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14 │De Noches (Des)controladas

HUNTER

ANTES:

Gruñí en voz alta, considerando seriamente lanzar mi teléfono dentro de la pecera junto a nuestra mesa, bloquear el número de Esther, enviarle una bonita lista de insultos, o tal vez todas las anteriores. ¿No podía solo dejarnos montar su súper espectáculo, darle su historia a Henry y permitirme continuar la noche en paz? Lo menos que necesitaba era tener a un reportero tomando fotografías y siguiéndonos durante toda la noche. Mi plan post-cena ya se había alterado lo suficiente luego de incluir a Saige en él, ¿de verdad quería agregarle eso a la ecuación?

—Es Esther, ¿no? —dijo ella, mirándome desde el otro extremo de la mesa mientras terminaba de comer su exageradamente costoso mousse de chocolate. Todo acerca del restaurante era vulgarmente costoso —. También me ha estado enviando mensajes de texto.

Luché contra el otro gruñido de frustración que estaba listo para salir al recordar el minuto de debilidad que había tenido en nuestro camino hacia el restaurante.

La noche que tenía planeada para desestresarme hasta el momento estaba causando el efecto contrario.

Después de lo que sintió como una eternidad de semanas, finalmente pude sacar algo bueno de toda la mierda de Henry. Mamá se llevó un poco de crédito por interceder, pero la verdad es que no me importó a quién tuviera que agradecerle, o con quién tuviera que lidiar, con tal de tener a cambio aunque fuese una pequeña porción de mi libertad.

A pesar de que todavía estaba atrapado con lo del ridículo contrato y la relación falsa con Stepford, las habilidades de negociación que el mismo Henry me había enseñado me ganaron una reducción de condena. Me había quedado claro que su posible candidatura para alcalde era algo grande e importante para él, y, él sabía que empujarme al límite podía hacerme explotar y decidir que ya no colaboraría con su teatro de «familia feliz» e «hijos perfectos», ni siquiera por los Rose. Así que mi instinto de supervivencia y determinación regresó con todo para negociar mis opciones; me comportaría, seguiría al pie de la letra el informe de Esther y le daría su tan adorada matriz de opinión... solo si me quitaba de encima a Guardaespaldas Desalmado #1 y reducía mis horas en el despacho.

Por supuesto, no fue fácil persuadirlo, y tampoco podía culparlo por sentirse escéptico de mi voluntad para llegar a un acuerdo. Lo entendí. Quiero decir, la última vez que estuvimos dentro de la misma habitación sin desafiarnos entre sí o salir discutiendo, no estaba capacitado para razonar, ni para caminar, ni para comer sin babearme. Mas necesitaba convencerlo de que, «en serio», esa vez no habría ningún truco oculto; estaba desesperado por tener mi libertad de vuelta, salir de su asfixiante burbuja y respirar aire fresco, bastante, bastante lejos de su apestoso saco de mierda.

Cuando, gracias a Dios, escuchó a mamá y aceptó mis condiciones, supe qué era lo primero que tenía que hacer para celebrar: tener una noche terapéutica clandestina al mejor estilo de Hunter.

Noche terapéutica a la cual Saige se había unido de último minuto.

—Sí, su intensidad no es ninguna novedad —le comenté, dejando mi teléfono junto a mi plato y sintiéndome obligado a sonreír por si el reportero desconocido tuviera su cámara lista para disparar—. Pero, nos puede joder la post-ocasión.

¿Qué? —Su tenedor quedó suspendido a medio camino de su boca y sus ojos verdes se agrandaron en señal de pánico, haciéndome sentir culpable durante un microsegundo por haber reconsiderado la idea de llevarla conmigo a Queens.

Técnicamente, ella necesitaba más que yo esa noche terapéutica. Tal vez hasta más de una. De hecho, muchas, muchas noches terapéuticas para superar lo que sea que sus padres le habían metido en la cabeza. Sin embargo, que estuviésemos compartiendo oficina, así como también el odio hacia la ilógica relación falsa impuesta por Henry... no significaba que ella y yo ya estuviéramos en el terreno de amigos inseparables. No desconfiaba, pero tampoco confiaba en que estuviera de acuerdo con mi manera de sacarle provecho al «hueco en el contrato». Después de todo, seguía siendo la misma Saige que había llegado al despacho con la intención de impresionar a papá con su actitud de lameculos, así que nada me garantizaba que no fuese a superar su pequeño arrebato de rebeldía de un momento a otro para regresar al lado oscuro.

Así que me regañé a mí mismo cuando cedí ante la expresión en su rostro luego de haberle comentado sobre mis planes. Supongo que verla al borde de las lágrimas me hizo recordar que no era el único con una familia llena de hijos de puta. Se merecía que le diese el beneficio de la duda, aunque fuese por una noche.

Digamos que le había concedido un periodo de prueba gratuito. Le daría una oportunidad para demostrarme si realmente podría convertirse en mi aliada, o si su lavado de cerebro no tenía salvación.

—Pues, si no le damos buen material a su amigo reportero, querrá seguirnos cuando salgamos del restaurante —le expliqué, extendiendo mi brazo con naturalidad y zigzagueando a través de la mesa hasta llegar a la mano que descansaba al lado de su postre.

Ella pegó un pequeño salto al sentir el contacto, y su siguiente reacción fue querer apartarse. Reprimí otro gruñido, cuestionándome su grado de inteligencia mientras atajaba su mano antes de que siguiera arruinando mi gran esfuerzo por deshacerme del contratiempo que nos había lanzado Esther.

—Wisener, tu despampanante novio acaba de tomar tu mano, y tú luces como si tuviera ácido —le informé, forzando otra sonrisa—. Eso no es buen material —enfaticé, ya que aparentemente, a sus «neuronas prodigio» les estaba costando mantenerme el paso—. Esther quiere buenas fotos de nuestra primera cita romántica, tenemos que darle buenas fotos de nuestra primera cita romántica.

Apretó los labios en una línea recta durante unos cortos segundos, reprimiendo cualquiera que fuese el comentario que tenía en la punta de su lengua y luego, su modo robot por defecto forzó una sonrisa incluso más convincente que la mía.

—Debiste darme una señal primero, ¿no crees? —se defendió, relajándose y entrelazando nuestros dedos sobre la mesa—. Mi mente no funciona tan rápido para idear planes perversos como la tuya —añadió entre dientes.

—Estoy totalmente de acuerdo en que necesitas trabajar en tu improvisación —le respondí, llevando su mano hasta mis labios y depositándole un pequeño beso en sus nudillos.

Noté que se tensaba un poco, mas mantuvo su sonrisa intacta. «Así está mejor».

—No puedo decir lo mismo de la facilidad que tienes para invocar a tu robot interior —agregué—. Casi olvido lo aterradora que luces cuando lo haces.

Su cabeza se echó hacia atrás y dejó escapar una sonora carcajada, como si acabara de contarle el chiste más gracioso del mundo. Créanme, si la sonrisa falsa era aterradora, la risa la ponía en otro nivel de espeluznante.

—Bajarle a los comentarios insensibles podría ayudarme a improvisar mejor —dijo entre risas, lo cual, , la hizo ver mucho más espeluznante—. ¿Sabes? Me gustaba más cuando comíamos en silencio.

—Deberías acostumbrarte a que tu novio tenga un sentido del humor increíble —le sonreí, aunque impacientándome.

No tenía toda la noche para ponerme a discutir con Saige de sus pobres dotes actorales. Además, en eso sí estábamos de acuerdo; a mí también me había gustado más la cita cuando no estuvimos forzados a mantener una conversación. Sobre todo porque estaba ocupado teniendo un conflicto interno por su culpa y por culpa de las lágrimas en sus ojos que me obligaron a improvisar y modificar mi plan.

Joder, ¿desde cuándo me compadecía por alguien como Saige?

Su risa fue extinguiéndose gradualmente al tiempo en que me levantaba y comenzaba a arrastrar mi silla más cerca de ella. Para cuando mi rodilla estuvo rozando la suya por debajo de la mesa, ya no se estaba riendo; de hecho, podía notar que estaba luchando por mantener una expresión neutral.

—¿Qué haces? —me preguntó, observando cómo mi mano viajaba a su mejilla y trazaba un camino de caricias que terminaron en su oreja, jugueteando con el pequeño pendiente dorado que la adornaba.

Tener un hermano prostituto como Hiram venía con una especie de entrenamiento de ligue forzado. Era imposible no identificar el patrón que seguía con cada chica que salía; los mismos chistes, las mismas líneas patéticas que les decía para terminar con ellas... los mismos gestos que se ganaban un «Qué romántico es tu hijo, Henry, puedo ver que está muy enamorado». Era preocupante cómo un simple acercamiento, caricia y sonrisa lograba engañar a todos. En ese momento, no obstante, era nuestro ticket seguro para quitarnos a Esther de encima, así que no me importaba ensuciarme las manos con sus trucos. Me importaba más llegar ileso y despejado a Queens.

—Dándole el último espectáculo de la noche para poder pedir la cuenta y largarnos —le contesté, cepillando sus labios suavemente con mi dedo pulgar—. Ahora, Wisener, tu único trabajo es no apartarte.

—¿No apartarme de qué? —presionó, encogiéndose un poco.

Resistí el impulso de poner los ojos en blanco.

—Voy a besarte, porque por más asqueroso que eso pueda sonar para ti, y para mí, eso es lo que hacen los novios en las citas; besarse apasionadamente como si un reportero no los estuviera viendo, ¿de acuerdo? —le informé, luchando para no mostrar que en definitiva; Saige tenía que trabajar más en sus dotes para la actuación.

Probando exactamente mi último punto, en cuanto escuchó mi respuesta, ella ni siquiera se molestó en ocultar el rechazo en sus facciones; arrugó la cara en una mueca de asco y se apartó de mi agarre.

Ew, Hunter, no voy a besarte —me replicó, rompiendo enseguida nuestro contacto visual y aclarando con fuerza la garganta—. No es parte ni del contrato, ni del informe de Esther, ni de la lista de cosas que puedo permitir en esta relación falsa, así que los besos están prohibidos, vetados, olvidados, ¿de acuerdo?

Resoplé, frustrado.

Mi paciencia estaba a tan solo una gota de desbordarse.

Stepford, esto no funcionará si continuas siendo una llaga en el culo —le hice saber, molesto—. ¿Sabes? Creo que lo más sensato es que te sacrifiques por el equipo. Si te dejo en tu penthouse luego de cenar, no hay razón para que el reportero nos siga.

Ella se tensó enseguida y su rostro pasó de estar asqueada a estar indignada también en una fracción de segundo.

No quiero sacrificarme —replicó, sacudiendo la cabeza—. El penthouse es el lugar donde menos quisiera estar ahora mismo, ¿vale? —agregó, bajando un poco la guardia—. Accedí a ir contigo a un lugar totalmente desconocido, el cual probablemente se trate de un burdel o algo mucho peor; eso debería darte una idea de que no eres el único que necesita una noche de deshago, lejos de... —Tomó una respiración profunda y por un segundo, temí que las lágrimas volvieran y arruinaran todo el espectáculo que acabábamos de montar—. Yo solo... necesito esta noche tanto como tú.

Apreté los labios, frustrado conmigo mismo y el repentino e incontrolable sentimiento de empatía.

«Mierda, Hunter, te tiene de nuevo».

—Estoy de acuerdo —dije, resignado—. Y, también estoy de acuerdo con la regla de cero besos. Pensé que estaba listo para cruzar esa línea. —Arrugué la cara al igual que ella había hecho segundos atrás—... pero todavía necesitaré tiempo para prepararme. De hecho, deberíamos añadir esa cláusula a nuestro informe: «Cero besos falsos... por cuestiones de salud mental».

—Ignoraré el sarcasmo innecesario esta vez solo porque estás siendo amable conmigo, para variar —admitió, sonriendo satisfecha—. Y, porque también me agrada idea de la nueva cláusula.

—Vale, el reportero ya tuvo suficiente material por esta noche —le dije, estirando mi cuello para buscar con la mirada a uno de los camareros—. Salgamos de aquí, ¿sí? Antes de que de verdad me arrepienta de estar siendo amable contigo.

Eso último era cierto. Aunque no era precisamente porque desconfiara de ella, sino que el repentino sentimiento de empatía comenzaba a incomodarme y a frustrarme como el infierno.

Ya había tenido suficiente sentimentalismo; era momento de realmente empezar mi noche terapéutica.

***

—No sabía que habías hecho amigos en Queens —comentó Saige mientras apagaba el motor de la camioneta frente a la dirección que Jayden me había enviado al salir del restaurante.

Lo sé, estaba tentando al destino yendo hasta allá y rompiendo una de las reglas más riesgosas de Henry. Pero, ya extrañaba tentar al destino. Y también extrañaba a los Rose, y estaba seguro como el infierno que extrañaba la sensación de encajar que tuve mientras estuve yendo a la escuela pública. Como había dicho, necesitaba una noche terapéutica, y la fiesta en pleno apogeo que Saige y yo estábamos presenciando desde el otro lado de la calle... Se sentía como el maldito paraíso.

—No sabía que supieras sobre mis semanas fuera de Manhattan —la atajé, deshaciéndome del cinturón de seguridad para abrir la puerta del piloto.

—La gente en Lawrence duró como una semana hablando del escándalo del burdel; todos se enteraron del cambio de escuela —me explicó, copiando mi acción.

Rodeé la camioneta para unírmele en el lado de la acera. Ella se encontraba de pie, dándole una lenta inspección a la casa, absorbiendo el bullicio de la música y de los adolescentes alocados que hablaban entre ellos en el patio delantero. Estaba nerviosa.

—No sé si mis padres me matarían, o si se morirían primero, si se enteraran de que estoy aquí, en Queens, contigo, a punto de entrar a una fiesta de escuela, repleta de chicos desconocidos —comentó, tomando una respiración profunda y encarándome.

—¿Te estás acobardando, Stepford? —inquirí, enarcando una ceja.

Vale, había tenido que hacer mucho esfuerzo mental y físico para traerla, y ella en serio lucía a un paso de salir huyendo. «Lección aprendida, McLaggen, eso es lo que te ganas por dejarte llevar por el sentimentalismo de mierda».

Sin embargo, cuando pensé que me pediría que le llamara un Uber para regresarse sola a Manhattan, ella sacudió la cabeza con determinación, y para mi sorpresa, esbozó una genuina sonrisa.

—Esta noche no —me contestó, firme.

Fruncí el ceño, confundido, al verla darse la vuelta, caminar hacia la camioneta y abrir con prisa la puerta del copiloto.

—Volver al auto es lo contrario a valentía, ¿sí lo sabes, no? —me burlé.

Saige cerró la puerta y caminó de nuevo hasta mi lado, lanzándome una mirada de pocos amigos.

Muy gracioso, pero no estaba volviendo al auto —se defendió—. Solo estaba dejando mi teléfono.

La sonrisa de aprobación se alzó en mis labios sin poderla detener.

—Bueno, esto es un hecho mucho más escandaloso que mi hazaña del burdel, Wisener —bromeé—. ¿Estás segura de que quieres hacerlo? Soy una pareja totalmente comprensiva, así que no hay ningún problema si no puedes manejar dos actos rebeldes en una sola noche.

Ugh, la fiesta repleta de desconocidos se está volviendo más tentadora —se quejó, comenzando a cruzar la calle sin esperar respuesta de mi parte.

«Bueno, Hunter, espero que no te hayas equivocado», pensé, trotando para alcanzarla.

El ambiente en el interior de la casa se me hizo tan familiar que tuve que reprimir las ganas de quedarme idiotizado en el medio del lobby y contemplar la escena en silencio. Me sentía como un adicto volviendo a las sustancias mientras observaba al grupo de chicos jugando una especie de juego de bebida desde la barandilla de la segunda planta, a las parejas distribuidas en las escaleras, todas en plena sesión de besuqueo, a otro grupo pequeño fumando porros en el sofá del anfitrión.

A los Rose, reconociéndome desde el otro lado de la sala de estar y emocionándose visiblemente.

Sonreí como un imbécil. No me había dado cuenta lo tanto que había extrañado mi libertad hasta que sentí la misma sensación de estar borracho cuando ni siquiera había comenzado a beber.

—¡Oh por Dios, Hunter! —En cuanto me tuvo cerca, Arabella se abalanzó sobre mí a darme un abrazo de oso. Aunque no era fanático de los abrazos, todo el rollo me tenía de tan buen humor que no pude evitar corresponderle—. ¡¿Cómo es que has venido sin avisarnos?!

—Deja el drama, Bella, habla por ti misma, yo sí sabía que Ricky Ricón nos iba a deslumbrar esta noche con su presencia —le dijo Jayden, dándome unos golpecitos en el hombro en forma de saludo.

—¡¿Qué?! ¿Y por qué no me has dicho nada, idiota? —le reclamó, deshaciendo el abrazo para propinarle un empujón a su hermano.

—¡Porque era una sorpresa, idiota! —se defendió, sobándose el hombro.

—No sabes lo preocupada que estuve todo este tiempo. —Devolvió su atención a mí y volvió a abrazarme—. Tú solo... ¡Desapareciste! —Se separó un poco para mirarme a la cara—. De verdad llegué a pensar que el ogro de tu padre te había enviado a Timbuktu.

Jay puso los ojos en blanco.

—Yo diría que fue algo más al estilo Alcatraz —me reí de lo preocupada que parecía—. Pero es bueno saber que mi desaparición dejó un hueco en sus corazones.

—No es gracioso, McLaggen —reprochó Bella, mirándome seria—, después de esa noche en la estación de policía y luego de ver cómo el estirado mayor parecía bastante capaz de asesinato, cuando te vimos en el Daily News usando un traje y con esa rubia falsa sacada de Gossip Girl, de verdad pensábamos que te había hecho algo malo.

—Bella. —Jayden le dio un codazo en la costilla que la hizo saltar lejos de nuestro abrazo.

—Jay, ¿podrías dejar de...? —Su pregunta quedó a medias al registrar la presencia de Saige—. Mierda, rubia falsa de Gossip Girl, está aquí también.

No pude evitar reírme por el color rojo que se le había subido al rostro. Había echado de menos eso también.

—Exacto, así que cállate y sé amable con la novia de Ricky Ricón. Me estás avergonzando.

—Oh, mierda —repitió Arabella, llevándose una mano a la boca e intercambiando miradas entre Saige y yo—. Así que lo que dice el artículo ese... ¿es cierto?

—Sí, al parecer, estabas haciendo un escándalo cuando McLaggen solo nos cambió por el amor, ¿no es así? —bromeó su hermano, dándonos una sonrisa burlona.

Ambos nos tensamos por razones distintas. Por mi parte, seguía acostumbrándome a la idea de que ante los ojos de los demás, tenía que dejar que pensaran que mi relación con Saige era real. Por la suya, pues, ella todavía se veía completamente desorientada e intentando procesar el ambiente y las personas frente a ella.

Lucía tan fuera de lugar que era adorable.

—Cállate, Jay. —Puse los ojos en blanco, buscando desviar el tema de conversación.

—Vale, pero al menos preséntanos como es debido, ¿qué no te enseñan etiqueta en esa escuela privada de ricachones a dónde volviste? —me reprendió, para luego mirar a Saige—. Somos los Rose. Jayden y Arabella a tu servicio. —Hizo una ridícula reverencia como si estuviesen frente a la Reina de Inglaterra, cosa que solo logró empeorar su incomodidad.

—Saige Wisener —se presentó, forzando una sonrisa que ni siquiera sus admirables habilidades lograron ocultar que tal vez ahí, sí estaba arrepintiéndose de haber ido conmigo.

Sin embargo, fui yo el que estuvo a punto de arrepentirse de llevarla cuando ella miró a Bella y simplemente dijo:

—Mi cabello es natural, por cierto.

Jay y yo nos llevamos la mano a la boca para ocultar nuestra risa.

Socializar fuera de Lawrence era otra cosa en la que necesitábamos trabajar.

—Es bueno saberlo —le respondió Arctic Monkeys, contagiándose de su incomodidad.

—¡Vale! Suficientes reencuentros e introducciones —saltó Jayden, pasando su brazo alrededor de mis hombros y apretándome contra él con más fuerza de la que me habría gustado—. No viajaron todo el camino hasta aquí para quedarse parados sin bebidas en sus manos, eso habla muy mal de nosotros como anfitriones.

—No es nuestra fiesta, Jay —le recordó Bella con fastidio.

—Pues, no, pero los Reyes son amigos íntimos, por lo que es prácticamente nuestra fiesta también —se defendió, al tiempo en que un par de chicos tropezaban a Arabella, haciéndome saltar para salvarla del piso.

—¡Mierda, Bella, perdona! —balbuceó uno de ellos, borracho hasta el culo y haciendo un pobre intento de mantenerse estable con la ayuda del otro chico.

Conocía su cara de una de las clases que tuve en Queens, y, juzgando por el innegable parecido con el moreno que lo sostenía, eran familia.

Vaya, alguien tiene su tolerancia por el subsuelo —se burló ella, observando al chico apretarse el abdomen con fuerza, como si eso realmente lo fuese a ayudar a retener el vómito.

—¿Tú crees? —gruñó el que estaba sobrio—. Se supone que la intención en organizar una fiesta es disfrutarla, no terminar siendo niñero de tu hermanito pequeño.

—¡Venga, Kyle! —farfulló su hermano, arrugando la cara en genuina indignación—. No seas aguafiestas.

—Ajá, yo soy el aguafiestas aquí —ironizó el supuesto Kyle, empujándolo hacia las escaleras—. Estaba ligando con Amber y me has arruinado la oportunidad, tú pequeño saco de papas inútil.

—¿Le llamas ligar a verla como un jodido acosador desde el otro lado de la habitación? Perdedor —le dijo su hermano, soltando una risa de borracho.

—Créeme, veremos quién será el perdedor cuando le cuente a mamá lo divertido que te pareció jugar a «¿quién bebe más cerveza?».

—¡No le digas a mamá! —se alarmó, de repente perdiendo el color en su rostro.

Debí saber que no llegaría a subir las escaleras ileso... Terminó vomitando justo a nuestros pies.

—¡Joder, Caden! —le gritó Kyle, evitando pisar el charco de vómito que su hermano acababa de dejar—. Ahora mamá va a matarte.

Sentí que alguien le hacía presión a mi brazo al tiempo en que Caden el Bebé Vomitón era arrastrado por su hermano escaleras arriba. Me giré, encontrándome enseguida con la mirada de Saige; tenía los ojos muy abiertos y se aferraba a mi brazo como si tuviera miedo de que desapareciera y la dejara sola en medio de la fiesta donde la acababan de llamar «rubia falsa de Gossip Girl», y donde acababa de presenciar a un chico vomitándole un barril entero de cerveza en los pies.

—Relájate, Stepford, así es como debe realmente lucir una fiesta para adolescentes —le dije en voz baja, divirtiéndome ante la expresión de horror en su rostro—. Bebes cerveza, bailas, te diviertes, vomitas, te despiertas con resaca, juras que nunca volverás a hacerlo... y el ciclo se repite.

—¿Cerveza? —Ella intercaló sus ojos entre el charco de vómito y mi rostro, arrugando la nariz—. Si la cerveza provoca eso, no quiero estar ni a un metro cerca de ella.

—Perdón si no tenemos vino chardonnay, pinot noir, merlot o rosé para la princesa refinada —intervino Arabella, alzando sus labios en una sonrisa sarcástica.

—Ignora a mi hermana, Saige —terció Jay, lanzándole a Bella una mirada de reprenda—. La amabilidad y la educación no son sus cualidades —se burló, acercándose a ella y pasándole el brazo por encima de sus hombros—, pero estás de suerte de que sí son las mías.

Saige me miró de reojo, aflojando su agarre en mi brazo y por fin, tomando mi consejo de relajarse un poco luego de que le dedicara una sonrisa cargada de apoyo moral. Me convenía que superara su pequeño momento de pánico y disfrutara genuinamente de la fiesta. Hacer de niñero toda la noche estaba en mis planes tanto como lo estaban en los de ese chico Kyle.

—Si tu amado novio me lo permite, te podría dar una verdadera introducción al arte de la cerveza —añadió Jayden, pidiéndome aprobación con la mirada—. Me temo que Caden no le hizo justicia.

—Eres bienvenido a hacerle un tour entero por la fiesta si ella quiere, amigo. —En realidad, lo que quise decir fue: «te cedo por completo los derechos de niñero designado mientras pueda tener mi diversión en paz», pero me contuve por cuestiones de mantener la farsa.

—Pues, supongo que Saige tiene la última palabra —la desafió Arabella, enarcando una ceja—. No te preocupes, cariño... la cerveza es inclusiva. —Forzó otra sonrisa de falsa condescendencia.

Fue mi turno de enarcar una ceja hacia Bella. Era evidente que ya había tachado a Saige de su lista de personas favoritas en el mundo... ¿Tal vez estaba celosa de ella?

La posibilidad de tener la razón me hizo sonreír.

«¿Será hoy tu noche de suerte, McLaggen?».

—Vale, no creo que se ponga tan malo si bebo un par, ¿cierto? —accedió ella, encogiéndose de hombros.

—¿Ves? ese es el espíritu que he estado buscando —vitoreé.

Podía notar que toda la tensión en sus hombros se había ido y me dedicó entonces una amplia sonrisa de orgullo. «Gracias a Dios».

—Te prometo que estás en buenas manos —le comentó Jay, comenzando a llevarla hacia la sala de estar.

—¡Hunter y yo los alcanzaremos en un rato! —le informó Arctic Monkeys, viéndolos desaparecer entre la gente antes de girarse hacia mí—. Tú y yo, McLaggen, necesitamos hablar.

—¿Estoy en problemas? —Alcé ambas manos en un gesto de rendición.

Ella rodó sus ojos color miel y sacudió la cabeza.

—No lo estás, ¿vale? —me explicó en un resoplido—. Pero sí tienes que dar muuuchas explicaciones. No puedes desaparecer así nada más de nuestras vidas y darnos el susto de muerte que nos diste.

—Jayden te lo ha explicado, ¿qué más quieres de mí?

Honestamente, no me apetecía hablarle de todo el tema del chantaje de papá. Mi noche terapéutica se trataba de alejar pensamientos oscuros, y rememorar cómo Henry se había salido con la suya no me ponía en mi «lugar feliz».

—Tú y yo sabemos que Jay es el hermano tonto —me atajó, echándole un rápido vistazo a las escaleras—. Venga, ven conmigo.

Antes de que pudiera protestar, o al menos asegurarme de que Saige no tuviera otro mini ataque de pánico luego de percatarse de que había desaparecido, ella me tomó de la chaqueta de cuero y me llevó a rastras hasta la segunda planta de la casa. Me hizo un ademán para que no hiciera ruido mientras cruzábamos el angosto pasillo con puertas blancas de lado a lado. Pude escuchar a través de una de ellas el sermón que le estaba dando Kyle a su hermano.

Bella se detuvo en una de las puertas y giró el picaporte para comprobar que estuviese abierta. Asomó su cabeza en el interior durante unos cortos segundos y entonces me indicó con un gesto que el terreno estaba despejado.

Era la habitación principal. Probablemente de los padres de Caden y Kyle. Ella dio una vuelta completa sobre sus pies, observando la decoración a nuestro alrededor y se sentó en el borde de la cama, cruzada de brazos.

—¿De verdad esperas que me trague el cuento de que volviste a tu escuela privada solo porque conociste una chica? —me acusó, yendo directo al grano—. ¿Justo después del escándalo que montó tu padre por el incidente del arresto?

Arctic, ¿por qué insistes tanto en que te dé explicaciones? –resoplé, dando unos pasos hacia ella—. Sé que me perdí, pero estoy aquí, ¿no?, ¿luzco tan jodido como para que te preocupes de si estoy sufriendo esclavitud o alguna mierda parecida?

—No lo sé, ¿lo estás? —indagó, entrecerrando sus ojos.

Puse los ojos en blanco.

—Es una teoría válida, así que no ruedes los ojos —replicó, señalándome con su dedo índice—. Pasaste de pagar diez mil dólares en fianza y salvarnos de una mierda gigante, a completamente desaparecer durante un mes. No sé cómo funciona con tu gente, pero cuando alguien hace algo como eso, se gana tu respeto. Lo menos que quería hacer era agradecerte, ¿vale? Y lo habríamos hecho si al día siguiente te hubieses aparecido en la escuela.

Apreté mandíbula, sintiendo de nuevo la ola de sentimentalismo que Saige había desatado desde el principio de nuestra cita.

La preocupación de los Rose era genuina, cuando la verdad es que más que una vez llegué a pensar si en serio valía la pena soportar todo lo que Henry me obligaba a hacer, solo por un par de chicos que apenas conocí.

Me alegraba no haber estado haciendo todo eso en vano.

—Cuando no lo hiciste, sabíamos que alguna mierda retorcida había hecho tu padre —retomó, poniéndose de pie y uniéndose a mí en el medio de la habitación—. Y cuando tampoco llamaste, o al menos nos avisaste que te encontrabas bien, supe que tal vez tenía que ver con nosotros.

—Henry me prohibió mantener contacto con ustedes —confesé. Era mejor contarle, que permanecer secuestrado en una habitación toda la noche por ella mientras me intentaba sacar información.

—Si una cosa sé sobre ti, es que nadie te obliga a hacer algo que no quieres —comentó, dando otro paso cerca.

Las comisuras de mis labios se alzaron en una sonrisa. Había olvidado lo atraído que me había sentido hacia Arabella en su momento. Mi cuerpo recordó de inmediato la misma sensación que había experimentado en esa última fiesta en Brooklyn. Recordé, que si no hubiera sido por la interrupción de Jayden, tal vez habríamos estado en una situación totalmente distinta.

Al parecer, ella sintió lo mismo que yo, ya que se contagió de mi sonrisa y volvió a sacudir la cabeza, como si se estuviese reprendiendo mentalmente. Eso solo provocó que mi sonrisa se ensanchara.

«Puede que tengas suerte esta noche, después de todo».

—Debo darte crédito por ser una buena observadora —admití, sonriendo aún.

—Entonces... ¿Qué fue lo que pasó? —presionó, determinada a conocer la historia completa.

—Me amenazó con meterlos a ustedes en la cárcel —le conté, examinando su rostro ahora desde centímetros de distancia—. De alguna manera se enteró que no era su primer arresto, así que solo pagó sus fianzas para luego poder chantajearme con eso. Es un imbécil, pero es un imbécil astuto que tiene muchos contactos en la comisaría, así que le creo cuando me dice que es capaz de procesarlos por posesión.

Sus ojos se oscurecieron y aunque pensé que me daría la típica mirada de lástima por mi lamentable suerte familiar, ella parecía enojada y a la vez, impresionada.

—¿Así que te volviste como su esclavo... por nosotros? —inquirió, frunciendo el ceño.

Me encogí de hombros, sin querer hacer un escándalo al respecto.

—Solo hice lo que cualquier ser humano, que no es como el hijo de puta de mi padre, hubiera hecho.

—Saige... —añadió, pronunciando su nombre en un tono de voz que empeoró lo que estaba pasando en el área de mi entrepierna desde hacía minutos atrás—. ¿Es en serio tu novia? —Bajó su mirada a mis labios—. ¿O también es parte del plan macabro de tu padre?

«Vale, Hunter, menos charla sobre Saige, y más acción».

—Bella... —Pellizqué sus labios con mis dedos para callarla—. Shhh, estás matando el momento.

La solté de mi agarre en cuanto dejó escapar una risa, entendiendo la referencia.

—¿Estás diciendo que estamos teniendo un momento? –me preguntó, alzando una ceja.

Antes de que la mala suerte jugara en nuestra contra de nuevo, mi respuesta llegó en forma de un beso.

Aunque pudiera sonar como un imbécil, no pensaba dejar pasar la oportunidad de sacarle el mayor provecho a mi noche terapéutica. A esa altura de la noche, aún no estaba seguro si mi libertad se mantendría intacta al día siguiente, sobre todo por la clara inestabilidad de Saige.

«McLaggen, no es momento para pensar en Saige, así que enfócate». Cierto.

No me sorprendía en absoluto que Arabella fuese tan buena besadora. Sabía lo que hacía. Y era bueno percibir que a ambos nos gustaba usar las manos. Las suyas habían encontrado su lugar bastante rápido; una dentro de la parte trasera de mis jeans y otra dentro de mi camiseta, acariciando mi espalda. Las mías, en cambio, se encargaban de tocar las partes de su cuerpo que ya había marcado desde lejos como mis favoritas.

Se trató de pura atracción mutua, de ganas acumuladas que finalmente habían hecho explosión. No me interesaba tomarme tiempo ni mucho menos ir despacio, y estaba seguro como el infierno que a ella tampoco le interesaba acostarse primero a tener una charla sobre nuestros sentimientos. No era nuestro fuerte. Tampoco nuestra intención.

Nuestra intención era echar el polvo que habíamos puesto en pausa aquella noche. Y, pues, no me quejaba en absoluto.

Así que eso fue lo que hicimos. Fue rápido. Rápido a un nivel que ni siquiera alcanzamos a quitarnos la ropa. Un segundo estábamos besándonos en medio de la habitación, al siguiente, ella me estaba empujando sobre el colchón y se encargaba de desabrochar los botones de mis jeans mientras se enrollaba la falda de mezclilla hasta la cintura.

Trepó hasta quedar a horcajadas sobre mí y comenzó a moverse, creando una exquisita fricción por encima de nuestra ropa interior.

—No te preocupes, tomo la píldora.

Eso fue lo único que dijimos durante los siguientes veinte minutos. Estábamos demasiado ocupados luchando por quién se mantenía arriba durante más tiempo como para conversar o articular palabra. En algún punto, pasamos de estar en la cama a dejar un desastre de cremas, maquillaje y productos para el rostro a nuestro paso mientras follábamos encima del viejo tocador de madera. No hubo palabras, solo jadeos, gruñidos y risas entrecortadas.

—¡Oh, Dios, Hunter! —gritó entonces, advirtiéndome de lo que se acercaba. Puse mi mano en su boca para apaciguar sus gemidos y evitar que alguien nos escuchara, lo cual fue contraproducente, porque terminó mordiendo mi palma en un intento de no gritar más alto cuando el orgasmo la golpeó.

Enterré mi rostro en su cuello, y justo cuando estaba comenzando a sentir mi propio orgasmo acercarse, la puerta se abrió de golpe, congelándonos en el lugar.

Esperé ver a cualquier otra persona... 

Menos a Saige.

Ella parecía tan sorprendida como nosotros. Tenía una mano apretada en su abdomen y la otra todavía sosteniendo el picaporte. Sus ojos verdes inspeccionaron la escena; nuestras posiciones en el tocador, mi chaqueta en el suelo, el sudor en nuestros cuerpos, nuestra ropa y nuestro cabello hechos un desastre. Sin embargo, más allá de su sorpresa por habernos interrumpido el polvo, no lucía avergonzada, molesta o asqueada; de hecho, estaba algo pálida.

En cuanto su mirada cayó en la puerta que conducía al baño de la habitación, se llevó una mano a la boca y corrió como si su vida dependiese de ello. Dio un portazo y segundos después, escuchamos el sonido de sus arcadas.

«¿Pero qué mierda...?».

Me aparté de Bella, trayéndola conmigo para ayudarla a bajar de tocador. Ella parecía fastidiada por la interrupción. Claro, como si hubiese sido ella la que quedó con un orgasmo a medias. Le lanzó una mirada de muerte hacia la puerta del baño y luego me miró.

—¿Pero qué mierda le pasa a tu amiga? —me espetó, recogiendo sus bragas del suelo y apresurándose a colocárselas.

Arreglé mi ropa también, al tiempo en que Jayden aparecía en el umbral de la puerta que Saige había dejado abierta. Se quedó de pie observándonos tal y como ella había hecho, y agradecí ya estar vestido para evitarme el mal trago de tener que admitir que me había estado follando a su hermana hacía medio minuto atrás.

—Amigo, te juro que le dije que fuese lento con la bebida —me dijo él en tono de disculpa, ignorando lo desastrosos que lucíamos—. No es mi culpa que se haya emocionado y haya querido beberse cinco cervezas a fondo blanco.

Tomé una respiración profunda, llenándome de paciencia. No podía creerlo. La había dejado sola durante al menos treinta minutos, y ya se había emborrachado. Joder, debía ser una especie de récord.

—Joder... —gruñí, acercándome a la puerta del baño.

Saige se encontraba sentada en las baldosas blancas, su mejilla descansaba en la tapa del inodoro y su carrera para poder vomitar dentro de él había fracasado épicamente; la blusa que le tomó tanto tiempo elegir en Macy's estaba toda llena de vómito.

—Vaya, eso fue malditamente rápido, Stepford —le dije, inclinándome para quedar a su nivel.

—Cállate, cállate, cállate, Hunter... —lloró, haciendo una mueca dolor y apretándose de nuevo el abdomen.

En un rápido movimiento, estaba vomitando otra vez dentro del inodoro. Me apresuré a apartarle el cabello del rostro mientras ella seguía teniendo arcadas y yo me comenzaba a preguntar si cinco cervezas podían provocar esa cantidad tan absurda de vómito.

—¿Para eso me dejaste sola en medio de desconocidos?, ¿para tener sexo en casa de un extraño? Argh, eres tan mezquino a veces —me regañó, consiguiendo lanzarme una mirada asesina incluso cuando parecía estar enferma.

—No tengo que responderte eso cuando acabas de verlo —contesté con tranquilidad, apartando los últimos mechones lejos de su rostro.

—¡Eres un idiota! —farfulló, dándome un empujón que la desestabilizó más a ella que a mí.

La tomé del brazo para evitar que cayera al suelo y empeorara la situación con un maldito viaje al hospital.

—No fui yo quien se tomó cinco cervezas a fondo blanco —le recordé—. Joder, aparte de mal actriz, mala bebedora.

—Hunter, joder, cállate, ¿por qué siempre tienes que hablar de más? —se quejó, molesta, masajeándose las sienes con sus dedos.

—¿Acabas de decir una palabrota? —pregunté, fingiendo estar escandalizado.

Saige era un poco más divertida estando borracha, tenía que admitirlo.

—¡Sí! ¡Joder, joder, joder! —repitió, haciendo el intento de levantarse del suelo por sí misma—. ¡Solo estaba tratando de divertirme mientras regresabas! Y ahora me siento horrible, me duele el estómago, la cabeza, estoy mareada y me pica todo el cuerpo y tú... —Me señaló con su dedo—. Tú estás tirándome mierda, como siempre.

Hice una mueca. No había notado las manchas rojas en sus brazos hasta que había mencionado la picazón.

—¡Y sí! ¡Acabo de decir «mierda»! —añadió, al ver que no me estaba defendiendo.

—Saige... —comencé a decir, atrapando su brazo para examinar las manchas de cerca—. ¿Eres alérgica a la cerveza?

Ella frunció el ceño y miró su brazo, percatándose por primera vez de los círculos rojos esparcidos por toda la piel de sus brazos. Alzó la vista, asustada.

—Oh por Dios, oh por Dios, oh por Dios...

Tuve que sostenerla cuando se giró a vomitar por tercera vez.

Resoplé, observándola sacar hasta el desayuno que se había comido esa mañana. Síp, era la señal de que mi noche terapéutica se había terminado sin ni siquiera haber comenzado.

—¿Crees que puedas llegar hasta la camioneta sin vomitar? —le pregunté, manteniéndola de pie.

Ella asintió, aunque no muy segura, y se apretó a mi costado para mantenerse estable. Maniobré para apretar el botón del inodoro mientras la sacaba del baño. Los Rose nos esperaban en la habitación, ambos con expresiones distintas en sus rostros; Jayden parecía bastante preocupado por ella. Arabella, en cambio, parecía querer arrancarle la cabeza.

—¿Está bien? —indagó Jay.

—Es alérgica —respondí entre dientes, conteniendo mi frustración, ya que sabía que tampoco era su culpa por no saber que era alérgica a una mierda tan común como la cerveza.

Era culpa mía por haber permitido que me convenciera de llevarla.

—¿A la cerveza? —Bella frunció el ceño—. Por supuesto que es alérgica a la cerveza.

—Y tú alérgica a los modales, aparentemente —se defendió Saige, balbuceante.

Definitivamente, ella era más divertida estando borracha.

—Venga, no queremos dejarle más vómito al pobre chico Kyle —tercié, llevándola conmigo hacia el pasillo antes de que terminaran peleándose de verdad.

—Sí, pero hace un par de minutos no estabas para naaaada preocupado de dejar fluidos sexuales en la habitación de sus padres.

—«Fluidos sexuales» —repetí en tono burlón, cargando con ella escaleras abajo—. ¿Qué importancia tiene para ti mi vida sexual, Wisener?

—¿Por qué soy tu novia, tal vez? —me respondió, aferrándose a mi cintura como si estuviera asustada de que la dejara caer por las escaleras.

Si bien había sido un pensamiento fugaz, no era tan hijo de puta.

Novia falsa —la corregí en un gruñido.

—Lo sé, pero ellos no, duh —Puso los ojos en blanco—. ¿Qué clase de novio eres si vas por la vida engañando a tu novia falsa?

—Soy más la clase de novio que se cabrea porque su novia falsa arruinó por completo su noche de diversión —gruñí, tropezando a personas en nuestro camino hacia el exterior.

Ella permaneció en silencio hasta que estuvimos en la camioneta y tuve que ayudarla a subir en el asiento del copiloto.

—Hunter, lo siento —se disculpó, dándome esa misma expresión con lágrimas en sus ojos—. En serio, en serio, en serio; no quise arruinar tu noche de diversión. Si hubiera sabido que... —Alcé una mano para callarla.

—Para, lo estás haciendo peor —mentí, porque quería permanecer molesto, y presentía que si seguía hablando, volvería a convencerme de compadecerme de ella.

Cerré la puerta y rodeé la camioneta para entrar en el puesto del conductor. Saige estaba hurgando en el puesto trasero en cuanto me senté detrás del volante. Se sobresaltó cuando di un portazo y se enderezó con rigidez, sosteniendo la camisa Ralph Lauren que me había puesto para ir al restaurante.

—¿Te molesta si tomo prestada tu camisa? No me siento cómoda con vómito encima —preguntó, viéndose incómoda.

Me encogí de hombros.

—Puedes vomitarla también si quieres —le contesté, encendiendo el motor—. Mientras que tus padres no se hagan alguna idea retorcida al respecto, me importa una mierda la camisa.

—¡No puedo ir a casa así, Hunter! —saltó, poniéndose alerta de un segundo a otro—. ¡Sabrán que estuve bebiendo!

«Me cago en mi existencia». Miré al techo de la camioneta, apretando la mandíbula.

—A mí casa tampoco puedes ir, Stepford —le dije enseguida. Si Henry o Hiram se enteraban que había llevado a Saige a Queens, me esperaría algo peor que Alcatraz—. Dile a Sunny o a Mishka que dormirás en su casa esta noche.

—La madre de Sun-Hee no le permite tener invitados durante la noche, y Mishka, ella no... —Saige se había puesto más pálida de lo que ya estaba.

—Malditamente perfecto —espeté, cabreado por cómo las cosas se habían ido a la mierda tan rápido.

Ella volvió a quedarse en silencio mirando por la ventana y mordiéndose el labio como si estuviese teniendo uno de sus debates internos. Al cabo de unos largos segundos, resopló derrotada, volviéndose hacia mí.

—Sé a dónde podemos ir —dijo, evitando mirarme a los ojos.

Puse el auto en marcha. No me importaba a donde quería que la llevara... solo quería terminar la jodida noche de una vez por todas.

«Lección aprendida, McLaggen».

***

Como si fuera poco, de camino a la dirección del Upper East Side que me había indicado, tuvimos que hacer un par de paradas; una para comprar un antialérgico en una farmacia, y las otras para evitar que vomitara la Range Rover de Guardaespaldas Desalmado #1. Ya para los treinta minutos de viaje, no estaba cabreado, sobre todo porque ella parecía tan cansada de vomitar que yo de verla hacerlo.

Apenas se mantuvo despierta el resto del camino. El subidón de borracha agresiva había desaparecido por completo y le estaba haciendo efecto el antialérgico; bostezaba una vez por minuto y luchaba con sus ojos para que no se cerraran. Ni siquiera se percató de que habíamos llegado al edificio hasta que tuve que zarandearla para que se espabilara.

—Llegamos —le dije, echándole un vistazo al edificio—. ¿Quién vive aquí, de todos modos?

—Nadie de tu incumbencia —se espabiló, confirmándome de que tal vez todavía tenía algún residuo de la borracha agresiva en ella—. Gracias... —agregó, suavizando su voz y retorciendo sus manos con vergüenza—. Gracias por no llevarme a casa.

—Era algo que nos convenía a ambos.

Ella puso los ojos en blanco, tomó sus cosas y abrió la puerta para salir. Miré cómo se tambaleaba para no caer y reprimí un gruñido, sabiendo que tendría que ayudarla a llegar sana y salva a tierra firme. «Genial». Me deshice del cinturón de seguridad y apagué la camioneta.

—¿Qué haces? Soy perfectamente capaz de entrar allí sin tu ayuda —comentó, mirándome con el ceño fruncido.

—Ya veo que estás volviendo a la normalidad —me burlé, ayudándola a pesar de su negativa.

—Hunter, no necesito que me lleves adentro —insistió, sonando más nerviosa que enojada.

—Di lo que quieras, Wisener, pero tampoco soy tan imbécil —le espeté, apartándola de la camioneta para poder cerrarla.

—¿Ah, no? —dijo con sarcasmo.

Más que ofenderme, su ataque me hizo sonreír un poco.

—No, ¿quién sabe si estabas demasiado borracha como para darme la dirección correcta? —retomé.

—Vale —se resignó, dejando de resistirse—. Tal vez necesite ayuda para llegar a la recepción.

Su nerviosismo no me pasó desapercibido mientras caminábamos hacia dentro del edificio. Fuimos directo al hombre mayor detrás del mostrador y enseguida que registró a Saige con la mirada, le brindó una sonrisa amable.

—Srta. Skittles, buenas noches —la saludó con cortesía.

Ella le devolvió la sonrisa, llena de incomodidad. Bueno, yo también hubiera estado incómodo si acabaran de llamarme «Srta. Skittles».

—¿Quiere que la anuncie al señor? —inquirió el hombre, extendiendo su mano hacia el teléfono que tenía en su escritorio y dándome un repaso curioso—. ¿A ambos?

—Solo a mí, por favor, iré subiendo mientras tanto —le indicó, soltándose de mi agarre y manteniéndose estable ahora con la ayuda del mostrador—. Ya probaste que no eres tan imbécil, así que nos separamos aquí.

No podía negar que su impaciencia para que me fuera, mezclado con su nerviosismo, había despertado mi curiosidad. No obstante, la curiosidad no era tan grande como para insistir en continuar ayudándola.

De nada, Stepford, un placer haber sido tu niñero esta noche —ironicé, haciendo un gesto de despedida con mi mano.

—¿Serviría de algo si te digo que a pesar del desastre del vómito y la alergia, se sintió bien hacer algo clandestino? —inquirió, levantando una ceja.

—Si llamas clandestino a lo que hicimos hoy, todavía tenemos mucho trabajo por hacer —sonreí sin poder detenerlo.

—Lo tomaré como una invitación —dijo entonces, dándose la vuelta y alejándose antes de tener oportunidad de decirle que estaba seguro como el infierno que no debía tomarlo como una invitación.

Esperé a que estuviera dentro del ascensor para volver a la camioneta, lo cual fue una movida estúpida, ya que en cuanto entré, me percaté de que, sin darse cuenta, ella había estado aplastando su teléfono todo ese tiempo. Tuve el pensamiento fugaz de hacer la vista gorda y pretender que no lo había visto, pero me convenía que lo tuviese para avisarle a sus padres que se quedaría fuera toda la noche... y que yo no tenía que ver nada con eso.

Regresé a la recepción y luego de un corto debate con el hombre detrás del mostrador sobre por qué no había necesidad de anunciarme, logré que me diera el número de apartamento y me permitiera subir solo para entregar el ridículo aparato.

«Veamos qué es lo que tanto intentabas ocultarme, Wisener», pensé, caminando por el pasillo mientras leía los números grabados en las puertas. Me detuve cuando encontré la 2039 y toqué el timbre.

Me llevé una decepción cuando Saige fue quien abrió la puerta.

—¿Qué... Qué haces aquí todavía? —Fue lo primero que dijo al verme.

—Dejaste tu teléfono en la camioneta —le contesté, extendiéndoselo—, así que tuve que probar una vez más que no soy tan imbécil y vine a traerlo. De nada.

—Gracias... —empezó a decir.

—Princesa, te dije que no te levantaras del sofá, yo podía...

La voz, la cual reconocería a kilómetros de distancia, se detuvo abruptamente, pero no lo suficiente para no poder reconocerla. Tampoco fue suficientemente rápido como para ocultarse antes de que pudiera verlo detrás de Saige. 

Keegan y yo intercambiamos miradas durante unos largos segundos, procesando la situación.

El pánico en el rostro de Saige solo confirmó lo que ya mi mente había pensado.

«Vaya, vaya...». Era una información bastante interesante la que acababa de aprender. 

VAYA, VAYAAA DIGO YO, HUNTER, VAYA VAYA, AHORA QUÉ IRÁ A PASAR? JAJAJAJAJA

Nuevo capítulo, señoras y señores, sé que me tardé en actualizar, pero por Twitter les estuve diciendo más o menos mi razones, y también les aseguré que la espera valdría la pena porque los compensaría con mucho salseo, así que díganme ustedes... ¿valió la pena? muajajajajajaja

Esto cada vez se pone más apretado y no hay nadie que lo desamarre (mentira, yo sí podría desamarrarlo pero me encanta el drama, so) JAIJSKSJKAJAJ

Ayayay, el siguiente capítulo volvemos al presente a ver qlq con el beso de Saiter. Ave María Purísima, más salseo, maigad. Me voy antes de divulgar demasiado jijijiji

Besitos venezolanos con un rico pastel de plátano con bastante carne y queso.

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