07;; Cortinas Cortadas con una Filosa Navaja.
Ya sea en la fantasía o en la realidad, pocas cosas superaban sentir el afecto de Inuchusei, estando entre sus cálidos y agradables brazos de tal forma que la tristeza parecía un concepto tan lejano como absurdo. Sí, este era su lugar seguro, lejos de todo mal que quisiera hacerle daño, donde siempre acudiría cuando sólo quería tirarse a llorar en el suelo como en tantas otras noches donde su único consuelo era la compañía de la fémina de pelo negro cuyas caricias y canto la arrullarían hasta que sus penas desaparecieran.
Por lo menos, temporalmente hasta que volviera a necesitarla.
Inuchusei lentamente rompió el abrazo con Sonzai; no obstante, sus manos se posaron alrededor de la cintura de la menor.
—Te noto muy feliz —señaló la pelo negro, acomodando un mechón del claro cabello de Sonzai que el viento había movido hacia los labios de ella.
La rubia rió por el ligero cosquilleo del roce del dedo de Inuchusei contra la piel de su rostro y para alargar aquella sensación, inclinó su cara hacia el dedo de la mayor, soltando un suspiro de gusto.
Al finalizar, Sonzai soltó una corta pero melodiosa risa.
—¡Oh! ¿Se me nota tanto? —exponiendo su sonrisa más encantadora, la rubia fingió inocencia—. Inoue finalmente consiguió a mi primer cliente.
—¿A quién? —Inuchusei cuestionó, evitando la necesidad de fruncir el ceño o cualquier otra parte de su rostro.
A todas luces se notaba la diversión de Sonzai con todo este asunto y es que su cliente era... especial de cierta forma.
—¿Él? ¡Es sólo un viejo fetichista de vírgenes! Inoue me dijo que ya es conocido por haber sido el primer cliente de muchas de las cortesanas de este distrito, pero después no vuelve a mostrar interés en ellas por eso mismo, ¡pero adivina! Como soy una chica tan única y especial, a Inoue se le salió su fiera interior y convenció al viejo decrépito de pagar por mí diez veces más de lo normal. Tú sabes cómo es ella cuando hay dinero de por medio.
Todo esto era contado como si fuera una anécdota graciosa más del montón de la cual ella era sólo espectadora y no protagonista, si no pudiera escuchar las palabras que Sonzai soltaba con tanta emoción y casualidad, cualquiera pensaría que era una doncella contando las alegrías de su día a día. Inuchusei era incapaz de entender por qué tanta fascinación por empezar sus deberes y encima con esa clase de hombre que no estaría dispuesto a cuidarla ni proveer de ella; la pelo negro hubiera preferido a alguien más entregado, dispuesto a darle a Sonzai el amor que ella se merece.
Pero si soltara esos pensamientos en voz alta se reirían de ella, tachándola de tonta e ingenua porque siempre habrían más hombres. Sí, hay muchos, muchos de ellos. Todos viniendo con un sólo propósito y nada más.
La mirada de Inuchusei no perdió de vista ni un sólo movimiento de la rubia, en su mente sólo rondaba un pensamiento persistente y es que, si amor era lo que buscaba, dolor sólo encontraría. Porque la conocía demasiado bien, incluso si se hizo Oiran porque añoraba la idea de ser colmada de atención, adoración y amor; el tipo de amor que buscaba no se limitaba a uno que un amigo o familiar le podía dar, sino el que sólo esa persona especial podía ofrecer.
Ah, no hacía falta decir que las mujeres que lograron obtener ese privilegio eran pocas, las suficientes como para no permitirte mantener altas las esperanzas. Sonzai sería una de las mejores cortesanas que hayan existido, eso no se atrevía a dudarlo, ¿pero realmente importaba si no había nadie apto para cuidar de su corazón? Vaya momento para reflexionar sobre aquello, ¿ahora qué importaba? Para empezar, ¿siquiera importaba? El destino de Sonzai como cortesana quedó sellado en el momento en que llegó al burdel y no hay nada que pueda cambiar ese hecho.
Lo único que Inuchusei deseaba era que por lo menos alguien estuviera dispuesto a amarla de forma sincera, alguien que no le haga a ella el mismo daño que su madre sufrió —no soportaría ser de nuevo un fracaso incapaz de hacer feliz y cuidar a aquellos a los que sirve—.
—Te noto algo perturbada, ¿qué pasa? —Sonzai interrumpió su monólogo al notar esos ligeros e irreconocibles cambios en el rostro de Inuchusei.
—¿Yo? —cuestionó confundida, aturdida porque la rubia siempre descifraba los misterios detrás de su estoica expresión.
Era perturbador, susurró una vocecita en su cabeza.
Sonzai sonrió.
—¡No te hagas la tonta! —exclamó jocosa, con unos pocos pasos había acortado la distancia con Inuchusei y tomó sus manos—. ¿Tiene que ver con lo que te dije sobre el viejo ese?
—Puede que salgas herida de ese encuentro; no hablo solamente de heridas físicas, Sonzai —no soltó todo lo que pensaba, sólo lo suficiente para que la rubia entendiera su punto y no entrara en preguntas innecesarias que debería responder.
La expresión de la menor se enterneció, incluso si el brillo no llegaba a sus oscuros —y algo preocupantes— ojos; la pelo negro pudo sentir la adoración que emanaba de cada rasgo de Sonzai con algo tan simple como ella expresando preocupación por su bienestar.
—No hay nada de lo qué preocuparse porque estás tú —sin dejar ningún lugar a dudas, la rubia abrazó a la mayor esperando transmitirle todo su afecto.
Antes de que la pelo negro pudiera replicar para explicarle por qué las cosas no eran tan sencillas, Sonzai la tomó de las muñecas, jalándola alrededor del jardín dando vueltas y vueltas alrededor, simulando una improvisada danza hasta que la rubia se dejó caer sobre la pila de hojas que la pelo negro había barrido, arrastrando a Inuchusei con ella.
La menor se hundió sobre la pila de hojas entre risas, abrazando con fuerza a Inuchusei, quien pensaba en que ahora tendría que volver a empezar con su labor apenas Sonzai la soltara. No le molestaba tener que empezar de nuevo, era su trabajo; y cuando la rubia mostraba una felicidad tan genuina como esta, lo mejor era dejar que la disfrutara.
Las risas de Sonzai se detuvieron lentamente, apreciando la felicidad del momento. Sus ojos estaban fijos en la cara de Inuchusei, admirando cada rasgo de aquel rostro que causaba en la rubia tantas sensaciones, era como si ella se desbordara de las emociones que la pelo negro no se podía permitir sentir, manifestándola por ambas. Por impulso, la mano de Sonzai se posó con suavidad sobre la mejilla de Inuchusei, dándose el gusto de acariciarla con el pulgar como si fuese el placer más puro del mundo que sólo un elegido podía permitirse disfrutar.
—¿Sabes? Ese viejo podrá ser el primero en "desflorarme", pero hay cosas que ni a él quiero darle —susurró embelesada, su pulgar desviándose a la comisura del labio de la mayor.
—¿Sonzai? —la voz de Inuchusei denotaba una confusión difícil de ocultar; sin embargo, ella no se alejó, siendo consciente de que eso es algo que la rubia querría.
Los labios de la menor se abrieron; no obstante, ninguna palabra volvió a salir de ellos. En cambio, cegada por el impulso del momento, sus ojos se cerraron y acercó su rostro al de Inuchusei.
El mundo se volvió una fantasía donde los sueños podían hacerse realidad, sumergidas en el calor de la otra, ambas compartiendo un tierno beso donde sus sentimientos más sinceros y hermosos salían a flote.
Sonzai podría ahora mismo echarse a llorar.
Precisamente porque sus anhelos nunca serían cumplidos.
Las fantasías no son algo con lo que pueda añorar y mucho menos el afecto de aquellos a quienes ella ama.
Aquel hermoso mundo se desgarró, pudriéndose hasta convertirse en un torbellino negro que absorbía toda luz. Aquello se desencadenó en Sonzai, quien estupefacta y sin aliento, observaba con la boca abierta, muda, a Inuchusei que en un estado de shock similar, se había alejado de Sonzai con un empujón antes de que sus labios se tocaran, el impulso mandándola a retroceder hasta caer en el suelo.
El aire volvió violentamente a los pulmones de Sonzai, su respiración lenta, pero profunda parecía acuchillarla como castigo por cada segundo que el sube y baja en su pecho iba aumentando producto de la creciente desesperación que la estaba embriagando.
—¿Por qué...? —su voz temblorosa se quebró, la mano derecha de Sonzai envolvió la izquierda, apretándola con fuerza como si quisiera desahogarse con algún desgraciado inexistente hasta matarlo—. ¿¡Por qué me rechazas!?
El grito desesperado de Sonzai hace reaccionar a Inuchusei, que intentando mantener la calma, pese a lo turbulenta que era su mente ahora mismo, se levantó.
—Sonzai... Yo nunca te he visto de esa forma.
—¡Mientes! —negó la realidad, queriendo ignorar que de la boca de Inuchusei nunca salían mentiras y eso era lo más doloroso de todo. Por una vez, le gustaría ser engañada.
—Sonzai, yo sólo he buscado ser como una hermana o una madre para ti. Nunca he tenido esa clase de pensamientos hacia ti. Mi tarea es sólo servirte y buscar tu felicidad, pero esta no es la forma —detrás de la calma que intentaba mostrar, el interior de la pelo negro exigía gritar desesperadamente para que su voz sea escuchada.
—¡Cállate! ¡No quiero escucharte! —los gemidos ahogados de Sonzai no le daban ningún respiro, su mirada se desviaba a todos lados, sintiendo cómo los mareos querían hacerla colapsar. Al borde de un ataque de ansiedad, la menor clavó sus uñas sobre su mano inconscientemente; sin importarle la fuerza o las consecuencias a futuro que podría dejar. Inuchusei notando esto se acercó a socorrerla para evitar que se lastimara —en especial porque esta noche sería su estreno—; sin embargo, antes de poder tomar la mano de Sonzai, la rubia la apartó de un manotazo.
—¡No me toques! —el desgarrador grito salió desde lo más profundo de su ser, resonando por todo el lugar y causándole escalofríos a la pelo negro. Sonzai se apartó como si la sola vista de Inuchusei fuese como ser quemada viva y se echó de cuclillas, echándose a llorar ruidosamente mientras sus manos se aferraban a su cabello, haciendo un desastre con este.
Todo esto debía ser una pesadilla, no había más explicación. Era imposible que Inuchusei no la amara, prefería morir que vivir con esa realidad. Pero ahí estaba ella, delante suyo, parada como una maldita idiota en vez de intentar consolarla y hacerle creer que sólo había alucinado aquellas horribles palabras.
No obstante, ni siquiera podía tener una pizca de aquella fantasía.
Sintiendo un gran vacío en su interior, Sonzai se levantó lentamente con su mirada clavada en el suelo. A pasos lentos, pero firmes, ella comenzó a caminar en dirección al interior del burdel. Era verdad, hoy tendría a su primer cliente. No podía permitir que la vieran en ese estado tan miserable.
Inuchusei intentó seguirla, llamando a su nombre.
—¡Quédate allí! —gritó Sonzai, sin saber de dónde sacó las fuerzas para encararla—. No quiero ver tu cara en todo lo que queda del día.
Era una orden. Inuchusei lo sabía y sin rechistar la cumplió. Sonzai soltó una vacía y seca risa por la indignación ante la falta de voluntad de Inuchusei para ir en contra de ella con tal de consolarla. Pasando su manga por el rostro para secar sus lágrimas e impedir que salgan nuevas, siguió su camino sin mirar atrás.
Inuchusei perturbada por todo lo acontecido, se limitó a agarrar la escoba y comenzar a barrer de nuevo todas las hojas.
Esto no debió haber sucedido. Ella y Sonzai... Sonzai y ella... Era simplemente imposible.
«¿Por qué tuvo que ser así?» se lamentó Inuchusei. La tranquilidad de su estanque había sido perturbada a pedradas y nada podría devolver a su lugar el agua perdida ni arreglar el desastre hecho.
La suciedad en el suelo que la rodeaba se había hecho tan profunda que ni tallando con el agua más pura durante años podría devolverla a su estado original.
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