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Una Infancia algo Triste y Desolada

I

La Tía Sylvia, una mujer soltera de carácter fuerte y opiniones firmes; se había quedado con la custodia de Eleanor, de 3 meses de nacida. La Tía siempre había sido un tanto excéntrica. Su hogar estaba lleno de libros polvorientos, plantas enredadas y una inusual colección de objetos antiguos. Cuando recibió la noticia de que su sobrina pasaría a vivir con ella, se sintió ante un desafío inesperado. La idea de cuidar de un bebé no era algo que había imaginado alguna vez. Sin embargo, una voz interior le decía que debía hacerlo, era su familia. Además, su Hermana así lo hubiese querido, a decir verdad ella deseaba con anhelo perder el juicio, y que la joven mujer se llevara Eleanor lejos de ella, Pero el juez falló a Favor de ella. Eso le pasó por contratar muy buenos abogados.

Desde el primer instante, Sylvia se encontró ante una realidad que la tomó por sorpresa. Cuando tenía a Eleanor en sus brazos, sentía una mezcla de ternura y desasosiego. La pequeña emitía unos suaves llantos que resonaban en la casa vacía, y la autoritaria mujer se dio cuenta de que no estaba equipada para manejar la situación por sí sola. Así que, al poco tiempo, decidió contratar a una serie de nanas para que se hicieran cargo de la pequeña.

Pero las nanas que llegaban a su casa no eran del todo afortunadas. Sylvia tenía una idea muy particular sobre los bebés y su olor.

Ella tenía una frase muy sofisticada, la cual había copiado de las memorias de la Madre del Actor Peter Lawford:

—Los bebés huelen a leche cortada y orina. — solía decir Sylvia — los niños son un dolor de cabeza, Por eso yo nunca los tuve

Esta peculiar percepción resultaba un obstáculo para que las nanas se quedaran más de un par de días. Después de todo, ella no entendía el encanto que muchos veían en esa fragancia especial que envolvía a los recién llegados al mundo. Para ella, cada cambio de pañal era un recordatorio de los límites de su paciencia.

Las nanas llegaban con optimismo y sonrisas, listas para ayudar, pero tras unas horas en la casa, se encontraban atrapadas en un círculo vicioso. La Tía Sylvia exigía que las mantuvieran a raya, siempre con un ojo crítico en cada movimiento. Las interrupciones y las quejas sobre el “odioso aroma”, finalmente, hacían que desistieran de su labor. Una tras otra, se iban, dejando a Eleanor en manos de su tía, que cada vez se sintió más sola en esta misión.

Así fue cómo la pequeña Eleanor creció en el hogar de la Tía Sylvia, rodeada de amuletos y mal humor. Aunque carecía de la atención de una cuidadora dedicada, siempre había un libro a mano y una planta que cuidar. Y aunque para Sylvia el olor de su sobrina era un recordatorio de lo incómoda que se sentía en su nuevo rol, para Eleanor esos momentos extraños fueron el inicio de una conexión única con su tía, que aunque un tanto descompensada, la acompañaba con su peculiar amor.

Ya cuando la Pobre crecía, la paciencia de la tía Sylvia, estaba agotada completamente.

II

No es triste recordar tu infancia, para muchas personas es lo más bonito del mundo... Pero no todos tuvieron la dicha de tener padres amorosos y hermanos codiciosos; La Eleanor, vivió sola, encerrada tras cuatro paredes de cobre, mientras su tía viajaba en coches de oro. Sylvia dejaba a su sobrina a cargo de la casa, de recibir el correo, de sacar las mejores calificaciones con sus profesores particulares; y cuando Sylvia no viajaba, le enseñaba con destreza el arte de la costura, que Eleanor detestaba, tanto por el simple hecho de insertar el hilo por el minúsculo agujero de la aguja, Cómo por cortar y cortar metros de tela delicada y costosa.

Eleanor odiaba cortar tela de Seda bordada, era demasiado delicada que, por el más mínimo esfuerzo de la máquina de coser negrita o de sus manos, se rasgaba.

Y ese disgusto quedó comprobado ese mismo día, cuando La Tía Sylvia regresó de su viaje a España, y la casa estaba llena del aroma de las especias y las historias de sus aventuras. Todos los sirvientes eran presos de la curiosidad, pero Eleanor, en particular, no podía esperar para ver qué tesoros había traído su tía.

Finalmente, se escuchó el crujir de la puerta. La Tía Sylvia apareció, radiante y con una gran sonrisa, su cabello alborotado por la brisa del mar. Traía consigo varias maletas que parecían a punto de explotar por la cantidad de cosas que contenían. Con entusiasmo, invitó a Eleanor a acercarse.

Eleanor se sintió envuelta en la calidez de su tía, y su corazón latía con expectativa. La Tía Sylvia comenzó a sacar una tras otra las telas que había traído de España: sedas brillantes, linos frescos, estampados coloridos que parecían danzar con la luz. Cada pieza era más hermosa que la anterior, y Eleanor no podía negar que eran un regalo impresionante.

Sin embargo, a medida que la montaña de telas crecía a su alrededor, la ilusión de Eleanor se desvanecía poco a poco. En su mente, había imaginado libros llenos de historias fantásticas o joyas brillantes que la harían sentir especial. La idea de aprender a coser y crear no le entusiasmaba tanto como lo haría un nuevo libro de aventuras o un collar deslumbrante.

—Gracias, tía —dijo con una sonrisa forzada, tratando de ocultar su decepción—. Son preciosas.

La Tía Sylvia, que conocía muy bien a su sobrina, no tardó en percibir la tristeza en sus ojos. Se agachó a su nivel y le habló con ternura.

—Eleanor, sé que esto no es lo que esperabas, pero quiero que aprendas un oficio, algo que puedas llevar contigo en la vida. La costura es una forma de libertad. Con estas telas, podrás crear lo que desees.

Eleanor la miró, sin saber qué responder. La idea de convertirse en una experta costurera no era algo que había considerado. Ella soñaba con las historias que se escondían entre las páginas de los libros y el brillo de las joyas, no con agujas.

Al final no eligió ni una ni la otra: Se convirtió en Prostituta.

III

Así como lo leen: La Dulce, inocente e ingenua Eleanor se escapaba de noche a los bares más alejados de la comarca y bailaba y satisfacía Los deseos de los morbosos clientes masculinos, la conocían como Érika.

Con ese dinero compraba vestidos caros, joyas hermosas, y se cundía de conocimientos. Además, su arte del maquillaje era el verdadero espectáculo. Cada mañana, se perdía en un ritual de transformación, aplicándose sombras brillantes, labiales atrevidos y pestañas postizas que desafiaban la gravedad. Este método que empleaba no solo acentuaba su belleza, sino que la transformaba en otra persona, al menos en apariencia.

Eleanor disfrutaba de esta doble vida. En su día a día, era la mujer sofisticada que todos conocían: una asistente ejecutiva al más alto nivel, con un estilo impecable y un comportamiento siempre correcto. Nadie sospechaba que tras esa fachada tan pulida había una mujer que anhelaba más emoción y desenfreno.

Por las noches, la historia cambiaba por completo. En un club nocturno conocido por su ambiente seductor y su música vibrante, Eleanor se convertía en la Sensual Erika. Su maquillaje, que en la vida cotidiana era solo un adorno, se transformaba en una explosión de sensualidad. Con un vestido de terciopelo negro ceñido a su figura, su nuevo alter ego robaba la atención de todos, sin que nadie pudiera imaginar que bajo esa máscara de glamour y desinhibición se escondía la ejecutiva que atendía a sus jefes en la luz del día.

Aquellos que la veían bailar, con una confianza desbordante, jamás conectarían los puntos. El brillo de sus labios rojos contrastaba con la oscuridad del club, y sus ojos dramáticamente delineados deslumbraban bajo las luces pulsantes. Ser la Sensual Erika le otorgaba una libertad que nunca había experimentado, una especie de liberación donde podía dejar atrás sus responsabilidades y ser simplemente quien realmente deseaba ser.

Así pasaban las noches, con Eleanor viajando entre dos mundos: la rigurosa rutina del día y la electrizante libertad de la noche. Aquellos hombres y mujeres que se acercaban a la Sensual Erika lo hacían sin la más mínima idea de que tras el maquillaje excesivo y la actitud desinhibida se ocultaba la misma persona que atendía llamadas telefónicas y redactaba informes durante el día.

La verdad era que Eleanor disfrutaba de jugar a ser otra. Le daba la sensación de poder, un poder que solo la noche y el maquillaje exagerado podían ofrecerle. Nadie jamás sospechó que detrás de esa hermosa y provocativa mujer se encontraba la misma persona que, en las horas laborales de la costura, parecía tan inalcanzable e inmutable. Y así, la seducción y el misterio continuaron, mientras Eleanor disfrutaba de la dualidad de su existencia, tal vez sin saber cuánto tiempo podría sostener esa compleja farsa.

Además, la Tía Sylvia nunca se enteró, bueno, por un tiempo.

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