52. Mancha.
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52. Mancha.
IVANNA
Nada ha cambiado desde la última vez que estuve aquí, Babette continúa recostada en una cama con mangueras adheridas a su cuerpo.
Y por estar ella inconsciente, esperé y limité a que los doctores me notificaran sobre algún cambio, sin embargo, al no ocurrir nada, decidí venir.
Además, le tengo noticias.
Tomo asiento junto a su cama, alcanzo su mano para apretarla y comienzo platicándole cómo conocí a Luca. Entonces, tan lejos de lo que buscaba en una pareja, y por ello, al inicio, no una alternativa para tener una relación. Me aterraba su inexperiencia, aun cuando, con el tiempo, fue eso lo que me cautivó.
Por otro lado, Luca es naturalmente un caballero. No te gana con lujos, sino demostrando buenas intenciones y haciéndote sentir segura.
Porque eso necesitaba yo: seguridad, y hoy él también.
—Y por eso está con Laura —continúo y miro mi reloj para corroborar si es hora ya—. Van a almorzar juntos para platicar.
»Pero no te sientas triste —consuelo «a Babette»—, de nuestra parte trabajamos en tener una buena relación, lo que sea por el enanito positivo. No está bien que nazca en medio de una guerra.
»Anoche lo platicamos e intentaremos ser mejores padres en contraste a los que ambos tuvimos... No es que tengamos la vara tan alta —agrego, forzando una sonrisa—, y no te estoy juzgando, pero honestamente queremos hacerlo mejor.
»Yo ya te perdoné por todo, también a papá, no fue fácil, pero era eso o seguir llevándolo por dentro.
Sentada en una silla sola, junto a mi madre con Alzheimer y ahora intubada en la cama de un hospital, reflexiono eso cuando de pronto mi sonrisa ya no es forzada.
—Quien sí me la va a pagar es Rodwell, pero dándole una prueba de su propio chocolate, dejaré que pasen unos días y lo citaré. Y es que, a fin de cuentas, negocios son negocios, y no es por alardear, pero soy la mejor... —Lo pienso un poco—. Sí, sí es por alardear.
»Luca vendrá por la tarde —le aviso—, dice que también quiere hablar contigo. Eso te animará.
Observo a Babette durante unos segundos, se ve pequeña debajo del respirador, además de vulnerable, y me pregunto eso, ¿cómo pasamos de que nuestros padres cuiden de nosotros a nosotros cuidar de ellos? En un hospital, con un diagnóstico poco alentador, solo vuelven a importar los buenos recuerdos y, el hecho, de que pronto tú también serás madre.
—Hiciste lo que pudiste —le digo a Babette para que se marche tranquila, si ese es el caso—. En serio, no te reprocho nada. No fue fácil para nadie.
Más tarde, en lo que termina la tercera canción de Édith Piaf en el tono más bajo en mi teléfono, miro a Victoria asomarse a la puerta.
—Llegué —susurra y termina de entrar.
Primero saluda con un beso en la frente a Babette.
—¿Las chicas no te preguntaron a dónde vas?
—Michelle sigue sin aparecer y a Lina y Simoné les dije la verdad.
—¿Les dijiste que lo vas a tener?
—Sí. También son nuestras amigas. Pero aún no saben que tú también —agrega, abrazándome—. Eso te corresponde.
»Te lo van a celebrar. —Lo dice con ilusión—. Tú no tienes que esconderte.
—Tú tampoco. —Lo digo convencida.
—¿Ves, Babette? —Su atención vuelve a mi madre—. Mi vida sigue siendo un desastre y no te imaginas cuánto, pero Ivanna lo está haciendo bien, no te preocupes por ella.
—Te juro que no te comprendo.
Me despido de Babette con otro beso en la frente, Victoria, sin contestar nada a mi reproche, hace lo mismo y cojo mi bolso para salir.
La llamé y habló con su doctora para que nos revise a las dos.
No le dije a Luca para no interrumpir sus planes de almorzar con Laura y porque quise vivir esta primera experiencia con Victoria. Es mi mejor amiga y por seguridad Omi aún no sabe que su embarazo continuará y, por ello, tampoco está aquí para acompañarla.
Haremos esto solas.
—Por estar en el primer trimestre, pedí un examen endovaginal para ambas.
»Te van a introducir hasta el fondo un objeto fálico en la vagina —agrega, aclarando mi duda.
—Y yo que venía preocupada.
Pero no me preocupo, ya pasé por un examen similar con mi ginecóloga cuando tuve problemas con el DIU. Aquel que debí volver a ponerme antes de mi otro examen endovaginal con Luca.
Victoria deja entrever su nerviosismo al llegar a la clínica, está atenta a cada persona que ingresa, teme que alguien la reconozca.
—Por eso entraremos juntas —le recuerdo para tranquilizarla—. Dile a Gary, o a quien te pregunte, que me acompañaste a mi primer chequeo, y es solo la verdad.
Asiente pareciendo más calmada y me pide platicarle cómo terminó la noche entre Luca y yo.
Empiezo restando importancia a cualquier esperanza respecto a una reconciliación. Top Gun terminó, devolvimos la tabla y tazón de palomitas a la cocina para lavarlos, la botella de vino vacía se fue a la basura y cada uno se marchó a su habitación.
—Después de lo que hablamos sobre la importancia de ser claros y brindar seguridad, él no le fallará a Laura —explico y en el semblante de Victoria hay decepción.
»Más adelante quizá conozca a alguien más que me quiera tanto a mí como a Positivo.
—De eso no me queda la menor duda. Conocerás tipos por tu cuenta o te los presentaremos —promete.
Y lo agradezco, pero, no es que conocer tipos se me dificulte. El inconveniente será encontrar uno mejor que Luca.
...
Dentro del consultorio de la doctora, Victoria toma asiento en lo que yo permanezco de pie a su lado, sujeto su mano en lo que nos hace preguntas de rutina. Luego se nos explica cómo será el procedimiento y casi de inmediato pasamos de la silla a un vestidor en el que intercambiamos nuestra ropa por una bata, y del vestidor nos trasladamos a una camilla.
Victoria es la primera en subir.
—Debe abrir las piernas y doblar las rodillas —pide la doctora.
—Para mi amiga no es problema abrir las piernas y doblar las rodillas —digo—. Ella adora hacer eso.
La doctora ríe, mientras que, con Victoria torciendo en una mueca su boca, me aproximo a su oído para musitar:
—Sobre todo, si es a escondidas en un yate.
No conforme, mi amiga tira de mi bata para que no me aleje y agrega:
—Si lo vas a hacer a escondidas, como mínimo debe ser en un yate.
Nos lanzamos un codazo la una a la otra en lo que la doctora se prepara. El examen se realizará con una sonda, y sí, tiene forma fálica, lo que nos hace reír.
—Te va a gustar.
Victoria asiente.
—Y no es broma. Los primeros meses después de que Gary empeoró, me enamoré de un vibrador con cinco velocidades.
—Le digo que es una cerda —digo a la doctora.
—Pero ella es peor —responde Victoria.
—¿Desde cuándo son amigas? —pregunta la doctora, por fortuna riendo.
—Desde niñas.
—Son afortunadas. No permitan que nada las aleje —Nos felicita y nos dedicamos una sonrisa.
Y sí, ya desperdiciamos mucho tiempo debido a malos entendidos. Muchas cosas hubieran sido más sencillas para las dos de contar la una con la otra.
—No veo nada —dice Victoria viendo el monitor al mismo tiempo que la doctora.
—Es demasiado pequeño aún, pero aquí está —aclara ella, señalando una mancha, y tanto Victoria como yo exclamamos «¡Ah!» y reímos.
Es su pequeña mancha.
En general, el embarazo marcha bien, le confirman la cantidad de semanas, que, tanto su útero como el feto, tienen buen tamaño y los cuidados que debe tener por aún no pasar del primer trimestre.
—Es su turno —indica la doctora con amabilidad.
Me pregunta si es la primera vez y procura mi comodidad.
—No hay problema —resto importancia e intercambio de lugar con mi amiga.
—Sí, ella también está acostumbrada a mantener las piernas abiertas. Pregúntele al papá del bebé —le dice Victoria a la doctora y la vuelvo a codear.
—Al papá le gusta darme por el culo —comento sin tapujos—. Lo que resulta irónico, siendo el caso de que este es un embarazo no planificado y lo que nos hubiéramos ahorrado de insistir en hacerlo por detrás.
Sonrojada por mi atrevimiento, la doctora comienza el examen y, al igual que con Victoria, en la pantalla otra vez no se ve nada más que una mancha, por lo que mi amiga y yo volvemos a reír. No obstante, esta vez el semblante de la doctora se torna serio y, por ende, me inquieto y al instante mi atención se divide entre ella y el monitor.
Ahora niega con la cabeza.
Consciente de que no tengo ninguna experiencia en esto, ninguna de las dos la tenemos, Victoria rodea mis hombros con su brazo repitiendo que todo está bien y para darme ánimos continúa bromeando, pero apenas puedo sonreír y no dejo de relamer mis labios.
Debería mencionar a la doctora que la paciencia no es una de mis virtudes.
Contrario a lo que le dijo a Victoria, en mi caso la doctora primero explica que la sonda en su mano examina mi útero, trompas de Falopio y ovarios.
No puedo dejar de salivar ni dejar de verla a ella y al monitor.
—Pero todo está bien —digo a modo de pregunta cuando no agrega más.
—Regresemos a mi escritorio —pide, pero me niego.
—¿Qué pasa? —demando con Victoria apretando mi hombro, procurando que no pierda la calma, ¡pero necesito que hable!
Por fin comienza a explicar, lo hace con tecnicismos, y, liberando aire que retengo, le suplico ser clara.
—Es un embarazo extrauterino —dice, en conclusión, y sigo sin entender.
Pero soy la única, puesto que el gesto de Victoria ahora es de alarma.
—¡¿Qué es eso?! —exijo.
—Extrauterino o ectópico —musita Victoria, viéndome con tristeza—. Significa que está fuera del útero
...
Ahora soy yo quien está sentada en la silla frente al escritorio de la doctora mientras Victoria, a mi lado, sujeta mi mano.
No he llorado, retengo detrás de mis pestañas las lágrimas hasta terminar de escuchar, me aferro a lo mínimo de esperanza.
Estrellita, ¿dónde estás?
Me pregunto qué serás.
—En las últimas semanas, en mi vida han sido importantes los porcentajes —digo a la doctora—. 30%... 99%... 1% . Por ello, necesito que vuelva a ser clara y me diga qué probabilidad hay de que mi embarazo avance y mi bebé nazca. —Ella mira de Victoria a mí—. Por favor.
Es la primera vez que lo llamo «bebé».
Y la doctora quiere hablar, seguir explicando con tecnicismos, pero vuelvo a interrumpirla:
—Los embarazos extrauterinos...
—¿Involucra un riesgo alto, medicación y no levantarme de la cama durante los próximos meses? —insisto—. Puedo hacerlo. Tengo determinación.
La doctora entrelaza sus dedos.
—El producto se encuentra en las trompas de Falopio —indica—. La probabilidad es...
—¿10%? ¿5%? ¿2%? ¿Es...?
—Cero —termina de dejar en claro, matándome.
Esbozando un gesto afirmativo, demostrando que por fin lo entiendo, me vuelvo hacia Victoria sintiendo que me desmorono y, permaneciendo ella de pie y yo sentada, me abraza.
«Cero».
Estrellita, ¿dónde estás?
... cuando nada brilla más.
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Lo siento.
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