7. Alguien leal a la jefa
*Foto de Sherlock en multimedia
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7. Alguien leal a la jefa
Entro a la clínica veterinaria de espaldas, empujando la puerta con mi trasero, porque debo utilizar mis dos manos para cargar a Sherlock. Con una la sujeto a ella y con la otra la camisa que improvisé como pañal.
—Urgencia, urgencia, urgencia —repito al entrar.
—Buenos días —me saluda la doctora, mirando con preocupación a Sherlock—. ¿Usted fue quien llamó hace una hora?
Asiento dejando caer sobre mi nariz un par de gafas oscuras. Tengo resaca, no me quería levantar temprano hoy, pero durante la madrugada Sherlock se convirtióen un disparador de excremento.
Lo siguiente para hacer es cambiar la alfombra de mi sala.
—La perra —digo, mostrándosela—. No sé de dónde le sale tanto.
La doctora me pide a Sherlock y reacomodando mi bolso la sigo hasta su consultorio. Dentro hay otro perro anestesiado y su dueña con un niño pequeño junto a él.
—¿Qué comió? —me pregunta la doctora.
«¿Qué com...?». Ah, se refiere a Sherlock.
Alzo los hombros.
—No tengo idea, yo estaba ebria.
Los tres: la doctora, la madre y el niño viran su atención hacia mí y no es algo bueno.
«¿Qué si me denuncian y quitan a Sherlock por negligencia?»
Fuerzo una sonrisa.
—No es que siempre esté ebria... No frente a la perra. Que ni es mía, me la encargaron.
Las gestos escrutándome no mejoran.
—Recuerdo verla comiendo de una bandeja de queso mascarpone —me apresuro a hacer memoria—. Caro —añado al escuchar que Sherlock ha decidido lanzar otra plasta ahora mismo.
—«Queso mascarpone» —repite la doctora, evaluándola.
—Y cuando desperté tenía a su lado un vaso de yogur, y yo no recuerdo haber comido yogur —La mandíbula de Sherlock se endurece al hacer fuerza— y quizá también comió mortadela... y algunos Snacks —Miro con asco otra caca salir—. En la fiesta había Snacks, lácteos y embutidos.
La boca de la doctora es una línea recta.
«Tengo que salvarnos de esto».
—Éramos como cien personas. Dudo que alguien haya visto comer algo más a la perrita.
—Aitor, tráeme una loperamida —pide la doctora a otra persona en la habitación continua— para un Caniche Poodle Toy.
«Un Caniche Poodle Toy con estómago de vaca», pienso, con Sherlock viéndome.
—No pesas más de tres kilos. ¿Qué tanto más puedes sacar? —le recrimino.
—También debe darle agua con sales minerales —aconseja la doctora en lo que ella y otro chico con bata le dan una pastilla a Sherlock.
—Métalo todo dentro de una bolsa junto con una receta, yo me encargo —musito, sintiendo estallar mi cabeza y arder mi pecho.
«D i a b l o s».
Por darle prioridad a Sherlock yo misma no he tomado nada.
—No venden aspirinas o antiácidos para humanos, ¿cierto? —pregunto y no contestan.
...
Jefa, el señor Rodwell llamó preguntando por usted. Tiene agendada una reunión a las 10.
—Mierda... la olvidé —exclamo, al leer el mensaje de Grisel.
Y como no me dará tiempo de llevar a Sherlock al apartamento de Pipo o esperar un taxi a que venga a recogerla, la acomodo otra vez en el asiento del copiloto para llevarla conmigo.
...
Me deslizo fuera del elevador de la misma forma que entré a la clínica veterinaria: con una mano cargando a Sherlock y con la otra sujetando el pañal. Eso además de mi bolso y una bolsa plástica con cosas para perro.
El personal de Doble R esboza gestos de asombro al verme.
—Hoy es el día de traer mascotas a la oficina —mascullo.
—No sabíamos —se quejan.
«No me digan».
—Olvidé reenviar el memo.
Y también, del mismo modo que en la clínica, hago retroceder la puerta de la sala de reuniones con mi trasero. Rodwell, sentado en la cabeza de la mesa, deja caer un lapicero en su mano al verme.
—¡¿Es en serio?! —exclama Lobo, riendo.
La reunión es con él y otros dos ejecutivos.
—Es una larga historia y contárselas nos haría perder el tiempo —justifico—. En conclusión: no podía dejarla sola porque tiene diarrea.
Con actitud digna reacomodo a Sherlock sobre mi regazo al ocupar mi silla.
—¿Esa camisa no es mía? —pregunta Lobo al ver de cerca el «pañal».
Hago girar mis ojos.
—La encontré anoche cuando revolví mi closet y no le iba a poner algo mío.
Sherlock aprovecha la ocasión para volver a soltar otra caca muy sonora. «¡Bien ahí, chica!»
Lobo me ve molesto.
—Si quieres te la devuelvo ahora mismo —ofrezco, empezando a sacarle la camisa-pañal a la perrita.
Atento a mi tono, Lobo también hace girar sus ojos.
Sin importarme, saco de la bolsa el tazón de agua de Sherlock y lo empujo hacia él.
—Ahora ve por agua porque se la debo dar con sales minerales.
Lobo empuja su silla hacia atrás escandalizado.
—Ya —agrego, tajante—. Y purificada porque ella no bebe del grifo.
Y aunque parece querer negarse, va por el agua.
«¡Já!»
Rodwell carraspea.
—Listo. Continúen —digo, instando a los otros ejecutivos a seguir hablando.
Durante la reunión Rodwell asume que mi demora se debió a trabajo, algo de beneficio para Doble y, por ende, para él.
Le sonrío con hipocresía.
—¿Entonces... nos traes alguna buena noticia, Ivanna? —inquiere, expectante. Listo para oír cómo engroso su bolsillo.
—Todo a su debido tiempo, Lionel —Mantengo la sonrisa hipócrita en mi boca—. Todo a su debido tiempo.
De él mismo aprendí a calcular mis pasos.
Por otro lado, la competencia por la vicepresidenta comenzó con Lobo a la cabeza. No obstante, a petición mía, cada semana revisaremos uno por uno los contratos que consiguió firmar y personalmente haré llamadas para verificar que sus logros son reales. Ni a él ni a Lionel les cae en gracia, pero los dos ejecutivos que vinieron como testigos en representación del resto, me lo agradecen con gestos amables y a causa de mi historial con Lobo yo misma lo disfruto enormemente.
Cuando regresa con el agua de Sherlock me dirijo a él.
—No son grandes logros —digo, devolviéndole las hojas de sus contratos—. Poco menos de la mitad de nuestros ejecutivos trabajan en Doble R desde hace dos años y, si los comparamos con la otra mitad que no empezaron a dar el 100% hasta que los amenacé con sustituirlos, esto es patético. Deberías llevar un mejor récord, Marcelo. Se supone que tienes más experiencia.
—Me esfuerzo, jefa —dice Lobo, mordaz.
—No lo dudo —sonrío—. Por lo que sería déspota de mi parte exigirte más de lo que tu intelecto puede dar.
Los otros dos ejecutivos en la mesa esconden una sonrisa y Sherlock, oportuna, deja caer más popó en el pañal.
—¿Esta es la nueva lista de cuentas imposibles? —le pregunto a Rodwell, señalando el papel en su mano; quien, sabiendo que será inútil callarme, solo guarda silencio.
Me entrega la lista y también la reviso.
—Sí. Ninguna a tu alcance, Lobo. Una pena. Pero estará interesante la competencia.
Malhumorado, Lobo coge aire y se sienta más derecho en su silla.
—¿Alguien conoce a algún chico bobo que venga a servirle de perrito faldero a Ivanna para que mejore su humor?
Alzo la cara con altivez. «Así que eligió ese terreno».
Preparen, apunten y...
—Lobo, querido —Me aseguro de hablar hasta que haya silencio para que todos en la mesa escuchen—, ¿qué culpa tiene Luca de, a diferencia de ti, ser algo más que mi ex asistente? —Hago énfasis en «Ex».
Lobo frunce el entrecejo:
—¿Y qué es Luca además de tu «Ex» asistente?
Entrelazo mis manos sobre la mesa.
—El chico que rechazó el puesto para el que tú mismo demuestras no ser capaz —digo, señalando los contratos.
«¡FUEGO!»
—Sí soy capaz, Ivanna —Casi se pone de pie al decirlo.
—Demuéstralo entonces —trueno mis dedos—. Porque no permitiré que vuelvas a jugar con mi tiempo trayendo cuentas que yo misma pude conseguir con un simple mensaje de texto.
—Ivann...
No lo dejo hablar.
— Y me encantaría quedarme más tiempo —le acomodo el pañal a Sherlock—, pero tengo cosas que hacer.
Eso es suficiente para no ser la única que se pone de pie.
Cojo mis cosas y voy para afuera.
—Ivanna, espera —escucho que me llama Rodwell, pero no me giro, solo le hago tiempo para que me alcance en la puerta.
Y de ese modo, a la vista de todos en el quinto piso, caminamos hacia mi oficina.
—Al dirigirte a Lobo hiciste bien en recordarme que hace dos años cambiaste a la mitad de la planta ejecutiva —dice, mirando con inconformidad a Sherlock.
—Y por lo mismo los resultados han mejorado. Lobo sigue siendo un lastre, pero...
—Tú tampoco has estado dando el 100%, Ivanna —me acusa Rodwell, ahora sí mirándome.
Cuando llegamos a la puerta de mi oficina nos volvemos el uno al otro para estar frente a frente.
—Hoy vienes desmaquillada, olvidadiza y somnolienta, y no es la primera vez. Desde hace meses han visto a tu secretaria traerte cafés cargados.
Retadora, cambio el peso de mi cuerpo de una pierna a la otra. «Así que ahora es eso lo que hablan de mí».
—Imagino aún tienes problemas con el alcohol —continúa Lionel y entrecierro mis ojos—. Y no digas que no es una posibilidad.
—¿En sus seis años como vicepresidente, Aguilera te dio mejores resultados que yo en dos? —devuelvo.
—Ivanna...
—Contesta. —Aprieto mis dientes al hablar.
—No —reconoce—. Pero al principio te esforzabas más —se apresura a agregar.
Abro la puerta de mi oficina para pasar de él.
—Y el 30% que me ofreciste el otro día sin duda es un gran incentivo, Lionel —Con Sherlock en brazos entro sola a mi oficina, y, sin dejar de ver a Rodwell retadora, empiezo a cerrar la puerta con mi codo—. Así que respira tranquilo.
Él alza la cara.
—Respira —le repito, ahora viendo la puerta cerrarse.
...
Tan pronto como estoy a solas, siento la adrenalina apoderarse de mí.
Bajo a Sherlock para que camine por la oficina y camino de un lado a otro dejando salir aire que retengo.
«No le pertenezco».
«Soy dueña de mí misma».
«Le voy a arrojar su 30% a la cara».
«Soy la jefa».
Harta, imagino que todo Doble R está presenta y los encaro desafiante. «¡Vamos; sigan llamándome Perra, Bruja, Víbora o Loba!» «¡Hoy más que nunca quiero escucharlos... ! ¡Hoy más que nunca!»
Me temen.
Me temen desde que soy la vicepresidenta y, todavía peor, desde que escucharon que puedo ser la presidenta.
«¡Gané!»
«¡Gané yo!»
En Doble R soy una reina... y en la soledad un desastre que trata de manejar la ilusión de volver a ver a Luca.
Pero, aquí, de igual forma, terminaré siendo un desastre si no ando con precaución. De modo que camino hacia mi escritorio, tomo asiento y dudosa saco un espejo de mi bolso.
«Es cierto que olvidé maquillarme».
No lo hice con tal de llegar a tiempo a la veterinaria, pero se está haciendo costumbre y por ahora no debo dar de qué hablar.
Por ahora.
«Manos a la obra».
Mientras saco mi maquillaje vigilo de reojo a Sherlock: le está ladrando a un pájaro instalado al otro lado de la ventana panorámica.
—Al menos ya no tienes diarrea —digo, empezando a limpiar mi cara con una toallita—. Y solo te digo que, como se te ocurra volver a hacer una fiesta como la de ayer, no te vuelvo a invitar a mi apartamento. Eres mala influencia.
»¿Qué harás cuando Pipo se mude con su novio? Él es alérgico a los perros —le recuerdo—. Por eso cuando va con él te deja conmigo.
»No, conmigo no —le advierto cuando se gira hacia mí. Está moviendo su colita—. El otro día destrozaste uno de mis zapatos Stuart Weitzman y hoy la alfombra de mi sala —Sherlock me ladra—. Sí, pero yo no te obligué a comerte ese queso.
Me sigue ladrando.
Grisel toca y entra a la oficina cuando estoy terminando de maquillarme.
—¡Pero qué hermosa perrita! —cuchichea al ver a Sherlock, que corre hacia ella saltando en dos patas.
—Le gusta hacer eso —digo.
Grisel deja unos papeles sobre mi escritorio y feliz centra su atención en Sherlock para cargarla.
—Tiene manchada de popó una de sus patitas —lamenta.
—Que suerte que solo sea una patita —mascullo forzando una sonrisa.
Creo que hasta en la correa de mi bolso hay popó.
— La puedo ir a lavar al baño de intendencia —sugiere Grisel.
Y la otra opción es dejarla que se suba así a mi coche.
—Sí, por favor.
Le quiero platicar a Grisel las buenas nuevas sobre Luca, pues hasta ahora no sabe nada de la fiesta o la llamada, pero ya me he atrasado mucho hoy y prefiero que entretenga a Sherlock.
—Despídete de mami —dice al salir de la oficina, alzando una de las patitas delanteras de Sherlock a modo de simular que me dice «adiós».
Estiro mi cuello. «¿Mami?»
Entrecierro mis ojos y abro mi boca a punto de decir algo, una queja, pero están fuera rápido.
«Al volver».
Me tomo dos aspirinas para el dolor de cabeza, contesto mensajes de Pipo y la perrera confirmando que todo está bien y otro de Grisel preguntándome qué quiero de desayuno. Me lo traerá cuando esté de vuelta.
Reviso los papeles que dejó antes sobre mi escritorio, no estoy segura de la información en uno de ellos y con esa duda en el aire viro hacia la laptop para abrir mi correo y confirmarla.
Y, lista para comenzar a trabajar, estoy por buscar un correo que tiene como remitente a la secretaria de Rodwell cuando a la vista me salta otro. Y pronto, la sensación de que gané, y que todo acabará pronto, se esfuma.
Pensaría que es una especie de virus si el Nombre y Asunto no fuese tan específico: «Alguien leal a la jefa», y tiene por hora las 9:11 de la mañana.
«A esa hora estaba en la clínica veterinaria».
Trago saliva y abro el correo.
Estimada señorita Rojo,
Le escribo porque me parece despreciable que una vez más pretendan verle la cara.
El caballo de madera será puesto otra vez en la entrada.
¿Sabía usted que desde hace un año Luca Bonanni mantiene comunicación con Lionel Rodwell?
Lionel Rodwell, Linda, Clarissa y Luca se reúnen cada verano en la casa de campo de este, y este año también lo hicieron para el cumpleaños de Clarissa en abril.
(Adjunto como prueba una foto)
Señorita Rojo, ¿cómo es posible que, como nada raro, todo Doble R sepa que usted le estuvo suplicando a Luca Bonanni que la perdonara y volvieran?
Ahora Lionel Rodwell pretende utilizar eso a su favor.
Sabe que todavía le interesa Luca y este continúa resentido con usted; por lo que, tras una provechosa negociación, Luca accedió a participar en una treta contra usted (en una nueva treta contra usted): Buscará acercarse, le hará creer que quiere volver; pero, a cambio, le pedirá demostrar que su amor por él ahora sí es más importante que Doble R, pidiéndole que acepte el 30% de las acciones que le ofrece Rodwell sin rechistar (ellos saben que usted quiere la mitad).
De lograrlo, una vez usted firme, Luca se reirá en su cara, la dejará y Rodwell le dará dos millones de dólares en compensación.
Y es que ése es el problema de ir por la vida haciéndose de enemigos.
Está avisada, señorita Rojo.
Atentamente,
Alguien leal a la jefa.
Al abrir la imagen adjuntada al correo, confirmo que se trata de una fotografía reciente de Rodwell y la familia Bonanni. Linda parece orgullosa, Luca está sonriendo y Clarissa, sentada junto a su hermano, es ya toda una señorita.
Tengo la boca seca. Y trato de agarrar el vaso de agua que dejé sobre mi escritorio, pero se me cae y empeorándolo todo lo limpio torpemente con un kleenex.
«Contrólate».
Levanto la cara, me la abanico con las manos para evitar llorar y trato de mantener mi labio superior rígido.
«No me pueden ver llorar».
«Nadie».
Pero por dentro estoy muriendo.
Por dentro soy un desastre.
¡Quiero gritar!
«Porque de alguna forma lo tengo que sacar».
Paso una mano sobre mi cara.
—¿So-solo dos millones? —consigo decir con un nudo en la garganta, todavía en shock y sin saber qué más pensar.
Sin saber qué más pensar.
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Tal como dije en mis redes sociales: a partir de aquí empieza de verdad la novela. ESTO es La jefa. Y ahora sí tienen todas las piezas para intentar armar el rompecabezas.
Y hablando de redes sociales, a veces Wattpad no notifica y yo -en mis redes- siempre aviso cuando hay capítulo, ya sea martes u otro día.
Twitter: TatianaMAlonzo (Ahí comento avances, mis impresiones y doy spoilers durante toda la semana) Los lectores de Twitter ya tenían spoilers de este capítulo.
Instagram: TatianaMAlonzo (Comparto edits/gráficos/memes de La jefa y de mis demás historias) En mi último post hay un vídeo de Ivanna y Luca.
Grupo de facebook: Tatiana M. Alonzo - Libros (los lectores comparten memes y se arman buenos debates... y los que se vienen con esto )
Cada voto que dejen es una patada para Rodwell. Y Gracias por apoyar mi trabajo votando ♥
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