«Capítulo III»
Eblary, Dominios de Fuego.
-¿Está listo, príncipe Park?
JiMin respiró hondo, sintiendo cada parte de su cuerpo temblar, con los ojos ardiendo por las lágrimas derramadas durante horas y las que aún parecían quedar en su interior. Tensando la mandíbula y asintiendo, JiMin se dijo a sí mismo que esta era la única opción, dando un paso hacia atrás cuando la puerta es abierta. Los pasos hicieron eco en la habitación, dando paso a los guardias que lo escoltarían por los pasillos. JiMin extendió ambas manos hacia adelante, viendo la soga que pronto estuvo atada alrededor de sus muñecas.
-Venga con nosotros, por favor.
JiMin sabía que la amabilidad era solo un mecanismo de defensa, nadie en todo Eblary se preocupaba por él. Nadie exepto Fallen. Todos los demás eran conocedores de su infinita desgracia y ni una sola vez intentaron salvarlo de ella. Tampoco podía culparlos, él no podía hacer nada por sí mismo, menos esperar que otros lo salvaran.
Cerrando los ojos, JiMin detuvo el paso y miró hacia atrás, a esa habitación que conocía tan bien. Esa que lo ha visto crecer, reír y llorar, pero sobre todo, ser acogido por la soledad y la decadencia de su propia persona. Donde tantas noches imploró a los dioses no ver un nuevo amanecer y así, quizás tendría la oportunidad de una nueva vida, y ser amado. Su primer recuerdo es tan simple como estar sentado, con las mejillas abultadas y la cara redonda, llorando y totalmente aterrado por la oscuridad y los ruidos provenientes del exterior. Tres días después, JiMin dejó de gritar. Pasada una semana, supo que nadie vendría a buscarlo. Que tomar la comida traída exclusivamente por las damas y mirar la rendija hasta que fuera la hora de dormir, sería todo.
Él fue lanzado allí como cualquier despojo, como una bolsa llena de todo aquello que no debe ser nombrado. Al comienzo dolió, y aún lo hace. Su madre lo amó tanto que murió, su padre lo odia tanto que ha de enviarlo lejos del único lugar que conoce. Su pueblo teme su presencia y creen, que nunca debió haber existido.
JiMin a veces se preguntaba si este era un destino impuesto por los dioses, si él estaba pagando alguna deuda de su linaje. Pero de nuevo, nadie le decía nada.
Mirando hacia el frente, donde el sol iluminaba el pasillo creado para separar su pequeño mundo de las puertas del castillo, y este, de todo lo que hay más allá de su propia agonía. JiMin soñó tantas veces con este momento, cansado de sólo ver los rayos que se filtraban por alguna rendija o hueco entre las paredes. Pero ahora, ese deseo, tal anhelo parece tan vacío y poco apetecible. Tan difícil.
-Por aquí.
-¿Hacia donde vamos? -preguntó con voz baja y monótona, mirando hacia el suelo. A su lado todos guardaban silencio sin detener el paso, algo a lo que ya debería estar acostumbrado.
Entonces, JiMin alzó la vista, encontrando las flores del jardín y más allá las montañas. Tan altas como el cielo y hermosas como en sus sueños. Había soñado con tanto, con ver, oler, probar y sentir disímiles cosas. Sentimientos que ahora saben amargos. Y era hermoso, el cielo azul y los rayos del sol, la naturaleza llena de color, superando lo leído en sus libros y lo contado por Fallen. Todo frente a sus ojos mientras caminaba por los pasillos del palacio, pero entonces ¿por qué lo único que podía hacer era llorar y morder sus labios mientras tiembla y todo duele?
«Los deseos dejan de ser hermosos cuando son impuestos por otros,» recordó. Ni siquiera sabía de que pedazo de papel la sacó, pero vibraba en su mente con fuerza y constancia, sintiéndose perfecta para el momento. Real, certera.
Se detuvo con pasos casi torpes ante una enorme puerta de madera oscura, una habitación de la planta alta del castillo donde se supone duerme la familia real. JiMin estudió la estructura del mismo a la perfección, cuando estás aburrido todo es poco. JiMin tragó en seco, mirando alrededor. La habitación era amplia, iluminada y con poca decoración, incluso su prisión era más cálida.
Las sogas fueron quitadas y JiMin se encontró acariciando sus muñecas mientras caminaba dentro. Indeciso y mirando hacia la puerta, encontrando cuatro mujeres y a su padre entrando por ella.
-¿No piensas saludar? -preguntó el rey con rostro serio y voz dura. JiMin pestañeó repetidamente sin emitir palabra, sus manos descansan en su bajo vientre y por alguna razón era todo lo que podía hacer. Apretando los labios y mirando hacia el suelo con atención-. Ahora que finalmente te vas, comienzas a mostrar tu lado insolente ¿verdad?
JiMin continúo en silencio. HeSoo sonrió sin gracia, alzando la mano en el aire.
-Salgan todos, debo hablar con mi hijo -pidió el rey, a lo que todos atacaron inmediatamente.
-Padre...
-Ahorra cualquier discurso motivador y poco convincente que te hayas inventado para intentar hacerme cambiar de opinión. No funcionará -JiMin alzó la vista hacia su progenitor-. Está decidido y no tienes nada que decir al respecto.
Los ojos de JiMin recorrieron al rey con detenimiento. Incluso años después, mantenía el mismo rostro que vio cuando era pequeño, sus orejas puntiagudas, contrario a JiMin siempre parecían estoicas. No sonría a menos que fuera para reírse de su desgracia. JiMin apretó los labios y respiró hondo.
-¿Existe alguna posibilidad de quedarme aquí, incluso después del casamiento? Yo realmente prefiero no irme de Eblary...
-No, y no está en discusión, JiMin -la furia de HeSoon era palpable y JiMin retrocedio. Detrás del velo, del hermoso encaje rojo, su mirada era totalmente miserable.- ¡¿Acaso no te das cuenta?! -preguntó HeSoo avanzando-. Quiero que te vayas y te alejes de mí. Necesito que te largues de Eblary y contigo toda la miseria que has traído a tu propia gente.
JiMin no pudo retenerlo, el sollozo que salió de su garganta fue devastador para cualquiera con un mínimo de simpatía. HeSoo rodó los ojos, pasando la palma de la mano por el rostro.
-Como sea -retomó la palabra observando al príncipe tocarse el pecho, casi como si le hiciera difícil respirar e intentando aguantar el llanto-. Se bueno y no me provoques, o muchas cosas saldrán mal. ¡Entren!
La puerta fue abierta y nuevamente las cuatro mujeres hicieron acto de presencia. Esta vez, se había sumado un hombre, JiMin incluso con la vista empañada reconoció a Fallen, quien era custodiado por un guardia.
-Esta es la razón por la que no debes tener tus debilidades cerca -las palabras de HeSoo salieron acompañadas de una sonrisa.
El rey elfo sacó una daga de su pantalón y amenazó a Fallen, colocando la filosa punta en su garganta, al punto de sacar un hilo de sangre. JiMin vio las orejas de Fallen moverse rápidamente, el viejo elfo cerrar los ojos.
«Tiene miedo,»fue todo lo que pensó JiMin, «Tiene miedo.»
JiMin observó a Fallen, dejando ir una sonrisa amarga y triste, comenzando a desabotonar la camisa. HeSoo sonrió, dando media y saliendo de la habitación, dejando a su único hijo allí.
-JiMin, mi niño, no tienes que hacerlo -susurró Fallen, ahora que solo estaban el príncipe, las jóvenes doncellas, él y el guardia encargado de tomar cartas si JiMin decidía no acatar acción-. Pequeño niño...
-Está bien, Fallen -susurró. JiMin se colocó de perfil, dando una mirada al viejo hombre.
El príncipe aprovechó el descuido de las doncellas para alzar el velo, dejando uno de sus ojos y parte de sus labios al descubierto, de tal forma que solo Fallen podia verlo, y el guardia quien cerró los ojos con miedo.
JiMin sonrió, brindando un guiño a quien por años, no ha sido más que un verdadero padre para él. Fallen respiró profundo, conmovido hasta lo más profundo de su viejo y cálido corazón élfico. Con suavidad, él asintió, devolviendo el gesto y JiMin puso una vez más el velo sobre su rostro.
-A veces solo nos queda aceptar la realidad y seguir adelante -dijo el príncipe.
JiMin estaba maldito, maldito y destinado a la soledad, a la más penosa existencia. Ese, era su destino.
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