Cuarto acto: La Mecánica y sus magnitudes fundamentales (primera parte)
En estos días he estado tan lleno de trabajo que no he tenido ni tiempo para respirar, mucho menos para escribir. Sin embargo, hoy pude tomarme el día libre y, como ya tenía dos capítulos adelantados decidí corregir uno y aprovechar para actualizar.
Cada día que pienso en esta historia siento que me va a explotar la cabeza de tantos detalles que debo tomar en cuenta. Es gracioso porque incluso he llegado a tener epifanías relacionadas con todo este asunto. En fin, no quiero aburrirles, al final del capítulo pondré el resto de las notas. Por cierto, este capítulo es largo, así que sugiero que se lo tomen con calma para que puedan pillar bien todos los detalles. Sin más que decir...
∫Minisang dx = Love + C
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La RAE define como Mecánica, a la parte de la física que trata del equilibrio y del movimiento de los cuerpos sometidos a cualquier fuerza.
Para que ocurra este equilibrio, la Mecánica se vale de ciertas magnitudes cuyo comportamiento podemos observar a través de actos cotidianos del día a día. En este sentido, se puede citar lo siguiente:
"Las Magnitudes Fundamentales de la Mecánica son el espacio, el tiempo, la masa y la fuerza. Tres de ellas (espacio, tiempo y masa), son magnitudes absolutas. Ello significa que son independientes entre sí y no pueden expresarse en función de las otras o de manera más sencilla. La magnitud llamada fuerza no es independiente de las otras tres, sino que está relacionada con la masa del cuerpo y con la manera cómo varía la velocidad del cuerpo con el tiempo."
William F. Riley, Leroy D. Sturges., (2004). Ingeniería Mecánica Estática. Barcelona, España: Editorial Reverté, S. A.
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Segundos después de que su hermano hubiese manifestado con júbilo la gratitud que sintió al haber sido partícipe de su regreso, se dio entonces a la tarea de expresar su regocijo con acciones, más bien, con una sola pero significativa acción: un abrazo. Acto seguido, envuelto en el cobijo protector de su superior, sería partícipe de la dicha que solo un ansiado reencuentro podía facilitar.
La inmensidad que, a decir verdad, representaba tan solo un átomo del basto universo, su universo. El infinito y sus impulsos que para con los involucrados resolvería hacer un desbarajuste de emociones tan dulces, tan intensas... que a razón de ello, momentos como ese no tendrían comparación.
A sabiendas de su fortuna, aprovecharía para tomar cuanto pudiera de aquel apretón que dio el mayor a su cuerpo, el cual le supo a tranquilidad, lo que para su persona aquello sería el equivalente de algo superior, si acaso lo más cercano al sabor que, suponía, tendría la gloria.
"¡Qué dicha la mía de volver a la pausa de siempre!"
Exclamó para sus adentros, su alegría creciendo tanto en su rostro que haría doler sus mejillas, por otro lado, su ansioso corazón crecería dos tallas al verse henchido de amor. De esta forma el paroxismo de su alegría, impávido, resolvió arrasar con las consecuencias de su desventura, cegándole, volviéndole puro impulso latente. Su humanidad, entonces, pasaría a ser un manojo frenético de masa, de pensamientos, de espiritualidad que poco podrían llegar a consolidar un algo, pero daba igual, porque al final la carne es débil ante la tentación de poder obtener un segundo de dicha... y él, justamente, había estado necesitando uno de esos.
A los efectos de su llegada, mientras compartía aquel momento de afecto fraternal con su hermano mayor, poco le importaría al mencionado el estado de su vestimenta, más bien, se vio cada vez más envuelto en la seguridad de aquellos brazos, casi imposibilitando su movimiento al mantenerle tan cerca de su opuesto, de su anatomía, quizá... incluso, llegando a acariciarse el alma el uno al otro. Al mismo tiempo, a falta de aire sus pulmones resolverían llenarse de gozo, queacabaría por tornarse en lágrimas que más tarde pasarían a escurrirse de sus ojos enjuagando sucara.
-Gracias a Dios has regresado con bien. Estuve... estuvimos tan preocupados, Minhee.
Un beso en sus alborotados cabellos acompañó el murmullo gentil que fueron las palabras de Serim, las que a sus oídos fueron canción interrumpida por los sollozos que de sus labios se hubieron volcado; sonidos que ciertamente eran más semejantes a un suspiro de alivio, que a un verdadero lamento. Estaría entonces encantado por el hecho de que las palabras, el arrullo de Serim, no fuesen un reproche a sus actos, sino más bien, otro soplo de serenidad y brillo en la oscuridad.
Con la zurda seguiría aferrándose a la gruesa túnica de su hermano, mientras con la diestra apretaría la manzana, importándole poco si la fruta resultaba magullaba. Estaba ido, sus sentidos a flor de piel, tan eufórico por regresar a donde suponía pertenecía, que todo cuanto pudiera haber dicho, las disculpas, los malestares, todo se le hubo resumido a un nudo alojado en su garganta que, a pesar de ser incómodo, era insignificante en comparación con todas las dolencias que había tenido que soportar en el transcurso del día.
En el pecho de su hermano encontró consuelo y cariño en forma de mimos. Sintiéndose protegido seguiría llorando, el eco de su llanto siendo enmudecido contra la tela del ropaje del muchacho. La suavidad contra sus mejillas apreciándose húmeda debido a la lluvia que de sus ojos acontecía. Todavía, buscaría su voz para contar su arrepentimiento al mayor, sus esfuerzos siendo infructuosos debido a la alteración de su ser.
-L-lo siento, lo s-siento... n-no quise decir t-todas esas cosas...
Logró pronunciar aquello entre hipidos, olvidándose de quién pudiera verle en tan vulnerable estado. De todas formas, poco importaba porque al resguardo de su hermano sabría que nada malo le pasaría. Había sido imprudente y desconsiderado de su parte el haber ido en contra de su voluntad por algo tan banal, mucho más reconociendo que su hermano sólo le habría presionado para ayudarle.
-No tienes que disculparte, Minhee... he sido yo el que ha cometido un error. Lamento haberte puesto en tan incómoda posición, pequeño.
En la pronta aceptación del mayor, descubriría que, en efecto, era una de las personas más faustas que hubiese existido jamás, porque el amor incondicional de una persona como Serim, era por mucho la bendición más grande de su vida, es decir, podría no tener a sus padres consigo, pero estos le habrían dejado algo invaluable, sus ocho hermanos, su familia.
"Lo siento, lo siento, lo siento..."
Repetiría en su mente, como si de un compás a dos tiempos se tratase, siendo este marcado con la mano que en caricias subía y bajaba por su espalda, cual batuta que en manos del director se movería solitaria para dirigir a su orquesta.
-Dígale a los demás guardias la buena nueva. Y gracias por sus servicios, caballero.
Escuchó decir a su hermano, sintiendo aún la presencia del guardia que le habría acompañado hasta la puerta.
-Enseguida su Majestad. Estamos para servirle.
Tan pronto escuchó los pasos del guardia alejarse, fue entonces cuando tuvo el valor de descubrirse de a poco, encontrándose con la gentil mirada de su hermano mayor. Los pocos centímetros que este le llevaba en estatura haciéndole sentirse por primera vez, más pequeño de lo que era, si acaso indefenso, pero no de la manera en la que el cuerpo reaccionaría ante una amenaza. Por el contrario, Serim sonreía con diamantes asomándose en sus lagrimales, junto a un par de palabras que quedaron colgando de sus labios cuando otras tres personas hubieron irrumpido sin gracia alguna en el recinto.
-¿¡Qué ha sido todo ese alboroto!?
Exclamó Taeyoung al hace una presurosa entrada llevando de la mano a cada uno de los mellizos. Inmediatamente, su expresión de desconcierto se transformaría en una de asombro al verle y, al igual que los infantes darían inicio a un auténtico bullicio.
-¡Minhee!
Chillaron los tres al unísono quedando estáticos sin saber si eran testigos de un milagro, o quizá de un espejismo. Acto seguido, tras salir del estupor y reconocer la realidad que ante sus ojos se mostraba se arrojaron hacia él con brazos abiertos para estrecharle tan, o más fuerte de lo que Serim lo habría hecho en un principio.
-¡Qué alegría que hayas vuelto, hermano! Estuvimos todos tan preocupados.
El nudo en su garganta le privaría de manifestar cualquier cosa en palabras, más lágrimas saldrían por sus ojos y a pesar la bruma que les cubría, igual lucharía por mantener la hermosa imagen de sus hermanos presentes en ese momento, como si aquello fuese solo un sueño y en cualquier momento pudiera despertar en la oscuridad del bosque de nuevo.
-M-mini, Mini... no te vayas más, p-por favor...
Escuchó decir a Hyeongjun entre lastimeros lloriqueos que ahogaban el tono infantil de su voz. En ese instante, acariciaría al rostro del niño para expresar su arrepentimiento al tiempo que enjuagaba sus lágrimas. Seguidamente, repitió el gesto con su semejante, Seongmin, quien privado en llanto luciría sin pena el rojo de sus facciones. La mezcolanza de sentimientos, entonces, haciéndose cada vez más rara porque al alivio y se adicionaría un poco de culpa.
Queriendo hacerse el desentendido, dejaría a su cuerpo desprenderse paulatinamente de la dicha, aun así, procuró que su descenso del clímax a la realidad fuera sutil, casi imperceptible.
-¡Serim!, Wonjin y Allen deben seguir en el bosque, ¿cómo haremos para decirles que Minhee ha regresado?
De pronto la preocupación de Taeyoung volvería a cristalizarse en sus palabras. Por su parte, mantendría la mirada gacha, siendo que la culpabilidad haría mella en su pecho al saber que habría expuesto a sus hermanos mayores a un riesgo innecesario. La negatividad de su reflexión haría a su remordimiento hacer metástasis en su consciencia. Mientras tanto, su cuerpo actuaría por cuenta propia, de modo que, la fuerza contenida dentro de su ser buscaría escapar, terminando por proyectarse en el agarre tan sólido que tenía en sus menores y la manzana, a su vez, los niños se aferrarían con las manos hechas puños a su arrugada y sucia camisa, cada uno a los costados de su cuerpo.
-Lo había olvidado. Busca a los guardias, diles que vayan a por ellos. No quiero a mis hermanos ni un minuto más dentro de ese bosque traicionero.
Tras oír la orden Taeyoung asentiría con fervor, atendiendo a la misma al correr alcanzando segundos más tarde la puerta y a los guardias reunidos tras la misma.
Por su parte, el efecto colateral de aquel mandado le mantendría anclado a su lugar sin saber a dónde ir o qué hacer, escuchando el llanto de sus menores volverse cada vez más imperceptible.
Por el rabillo del ojo podría notar a un inquieto Serim, el cual parecía estar ordenando sus prioridades antes de actuar. Fue entonces cuando advirtió su verdadero desconcierto en cuanto a la situación que vivía en ese preciso instante. Igualmente, el prospecto de no saber cómo cambiarían las cosas a partir de ese momento también le haría espabilarse. Es decir, no podía ser tampoco que fuese a salir impune de los actos que había llevado a cabo en la mañana. Sin embargo, Serim seguiría sin indicar molestia alguna ante su persona, cosa que hubo agradecido en demasía pues los mellizos ya habrían tenido drama de sobra para un día.
Por otro lado, supondría que el mayor habría resuelto dejarse vencer por sus sentimientos, pues, su voz se quebraría una vez más al caer en cuenta de la condición tan deplorable en la que se hallaba su cuerpo y vestimenta.
-Dios mío, Minhee... hay que llevarte de inmediato con un doctor.
Escuchó decir a su mayor antes de que el mencionado le cargarse sin esfuerzo alguno en brazos, tras haber apartado con gentileza a sus menores. La simple acción causándole algo de vergüenza, aunque igual estaría agradecido por el gesto, pues recién sería partícipe del cansancio que cargaba en el cuerpo. Se dejó hacer por el cuido de su igual, llegando prontamente a la habitación que ocupaban como enfermería dentro de la fortaleza, siendo escoltado por los guardias personales de su hermano.
La modesta habitación de color blanco les recibiría de manera impecable, siendo que pocas veces se habría puesto en uso; no obstante, el lugar se mantenía abastecido con variedad de medicinas y equipo médico de última generación para atender cualquier eventualidad como la que ahora se presentaba.
Estando allí, Serim se tomó la libertad de acostarle con cuidado en una de las camillas, obsequiándole una temblorosa sonrisa antes de volver sobre sus pasos rápido como habían llegado, alegando que iría a por un doctor que pudiera atenderle. Los guardias reales siempre a marchando a su ritmo.
Suspiró entonces, sintiéndose bastante incómodo por toda la situación. A pesar de tener la compañía de sus hermanos menores, el desdén de su alma continuaría contagiando de a poco su cuerpo.
-¿Te duele mucho?...
Preguntó Hyeongjun con cierta timidez, refiriéndose a los raspones en sus brazos.
Movió la cabeza en señal de negación, sonriendo luego para transmitir algo de calma al pequeño. Su menor prontamente se mostraría reacio a crear tal mentirilla, aun así la dejaría pasar, acercándose de nueva cuenta para abrazarle esta vez siendo más cauteloso al colocar sus manos y apretujarle.
Por otro lado, no tendría siquiera que voltear para saber que en silencio Seongmin le escudriñaba con la mirada, y es que para nadie era sorpresa que el menor de los mellizos fuese mucho más perceptivo, si acaso menos ingenuo que su relativo; por ende, no le gustaba que le mintieran. Todavía, el niño se aproximaría sin agregar nada para copiar la acción de su semejante, envolviéndole otra vez en el confort de siempre.
-No te vuelvas a ir... por favor, Mini...
Habló finalmente el más pequeño de los tres.
-No lo haré. Lo siento, yo...
Su disculpa se hubo quedado a medio camino cuando un acelerado Serim regresó a la habitación en compañía de un señor bastante mayor, que a juzgar por su vestimenta y el maletín en su mano, supuso que era el doctor.
-Niños, vengan. Cuando el doctor termine de revisar a Minhee podrán hablar con él.
Inmediatamente, lo chiquillos acataron la orden yendo hasta la puerta, la cual se cerraría tan lento como para darle tiempo a pillar el desasosiego cristalizando los preciosos irises cafés de su hermano mayor. Tal detalle le dejaría pensativo ni siquiera la felicidad que habría recogido en su llegada le ayudaría a desligarse de esa nueva inquietud.
"¿Qué habrá pasado mientras no estuve?"
Pensó para sí mismo al tiempo que el hombre de blanco comenzaba a examinarle.
El intercambio de palabras con el doctor fue corto, mientras era examinado no sentiría mayor molestia aunque siempre le correría un escalofrío por el cuerpo cuando el frío metal de los instrumentos del hombre hiciera contacto con su cuerpo. Al terminar, el diagnóstico sería tal como lo habría pensado, ningún hueso roto tampoco heridas profundas, al menos no físicas, solo raspones que sanarían al pasar los días.
"En definitiva corrí con mucha suerte."
Se dijo a sí mismo a medida que el hombre de forma gentil frotaba sus raspones con algún antiséptico que le provocó mucho ardor. Como resultado, frunciría el ceño de vez en cuando, más no expresó su incomodidad de forma verbal.
-Con algo de descanso estará mejor en unos días, alteza. Le indicaré a una de las criadas que le dé una de estas antes de dormir, ayudarán para que no se sienta tan adolorido.
Comentó el hombre tras acomodar sus gafas redondas sobre el puente de su nariz, dejando el pequeño frasco con medicamentos sobre la mesa a la derecha de su camilla, justo al lado de la manzana que por primera vez habría dejado su mano desde que había salido del claro. Después de eso le vio guardar todos los instrumentos en su maletín antes de cerrarlo, acto seguido le sonrió y dando unos pasos abrió la puerta de la habitación encontrándose a un alarmado Serim, quien solo pudo sonreír apenado al haber sido atrapado fisgoneando.
-Mis disculpas, doctor.
-No se preocupe su Majestad. El Príncipe Minhee se encuentra bien, quizá mañana tenga un par de moretones, pero no pasará a mayores. Estaría bien si tomase un baño y un té antes de dormir, algo que alivie la tensión de sus músculos.
Comentó el hombre, refiriéndose a su hermano al hablar, sus palabras airosas exponiendo siempre su sapiencia contenida en años de experiencia. Su hermano por otro lado, no pararía de asentir en todo el rato que el señor hubo dado su explicación y posteriores instrucciones sobre su cuidado.
-Por supuesto, doctor. Muchísimas gracias por su ayuda.
-Estamos para servirle, Majestad. Cualquier pregunta que tenga no dude en consultarme. Le dejaré el resto de las instrucciones a una de las criadas. Con su permiso.
Tras hacer una reverencia, el hombre se marcharía cruzando el umbral de la puerta dejando a un intranquilo Serim en compañía de un par de mellizos que sujetaban cada una de las manos del mayor indecisos de si debían entrar o no a la habitación. En ese momento, se percataría del extraño silencio que llenaba los espacios entre ellos. No sabía si debía ser el primero en hablar pero para su suerte, ninguno de los presentes tuvo que reparar más en su deber porque más temprano que tarde un agitado Wonjin haría acto de presencia, apartando a quien estuviera en su camino para entrar al recinto. Seguidamente, el mencionado sería alcanzado por Allen y Taeyoung, ambos quedando pasmados ante las intrépidas acciones de su semejante. El tumulto de personas entonces siendo demasiado para el angosto pasillo en el que estaban.
-¡Minhee! Por amor a Dios, ¿¡Tienes idea de todo lo que te busqué!? ¡Tú solo en el bosque...! Qué habría pasado si se hacía de noche... Dios mío, no quiero ni pensarlo... ¡me tenías tan preocupado!
Expresó Wonjin sin percatarse de todas las veces que su voz pareció quebrarse al hablar. El descontento de su hermano le haría sentirse compungido, pero su malestar no acabaría en su interior, al contrario, sus facciones pasarían a reflejar su aflicción sin pena, cosa que no pasó desapercibida por todos los presentes. Sin embargo, con todo y su ensombrecido semblante Wonjin resumiría sus palabras a la misma acción que habría llevado a cabo Serim y los otros; pero había algo diferente en el abrazo que Wonjin le daba, era entonces la tranquilidad, la pausa que el otro parecía querer inducirle y que para él se sentía casi despreciable en un sentido no radical, es decir, si le hubiesen dado a escoger entre abrazar o no a su adverso, hubiese declinado de forma educada la propuesta, aun así, para no herir los sentimientos del otro se mantendría al margen, obviando el dolor que empezaba a sentir en los brazos a razón del fuerte apretón.
De fondo escucharía la plática entre Serim y Allen, el mayor explicando el diagnóstico del doctor a los recién llegados. Para el momento seguiría envuelto por los brazos de Wonjin, quien parecía hablarle sobre algo a lo cual su mente no prestaría ni la más mínima atención.
-¡Minhee!, ¿acaso estás escuchando?...
Dio un brinco sobre la camilla al escuchar su nombre, terminado por sacudir la cabeza para espabilarse. Inmediatamente, notaría la mirada expectante de todos los presentes sobre sí, como si todos estuviesen a la espera de una explicación, de una razón a su actitud tan distante.
-Y-yo... lo siento. No quise ignorarte, sólo... estoy un poco aturdido por todo lo que pasó.
Explicó en voz baja, esperando que aquello fuese suficiente para tranquilizar a sus mayores.
-¿Lo que pasó?, ¿qué fue lo que pasó?... Dios mío, alguien te hizo daño, ¿¡Es eso!?... ¡Serim...!
Soltó un exasperado Wonjin, siendo prontamente interrumpido por el más compuesto de todos sus mayores en ese momento, es decir, Allen.
-¡Wonjin, basta! Actuando de esa manera no harás que Minhee se calme. No harás que ninguno de nosotros se calme.
Hubo una incómoda pausa en la que todos parecieron caer en cuenta de que quizá, su regreso no significaba necesariamente el acontecer de cosas buenas. Sin poder desligarse del todo de la sensación de vacío en su interior, notaría por primera vez el horror plasmado en los rostros de sus hermanos mayores, comprendería, entonces, que estos estarían imaginándose lo peor, mucho más al no recibir respuesta alguna de su parte. Todavía, los mellizos serían los únicos que parecían no inmutarse a su silencio.
-Salgan todos, ahora. Allen, lleva a los mellizos a su habitación.
En contra de su voluntad Wonjin saldría de la habitación luciendo bastante cabreado, a su lado un incómodo Taeyoung salió sin decir palabra alguna. Los mellizos serían los últimos en salir del lugar, recién advirtiendo la gravedad de la situación.
-P-pero...
Protestaría Hyeongjun al sostenerse con una de sus manitas al marco de la puerta.
-Nada de peros, Hyeongjun.
Espetó Serim en el mismo tono firme que había usado con anterioridad. Acto seguido, el infante se resignaría, no pudiendo evitar que la tristeza se diluyera en las lágrimas que amenazaron con escapar de sus enormes ojos.
Al quedar ambos en la habitación, Serim cerraría la puerta con gentileza antes de aproximarse hasta la camilla donde habría permanecido sentado todo el rato. Escuchó los pasos de todos alejarse, más, sabía que detrás de la puerta permanecían los guardias reales de su hermano a espera de una orden o de algún movimiento que hiciera este.
A partir de ese momento, entonces, su mayor se tomaría el atrevimiento de romper con el silencio que nuevamente se habría instalado sobre ellos.
-Cuando te fuiste...
Empezó Serim, pareciendo dubitativo a continuar con el relato, no atreviéndose siquiera a mirarle a los ojos por más de un segundo antes de continuar.
-Wonjin fue el primero en ir tras de ti. Fue también el primero en accionar y dar la orden a los guardias para empezar a buscarte. No sé por qué...
Escuchaba atento a la anécdota de su hermano, esperando ansioso al momento en el que la misma se pudiese transformar en una reprimenda, y es que, lo sabía. Es decir, ahora que se había consumido la alegría quedarían al descubierto las cenizas, el vestigio de sus acciones donde residía el meollo del asunto, la causa de su furtivo escape de la realidad. Todavía, el tiempo que Serim se hubo dado para retomar su anécdota en el fondo le hubo dado esperanzas de salir absuelto de sus actos, o por lo menos el pensar que su condena no fuese tan severa.
Finalmente tenía respuestas a la pregunta que se habría hecho con anterioridad, pero ya no estaba tan confiado de querer saberla, en realidad, no estaría siquiera seguro de haber contado con dicha confianza en algún momento desde que puso un pie nuevamente dentro de la fortaleza.
Sin darse cuenta se distanciaría de la realidad, su mirada en algún punto de la habitación sin prestar real atención a las palabras de su hermano o lo que pasaba a su alrededor. Aunque efectivo, su letargo no sería tan intenso como el anterior y a pesar de perder el contexto de la situación, su adverso no tendría que llamar su atención para despertarle, tal como habría hecho Wonjin.
-No sé por qué no fui el primero en ir detrás de ti, Minhee. Y eso me tiene... más que intrigado, molesto conmigo mismo. Soy el mayor de todos, soy el rey... debo ser el primero en reaccionar ante una situación desfavorable, ante una catástrofe... aun así... me dejé llevar por mis emociones.
Mientras hablaba, el mayor caminaría de un lado a otro pareciendo león enjaulado, acariciando la superficie de lo que estuviera a su alcance cual prisionero anhelando su libertad; no volvería a encontrar la mirada del mayor en lo que duró su lamento, como si aquella confesión fuese sinónimo de traición, una calamidad que no tuviera perdón.
Desde su punto de vista como oyente y espectador, la situación se le antojaría fatigosa, pues, su mente tardaría en asimilar la información para con ella asociarla a su inquietud debido al estado de latencia de su letargo. Es decir, no entendía por qué su hermano estaría hablándole de su persona cuando claramente el protagonista de todo era él, Minhee. Como resultado de la irresolución, acabaría por contagiarse con la ansiedad que exudaba su superior.
-Estaba tan molesto por lo que dijiste, Minhee... que puse mi orgullo por encima de tu bienestar. Eso... para mí, para un Rey... es inaceptable.
Finalmente, la conversación daría un giro inesperado haciéndole descifrar la trama real que envolvía la anécdota que su adverso hubo revelado a su ser.
Asombrado por la descarrilada que se habían dado ambos, le reprocharía a su mente por el egoísmo que habría adquirido su ideología, por la somnolencia de la cual no encontraba despertar del todo, casi como si una fuerza ajena a su ser estuviese jugando en su interior para con él inducirle un estado de indiferencia.
Al mismo tiempo, con rapidez intentaría digerir cuanto pudiese de la información, no fuera él a pecar por ignorante al pasar por alto la complejidad que las palabras de Serim encerraban. Sin darse cuenta se estaría enfrentando, entonces, a una de las providencias que tenía un Príncipe por excelencia: perdonar los fallos de otros.
Ante la nueva resolución, toda preocupación propia que se hubiese apilado en su mente sería empujada al vacío mismo, al olvido. Todavía, tal resolución no alcanzaría a darle respuestas sensatas sobre cómo accionar ante la situación y, mientras, sentiría la presión que la mano ajena haría sobre la suya al buscar con desespero una aprobación, un consuelo.
-Perdóname por haberte fallado, Minhee.
El arrepentimiento en las palabras de su adverso le dio escalofríos, es decir, Serim estaría dejando de lado su orgullo al exponer su fragilidad, su humanidad ante él. Por supuesto, era tangible el significado que esas palabras sostenían, más aún el efecto que luego causarían en su persona.
No obstante, en su vida hubiese imaginado estar en semejante posición, el que un Rey solicitase su perdón le hacía sentir cosas inexplicables. Si acaso no sería una persona común, sino un Príncipe, aun así no era Dios para obrar de esa manera. Todavía, se pensaría únicamente capaz de otorgarle a su hermano lo que pedía por medio de una intervención divina. Porque yendo al caso, tal disculpa no debía darla por mero acto de complacencia, no. Eso que su relativo pedía era el perdón, la absolución a un pecado que habría cometido al incumplir una de las más importantes promesas que el otro se habría hecho al coronarse, aquel juramento que para su opuesto llevaba consigo el peso del mundo entero, porque sabía... oh, claro que lo sabía, para Serim el mundo entero eran ellos, sus hermanos.
Entonces, aunque cualquier mortal pudiera pronunciar un perdón, él por su parte, debía sentirlo en carne propia, cosa que por los momentos no se le antojaba como algo factible, no cuando su estómago y corazón se retorcían imposibilitando a su mente tomar una decisión.
De la misma forma, estaría su mente sumida a en una irrazonable apatía, un egoísmo imperturbable que solo le haría pensar en lo que acontecería si osaba a ir en contra de su superior, a no corresponder a su benevolencia.
Por otro lado, si antes se pensaba corto de palabras, ahora descubriría que su léxico le sería insuficiente para decir algo que no le dejase como a un tonto en esas circunstancias, pero algo debía decir para continuar aquel paradigma.
-No tienes que disculparte por nada. En todo caso, también te debo una disculpa porque ambos actuamos de manera equivocada. P-per...
El perdón danzó en sus labios, picándole en la lengua y los labios, más, no tuvo la voluntad para otorgárselo al otro. Al final, el interés había prevalecido por encima del amor en su ser.
-Lo siento, hermano... aunque pienso, sería mejor dejar el pasado donde está. Partir desde aquí cuidando de no cometer los mismos errores.
No quiso que el otro le considerara un insensible, tampoco parecer renegado a aceptar sus propios fallos, y es que en su caso el orgullo no era el problema; sin embargo, tendría temor a confesar cualquier otra cosa, a decir algo que sonase, inclusive, más inclemente de lo que ya habría resultado aquella respuesta ordinaria, peor aún, que su respuesta pudiese ser usada en su contra.
A la noche, estando a solas rogaría por el perdón a Dios, por mentirle a su hermano de esa forma y quizá, cuando estuviese listo para hablar, le ofrecería una verdadera disculpa. Es decir, tenía presente lo importante que sería dejar un asunto pendiente con su hermano, que tarde o temprano aquel error volvería a por él, pero esas serían cosas de las cuales podría preocuparse cuando su estado de indolencia terminase. De todas formas, tras dar su contestación Serim habría adquirido una posición más cómoda.
-Tienes razón. Es decir, aprender de nuestros errores para evitar que esto no vuelva a suceder, suena a una sabia decisión. Tienes mi palabra, Minhee.
Declaró el mayor tras formar una temblorosa sonrisa que pocos segundos hubo durado en sus labios.
Estarían ambos al filo de la tensión, hundiéndose cada uno con el peso del tácito acuerdo que habrían dado para solucionar a medias algo que, en efecto, debía ser discutido a profundidad. En pocas palabras, ambos estarían dando permiso al otro para pasar sus deberes como hermanos por alto, peor aún, como humanos.
Todavía, la brutalidad de su patética disculpa seguiría hundiéndole; por lo que, no creía poner mayor resistencia a lo que fuera que le pidiera o impusiera a partir de ese momento.
-E-está bien...
Terminó por responder, haciendo contacto visual con su hermano por primera vez en todo el rato. El desespero en los ojos ajenos difuminándose a lo lejos en el espejismo de una efervescente tranquilidad.
-Bien. Entonces... no quiero que te sientas presionado a contarme lo que te haya pasado hoy día en el bosque. Puedes, simplemente decirme si lo consideras relevante o...
-No lo fue. Sólo me caí y descansé un rato antes de volver... tardé porque me perdí.
Si bien era cierto que se había propuesto el no oponerse a la voluntad de su hermano, no le permitiría el inmiscuirse en sus asuntos. De cualquier manera, no estaría mintiendo, todo lo que había dicho era lo que había acontecido. Ahora, el que estuviese obviando los detalles era harina de otro costal, algo que no merecía la pena discutir. Suponía entonces, que mientras más rápido se terminase la conversación mejor sería para los dos.
No obstante, en ese preciso momento recordaría nuevamente a Eunsang, en lo último que este le habría dicho. Acto seguido, se aferraría a esas palabras para dar el siguiente paso, sonriendo a su hermano mayor al tomarle de la mano con más seguridad que antes. Tras unos segundos Serim le devolvería la sonrisa para luego dejar un beso en su frente, dando por culminada la pequeña intervención. Posteriormente, el mismo se apartó yendo hasta la puerta, y tras abrir la misma descubrió a tres de sus hermanos, lo cuales no hicieron siquiera el intento de cubrir el hecho de que hubiesen estado tratando de escuchar la plática que hasta hacía segundos llevaban a cabo. El acto en sí le causaría gracia, y de pronto pensaría que quizá eso era algo de familia, es decir, el que todos fueran tan entrometidos no podía ser coincidencia.
Mientras se regocijaba pensando lo tontos que resultaban ser sus hermanos a veces, los mismos discutirían con Serim sobre su testimonio, tranquilizándose todos al ver que sus inquietudes estaban de sobra.
-¡Qué alivio el saber que todo está bien!
Exclamó un fascinado Taeyoung, obedeciendo a su naturaleza dramática al llevarse una mano al pecho.
-Ciertamente, es un verdadero alivio. Sin embargo... Minhee, sería mejor si atendieras a las órdenes del doctor. Ya le he dicho a una de las criadas que prepararan el baño de tu habitación para ti.
Habló un sonriente Allen, luciendo sus mullidos mofletes, esos donde sabía se arremolinaba el color de la felicidad.
-Es una buena idea. Así podremos cenar todos juntos.
Agregó Taeyoung, acercándose a la camilla para ayudarle a bajar de la misma, sin darle tiempo a opinar. Todavía, la idea de tomar un baño no le molestaba en lo absoluto. De esta manera, permitió entonces que sus hermanos mayores le escoltasen hasta su habitación. De vez en cuando sus risas se escucharían retumbando en las paredes de mampostería que alzaban la fortaleza, y es que, sus hermanos dirían cada tontería... que incluso resultaba imposible no poner en duda la inteligencia de los mismos.
Sería ya al llegar a su habitación que, finalmente, pondría atención a la hora. Desde su ventana apreciaría como el cielo empezaba a teñirse de índigo, todavía el albedo solar sería suficiente para resaltar el azul pálido, casi blanco que dejaría el atardecer a la cordillera. Tales colores evocarían una sensación de nostalgia en su interior, casi como si fuese a extrañar vivir en ese día, y es que si lo pensaba, aquel sentimiento no resultaba tan absurdo porque ese día había experimentado cosas que le habrían hecho sentirse... si acaso no diferente, pero sí más completo que antes.
-Es una pena que... a pesar de todo lo malo el día siempre tenga que acabar. Daría lo que fuera por vivirlo una vez más.
Contemplando el caer de la noche, al quedar todo el bosque en penumbra pensaría en Eunsang, en la belleza angelical de su rostro y en lo mucho que contrastarían con el obscuro manto que se mostraba en su ventana.
-Ojalá algún día pueda volver a verte...
Murmuró antes de partir, dejando sus recuerdos tendidos al filo de la ventana, como quien tienta a su propio destino para encontrar lo que busca. No tenía nada que perder anhelando su reencuentro con el otro, con Eunsang; todavía, no se desviviría por encontrarlo. Si el destino le proveía un camino que le llevase de vuelta a Eunsang, lo tomaría sin dudarlo, en caso contrario... bueno, no tenía siquiera que pensarlo.
-Al menos salí mejor de lo que pensaba con todo esto.
Murmuró al pensar en que sus hermanos no le habrían puesto ningún castigo y que probablemente sus acciones no tendrían repercusión alguna. La vida continuaría desde ese punto y seguiría siendo la misma. El mismo estado de invariabilidad que de vez en cuando debía quebrarse para darse cuenta de las cosas importantes.
Teniendo una nueva concepción de la realidad, iría directo al cuarto de baño para asearse. Acto seguido, descartaría su ropa en el cesto cercano a la bañera y ya estando desnudo se acomodaría dentro de la misma, soltando un sonido de aprobación al sentir la calidez del agua contra su piel. Debía darse prisa si quería alcanzar a sus hermanos en el comedor, tal como les habría prometido antes de estos dejarle solo en su habitación. Sin embargo, el ambiente le invitaría a desligarse de tal compromiso, de sus preocupaciones, de sus recuerdos, cosa que hizo con gusto.
De esa manera se adentró en la calma, dejando que las sales de baño en las cuales ahora se remojaba hicieran su trabajo. No supo cuánto tiempo pasó cuando finalmente resolvió salir de la bañera. La prisa que habría tenido antes, ahora yacía olvidada, tendida también al filo de su ventana.
Se secó, se vistió y acomodó con sutileza el cabello antes de salir de la habitación yendo por entre los pasillos iluminados directo al comedor. Recién entonces apreciaría la frescura tan grata de su piel antes mugrienta, el baño había sido por mucho el mejor remedio de todos.
-¡No es justo! Dijiste que mañana nos llevarías contigo al pueblo.
Escuchó el reclamo de Seongmin tan pronto puso un pie en el recinto, observando como el infante se resistiría a doblegarse a la voluntad de su hermano mayor, y a cualquiera de sus explicaciones al cruzarse de brazos sobre la mesa.
-Kang Seongmin, esos no son modales dignos de un Príncipe.
Le reprochó al menor adelantándose a la rabieta que haría el chiquillo. Inmediatamente, el mencionado bajaría los brazos, limitándose a mantener su disgusto reflejado en su semblante.
-Gracias, Minhee. Ahora... como iba diciendo. Mañana vendrán la modista y la costurera para hacer los trajes a medida que usaremos en el baile de invierno.
Declaró un calmado Serim, quien al finalizar su explicación daría el primer bocado a su cena.
-¿No podemos usar los mismos trajes del año anterior?
Cuestionó Wonjin al rodar los ojos, el fastidio exaltándose no sólo en su voz sino también en su lenguaje corporal. Por su parte, se mantendría en silencio sin nada que refutar o agregar a la conversación, siendo que su cena era mucho más interesante que la misma, pues, su estómago tal como en la mañana estaría fascinado al dar una probada a los manjares que esa noche llenaban la mesa.
-Me sorprende esa actitud de tu parte, Wonjin, ya casi empiezas a parecerte a Seongmin.
Diría irónicamente Taeyoung haciendo a reír a todos en la mesa, menos a los mencionados.
-Respondiendo a tu pregunta, Wonjin. No, usar los mismos trajes no es una opción. Esta tradición ancestral es por mucho, la más importante de nuestras festividades, representa un nuevo comienzo, el inicio de un próspero y nuevo año para nuestro reino. Por lo que, debemos atender a tal evento llevando siempre nuestra mejor gala para dar el ejemplo a otros, y así, dividir nuestro pasado del futuro brillante que tenemos por delante.
Como era de esperarse, Serim se explayaría al hablar del tema, cosa que ocurría siempre que este hablaba sobre algo relativo a costumbres típicas de la corona. Y es que su hermano portaba con orgullo su identidad nacional, el legado histórico de sus antepasados corriendo por sus venas, así como un sentido único de pertenencia a sus tierras, la esencia misma del patriotismo que para él y el resto de sus hermanos no tendría mayor relevancia. No es que se consideraran personas apátridas (en un contexto puramente sentimental), todavía su devoción no sería suficiente para si quiera competir con la de su superior.
-Pero... si puedo usar un traje purpura este año también, ¿verdad?
Preguntó Hyeongjun con fingida inocencia a sabiendas que Serim no sería capaz de esquivar su infalible artimaña.
-Todos los años pides un traje púrpura, Hyeongjun, ¿no preferirías intentar con otro color esta vez?...
-¡No! A mí me gusta el púrpura.
Sentenció el mayor de los mellizos, sin siquiera darle tiempo a su consanguíneo para persuadir en su decisión.
-Deja que el niño use lo que quiera, hermano. De todas formas, dijiste que tendría que ser un traje nuevo, no mencionaste en ningún momento que también tendríamos que optar por otros colores.
Agregaría un despreocupado Allen, ganándose un suspiro de resignación de parte del mayor. Al mismo tiempo, Hyeongjun le obsequiaría una enorme y perlada sonrisa como muestra de su gratitud.
Por primera vez en días, estaría sentado a la mesa escuchando una conversación amena, una que no acabó en la pérdida de su apetito, tampoco en un desastre. Sí, hacía tan sólo horas que esas mismas paredes habrían sido testigos del desbarajuste de sus emociones; no obstante, en ellas si acaso se escondería algo de magia porque, así como sería testigos de tempestades, también lo sería de mediaciones y arreglos.
Al culminar la cena daría sus agradecimientos y las buenas noches a cada uno de sus hermanos, antes de retirarse a sus aposentos. Había sido un día largo, sus emociones ya le tendría exhausto, por lo que, ninguno de los presentes se opondría a su decisión.
Ya en su habitación no tardaría en ir a la cama, resguardándose bajo las cobijas tras apagar las luces, extrañamente el brillo de la luna no se colaría por la ventana, más, tal detalle no sería suficiente para mantenerle despierto. Las pastillas prescritas por el doctor siendo un poderoso somnífero que en un abrir y cerrar de ojos le tendría sumido en un profundo sueño. Sin preocupaciones, sin altercados, solo la calma acompañándole. Una nueva pausa que poco tiempo llegó a durarle.
◦
Entrada la noche lo primero que terminaría por despertarle sería el estruendo provocado por un trueno. El brinco que daría sobre la cama siendo suficiente para hacerle caer de la misma, sus ojos abiertos de par en par viendo hacia la ventana que mostraba la razón de aquel bullicio. Si acaso, el cielo no estaría por caerse, pero aquel diluvio sería suficiente para hacerle perder la calma momentáneamente.
Tras apreciar el aguacero resolvería volver a la cama, pensando que no tardaría mucho en volver a conciliar el sueño, al mismo tiempo recogería las sábanas que habrían caído con él al suelo para volver a arroparse. El cansancio ahora más evidente debido a la interrupción, haría que su cuerpo cayera cual peso muerto en el mullido colchón. Sin embargo, ni el cansancio ni la penumbra ni nada le harían dormirse de nuevo.
-Por qué tendrá que pasarme esto a mí...
Se quejó en voz alta al incorporarse en la cama, su ceño fruncido y su vista clavada en la ventana. No sabía qué hora sería, tampoco le importaba, lo único en lo que podía pensar era en su desdicha, pero pronto esta no sería su mayor preocupación. Al contemplar una vez más el diluvio saltaría el recuerdo de Eunsang a su mente.
"¿Estará bien?..."
La pregunta calando en su mente, molestándole en demasía al no saber el paradero de aquel chico. Lidiar con un diluvio de tal magnitud en el bosque no habría de ser fácil; todavía, no sabría si Eunsang vivía en el bosque, estaría solo asumiendo eso debido a la falta de información.
-Espero esté bien...
Dijo al mismo tiempo que un relámpago iluminó su habitación, provocándole un susto tras el trueno que le siguió. Empezaría entonces a resignarse a la posibilidad de pasar otra noche en vela, eso a menos que la lluvia se detuviera.
De pronto comenzaría a sentirse cada vez más ansioso, más incómodo bajo las sábanas, bajo su propia piel. El hilo de sus pensamientos enredándose para consolidar una maraña de emociones que pronto se convertirían en la gota que rebalsaría el vaso.
Necesitaba hacer algo, pero qué. Su mente chamuscada a consecuencia del ardor de sus recuerdos, el humo que saldría de su interior nublando su mirada, sería otra vez presa del pánico y la desesperación. Imágenes del claro, de la sonrisa de Eunsang, su voz, la sensación de sus manos en su rostro, no tenía manera de detenerse; no obstante, más temprano que tarde fue capaz de comprender lo que le pasaba, lo que le hacía falta.
De inmediato empezó a buscar con desespero la manzana que Eunsang le habría obsequiado antes de dejar el claro, descubriendo que la misma no estaría consigo. Adelantándose a imaginar lo peor, reparó sobre sus pasos y acciones tratando de recordar el último lugar donde habría visto la fruta.
-¡La enfermería!
Exclamó, su voz siendo opacada por otro trueno al cual no prestó atención. Cargado con la misma electricidad que unía el cielo a la tierra, se arrojó fuera de la cama corriendo desbocado fuera de su habitación, por entre los pasillos del castillo hasta llegar a la enfermería, su trayectoria tan limpia que ningún guardia le delataría. Para su suerte, la puerta del lugar no tendría cerrojo y tras abrirla descubriría escarlata que desde la mesa a la derecha de la camilla le saludaba.
La imagen le robaría el aliento por una milésima de segundo, no obstante, tras recobrar la compostura caminaría hasta quedar de frente a la mesa. De forma inexplicable sus angustias irían menguando hasta desaparecer cuando en sus manos sostuvo el peso de su tranquilidad. La manzana que al inicio de la tarde se habría visto más tentadora, ahora habría perdido parte de su lustre, aun así no sería suficiente para acabar con su belleza.
Esbozó una tonta sonrisa al llevar la manzana a su pecho, apreciando al instante las consecuencias del enigma que residía en aquel fruto. Su corazón, entonces, resumiría sus latidos al ritmo habitual.
Si aquello era verdaderamente un misterio, esa no sería la noche en la que fuera a poner empeño en descifrarlo, se limitaría a disfrutar de ese momento de paz, de esa nueva e inducida pausa que a su cuerpo le resultaba fenomenal. Así mismo, resolvió volver sobre sus pasos devuelta a la cama con sus manos repletas de escarlata.
Sin embargo, tan pronto estuvo de vuelta bajo las sábanas con la manzana ocupando un lugar bajo su almohada se preguntaría que sería de él cuando la fruta se pudriera. Qué iría a hacer cuando no pudiera llevarla más consigo, acaso continuaría asechándole la ansiedad, cómo haría para calmarse en esos casos.
Si bien la solución la sabía, no era tan simple acceder a ella.
-Debo volver al claro.
Susurró antes de quedarse dormido, la imagen de un sonriente Eunsang cargando con rojas manzanas siendo su consuelo al caer rendido en los brazos de Morfeo.
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El título y la explicación que di al inicio del capítulo tienen una correspondencia muy clara a lo largo de todo el capítulo. En otras palabras, quise explicar como las fuerzas fundamentales en la vida de Minhee le hacen moverse respecto al tiempo y al espacio, siendo que Minhee es la masa y, el claro y el castillo el espacio. Es algo muy simple, aunque, por supuesto dejé muchas más pistas de otras cosas que para entenderlas deberán leer el capítulo más de una vez.
Por otro lado, me voy a tomar la molestia de hablar un poco sobre la actitud que tiene Minhee, es decir, no sé si a veces piensan que es un tonto o es demasiado egoísta por actuar de esa manera, pero debemos recordar que Minhee es un muchacho de 15 años que recién está experimentando lo que es la vida en realidad. Por esa razón a veces actúa de mala forma o con una intención equivocada, tal como lo haría cualquier otro adolescente en plena etapa de desarrollo.
Espero hayan disfrutado de este capítulo tanto como yo, nos leemos a la próxima. Cuídense, tomen mucha agua y lávense las manos (ペ◇゚)」
♥ Ingenierodepeluche
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