02;; El Instinto Maternal del Perro.
Inuchūsei no debía de perder el tiempo.
La necesidad de discutir con la señora Inoue sobre los asuntos de su estadía en el burdel eran mejor tocarlos cuanto antes. Así que, con Sonzai pegada detrás suyo por las insistencias de la menor de no separarse de la pelo negro, Inuchūsei llegó al tercer y último piso de la residencia Eikō; la habitación más alejada de todas era la que pertenecía a los dueños. Se detuvo frente a la entrada, girándose con el fin de ver a la rubia e inclinarse ligeramente para estar a su altura.
—Necesito que te quedes aquí mientras hablo con la señora Inoue.
Sonzai bajó un poco la cabeza, con su mirada todavía puesta en la mayor, apretaba los labios, también estirándolos con el objetivo de mostrar su descontento a través de un ligero berrinche que apelaba a la lástima.
—No quiero que me dejes sola —sollozó en tono lastimero.
La pelo negro dio una negativa.
—No te dejaré sola, sólo hablaré un poco con ella y volveré, ¿sí? —de mala gana Sonzai asintió, disgustada porque sus pedidos fueron rechazados; sin embargo, lo dejó estar. No había forma de que Inuchūsei la abandonara desde un tercer piso, ¿verdad?—. Buena chica —la mayor propinó una suave y corta caricia al rubio cabello de la menor antes de entrar a la habitación.
Sonzai tocó su cabeza, la sensación del tacto ajeno todavía se podía sentir vívidamente en su piel y le gustó demasiado. Sentada a un lado de la puerta, de espaldas a la pared, la rubia sonreía rememorando todas y cada una de las caricias que la pelo negro le había brindado en el corto tiempo que llevaba en ese lugar.
Era como un sueño hecho realidad, unas de las cosas que más le gustaba recibir en el mundo. Tener a alguien así sólo para ella era de sus mayores fantasías y lo mejor es que finalmente dejaron de ser sólo eso.
Su sonrisa se amplió con el pensamiento y un sonrojo tiñó esas blancas mejillas de carmín. Estaba claro que los dioses se habían apiadado de ella por todo el sufrimiento que tuvo que pasar en la forma de esa muchacha llamada Inuchūsei —nombre muy raro para el juicio de Sonzai, cabía destacar—. Gracias a ella y la promesa que le hizo, ya no tendría que pasar sus días en la melancolía y el miedo de no tener a nadie junto a ella para mimarla.
Y con sus pensamientos llenos de Inuchūsei, la sonrisa de la rubia nunca desapareció.
En el otro lado de la habitación, la pelo negro estaba sentada frente a Inoue. La mujer fumaba en silencio de su alargada y fina pipa, ignorando el mundo alrededor al tener los ojos cerrados, siempre era así hasta que culminara con la actividad. Se podría decir que fue rápida esa vez, porque apenas el tabaco se apagó, fue dejado a un lado y ella recayó en la presencia de Inuchūsei. La joven no tuvo que esperar casi nada.
—¡Oh, Inuchūsei! ¿Qué sucede, cielo? —la mujer se sentó en una posición apropiada, acomodando sus ropas. No era muy cortés estar sentada con las piernas abiertas y el kimono desarreglado—. ¿Cómo está esa niña que te dejé? Mmm, creo que los vendedores me dijeron que se llamaba Sonzai, sí.
—Ella está bien, está detrás de la puerta —la pelo negro contestó; acto seguido, se inclinó hacia adelante hasta que su frente tocó el suelo ante una sorprendida Inoue que no entendía el repentino comportamiento—. Quiero hablar sobre mi estadía aquí.
La mujer estiró los labios para después relamerlos.
—¿Eso? ¡No hace falta, querida! Tu madre ya me ha hablado sobre sus deseos y aunque no lo hiciera, ya sabía lo que haría contigo. Como ves, tu madre murió con su deuda saldada y tú no eres ninguna prostituta ni nos debes nada, así que planeaba hacer una petición para poder mandarte junto con Tsuyu a la residencia de los Tomaranai.
—Pido disculpas por las molestias causadas, pero quiero pedirle que me deje quedarme aquí —en todo ese tiempo ella estuvo inclinada, cuando pudo decir aquellas palabras, se permitió volver a sentarse.
Un sonoro y estridente "¿Ah?" salió de los labios de Inoue, la mujer quedó consternada por la petición de Inuchūsei, aún más al ser algo que no veía venir.
¿Por qué querría quedarse en un burdel cuando podía ir a una casa noble que era conocida por entrenar habilidosos samuráis? Y los jovencitos eran muy guapos, para destacar; especialmente el hijo mayor del líder del clan, una gran promesa como guerrero.
—Si sientes que debes cumplirme alguna deuda ya te dije que no es necesario. No nos debes nada, Inuchūsei —podía pasar horas explicándole a la menor el porqué era mejor irse del Distrito Rojo; no obstante, calló a tomar en cuenta una posibilidad—. ¿Tiene que ver con la niña esa?
—Sí, le prometí que la cuida...
La explicación de Inuchūsei fue interrumpida por otro potente y prolongado quejido de Inoue, quien pensaba en lo mucho que quería revivir a la madre de la niña para ella poder matarla; pero no podía, así que se conformó con insultarla mentalmente para tener algo de respeto por la cara de Inuchūsei.
—Agh, tu madre de verdad logró quitarte la infancia —no se resistió y soltó algunas quejas en voz alta—. ¿En serio vas a querer cuidar de esa niña? ¿Tan rápido? Es increíble que tú hayas sacado todo el instinto maternal que a esa mujer le faltaba.
—¿Si puedo quedarme? —queriendo evitar el tema de su madre, Inuchūsei intentó dirigir la conversación a lo que le importaba.
Inoue suspiró con pesadez, la idea no le agradaba, pero si ella insistía...
—Está bien, no serás ninguna prostituta, pero manos extras para limpiar nunca están de más.
—Muchas gracias, señora Inoue —Inuchūsei con cortesía le brindó otra reverencia, estaba lista para retirarse; sin embargo, el llamado de la mayor la obligó a permanecer quieta.
—Inuchūsei, querida, ¿de verdad estás bien con toda la educación que te dio tu madre?
Para nadie no era ningún secreto la aversión que tenía Inoue hacia esa mujer apenas se dio cuenta de la forma en que decidió criar a su hija. La niña desde que tenía memoria ha sido testigo de las longevas e intensas discusiones que protagonizaban esas dos y el tema siempre era el mismo.
"No puedes educar a una niña para que sea una adulta a tan corta edad y menos una esclava. Déjala salir, divertirse, que cometa errores y llore por ellos ¡Es una niña, debe actuar como tal! No está bien obligarla a ser un perro que sólo sepa decir «sí»".
No importaba lo que dijera Inoue, el tiempo ni cuántas veces lo repitiera; las negativas de esa mujer siempre eran firmes. Cegada por el dolor y con la cabeza tan dura para permitir segundas opiniones que contradijeran sus ideologías, la madre de Inuchūsei quiso moldear a su hija a su antojo por el poder que le brindaba ser la progenitora. La gente podía quejarse, pero nadie se la quitaría y eso era más que suficiente para que nunca se detuviera ni un segundo a pensar en los sentimientos de su hija —tampoco importaba, pasó años enseñándole a reprimirlos—.
Inuchūsei escuchaba a todos quejarse y preguntarle si se sentía bien con esto o lo otro, pero nunca supo qué responder realmente.
¿Estaba bien con eso o no? Si era sincera, aunque se esforzara en ir hacia un lado u otro de las opiniones, ella no sabría qué contestar.
El asunto no era la moralidad o la satisfacción; sino que para esa niña, esa era la normalidad.
Y por mucho que los demás le dijeran sobre lo malo de la situación, ella no sería capaz de entenderlo y tampoco se esforzaría.
Así que, con otra reverencia, Inuchūsei dio a conocer su ambigua opinión.
—No me molesta.
La expresión de Inoue se torció en el disgusto de la insatisfacción. Nunca sería capaz de comprender cómo alguien, encima una niña, puede estar tan sereno con su infancia arrebatada. Sin embargo, ella suspiró, rindiéndose, pensando que era incapaz de revertir la situación.
—Como digas —el estrés que le provocó esa respuesta hizo que tuviera deseos de fumar; para su desgracia, el tabaco se había acabado y tendría que pedir más—. ¿Sonzai estaba afuera? Llámala, quiero hablar con ella.
Inuchūsei asintió, abriendo la puerta para sacar ligeramente la cabeza y llamar a la rubia que se sobresaltó al ser sacada de repente de sus fantasías. Haciendo caso al pedido de la mayor, la niña entró a la habitación y se sentó al lado de Inuchūsei bajo la mirada de Inoue.
—Cada vez que la veo, especialmente ahora que no está llorando, se ve incluso más hermosa que la vez anterior. Sin duda tu presencia nos traerá fortuna.
Sonzai no pudo contener la sonrisa, era imposible para ella cuando estaba siendo llenada de halagos. Podía pasarse todo el día sentada allí con tal de seguir recibiendo más.
—Muchas gracias, señora.
Inoue le respondió con una ligera sonrisa a boca cerrada. Iba a decir algo más; sin embargo, sus palabras fueron interrumpidas por la puerta abriéndose y con ello, la llegada de un hombre de cuarenta y ocho años, cuya apariencia era la definición de "tradicional".
—¡Oh, Sasaki! Que bueno que llegaste, quería mostrarte a la chica que compré —con emoción ante la llegada de su esposo, Inoue no tardó en mostrarle al hombre la compra de la que se sentía tan orgullosa, tanto que apostaba que a él le encantaría.
Pero tuvo la suerte de no apostar nada realmente, porque el descontento en la cara de Sasaki era tan evidente que podía palparlo desde la distancia.
—¿Por qué se ve tan rara? Con ese cabello parece extranjera, hasta hubiese preferido que me trajeras a una deforme —el hombre no dudó nada en atacar verbalmente a la niña apenas su esposa terminó de presentarla, viéndola como si fuera una especie de bicho asqueroso.
Sonzai sintió su sangre arder de la ira, no sabía qué odiaba más, que insultaran su físico o la compararan con un maldito extranjero ¿Cómo podía tolerar tal insulto? Los extranjeros eran bárbaros horribles que se creían los dueños del mundo y con el "derecho" de andar imponiendo sus costumbres a los demás.
Sonzai odiaba a esas bestias con vehemencia y aún más que sólo por su cabello se atrevieran a soltar esas calumnias ¡Ella era demasiado bonita como para ser comparada con bárbaros!
Y por eso mismo, no se aguantó el responder.
—¡No es verdad, soy japonesa! ¡Los extranjeros son horribles, no me compares con ellos, estúpido!
Las dos féminas miraban a la niña como si estuviera loca por responder así; de parte del hombre, su expresión se endureció, manteniendo un duelo de miradas con la rubia, que se negaba a disculparse por nada del mundo.
—Inoue, encima es contestona y grosera, tomaste una pésima elección. Con esos rasgos sólo los enfermos querrían tomarla —se obligó a calmarse, más eso no significaba que las críticas cesarían.
El mayor miró a su esposa, esperando una respuesta lo suficientemente satisfactoria como para no botar a esa niña de inmediato; la respuesta de la rubia había destruido el poco humor y paciencia que le quedaba ese día y necesitaba recuperarla.
—Cariño, todavía tiene ocho años, tenemos tiempo para corregir su mala actitud —con variados gestos de manos, Inoue le ordenaba a Sonzai que mantuviera la boca cerrada y a Inuchūsei que se asegurara de que fuera así—. Aparte, ¡mírala bien y piensa! Es una niña única en Japón, nadie es igual a ella y tiene toda la pinta de que cuando crezca será la mujer más bella de todas ¿Quién no sentiría deseos por poseer a una mujer única? Incluso si fuera para cumplir una fantasía de poder de dominación sobre los extranjeros o simple placer, las cosas raras y más las bellas, venden demasiado.
El ceño de Sasaki se frunció, analizando las palabras de su mujer. Sí, no sonaba mal, pero por otro lado no podía evitar pensar que terminarían siendo fusilados por tener una extranjera con ellos —incluso si fuera verdad que era japonesa, lo cual dudaba—. Su mirada se dirigió a la niña, dándose cuenta de ello, Sonzai lo recibió con filosos ojos. Maldijo entre dientes a la rubia por ser tan grosera; sin embargo, siguió viéndola fijamente. Era hermosa pese a su inmadura edad y quizás, aún con la desgracia que para él representaba tener el cabello amarillo, haya hombres a los que sí pueda gustarle.
—Está bien, puede quedarse —soltando un suspiro resignado, Sasaki se rindió, siendo recibido con el canto de victoria de su esposa. Por los dioses, ya no era una niña; no obstante, nunca diría frente a los demás que igual amaba esa parte de ella. Una mujer sin chispa no tenía mucho que ofrecer, ni siquiera en esperanza de vida.
—¡Qué bien, porque igual tampoco te dejaría botar a una niña que me costó tanto!
—¿Qué tanto? —cuestionó Sasaki con sus alertas encendidas.
Soltando una pequeña risa nerviosa, Inoue intentó desviar un poco el tema.
—Inuchūsei, llévate a Sonzai, es tarde y deberían dormir, puedes quedarte en el cuarto de tu madre; no parece que te moleste y dudo que las demás chicas quieran quedarse allí, menos ahora que tu mamá murió —ordenó con suavidad, ofreciendo otro gesto con las manos para darle énfasis a sus palabras—. Cuida bien de esa niña, sé que lo harás.
Con una reverencia, Inuchūsei agradeció a los dos adultos por su amabilidad y tomando a la rubia de la mano, ambas salieron de allí.
Una permanecía tranquila porque el percance se resolvió rápidamente, mientras que la otra veía el piso de madera, imaginando que era su ánimo pisoteado por cada paso que daba.
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