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Marujita

I

—¡Guaramato, Carlos!

—¡Presente!

Es tierno ángel guardián se había levantado temprano para irse a trabajar; sus permisos por complicaciones con su asma bronquial e hipertensión arterial ya habían acumulado los reposos de 72 horas, y por políticas de la empresa debía de reincorporarse sí o sí. Carlos trabajaba en una perforadora de Pozos petroleros y extracción de crudo; a pesar de ser la mano derecha de su jefe, ambos no se llevaban para nada bien, pero el sueldo era tentador y él lo necesitaba para pagar sus múltiples deudas... Un jugador de póker y apostador empedernido, así ya estuviese reformado, tenía que cancelar con intereses todos los pecados de un pasado muy lejano.

Carlos estaba sentado en su escritorio, rodeado de papeles, lapiceros y planos a medio trazar. La luz del día se filtraba a través de la ventana, iluminando un rincón de su oficina que parecía ajeno a la tensión que sentía en su interior. Su mente, sin embargo, no estaba completamente enfocada en el diseño de la nueva obra que su empresa había aceptado. Su mente vagaba, inquieta, hacia lo que había sucedido la noche anterior.

Había sido un día largo y agotador. A pesar de que seguía pensando, no podía creer la escena del día anterior: Al volver a casa, Carlos y su esposa, habían encontrado en su patio a la joven desconocida. Estaba empapada; parecía desorientada y asustada, a pesar de que dormía profundamente. Sin pensarlo mucho, decidieron llevarla a casa. Casilda había insistido en que la joven debía estar a salvo, y Carlos había accedido, aunque con un ligero retortijón en el estómago.

Ahora, mientras esbozaba las líneas del plano en su papel, no podía evitar preguntarse cómo estaría la situación en casa. Casilda era amable y generosa, y siempre había creído en ayudar a los demás; sin embargo, esta vez sentía que algo no encajaba. La joven que habían dejado en su sala había mostrado una actitud callada esta mañana, casi distante, pero había algo en su mirada que le inquietaba. ¿Qué historia había detrás de su aparición? ¿Estaría bien, cómoda en su hogar, o se sentiría igualmente fuera de lugar?

Carlos sacudió la cabeza, tratando de reconcentrarse. A cada paso que daba en los planos del diseño de los cimientos a la disposición de los espacios, se sentía más incapaz de enfocarse. Se imaginaba a su esposa en casa, intentando hacer conversación con la extraña, mientras que en su interior latía un nudo de preocupación. ¿Y si había puesto a su esposa en peligro sin querer? El tiempo se deslizó lentamente, y aunque las horas parecían avanzar, su trabajo no progresaba.

Finalmente, soltó el lápiz y miró por la ventana. El cielo azul parecía burlón; todo alrededor se mantuvo tranquilo e inalterado, mientras su mente era un torbellino de ansias y dudas. Decidió que necesitaba volver a casa, que necesitaba ver qué estaba pasando y asegurarse de que Laura estaba bien.

Con un impulso repentino, Carlos guardó los planos y apagó la computadora. Era hora de abordar sus pensamientos y asegurarse de que la calma que parecía reinar en su hogar no fuera más que una ilusión. Se levantó, resoluto, dispuesto a dejar atrás las preocupaciones del diseño por un momento, dando prioridad a la seguridad de su esposa y la extraña que ahora compartía su espacio.

—¿A dónde vas, Guaramato? — interrogó el jefe de recursos humanos, A las afueras de la oficina.

—Disculpa, Ramos. Se me ha presentado una emergencia familiar.

—¿Como las otras de las semanas pasadas? — a pesar de que Ramos era su amigo, a veces decía cosas con pura ironía comentarios sosos — ¿Qué le voy a decir al jefe cuando pregunte por ti?, Recuerda que ya me he ganado muchos llamados de atención por cubrirte las espaldas.

—Amigo, no es nada grave. — le calmó, aunque en sus manos se veía un ligero tic nervioso — no me tardaré ni 10 minutos, solo iré y regresaré... Por fa, excúsame con el jefe, dile que estoy en el baño o realizando un mandado.

—¿No vas a apostar otra vez, verdad?

—Quedate Tranquilo, no es nada de eso... Estoy en terapia — Carlos, al decir esa última oración, sintió que dudaba, a pesar de ya tener seis meses sin pisar un centro hípico o casino; esos impulsos no habían muerto — voy a casa, hablamos después.

Ramos quedó perplejo, solo miró a su amigo correr por el largo corredor, con su abrigo volando como si fuera una capa; casi llegando a la salida su portafolio cayó y todos los papeles volaron por el viento de los ventiladores. Carlos no le tomó atención a todos los contratos y constancias que yacían por los pasillos, confiaba en que el personal sanitario se haría cargo de la limpieza. ¿Y si lo despedía?, podría encontrar otro empleo; ¿Y si los papeles eran importantes?, ¡Para eso tenía una máquina impresora en su oficina y copias de seguridad de cada archivo! Me atrevo a decir que ni las cámaras de seguridad vieron a esa silueta montarse en el carro propiedad de la empresa y salir despavorido como alma que lleva el diablo.

II

Casilda admiraba un cuadro muy lindo que se encontraba en la sala de estar; el mismo había sido obsequiado por su hija, la cual, después de haberse graduado de abogada penalista, se había escapado al extranjero con uno de sus clientes. Casilda nunca se enteró si el amante de su hija había sido inocente o culpable del crimen por el cual lo inculpaban; Pero al final eso no le importó, aún se sentía triste por no haber recibido una llamada de despedida de su primogénita. ¿Tan mala madre fue?, se preguntaba todos los días, pero nunca recibí una respuesta.

Así como nunca recibía respuestas del horizonte sobre el paradero de esa malagradecida; tampoco podía obtener una respuesta o versión de la joven que acababa de despertar. Casilda miraba a la niña recién bañada y la comparaba con la pintura, extrañamente, ambas se parecían y guardaban similitudes de facciones perfectas.

Claro, bañarla y vestirla con ropa decente no fue fácil. Lo que comenzó como un acto de bondad pronto se tornó en un desafío. La chica, visiblemente asustada, mostró su resistencia cuando Casilda intentó acercarse con el balde de agua. Al primer roce de la esponja, la desconocida lanzó un aullido que reverberó en el aire. Con movimientos rápidos como los de un felino, se apartó y, en un arranque inesperado, le arañó la cara a Casilda con una ferocidad que dejó marcas rojas en su piel.

El baño se convirtió en un revoltijo de agua y gritos. Ella, decidida a no rendirse, trató de sujetarla, pero la joven se debatía con una fuerza sorprendente. Cada intento por calmarla era respondido con un movimiento salvaje, como si anhelara escapar de una trampa invisible. Casilda, entre risas nerviosas y un poco de temor, se dio cuenta de que estaba lidiando con una criatura indomable.

Finalmente, después de una lucha encarnizada y tras haber superado la resistencia de la chica, logró sumergirla en el agua. El líquido, que al principio era puro y cristalino, ahora se había tornado un espeso color chocolate, manchado por el barro y la tierra que la joven traía consigo. A pesar del desorden, algo en su mirada comenzó a cambiar. La tensión se desvaneció y, al mirarse en el agua oscura, parecía contemplar no solo su reflejo, sino también un destello de la vida que había perdido.

Cuando la joven se miró en el reflejo del agua, así como Narciso lo hizo en aquel mito antiguo; se sosegó por un rato.

Pasados unos minutos, el baño había culminado, ambas estaban exhaustas, pero en el aire flotaba una pizca de conexión. Lo salvaje había sido domesticado, si solo momentáneamente, y en el caos, la humanidad de ambas había encontrado una vía de comunicación. El agua color chocolate era un pequeño recordatorio de la lucha, pero también del poder de la compasión y la entrega.

Fue despues de esta terrible sentencia que Casilda se acomodó para admirar el cuadro de la Tal Maruja.

El cuadro titulado "Marujita" era una obra que captura la atención con su simplicidad y profundidad emocional. Con unas dimensiones de casi un metro y medio de largo y 90 centímetros de alto, presenta una silueta femenina que se destaca por su minimalismo. La silueta de la mujer, cuya figura es sutil y elegante, parece estar inmersa en un momento de contemplación, admirando la oscuridad que la rodea.

El fondo del cuadro es predominantemente oscuro, lo que crea un contraste fuerte con la silueta de Marujita, que puede estar pintada en tonos más claros o en un color neutro que resalta su forma. Esta elección de color no solo enfoca la atención en la figura central, sino que también evoca una sensación de profundidad e introspección. La oscuridad que la mujer observa puede simbolizar lo desconocido o lo profundo del pensamiento y las emociones.

La posición de la silueta sugiere tranquilidad y reflexión, quizás retratando un momento de paz en medio del caos de la vida diaria. La obra invita al espectador a sumergirse en sus propios pensamientos y a contemplar qué es lo que Marujita ve en la oscuridad. En conjunto, "Marujita" es un cuadro que no solo adorna la sala de estar, sino que también provoca curiosidad y estimula la imaginación de quienes lo observan.

III

—¿Cómo te llamas, pequeña?

La Jóven no respondió.

—¿Sabes cuántos años tienes?

El mutismo no se rompía.

—¿Estás bien?

La chica seguía sin responder.

—¿Hola? — las tentativas de Casilda se estaban agotando, no sabía que otra interrogante usar para arrancarle de la boca algunas palabras a la chica muda.

La desconocida joven ahora olía a perfume, usaba una camiseta negra de lino bordado con la palabra "PAZ" en inglés, y un pantalón de gabardina que la hija de Casilda había utilizado en su última audiencia. Por unos momentos, su apariencia de fiera salvaje se había ido.

Casilda se encontraba sentada en un sillón, su curiosidad era desbordante. Frente a ella, la chica de ojos brillantes y pelo alborotado parecía perdida en sus pensamientos, absorta en la contemplación de un cuadro que adornaba la pared.

Estaba admirando la pintura, parecía absorta en su contemplación.

—¿Qué te parece, Marujita?, — preguntó Casilda, con un tono juguetón, al notar que la chica no respondía. Sin embargo, la joven seguía mirando el lienzo, donde un retrato de una mujer de mirada melancólica y vestido negro parecía cobrar vida.

—Es hermoso, ¿verdad? Mira cómo juega la luz en la tela… — continuó Casilda, pero sus palabras se desvanecieron mientras la chica, aún sin apartar la mirada del cuadro, murmuraba suavemente:

—Marujita…

Casilda frunció el ceño, sorprendida por la reacción de la chica. No le respondió, pero en sus labios se dibujó una sonrisa.

—¿Te gusta? Marujita, como tú.

La chica por primera vez en su estancia, sonrío; y dejó enseñar una tentadora perfecta y blanca. Ya no eran unos colmillos afilados como un diente de sable, y tampoco sus uñas parecían garras, como un abominable tigre, era una niña común y corriente, era una Niña llamada Marujita.

—¡De ahora en adelante te llamaré así! — exclamó, encantada por la idea.

La chica giró lentamente su rostro, como si despertara de un ensueño, y aunque sus labios permanecieron sellados, sus ojos destilaban un destello de complicidad.

Marujita, como la había rebautizado Casilda, volvió a mirar hacia el cuadro, estoica, como si en él encontrara un refugio. La imagen de la mujer pintada en el lienzo parecía transmitirle una calma inexplicable, un eco de su propia esencia perdida en el aire de la sala. Mientras Casilda seguía hablándole, relatando historias que pueblan su vida cotidiana, Marujita permanecía tranquila, permitiendo que la admiración por el arte envolviera su ser.

El cuadro se convirtió en el puente entre ambas, un silencio compartido que hablaba más que cualquier palabra. En medio de la conversación, Marujita estuvo presente, una presencia mágica que llenaba la sala de un encanto peculiar, Recordando que a veces, la conexión va más allá de las palabras; se encuentra en la apreciación y el asombro compartido.

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