13 │(Des)inhibiciones
HUNTER
AHORA:
—¿Ves a esas porristas de allá? —Chase señaló con el dedo un par de chicas en uniforme, sentadas en los bancos junto al campo y hablando animadamente entre ellas—. Me mensajearon hace un rato para invitarme a una fiesta que darán luego del partido, ¿quieres venir?
—No voy ni siquiera a preguntar cómo es que tienes sus números cuando vives a kilómetros de distancia, y vas a otra universidad —le comenté, echándole otro vistazo disimulado a las escalerillas de cemento a pocos metros de nosotros.
Había ido al ridículo partido de Nueva Jersey con una vital misión de «completa desconexión y distracción». Sí, puede que sonara un poco preocupante si reflexionaba sobre eso, pero mi subconsciente había estado desesperado por finalmente poder huir de Nueva York —aunque fuese por una noche— y tener mi merecida dosis de Dylan Carter.
A pesar de la compañía de los chicos y de los Deganutti, la echaba de menos. Y confirmé que tal vez tuviera que trabajar mejor en controlarme cuando ya había dejado de contar las veces en que miré hacia las escalerillas de cemento, esperando a que regresara de los vestidores del equipo. Me sentía como una jodida mascota que ha estado esperando por su dueño frente a la puerta durante todo el día.
Pero en ese momento no me importaba si estaba siendo demasiado obvio o egoísta, porque, vamos, no había esperado un mes entero para que West Oh Alabado Sea el Dios del Fútbol la continuara acaparando. Él la veía todos los días —incluso babeada y recién levantada—, lo justo era que compartiera su atención con nosotros. Vale, también sabía que no era directamente su culpa, Lanie era conocida por entrar en modo neurótica y obsesiva durante acontecimientos importantes.
Probablemente me mataría si llegara a decirle en voz alta que su exagerado estrés por el partido de West me recordaba mucho a cómo se ponía su madre a veces. Era una observación que guardaría para mí mismo.
—Un mago nunca revela sus secretos, McLaggen —respondió Chase, llevándose a la boca el último pedazo de su Twinkie.
No pude evitar reírme ante lo ridículo que había sonado eso.
—Bueno, definitivamente el secreto no es la labia —me burlé, haciendo que se ahogara con lo que estaba masticando y me lanzara una mirada de muerte.
—Quedas desinvitado a la fiesta, idiota —dijo, serio.
—¿Estoy destrozado? —dramaticé, enarcando una ceja con ironía—. Tampoco había dicho que sí, Carter.
—Vale, de todas maneras no hablaba en serio —resopló, limpiándose los restos de bizcocho con sus jeans—. Es probable que Sawyer diga que no porque estará con su «compañera de ejercicio». —Hizo comillas con sus dedos—. Así que querrá regresar temprano a Nueva York después de ir a lo de Dylan.
—¿Y no puedes separarte de él aunque sea por una noche? —lo molesté, esbozando una sonrisa que empeoró su expresión que querer matarme—. Espera, ¿está pasando algo más en ese dormitorio que no me han dicho?
Intenté mantener mi expresión de genuina intriga, pero no pude evitar explotar en risas cuando su ceño se frunció a tal punto en que sus cejas se unían en el medio. De alguna manera debía desquitarme por todas las idioteces que me había hecho las últimas semanas.
—Acabo de rememorar en mi cabeza el por qué no me agradabas antes —me espetó—. Nunca sabes cuándo cerrar la puta boca.
—Es demasiado fácil cabrearte —me reí, sacudiendo la cabeza—. Además, no puedes culparme por estar aburrido. ¿Qué tiene de divertido sentarse aquí y ver a chicos derribándose los unos a los otros? ¿No te duele el culo de estar sentado horas sobre cemento? Llevamos menos de una hora aquí y debo confesar que ya no siento nada en, tú sabes, mis increíbles glúteos.
Chase arrugó la cara y soltó un bufido, viéndose incluso más ofendido que segundos atrás.
—Fingiré que no definiste el fútbol americano como «chicos derribándose los unos a los otros» por el bien de nuestra posible amistad. —Dejó de mirarme para sacarse el teléfono del bolsillo—. Veré si Sawyer ya está en camino para que me salve de ti.
Lo dejé hacer su llamada solo porque no mentía cuando le dije que estaba aburrido, así que también estaba interesado en saber si Sawyer iba a tardar mucho. Por suerte, al parecer ya había llegado al estadio. Puse los ojos en blanco al escuchar a Chase encargarle otra ración de Twinkies, como si los tres paquetes que ya se había comido desde que llegamos no hubiesen sido suficientes para él.
Sí, era algo de familia.
Me sentí momentáneamente aliviado de ver a las porristas caminar hacia el campo para comenzar a bailar y a dar sus respectivas volteretas en el aire. De nuevo, no era fanático de lastimarme el culo durante horas por ver un partido de fútbol. No era entretenido en lo más mínimo. Si Dylan no aparecía en los siguientes cinco minutos, saldría a fumarme un cigarrillo en la entrada y no volvería hasta que el partido terminara. Estaba seguro que a West Oh Alabado Sea el Dios del Fútbol no le importaría que lo apoyara en espíritu.
—Pensé que ibas a colarte en el campo con el entrenador. —Desvié mi atención de nuevo a Chase. Le estaba hablando a Dylan—. No me hubiese sorprendido en absoluto verte salir con el equipo.
—Ja, ja. Cierra la boca, Chase —le respondió ella, quedándose de pie, caminando de un lado a otro frente a nosotros mientras revisaba su teléfono—. Esto es importante, ¿vale? Deberían mostrarle más apoyo a su amigo West —añadió, dándonos una breve mirada de reproche por encima de su celular.
—Estamos apoyándolo, Dyl —se defendió Chase, siguiéndola con la mirada—. «Apoyo» no significa actuar como si estuviéramos encargados de organizar el Super Bowl. Hay una gran diferencia entre «apoyo» y «locura innecesaria», hermanis.
—Ugh, que te den —lo insultó, dándonos la espalda y concentrándose ahora en buscar una especie de ángulo con su cámara.
Oh, Dios, era Dylan alcanzando un nuevo nivel de susceptibilidad.
—Lanie, relájate, ¿sí? —le pedí, alcanzando su brazo y jalándola hacia el espacio libre entre su hermano y yo—. Deberías intentar este tipo de apoyo durante un minuto, aunque mi culo lleve una hora sedado por estar sentado aquí. —Hice una mueca exagerada de dolor—. Chase tiene razón, deberías calmarte un poco.
Sonreí cuando mis palabras lograron que su rostro se suavizara. Dejó escapar una risa entre dientes mientras sacudía la cabeza y se quitaba la gorra de Princeton que tenía puesta para aplastar mi cabello con ella.
—Bueno, tu trasero dormido no es necesariamente una muestra explícita de apoyo. Este es el tipo de espíritu que estoy buscando —explicó, dándole unos golpecitos a la visera de la gorra.
Puse los ojos en blanco.
—Pues, muchas gracias, estaba teniendo un buen día de cabello y tu «muestra explícita de apoyo» acaba de arruinarlo —bromeé, haciendo un ademán para quitármela.
Ella le dio un manotón a mi mano antes de que pudiera deshacerme de la ridícula gorra.
—Vamos, McLaggen, todos estamos traicionando a nuestras universidades esta noche. Incluso la amiga de Sawyer está mostrando un poco de espíritu deportivo y ni siquiera nos conoce —replicó.
—¿Qué? ¿Es decir que ya conociste a la «compañera de ejercicios» de Sawyer? —intervino Chase, colocándole una mano en el hombro para que lo encarara—. ¿Cómo es? ¿Ha valido la pena el esfuerzo de despertarme temprano todos los putos días por su culpa?
—Mejor dicho, ¿ha valido la pena que Sawyer la invitara a pesar del doloroso rechazo? —Le seguí la corriente a su hermano. Era mejor distraerla con el tema antes de perderla otra vez en el «Maravilloso Mundo de Chicos Derribándose los Unos a los Otros».
—¿Doloroso rechazo? —Lanie frunció el ceño con suspicacia, paseando su mirada entre Chase y yo—. ¿Cuál doloroso rechazo? ¿Hay algo que no me están contando sobre esta nueva amiga de Sawyer?
Mierda. Ese era un detalle que quizá no debía compartir con Dylan por el momento.
Abrí la boca para arreglar el posible desastre; sin embargo, no fue necesario desviar el tema, ya que ella se levantó de golpe repentinamente, haciéndonos saltar.
—¡¿Qué rayos, Dyl?! —le preguntó Chase, llevándose una mano al pecho como si se estuviera sosteniendo el corazón.
—¡Esa es la última canción de la rutina de las porristas! —expresó, poniéndose de puntillas para poder ver por encima de las cabezas del resto del equipo técnico de Princeton—. Los chicos deben estar a punto de salir y le prometí a West que grabaría el momento.
—Joder, Lanie —dije, poniéndome de pie para hablarle a la misma altura—. Sé que ya establecimos que al único que se le da bien estas cosas es a Matthew, pero creo que la situación amerita una intervención.
—Hunter, shhh —me calló, todavía haciendo un extraño baile que consistía en moverse de un lado a otro y posicionar su teléfono en distintas direcciones—. Estoy tratando de tener una buena vista de la salida, pero joder, ¿cómo es que permiten tantas personas allá abajo? ¡Me entorpecen el camino!
El espectáculo de las porristas se dio por terminado y las chicas uniformadas comenzaron a aglomerarse justo en la parte donde Dylan intentaba encontrar su «buena vista», lo cual la hizo gruñir en voz alta. Cuando trató de subirse en la valla de hierro que dividía las graderías y el campo, supe que debía hacer el papel de Matthew antes de que cometiera una locura.
—Lanie, dame el jodido teléfono —le dije mientras la devolvía al suelo—. Yo grabaré la ridícula salida para ti.
—Nadie te ha pedido ayuda —le contestó ella, obstinada, como siempre—. No confío en que realmente lo harás.
Puse los ojos en blanco.
—Y yo no confío en que tú lo harás bien —presioné, luchando para quitarle el teléfono—. Soy más alto que tú, todo lo que lograrás grabar será a las porristas.
—En ese caso, West lo entendería —terció Chase en tono divertido.
Alguna persona con un micrófono anunció la entrada de los equipos y casi me reí al ver cómo Lanie se desesperaba aún más.
—McLaggen, estás siendo una llaga en el culo —me gruñó—. Si el equipo sale y pierdo la oportunidad de grabarlos, oh, voy a castrarte.
Entonces, mis reflejos pensaron más rápido que mi cuerpo y lograron atajar el teléfono cuando estuvo cerca de tocar el suelo. Dylan tuvo que sostenerse de mis hombros para evitar caer también. Alcé la vista para entender qué coño le había pasado a Chase y en cambio, me encontré con un Sawyer intentando recuperar el equilibrio.
—¿Qué carajos, Sawyer? —le espeté, frunciendo el ceño—. ¿Te salieron piernas de fideo o qué mierda?
Él ignoró deliberadamente mi reclamo para darme la espalda. Lo escuché hablarle a alguien y estuve a punto de hacerle un comentario muy desagradable frente a su «compañera de ejercicio». No obstante, las palabras quedaron atascadas en mi garganta cuando él se movió y un rostro familiar me devolvió la mirada. La punzada en el pecho fue instantánea al reconocer los ojos verdes de Saige. «No, no, no». Parpadeé varias veces considerando que tal vez mi imaginación era la que me estaba jodiendo.
La chica misteriosa, la «compañera de ejercicios» de Sawyer, que lo hacía levantarse temprano por las mañanas para correr y luego comían juntos el desayuno, la que le había hablado sobre sus padres, y lo había rechazado porque «había otro chico»... Joder, era Saige.
Honestamente, pocas veces y pocas cosas en mi vida me habían sorprendido al punto en que necesitara un minuto para recobrar la compostura. Mas necesitaba un maldito minuto para recobrar la compostura. Necesitaba un minuto para fingir que no necesitaba un maldito minuto.
Saige estaba ahí. Saige estaba ahí con Sawyer. Saige estaba ahí con Sawyer, usando una de mis antiguas camisas, y colándose en mi presente, una vez más, como si tuviera el derecho de pertenecer en él.
Joder, mi mente seguía en completo blanco y aunque sabía que tenía que dejar de mirarla, mis ojos no estaban obedeciendo a mi sentido común. Ella parecía igual de sorprendida que yo, y eso lo volvía mucho más irritante, ya que significaba que el asunto no fue planeado; ella genuinamente se había hecho amiga de Sawyer y todo era obra de cualquier mierda mística, del universo, o del espacio que había estado tratando de jugar alguna especie de juego retorcido del cual no quería ser parte.
«El karma volverá a morderte el culo, piccolo». No, no era un buen momento para recordar las palabras de Flavio.
Nuestro intercambio de miradas se sintió como una jodida eternidad a pesar de que fue cuestión de un par de segundos. El bullicio y el vitoreo a nuestro alrededor fue lo que me sacó de mi estado de inutilidad cerebral. Parpadeé, siendo consciente enseguida que para Sawyer, la expresión en mi rostro no le había pasado desapercibida en absoluto.
«Maldita sea, Hunter, tienes que pensar rápido o esta noche terminará mal».
Pasar el resto de la noche dándole a los chicos explicaciones sobre mi vida pasada —dándole a Dylan explicaciones sobre mi vida pasada— no era siquiera una opción. No iba a hablar de ello. No quería hablar de ello. Se suponía que mi escapada a Nueva Jersey había sido precisamente para huir de los sermones de Pia, de Flavio, de Lorenzo, del hecho que tendría que ver a mi madre en un par de días y sobre todo... para huir de la persona que se encontraba a pocos metros manteniendo una conversación con Sawyer que no podía escuchar.
Me giré hacia el campo, queriendo alejarme de la absurda imagen de Saige usando mi ropa en medio de su... lo que sea que estaba haciendo ahí con Sawyer. Me aferré a la valla frente a nosotros con tanta fuerza que probablemente amanecería con callos en mis manos al día siguiente.
«Piensa, piensa, piensa, piensa...».
Puse todo mi esfuerzo en pretender que le estaba prestando atención a cómo los equipos se alineaban en el césped para la patada inicial. Por primera vez desde que llegamos, agradecí que Dylan estaba entretenida grabando a West con su teléfono como una de esas intensas mamás orgullosas, porque realmente no sabía si estaba haciendo un buen trabajo ocultando el caos desatado en mi cabeza. Sentía que el corazón me latía en los oídos. Mi cerebro había pasado de quedarse totalmente inútil a trabajar a mil por hora en todos los escenarios y en todas las razones por las que la situación era simplemente jodida.
Porque Saige era sinónimo de pasado, era sinónimo de una parte de mi vida que ya estaba cansado de voltear y mirar. Tenerla cerca era recordar lo que hizo, lo que hice, y lo que hicimos. Y cuando volví a Nueva York, había sido con la determinación de fingir que los últimos años no habían ocurrido.
Y, aun así, yo...
—McLaggen, ¿todo bien? —Reprimí un respingo al sentir la mano de Lanie tocándome el brazo.
La miré. Mientras yo intentaba calmar mi mierda, el partido había empezado, y ella ya no estaba grabando; en cambio, me estaba mirando con una ceja enarcada, dejándome claro que sí estaba siendo transparente con mis emociones.
—Vale, me descubriste —dije, felicitándome mentalmente por mis increíbles habilidades de improvisación—. No debí comerme ese sándwich italiano de camino aquí. Está a punto de ocurrir una verdadera tragedia si no encuentro un baño ahora mismo.
—Oh, por Dios —se rio—. Esta noche tu trasero como que está sufriendo mucho por mi culpa —bromeó, robándome una sonrisa.
—Eso puede malinterpretarse de taaantas maneras —intervino Chase en tono burlón.
—Tú también te comiste uno, Carter —lo atajé—. Añádele los Twinkie y estarás «inaugurando» el baño del departamento de tu hermana, en el mal sentido.
Chase puso los ojos en blanco.
—Ten, te recomiendo que uses el baño de los vestidores —comentó Dylan, sacándose una especie de carnet del bolsillo de sus shorts—. Me han dicho que los baños públicos son una mierda en noches de partido.
—No sabía que las novias de los mariscales obtenían sus propios pases VIP tras bastidores —me burlé, leyendo que, de hecho, el carnet tenía su nombre y ella ni siquiera iba a Princeton.
—¿Cómo puedes estarte cagando y aun así tener tiempo para molestarme? —inquirió, esbozando una sonrisa irónica.
«Bueno, porque se trata más de una cagada catastrófica y metafórica, la verdad», pensé mientras forzaba una sonrisa de vuelta.
Me guardé el carnet en el bolsillo y aproveché que Lanie había desviado de nuevo su atención al campo para irme.
«Vale, eso no salió tan mal».
Aparté a Chase para poder pasar y enfoqué mis ojos en las escalerillas de cemento para evitar cualquier otro contacto visual que pudiera devolver mi cerebro a su estado de inutilidad. El plan más sensato en ese momento era simplemente fingir que Saige no era la persona de la cual había estado huyendo desde que regresé a casa.
Pan comido, ¿no?
—Oye. —Apreté la mandíbula cuando Sawyer se interpuso en mi camino y me tomó del brazo para detenerme.
Joder.
—Te acompaño —añadió, lanzándome una evidente mirada de «Amigo, tenemos que hablar».
Quise decirle «Amigo, no tenemos nada de qué hablar». Sin embargo, aunque él supiera que algo estaba pasando, el resto no, y el oído de Chase te podía sorprender a veces, por lo que esa no era una opción.
—¿Al baño? No lo sé, ¿no crees que ese es un acto demasiado íntimo como para tener compañía? —le pregunté.
—McLaggen... —me reprochó en un susurro.
—Brown... —respondí en su mismo tono—. Gracias por tu preocupación, pero estaré bien yendo al baño, solo —le aseguré, forzando otra sonrisa—. Además, ¿qué crees que dirá tu compañera de ejercicios si la dejas tirada así junto a un grupo de desconocidos?
Me obligué a mirar a Saige durante un par de segundos para hacerle pensar que no había razón para montar tanto drama. A diferencia de mí, ella continuaba procesando el momento. Estaba nerviosa. Sus manías no habían cambiado mucho en un año. Seguía apaciguando su ansiedad con cualquier objeto que tuviera a la mano. En ese caso, podía notar que los nudillos de la mano que sostenía la correa de su bolso estaban tornándose blancos.
—Debes disculpar a mi amigo, él no siempre es así de maleducado, tal vez está nervioso por su cita.
—No es una cita —saltaron ambos al mismo tiempo.
Estuve tentado a mandar a la mierda la farsa y espetarle que no me importaba una mierda si era o no una cita; ese no era el maldito problema.
No obstante, el grito de Lanie fue como una señal disfrazada de un:
—¡Oye, referee incompetente! ¡¿Estás ciego?! ¿¡Es que no has visto que el número catorce acaba de golpear a West con su casco!?
—¡Sí! ¡Y fue completamente intencional! —la secundó Chase, oyéndose cabreado—. ¡¿Quieres que vayamos hasta allá y te limpiemos esas gafas llenas de mierda que tienes?!
—Vale, me iré antes de que nos echen por revoltosos —dije, aprovechando la interrupción.
Le di una última mirada a Saige.
—Un gusto en conocerte, aunque Sawyer no me haya dicho tu nombre —comenté, sorprendiéndome a mí mismo con la naturalidad y tranquilidad en mi voz—. De nuevo, discúlpalo, deben ser los nervios.
Logré escapar sin que Sawyer me detuviera esta vez.
Salí del área de las graderías en medio de vitoreos por parte de los fanáticos de Princeton luego de que West anotara su primer touchdown de la noche. No me gustaba el fútbol, no había estado contento por tener que soportar un partido completo; sin embargo, era algo importante para Dylan, y los chicos, y me cabreó el hecho de habérmelo perdido por tener que lidiar Saige y su (in)oportunismo.
Sí, todo sonaba demasiado familiar para mi gusto.
Pensé que salir hasta la entrada, sentarme en la acera, fumarme un cigarrillo y tomar el minuto que necesitaba para recobrar la compostura me ayudaría a despejar la mente, pero el tiempo a solas solo empeoró los pensamientos. No podía dejar de reproducir la imagen de Saige usando mi camisa, y tampoco podía dejar de reproducir la conversación que tuvimos con Sawyer en Fratelli.
«Otro chico», «otro chico», «otro chico».
Me pellizqué el puente de mi nariz con estrés. «No vayas ahí, Hunter, ni siquiera lo pienses».
No, no lo haría. No estaba interesado en hacerlo. Ni ahí, ni al día siguiente, ni nunca más.
Resoplé con frustración, tirando la colilla del cigarrillo al suelo y metiendo la mano en mi bolsillo para sacar otro. Iba a necesitar al menos un par de cajas si quería sobrevivir la noche entera sin explotar.
Presentía que sería una noche jodidamente larga.
***
—Es bonito, ¿cierto? —comentó Dylan, mirando sobre su hombro y esbozando una sonrisa.
Estábamos en el conjunto residencial, cruzando un pintoresco parque ubicado justo en el medio de cuatro idénticos edificios de ladrillos rojos, techos inclinados de tejas oscuras y ventanas blancas. El partido había terminado alrededor de cuarenta minutos atrás. Por supuesto, el equipo de Princeton ganó, y, debía admitir que sí; West tuvo mucho que ver en ello.
Después de fumarme los cigarrillos y volver al partido, se me hizo más fácil mantener mi mierda bajo control, sobre todo porque estuve tratando de evitar que nos echaran del estadio por culpa de Dylan y su agresiva pasión por el fútbol. El referee tuvo que advertirle al entrenador de Princeton que la calmara, o iba a expulsarla del campo. Para mi sorpresa, el entrenador se puso del lado de ella, terminó defendiéndola y criticando al árbitro por ser «bastardo incompetente».
No puedo decir que fue un partido aburrido.
Distraerme con Lanie y su euforia desenfrenada casi me hace olvidar la presencia de Saige. Sin embargo, fui consciente en todo momento de ese pequeñísimo detalle gracias a Sawyer y su incesante bombardeo de preguntas por mensajes de texto. Él estaba impaciente por respuestas, pero yo estaba impaciente por ignorarlas, así que al mensaje número diez, tuve que contestarle con un: «Para con la mierda, Brown. Estás a un solo mensaje de ganarte un puñetazo». Eso lo silenció durante el resto del partido, mas presentía que tomaría cualquier oportunidad que pudiera obtener para traer de nuevo el tema a colación.
Debía aprender más de Saige, quien me había seguido la corriente con lo de «no te conozco» de manera que, en cualquier otra ocasión, hubiera estado impresionado por cómo se había propuesto a ignorar mi presencia al mismo nivel en que yo estaba haciéndolo con ella; socializando con Chase, preguntándole cosas sobre el partido y riéndose de los debates tontos entre él y Sawyer. El chico incluso olvidó todo el sermón que le tenía preparado.
«Jodidos traidores».
—Sigo acostumbrándome a que todo sea tan... llamativo —retomó Lanie—. A veces siento que vivo en el pueblo de esa película de Nicole Kidman donde todas las mujeres eran como robots, ¿cómo era que se llamaba?
—¿Stepford Wives? —terció West, divertido—. ¿Estás insinuando que soy el esposo que trata de convertirte en un robot?
Gracias a Dios, ambos estaban de espaldas a nosotros, ocupados siendo asquerosamente cursis mientras caminaban abrazados y luciendo sus camisetas de Princeton a juego, ya que no notaron cómo miré al cielo y maldije en silencio con todas mis fuerzas a esa mierda mística que había alcanzado un nuevo nivel de espeluznante.
Además era mejor obligarme a mirar hacia arriba y no a mi izquierda, donde lo único que nos separaba a Saige y a mí era el cuerpo de Sawyer.
Súper cómodo todo, ¿no?
—No me refería a eso, Collins —se rio ella, atravesando un umbral de concreto blanco y guiándonos hacia el interior de uno de los edificios—. Pero hace días me llevé un susto del infierno después de confundir a una vecina con mamá.
—Tal vez sí era mamá espiándote —bromeó Chase, riendo entre dientes.
—Amigo, ese sería un escenario totalmente posible —le comentó West, deshaciendo el abrazo para encarar a Chase—. La señora S. ha llamado alrededor de treinta veces en las últimas semanas. Esas son casi... una llamada por día. Ni siquiera mi madre hizo ese maratón el año pasado.
—Diría que me salvé de esa faceta, pero la verdad es que ha estado haciendo lo mismo conmigo —admitió él en un resoplido, deteniéndose al tiempo en que Dylan hacía lo mismo frente a una de las puertas—. Anoche me llamó casi a las doce. Quiero decir, entiendo su repentino cambio de personalidad, su nueva misión de vida, ser una mamá ejemplar y toda esa mierda, pero me está comenzando a cabrear el hecho de no poder tener mis horas reparadoras de sueño. —Se volvió hacia Saige con un gesto de disculpa—. No te lo tomes personal, tú me agradas.
Puse los ojos en blanco.
—Es raro que lo digas, considerando que justo ayer estabas planeando un agresivo discurso sobre cómo ella estaba obligando a Sawyer a despertarte por las mañanas —solté, sin poder contener el comentario—. Si mal no recuerdo, la llamabas «una desconsiderada con cero empatía hacia otras personas» —añadí.
Al parecer, mis impulsos no eran los únicos que necesitaban controlarse, mis ojos también sabotearon el plan de permanecer indiferente y buscaron los suyos. Fue un gesto deliberado. Aunque, tal vez no tanto; digamos que fue más obra de mi subconsciente, relacionándola con las palabras que acababan de salir de mi boca.
Una vez más, no pude evitar sorprenderme al verla mantener su cara de póker. Sin embargo, la conocía lo suficiente como para ver más allá de su esfuerzo por querer jugar el mismo juego que el mío. Había tocado un nervio; lo noté en la manera en que sus fosas nasales se expandieron y tomaron una respiración profunda. Nuestra batalla de miradas fue breve, pero sentir el pie de Sawyer pisando disimuladamente el mío me devolvió a la realidad y a ser consciente de que no estaba siendo consciente.
Ella siempre había tendido a tener ese efecto en mí y en ese momento, lo detesté más que nunca.
—Pues... —habló Saige, dejando de mirarme para encarar a Chase y sonreírle—. En ese caso, me disculpo por eso, Chase, digamos que es algo en lo que estoy trabajando.
Apreté la mandíbula, evitando demostrar la tensión que sentía en todo el cuerpo. Regresé mi atención al frente, topándome enseguida con otro par de ojos verdes. «Joder, ¿esto es en serio?». Dylan estaba metiendo la llave en la cerradura de su departamento mientras me brindaba una mirada cargada con millones de signos de interrogación.
¿La noche no estaba siendo bastante jodida ya como para añadirle esa conversación con ella?
—No te tomes muy en serio los reclamos de Chase —le dijo West, brindándole una sonrisa amable—. Muchas veces son infundados.
—¿Muchas veces? Estás siendo amable, Collins —terció Sawyer, aprovechando el momento para desviar la conversación.
No sabía si detestarlo también o agradecerle.
—Que les den —lo insultó el castaño, molesto—. No a ti. —Volvió a mirar a Saige—. Acepto tus disculpas solo porque Sawyer es mi amigo y parece que...
—Vale, Dyl, hora de callar a tu hermano —intervino el rubio.
Lanie me dio una última mirada antes de terminar de abrir la puerta.
—Bueno, bienvenidos a nuestro humilde hogar —anunció Collins, entrando dramáticamente al departamento como si se tratara de una gran revelación a lo Extreme Makeover.
Ambos se apartaron para darnos una mejor vista del interior. Era sencillo, pero espacioso. Las paredes estaban pintadas de un azul claro, el piso era de madera grisácea y al final de habitación había un pequeño balcón. No había mucha decoración excepto por un gran sofá de cuero negro, una alfombra con distintos tonos de gris debajo de una mesita de cristal y un librero de madera que lo menos que mostraba eran libros; en cambio, estaba invadido por portarretratos de distintos tamaños con fotografías de distintos momentos. Aunque la mayoría eran de ellos siendo empalagosos, mis labios se alzaron cuando me reconocí en una de ellas; era la fotografía que la señora Steph nos había tomado la noche del baile de graduación. Lo sabía, porque era la misma fotografía con la que la tenía registrada en mi teléfono.
Mi sonrisa cayó en cuanto volví a la realidad. Joder, echaba de menos sentirme así de apacible, tranquilo y despreocupado. Apenas habían pasado un par de meses desde entonces, pero haber regresado a casa lo hacía parecer como si hubiesen pasado cien años.
Situaciones de mierda (como lo que estaba ocurriendo en ese momento), eran las que me hacían reflexionar en si realmente tomé la decisión correcta en regresar.
Me hubiera evitado mucho.
—Son libres de sentarse donde quieran; tienen el suelo, el sofá, estos taburetes... —retomó West Oh Alabado Sea el Dios del Fútbol, dejando su bolso de entrenamiento en la barra de mármol que separaba la cocina del resto del departamento.
—Como hermano traumatizado, agradecería mucho saber primero donde puedo sentarme —indagó Chase.
—Aquí vamos de nuevo... —comentó Sawyer en tono burlón.
—El techo te vendría genial entonces, Carter —lo atajó West, soltando una carcajada al ver la mueca de asco en el rostro de su amigo.
—Vale, tenemos cervezas en el refrigerador —intervino Dylan—. ¿Saige? —No supe por qué me tensé al escucharla hablarle directamente.
O bueno, sí sabía. Después de la mirada que me había lanzado en el pasillo, no me extrañaría que su mente estuviera trabajando en interpretar lo que sea que hubiese visto afuera.
—¿Quieres una cerveza? Puedo traerte una —le ofreció.
Saige se encogió un poco y se tardó unos segundos en responderle. Esperé a que rechazara la oferta y evitara añadirle otro desastre más a la noche. Ella detestaba la cerveza. Mejor dicho, su cuerpo detestaba la cerveza.
—Sí, claro, supongo que podría tomar una —la aceptó, forzando una sonrisa.
Genial.
—¿Qué hay de nosotros? —se quejó Chase—. Esta noche somos invitados también, ¿no?
—Ustedes no cuentan —se burló West, poniendo los ojos en blanco.
—No, Chase tiene razón —comentó su hermana.
Mis sospechas se intensificaron cuando los ojos de Dylan cayeron en los míos justo después de haber pronunciado la oración.
—Estamos siendo muy malos anfitriones —añadió, sin dejar de mirarme—. Pónganse cómodos y les traigo sus cervezas. Hunter me dará una mano, ¿no es así?
Entrecerré mis ojos, suspicaz. «¿Estás tratando de emboscarme, Carter?».
—Lanie, me siento un poco menospreciado —le dije, enarcando una ceja—. Yo también soy un invitado, ¿o no?
Enarcó una ceja, tratando de enviarme algún mensaje silencioso. Definitivamente era una emboscada.
—Bebé, yo puedo ayudarte con eso... —intervino Collins.
—Collins, tú deberías estar descansando del increíble partido que jugaste hoy —le respondió, empujándolo hacia el sofá, donde los demás ya estaban sentados—. Puedes ir pidiendo las pizzas mientras Hunter y yo nos encargados de la bebida. No es discutible.
—¿Por qué intuyo que no tengo opción? —argumenté, desafiante.
—Porque no la tienes, McLaggen —contestó ella, en un tono que registré como un: «Estoy a un paso de llevar tu trasero a rastras a la jodida cocina».
Resoplé y la seguí a regañadientes hasta la cocina antes de que mi terquedad la hiciera explotar.
Eso no quiso decir que pensaba colaborar con cual fuese su plan.
En el momento en que estuvimos escondidos de los demás detrás de la barra y la alacena arriba de este, Dylan se volvió hacia mí, cruzada de brazos y plantándose en mi camino frente al refrigerador.
—Así que... me tratas de sirviente y ahora impides que haga mi importantísimo, vital, trabajo —la acusé, también cruzándome de brazos.
—Ya conocías a Saige, ¿cierto? —Ella deliberadamente ignoró mi comentario y fue directo a la yugular.
—¿De qué hablas? —me reí—. Creo que todo ese estrés del partido te está haciendo ver cosas —bromeé, rodando los ojos—. ¿O quizá solo estás buscando algo para que la cita de Sawyer no te caiga bien? Vamos, Lanie, deja al pobre Sawyer divertirse, ella parece...
—Ella parece que te conoce también —me cortó, entrecerrando sus ojos y examinándome con la mirada—. ¿Por eso fingiste tener diarrea temprano? Olías a cigarrillo cuando regresaste, dudo mucho que hayas fumado en el baño.
—Te sorprenderías de mis habilidades por ser multifacético —dije, brindándole una sonrisa sarcástica.
—Hunter, si no estoy equivocada y la conoces... —empezó a decir.
—¿Qué jodida importancia tiene si la conozco o no? —le espeté, comenzando a cabrearme por tanta insistencia de su parte.
—Pues, Sawyer es mi amigo, tú eres mi amigo. Aparentemente, Saige lo rechazó a él, y a ti te ha estado mirando como si no supiera si matarte o echarse a llorar —explicó—. ¿La conociste primero que él en el campus o algo así? Oh, dime que ella no fue una aventura de una noche y luego te olvidaste de llamarla, entonces se está vengando de ti al salir con Sawyer o una mierda parecida.
Bufé. Ojalá se tratara de algo tan estúpido como eso.
—Debo admitir que estoy impresionado por la manera en que tu cabeza inventa mierdas tan ridículas como esa.
Ella se quedó en silencio, luciendo frustrada porque la conversación no estaba saliendo como había imaginado. Por un segundo, consideré simplemente decirle todo y ahorrarme la tensión el resto de la noche. Estaba emocionalmente agotado. Sin embargo, no quería hacerlo.
Como dije, no estaba listo para contarle esa historia a Dylan.
—Entonces... ¿no me dirás lo que ocurre? —presionó en tono cauteloso.
«Me cago en la vida y en mi existencia mil veces».
—No voy a seguir con esta conversación, Dylan —sentencié, poniendo todo mi esfuerzo en no explotar.
Sus ojos se agrandaron y cuando entendí la razón, apreté mis ojos cerrados, frustrado.
—No se trata de una aventura de una noche que terminó mal... —reflexionó, asintiendo como si acabase de entender algo.
No tuvo que completar la frase para saber a lo que se refería.
—No, no se trata de eso, pero no quiere decir que quiera hablar de ello, así que basta —le pedí, odiando el hecho de estar discutiendo con ella sobre Saige.
—Hunter... —Sus facciones se suavizaron, y dio un paso adelante. Todos los músculos se me tensaron—. No me digas que Saige es... tú sabes... esa chica.
«Suficiente».
Di un paso atrás, listo para escapar.
—Oficialmente, me desentiendo de mis tareas de sirviente —dije con dureza—. ¿Qué te parece si terminaremos esta conversación, yo voy abajo a fumarme un cigarrillo y tú les llevas las bebidas a tus invitados? Ese me parece un excelente plan.
Salí de la cocina y me dirigí a la puerta sin mirar a nadie más. Necesitaba otro maldito minuto. Quizá un poco más que un maldito minuto.
Estaba cabreado. Realmente cabreado. Discutir con Dylan, evitar a Sawyer, necesitar minutos para calmarme... Nada de eso estaba en mis planes. Fuese con intención o no, Saige se había encargado de arruinar hasta el más mínimo detalle de ellos. Y estaba cansado, frustrado y realmente cabreado.
¿Cómo era que siempre conseguía afectarme tanto? Mejor dicho, ¿cómo era que todavía conseguía afectarme tanto?Estaba cabreado con ella y conmigo, y con Sawyer, y con todos.
—¡Joder! —grité hacia el solitario aparcamiento, tanteando en mi bolsillo por mi caja de cigarrillos.
—Pensé que después de tanto tiempo, habrías dejado de fumar. —La presión en mi pecho empeoró al escuchar la voz de Saige a mis espaldas.
—Y yo pensé que tú no fumabas, así que no entiendo qué haces aquí —escupí, sin encararla, concentrándome en encender el cigarrillo que sostenía ahora entre mis dedos.
Silencio.
—Esto es estúpido, Hunter... —resopló segundos después.
Sentí su mano en mi hombro y me aparté, girándome hacia ella.
Verla solo alimentó mi cabreo.
—Estoy de acuerdo —farfullé entre dientes—. Es estúpido que Sawyer te haya traído, es estúpido que estés aquí, es estúpido que estés usando mi camisa, es incluso estúpido que estemos teniendo esta conversación —continué—. Así que, ¿por qué estamos teniendo esta conversación? Porque la verdad es que en este instante, no me apetece tener dos conversaciones sobre el mismo temita.
Ella apartó la mirada y fijó sus ojos en mi pecho, avergonzada.
—¿De verdad me odias tanto que ni siquiera puedes mantener una conversación decente conmigo? —me preguntó, tragando saliva—. ¿O para que prefieras fingir que no me conoces?
—No te odio, Saige —bufé, sacudiendo la cabeza y expulsando el humo por mi nariz—. No se trata de si te odio o no. No estoy resentido contigo, no le has hecho un daño irreparable a mi corazón que nunca podré olvidar en toda mi existencia y viviré con él hasta el final de mis días, ¿vale? —dramaticé en tono sarcástico—. Así no es cómo funcionan las cosas conmigo.
Permaneció en silencio mientras mantenía su mirada fija en algún punto de mi pecho. Entonces, su expresión mutó de la vergüenza a la determinación. Deslizó sus ojos de regreso a los míos y dio un paso adelante, alzando la barbilla y poniéndose recta.
—Sí, te conozco bien para saber eso —me espetó—, así como también sé diferenciar cuando estás intentando ocultar algo más.
—Vaya, no sabía que tenías el título supremo de «la conocedora de Hunter» —me burlé, frunciendo el ceño—. No recuerdo haber firmado nada parecido que te diera esa certificación.
—Sé que estás herido...
—¿Ah, sí? —Enarqué una ceja—. En mi mente siempre creí que estudiarías Leyes, no Psicología.
—Vale. —Asintió con la cabeza, aceptando el golpe—. Yo estaría herida también si tú hubieses...
Basta. Basta. Basta...
—¡JODER, SAIGE, BASTA!
Ella saltó, sorprendida por mi explosión, mas no se movió ni rompió contacto visual.
Por un lado, no quería darle la satisfacción de que me viera perder el control. Por el otro, ya me había controlado suficiente toda la maldita noche... No iba a contenerme ahora.
—¡Basta de intentar traer cosas del pasado que no tengo intenciones de revivir! —Di un paso adelante, obligándola entonces a dar uno atrás—. ¡Basta de decir mierdas como: «Lo siento, estoy trabajando en ello», «Volé desde Londres para verte», «Oh, Hunter, sé diferenciar cuando estás intentando ocultar algo más», como si eso fuese a borrar lo que todo lo que hiciste! —Otro paso que la hizo retroceder y tambalearse al tropezar con uno de los muros del edificio—. Pues, te tengo noticias: ¡no lo hará! ¡Ya está malditamente hecho, Wisener! Y pasé un año entero olvidándome de ello, de toda la mierda que pasó, toda la mierda familiar, toda la mierda relacionada contigo. —Mi rostro quedó a centímetros del suyo cuando no tuvo más espacio para apartarse; estaba atrapada entre el muro y mi cuerpo—. ¿No lo entiendes? No tengo intenciones de revivir nada que tenga relación con Henry, con Hiram, con Keegan, ni mucho menos contigo.
»No me importa lo arrepentida que estés, ni qué tan conmovedor sea tu discurso de disculpa, nada de lo que hagas o digas arreglará las cosas entre nosotros, porque no quiero que se arreglen, y es por eso que opto por no hablar contigo, o fingir que no te conozco. No te odio, Saige, solo te quiero lejos de mi vida para así poder seguir viviendo malditamente en paz.
Tomé una bocanada de aire, descansando de mi descargue y dejándole la pelota a ella para que hablase. Puede que mis palabras sonaran crueles, pero no me importaba una mierda serlo cuando solo quería que ella entendiera el mensaje.
Y juzgando por sus ojos llenos de lágrimas y la expresión en su rostro, pensé que lo había logrado.
Sin embargo, me equivoqué como el infierno.
Mi mente se apagó por completo y entró en un serio estado de cortocircuito cuando ella se puso de puntillas y acortó la poca distancia que separaba sus labios y los míos.
Todo el discurso se fue a la mierda cuando me vi a mí mismo correspondiéndole.
DIOOOOOOSSSSS, USTEDES NO SABEN LO QUE ME COSTÓ ESCRIBIR ESTO. Tuve demasiado trabajo estas semanas y de verdad que me siento realizada por haber tenido listo el cap a tiempo; fue toda una odisea.
SOLO PUEDO DECIR QUE PIDO PERDÓN POR DEJARLOS ASÍ PERO ES QUE... ESE FINAAAAL DEOS MEO.
Sorry si estoy fangirling un poco, es que me emociona que ya lo puedan leer. No voy a extenderme porque hice una parada rápida para poder subirles el cap. Yo solo esperaré los comentarios que presiento serán jugosossssss
Los amito.
Besitos venezolanos con una buena torta tres leches y feliz Día de San Valentín.
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