05;; La Borrachera de los Desamores.
Con el escándalo culminado, no había nada que impidiera a las prostitutas comenzar su trabajo, susurrando entre sí sobre los últimos chismes frescos del gobierno, otros burdeles y las demás mujeres que vivían en el prostíbulo.
Sin embargo, nada de eso era importante para la pelo negro, que se apresuró en llegar a su habitación.
Inuchūsei deslizó la puerta corrediza con ambas manos, la primera en entrar fue Sonzai, corriendo; la niña sin perder el tiempo fue directo a acostarse boca abajo en el futón que no había sido guardado y estaba en el centro de la habitación. Después de soltar un bufido ahogado por la almohada, procedió a girarse en su posición, quedando boca arriba.
—¡Inoue es muy insoportable! —exclamó, agitando sus brazos de arriba a abajo.
Inuchūsei terminaba de cerrar la puerta para cuando Sonzai había dicho esas palabras. Pasando por alto el detalle de que la bandeja de comida había desaparecido, la pelo negro giró en su eje para observar a la rubia, con la intención de reprocharle.
—Está estresada, Sonzai, tú tampoco hiciste bien en escapar, me tenías muy preocupada.
—¡No digas ton...! —detuvo su desprecio al tomar en cuenta las últimas palabras de la mayor—. ¿Estabas preocupada por mí? —cuestionó, enternecida. Ante la positiva de la pelo negro, Sonzai soltó un alegre chillido.
—¿Quieres que te cuente algo? —inquirió Inuchūsei, sentándose de rodillas en el futón y manteniendo los pies fuera de este.
—¡Sí, sí! —la contraria asintió, llena de energía y rápidamente monopolizando las piernas de la mayor como una almohada en la cual estaba recostada boca abajo, con la mirada fija en el rostro de Inuchūsei.
—Mi madre fue una Oiran. Su rango no era el más alto, por lo que sólo atendía a samuráis, así fue cómo conoció a mi padre.
¡No puede ser! Casi gritó Sonzai, sentándose de un salto, sobresaltando a la mayor. La rubia tenía la boca bien abierta, observando a Inuchūsei con ojos brillantes, expresando una gran admiración y alegría de que de esa linda boca sólo salieran cosas buenas, en su mayoría.
—¿¡En serio!? ¡Es tan genial! —dando pequeños brincos, sin dejar de estar sentada, la rubia estaba lista para llenar a la pelo negro de preguntas—. ¿¡Cómo era!? ¡Debió haber sido genial que tu mamá fuera una Oiran!
Inuchūsei bajó un poco la cabeza, pensando que quizás debió de haberse guardado esa información. Sólo planeaba decirle eso sin ir más allá; no obstante, había encendido la vela de la curiosidad de Sonzai y esta no se consumiría hasta que le diera lo que le pedía.
Retuvo un suspiro, nada de eso eliminaría la incomodidad nacida de las conversaciones relacionadas con su madre.
—No lo sé, ella era una mujer muy problemática y para cuando era una bebé ya la habían degradado al rango más bajo de prostituta.
—De seguro fue culpa de tu papá por abandonarla —Sin perder el tiempo, la rubia teorizó sobre el asunto apenas las palabras llegaron a su lengua.
Sin embargo, recibió la negativa de Inuchūsei.
—Tengo entendido por Inoue y las demás que siempre había sido así, pero es cierto que después de lo de mi padre ella empeoró mucho más.
Y ella tuvo que ser testigo; todas las peleas, los insultos, borracha o sobria; esa mujer pagaba sus rabias con todo el mundo, colmando la paciencia de la gente y causando un rechazo absoluto, nadie quería estar cerca de una mujer que sólo significaba "desgracia".
En una de sus múltiples discusiones con Inoue, llegó al punto de abofetearla; Sasaki, que había llegado en ese momento justo al alboroto, le respondió a la fémina con otra cachetada que la tiró al piso, una tan fuerte que la había dejado completamente ida, sin perder la consciencia; las reacciones de las mujeres alrededor se dividían entre la sorpresa y la diversión. Él no era un hombre abusivo con las prostitutas, ni las mujeres en general; sin embargo, los límites que él había marcado fueron sobrepasados en el momento en que se atrevieron a golpear a su esposa.
Al final, de todas formas se disculpó por haberle pegado tan fuerte.
Ese fue el suceso que marcó la expulsión de la madre de Inuchūsei de su rango como Oiran, de ser ellos otras personas, la hubiesen enviado a un burdel de mala muerte para deshacerse de ella; no obstante, Inoue por mucho que la odiara, nunca se atrevería a hacerle tal cosa, menos teniendo a una hija que para ese entonces era una bebé.
—Oye, ¿y cómo se llamaba tu mamá? —preguntó Sonzai para escapar del silencio que se había formado y también porque notó que habían hablado mucho de ella, pero en ningún momento salió a la luz el nombre de tan desgraciada mujer.
No obstante, Sonzai sólo consiguió otro longevo silencio, uno donde se dedicaba a mirar atentamente el rostro dudoso de la mayor, esperando una respuesta que pudiera satisfacer su curiosidad.
Inuchūsei abrió los labios, ningún sonido salió de ellos, puesto que era incapaz de lograr que mente y boca se coordinaran si era con el fin de contestar esa duda.
No le quedó de otra que rendirse.
—Yo... no lo sé... —una respuesta mediocre, eso era para la pelo negro, retraer la cabeza no sería suficiente castigo e incluso en eso estaba cometiendo errores.
Nunca debía mirar al suelo, es para estúpidos sin autoestima ni voluntad; eso decía su madre.
—¿¡Ah!? ¿¡Cómo no vas a saber el nombre de tu mamá!? —con sus gritos, Sonzai sacó a Inuchūsei de aquellos pensamientos. La rubia estaba de pie, después de una sorpresa de tal magnitud, sentía que estaba en la obligación de hacerlo.
Al final, parecía que Inuchūsei no podía escapar de los temas relacionados con su progenitora y aunque no era algo que la hiciera especialmente feliz, la incapacidad para decir "no" de la fémina estaba posicionada en niveles alarmantes.
—Es algo complicado, la relación entre la señora Inoue y mi madre era tan mala que llegó al punto de que ella dejó de llamarla por su nombre, las demás mujeres para apoyarla hicieron lo mismo, a el señor Sasaki le daba igual, pero muy rara vez hablaba con ella. Yo nunca he escuchado que la llamaran por su nombre, le ponían cualquier apodo con tal de evitarlo —los sobrenombres los dejó a libre interpretación, los menos ofensivos de todos eran "mujer" o "tú"—. Y yo nunca la llamé por su nombre porque era mi madre y ahora que me doy cuenta, tampoco se lo pregunté.
Y aunque hubiese surgido la ocasión en la que la curiosidad fuera más fuerte, Inuchūsei dudaba de que esa mujer le diera la respuesta; como si aceptara que su nombre era el equivalente a soltar una maldición.
—Bah, qué porquería —se quejó la rubia, bañada en decepción mientras cruzaba sus brazos.
—¡Sonzai! —regañó la pelo negro por ese mal vocabulario sin escrúpulos de la menor, provocando las risas de la mencionada.
—¡Eh, eh, Inuchūsei! ¡Yo también te contaré algo! —con un pie en el aire y el otro en el suelo, ella giró en su eje, cual torpe, pero feliz bailarina—. Mi papá es un pescador y se llama Kai. Él todas las mañanas se montaba en su bote para ir a pescar y yo siempre lo acompañaba, ¡no me importaba si se enojaba, a mí nadie me sacaba!
Inuchūsei veía a la fémina relatar con una emoción infantil tan propia de su edad los recuerdos de aquellos días en Hiroshima; cada palabra, cada frase, cada movimiento que ella hacía, todo estaba cargado y recargado de felicidad y adoración hacia su padre, los buenos tratos de los amigos del hombre y de las personas en general —dejando de lado a su madre—, lo bello y vasto que era el océano y todas las cosas que hacía allí, hasta sus torpezas eran contadas entre risas.
La pelo negro escuchaba con atención todos y cada uno de los relatos, no había ningún sentido de obligación en las acciones de Inuchūsei; ser testigo de la felicidad de Sonzai, junto a sus constantes y teatrales movimientos para darle más fuerza a las historias, llenaba a su ser de una agradable calidez. Aunque la menor hablara de cosas por las que de seguro estaría llorando al ser privada de ellas, la expresión atenta de Inuchūsei junto con las buenas sensaciones venidas de esos recuerdos, eran un combustible que la ayudaba a continuar.
En su mente, la mayor rezó para que Sonzai pudiera tener más momentos así, sin tristeza ni dolor; eso, aunque luchara por mantener siempre la mente y cuerpo estoico, de seguro dibujaría una sonrisa en su rostro.
Inuchūsei sólo quería que su madre pudiera ser feliz, por eso no le importaba someterse a la voluntad de ella con el fin de conseguir aquel deseo. Sin embargo, no importaba lo que hiciera ni cuán bien ejecutara cada mandato; esa mujer simplemente seguía hundiéndose más y más en ese profundo pozo que ella cavó.
Ella fue un fracaso, tan inútil que no pudo ni una sola vez dibujar una sonrisa en aquel rostro demacrado.
No quería que Sonzai fuese igual, rechazaba la idea de que hubieran más personas como su madre ¿No era esa niña una segunda oportunidad para hacer las cosas bien? Ansiaba cuidar de ella y hacerla feliz, ser la madre que debió tener.
En silencio, tomó suavemente a Sonzai en un abrazo, la menor se sorprendió por lo repentino del acto; no obstante, no tardó en corresponder, suspirando gustosa por la iniciativa de Inuchūsei. La pelo negro afianzó el abrazo, queriendo sentir la calidez de la niña, un calor embriagante que era tan diferente al de su madre; una calidez gélida que no transmitía nada bueno y de la que sólo quería alejarse. Aunque eso nunca pasaría, puesto que sólo sintió el tacto de su madre cuando estaba triste y nunca sería tan cruel como para despreciarla, menos en ese estado de fragilidad.
La frialdad de esa mujer era lo único que sintió hasta hace poco, por eso, que el sentir de la piel de las otras personas fuera tan cálido, sólo provocaba que Inuchūsei quiera aferrarse a ellos y nunca soltarlos.
¿Momentos así no podrían ser eternos? No... Menos ahora que la puerta fue abierta por unos centímetros y a través de ella, se asomó la cabeza de Inoue.
—Hola, chicas... —la señora se mostraba dudosa en continuar; no obstante, apretando los labios, tomó el valor para terminar de deslizar la puerta, revelando su rostro pintado de carmín, fruto de la vergüenza—. Lamento haberles gritado allá afuera.
Inuchūsei rompió el abrazo para sentarse de rodillas en dirección a la mujer, ella también estaba sentada de igual forma en la entrada. Sonzai bufó molesta, evitando mirar a Inoue.
—No es necesario que se disculpe, señora Inoue. Estaba merecido —respondió Inuchūsei, dando una simple reverencia con la cabeza.
Sin embargo, la susodicha negó con la cabeza, todavía roja por lo que tenía que decir.
—No, sí debo, Sasaki me regañó por hacer un escándalo y ahora me siento mal con ustedes, es mi responsabilidad si algo malo pasa aquí —Inoue suspiró con pesar, posando la mano derecha en su mejilla—. Sólo no vuelvan a hacer algo estúpido, ¿me oyen?
Lo dijo en plural, pero el énfasis que ponía en cada sílaba y que posara su mirada en Sonzai al decir las últimas palabras, dejaba muy en claro para quién eran dirigidas.
Inuchūsei frunció el ceño al ver la resistencia de la rubia de dar una respuesta, por lo que tocó su hombro con suavidad. La menor la miró y ella, con un gesto de la cabeza, señaló a Inoue. Mirando al techo, Sonzai soltó un quejido.
—Sí, no volveré a escapar.
La mujer no le creyó a ese tono desganado que escupía palabras vagas por simple decir; sin embargo, lo dejó estar porque deseaba pasar a otros asuntos.
—Como muestra de paz, les traje la cena —con ambas manos, tomó la bandeja de comida que estaba oculta a un lado de la puerta, en el pasillo. Ingresando en el cuarto, Inoue se sentó frente a las niñas, separadas por la bandeja que dejó entre ellas—. Aunque al principio no quería porque me di cuenta de que alguien, llamada Inuchūsei, se había llevado parte del almuerzo —reveló con falsa indignación, a Sonzai no le importó menos, de inmediato agarrando un tazón de udon para comenzar a devorarlo.
Inoue era tan sutil como el disparo de una escopeta, lo que la hacía descarada como ninguna otra; eso podía ser un defecto o una virtud dependiendo de a quién le preguntaras. Inuchūsei, pese a encoger la cabeza y hombros por el bochorno de ser descubierta, sabía que no sufriría ninguna consecuencia de aquella acción por el simple hecho de que la mujer no vería lo malo en ello.
Quizás eso era algo bueno, el que ella siempre le diera conocer a los demás si estaba de acuerdo o no con alguna acción.
—Perdón por no haberle avisado —Inuchūsei evitó las excusas y se disculpó sin más, ofreciendo otra leve reverencia.
—Oh, querida, no hace falta, ya pasó —moviendo la mano de arriba a abajo, la mayor le restaba importancia al asunto. Dicho eso, fijó su mirada en la rubia, para posteriormente soltar un pequeño grito de sorpresa—. ¿¡Ya te has comido todo!? ¿¡Qué eres!?
—Tenía hambre —dijo sin más, lista para agarrar el segundo y último tazón de udon; sin embargo, Inoue se lo arrebató antes de que siquiera pudiera ponerle un sólo dedo encima—. ¡Oye! —exclamó, sus ojos miraban indignados a la disgustada Inoue.
—¡Ese no es para ti, es para Inuchūsei! Cielos, ¡no te estamos matando de hambre como para que actúes así! —sus palabras dejaron a Sonzai sin ellas, limitándose a gruñir frustrada, viendo cómo la mujer extendía el tazón a la de pelo alborotado.
La fémina se tensó, su mirada se paseó de la comida a la rubia, que la miraba con las mejillas infladas, era evidente que Sonzai quería comérselo, pero lo intimidada que se sentía de Inoue le impedía reclamar; por eso Inuchūsei dudaba de si hacer caso a la mayor o saltarse la cena, aunque su estómago le pidiera a gritos que aceptara la comida.
—Señora Inoue, prefiero dársela a...
—Come.
E Inuchūsei aceptó la orden de Inoue, sintiéndose incapaz de llevarle la contraria por mucho tiempo.
Comía con lentitud, su hambre gustosamente era saciada, pero sólo esa parte de su cuerpo estaba contenta; del resto, estaba avergonzada porque sentía la molestia y decepción de Sonzai.
El udon estaba muy bueno, querer más no sonaba tan descabellado; incluso si venía de una niña que hace poco se había comido cuatro bolas de arroz y un tazón de udon.
—¡Deja de mirarla así y bébete el jugo! —reclamó la mujer a la rubia, que todavía de mal humor, hizo caso a la orden. Para no sufrir rabias innecesarias y salirse del tema que quería tocar, dejó pasar la mala actitud de la chiquilla—. Miren, vine aquí no sólo para disculparme, sino que también deseo convertir a Sonzai en una Oiran.
Silencio.
Inoue era sincera cuando pensaba que predecía una reacción más... viva. No que se le quedaran mirando con los ojos bien abiertos e inmóviles cual estatua.
Pero de alguna forma u otra, la mitad de sus predicciones se hacían realidad tarde o temprano, porque apenas Sonzai pudo asimilar todo el significado detrás de esa oración y sus añoranzas; los oídos de las otras féminas fueron abrumados por la rebosante euforia de la niña, expresada tanto en su rostro como en el tono elevado de la voz.
—¿¡De verdad!? —exclamó Sonzai, de pie.
Por su parte, Inuchūsei era la más pura confusión, tanto que no pudo mantener su rostro estoico, error que no había notado; en cambio, Inoue sí.
—¿Qué pasa, cielo? —preguntó la señora hacia la pelo negro.
Intentando encontrar las palabras correctas para expresar su punto, Inuchūsei balbuceó un poco en el proceso.
—Uh... Señora Inoue, Sonzai todavía no tiene diez años y tampoco ha visto sus habilidades para querer hacerla una Oiran... Eso me parece raro —evitaba el contacto visual, inclinando la cabeza y su mirada hacia la derecha, directo al suelo de tatami.
La expresión de Sonzai se endureció mientras tenía su mirada clavada en el descarado rostro de Inuchūsei, deseando poder cerrarle la boca para que dejara de decir estupideces ¿Y si le quitaban la oportunidad de ser una Oiran por andar de lengua suelta? ¡Toda la culpa sería suya y no se lo perdonaría por nada del mundo!
Sin embargo, la corta risa de Inoue captó la atención de ambas féminas.
—¡Inuchūsei, cielo! ¡Te juro que tengo buen ojo para el talento! Tengo toda la confianza en que podremos convertirla en la mejor Oiran del Distrito Rojo —sus palabras estaban impregnadas de la confianza que ella expresaba; sin embargo, al final colocó la diestra en su mejilla, preocupada por cierto detalle—. Ojalá pueda lograr que deje de decir groserías...
—¿Tengo que estudiar? —el rostro de Sonzai se torció en una mueca, disgustada.
—Claro que sí, serás una prostituta para hombres nobles —contestó la mujer, frunciendo el ceño ante semejante pregunta.
—¡No hace falta! Con lo linda que soy, no necesito nada más —replicó en un puchero.
Detestaba la idea de que intentaran "mejorarla", como si le dijeran que ella por sí sola no era suficiente para satisfacer a nadie y eso no era más que un doloroso y penetrante golpe a su orgullo.
Pero ahí estaba Inoue, su nuevo terror, mirando a la niña con severidad al punto de orillarla a esconderse en la seguridad de los brazos de Inuchūsei.
—Si crees que una mujer bella es todo lo que necesita un hombre en la vida, cambia ese pensamiento a partir de ahora. Sólo quedarás como estúpida.
Las palabras de la fémina eran duras como la lija y sin ningún tipo de decoración para volverlas más dulces al tragar. No, no, ella te obligaba a tragarte aquellos cuchillos cuyo metal ardía como el infierno.
Y Sonzai no sabría cómo, pero mientras apretaba con fuerza la ropa de Inuchūsei, tanto que sus dedos se clavaban a fuego en la piel ajena; la rubia no le gritaría "maldita perra" por el desconcierto ocasionado a causa de lo dicho por Inoue.
¿Cómo podía una señora mayor decir tantas estupideces? Estaba a punto de llorar ante su orgullo lastimado, ni siquiera podía salvarlo ladrando furiosamente.
¡Pero eso es! Ella no tenía nada que replicar, mejor que Inoue se hunda en su inmunda ignorancia, le daría el gusto de creer que ganó; después de todo, Sonzai era quien tenía la razón y así sería siempre; dictó la chiquilla mentalmente.
Era pensar eso o abrir su mente ante el consejo de la mayor; obviamente lo segundo nunca ocurriría.
—Bien —Inoue siguió como si nada hubiese pasado, Inuchūsei hizo lo mismo; la rubia fue la única que no pudo, absorta en sus delirios—. Sonzai, a partir de mañana vamos a empezar con tu entrenamiento; ese día tenemos agendado las clases de etiqueta, ceremonia de té y después podríamos ir con las clases de baile, las de instrumentos musicales y canto...
—¿Canto? —como si de una palabra mágica que saca a la Bella Durmiente de su ensoñación, Sonzai interrumpió sin piedad el discurso de Inoue—. ¿Clases de canto? —reiteró, queriendo que la mujer le asegurara que no seguía dentro del sueño.
—Así es, canto —asintió, repitiendo aquella dichosa palabra, alargando la vocal de la primera sílaba con cierta condescendencia, como si odiara la idea de tener que repetirla por tercera vez a causa de esa cabecita de alcornoque.
La alegría que conllevaba el que sus dudas sean respondidas satisfactoriamente, ayudaron a que pasara por alto el fastidio de Inoue. Emitiendo una juguetona risa, Sonzai dio una sugerencia al respecto.
—¡Entonces Inuchūsei debería ir a cantar conmigo!
—¿Y eso por qué? —cuestionó Inoue.
—¡Porque quiero que todas las noches me cante canciones de cuna! ¡Quiero que las cante bien bonitas!
Una respuesta aparentemente inocente al juicio de las otras féminas que observaban a Sonzai, sin palabras. Inuchūsei no podía evitar sentirse enternecida... y culpable; seguía sin tener ninguna canción para cantarle.
—Ah, bien, bien, no veo el problema —Inoue suspiró, mientras se levantaba lentamente con una mano posada en la pierna y soltando algún que otro quejido por el cansancio de sus músculos.
Fijó su vista en la estantería detrás de las niñas y avanzó hasta allí, tomando algún cuaderno al azar y abriendo una página cualquiera, escudriñando con ojos veloces la pulcra letra de Inuchūsei, carente de errores ortográficos; era un cuaderno cuya fecha distaba de hace un año.
—Inuchūsei, tú también deberías ayudar a Sonzai con su educación; enseñarle caligrafía y mejorar su léxico, ¿me entiendes?
La nombrada asintió, ofreciendo una reverencia a Inoue.
—Como usted desee.
La mayor rodó los ojos ante la formalidad, más no dijo nada por esta vez y se dirigió a la salida de la habitación con la bandeja de comida en mano, deteniéndose en el umbral para observar a las dos niñas.
—Recuerden, mañana a primera hora las quiero listas ¡Y no olviden bañarse antes de dormir!
—¡Sí!
El grito eufórico pertenecía de Sonzai, emocionada como ningún otro ante la idea de que finalmente comenzara a construirse su camino al éxito y por supuesto, ¡oír a Inuchūsei cantar! Ya lo hacía, por supuesto, pero ahora desempeñaría mejor su labor y eso la entusiasmaba de sólo imaginarlo.
Las jóvenes no tardaron en cumplir la orden de Inoue y bañarse, estaban muy sucias, después de todo. Todo transcurrió con tranquilidad desde allí hasta el momento en que ellas ya estaban en su habitación, arregladas y vestidas con su ropa de dormir.
Sólo faltaba acostarse en el futón y entrar al reino de los sueños, ojalá fuera tan sencillo; sin embargo, Sonzai no lo era en absoluto.
—¿Sigues sin tener ninguna canción de cuna? —cuestionó la rubia, estirando los labios en un puchero.
Carcomida por la vergüenza, Inuchūsei negó, sus palabras fueron comidas por el bochorno, volviéndola incapaz de pronunciar una disculpa adecuada.
Sonzai soltó un quejido, abriendo la boca y estirando la cabeza hacia atrás para darle más fuerza a su sensación de disgusto.
—¡Te lo dejo pasar por hoy! —exclamó, cruzando sus brazos—. ¡Ahora acuéstate conmigo!
Aunque no lo dijera, igual lo haría; al final sólo había un futón en la habitación.
Sin embargo, existía la posibilidad de que Sonzai le ordenara dormir fuera de este e Inuchūsei la acataría; no fue el caso.
—Oye, como no hay canción hoy, te contaré un cuento —la rubia rompió el silencio, retorciéndose para salir de los brazos de Inuchūsei y también de la manta.
—¿Qué cuento?
—¡De cómo nací! —finalmente logró zafarse, procediendo a sentarse en el futón, tosiendo con exageración para aclarar su garganta—. Esta historia me la contaba mi papá, ¡así que no dudes que es real!
Era una historia que no importaba cuántas veces fuera repetida, el mismo sentimiento de calidez y alegría permanecía en el. Cada palabra de ese cuento quedó grabada en lo más profundo de su alma y por eso no tuvo ningún problema en repetir el cuento exactamente como lo contaba su padre.
«Hace varios años, un pescador bajaba de su cabaña en las montañas para ir a trabajar; acostumbraba ir temprano, mucho antes que el propio Sol.
El pescador era un hombre alto y fornido, con piel tostada por el Sol. Ese día en particular, el hombre iba molesto a trabajar ya que tendría que casarse con una mujer a la que accidentalmente embarazó. Odiaba la idea, pero tenía que ser responsable y hacerse cargo de sus acciones.
En eso, cuando llega a la playa, ve a una enorme tortuga amarilla, del tamaño de un humano, inconsciente en las arenas del mar. La tortuga estaba boca arriba, con una pinta moribunda que colgaba del hilo de la muerte.
En un acto de generosidad, el pescador se llevó a la tortuga a su cabaña en las montañas, donde los ojos castigadores no podrían hacerle daño y cuidó de ella hasta que un día el caparazón de la tortuga se quebró, revelando la figura de una bella diosa de cabellos brillantes como el Sol y piel blanca como la nieve, que para agradecerle su generosidad, bendijo el nacimiento de su hija con una gran belleza».
—¡Y aquí estoy! ¡Yo soy esa niña! ¿¡A que mi papá es genial!? —Sonzai celebraba y festejaba, esa historia siempre coloreaba sus mejillas de carmín de la emoción, logrando eliminar cualquier molestia.
—Es una historia bastante bonita, aunque algo rara.
—¡De rara nada! ¡Es real! Si mi papá me lo dijo, yo le creo —realmente esa historia la ponía de buen humor; al punto de que pisó una afilada púa que se clavaba en su herida abierta y aún así siguió avanzando como si nada.
Sonzai se dio por satisfecha al haber contado su amado cuento, regresando a los agradables y cálidos brazos de Inuchūsei con una sonrisa.
Sin embargo, había un detalle más, algo que necesitaba decir para dar por terminada la noche.
—Oye, Inuchūsei —la nombrada respondió con un sonido, puesto que ya estaba intentando dormir—. ¿Sabes por qué nadie se metía conmigo en mi hogar?
—No...
—¡Porque todos me querían! —rió—. Y los que no me querían tenían que aguantarse ¿Sabes por qué? Porque mi papá era un hombre muy fuerte y todos le temían.
Lentamente, Inuchūsei abrió los ojos, su ceño se fruncía con ligereza, sin ningún signo de molestia, sólo pura confusión.
—¿A qué viene esto? —su voz carecía de hostilidad, era una duda genuina al no entender el propósito de esta conversación ni el rumbo que iba a tomar.
—¡No seas tonta, es obvio! ¡Quiero que te vuelvas fuerte como mi papá!
—¿Qué? —consternada por la bofetada verbal, Inuchūsei se sentó en el futón—. ¿A qué te refieres?
—¡Hay personas que quieren hacerme daño y si tú te haces fuerte no me molestarán más!
—Sonzai, soy una niña... —respondió con inseguridad, como si fuera una realidad obvia ¿Dónde conseguiría a un loco que le enseñara a luchar? ¿O tendría que hacerlo ella misma?
—¡Pero debes conseguirlo, por mí! Eso me haría tan feliz —su tono se volvió suplicante, rozando la tristeza para inducir la lástima. Inuchūsei era débil ante esas tácticas.
Suspiró, sin ver otra opción que seguir las órdenes de Sonzai. No había otra opción.
—Está bien, lo que tú desees —respuesta correcta.
Fue recibida con los brazos de la rubia a su alrededor, celebrando la victoria con suma alegría. Eso ayudaba a eliminar las dudas de Inuchūsei respecto a la loca idea de "hacerse fuerte"; de alguna forma lo iba a lograr, si esto hacía a Sonzai feliz y encima era una orden, Inuchūsei con gusto estaba dispuesta a llenarse el cuerpo de cicatrices.
Las dos estaban acostadas, una frente a la otra. La mano diestra de Sonzai se posó en la mejilla izquierda de Inuchūsei con extrema dulzura y anhelo, soltando con melodiosa y suave voz las últimas palabras que la pelo negro escucharía antes de caer dormida:
—No tienes idea de lo feliz que me haces.
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