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La Tía Sylvia

I

Una madre haría lo que fuese por su hija, eso no se discute, por lo tanto la futura madre adoptiva de Eleanor no soltó a la pequeña en ningún momento, y menos ante la presencia activa de aquella elegante mujer que se hacía llamar Sylvia; para todos los especialistas del hospital, era muy extraño que una mujer apareciese un mes después a reclamar a un neonato que nadie había ido a visitar, y que estaba a punto de ser dado en adopción. La policía llegó al lugar, los oficiales estaban anonadados ante el suceso tan peculiar, eran dos mujeres peleándose por un recién nacido, con la única diferencia de que en esta oportunidad Salomón no mandaría a buscar una espada para picarlo en mitades iguales.

—¿Podrías dejar que yo la cargue, por favor? — la tía Sylvia tenía un perfume muy fuerte, usaba unos tacones puntiagudos y se veía que nunca antes había cargado a un bebé — prometo tener cuidado.

—Deja que la cargue, no hará nada malo — le susurró un encargado de la recepción del hospital — aquí hay camaras en todos lados y seguridad, no pasará nada.

Aquellas palabras la calmaron un poco, aunque no desvanecían su desconfianza ante aquella mujer.

La madre adoptiva de Eleanor, con su sonrisa hipócrita y su corazón cerrado, se acercó a la tía Sylvia, que estaba sentada en la sala de espera. La pequeña Eleanor, envuelta en una suave manta, dormía plácidamente en sus brazos, ajena a la preocupación que burbujeaba en el alma de su madre.

—Señora Sylvia, ¿te gustaría sostenerla un momento? —preguntó, mientras acariciaba el cabello dorado de su bebé.

—Señorita — corrigió con Arrogancia.

La tía Sylvia, con su sonrisa forzada y una mirada que delataba un nerviosismo subyacente, asintió lentamente. Sabía que debía ofrecer apoyo, pero la imagen de sostener a la frágil Eleanor la llenaba de dudas. Ella había visto en ocasiones anteriores cómo su hermana fallecida podía ser torpe en sus movimientos, cómo sus manos, en lugar de ser suaves y delicadas, a veces parecían descoordinadas, como si se resistieran a obedecer a su voluntad.

La mujer le pasó a la pequeña Eleanor, a pesar de sus dudas. En ese instante, el corazón de la tía Sylvia dio un vuelco. Los pensamientos oscuros comenzaron a surgir, llenando su mente de preocupaciones. ¿Y si no podía sostenerla bien? ¿Y si sus manos temblorosas traicionaban su deseo de ser una buena tía? La imagen de Eleanor cayendo al suelo, rodando como un muñeco de trapo, la paralizó.

—Es tan pequeña, ¿Estás segura? —susurró la tía Sylvia, la voz apenas audible, mientras miraba a la madre adoptiva con ojos llenos de inquietud.

—Por supuesto, —la madre respondió con un entusiasmo fingido, sin captar la indecisión en la mirada de la tía.

Con un esfuerzo que parecía monumental, Sylvia extendió sus brazos y recibió a la pequeña. La fragilidad de Eleanor en su pecho era abrumadora. La tía sostenía a la bebé con dos manos, como si sostuviera un frágil cristal, pero no podía evitar una sensación de pánico. Un escalofrío recorrió su espalda mientras pensaba en lo desastrosamente que podría terminar ese momento.

Eleanor despertó lentamente, girando su minúscula cabeza en la dirección de la tía, sus ojos grandes y curiosos, ajenos a la tensión que flotaba en el aire. La tía, sin atreverse a moverse, la miraba como quien observa un tesoro, preguntándose, entre temores y deseos, si podría ser la tía que siempre había querido ser. Ella quería abrazar y amar a Eleanor, pero su miedo a dejarla caer seguía acechando en la profundidad de su corazón. ¿Podría ser suficiente la confianza que le otorgaban, o caería en su propia inseguridad? Además, también estaba sus problemas con la ira, los cuales nadie conocía, salvo ella...

—Me quiere quitar a mi hija, Nicolás — griraba en susurros la madre adoptiva a su esposo — ¡Me la quiere quitar!

—No te angusties, deja que la policía haga su trabajo... Quizás todo sea un malentendido.

II


Tras el luctuoso suceso, la Policía fue llamada para investigar el paradero de la familia de la difunta madre. Se iniciaron las indagaciones y, tras varios días de trabajo arduo, el equipo decidió contactar al registro civil en busca de pistas que pudieran llevarles a algún pariente. Los funcionarios del registro comenzaron a escudriñar los archivos en busca de conexiones familiares, cruzando datos que revelarían información vital.

Días de entrevistas con amigos y conocidos de la madre fallecida empezaron a arrojar luz sobre su historia. Una de las menciones recurrentes era la tía Sylvia, una mujer que había estado alejada de la vida familiar, pero cuyo nombre resonaba con cariño entre quienes recordaban a la madre de Eleanor. La policía se dio cuenta de que su presencia podría ser clave para establecer el vínculo familiar que todos buscaban.

Después de investigar más a fondo y realizar una serie de entrevistas exhaustivas, la Policía logró ubicar a la tía Sylvia. Cuando se le presentó la situación, ella se mostró sorprendida, a pesar de que ya había estado en el hospital, pero no dudó en compartir toda la información sobre su relación con la madre de Eleanor. Documentos, fotografías y relatos de su infancia confirmaron lo que muchos ya sospechaban: Sylvia era efectivamente la hermana de la madre de Eleanor, lo que la hacía la tía biológica de la pequeña.

Con esta evidencia en mano, la Policía se comunicó con la madre adoptiva, explicándole la situación legal y emocional que rodeaba a Eleanor. A pesar del dolor que eso significaba para ella, la ley era clara y estaba diseñada para proteger el bienestar de la niña. La conexión familiar era irrefutable, y el sistema debía priorizar los lazos sanguíneos por encima de cualquier otra consideración.

La habitación de Eleanor estaba impregnada de un aire de dulzura melancólica. La madre adoptiva, entró con una determinación sombría que la acompañaba desde que se enteró de la decisión de la agencia de protección al menor. Sabía que, a pesar de los esfuerzos de los médicos y de su propia intuición, todo estaba dispuesto para que la pequeña se quedará con la tía Sylvia, una mujer cosmopolita que siempre había mostrado más una frialdad distante que un maternal afecto.

Comenzó a organizar las pertenencias de Eleanor, cada objeto era un recordatorio de los días que había compartido con la niña. Las pequeñas muñecas de trapo, con sus ojos cosidos y sonrisas pintadas, fueron colocadas con delicadeza en una caja de cartón. Ella acarició las muñecas, recordando las risas que llenaban la habitación, los juegos y el brillo en los ojos de Eleanor. La caja se cerró con un suave pliego de papel encerado, como si contuviera un legado que no debía perderse.

El armario estaba repleto de ropa de colores vibrantes, muchas piezas hechas a mano por ella misma. Mientras doblaba cada vestido, cada chaqueta, no pudo evitar preguntarse si la tía Silvia alguna vez apreciaría ese esfuerzo, si alguna vez vería en esos detalles la esencia de lo que Eleanor hubiera sido en su hogar. Finalmente, apiló la ropa y decidió dejarlas con un mensaje escrito a mano: “Cuidado con estas prendas, llevan consigo cada sonrisa y cada abrazo”.

Mientras trabajaba, los comentarios de la agencia y de los médicos resonaban en su mente:

—Ella No está lista para ser madre, en realidad nunca lo fué — decían, insinuando que Sylvia no contaba con la capacidad emocional pertinente. — esa mujer se la pasa viajando y de continente en continente; no tiene una pareja estable y tienes serios problemas de ira que encontramos en sus antiguas historias clínicas... ¿Ustedes creen que una mujer así pueda cuidar de una recién nacida?¡Por Dios! Necesitan buscar en el diccionario la palabra sensatez, escudriñen la situación, no le quiten a la pequeña a esta mujer. La tía Sylvia puede visitarla cuántas veces quiera, pero no se la arrebaten a esta mujer que ha hecho todo lo posible para tener una hija A pesar de ser estéril.

A pesar de que Sylvia había mandado a realizar los trámites necesarios y había mostrado interés en cuidar a Eleanor, las dudas persistían. ¿Por qué la tía Sylvia no había realizado por sí misma los trámites? Ella lo atribuía a su poco tiempo y asuntos empresariales que tenía que resolver, Pero a pesar de que esta era una jugada en su contra, ya el trámite de adopción estaba anulado.

La Abnegada madre cerró los ojos, sintiéndose impotente ante un sistema que priorizaba el cumplimiento de un protocolo por encima de lo que realmente importaba: el bienestar de la niña.

Finalmente, su tarea llegó al fin. Todo estaba empaquetado, y el pesado silencio llenaba la habitación. Se acercó a la ventana y miró el jardín que habían cultivado juntas, lleno de flores que habían sido testigos de innumerables momentos compartidos. Sintió que el amor que había creado con Eleanor estaba atado a cada rincón de esa vida que debía dejar atrás.

Cuando llegó la hora de la entrega, respiró hondo. La idea de que Eleanor se encontrara con alguien como Silvia, cuya impronta maternal parecía más un deber que un deseo, la inquietaba. No obstante, sabía que no podía pelear más. No podía sostener a esa pequeña en sus brazos si otros, con mejores intenciones y condiciones, la habían reclamado.

Eleanor sería llevada a su nueva casa, y aunque la pequeña sonriera con inocencia, la madre sin hija llevaría en su interior la esperanza de que, quizás algún día, con amor y paciencia, la tía Sylvia pudiera convertirse en la madre que ambos deseaban.

Finalmente, el proceso de adopción se anuló, y, con una mezcla de tristeza y aceptación, tuvo que entregar a la bebé.

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