Capítulo 35. La marca del dragón
Sheila
El anciano Guardián de los Secretos me observaba fijamente haciéndome sentir incómoda. La niña también había acudido hasta mí y escuché el batir de alas de Shephiro, aguardando junto a la entrada de la caverna. Todos parecían esperar algo de mí, pero yo no sabía de qué se trataba.
—¿Estás lista? —Preguntó Shorum.
—¿Para qué? —Pregunté yo a mi vez.
—Para pasar la prueba.
¿La prueba? No sabía a qué se refería.
—Puedes hacerlo, hermana —dijo la niña—. Yo lo hice.
—¿Qué debo hacer? —Accedí.
—Es algo muy sencillo —contestó el anciano—. ¿Ves aquella grieta al fondo de la cueva?
No me había fijado en ella, pues era simplemente una grieta más. Luego me di cuenta del extraño resplandor que surgía de ella.
—Deberás introducir tu mano derecha en ella.
—¿Para qué he de hacerlo?
—Para recibir la marca del dragón.
La niña me mostró su antebrazo y pude ver un dibujo grabado en él. Más bien parecía una dolorosa cicatriz.
—¿Me dolerá? —Pregunté.
—Sí —respondió Shorus como si careciese de importancia.
Caminé hasta la grieta que me había indicado y me retrocedí al averiguar a qué se debía el resplandor. El interior de la grieta era un pozo ardiente de magma.
—¿Queréis que meta mi mano ahí? —Grité sorprendida.
—Es lo que debe hacerse. En caso de que no estés preparada puedes irte. Aún estás a tiempo.
—¡Me abrasaré!
—Es muy posible o tal vez no. Eso no depende de mí, sino de ti—dijo el Guardián.
No creí tener el valor suficiente para hacerlo. El calor que desprendía aquella sima me impedía acercarme. Luego me imaginé a esa niña pequeña introduciendo su manita allí y un escalofrío recorrió mi espalda.
—No puedo hacerlo...
—Entonces desiste —replicó Shorum.
El dragón rugió en la lejanía como si quisiera infundirme ánimos. Yo me dejé caer de rodillas junto a la grieta sin atreverme a moverme.
—Es difícil resistirse a tus ideas preconcebidas —continuó hablando el anciano—. Lo que pensamos que será no siempre es lo que suele ocurrir.
Sabía lo que significaba meter mi mano allí. Nada de lo que dijera podía hacerme creer lo contrario.
—¡Decídete, Sheila! ¿Quieres ser Khalassa?
¿Lo quería de veras? ¿Lo quería por encima de todo el dolor y el sufrimiento que me esperaban?
—No lo sé... —balbucí.
—¡Hazlo! —Ordenó Shorus.
—¡Hazlo! —repitió la niña.
"¡Hazlo!". Escuché en mi mente la voz de mi padre y también la de Aidam y la de los demás compañeros: "¡Hazlo, Sheila!
Entonces hundí mi mano en la piedra líquida y ardiente y el dolor fue atroz.
...
Me había desmayado. Eso había pasado, o a lo mejor todo había sido un sueño, pues me encontraba lejos de esa cueva y el semiorco estaba a mi lado.
—He debido de quedarme dormida —dije.
—No, Sheila —Negó Haskh—. Has estado ausente tres días. Temí no volver a verte, pero hoy te ha traído de vuelta ese dragón, Shephiro. ¿Qué ha sucedido?
¿No había sido un sueño? ¿Entonces...?
Miré el dorso de mi mano y allí estaba aquella marca grabada a fuego. Parecía la silueta de las alas de un dragón, pero se encontraba aún en carne viva e inflamada.
—Lo hice —dije para mí.
—¿Qué has hecho, Sheila?
—Pasé la prueba. Shorum dijo que me dolería, pero jamás he sentido un dolor igual. Lo extraño es que ahora ya no me duele.
Haskh tomó mi mano y observó la herida.
—La joven Khalassa nacerá con una marca de nacimiento. Una marca como esta, Sheila—dijo, sobrecogido.
Sonreí. Al final llevaba razón.
—Soy Khalassa —dije y Haskh se arrodilló ante mí con una reverencia.
—Siempre lo supe —contestó.
...
Shephiro nos llevó lejos de allí. El paisaje cruzaba raudo bajo nuestros pies. Valles, montañas y ríos iban quedando atrás mientras nos acercábamos a nuestro destino: La ciudad de Khorassym.
—¿Qué sucedió allí, Sheila? —Me preguntó Haskh con curiosidad.
—Sí te digo la verdad, no lo sé. He olvidado la mayor parte de ello, pero todavía recuerdo esa sima ardiente donde tuve que meter la mano y el dolor que sentí. Lo demás parece flotar en una espesa niebla.
—Lo recordarás —dijo Shephiro que escuchaba nuestra conversación —. Recordarás todo a su debido tiempo.
Eso esperaba, si no de qué me iba a servir.
—¿Viste a la niña? —Me preguntó Hask.
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—Yo también la vi una vez. Mi padre me trajo a este lugar para que conociese la leyenda. Khalassa se presentó entonces y me mostró su historia. Ella murió, ¿lo sabías?
—Sí.
—Sé sacrificó por la humanidad. Tú no tendrás que hacer lo mismo, ¿verdad?
Haskh aguardaba a qué le diese una contestación, sin embargo no podía contarle la verdad.
—No. Yo lucharé. Todos lucharemos contra el nigromante y lo derrotaremos — Acababa de recordar algo. Después de sacar mi mano de aquella grieta, negra y carbonizada, Shorus pronunció unas palabras en la lengua de los dragones y el dolor cedió. Fue entonces, al caer la costra de piel muerta y carne achicharrada cuando vi que mi mano seguía intacta. Intacta salvo por aquella cicatriz en forma de dragón alado—. Juntos lo haremos, Haskh. Debemos estar juntos.
Una nueva visión o un recuerdo rescatado de mi memoria me mostró a Shorus recitando en voz baja algún tipo de hechizo. Aquel hechizo tenía la facultad de desvelar para mí todos los secretos de la magia de los dragones. Conocía todos esos hechizos. Ahora me pertenecían.
—Resgus anialym setira tremion —dije en voz baja y el viento cambió de dirección impulsando las alas del dragón.
—Ahora posees el conocimiento, Khalassa —dijo Shephiro.
—Sí, y muy pronto llegaremos junto a los nuestros.
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