Desheredada
I
Desde que mi tía se fue de viaje hacia aquellas tierras remotas, un nudo de incertidumbre se ha ido formando en mi estómago. Cada día miro el teléfono con la esperanza de que suene, pero el silencio es abrumador. Me pregunto si continúa de viaje, explorando paisajes que solo había visto en fotografías, o si, en un giro oscuro de la fate, ha fallecido en algún lugar que ni siquiera conocemos.
A veces, la mente juega trucos y, en un arranque de paranoia, no puedo evitar preguntarme si, tal vez, fue secuestrada por nativos americanos. Recuerdo las historias que me contaba sobre las culturas ancestrales, sus tradiciones y su forma de vida. ¿Y si se adentró demasiado en su mundo y se encontró con algo más de lo que podía manejar? La idea de que algo así haya ocurrido me paraliza.
La falta de noticias es un eco ensordecedor, y cada trivialidad cotidiana se siente insignificante al lado de la angustia que me consume. Solo quiero saber si está bien, si está en casa o si, de algún modo, su espíritu sigue vagando por esos lugares de ensueño que solía contarme. La ansiedad se convierte en un compañero constante, y me pregunto, una y otra vez, ¿dónde está mi tía?
La oscuridad se cierne sobre mi habitación, como una manta pesada que me aprieta el pecho y me impide respirar. A veces, deseo que el día nunca termine, porque al caer la noche, mis pesadillas se despiertan, como monstruos hambrientos que acechan en las sombras.
Mi tía siempre está ahí, su risa burlona resuena en mis oídos, incluso cuando no está cerca. La llamo "la tía Malvada", y aunque no debo hablar de ella, porque me dice que mis palabras son insignificantes, su presencia me recorre el cuerpo como un escalofrío. No puedo olvidarla, no importa cuán fuerte intente ser. Mientras me acurruco en mi cama, apretando mis dedos contra las sábanas, sé que el verdadero horror no está en mis sueños, sino en la cruel realidad que me rodea.
Cuando me atrevo a cerrar los ojos, surge la oscuridad. Empezamos a jugar un juego horrible en el que siempre pierdo: ella es la dueña de mi mente y mis miedos. A veces, soy una marioneta atada a hilos invisibles, obligada a danzar en círculos mientras la tía Malvada observa con una sonrisa torcida. Otras veces, me encuentro atrapada en un laberinto de espejos, donde cada reflejo que veo es una versión más angustiante de mí misma. Intento gritar, pero mi voz desaparece, ahogada por una risa que resuena como eco en mis adentros.
De repente, las sombras cobran vida, convirtiéndose en figuras sombrías que se acercan lentamente. Puedo ver sus ojos brillantes, llenos de malicia, y su aliento frío danza contra mi piel. Quiero huir, pero mis piernas están ancladas al suelo, como si la tía Malvada hubiera puesto un hechizo sobre mí. ¿Por qué no pueden los padres estar aquí? Ellos me protegerían de esta locura. Pero ellos se fueron, y solo queda el estruendo de sus risas burlonas.
De vez en cuando, la tía me encuentra en mis pesadillas. Aparece con su vestido oscuro, como un espectro que me mira y se ríe. Cada vez que la veo, el terror me consume, y sé que en sus manos crueles puedo perder lo único que a veces encuentro en mis blandidas: un atisbo de calidez y amor. Por lo que hago lo único que puedo: me entrego a la oscuridad, esperando que al amanecer, pueda encontrarme, al menos por un breve momento, libre de sus influencias.
Pero siempre regreso a mi cama, y al despertar, la tía Malvada ya está ahí, esperándome con sus ojos que chispotean. La vida puede que no sea sólo pesadillas, pero mientras ella siga a mi lado, el terror de la noche estará invariablemente presente.
Ha muerto, y todo es por mi culpa.
II
No todo es como lo presenta la mente humana. No todas las personas se vuelven locas y terminan en el manicomio por un suceso como este: La mayoría se compran ropa nueva, se realizan el manicure y pedicure, se planchan y entintan el cabello, para finalmente llamar al Marido e irse lejos de la mala experiencia. En el caso de la Solterona Sylvia, pasó días en el hospital, tuvo una fractura en la pierna, por lo que los terapeutas le mandaron a desplazarse en una destartalada silla de ruedas donada por el hospital. Ella hizo caso omiso, y ni siquiera quería utilizar muletas de madera, sino de diamantes y Metal. Pasados varios días dada a su insistencia de no utilizar esa horrible silla de ruedas, su chofer le compró otra que relucía a la luz del sol como juguete nuevo. De esa manera pudo volver a la casa donde su asesina la esperaba.
¿Asesina? ¿Eleanor, una asesina?
Aunque Sylvia no lo decía, El golpe en la cabeza la hizo volverse más loca de los nervios... Hasta llegar a pensar que Eleanor quería matarla, no quería verla, siquiera se atrevían a comer en la misma mesa. La pobre Eleanor en su inocencia, pensaba que ese disociativo comportamiento se le pasaría en un par de días, pero se fue extendiendo poco a poco durante todo el mes de junio.
Ya la situación se Estaba volviendo insoportable.
Eleanor se encontraba en el umbral de la habitación, su corazón latía con fuerza mientras se preparaba para enfrentar a su tía Sylvia. La luz del atardecer se veía a través de las cortinas, creando un ambiente melancólico que reflejaba el estado de ánimo de ambas. Había pasado tiempo desde que la familia paterna se había reunido en aquel viejo y familiar hogar, y la tensión era palpable.
—Sylvia, por favor, escúchame —comenzó Eleanor, con la voz temblorosa. Quería explicarle lo que había sucedido, la confusión que había reinado en esos días pasados. Pero mientras hablaba, vio cómo la expresión de su tía cambió de curiosidad a desconfianza.
—¡No me mientas, Eleanor! —gritó Sylvia, interrumpiéndola—. ¡Sé lo que planeas! Intentas hacerme daño, intentas volverme loca como le pasó a tu madre.
El rostro de Eleanor se llenó de consternación. Nunca había tenido la intención de herir a su tía. Aquella charla era precisamente lo contrario; deseaba sanar las heridas de su relación. Pero la histeria de Sylvia parecía haber tomado el control, como un torrente que arrastra todo a su paso.
—No, tía, no es así —suplicó Eleanor, dando un paso adelante. Ella deseaba tocar su mano, hacerla sentir que estaba ahí, que la comprendía. Pero Sylvia retrocedió, su mirada estaba llena de un miedo y una rabia que hacía tiempo no había visto.
—¡Aléjate de mí! —gritó nuevamente, aumentando su volumen hasta llegar a un tono desgarrador—. ¡No quiero que te acerques! ¡Eres igual que ellos!
—¿Quiénes?
—¡Ellos!, Los intrusos, los que no me dejan dormir, y me susurran al oído cosas horribles... ¡Ya no te soporto! Mira como me has dejado — Sylvia a veces decía cosas que lastimaban a Eleanor, pero esta era el colmo — Vienes a mi casa, te cuido desde que eras una bebé, te alimento, te limpio y te he visto... ¿Qué agradecimiento tengo? Solo me has causado predicamentos y problemas financieros.
El eco de su grito resonó en la casa, y pronto se escucharon los pasos apresurados de los criados que acudían al llamado de la mujer. Eleanor sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, incapaz de entender cómo habían llegado a este punto.
Los criados, finalmente, llegaron a la escena, y al ver a Sylvia en tal estado de pánico y cólera, actuaron rápidamente. Sin dudar, se acercaron a ella, intentando calmarla. Pero Sylvia, cada vez más agitada, empujó a uno de ellos con frenesí, gritando descontroladamente que la dejaran, que no la encerraran.
—Sylvia, por favor, —dijo uno de ellos—, necesitas descansar. Estás agotada.
Pero ella solo podía pensar en su supuesta traición. En un abrir y cerrar de ojos, la llevaron a su habitación; sus protestas resonaban por los pasillos. Una vez dentro, cerraron la puerta, asegurándola con un pestillo, mientras su enfermera de confianza, una mujer robusta de voz suave, intentaba calmarla con palabras dulces y tranquilizadoras.
Eleanor, al otro lado de la puerta, se quedó paralizada. Escuchaba los gritos de su tía, los sollozos y susurros que se convertían en una mezcla de angustia y desesperación. Se sentía impotente, herida por la incomprensión de Sylvia, y se dio cuenta de que, a pesar de sus intenciones, todo se había vuelto en su contra. Más que un acercamiento, había creado una grieta aún más profunda entre ellas.
—¡Me va a tocar llevarte a la casa de tu abuelo paterno! — se escuchó desde el fondo de la habitación.
En un instante, la niña que alguna vez había llenado de risas esa casa se sentía atrapada en un laberinto de culpa, y se preguntaba si alguna vez podría encontrar el camino de regreso.
III
A los pocos días Eleanor encontró la silla de ruedas abandonada en el cobertizo de la casa.
Eleanor recorrió cada rincón de la casa, llamando al nombre de su tía Sylvia con una mezcla de ansiedad y confusión. La mansión, con su inconfundible aire de antigüedad y elegancia, parecía vacía, como si el tiempo se hubiera detenido en un eco de soledad. La tenue luz proyectaba sombras dispersas que danzaban por las paredes, pero Sylvia continuaba ausente.
Desesperada, se dirigió a la criada Carlota, una mujer mayor que llevaba décadas en la casa.
—¿Ha visto a mi tía, Carlota? — preguntó Eleanor, su voz un hilo de preocupación.
La criada levantó la vista de manera solemne, sus ojos oscuros reflejando una tristeza profunda.
—No se nada, hija mía.
—Por favor, debes de saber algo, Tú sabes muy bien que yo no fui la culpable de que ella tuviera ese accidente.
La anciana se estrujó las manos, y miró a los ojos de la joven Eleanor, la había cuidado desde pequeña y sabía que ella no había una pizca de maldad, salvo cuando se escapaba de noche a sus fiestas clandestinas y volvía casi al amanecer.
—Te lo diré, pero por favor que ella no se entere que yo te hablé. Me lo tiene prohibido.
—¡Gracias mi Viejita Adorada!, ¿Qué pasa con mi tía?, ¿A dónde ha ido?
—Se ha ido a ver a su abogado, — respondió con cautela. —Me ha dicho que tiene intenciones de cambiar el testamento... y que planea desheredarte, querida.
Las palabras cayeron sobre Eleanor como un balde de agua helada. Se quedó paralizada, el corazón latiendo con fuerza. ¿Desheredarla? ¿Después de todo lo que habían compartido? No podía imaginar que su tía, a quien había amado y respetado tanto, realmente considerara hacer algo así. La traición y el desamparo la invadieron, y un torrente de emociones turbulentas la abrumó.
Sin poder contenerse, dio un paso atrás y sus pies tropezaron con un escalón. Antes de que pudiera reaccionar, se precipitó por las escaleras, el tiempo pareciendo ralentizarse en el momento del impacto. La caída fue un eco del accidente de su tía, ocurrido dos semanas atrás en el mismo lugar. Eleanor recordó vívidamente cómo la noticia del accidente había sacudido a la familia; la preocupación en los rostros de todos, la incertidumbre y la angustia que siempre venían con el peligro.
El suelo la recibió con un golpe sordo, y el dolor se disparó por su cuerpo, pero su mente aún estaba atrapada en la revelación de la criada. Mientras yacía allí, la sensación de desamparo la envolvió. Se preguntó si la historia se repetiría: dos mujeres de la misma sangre, unidas por la tragedia, separadas por decisiones imbuidas de dolor.
—¡¿Eleanor?! — la voz de la criada resonó desde lo alto de las escaleras, volviendo a la realidad. — ¿Estás bien?, ¡Hija mía! Déjame buscar ayuda... ¡Dios mío! ¡Sangre!
Con esfuerzo, Eleanor se levantó, sintiendo cada músculo protestar. Las contusiones en su cuerpo eran muchas, y algunas heridas habían causado un enorme charco de sangre en la alfombra... la tía Sylvia Se molestaría en su regreso al ver la casa ha hecho un desastre. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, pero aún así, sabía que debía enfrentar esta nueva y devastadora realidad. Su tía podía estar fuera de sí, pero Eleanor no permitiría que la historia se repitiera sin lucha. Se iría a buscar respuestas, a entender, y a pelear por lo que era suyo, aunque eso significara enfrentarse a la mujer que había considerado su apoyo incondicional.
Cuando regresó Sylvia, empezó a gritar a todos los confines de la tierra:
—¡Eleanor!, ¿Dónde estás cariño? Te tengo buenas noticias...
La criada salió tímidamente de la cocina, y le informó lo sucedido.
—¡Bien dicen que la Justicia Divina es la mejor! — exclamó la tía Sylvia mientras se encerraba en su cuarto. — mañana le harás una visita al hospital, Y si hace falta dinero, me avisas para hacerte un cheque.
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