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LA LÁPIDA EN BLANCO

Una fría noche de lluvia. Me hallaba en mi cuarto tendido sobre la cama cuando de repente sonó el teléfono:
- No hace falta mama ya lo he cogido - grité  desde mi cuarto -
- Hola Carlos, los chicos me han pedido que te pregunte si irás mañana con ellos al cementerio que reinauguraron la semana. pasada, quieren enseñarte algo.
- ¿Irás tú también? -preguntó muy intrigada.
- Solo si vas tú - respondí.
- Vale, entonces nos vemos mañana en la entrada a las cuatro en punto, sé lo más puntual posible.
- ¿Por qué tan tarde? - pregunté.
- No ha sido idea mía
Ella era Tiffany, una niña con la que cultivé una amistad desde la guardería, va al mismo colegio que yo, pero ahora estamos de vacaciones. Los demás con los que me reuniría mañana serían Andrés, Marcos, y Juan. Los conocí en el centro al que voy ahora. Os preguntaréis ¿qué buscaba en el nuevo cementerio? Pero eso ya era de lo más normal en nuestro grupo.
La semana pasada nos reunimos en una vieja cabaña abandonada que le pertenecía a un viejo marginado al que asesinaron.
No teníamos nada mejor que hacer durante aquel verano.
Nos reunimos frente al cementerio tal y como habíamos acordado. A pesar de que todavía no había anochecido del todo no podía evitar el miedo que sentía.
Los chicos me retaron a ser el primero en entrar y permanecer allí 15 minutos,  después entrarían ellos. Me dio tanto miedo la idea que se me puso la cara pálida y comencé temblar ligeramente. Tiffany se dio cuenta.
Cuando nos quedamos a solas, me sugirió que podía no aceptar el reto si no quería, no tenía que demostrar nada, si es lo que pensaba hacer.

Después de aquella conversación la oscuridad que tenía en la mente se desvaneció. Sabía que tenía que entrar, ya no para demostrar nada, sino para mantener mi dignidad.
No le volví a dar vueltas, y entré.

El cementerio todavía estaba iluminado.
Los últimos rayos del sol de las cinco, le daban a los sepulcros una tonalidad naranja. Paseaba entre las lápidas de personas que seguro tuvieron una vida llena de dificultades, con momentos de felicidad y de tristeza. Personas que seguro desearían volver para enmendar errores pasados y por fin descansar en paz. Muertos que estarían retorciéndose en sus tumbas al oír mis pisadas.

Avanzaba a paso muy lento, no porque quisiera alargar el momento, sino porque mis pies se enterraban en el barro. De vez en cuando para evitar alguna caída me apoyaba en alguna lapida que alcanzase y un escalofrío me recorría la espalda.

Se me estaba haciendo tarde, cuanto más bajaba la iluminación del lugar más notaba unas miradas punzantes tras de mí, parecían dagas clavándose con una violencia asombrosa en mi espalda, de vez en cuando me daba la vuelta creyendo que iba a encontrar al responsable de esta escalofriante sensación, pero para mi sorpresa solo habían más y más lapidas.

Más adelante la cadena de lapidas a cada lado se vio interrumpida por una lápida singular. No tenía puesto el R.I.P (Rest in peace), estaba totalmente en blanco, y al pie de ella estaban un montón de flores marchitas. Daba la impresión de haber sido olvidada ya, durante mucho tiempo.

De nuevo comencé a notar aquellas miradas a mi espalda que me hacían estremecerme. Ya iban a marcar las seis de la tarde cuando todo el cementerio se sumió en un silencio, más que sepulcral, sobrenatural. Solo se oían las manecillas de mi reloj desprender un tic tac que me ponía aún más nervioso de lo que ya estaba. Pocos segundos después de marcar las seis en punto, pasó una brisa fantasmal, en una décima de segundo me vi rodeado por varias siluetas oscuras inmóviles a mí alrededor. Sin siquiera pensarlo comencé a correr sin rumbo al primer lugar al que se dirigieron mis pies, corría mirando de vez en cuando hacia atrás y cuando me di cuenta de que me seguían intenté aumentar la velocidad, pero el camino estaba todo lleno de fango. En él se hundían mis pies, impidiéndome avanzar a máxima velocidad. Era peor que correr en el agua pues el fango no solo te frenaba también te hacia resbalar y caer de vez en cuando. Tantas fueron mis caídas en esta incesante corrida que pronto me llené totalmente de barro, las manos que utilizaba para apoyarme en alguna lapida para evitar caerme, estaban llenas de fango también, esa debió ser la razón por la que al resbalarme e intentar agarrarme a una lápida acabe hundido totalmente en el barro. Me incorpore como pude y al sacar todo el barro que me impedía ver, lo primero que vislumbre fue una lápida, pero no una cualquiera, era la misma que había visto antes, totalmente en blanco. No sabía lo que estaba pasando, tal vez había corrido en círculos, pero no podía ser, ya que fui en dirección contraria a la lápida en blanco. Estuve tan metido en mis pensamientos que no me di cuenta de que estas siluetas de antes, ahora estaban delante de mí. Me quedé totalmente petrificado cuando una salió de la oscuridad y se acercó a mí con una voz bastante familiar, era Tiffany. Pronto salieron las demás de la oscuridad, también familiares, eran Andrés, Marcos y Juan:
- ¿Que hacéis aquí? - pregunté con una mezcla de intriga y asombro.
- ¿Cómo que, qué hacemos? Vivimos aquí -dijo Marcos.
- ¿Qué quieres decir con que vivís aquí?
- Tiffany no te lo ha contado todavía, eh - respondió Juan, un poco decepcionado.
- ¿Nunca te preguntaste porqué nunca supiste quiénes son nuestros padres, o dónde vivimos? - comenzó Tiffany - ya que  acaban de marcar las seis, hacen exactamente tres años que estamos muertos, y hacen también exactamente tres años que murió juan, el más reciente.

Las palabras "el más reciente" resonaron en mi cabeza.
- Cada tres años - prosiguió Tiffany - aparece una nueva lapida en blanco y nos toca traer a un nuevo muchacho para marcar su nombre en ella, y este trienio te ha tocado a ti, Carlos.

Tenía ella razón, en la lápida antes en blanco ahora ponía efectivamente "R.I.P CARLOS", estaba tan petrificado por el miedo que mis pies no respondían. Una décima de segundo después la piel de tanto Tiffany, Andrés y Juan comenzó a caerse en pedazos, los ojos comenzaron a supurarse y en su frente apareció una mueca fantasmal. Parecían reírse. Tiffany cogió rápidamente una piedra y me la golpeo en la frente. Lo último que la escuche decir fue que se estaban quedando sin tiempo, después perdí el conocimiento.

Cuando recobré el conocimiento ya me encontraba encerrado en una tumba a 5 metros bajo tierra, sobre la cuál se encontraba una lápida con mi nombre.
No sé a ciencia cierta cuando morí, pero ahora sé que es una experiencia realmente desagradable morir lentamente en un espacio tan cerrado como el de mi ataúd. Sentir cómo, lentamente, te vas quedando sin fuerzas por el hambre, la sed y demás factores, hasta que finalmente no te quedan ni siquiera fuerzas para despegar los parpados, y allí es cuando pereces.

Ahora soy uno de los guardianes del demonio. Con una única labor que me hace existir. Atraer a más muchachos con los que marcar las lápidas que aparecen cada trienio.

NO TIENE QUE HABER NINGUNA LAPIDA EN BLANCO.

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