Prefacio.
Recordaba ese día.
La lluvia se adueñó del día, constante y sin parar, tan ruidosa al golpear los techos y el suelo que las oraciones tenían que repetirse una segunda vez y en tonos elevados para poder oírse sin dificultad.
Ella no tuvo ese problema.
Estaba tan cerca —acurrucada— de su moribunda madre, que incluso su incoherente forma de articular palabras podía entenderse a la perfección. Era una mujer triste, que sólo abrazaba a su hija cuando se sentía de dicha forma, soltando ese siempre usual discurso que ha llenado los oídos de la niña desde que aún estaba en el vientre de la mujer.
Nada había cambiado, sólo se encargaba de repetirle a aquella callada niña que siempre debía de serle fiel a las promesas que hacía y hacer hasta lo imposible para cumplirlas, de lo contrario, sería la peor escoria del mundo.
Esa niña, llamada Inuchūsei, sólo aceptaba sin más cada cosa que ella decía, pensamientos tan fuertemente arraigados en su psique que no podría vivir sin cumplirlos.
Estaba dispuesta a morir con tal de no fallarle a su madre y condenar el alma de ella al eterno sufrimiento. Después de todo, esta niña era el resultado de cómo la mujer se hundió en el pesar hasta el punto de quedar tan destruida que no le quedaba de otra que morir con sus sueños destrozados.
No obstante, antes de fallecer, de todo corazón le pidió que nunca se convirtiera en una prostituta si no quería tener una vida tan miserable como la de ella. La madre la liberó de servirle a ella, ya no tendría que seguir casi ninguna de las promesas que le había obligado a cumplir; ahora tenía la oportunidad de hacer a alguien más feliz y le deseaba de todo corazón que lograra encontrar a alguien a quien amar y que le diera todo el amor que no pudo tener.
Pero la niña no sabía a quién. Todo era tan deprimente y sin embargo, ninguna lágrima salió de esos ojos, ni cuando la vida finalmente abandonó el cuerpo de su madre.
Ese mismo día, como si el destino lo hubiese dictado, una lamentable niña llegó al prostíbulo, odiando al padre que le había jurado amor e igual la vendió al primer postor. Una joven de apariencia peculiar, que no dejaba de lamentarse sobre todas las cosas que debió de haber hecho mal; y con el alma tocada por esa gran horda de emociones, le juró que con tal de hacerla feliz, le serviría.
Así fue como inició la historia de esas dos mujeres. La ambiciosa prostituta y el perro leal.
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