteriosos relacionados a Lanie? —inquirí, sentándome en el borde del colchón.

De un segundo a otro, Chase comenzó a arrojarme prendas de ropa. Una chaqueta negra, una camiseta gris jaspeado, unos vaqueros oscuros. Todo aterrizó directo en mi cara antes de tener tiempo de reaccionar y esquivarlo.

—Vamos a salir a una fiesta —dijo él con tranquilidad, por fin cerrando la puerta de mi closet y encarándome.

—No quiero ir a ninguna fiesta —me negué enseguida, lanzándole una mirada de muerte.

Para lo menos que tenía ánimo era para salir a una fiesta.

—No te estábamos preguntando, te estamos diciendo que iremos a una fiesta —se corrigió, pareciendo firme en su decisión.

—¿Y qué les hace pensar que su emboscada va a funcionar?, ¿o que mi respuesta será diferente a los veinte «no» que les he dicho estas últimas semanas? —ironicé.

Chase y Sawyer intercambiaron una mirada que aunque fue breve, al parecer fue suficiente para que ambos estuvieran de acuerdo en alguna conversación mental, ya que dieron un pequeño asentimiento con la cabeza y dijeron al mismo tiempo:

—Plan B.

Me restregué el rostro con estrés. Normalmente toleraba ese tipo de intensidad bromántica entre ellos, pero digamos que el adjetivo «tolerante» no era el adecuado para definir mi humor en ese instante. De hecho, estaban dificultándome el trabajo de resistir el impulso de echarlos del dormitorio de una forma que estaba seguro que me ganaría un buen descargue por parte de Dylan.

—Esto es tan ridículo, incluso para ustedes —les dije, poniendo los ojos en blanco mientras Sawyer sacaba su teléfono del bolsillo y se entretenía en él.

Lo vi llevárselo al oído y esperar unos segundos antes de que comenzara a hablar:

—Carter, dijiste que llamáramos si necesitábamos refuerzos. Pues, los necesitamos.

Mi espalda se irguió en alerta al escuchar que hablaba con Dylan. Paseé mi mirada entre Sawyer y Chase, sin poder creer que realmente hubiesen armado toda una confabulación solo para sacarme de fiesta.

La situación había alcanzado un nuevo nivel de ridícula intensidad.

—¿En serio? —resoplé.

—Sí, en serio —dijo Sawyer, extendiéndome su teléfono—. Buena suerte tratando de librarte de la Dylan Osito Cariñosito.

Joder.

Le di una mala mirada mientras tomaba el maldito aparato.

Ella ni siquiera me dejó decir una palabra.

—McLaggen, primero debo confesar que esto sería mucho más fácil si no vivieras a una hora de distancia —comenzó a decir—. Segundo, te di los días que necesitabas para que superaras la mierda que pasó el día del partido, pero creo que ya es momento de una buena dosis de amor duro.

—Lanie... —le dije en tono de advertencia.

—Nada de «Lanie...» —Hizo una exagerada imitación de mi tono—. Escucha... entiendo que no quieras hablar de ello, por lo que no te preguntaré nada sobre eso aunque me muera por saber. El punto es que, si una cosa aprendí de ti es que te gusta lidiar solo con las cosas. Y lo entiendo, porque yo también suelo hacer lo mismo, pero, Hunter, estás de coña si piensas que simplemente vamos a sentarnos a mirar cómo te encierras en tu dormitorio como el jodido Grinch de la vida, y te escondes de lo que sea que te estás escondiendo.

—Creo que están convirtiendo todo esto en una de esas novelas pasionales innecesarias que les encanta inventarse —comenté, mirando de reojo a los chicos, quienes habían adoptado una clara postura de impaciencia—. Y sabes que realmente las novelas pasionales innecesarias no son mi tipo de actividades, así que mejor...

—Hunter, deja de comportarte como un idiota y date cuenta que no se trata de una novela pasional, se trata de que, desafortunadamente para ti, tienes amigos ahora que saben que no has estado bien y eso nos lleva a armar este tipo de planes locos, así que voy a resumir este sermón porque dejé a West solo en la cocina y estoy comenzando a percibir un olor extraño. Entonces, tienes dos opciones; o sales por voluntad propia, o considera esto un secuestro bien justificado —sentenció, dejando atrás su voz comprensiva para darle mucha más agresividad a su discurso.

Reprimí una sonrisa. Era imposible odiar lo buena que se había vuelto en dar dosis de amor duro. De hecho, estaba impresionado.

—Te has vuelto buena en esto —reconocí en voz alta.

—Lo sé —dijo con humor—. Ahora, de verdad tengo que colgar. El olor está mutando de «extraño» a una posible llamada a los bomberos. Por favor, sal, diviértete, e intenta hacer las paces con Sawyer, ¿vale? Sé que las cosas han estado raras entre ustedes desde que se fue con... —Se detuvo a media frase, sabiendo que una mala elección de palabras podía arruinar todo su avance—. Tú me entiendes. Solo resuélvanlo de manera civilizada.

Colgó la llamada antes de que pudiera despedirme.

—Estaremos esperándote en el pasillo —terció Sawyer, tomando de vuelta su teléfono y empujando a Chase hacia la puerta.

Este último me dedicó su mejor interpretación de secuestrador amenazante.

—Diez minutos, McLaggen —agregó con voz grave, siguiendo a Sawyer.

Tomé una respiración profunda cuando estuve solo en el dormitorio.

No sabía si lo de tener buenos amigos debía catalogarlo como algo agotador o si sentirme afortunado.

***

No era mi primera fiesta en una casa de fraternidad. Papá y Hiram pertenecieron a una de las fraternidades del campus, lo cual para mí, significó asistir —de manera forzada— a muchas reuniones aburridas con ex-compañeros, donde la definición de «diversión» era sentarse con un vaso whisky en una mano y un tabaco en la otra, mientras se burlaban de quién tenía la barriga más gorda y se jactaban de quién tenía la billetera más llena de dinero. Por supuesto, no tengo que siquiera mencionar que siempre buscaba el momento perfecto para escapar y colarme en las verdaderas fiestas de fraternidad.

No me emborrachaba ni nada por el estilo, pero sí era más entretenido ver con mis propios ojos a las versiones jóvenes de los ex-compañeros de papá, es decir; universitarios ricachones e idiotas en su hábitat natural de idiotez. Eran un constante y necesario recordatorio de por qué lanzarme de un quinto piso sonaba más tentador que pertenecer a una ridícula hermandad.

—¡Iré a ver dónde están repartiendo las bebidas! —gritó Chase entre el bullicio.

—¡Yo iré contigo! ¡Eres un jodido experto en desaparecer en fiestas como estas! —le dijo Sawyer, girándose para mirarme con una expresión que casi me hace rodar los ojos—. ¿Vienes?

Enarqué una ceja con ironía y puse cara de víctima asustada.

—Oh, ¿es que estás dándome opción?, ¿no que esto era una especie de secuestro o algo así?

Él puso los ojos en blanco, viéndose irritado.

—No es un secuestro, McLaggen, puedes quedarte aquí si quieres —me dijo, suavizando su rostro para esbozar una socarrona media sonrisa—. Confío en que lo que sea que te dijo Dylan, hará que te comportes como un buen perro toda la noche.

El tono doble intencionado que utilizó hizo que mi sonrisa cayera. Vale, juzgando por las miradas de juicio silencioso y los comentarios maliciosos, Lanie tenía razón; todavía necesitábamos limar las asperezas de esa noche en Nueva Jersey.

—No me pongas a prueba, Brown —le advertí por lo bajo.

—Solo me gusta señalar verdades —se defendió, encogiéndose de hombros.

—¿Qué verdades?, ¿de qué hablan? —intervino Chase curioso, interponiéndose entre nosotros.

Ambos nos miramos sin decir una palabra, como si estuviésemos retándonos mutuamente a ser el primero en responder la pregunta de Chase. Al cabo de unos cortos segundos, ninguno de los dos quiso apretar el gatillo de esa posible masacre y en cambio, dijimos:

—De nada.

—Vale. —Él asintió lentamente con la cabeza y le colocó una mano en el hombro de Sawyer—. Si ya se cansaron de su estúpida guerra de miradas, ¿podríamos ir por las bebidas?

Cuando los vi desaparecer por uno de los pasillos, consideré seriamente la idea de escaparme si tendría que lidiar con las secuelas de nuestra discusión. Sin embargo, entre lidiar con Sawyer y lidiar con Dylan, prefería comportarme como un buen y obediente rehén.

«Joder, acabas de darle la razón a Sawyer, ¿sí te das cuenta?».

, pero Lanie no era mi única razón para quedarme en la fiesta, tal vez disfrutar un poco de la vida nocturna universitaria sería una buena oportunidad para probar si lo que necesitaba era un cambio de estrategia con respecto a mi estado de chico patético y sentimental que no aprendió ninguna lección del pasado.

Así que caminé en el sentido contrario de donde Sawyer y Chase habían ido. De todos modos, el espacio de la primera planta no era demasiado grande como para que no lograran encontrarme, la distribución se resumía a un lobby, una cocina y una zona común.

Una de las cosas que sin duda no extrañé de las casas de fraternidades de Columbia fue la sensación de claustrofobia que experimentabas estando en una fiesta de cientos de personas borrachas metidas en un angosto e incómodo edificio neoyorquino. Todas tenían la misma infraestructura; eran pequeños edificios de estilo victoriano mantenidos en buen estado gracias a ex-estudiantes adinerados que donaban miles de dólares cada año para conservar sus «legados».

Exacto, Henry era uno de esos.

Zigzagueé en mi camino hacia la zona común y cuando estuve parado en el umbral, hice un escaneo rápido de la habitación. La cantidad de personas no me dejaba distinguir qué tan grande era, pero podía ver que se dividía en varias secciones; un comedor, el cual se encontraba invadido por apasionados jugadores de beer pong (malos flashbacks ahí). Una sala de estar, llena de parejas calenturientas disfrutando de la comodidad del sofá. Y, al fondo, un área de entretenimiento, donde los miembros de Sigma estaban reunidos alrededor de la mesa de billar luciendo como una especie de manada ruidosa incapaz de separarse, o, incapaz de usar cualquier otra prenda de ropa que no fuesen sus sudaderas rojas.

—Oficialmente acabas de probarnos que aún no has hecho la transformación completa a imbécil de tiempo completo. Felicidades, ten tu bebida de compensación.

Reprimí un respingo y salí de mi escaneo para poner mi atención en los chicos. Le rodé los ojos a Sawyer por su comentario malicioso número dos de la noche y acepté el vaso rojo que me ofreció.

—Estás de racha, al parecer —señalé, sarcástico.

—No puedes culparme —admitió, dándole un sorbo a su vaso—. Te tardaste como tres semanas en dejarte de esconder y escabullirte, así que créeme, hay mucho más de donde vino eso.

—¿Qué tal si, por ser nuestra primera pelea de pareja, nos perdonamos y seguimos con nuestras vidas? —le propuse, tratando de negociar mis opciones.

Él bufó y sacudió la cabeza.

—¿De verdad crees que todo esto es por la discusión? —inquirió, indignado.

Abrí la boca para decirle que sí, pero el grito de Chase nos sobresaltó a ambos.

—¡Oigan! —Nos giramos hacia él. Estaba tomando de su vaso mientras miraba hacia la zona común con ojos entrecerrados, como si estuviese tratando de identificar algo—. ¿Esa no es...? —Usó su dedo índice para apuntar.

Sawyer y yo seguimos la dirección de su dedo hasta que nuestros ojos cayeron en la mesa de billar del fondo. Entrecerré mis ojos al igual que él, adaptándolos a la luz tenue de la habitación y deteniéndome bruscamente al reconocer a la única chica que se había unido al grupo de la fraternidad.

Exhalé con fuerza. Después de semanas de confinamiento, por supuesto que el destino hijo de puta iba a tomar la oportunidad para fastidiarme.

Estaba listo para apartar la mirada cuando el grupo de chicos le dio la bienvenida a Saige con un vitoreo colectivo, el cual provocó una carcajada en ella que casi la hace derramar el líquido que tenía en su vaso rojo. Le tomó unos segundos estabilizar el vaso y... estabilizarse ella en cuestión.

Estaba borracha.

—Ella dejó de venir a nuestras carreras matutinas —me comentó Sawyer, suponiendo que estaba viendo lo mismo que él—. También dejó de contestar mis mensajes.

—¿Qué? —pregunté, encarándolo e intentando ocultar que, de hecho, me sentí genuinamente sorprendido por esa revelación.

«Nota mental: dejar de mostrar mi sorpresa ante esa clase de revelaciones».

—Lo que escuchaste —respondió con dureza, manteniendo su atención en el frente.

Jooooder... —exhaló Chase junto a nosotros, sus ojos muy abiertos en una expresión de indisimulada incomodidad.

—Bueno, supongo que eso responde muchas de mis preguntas —añadió Sawyer, levantando las cejas en sorpresa.

Fruncí el ceño, siguiendo su mirada de vuelta a la mesa de billar, curioso. De inmediato quise que me hubieran al menos advertido sobre lo que estaba a punto de ver para suavizar un poco el impacto.

Saige y un chico de corto pelo rubio, alto y robusto, que vestía la sudadera roja de la fraternidad, se estaban comiendo la boca justo en las narices del resto del grupo. Y con «comiendo la boca», me refiero al sentido más vulgar de la expresión. Ella tenía su brazo libre enroscado alrededor del cuello del chico y se inclinaba sobre él como si eso la ayudara a mantenerse estable, mientras que la mano libre del chico, estaba bastante entretenida apretándole con firmeza el trasero por encima de la falda plisada que llevaba puesta.

«Pero, ¿qué demonios...?». Lo primero que mi mente pudo maquinar para justificar lo que estaba viendo era que ella estaba borracha hasta el culo y por se estaba besuqueando así, que quizá, era solo un desconocido que había escogido al azar. Sin embargo, cuando dejaron de atragantarse con sus lenguas, ambos se sonrieron con una complicidad que descartó esa teoría. Se conocían.

De repente, mi cuerpo no me estaba obedeciendo, porque no podía dejar de mirarlos aunque eso era lo que quería. Todo lo que podía escuchar era el sonido de mi propia respiración acelerándose y volviéndose más profunda. «Joder, no, Hunter».

Reconocía la sensación bastante bien.

—El vaso no tiene la culpa de tu idiotez. —La voz de Sawyer fue la que hizo que me percatara de que había estado apretando mi vaso durante todo ese tiempo.

Intercalé mi mirada entre Saige y Sawyer.

—¿Conoces a ese tipo? —le pregunté.

—No, te he dicho que no me hablado con ella en semanas —me contestó, enarcando una ceja inquisitivamente—. E incluso si lo conociera, no te lo habría dicho tampoco.

—Yo sí lo conozco —terció Chase, aligerando un poco el ambiente tenso—. Brad... algo, es el presidente de Sigma. Un auténtico imbécil. La única razón por la que no lo han expulsado de la fraternidad es porque su padre está forrado —explicó él, sin poder apartar la mirada de la mesa de billar—. Es raro admitir esto, pero es incluso un imbécil más insoportable que tú, Hunter.

No me ofendí con su comentario, ya que mi mente estaba demasiado revuelta como para pensar en una buena respuesta a su ataque. Volví a mirar a Saige. No parecía la misma Saige que hacía tres semanas, en absoluto. Era como ver... a la gemela malvada de Saige. La gemela malvada de Saige que ahora salía con peores imbéciles que yo.

Su historial de chicos no era el más perfecto (incluyéndome en esa lista), pero si de una cosa estaba seguro era que Brad el Niño de Papi tenía que ser una jodida broma. Tenía que haber una razón detrás de todo lo que estaba viendo.

Lo confirmé cuando Brad —todavía ahuecándole el trasero como si tuviese pegamento en la mano—, se inclinó a decirle algo al oído. Durante ese segundo, noté un atisbo de la Saige sobria detrás de toda su actitud de borracha. Su sonrisa cayó ligeramente; no obstante, se recuperó rápido, apartándose para asentir con la cabeza y esbozar una de sus conocidas sonrisas forzadas.

La observé despedirse del grupo y caminar hacia la salida alterna de la zona común. Para ese punto, me sentía irracionalmente alterado. Sabía que no tenía el más mínimo derecho de sentirme así después de haber sido un idiota con ella durante nuestras últimas interacciones, pero... al chico patético y sentimental que no aprendió ninguna lección del pasado le importaba una mierda si estaba siendo razonable o no. Necesitaba respuestas.

—¿A dónde vas, McLaggen? —indagó Sawyer, viéndome dar un paso adelante con dirección a las escaleras, donde Saige se encontraba esquivando a personas en su camino a la siguiente planta

Le lancé una mirada mortal de advertencia.

—Mantente fuera de esto. Lo digo en serio —le advertí, sin una pizca de burla en mi voz.

—Oh, mierda —intervino Chase, mirándonos ambos, boquiabierto—. Oh, mieeerda. Ahora lo entiendo. —Asintió lentamente—. Joder, ¿en serio está pasando esto de nuevo, Sawyer?

Resoplé, no había tiempo para lidiar con la faceta despistada de Chase.

Seguí a Saige antes de perderla de vista. Mi lado racional me repetía que estaba yendo en contra de todo lo que se suponía que debía hacer. Sin embargo, cualquier resentimiento que aún sintiera hacia ella no estaba siendo lo suficiente fuerte para hacer que me diera la vuelta y volviera a la fiesta. No fueron celos los que me empujaron a ir tras ella.

Desgraciadamente, era mucho más que eso.

Ella subió tambaleándose hasta el último piso del edificio, donde solo había un corto pasillo con tres puertas que supuse eran todas para la gran comodidad de Brad el Niño de Papi. Entró en la puerta del fondo y esta se cerró a sus espaldas. Estaba tan sumergida en sus pensamientos y en el alcohol que ni siquiera se percató que estuve justo detrás de ella todo ese tiempo.

Me di una última oportunidad frente a la puerta para regresar a la fiesta.

No la tomé.

Lo primero que vi al entrar fueron las piernas desnudas de Saige colgando sobre el borde de la cama, y el resto de su cuerpo acostado encima del colchón. Ella miraba hacia el techo de la habitación, con los brazos extendidos como si estuviera haciendo ángeles en la nieve y una expresión perdida en su rostro.

Lucía tan miserable que sentí el remordimiento enviar otro golpe sin piedad, directo a mi pecho.

Cerré la puerta tras de mí. La mueca de Saige se transformó en otra de sus sonrisas forzadas en cuanto escuchó el sonido. Se sostuvo con la ayuda de sus codos para darle la bienvenida a Brad, y su sonrisa murió enseguida al darse cuenta que era yo.

—¿Hunter? —Todo su cuerpo se irguió hasta quedar sentada en la cama.

—Síp, perdona que te decepcione —le contesté entre dientes.

Ella se puso de pie y me sostuvo la mirada en silencio. Sus ojos estaban vidriosos por el alcohol y tenían restos de delineador negro debajo de ellos, acompañando las orejas que se notaban a pesar del maquillaje que intentaba cubrirlas. Para quien la conociera, todo su aspecto gritaba que no estaba bien.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, cruzándose de brazos y endureciendo sus facciones.

Vale, estaba lidiando con la Saige borracha y agresiva.

—¿Yo? —Me señale a mí mismo, bloqueando la puerta con mi cuerpo en caso de que ella quisiese irse o que Brad llegara a interrumpirnos—. Me han dicho que las fiestas de fraternidades son increíbles —contesté, cruzándome de brazos también—. ¿Qué hay de ti?, ¿qué haces aquí? Claro, además de querer buscarle solución a tus problemas en la garganta de riquitos idiotas.

Ella soltó una sonora risa seca.

—¿Has venido hasta aquí solo porque ya echabas de menos humillarme? —me espetó, viéndose molesta.

Apreté la mandíbula, cuidando mi siguiente elección de palabras.

—Solo vine a recordarte que ese mecanismo de defensa no te funcionó en el pasado —le dije, en cambio.

Mi comentario dio justo en el blanco. Vi las lágrimas acumularse en sus ojos, mas ella parecía determinada a no demostrar debilidad. Comprimió los labios con rabia y me señaló la puerta.

Sal de la habitación, Hunter —me pidió, firme—. Ahora.

—Eso es lo que en realidad mi lado sensato dice que debería hacer. Salir de esta habitación y dejarte hacer lo que quieras con tu vida; alcohol, niños de papi, hasta drogas si ahora te gusta eso —reconocí, sin moverme ni un centímetro—, pero, por desgracia... resulta que tengo un lado patético que no puede ignorar lo que estás haciendo.

Saige soltó un bufido cargado de indignación.

—No estoy haciendo nada diferente a lo que tú has estado haciendo todo estos meses —se rio con amargura—. Se le llama «dejar de actuar como una estúpida y seguir adelante».

—¿Llamas a esto «seguir adelante»? —Le di una vuelta a la habitación de Brad con mi dedo—. Solo estás huyendo de tu realidad. Y, ¡alerta de spoiler! ¡Eso nunca funciona!

Ella apretó los ojos cerrados durante un segundo y respiró hondo. Me sentí tentado a acortar la distancia entre nosotros y tocarla, pero me contuve. Había llegado hasta ahí como... su amigo. No pretendía nada más que eso.

No podía.

—Cuando tu realidad se vuelve demasiado dolorosa, es válido intentar «esto». —Imitó mi movimiento con su dedo—. Pasé un año entero siendo miserable en Londres, sintiendo pena y vergüenza de mí misma, pensando en que casi arruino tu vida y la de mis padres.

»No tuve tiempo para pensar en nada más, ¿sabes? No tuve tiempo de hacer amigos aparte de mi primo Griffin. Cuando supe que volvería a Nueva York, lo vi como una oportunidad para verdaderamente empezar a «seguir adelante». Te busqué, rechazaste mis disculpas. Busqué a mis padres, me rechazaron también. Lo que pasó esa noche en Nueva Jersey me hizo entender que perdí un año entero de mi vida llorando y compadeciéndome por personas que claramente siguieron adelante sin mí, así que yo solo estoy haciendo lo mismo.

—¿Al emborracharte cuando ni siquiera te gusta beber? Vaya, ese sí que es un método innovador de superación personal —la desafié, ocultando con humor que, después de todo lo que acababa de decir, mis impulsos estaban a punto de ganarme.

—Cualquiera que sea mi método dejó de ser tu problema cuando me pediste que te dejara en paz, Hunter, y eso fue lo que hice —me recordó con detenimiento—. Ahora, me gustaría que hicieras lo mismo.

Mi lado irracional dio dos pasos adelante sin poder contenerlo. La rabia en su rostro flaqueó al ver mi acercamiento. Lo cierto era que, aunque quería engañarme a mí mismo, no había entrado ahí como un acto de amistad. Había entrado ahí por la misma razón por la que decidí confinarme durante tres semanas.

Porque a pesar de todo lo que ella representaba, Saige seguía importándome. Seguía siendo capaz de causarme celos, preocupación, empatía, remordimiento, de hacer que me escondiera solo para evitar reconocer lo que sentía.

—Tú no quieres que me vaya —dije entonces, posando manos en sus hombros.

Sentí su cuerpo estremecerse un poco ante mi contacto. Se había quedado callada, observando en silencio mi repentino cambio de actitud. Mis manos se atrevieron a acariciar sus brazos para hacerle entender que lo que estaba a punto de decir no se trataba de un comentario sarcástico, engañoso o burlón.

—Y yo tampoco me iré —añadí, tan sincero como pude escucharme—. La verdad es que... no soy tan imbécil, Stepford.

Su labio inferior tembló y bajó la cabeza, tomándose un minuto. Pensé que eso había sido suficiente para convencerla de no seguir con la locura que sabía que estaba haciendo, pero, cuando alzó la vista de nuevo, la misma Saige inexpresiva que me había encontrado al abrir la puerta, fue la que me devolvió la mirada.

—En realidad, sí eres un imbécil —concordó, sorbiendo por la nariz y adquiriendo una postura altiva—. Y sabrías por qué te lo digo si me hubieras dejado explicarte las cosas, en vez de tratarme como la mierda.

Dio un paso fuera de mi agarre y se cruzó de brazos, poniendo una barrera invisible entre los dos.

—No voy a pasar por esa humillación de nuevo, así que es mi turno de pedirte que me dejes en paz.

Dicho esto, aprovechó que sus palabras me tomaron desprevenido y me rodeó para poder salir de la habitación. El portazo que dio a mis espaldas lo sentí en el estómago.

Parpadeé. «¿Qué demonios acaba de pasar?».

Holiiiiis, mis amoooores. Lo sé, lo sé, sé que me tardé en actualizar, pero es que fueron unas semanas muy locas; estuve en modo mudanza por varias semanas y mi cabeza estaba enfocada en eso, aunque tomé cualquier momentito que pude para poder escribir. Eso, más las montañas de trabajo que tuve que atender, hacen de este capítulo un verdadero milagro JAJAJAAJAJ.

Pero aquí lo tienen, lleno de intensidad, salseo y cosas inconclusas que DEOS MEO solo LES PUEDO DECIR QUE SE PRENDIÓ ESTO. Ajá Hunter, ¿cómo te quedó ese ojo?

De corazón espero que no le hayan lanzado hate a Saige por su decisión de ser regia, empoderada y no aceptar que Hunter decidiera así como así portarse bien después de que realmente fue sendo mamawebo con ella, independientemente de lo que él y ustedes crean que hizo. Sorry, pero yo habría hecho lo mismo en su lugar jajaja. Así que, queen, I salute you.

Me despido con esto porque no me quiero extender para que YA puedan disfrutar de esto. Lojamo.

Besitos venezolanos con empanadas margariteñas bien ricas. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro