46. Quitar el póster de Kevin
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46. Quitar el poster de Kevin
IVANNA
No esperamos a que terminaran de preparar a Babette, preocupado por mi ánimo, Pipo dijo que fue suficiente por hoy, y que, de todos modos, ya no podríamos hacer nada, por lo que venimos a un Café a esperar.
Eso es lo único que podemos hacer ahora. Esperar.
—No nos comportemos como si hubiera muerto —Nos pide Pipo.
—Los médicos fueron claros —digo, cabeceando. Me siento agotada—. Empezaron recordándome lo débil que está Babette.
Luca permanece en silencio, estaba allí cuando me lo dijeron, por lo que mantiene su semblante serio.
—Babette es fuerte —insiste Pipo y alcanzo su mano para apretarla en agradecimiento.
Un mesero se acerca a la mesa, es la segunda vez, la primera dijimos que aún no estábamos listos para ordenar y eso no ha cambiado. Ni siquiera hemos abierto la carta.
—Un whisky —pide Pipo.
Luca alcanza la carta para ver, pero al leer esboza muecas sin aún decidirse y no le convencen las sugerencias.
—De beber quiero agua —pido, casi segura de que es lo único que puedo soportar.
—Que pena que no puedas pedir alcohol —Me dice Pipo y mi atención se centra en Luca, en cómo frunce los labios al escucharlo—. Por lo que comentaste hoy más temprano.
Pipo parece percatarse de su «indiscreción» y quiere componerlo, pero niego con la cabeza restándole importancia. No me importa que a Luca le incomode la más mínima insinuación sobre Positivo. En lo personal, no huyo del tema.
—Por cierto, felicidades —agrega, dando a Luca un golpecito en el hombro, y me vuelvo hacia él incrédula.
«¡¿Fe... licidades?!». Tampoco es el tipo de insinuación que espero sobre Positivo.
Luca no sabe qué decir, tan solo despega la vista de la carta y mantiene la boca abierta.
—Digo, por La loba —aclara Pipo al no comprender nuestra reacción y siento alivio. Aunque...
»La leí en horas —agrega, sonriente—. La comentamos hasta tarde con Ivanna.
De nuevo no lo dejo de mirar con una mueca, y él a mí, y después a Luca, nervioso.
—Sí, ese tampoco parece ser un buen tema de conversación —admite—. ¿Qué tal sobre el viaje a Tailandia? —pregunta ahora, emocionado; concentrando su atención en mí—. Eso no lo hemos comentado.
Luca finge limpiar la solapa de su saco en lo que yo dirijo otra mirada significativa a Pipo.
—Sí, ese tampoco es un buen tema —recuerda.
»Pero, bueno, ya que venimos de estar con Babette, ¿qué tal «Padres» en general? —propone esta vez, mirándonos, y Luca gira la vista hacia el techo, sonriendo. Mi cara no cambia.
»¿Saben qué? Mejor iré a llamar a René —se despide, apenado, aunque no sin antes mascullar—: No es mi culpa que no puedan hablar de nada.
Camina hacia el área ajardinada del lugar, dejándonos, por fin..., solos.
—Yo sigo aquí —Nos dice el mesero para que no lo olvidemos.
—Eh, sí.
Le volvemos a dar prioridad para así evitar la incomodidad. Sin embargo, una vez más repasamos la carta sin decidirnos por nada. No es un buen momento, creo que hablo por los dos cuando digo que todavía nos sentimos abrumados por lo sucedido en el hospital y no tenemos apetito.
—Volveré en cinco minutos en lo que se deciden —se despide otra vez el mesero y Luca y yo nos vemos.
Y, aunque espero algún comentario cortante de su parte por el revés de Pipo, recalcando una vez más que no he comido, lo que hace es instarme a volver a revisar la carta.
Desde que llegamos descarté carnes rojas, no puedo tolerar demasiada grasa, pero tampoco se me antojan pollo, pescado, pastas o ensaladas. «Si bien, para no venir en vano pediré una ensalada Caprese junto con el agua», decido. Es solo tomate con aceite de oliva, hojas de albahaca y queso mozzarella.
—Eso no me revolverá el estómago —digo para mí.
Pero Luca tiene sus propios planes.
Se levanta de la mesa y por su cuenta habla con el mesero. Señala nuestra mesa, el mesero toma nota y asiente, para enseguida retirarse a atender su petición.
Luego regresa a la mesa.
—Yo también iba a pedir —musito.
—No tarda. —Me da ánimos y se entretiene con su teléfono.
Pero no le doy importancia, no tengo hambre y francamente solo quisiera ir a mi cama a recostarme. No obstante, me siento derecha cuando el mesero regresa sujetando una bandeja con seis pedazos de pastel, cada uno en un plato distinto, incluido un Red Velvet adornado con arándanos.
Y me pregunto si todos son para Luca, cuando noto que me mira sonriente, disfrutando mi reacción.
—Una degustación —dice.
—Como en Playa paraíso —recuerdo y eso lo ánima más, aunque su sonrisa se atenúa casi enseguida. Fue nuestro primer y último viaje, justo antes de la catástrofe.
El mesero deja sobre la mesa los seis platos con su respectivo tenedor.
—Son como tres mil calorías por todo —digo, alcanzando el tenedor del plato que tengo más cerca: un Tiramisú— y desayuné Red Velvet.
—Puedo pedir que dejen solo uno —propone Luca, alzando su mano para llamar al mesero.
—Déjalos ahí —mascullo, deteniéndolo, lo que consigue volver a ensanchar su sonrisa y también la mía.
—Y la idea era que yo me comiera la mitad de todo —explica.
—Solo el Red Velvet déjamelo completo.
Acepta, preservando el buen humor, y por su parte empieza con un Cheesecake.
—¿Seguimos buscando un tema de conversación? —propongo.
Y como no tengo claro cuál es su sentir, y tampoco quiero que piense que malinterpretaré este detalle, empiezo con el más obvio:
—¿Qué tal va todo con Laura?
La boca de Luca se estira en una línea recta.
—Nos dimos una pausa.
—¿Por el Positivo?
Le sorprende que lo pregunte claramente.
—No exactamente. —Relame sus labios al hablar—. Sé que te fue a ver, y qué fue lo que hablaron, y... por qué.
Asiento. Me alegra que ella se lo haya dicho.
—Estuvo un rato largo en mi oficina.
—Y al hacer tu llamada pudiste decirme que estaba allí. —Me reprocha.
—O pudiste contestar alguna de las treinta y dos llamadas —devuelvo, y, aunque al principio nos volvemos a mirar serios, otra vez sonreímos.
Luca cambia del Cheesecake a un pastel de zanahoria.
—El caso es que... sugiere que me tome un tiempo para definir qué es lo que quiero. Estar con ella e Isabella o...
—Solo —termino por él, pero sé que esa no es la respuesta. La línea recta, de vuelta en su boca, lo confirma.
La otra opción, naturalmente, somos Positivo y yo... supongo.
—Me insta a que ponga en orden mis pensamientos y... sentimientos —explica Luca, partiendo en dos el pastel de zanahoria para comer la mitad.
De cada pedazo me deja la mejor parte.
Abandonamos el tema y comemos plácidamente, comentando solo sabores, consistencia en las capas de crema y pan, o preferencias entre pasas y frutos secos, hasta que comento, en forma de broma, que espero no terminar con una indigestión y Luca cambia su gesto al de preocupación.
—Podemos hablar sobre Positivo o... enanito —digo, en caso ése sea el motivo—. No es un tema tabú para mí. Pipo y yo incluso estuvimos bromeando hoy por la mañana.
Luca no aparta la vista de su plato.
—Eres libre de decirme lo que quieras —insisto.
—Laura está segura de que nacerá —suelta y disimulo mal no estar a punto de atragantarme con el primer pedazo de un pay de almendras.
»Pero le dije que no te conoce —agrega Luca, lo que tampoco ayuda.
—¿Que no me... conoce? —repito con cuidado.
Hace a un lado el pastel de zanahoria, ahora a la mitad, para alcanzar lo que dejé del Tiramisú.
—Sí —prosigue—. Porque no soportas a los niños y ya tienes planes.
—Decir que no los soporto es algo drástico —defiendo—. Tengo experiencia con niños.
—Yo no cuento —afirma Luca.
—Já. Já —mascullo y sonríe—. Pero no...
»He cuidado al hijo de mi amiga Simoné —le recuerdo, porque ya se lo comenté antes—. La última vez que me lo dejó todo el día, olvidó el cargador de su Nintendo sit, wi...
Trato de recordar el nombre que el mocoso no dejaba de repetir.
—¿Nintendo Switch? —adivina Luca.
Asiento.
—Eso... y se le descargó a las once de la mañana. Yo estaba ocupada. A las dos de la tarde tenía videollamada con un empresario de Brasil que, por cierto, hace poco me dio el visto bueno, pero entonces necesitaba concentrarme en eso. Sin embargo, al ver la desesperación del mocoso, interrumpiéndome, ¿sabes qué hice?
Con una sonrisa en los labios, Luca hace a un lado el plato, apoya el brazo en la mesa y su cabeza sobre este y pregunta:
—¿Qué?
—Lo resolví —anuncio.
—¿Tuviste una revelación en la que te diste cuenta que un niño es más importante que una empresa, cancelaste la videollamada y jugaste el resto del día con él?
Arrugo mi nariz.
—Ay no. Le mandé a pedir otro cargador.
Luca agacha la cara, riendo.
—Presioné a la tienda y se lo llevaron antes de la una.
Termino con mi parte del pay de almendras y se lo entrego.
—También me volvería loco sin mi Nintendo Switch —admite.
—Lo tomaré en cuenta.
—Pero sí te imagino haciendo eso. O enloqueciendo si al nacer le dan una nalgada al enanito.
—¿Por qué harían eso? —pregunto, seria.
—Creo que los médicos lo hacen si no reacciona.
—Pero hay otros métodos, ¿no? —dudo—. Como sea, tú estarías allí.
Asiente sin dejar de reír.
—Y si permites que eso pase, no será el enanito el que reciba las nalgadas —amenazo y promete que se haría cargo.
Seguimos comiendo lo que resta de los pasteles y hablando con tranquilidad, cuando a lo lejos escuchamos a una chica gritar «¡Luca!». Me vuelvo para ver quién, pero Luca ya lo presiente porque enseguida se pone de pie y pronto miro a Clarissa venir a toda prisa a la mesa.
Al llegar lo señala a él y después a la puerta principal. Por donde acaba de entrar y ahora también Roy y Alexa. Ella, en particular, emocionada de verme.
Luca niega con la cabeza.
—No les dije dónde estoy comiendo con Ivanna para que vinieran! —les advierte en cuanto tiene a los tres frente a él, pese a que no me incomoda y por el contrario los quiero invitar a sentarse.
—¡Es que no vinimos a interrumpir —asegura Clarissa, apenada—, cuando Alexa recibió tu mensaje, se emocionó, ya sabes por qué, y lo leyó en voz alta, muy alta... y como mamá había llegado por mí, la escuchó!
»¡La perseguimos hasta aquí, hace un minuto se estaba estacionando!
—Yo dejé mi coche a la mitad del estacionamiento —resta importancia Roy.
—Tú y yo tenemos que hablar —Me dice a su vez Alexa, demandando la totalidad de mi atención y preguntando, antes que nada, si ya tomé una decisión respecto a Positivo, lo que enfurece a Luca.
Y no consigo entender o si quiera tener tiempo de respirar ante semejante barullo, cuando, a continuación, también entra por la puerta Linda Bonanni, la madre de Luca, mejor conocida ahora como Linda Rodwell.
Luca parece querer matar a alguien.
Niega con la cabeza y da un paso al frente.
También me pongo de pie.
«¿Qué demonios?».
Si Rodwell supo de Positivo por su chófer, Linda ahora debe saber, y no encuentro otro motivo por el que estaría interesada en venir. Es eso. Teme que vuelva a tener una relación con su hijo o un pretexto para buscarlo.
¿Viene a exigirme que no tenga a Positivo o que deje de ver a Luca? En todo caso, del mismo modo doy un paso al frente ninguna de las dos le incumbe.
—¡Mamá, ¿qué demonios?! —La regaña Luca.
Ella viste elegante, como toda señora de «sociedad» casada con un exitoso hombre de negocios, tal como Babette se vestía antes. Lo único que desentona en su apariencia es el par de gafas oscuras que trae puestas, ya es de noche y aparte acaba de entrar a un Café. Aun así, constato el porqué de estas cuando al llegar a nosotros se las quita.
Está llorando.
Y me desconcierta el por qué, esperaba miradas de odio y gritos tipo «¡Cómo te atreves a embarazarte de mi joven y puritano hijo!».
—¡Mamá, basta! —Le advierte Luca, tomándola del brazo para que camine de regreso a la puerta principal con él, Clarissa también parece querer ayudar, pero Linda no lo permite.
—¡Si no piensas intervenir, yo lo haré! —Le recrimina a Luca.
—No te corresponde —masculla él de regreso—. Te lo dije hoy temprano y cuando llamaste a mi trabajo. Si no te contesto; no llames a mi trabajo.
—Es mi deber.
Clarissa, una vez más, intenta interceder, pero Linda me mira.
—Vengo a...
—A persuadirme de que vaya a clínica de abortos —termino por ella, cruzándome de brazos. Simplemente no estoy de humor—. No quiere que tenga un hijo de su hijo —concluyo para no darle tantas vueltas al asunto.
La señora echa los hombros hacia atrás con horror y Luca, a su lado, se ríe sin humor.
—Por supuesto que no —niega Linda—. Lo que quiero es convencerte de que sí lo tengas. —Saca una toalla de papel de su bolso para limpiarse las lágrimas.
Creo que me va a dar un vahído.
Alexa se da cuenta y me ayuda a volver a sentarme. Con este nuevo susto Pipo también regresa, ¿Dónde se había metido? Pero él mismo contesta mi duda al susurrar en mi oído «Estaba lejos para darles tiempo a ti y a Luca de hablar». No obstante, ahora...
—¿Qué? —pregunto a la señora.
¿Entendí bien?
A pesar de la negativa de Luca, me explica que es miembro honorable de su iglesia, cuya cabeza es el padre de Prudemencia, lo que no es una buen referente. Y por ende, aun cuando tenemos diferencias, no puede aceptar que considere no tener a Positivo. Sobre todo por ser su nieto.
Y, entre más habla, más atónita me deja. Luca tampoco termina de creer que esto esté sucediendo. La idea era cenar tranquilamente pasteles.
—No sé si vas a la iglesia... —intenta decirme Linda para convencerme.
Pipo la interrumpe.
—Señora, Ivanna es la causa por la que la gente va a la iglesia.
»Su hijo embarazó a un súcubo.
Le vuelvo a dirigir una mirada significativa a Pipo a pesar de que en el fondo río.
—Además, hoy por la mañana decidimos que si la criatura nace, es casi seguro de que resulte gay, así que piénselo mejor, uno menos de nosotros por aquí. Porque ya parecemos pandemia.
Linda mira con enojo a Pipo y, haciendo caso omiso a sus comentarios, se sienta en la silla junto a la mía y sujeta mi mano. Luca camina de un lado al otro pareciendo considerar sacarla del Café él mismo.
—No sabes si ese bebé te va a salvar de la soledad, si será un bastón en tu vejez o el de Luca —Me asegura Linda—. También podría ser el promotor de la paz en Medio oriente o hasta el que descubra la cura al cáncer.
Roy tira de la silla frente a la mía para sentarse junto a Linda.
—Señora, ese bebé tiene los genes de Luca, créame: no va a descubrir la cura al cáncer.
Luca entrecierra los ojos en su dirección.
—Yo sé que usted quiere mucho a su hijo —continúa Roy—, pero yo he pasado más tiempo con él. Así que, de nacer el rorro, empecemos descartando matemático, científico o filósofo.
—Roy —masculla Luca.
—Estoy ayudando a tu mamá a entrar en razón, Luca. —Le hace ver Roy.
—Aunque también tendría los genes de Ivanna —le recuerda Alexa, tomando el otro lugar en la mesa.
—Sí, lo que también descarta lo de promotor de la paz en oriente —concluye Pipo y giro mis ojos hacia arriba.
—Cierto. —Roy se toma un momento para pensarlo—. Y tampoco vamos a acusar a un bebé de ser un posible psicópata.
Me vuelvo hacia él.
—Digo, porque sería una Ivanna elevado o elevada a la tercera potencia —explica a todos.
Luca da un traspié.
—Como Iván, el terrible —vuelve a señalar Alexa.
—Yo te dije primero de Iván el terrible. —Me recuerda Pipo.
—O el anticristo —continúa Roy, estupefacto ante su propia declaración, sumado a que no le hace gracia a Linda y Luca aún lo quiere coger del cuello.
—No le digan a Ivanna que parirá al anticristo, porque para ella eso es un incentivo —vuelve a intervenir Pipo y él y Clarissa chocan palmas.
—O sería un super genio de los negocios que también sabe dibujar —defiende Alexa, cruzándose de piernas—. Algo así como un Jeff Bezos mezclado con Jack Kirby.
»Aunque, en mi opinión, será niña. Pero sí, destinada a ser la mujer más poderosa del planeta.
—¿Una mezcla entre la Reina Isabel II y Lady Gaga? —pregunta Roy y Alexa lo confirma con un asentimiento de cabeza.
—Con los padres que tendría ese niño o niña lo más probable es que termine practicando yoga —masculla Clarissa y ella y Pipo vuelven a chocar palmas.
—Pero volvamos con la teoría del anticristo —insiste Roy para horror de Linda.
Esta conversación no está saliendo como esperaba. Por el contrario, ahora compartirá ADN con el anticristo.
Inevitablemente imagino al Positivo riendo y persiguiendo a Linda en un andador al mismo tiempo que lleva puestos unos cuernos de diablito, lo que me ayuda a relajar los hombros y sonreír.
Pero no quiero tener esta conversación ahora.
De modo que, cojo mi bolso dispuesta a despedirme. Luca me mira con alarma. ¿Cómo o dónde hubiera terminado nuestra conversación de no ser interrumpidos?
Quiero dejar pagada la cuenta y no me lo permite. Así que, dejando con la palabra en la boca a Linda, porque es más problemas de ellos, les deseo una buena noche y salgo del Café junto con Pipo. Hoy fue otro día agotador, no tengo ganas de más.
Aun así, Luca nos alcanza cuando estamos por subir al Maserati y me entrega una bolsa con un recipiente desechable adentro.
—Es el pedazo de pastel Red Velvet —dice, procurando sonreír. Es más la culpa por el momento que me hizo pasar su mamá—. Fue el único que no te comiste.
Agradezco el detalle y sostengo contra mi pecho la bolsa al mismo tiempo que lo miro caminar de regreso a donde están Alexa y Roy.
Y esta vez si estoy por dar por terminada la noche, para mí es todo, cuando noto que Alexa se para derecha y coge valor para venir hacia mí. Sin importarle que a su paso se encuentre con Luca y este le pregunte con nerviosismo «Qué rayos».
Son casi las diez de la noche frente a un Café que comparte estacionamiento a la intemperie con un restaurante de comida árabe y una farmacia, pero por ser Alexa la espero y recibo sonriendo.
—Allá dentro te dije que quiero hablar —Me recuerda sutilmente y con un gesto de mi mano le pido a Pipo entrar al Maserati para darnos un poco de privacidad.
No parece ella misma, no demuestra su habitual jovialidad, desde que llegó se le ve ansiosa y en búsqueda constante de mi atención.
Coloca un mechón detrás de su oreja al hablar, lo hace por partes, es confuso y tampoco ayuda que Luca no termine de regresar con Roy. Se quedó a la mitad del camino atento a lo que está diciéndome Alexa. La misma Clarissa mira boquiabierta en nuestra dirección al salir del Café con su mamá y esa debería ser una advertencia, pero honestamente no esperaba más conmoción hoy.
—Te-te preguntaba si ya tomaste una decisión respecto al bebé, la bebé en mi opinión —remarca.
Niego con la cabeza.
—No. La verdad no. Todo ha sucedido tan rápido —Miro de ella a la bolsa en mi mano y luego a Luca—. Apenas he tenido tiempo para pensar.
—Ivanna —Alexa sonríe mientras sus ojos se llenas de lágrimas—, noto que ser mamá no es tu prioridad, pero yo me puedo encargar —Lo dice en voz baja, con sus labios temblando al hablar, lo que me lía y obliga a contener el aliento.
Saca su teléfono y me pide verlo.
—Mira, le compré esta cuna estilo moisés, ta-trae un pequeño móvil didáctico...
Contemplo la imagen de la cuna en su teléfono junto con un aviso que indica que ya fue pagada y miro de esta a Alexa sintiendo mi corazón empezar a palpitar con fuerza. Ella no deja de llorar, lo hace de un modo que interrumpe con suspiros su voz y eso me deja estupefacta.
—¡Alexa! —escucho que le grita Luca tan pronto como lloro. Pero apenas me doy cuenta de que lloro.
—Ivanna, yo la puedo cuidar —Me súplica Alexa—. Te prometo que seré una buena mamá si me das la oportunidad.
—¡¿Estás loca?! —le reclama Luca, obligándola a volverse hacia él—. ¡Te advertí que no la presionaras!
—Esto es algo entre ella y yo —le responde Alexa.
—¡No, error —le responde Luca y pocas veces lo he visto tan furioso—, esto es algo entre ella y yo! ¡Yo, maldita sea! ¡Yo!
Pareciendo perdida en sus propios pensamientos, Alexa se impulsa dos pasos hacia atrás, todavía llorando, lo que alerta a Roy y a Clarissa, que también corren hacia acá.
—Luca, no pasa nada —intento tranquilizarlo. Me interpongo entre ellos y le pido respirar—. No me molesta, es tu amiga, tu mejor amiga.
Él no deja de verla.
—¡Deja a Ivanna en paz!
—¡Ha sido su sueño de toda la vida! —grita Roy, defendiéndola y se aproxima a ella para abrazarla.
Alexa no deja de llorar.
—¡Pero no se va a aprovechar del cariño que le tiene Ivanna para manipularla! —exige Luca agitando su puño en dirección a los dos, y Roy, abrazado a Alexa, lo mira con reproche—. ¡Basta ya!
—Alexa, ya habrá tiempo para hablar —la consuela Clarissa, sujetándose a ella por la espalda. Ahora tanto Roy como ella la abrazan—. Pero este no es el momento ni el lugar. Luca dijo que la mamá de Ivanna está enferma.
—¡Y ya tuvo suficiente con mi mamá! —insiste Luca, intentando colocarme tras él, para quizá, inconscientemente, también defenderme.
No obstante, Alexa echa la cara hacia atrás, «riendo».
—«Esto es algo entre ella y yo». Que hipócrita —bufa y Luca la mira con duda.
»Porque nosotros somos conscientes de lo que aún no le has dicho a Ivanna —dice Alexa, zafándose del agarre de Roy y Clarissa. Está dolida—. ¿O ya se lo dijiste? ¿Ya... le dijiste cómo te sientes respecto al bebé? —Me mira con tristeza a mí.
—Cierra el pico —la amenaza Luca, con su voz ahora temblando.
—Alexa, no tienes derecho de exponer así a Luca —le exige Clarissa—. Él nos lo dijo en confianza.
—¿Qué les dijo en confianza? —pregunto, volviendo a ser consciente de mis propias lágrimas... y dolor.
Alexa no deja de verme. Parece querer gritar.
—Dímelo por favor —suplico.
—Alexa, no —le suplica, a su vez, Clarissa.
—¡Maldita sea, Alexa! —exclama Luca y lo señalo con mi dedo para que se calle.
Quiero saber.
Quiero oírlo.
Alexa mira al cielo y enseguida otra vez a mí.
—Dijo que quiere al bebé en un 99% —empieza.
—¿Un 99%? —pregunto, viendo por el rabillo del ojo a Luca llevar ambas manos a su rostro.
—Sí —confirma Alexa—. Pero que hay una sola razón para no hacerlo, una sola que implica miedo y dudas.
«El 1% restante».
—¿Y cuál es esa razón? —pregunto volviendo a sujetar contra mi pecho la bolsa con el pedazo de Red Velvet dentro. Mis palabras son más muecas de dolor que voz.
—Que lo tendrá contigo —Me lapida con sus palabras Alexa—, que... tú serías la mamá.
«Por supuesto». Asiento. No dejo de asentir.
—¡Te voy a matar! —le grita Luca a Alexa comenzando a avanzar en dirección a ella, pero me vuelvo a interponer entre ellos.
—No —le exijo—. No la culpes por obligarte a ser honesto. A, por fin, hablar con sinceridad.
—¡No es lo mismo hoy, Ivanna! —llora.
Trato de regresar al Maserati dando un leve traspié, Pipo ya está afuera y me sostiene.
—Sácame de aquí —suplico y me ayuda entrar por el lado del copiloto.
«Hoy lo he perdido todo».
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