Capítulo 17 - El baile (3)
Aidam se acercó hasta nosotros y miró fijamente a Sheila.
—Sé que en estos momentos me odiarás con toda tu alma, pero si me dejas explicarte...
—No tienes nada que explicarme, Aidam. Sargon ya lo ha hecho. No pensé que hubiera personas así...debería agradecértelo.
—No tienes porque darme las gracias, Sheila. He hecho lo que un amigo haría por otro, protegerlo.
—Es bueno contar con amigos como vosotros —dijo Sheila sonriendo—. Ahora me gustaría bailar y me encantaría que lo hicieras conmigo, Aidam.
—Será un verdadero honor.
Sheila se agarró del brazo del guerrero y ambos fueron hacía la pista de baile, al pasar junto a Frédéric que todavía intentaba respirar con normalidad, la joven le dirigió una intensa mirada de odio.
Sheila se acercó hasta él y le dijo con cinismo:
—Esta dama ya ha encontrado un verdadero caballero, uno de verdad.
Luego le dio la espalda y se aferró al brazo de Aidam.
Juntos esperaron a que la música comenzara y al sonar los primeros compases, Sheila se abrazó a él.
—Estás temblando —dijo Aidam.
—Pensaba en la tontería que he estado a punto de cometer.
—Tú no tenías por qué saberlo.
—Debería de haberme dado cuenta, pero sus palabras sonaban tan dulces en mis oídos.
—No lo pienses más...Me siento muy orgulloso de haberte servido de ayuda...Yo...Yo...
Ella le puso su mano en los labios.
—No digas nada más, Aidam. Eres un buen amigo y deberás seguir siéndolo.
—Lo comprendo —reconoció el guerrero—. Tú aún eres muy joven y...
—Sigamos bailando y deseando que esta noche no acabe nunca. Mañana será el destino el que imponga sus normas, hoy las ponemos nosotros.
La noche terminó, siempre acaban por terminar, eso es inevitable, pero algo muy puro se rompió en el corazón de Sheila. Ya nunca volvería a ser una inocente jovencita que ansiaba su primer baile y su primer beso. Algo muy adentro de su ser se había vuelto de piedra. Jamás volvería a confiar ciegamente en las personas. Sheila había dejado de ser una niña para convertirse en una mujer adulta.
—¿Todavía piensas asistir a los duelos de espada? —Le pregunté a Sheila cuando el baile acabó y se reunieron con nosotros—, porque, si es así, tengo una noticia que darte.
Ella asintió con la cabeza, expectante.
—Frédéric se presentará mañana...
—Eso sí puede —dijo Acthea—, después de la paliza que le ha dado Aidam, no sé si podrá mantenerse en pie.
—Seguro que se presentará si ve alguna forma de humillarte, Sheila —explicó Haskh.
—Me presentaré y rogaré a los dioses que él también lo haga.
—Bueno —tercié yo—, esta noche es para disfrutar, pidamos la cena, el maestro enano es quien paga.
Thornill sonrió, una de esas sonrisas avariciosas asomó a su rostro.
—Llevo apuntada la lista de los gastos —dijo.
—Me extrañaría que no lo hicieses —bromeó Aidam.
—Sí —asentí yo—. El oro es para los enanos, como el aire para los demás, sin él no pueden vivir.
El grupo estalló en carcajadas, la camaradería se podía sentir en el aire. Estábamos entre amigos y nada malo podía sucedernos.
Así pensaba yo, sin conocer lo equivocado que estaba.
La noche finalizó con los cuatro enanos y nuestro particular guerrero borrachos como cubas. Aidam había decidido probar el aguardiente enanil y al cabo de cuatro enormes jarras, cayó sobre la mesa sin sentido.
—¡Qué poco aguante! —Dijo Anvrill que ya iba por su quinta jarra y aún mantenía el tipo.
—Ninguno —confirmó Blumth—. Los humanos no están hechos para este tipo de licores.
—No, definitivamente no lo están —aseguró Daurthon, a quién ya se le empezaban a cerrar los ojos por el sopor.
Cuatro o cinco jarras después los cuatro enanos roncaban caídos sobre la mesa. Entre los cinco habían dado cuenta de un barril de aguardiente, todo un logro.
Viendo que era imposible moverles de donde estaban, si lo habéis intentado sabréis a qué me refiero, decidimos dejarles allí a que durmieran la borrachera.
Nosotros volvimos a la posada, pero antes de que entrara en mi cuarto, Sheila me llamó.
—Me gustaría hablar un momento contigo.
—¿Ocurre algo, Sheila? No tendrás miedo por la pelea de mañana ¿no?
—No, simplemente es que no sé si estaré preparada. Aidam me ha entrenado, pero yo sé que aún me falta mucho por aprender...
—Lo harás bien, te he visto pelear.
—Sentiría mucho defraudaros, a ti, a Aidam...
—Sobre todo a Aidam, ¿verdad?
Ella bajó la vista avergonzada.
—No tienes porque avergonzarte. Aidam es tosco, brusco e incluso un poquitín borrachín, pero tiene un corazón de oro. Yo ya había oído hablar de él, pero ahora que creo conocerle le aprecio mucho más.
—Ya, pero es un viejo...
—Y tú demasiado niña para empezar a pensar en esas cosas —le reproché yo—, a tu edad...
A su edad quién no se había enamorado. Además quién era yo para darle consejos, cuando tenía tanto que callar.
—Sí, sé lo que crees sentir por Aidam, pero también sé que tendrás mucho tiempo para elegir.
—Quizás no. Cuando me enfrente a mi padre pueden suceder muchas cosas.
Tendría que decírselo ahora, no veía una oportunidad mejor.
—Sheila...tu padre...tu padre intentará que te unas a él.
No pude, oportunidad fallida.
—¡Nunca lo haré! ¡Prefiero morir mil veces!
—Y yo acabaré con él antes de que pueda hacerte daño. Todos te protegeremos aún a costa de nuestras vidas.
Sheila me miró con atención, abrió la boca para decir algo, pero luego cambió de idea.
—Buenas noches, tío.
—Que descanses —vi como Sheila entraba en su cuarto y cerraba la puerta—. Buenas noches, hija mía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro