Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

06;; El Cobijo del Presente.

Las estaciones se iban en un suspiro, cuatro años eran más que suficiente para que la flor de la belleza naciera vistosa de radiantes y atrayentes colores; mientras que la flor del alma se postraba a su lado, fétida y corrosiva, representado en colores planos y apagados.

Una rosa y una rafflesia conviviendo dentro del mismo cuerpo, eran una combinación que rechazaba la armonía. La pútrida sangre de la rafflesia era capaz de manchar la pureza de la rosa, convirtiendo el manto de la belleza en enormes y escandalosas cortinas de vulgar egocentrismo, alto como una montaña y frágil cual cristal.

Cambios desde el interior, cambios desde el exterior; eso implicaba madurar el cuerpo y alma. Nadie, salvo los muertos, se quedaba atrás ante las obligaciones de la vida.

Inuchūsei fue testigo de eso al crecer junto a Sonzai.

La abundante brisa recorría la zona meciendo las hojas de los árboles, teñidas en su plenitud de un opaco naranja que rozaba el marchito marrón. Al adquirir la voluntad necesaria para bailar junto al viento, danzaron hasta caer al suelo, desnudando una tras otra las ramas de aquellos árboles. Cuatro en cada lado, formados en fila cerca del muro que marcaba los territorios del burdel. El viento también invitó a la rizada cabellera de Inuchūsei, oscura como el carbón, a unirse a esa suave danza y ellos no se negaron; la joven tatareó del gusto ante la fría, pero agradable sensación que acariciaba su rostro.

Era una tarde gélida, como cualquiera esperaría del último día del otoño; sin embargo, la calidez en el interior de Inuchūsei fluía cual llama por todos los rincones de ese cuerpo, embargando su alma con una ternura religiosa que repelía sin piedad a aquella venenosa frialdad que osaba querer engullirla. La fémina continuaba la labor de barrer aquellas abundantes hojas con la certeza de que no habría nada que pudiera perturbar la tranquilidad de su estanque.

Ser la única residente del jardín, alejada de los demás que se la mantenían dentro de las paredes del burdel era tranquilo, silencioso, casi por completo de no ser por el sonido del viento que este producía; junto al que resonaba por el compás marcado con las hojas de los árboles, cuya sombra era inexistente ante la ausencia del Sol, detrás de todas esas nubes que no dejaban ni un solo vistazo al cielo azul.

Sus labios, carentes de humedad, se abrieron entonando una suave canción a un volumen moderado para que nadie, salvo ella, pueda escucharla. Estas canciones eran exclusivamente para Sonzai, a órdenes de la rubia que quería ser la única que pudiera deleitarse con la sedosa y dulce voz de Inuchūsei, al mismo tiempo que detestaba la idea de que la fémina se llenara de halagos que deberían ser dirigidos a la angelical voz de la rubia.

Porque no existía mayor pecado que dejar de lado a Sonzai, que era la máxima representación de la perfección en una mujer, para dedicarle más atención a alguien claramente inferior como Inuchūsei.

Barrió la última de las hojas, reuniéndola junto a la montaña que se había formado sobre el suelo de grava blanca, cuya altura llegaba a las rodillas de Inuchūsei sin problemas. La chica sostuvo el palo de la escoba con sus dos manos, observando la pila de hojas en busca de alguna que se le haya escapado; sólo tenía que barrerlas todas y alguien más se encargaría de botarlas.

Dado que todo estaba hecho, la punzada de la curiosidad la hizo mirar hacia una de las ventanas del tercer piso del burdel. Era consciente de que no podría ver nada, ni de que fuera la habitación correcta; sin embargo, no le impidió preguntarse por el estado de Sonzai.

Poco se habían visto después del desayuno dado que Inoue solicitó su presencia en la habitación de la mujer mayor para discutir unos asuntos importantes.

Inuchūsei no tenía que ser un genio para imaginarse de qué querría hablar; después de todo, Sonzai ya tenía doce años, era momento de que sus deberes en el burdel dieran inicio tras años de preparación.

El período de capacitación de Sonzai fue uno de los más odiados y estresantes en la vida de Inoue, nunca se había topado con una chiquilla tan grosera, malcriada y orgullosa, cuya primera respuesta ante los consejos, regaños y correcciones fueran los constantes insultos hacia los tutores —a los que más de una vez tuvo que aumentarles la paga para que se quedaran calladitos y haciendo su trabajo—. Inoue era consciente de que las críticas podían pegarle duro al individuo, ¡pero lo de Sonzai era simplemente ridículo! Esa chiquilla tenía tan arraigado en esa dura cabeza que ella era perfecta así tal cual, que la mínima implicación de lo contrario era un golpe tan fatal a su autoestima que esta sólo podía ser reparada al atacar a los demás con tal de sentirse mejor, por muy buenas intenciones que tuvieran o el cuidado con el que elegían sus palabras.

En reiteradas ocasiones pasó por su mente la idea de ser más severa con ella con la esperanza de amainar esos aires de grandeza que se cargaba; sin embargo, nunca la llevó a cabo, porque antes de ser orillada al extremo de expulsar a Sonzai del burdel, llegó su salvación llamada Inuchūsei.

Era la única persona a la que la rubia toleraba y cuya opinión no le parecía una auténtica y automática basura; un logro digno de admirar para el criterio general.

Con la pelo negro presente, Sonzai era más accesible, tanto que parecía otra persona a ojos de sus víctimas. Bastaba con que la rubia se enojara porque nuevamente corrigieron su postura al sentarse —por ejemplo— y en el momento en que abriera la boca para insultar a la profesora, una mano sería posada en su hombro, la mano de Inuchūsei. Con una mirada que decía más que mil palabras, la instaba a sentarse, sin brusquedad ni desprecio. Inuchūsei con toda la paciencia del mundo se dedicaría a calmarla y explicarle la necesidad de que ella escuche a sus superiores, debido a que sólo ellos tenían la capacidad de moldearla hasta convertirla en la prestigiosa Oiran que aspiraba ser.

Sonzai repelía la idea de ser mejorada, mucho. ¿Cómo podían decir semejante estupidez? Para ella, mejorar era sinónimo de arreglar lo defectuoso y la razón por la que eso le pegaba tan duro, era como decir que ella por sí misma ostentaba de tan poco valor que cualquiera podría desecharla cual basura y estaría bien, tal como hizo su padre.

«Está llena de fallos, loco sería no botarla. ¿Quién querría a una niña así; que no es la más bella, talentosa ni inteligente? Presumir de ser perfecta, pero igual necesitar guía, es peor que ser un inválido en cuerpo y mente» imaginaba la rubia las palabras de ese hombre y mientras más profundizara en esos pensamientos, el temblor de su cuerpo entero, junto con las lágrimas, no desaparecería con sólo unas horas.

Sin embargo, con Inuchūsei a su lado era imposible que no existieran las excepciones. ¿Cómo podía ser culpada de que su corazón fuera conmovido ante la única persona que estaba dispuesta a ser su todo? No era capaz de ocultar lo mucho que deseaba la atención y los halagos de la pelo negro, sólo por ellos, hasta el día más horrible se tornaba encantador y lleno de vida.

Había formado tantos atesorados recuerdos junto a Inuchūsei; pero entre todos ellos, sólo uno se ganó el lugar más alto en su corazón.

Y ese fue el momento en que vio sonreír a Inuchūsei por única vez.

Sonzai tenía diez años cuando ocurrió el suceso. En la soledad de su habitación, la rubia no paraba de charlar sobre sus progresos en la clase —pese a que la pelo negro estuvo presente—; hablaba con emoción, esperando deseosa que Inuchūsei la felicitara con dulzura y quizás, recibir una caricia. Cerró el relato con broche de oro al cantarle la última canción que había aprendido; sólo por ser ella quien la escuchaba, trató de no cometer errores.

Y al finalizar, Sonzai esperaba como recompensa los halagos de Inuchūsei que culminarían en un abrazo; en cambio, recibió el mejor y menos esperado de todos: su sonrisa.

Y cómo agradecía haber tenido la oportunidad de observar tal acontecimiento, puesto que fue un momento tan efímero que podría ser dejado como una simple jugarreta de la imaginación para la persona común, pero no para ella. Nunca. Observar cada movimiento de Inuchūsei era un placer tan grande que obtuvo como fruto el poder notar hasta el más ligero fruncimiento de labios.

Añoraba ver de vuelta esa sonrisa que se difuminó dando paso a un rostro que intentaba mostrarse estoico para ocultar la culpabilidad  —de mostrar emociones. Inuchūsei no paraba de decepcionar y causarle dolor a su madre—. Sonzai se lo había rogado incontables veces, pero la respuesta siempre era la misma.

"No puedo". "No debo". "Está mal". Eran las negativas que siempre le daba; incluso con las órdenes de Sonzai para que tuviera libertad de sonreír, la pelo negro alegaría que su madre siempre tendrá prioridad —la rubia odió mucho a ese mujer por privarla de la sonrisa que llenaba de luz a su vida—. Era irónico que sí pudiera ordenarle sonreír; sin embargo, eran forzadas e incómodas para ambas, por lo que dejó de pedirlas.

No necesitaba ni quería las sonrisas falsas, carecían de valor y sentimiento; a diferencia de la calidez y dulzura que la sinceridad evocaba en todo su ser, instalándose con cuidado para asegurarse de no abandonarla —y ella nunca la soltaría, aunque tenga que coserla en su piel por el resto de la eternidad—.

Por eso Sonzai podía permitirse dejar —un poco— de lado sus prejuicios y esforzarse en su entrenamiento con tal de poder apreciar nuevamente la sonrisa de Inuchūsei.

Ella le daba la fuerza para continuar.

Y aunque doliera en el orgullo admitirlo, cuando Sonzai cerraba esa boca era capaz de mostrar una gran habilidad que dominaba los corazones ajenos.

Inoue no podía estar más contenta —tanto con Sonzai como con su buen juicio en mujeres—; incluso si la rubia siguió siendo algo problemática, tenía a Inuchūsei a su lado para controlar sus constantes berrinches.

Como resultado del buen desarrollo de las habilidades de Sonzai al mismo tiempo que el florecimiento de una prometedora belleza sin igual, la niña recibió un descarado favoritismo de la mujer. «¿Cómo no hacerlo?» diría ella, ¡Sonzai será su obra maestra, una inagotable fuente de dinero! Mimarla es sólo una muestra de lo mucho que confiaba en la joven rubia.

Le brindó la mejor habitación del burdel —después de la de ella— e incluso cuando le pareció una barbaridad, aceptó comprarle un arma a Inuchūsei y contratar a alguien dispuesto a enseñarle a usarla; fueron un arco y dagas, puesto que Inoue no se sentía cómoda con la idea de que Inuchūsei se metiera en combates cuerpo a cuerpo al pensar que la iban a destrozar de un golpe.

Para su sorpresa, Inuchūsei supo desarrollarse bien en el ámbito que le fue legado, demostrando tener una excelente puntería que con más práctica, «podría atravesar a una mosca en pleno vuelo» dijo uno de sus instructores, risueño. Inoue lo vio como una exageración; sin embargo, la habilidad de Inuchūsei podía servirle a futuro para deshacerse de los alborotadores.

Los relatos se han acumulado con el pasar de estos cuatro años; sin embargo, carecían de la importancia necesaria para competir contra el presente y el futuro en construcción.

La joven Sonzai caminaba a paso calmado con dirección al jardín, de sus labios cerrados tarareaba melodías al azar para mantener su mente ocupada en cualquier cosa que no sea la nada. Tenía buenas noticias que darle a Inuchūsei, excelentes por no decir más.

De sólo imaginar el resultado de esos sucesos, una sonrisa se dibujaba en su rostro, tiñendo esas pálidas mejillas de un dulce carmín.

Y al ver a Inuchūsei con escoba en mano, mirándola fijamente, la sonrisa de la rubia creció mientras se acercaba a la pelo negro a paso acelerado.

La saludó exclamando su nombre en un tono alegre al mismo tiempo que la abrazaba, siendo correspondida de inmediato.

La mejilla de Sonzai se frotó contra el costado de la cabeza de Inuchūsei y aferrándose más a ese cálido tacto, la rubia pensó que pocas cosas podrían hacerla tan feliz, que estar junto a ella.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro