Me Enamoré de Tí, Maldito
I
—Mátame — le dijo Érika, con mirada desafiante — ¡Mátame imbécil!
Jinete estaba muy molesto, Y aunque no era una persona violenta, Además de que nunca le había pegado a una mujer, perdió los cabales. Se acercó con rapidez a Su amante y la abofeteó.
Eleanor hubiera llorado por horas por el golpe, Marujita hubiera respondido con aislamiento, Pero Érika simplemente respondió con improperios y palabras elocuentes.
—Golpeas cómo Marica — y al sonreír sus dientes quedaron al descubierto, manchados en sangre.
Frente a ella, Jinete, con su mirada intensa y fría, la observaba como si estuviera evaluando cada palabra que iba a salir de sus labios. A partir de ese momento, la empezó a llamar Eleanor.
—Eleanor, no tienes que hacer esto más complicado de lo que es — dijo Jinete, su tono firme pero mezclado con una amenaza subyacente. — Lo que llevas dentro de ti no es más que un obstáculo en nuestras vidas. Un error que no podemos permitir.
Jinete buscó una servilleta, y se la dió a Eleanor, movimiento por el cual ella le devolvió El golpe.
El jefe era un hombre muy apuesto, de tez blanca, por lo que la cachetada le dejó la marca de la palma en la mejilla.
—Es mi bebé, Jinete — respondió Eleanor, su voz temblando pero decidida. — No puedo simplemente deshacerme de él porque tú lo digas. Este es un nuevo comienzo para mí, algo que podría traer felicidad a mi vida.
—¿Y crees que eso es una buena vida? ¿Qué le darás de comer Al pobre chico?
—Tengo mis ahorros.
—Ese dinero no es tuyo, es mío, y me encargaré de quitártelo todo.
Eleanor se quedó sin palabras.
Jinete se inclinó hacia adelante, su rostro acercándose peligrosamente al de ella.
—Escucha, Eleanor, no quiero que esto se convierta en un asunto de vida o muerte. Pero si decides seguir adelante con el embarazo, si decides mantener a ese niño, lo pensaré como una traición. Y no dudaré en hacer lo que sea necesario para protegerme… y para que tú entiendas las consecuencias.
El corazón de Eleanor se encogió. Las palabras de Jinete resonaban en su mente, pero un instinto poderoso le decía que no podía dejarse intimidar.
—No me amenaces, Jinete. No me harías eso. Este es mi cuerpo, mi decisión.
—Tu decisión tiene repercusiones para los dos — replicó él, su voz endureciéndose. — No quiero que esto llegue a un punto en el que tengamos que vernos el uno al otro como enemigos. Pero si decides mantener ese bebé, yo no puedo garantizar tu seguridad.
El aire se volvió espeso entre ellos, y Eleanor sintió una mezcla de miedo y determinación. Sabía que estaba en una encrucijada, una lucha interna entre el deseo de ser madre y el miedo a perder su vida en el proceso. Pero algo en su interior comenzó a despertar, una llama de rebeldía que había estado apagada durante demasiado tiempo.
—No voy a dejar que me atemorices — dijo finalmente, levantando la mirada para encontrarse con los ojos de Jinete. — Este bebé es lo único que tengo ahora. Lo voy a llevar a cabo, y haré lo que sea necesario para protegerlo. Puedes hacerme amenazas, pero no cambiarás mi decisión.
Jinete la miró, y por un momento, la intensidad de su mirada se suavizó, como si por un instante estuviera contemplando la posibilidad de que Eleanor tuviera razón. Pero rápidamente volvió a su postura amenazante.
—Entonces, prepárate para las consecuencias. No lo olvides.
Eleanor sintió que su corazón latía con fuerza, no por el miedo, sino por una nueva resolución. No importaba cuán difícil fuera el camino por delante; estaba dispuesta a luchar por su futuro, por el futuro de su hijo. La determinación de su maternidad estaba en juego, y no iba a dejar que nadie, ni siquiera Jinete, se interpusiera en su camino.
Así pasaron varias semanas, y aparecieron los síntomas matutinos del embarazo.
Jinete, con su usual porte autoritario, se acercó a Eleanor, quien estaba sentada en la barra, rodeada de papeles y cuentas por pagar y con una expresión distante. Había sido una semana difícil, especialmente desde que su embarazo comenzaba a manifestarse de formas más evidentes y agotadoras.
—Necesitamos hablar — dijo Jinete, su voz firme y casi cortante.
Todos en la barra se pusieron de pie, el temor que fundir el jefe era notable.
Eleanor levantó la mirada, sintiendo una mezcla de ansiedad y frustración.
—He notado que has faltado más de lo habitual en las últimas semanas. No puedes simplemente ausentarte sin aviso, especialmente ahora que estás en este estado — continuó él, sin una pizca de empatía en su tono.
Eleanor, sintiendo la incomodidad burbujear en su interior, tomó aire y respondió con una voz decidida:
—Jinete, estoy embarazada. Cada día es una lucha y no estoy en las mismas condiciones para trabajar como antes. Espero que puedas comprenderlo
La palabra "comprender" resonó en el aire, pero él parecía sordo a su súplica.
—Eso no es excusa para descuidar tus responsabilidades. Aquí todos tenemos cargas, pero el trabajo es el trabajo — replicó él, cruzando los brazos y desdibujando cualquier sensación de apoyo.
Eleanor sintió cómo una oleada de indignación se apoderaba de ella. La insensibilidad de Jinete era abrumadora.
—¿Insensibilidad? ¿Eso es lo que crees? — dijo finalmente, incapaz de contenerse. — ¿No ves que estoy lidiando con algo mucho más grande que un simple trabajo? Tu falta de consideración es verdaderamente hiriente".
Jinete, desconcertado por la energía de Eleanor, sintió la tensión palpable en el aire. A pesar de su frustración, había un deseo latente en él, una atracción que siempre había estado ahí, pero que en ese momento parecía más imposible que nunca. Se acercó un poco más, buscando reconectar.
—Eleanor, solo quiero que todo vuelva a la normalidad. Quiero estar contigo… Necesito que estemos juntos.
Ella lo miró, pero la repulsión le nubló la mente.
—No puedo, Ahorita no... No puedo ser la mujer que esperas. Mi cuerpo, mi mente… todo ha cambiado. Necesito tiempo.
Eleanor se sintió desgarrada mientras pronunciaba esas palabras. Había una parte de ella que aún anhelaba el contacto, la intimidad, pero el nuevo malestar de su embarazo había transformado todo, y la idea de estar con él la acongojaba.
Jinete dio un paso atrás, sintiendo cómo la distancia entre ellos se ampliaba no solo físicamente, sino emocionalmente.
—No entiendo, Eleanor. No entiendo por qué estás tan distante — murmuró, incapaz de pronunciar nada más.
—Porque me siento distante — respondió ella, su voz baja, pero firme. — Y porque tú no me ayudas a cerrar esa brecha — La conversación había tomado un giro oscuro, dejando a ambos en un lugar incómodo, atrapados entre el deseo y la incomprensión.
—Aún puedes abortar, si quieres.
—¡Ni los sueñes, maldito!
II
El instinto paternal siempre está en el fondo de cualquier padre, futuro padre o abuelo primerizo. Aunque se quiera negar, es atributo siempre sale a relucir.
Aunque a veces se tarda un poco.
Jinete sabía que la decisión que estaba a punto de tomar lo llevaría a un lugar oscuro, pero no podía permitirse el lujo de pensar en las consecuencias. Eleanor, estaba embarazada y la idea de convertirse en padre lo aterrorizaba. No era el momento adecuado, al menos no para él.
La tarde era densa y cargada de nubes grises cuando decidió visitar al médico clandestino. Había oído murmullos en la ciudad sobre sus métodos poco ortodoxos, pero lo que más le sorprendía era su discreción. En aquel barrio olvidado, las sombras parecían acoger secretos de vidas que se entrelazaban en la penumbra.
Al entrar en la pequeña consulta, el ambiente había un aire peculiar, como si las paredes mismas susurraran historias de desesperación y decisiones tomadas en un rincón oscuro de la moralidad. El médico era un hombre de mediana edad, con ojos profundos y una actitud distante. No hacía preguntas, y eso era justo lo que Jinete necesitaba.
—Necesito algo para ayudar a Eleanor —dijo, la voz apenas un murmullo—. Ella... está embarazada.
El médico lo miró fijamente, como si evaluara cada palabra. Finalmente, se acercó a un viejo armario y sacó un frasco de pastillas. Eran pequeñas y de un tono oscuro, brillantes bajo la tenue luz del cuarto.
—Estas son pastillas abortivas —explicó con frialdad—. Debes dárselas lo más pronto posible. Pero recuerda, hay riesgos. Esto no es un juego.
Jinete asintió, sintiendo que un nudo se formaba en su estómago. No podía evitar pensar en Eleanor, sus sueños y aspiraciones. Pero, al mismo tiempo, su vida se sentía atrapada en un ciclo del que no podía escapar. Todo estaba en sus manos, aunque sabía en el fondo que no era una decisión sencilla.
—Ella debe tomarlas en un momento específico —continuó el médico—. Y asegúrate de que esté sola. No quiero problemas.
Con el frasco en mano, Jinete salió de aquel lugar y se adentró en las calles desiertas. Su mente estaba hecha un torbellino, alternando entre la culpa y la desesperación. Sabía que lo que estaba a punto de hacer cambiaría su vida y la de Eleanor para siempre. Pero, ¿qué otra opción tenía?
Cuando llegó al bar, la vio sentada en la barra, pensando con detenimiento. La luz de la luna entraba por la puerta abierta, envolviéndola en una aura dorada que contrastaba con lo que estaba a punto de hacer. Jinete se sentó a su lado, el frasco en el bolsillo, la mirada perdida.
—¿Qué te preocupa? —preguntó, — si te preocupa ser padre, no debes de amargarte... Mi padre abandonó a mi madre cuando estaba a punto de dar a luz, con que yo pase por el mismo contexto, no cambiará nada.
Nada...
¿Nada?
Mientras sonreía para ocultar su tormento, supo que el peso de su decisión lo acompañaría para siempre.
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