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Esquizofrenia adquirida

I

Casilda había notado una cierta incomodidad en la casa, y no porque Marujita estuviese todo el día en su cuarto y ya no le sonriera, sino porque de Noche era como si nadie estuviese en ese cuarto de huespedes, Maruja casi ni respiraba, a veces ni siquiatra su Tórax se inflaba y desinflaba cuando estaba en reposo. Parecía un muerto en vida.

Al día Siguiente despertaba cansada, demasiado para ser una jovencita que dormía ocho horas diarias. Rechazaba el contacto humano y gruñía cada vez que alguien se le acercaba, en Especial Carlos.

Carlos atribuía eso a el despertar de sus recuerdos.

—No sabemos su verdadero nombre, capaz ni ella se acuerda. Es posible que florezcan sus recuerdos tarde o temprano y eso le produzca incertidumbre — su fundamentación era muy acertada, Pero eso no perdonaba que estuviese desempleado y pasase todo el día acostado en el sillón de la sala.

—Carlos, tenemos que hablar. Esto no puede seguir así.

—¿De qué hablas, mi amor? Estoy seguro de que todo se resolverá pronto. Solo necesito un poco más de tiempo.

—¿Tiempo para qué? ¿Para seguir apostando en esos hipódromos? Necesitamos un cambio real. Necesitas un nuevo empleo, algo estable... y dejar de lado esas apuestas.

—Vamos, no es para tanto. De hecho, estoy en la búsqueda de un trabajo digno, te lo prometo. — Carlos r está bien importancia a todo lo que en realidad tenía suma importancia — Solo tengo que salir a la calle, hacer unas cuantas entrevistas y todo estará bien.

Casilda suspiró profundamente.

—¿Y mientras tanto? ¿Vas a seguir evadiendo la realidad? Ya ni recuerdo la última vez que llegaste a la casa con un buen mercado. Y, Carlos, el alcohol... eso también tiene que parar. ¿Por qué no consideras una terapia de Alcohólicos Anónimos?

—No necesito eso, ¡No seas anticuada! Estoy bien, solo disfruto de una copa de vez en cuando. No es un problema.

—¿Disfrutar? Carlos, está afectando tu vida y nuestra relación. Lo estás minimizando, pero necesitamos hablarlo. ¿Sabías que he estado recibiendo llamadas de la inmobiliaria? ¡Podrían desahuciarnos! Si no haces algo, no solo perderás el control sobre tus apuestas y el alcohol, sino también sobre tu vida. Además, Marujita te tiene miedo.

Carlos se quedó livido, su palidez hizo dudar a Casilda; empezó a escudriñar la situación, llegó a inferir que Carlos tenía que ver con el mutismo de la joven.

—Bien, pero también tengo mis sueños. Tengo derecho a divertirme. Hoy hablé con un amigo sobre un trabajo en una empresa de transporte. Está muy bien pago. Solo tengo que darle un seguimiento.

La mujer se estaba desesperando, estaba perdiendo la paciencia. A lo lejos, en el otro cuarto, Marujita se tapaba los oídos con almohadas para no tener que escuchar aquella discusión... En sus adentros, desea ñba que Casilda se divorciara de una vez, y pusiera fin a su relación que se iba en picada. Además de no amargarse más la vida, no tendría que soportar los manoseos de Carlos nuevamente.

—Pero eso no es suficiente. — gritó Casilda -— Necesitas estabilizarte primero. Te lo estoy pidiendo, por favor. Piensa en nosotros, en cómo estamos viviendo. Una terapia podría ayudar. No estás solo en esto.

—Siempre con lo mismo, ¿no? No quiero que me encasilles. Puedo manejarlo a mi manera.

—No se trata de encasillarte, Carlos, se trata de que vuelvas a ser el hombre que eras, el que me hizo soñar. No quiero que esto acabe así.

—Lo sé, pero... no sé si estoy listo para eso.

Casilda suavizó el tono de su voz, con la esperanza de que su pareja recapacitara.

—Solo te pido que pienses en ello. No me dejes sola en esto. Lo que sea que decidas, quiero estar contigo, pero también necesito ver que estás dispuesto a cambiar.

—Está bien... Tal vez debería pensarlo.

—Eso es un comienzo. Hablemos más sobre esto mañana, por favor.

—De acuerdo. Mañana lo hablamos.

II

Aleluya...

¿No crees que sea mejor pronunciarlo con signos exclamativos?

Está bien.

¡Aleluya!

¿Así suena mejor?

Excelente.

Maruja se sentó en la cocina, con una taza de café humeante entre las manos, observando cómo el vapor se disipaba lentamente en el aire. A través de la ventana, las hojas de los árboles danzaban con el viento, mientras su mente se alejaba en pensamientos. No podía evitarlo; algo en su interior la empujaba a reflexionar sobre la Tía Sylvia, esa figura tan compleja que había ocupado un lugar especial en su vida.

La relación entre Maruja-Eleanor y la Tía Sylvia siempre había sido contradictoria. Desde niña, había sentido la presencia de su tía como un eco distante. Sylvia era una mujer de carácter fuerte, conocida por su independencia y su manera directa de enfrentar la vida. Sin embargo, en su trato, había una sombra de frialdad que nunca logró desentrañar. A menudo, las visitas eran más una serie de reproches velados que de abrazos cálidos; las palabras de amor nunca salían de los labios de Sylvia.

Aun así, Maruja se encontraba ahora en una encrucijada emocional. Se preguntaba por qué, a pesar de todo, la extrañaba. ¿Acaso era su imagen de tía lo que añoraba, o había algo más profundo que no tenía del todo claro? Las tardes de verano pasadas en su casa, con el olor a canela y vainilla flotando en el aire de la cocina, venían a su mente como un eco persuasivo, pero también eran recuerdos teñidos de incomprensión y distancia.

Maruja se dio cuenta de que, a pesar de la falta de ternura y del amor que jamás se había manifestado de manera genuina, había algo en la esencia de Sylvia que la atraía. Tal vez era la forma en que desafiaba el mundo, cómo nunca se detuvo frente a los prejuicios, o su inquebrantable determinación que la mantenía en pie frente a la adversidad. Maruja decidió que era esa fuerza la que ahora la seducía, una fuerza que, de alguna manera, había moldeado a su imagen y semejanza.

—¿Cómo puede ser que te sientas así por alguien que nunca te mostró amor? — se susurró a sí misma en un arranque de confusión.

Había tantas preguntas sin respuesta, tantas emociones entrelazadas en un entramado de recuerdos. Era como si la Tía Sylvia se hubiera convertido en un símbolo de todas las relaciones difíciles, todas las conexiones humanas que, a pesar de la frialdad, dejaban una huella indeleble.

En ese instante, Maruja comprendió que extrañaba no solo a Sylvia, sino la oportunidad de haber tenido una relación auténtica con ella. La tristeza de lo que nunca fue, de lo que nunca pudo ser, la invadió con fuerza. Maruja suspiró, llevando la taza a sus labios, buscando consuelo en el café caliente. Quizás, del mismo modo en que los recuerdos de su tía la perseguían, también podrían enseñarle a abrazar la complejidad del amor: a veces frío, a veces ardiente, pero siempre presente en sus diversas formas.

Igual ya no había de que lamentarse, Sylvia estaba muerta, ardía en el infierno por su incompetencia, por su desamor e indiferencia.

El leve aroma a jazmín de las plantas que adornaban la ventana se mezclaba con el café que había preparado. Sin embargo, a pesar de la calidez del entorno, un frío insidioso se apoderaba de ella. Habían pasado 3 años desde que la desaparición de su tía se volvió un hecho irrefutable.

Mientras las agujas del reloj marcaban los minutos con una lentitud exasperante, Maruja comenzó a recordar las últimas palabras de su tía en todo agradable:

—Siempre estaré de viaje, niña. La vida es una aventura que no se detiene.

Aquella frase resonaba en su mente como un eco persistente. ¿Era posible que su tía, con su espíritu indomable, simplemente hubiera decidido embarcarse en una nueva aventura, lejos de todos ellos?

La duda se aferraba a su corazón. Maruja veía el mundo en sepia, como si el tiempo se hubiera detenido en el instante en que Sylvia desapareció. En cada rincón de su mente había rastros de ella: las fotografías enmarcadas, la chaqueta tirada en el respaldo de la silla, los libros diseminados por la mesa. Si su tía realmente estuviera muerta, ¿por qué todo parecía tan... vivo?

Maruja empezó a divagar, imaginando a su tía en algún lugar exótico, riendo al viento mediterráneo, con esa risa contagiosa que tan bien conocía.

—Quizás está explorando las calles de Barcelona, o disfrutando de un atardecer en Valli — pensó, llenándose de una mezcla de melancolía y esperanza.

Pero la realidad había sido cruel; la búsqueda había concluido sin respuestas, solo con esa sensación de desasosiego. La policía había hecho lo que pudieron, y los amigos de su tía habían expresado su preocupación, pero todos coincidían: su espíritu libre siempre fue incontrolable.

Maruja negó, de manera casi automática, la posibilidad de que estuviera muerta.

—No, no puede ser... Ella siempre regresa. — se repetía como un disco rayado, recordando las veces en que su tía desaparecía por semanas, dejando pequeñas notas llenas de promesas de aventuras por venir.

Tal vez, solo tal vez, no había sido diferente.

—Ella me abandonó en un lugar recóndito y lejos, quiso deshacerse de mí, no entiendo por qué me preocupo tanto por su paradero.

Es porque eres noble y empática, Eleanor.

¿Eleanor?

Se había acostumbrado a que la llamaran por el diminutivo Marujita, que ya no recordaba su nombre de pila. ELEANOR, escrito en mayúsculas y cursivas, figuraba en su registro de nacimiento. Hija bastarda de un general casado y concebida en adulterio.

Creo que es pecado pensar en esto.

Se levantó del sillón, caminado con paso decidido hacia las fotografías en la pared. La imagen de su tía sonriendo en una playa le devolvió un rayo de luz.

—¿Y si realmente está de viaje? ¿Y si está viva? — se cuestionó con un destello de esperanza.

Pero el silencio de la casa la envolvía, regresando a la cruda realidad.

—¿Y si nunca regresa?

La pregunta hirió su pecho con un dolor que le roía el alma. Un viaje interminable… cuya última parada seguía siendo desconocida.

Maruja sintió el peso de la incertidumbre, el tira y afloja entre la realidad y su deseo de creer en los cuentos, y en un momento de silencio, se permitió llorar. Porque, al final, en medio de preguntas sin respuesta, lo que verdaderamente le dolía no era la ausencia física, sino el vacío que su tía había dejado en su vida.

Finalmente, decidió que si su tía estaba de viaje, Maruja también lo estaba, encerrada en un laberinto de recuerdos y emociones que esperaba algún día poder explorar sin miedo a perderla en el camino. De un modo u otro, la vida continuaría, ya fuera en un vuelo lejano o en el rincón olvidado de su casa, esperando su regreso.

—Marujita, ¿En qué piensas? — lente arrojó Casilda, magnánime y con un uniforme de trabajo muy colorido.

Maruja, como siempre, sonrió y negó por la cabeza cualquier signo o síntoma esquizofrénico.

—¿Sabes algo? Volveré a trabajar... — Casilda estaba muy emocionada, pero a la vez algo aturdida. Maruja sabía que no iba a trabajar por deseo propio, sino porque la hipoteca de la casa se lo pedía.

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