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43. Azul

Dedicado a MalitaMiron, ¡Gracias por todo tu apoyo! c: ♥

*suspira* Repitan después de mí: Mi madre no parió a una perr* débil, no voy a llorar al leer esto.

De antemano agradezco enormemente sus votos y comentarios ♥♥♥♥ 

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43. Azul

IVANNA

Si la mañana que vi entrar a Luca Bonanni en mi oficina, vistiendo un traje viejo, me hubieran dicho que un día tiraría de su camisa para que no se vaya a los golpes con alguien por un «Positivo» en común, no lo hubiera creído. Juro por el Maserati que no lo hubiera creído.

—¡Ya! —repito, empujándolo de cara a mí contra la puerta del copiloto del Nissan color azul.

Y como este baja la ventana puedo darme cuenta de que Roy está adentro. Roy, balanceándose hacia adelante y atrás, repitiendo en estado hipnótico la canción de Dos manitas.

—¡Se adueñó del enanito! —me pasa queja Luca.

Sí, queja.

—¿Y esa es razón suficiente para querer golpearlo?

—¡Sí!

«¿Sí?»

Lo mantengo contra el Nissan a modo de inmovilizarlo, está increíblemente molesto.

—¡Es un fanfarrón!

—Tú no lo conoces como yo —señalo—. Ha tenido un día difícil y es mucho más susceptible que tú y yo.

Pero para Luca es peor que defienda a Omi.

—¿Si lo quieres apellidar «De Gea» para qué me llamaste? —masculla, de nuevo refiriéndose al enanito—. Y treinta y dos veces.

—¡Al menos llevaste la cuenta! —replico, también molesta, porque es mi turno—. Porque, si hubieras contestado, jamás hubiéramos terminado en un espectáculo semejante.

Luca alza las cejas.

—Déjame terminar. —Levanto mi dedo índice—. Jamás hubiéramos terminado en un espectáculo semejante... al menos esta semana.

Como sea, cuando Luca me va a contestar, el ruido de tacones acercándose nos alertan. Es Victoria, con su bolso y el sobre de mi examen de sangre en mano. «¿Qué mier...?» Me entrega el sobre que había dejado caer y se dirige a Luca, solo a Luca.

—Ivanna y Omi no tienen nada más allá de una reciente relación de negocios —le aclara, sorprendiéndome—. De hecho, yo los presenté y también he usado la amistad que iniciaron para continuar engañando a mis amigas y a la familia de mi esposo. —Luca no comprende y Victoria rebusca en su bolso hasta encontrar una cartera, ahí parece guardar dinero, tarjetas, facturas y... fotografías, y eso es lo que le muestra a Luca: tres fotografías, una seguida de otra, de ella y Omi besándose con el mar de fondo, otra abrazados dentro de una alberca y brindando durante una cena.

Luca contiene el aliento.

—Soy yo la que tiene una relación con Omi —continúa mi amiga—, y hablo en presente porque, al parecer, esto es de no acabar. —Vuelve a buscar dentro de su bolso y esta vez extrae otro sobre con el resultado de su propio examen de sangre.

Eso también se lo muestra a Luca, señalando su nombre y la fecha para que no quede dudas.

—Al hablar de «Omi Jr.», Omi se refería a nosotros, no a Ivanna. Lo dijo para que yo lo escuchara, pero también para fastidiarte a ti. Es claro que le gusta fastidiarte.

Luca vuelve la cara para ver con enojo a Omi y después con gratitud a Victoria.

—Tal vez nos hubiéramos evitado todo esto si escucharas a Ivanna. Si, al menos, desde que se reencontraron la dejaras hablar y contestaras sus llamadas.

Por fortuna, «Llamaditas» tiene la bondad de mostrar culpa.

—Confío en que te guardarás cierta información para ti —ruega por último Victoria y Luca asiente.

»Es todo —se despide, volviéndose y alcanzo a gesticular un «Gracias» en su dirección antes de que regrese con Omi y las chicas.

De nuevo solos, más relajado, Luca deja caer sus hombros y espalda baja con comodidad contra la puerta de copiloto del Nissan.

—Pero sí se acostaron —me recuerda.

—Entonces no sabía de ese lío —Me cruzo de brazos—, y de todas formas ni siquiera terminé.

Luca asiente.

—¡Orgasmo fallido! —Aprovecha para echarle en cara a Omi y otra vez debo sujetarlo contra el Nissan—. Eso jamás volvió a pasar, ¿cierto? —me exige aclarar y niego con la cabeza.

—Fui a Tailandia para que me presentara gente. El empresario al que le dijo que salimos fue para quitármelo de encima.

Escuchar eso continúa apaciguando a Luca, pero su histeria me tiene estresada, es como no bajar por horas de una montaña rusa.

—Pese a todo, Tailandia, los yates y los coches de alta gama, nada con Omi se asemeja a lo que he vivido contigo.

—Por supuesto —sonríe, triunfal.

—Pero eso no significa que no sea mi amigo y que no la pase bien con él.

Otra vez Luca no parece convencido.

—Pero, hasta ahora, nada dio motivo para que le hables en francés —quiere saber—. Júralo. —Lo necesita con desesperación.

Me fuerzo a no sonreír.

—No. Nunca le he hablado en francés.

Luca agacha la cara, asintiendo. Es como si se quitara otro gran peso de encima, uno del tamaño de Europa, ya que tiene que ver con Francia; o Asia, siendo el caso de que, peor aún, tiene que ver con Tailandia.

—¿Tenerlo en cuenta hubiera cambiado tu forma de hablarle? —le pregunto.

—Por supuesto.

Simulando mantener la guardia baja, Luca suspira y de nuevo se vuelve hacia Omi.

Va te faire foutre! —le grita. Expresión que, en francés, significa «Que te jodan».

—¡Luca! —Lo empujo. Y, al volverse, lo hace despacio, posiblemente consciente del error que cometió.

Suprimo otra sonrisa.

«Sabe francés».

—Escuché la frase en una película —se excusa.

«Sí, claro».

Connard! —añade, de vuelta mirando a Omi.

«Connard» significa «Imbécil», por lo que de nuevo lo miro molesta.

—Lo oí en la misma película —justifica.

—No tienes por qué avergonzarlo.

—No se siente avergonzado. Su ego es del tamaño del Taj Mahal. —Luca vuelve a señalar a Omi, que no tiene idea de qué le han gritado ni manera de averiguarlo.

—Y solo porque tú nunca le hablarías así al enanito.

—¡Por supuesto que no, a mí no me fundió neuronas la cama de bronceado!

Niego con la cabeza.

—¡Cuando menos, por su culpa, podemos estar seguros de que el que saldrá será «Tontín»!

Giro mi atención hacia otro lado, cansada. Y porque no, yo no voy a parir a «Tontín».

—¿Ya? —demando, volviéndome otra vez hacia él.

Y, como siempre, me regala otra mirada indiferente. Todavía procurando no demostrar mucho, pero sin notar que, a decir verdad, ya se expuso suficiente.

—El problema es que estaba conmigo —sigo, impasible, y llevando a donde necesito esta conversación.

Basta de negarse a que hablemos.

—Y, por lo visto, buscando un provecho. Futuro socio de Soluciones en Rojo, ¿en serio?

A pesar de la aclaración de Victoria, es evidente que a Luca aún lo lastima lo mucho que me he involucrado con Omi en tan poco tiempo.

Llevo una mano a mi cintura.

—Tú también me encontraste un provecho, ¿no? Me usaste para La loba.

Se endereza digno. Casi puedo anticipar qué dirá.

—No es lo mismo. Yo te usé como inspiración.

»Otra forma de verlo es que conté mi historia y tú, de todos modos, estás en ella.

»Y a ti te gusta que te endiose en mis dibujos—concluye.

—Luca...

—No digas que no.

—Ése no es el punto.

Dejo caer mis brazos.

—Ése no es el punto —repito, cambiando de una mano a otra el sobre.

Y no lo quiero «decir».

Porque decirlo abrirá la caja de pandora, es un riesgo jugar con fuego, pero necesito que hablemos.

Llevo una mano a mi cabello, tiro de la cola de caballo que me hice hoy y la muevo de mi hombro izquierdo al derecho con incomodidad. Después lo vuelvo a mirar fijamente.

Ya comprobé que Luca pone barreras cuando se siente en «riesgo». ¿Hoy lo terminaré de perder?

«Pero habla», me animo.

«Habla».

Y lo intento, pero las palabras, una vez más, no salen. Apenas he termino de superar yo misma mis miedos.

—Me encanta que no se dé cuenta de que lo insulté —se burla Luca de Omi otra vez, repitiendo en voz baja «Va te faire foutre».

—Pese a todo no estoy molesta —consigo decir finalmente, esperando poder explicarme.

—Es evidente que lo permitiste —me echa en cara Luca y asiento.

—Sí. Quería confirmar que... Omi te molesta —ratifico y Luca frunce sus labios—. Y quería hacerlo porque eso me da esperanza.

Listo.

Y, una vez que lo dije, no bajo la guardia.

Luca, por otra parte, no deja de fruncir sus labios.

¿Volverá a rechazar hablar?

—Celoso —continúo presionando—. Estás celoso.

No he terminado de hablar cuando escuchamos que el Nissan se vuelve a encender con la intención de otra vez intentar retroceder, y, sin demora, Roy saca la cabeza por la ventana.

—Acabo de recordar que tengo que ordenar por números de serie mis Funkos.

Sin dejar de mirarme, Luca vuelve a acomodar su espalda baja contra la puerta del copiloto a modo de impedir que Roy retroceda.

Y aunque no entiendo a qué se refiere, Roy apaga de vuelta el Nissan y chilla:

—En el camino debimos pensar en un nuevo plan.

Por lo demás, a lo lejos puedo oír las voces irritadas de Omi y Victoria. Una nueva discusión debe estar en marcha, pero esta vez no puedo intervenir, ni por uno ni por otro, tengo mis problemas frente a mí.

—Celoso —contesta Luca, finalmente—, ¡ay por favor! —Suelta una risa seca—. Solo es divertido poner en su lugar a Esteroides —Lo último lo dice en voz alta.

—¡Te oí! —se queja de lejos Omi, interrumpiendo su discusión con Victoria.

Y, a continuación, da una indicación a uno de sus guardaespaldas. Y no comprendo por qué, hasta que escuchamos que desde una de las camionetas vuelve a sonar a todo volumen «Devuélveme a mi chica» de Hombres G.

Luca cierra los ojos con enojo, pero los abre otra vez deprisa y se vuelve hacia el Nissan.

—Pon a todo volumen «Ya me enteré» de Reik, mejor hasta el 80% —cambia de opinión—, y súbelo hasta 100 cuando diga «Perdedor» —ordena, ansioso, pero Roy le recuerda que no tiene radio.

«Hoy fue el gran regreso de 4 y 5».

Por suerte, de acuerdo a lo que escucho al otro lado, Victoria obliga a Omi a apagar la música y también hago mi parte recuperando la atención de Luca.

—Decía que estás celoso —repito, con más seguridad.

—Eso no tiene sentido porque Victoria ya aclaró que tú no tienes nada con Omi —intenta «defenderse» Luca—. No lo amas. No piensas en él.

—No. No como en ti —le doy la razón, para de vuelta llevar a donde quiero la conversación—. Lo hablamos, de hecho —señalo a Omi—, que sería más fácil para los dos enamorarnos. Pero, yo no soy Victoria Peletier y él no es Luca Bonanni. No... es tú.

»Tampoco hice un Festival de la autocompasión por él, ¿o sí? —continúo, riendo de un modo triste.

»Ni he intentado hablar con él por dos años.

Luca vuelve a sonreír con suficiencia.

—¿Te da orgullo saber que me lastimas?

—Estás así porque quieres. Yo fui claro.

—¿Sí? —Trato de no dejar de sonreír a pesar de que estoy lejos de verme feliz—. A veces no lo recuerdo. Tal vez también me lo dijiste en chino.

—Pues te lo repito en español: Yo no tengo novias ni relaciones formales. Ya no... Hasta Laura —parece recordar, por lo que su gesto cambia de serio a titubeante—. Te lo dije hoy por la mañana: iniciamos una relación formal.

—¿Ah, sí? ¿Y le vas a ir a contar del numerito que hiciste aquí?

Luca me mira con resentimiento antes de contestar eso.

—No soporto cuando te pones así.

—¿Así cómo? —Doy un paso adelante—. ¿Cuándo te confronto? ¿O por lo menos lo intento?

»Dime, ¿se lo dirás a Laura? —insisto— ¿Le hablarás sobre lo mucho que te dio gusto de que no le hable en francés a Omi De Gea?

Él, en contraste, no puede dar ningún paso atrás porque se lo impide el Nissan.

—O, mejor aún —continúo. Y sé que bajo mis pestañas ahora hay lágrimas, pero las mantengo allí—, dime si le has hablado a ella en francés.

Él respinga.

—Es una pena que no mezcle cosas personales con negocios, porque sería maravilloso preguntárselo ahora que tengo su número de teléfono. —Finjo hacer una llamada y hablar—. Hola Laura, una duda ¿Luca te ha hablado en francés? Tal vez en una conversación normal, en una cena, en la cama o simplemente saludar.

—¿Por qué haría algo así? —Niega con la cabeza, nervioso—. Yo no sé francés.

—Confiaré en que no, Mon amor. Porque eso es algo de nosotros.

—Ya no hay «nosotros» —asegura, pareciendo necesitar con urgencia huir. De nuevo.

Pero ya estuve allí.

—¿No? ¿Entonces por qué no rechazaste la invitación al cumpleaños de Babette y enviaste un correo más conciso? ¿Por qué intentaste probarme?

—Ya te dije que yo no envié ningún correo.

—Celarme, insistir en tener sexo conmigo y no solo llegar a Cashba —sigo—, también competir allí con Omi para que me venda el Centro de estética. ¿Cuál era tu intención, Mon Amour? ¿Qué ya no tuviera pretextos para verlo? Porque no encuentro otra razón para haber hecho eso más que celos. Una vez más los celos.

—Solo quise ayudarte. —Luca ahora está a la defensiva—. No tenía por qué, pero lo hice.

»Pero tú todo lo interpretaste mal.

«No. Estoy segura de que no».

—Pero me odias tanto que aprendiste chino solo para que no pueda entenderte —recuerdo, echándole también eso en cara.

— Bù, wǒ bù hèn nǐ (No, no te odio) —masculla.

Y no sé qué contestó, pero sí percibo el dolor con el que lo dijo.

—Eres confusión hasta que me besas —sigo—. Hasta que me acaricias. Eres, la mayor parte del tiempo, barreras hasta que te obligas a decidir si te marchas... o te quedas.

—No. —Él vuelve a negar con la cabeza. Lo hace con desesperación.

—Basta de decidir por los dos —Mi voz se quiebra—. ¿Por qué no lo admites que...?

—No. Cállate.

Consigue «huir».

Se desliza hacia un lado negándose a continuar dando la cara y pasa del Nissan para escabullirse entre el resto de coches aparcados uno a uno en el estacionamiento.

Pero lo sigo.

Avanza rápido, sus pasos son largos; pero yo, en cambio, para darle «tiempo» procuro mantener distancia. Por ello, cuando se recuesta de espaldas sobre el capó de una Minivan, me quedo del lado de la cajuela del Sedan aparcado a la par y espero antes de decir más.

Ya estuve allí.

—Me confundes —musito.

—¡Y tú a mí! ¡Y me distraes! —contesta molesto y sin volverse. Sin embargo, un instante después parece arrepentirse.

—¿Pensaste en voz alta?

»¿Por qué no solo admites que...? —intento seguir.

—Yo ya tengo una vida

—¿Con Laura? —No quiero reír, pero lo hago.

Ya estuve allí.

—¿Tanto te asusta lo que...?

No me deja terminar.

Dejándome con la palabra en la boca, continúa escabulléndose entre coches del estacionamiento.

No quiere oírlo. Tiene miedo. Así cómo yo tenía miedo. Terror.

Ya. Estuve. Allí.

Rodea un Peugeot y se queda del lado de la puerta del piloto, mientras yo, cansada, esta vez me quedo del lado de las luces intermitentes del Land Rover detrás.

Ya nos encontramos varios metros lejos del Nissan de Roy y empezó a caer la tarde, por lo que gente comienza a salir del edificio habiendo concluido ya su horario de trabajo y se encaminan hacia el estacionamiento, lo que acabará con el laberinto de coches que ayudan a huir a Luca.

—Cuando tú aún...

—No vuelvas a señalar nuestra diferencia de edad —exige, advirtiendo el tipo de comentario que estaba por decir.

Pero continúo, aunque lo digo despacio y con pesar:

—Cuando tú aún creías en el amor a mí ya me habían roto el corazón.

No esperaba eso. Por esa era, en realidad, la finalidad de las comparaciones tontas: confrontar la experiencia con la ingenuidad.

—Cuando aún tenías esperanzas yo ya sabía que no todo lo que tiene que ver con el amor es bueno. ¿Recuerdas esa conversación?

Fue el día que conoció a Babette.

Luca asiente.

—Me dijiste que el problema era que no me habían sabido amar como merezco, que... no me habían tratado bien.

»También me preguntaste por qué me cierro.

—Y dijiste que un día lo entendería —contesta, con palabras entrecortadas.

—Sí. Porque ahora tú también tienes el corazón roto...

»Por mi culpa.

—Eso no fue profético, Ivanna, fue una amenaza —ríe, sin humor—. Hoy es claro que fue una amenaza. Sabes cómo eres. Advertiste lo que harías.

Agacho la cara.

—Y por eso ahora me odias tanto que aprendiste chino para que no pueda entenderte —repito.

Bù, wǒ bù hèn nǐ (No, no te odio) —repite él en chino, aunque no pueda entenderlo—. Dàn yuàn wǒ zuò (Desearía hacerlo).

»Pero eso nunca fue amor —agrega, de vuelta hablando en español—, fue...

—Llámalo como te dé menos miedo —contesto, obligándole a callar y una vez más no deja de negar con la cabeza.

«Sigo siendo tu musa, Petite souris».

—Cuando nos reencontramos hablamos sobre la importancia de no involucrarnos de más —me recuerda a modo de reproche. Le urge cambiar de tema.

Alzo la vista hacia el cielo, riendo. «Sí, eso recuerdo que dijo».

—Tengo cuatro semanas de embarazo, Mon Amour. Creo que ya es un poco tarde para eso.

Y cuando creo que me reprochará no «recordar» cuidarme para no complicarlo más, el abrir y cerrar de una puerta nos pone en alerta. Gente continúa regresando a sus coches para salir del estacionamiento y volver a sus casas, pero el sonido de esta puerta en particular, proveniente de una camioneta gris, capta nuestro interés por seguir, luego de ese «Clac», el sonido pasos lentos, pero resueltos.

Tanto Luca como yo nos volvemos para ver de quien se trata.

Rico, el chófer de Rodwell.

—¿Qué hace el chófer de Rodwell aquí? —pregunta Luca, reconociéndolo.

—Le dije que enviara a un mensajero con asuntos que aún debo resolver —recuerdo, al notar que lleva en sus manos correspondencia.

—¿Y cuánto tiempo lleva allí? —pregunta ahora Luca, siendo el caso de que lo vimos bajar de una camioneta aparcada a tres coches del Maserati negro de Omi, justo en la fila frente a la entrada del edificio, y, por tanto, con una vista esplendida hacia el lugar en el que primero discutimos.

Cual sea el caso, hay una sonrisa en el rostro de Rico, es obvio que vio todo, y, como Omi, Luca y yo hablamos a los gritos, seguramente también escuchó... y otra vez pasará la información a su jefe.

Y a toda la gente en Doble R.

«Mierda».

Luca mira a Rico subir las gradas frente al edificio con la correspondencia en mano. No sé qué pase por su cabeza, pero verlo regresar sobre sus pasos y de nueva cuenta fruncir sus labios debería darme una idea.

Camina de regreso al Nissan.

—Luca —Le hablo y no contesta. Ahora sí está decidido a irse—. Todo va a estar bien —prometo.

Pero, en realidad, no lo sé. ¿Doble R enterándose del Positivo?

¡DOBLE R!

Desviando un par de metros su camino hacia el Nissan, Luca se detiene a un costado de un contenedor de basura instalado pasa uso del estacionamiento, y, manteniendo una mirada llorosa alzada al cielo, espera a que me acerque para empezar a sacar de sus bolsillos muchos pañuelos de papel.

Las manos temblorosas delatan, una vez más, su dolor.

—Cuando me humillaste en mi primer día de trabajo —dice, depositando en el contenedor el primer pañuelo.

»O cuando hiciste que me golpearan un montón de pelotas de tenis —añade, procurando contener el enojo, al depositar el segundo. Pero está llorando.

»Poner al Maserati por encima de mi propia seguridad.

Me obligo a no bajar la mirada por consideración, porque se lo debo, a pesar de sentir mis propias manos temblar, aunque no por enojo. Este es mi juicio. Por fin lo hice hablar.

»Presentarme como tu prostituto.

»Arruinarme la salida con la chica del catering por capricho.

Sigue depositando de manera sucesiva los pañuelos. Tiene... suficientes.

»Jugar con los Post-its y las estrellitas.

»Aprovecharte de que estaba ebrio y engañarme sobre lo que pasó una noche anterior.

»Seducirme para tu propio beneficio.

»Ver cómo ibas y venías con Marinaro. —Ése pañuelo lo arroja con más furia.

—Luca... —farfullo y dejo de obligarme a retener las ganas de llorar.

—Decirme que teníamos sexo porque así lo querías.

—Sí lo quería —musito.

—También arruinaste un flirteo con la mesera de Ta-Tacontento.

»Hablarme en francés para confundirme... ¡Confundirme! —Me mira, y, ahora sí, no contiene el enojo.

»Decirme que no era el único y nunca lo seré.

»Celosa... celosa... celosa... —Lo repite, al menos, diez veces.

»Al otro día de tu escena de celos con Prudencia, hacerme soportar yo solo las burlas de la gente de Doble R. En especial de Lobo.

»Humillarme frente a todos. Todos. Por tu maldita competencia —sostiene ese pañuelo frente a mi cara antes de arrojarlo en el contenedor—. Pero llegaste a vicepresidenta, ¿no? Y ahora presidenta. Bravo, Ivanna —me aplaude a modo de escarnio— Y ya que lo lograste, quieres de regreso a tu ratón, a tu perro faldero, tu edecán, tu juguetito, ¡tú TÍTERE!

—No es así.

«Pero querías presionarlo, ¿no? Ahí lo tienes».

—Pero no quiero más de esa mierda —zanja—. Fue suficiente. Cuando salí de Doble R me lo repetí una y otra vez: ¡Fue suficiente!

»Aun cuando, por alguna razón, todos ahí saben de La loba.

«Oh, no».

—Yo se los dije —admito y ahora parece intentar contar del uno al diez.

—Tú y yo ya no somos jefa y asistente —me «recuerda»—. ¡Ya no!

»¡Soy tu ex asistente! —me grita—. ¡EX!

—Yo sé que ya no eres mi asistente —musito, mirando la mancha en su camisa—. El ratoncito ahora solo sale de día, cuando el cielo es azul.

—¿Brillante no? —me pregunta, aún con tono de confrontación—. Para resolver toda esa mierda de las estrellas, para ya no ilusionarme con ellas. Es una forma de bloquear, tal como se hace en redes sociales para no interactuar o con los números telefónicos. El ratón simplemente no saldrá de noche para olvidar. Y ya.

«El sol es una estrella», recuerdo. Pero mantengo la boca cerrada. Él dijo que ya fue suficiente. Y esta conversación honesta, sobre los dos, sobre nuestra «relación», no nos llevó a donde yo quería, sino a donde él necesita.

Ya estuve allí, y, sin importar lo que decida, no es justo dejarle en el mismo lugar.

—Deberías hacer otra historia que incluya a Laura —sugiero, en consecuencia—. El ratón encontrando a... otra ratona. Ya no a una loba.

—No. Ahí termina la historia —decidió Luca—. Ya no hay modo de continuar.

»Mi relación con Laura, y fue algo que hablamos Alexa, Roy, Clarissa y yo, a diferencia de la nuestra, no es tóxica. Y por eso ahí me voy a quedar. De día. Con el cielo azul. Lejos de las endemoniadas estrellas.

Sigo asintiendo.

—Te lo dije hoy por la mañana en la llamada: Tienes derecho. —Como no tengo pañuelos, limpio mi cara con el dorso de mi mano—. Yo... no pretendo interponerme. Solo quería tener la oportunidad de hablar.

—Pero ya no más. Sí, recaí —reconoce—. Clarissa me lo advirtió, no hice caso y tracé un plan estúpido con Roy. Pero entiende que para mí fue suficiente. Lo quiero dejar aquí.

—Porque me odias tanto que aprendiste chino solo para que no pueda entenderte —repito, sonriendo. Sonriendo... sin parar de llorar.

—Así estamos mejor —dice, evitando verme fijamente—. Tú, también, sin entenderme. Porque no quiero hablar más; ni de ti, ni de mí... ni del miedo. De nada más, Ivanna —agrega, retomando su camino hacia el Nissan.

Vuelvo a asentir.

—... pero también me amas tanto que aprendiste francés solo para entenderme —musito, solo para mí.

Solo para mí.

—Pero déjame decirte una última cosa —digo en voz alta y Luca tensa sus hombros, dispuesto a repetirme que ya no quiere hablar o escuchar más.

»En francés para que no puedas entenderme, y, así, no sea molesto para ti oír —justifico.

»Ya sabes, para yo misma cerrar este ciclo. ¿Tendrás esa pequeña deferencia hacia tu ex jefa? Yo ya oí tu juicio contra mí... y en español.

Y aunque no se vuelve, Luca asiente.

Antes de pronunciar palabra por mi mente pasa cada pañuelo de papel que tiró a la basura, lo mismo cada Post-it que alguna vez le escribí yo, por mi mente pasa todo.

—Esto es lo que te he querido decir desde aquella mañana durante el desayuno —digo, también en español, aunque después solo hablo en francés:

»Tal vez no lo entiendas, pero estaba sola, me sentía sola. Vivía en constante batalla con el mundo y conmigo misma, y tú te veías tan joven e ingenuo... tan manipulable, y eso fue de beneficio para todos, empezando por Rodwell.

»Jugamos contigo, nos aprovechamos de tu necesidad de ayudar a tu familia, también de lo que sentías por mí. Yo, en particular, me aproveché de lo que sentías por mí.

»Te corrompimos. Te tratamos como un tonto, como si te faltara maldad para darte cuenta de las cosas, cuando los que estábamos mal éramos nosotros.

»No fue justo... Nunca fue justo.

»Y si te lo preguntas, sí; me estoy disculpando. Debí hacerlo antes de insistir en continuar y, por lo mismo, ya no insistiré con nada más.

»Ya no te diré que te amo, porque sé que te lastima oírlo. Te aterra.

»Y que, aunque empecé contigo por Doble R, o ese era mi pretexto, después solo fue por mí. Y te lo decía en francés, para que, por mis miedos, no lo entendieras. Y que por eso merezco que ahora solo me hables de tus propios sentimientos en chino.

»Y sí. Dije que no eres el único y nunca lo serás, pero te mentí. Te mentí para mentirme a mi misma.

»Pero no hay más. No quiero más. Desde que te conocí no quería más... y, evidentemente, me volví loca intentando convencerme de lo contrario.

»Por miedo.

»Y, por otro lado, yo, sí, quiero, conservar, las estrellas. Cada una: las veces que me dibujabas; cuando, a pesar de que tuviste oportunidad, nunca me faltaste al respeto; cuando me mirabas como si fuera la mismísima Afrodita y también me tratabas como tal; cuando me hacías el amor con cuidado, con eso... amor, porque nunca me hiciste sentir que fuera solo sexo; o cuando, para mi sorpresa, no te molestaba llamarme «jefa».

»Parecías adorar llamarme «jefa» y decir a todos que me admiras.

»Me ayudaste a conseguir cuentas, y no solo porque era tu trabajo, hiciste más... Siempre hiciste más. Te quedaste conmigo en el hospital, o cuando, insististe en viajar conmigo y me diste ese día especial en la playa; lo mismo la cena, las flores de Navidad pintadas a mano, tu devoción a Babette... el mural... competir en Cashba... y volver solo para intentar ayudarme a no perder lo que, según tú, aún me importaba.

»Recordarme, en ese correo, que eres leal. Que a pesar de todo lo eres, porque, antes de ser mi asistente, fuiste primero un caballero.

»Y porque, por eso y más, cuando mi cielo estaba oscuro, tú hiciste que brillara con tu propia estrella, ratoncito.

»Perdón otra vez y también... gracias por todo.

»C'est tout —termino.

»Es todo —repito, en español—. Gracias por dejarme hablar.

Luca mantiene la cabeza agachada y espera unos segundos antes de continuar su camino hacia el Nissan.

Lo hace en silencio, sin demostrar más. Visiblemente cansado de todas las maneras posibles.

Por eso, llega al Nissan, me intenta ver de reojo a modo de despedida y abre la puerta para subir y huir. Ahora sí es todo.

—¿Qué te dijo sobre el rorro? —pregunta de golpe Roy, sorprendiéndonos a los dos.

—Ni siquiera hemos hablado de eso —musito.

—Lo está llamando «Eso» —le pasa queja Roy a Luca.

—Roy —masculla Luca a modo de regaño.

—¿En dónde lo va a dejar para que lo vengamos a traer?

—¡Roy!

Luca vuelve a cerrar la puerta del Nissan, y, muy a su pesar, y, aunque claramente desea lo contrario, se obliga a verme.

Al principio le cuesta preguntar. Cierra los ojos, de vuelta vuelve a fruncir sus labios y se obliga a hablar.

—¿Y... qué has pensado al respecto? ¿Qué decidiste?

Me gustaría hablarle con la misma honestidad que a Omi, volver a llorar por ese motivo frente a él, pero no parece lo correcto.

—Apenas lo estoy asimilando.

»Y... tú sabes que lo mío no son los niños —continúo—. Estoy dejando Doble R y empezando formalmente mi propia empresa, Babette...

Luca asiente.

—Lo imaginé.

Luego de decir eso, desvía su atención a algo detrás de mí. Me vuelvo para ver qué es y advierto que el chófer de Rodwell está de vuelta en su camioneta, tomándose su tiempo para subir, y, por consiguiente, otra vez mirándonos.

¿Aún no tiene suficiente chisme?

Decido ignorarlo.

—Y, como sea, ya tienes una buena oportunidad —continúo, recuperando el interés de Luca—: una novia formal y hasta una niña muy linda que te dice «Papá» —Él frunce su ceño—. No necesitas a... yo le digo «Positivo».

Recuerdo que tengo el sobre en mi mano y se lo entrego.

Luca saca la hoja dentro, la desdobla y lee. Y sé que no todo. Tal, como fue mi caso, sus ojos se detienen primero en mi nombre y luego en la palabra subrayada en negrita justo el centro: Positivo.

Durante varios segundos no hace nada más que ver la palabra, aunque sin demostrar nada, porque sus ojos llorosos están así desde la discusión con los pañuelos.

Intento recuperar la hoja, es mía, pero tirando de esta hacia un lado con un movimiento limpio, Luca lo evita.

Vuelve a mirarme y relame sus labios antes de hablar:

—Mamá querrá verla para terminar de creerlo —Señala con su gesto la camioneta del chófer de Rodwell, ahora marchándose, como justificación.

—Será la primera en estar feliz si no nace —digo, accediendo a dejarle la hoja.

—Tengo mis dudas —contesta con pesadez Luca.

»Y, siendo, ese, ahora el tema —continúa, volviendo a relamer sus labios—, me quiero disculpar por usar lo de tener hijos como chantaje para... alejarte. Fue idea de Roy.

—¡Se hizo canon! —celebra Roy desde el Nissan.

Luca golpea la puerta.

—¡Cállate, Roy!

Miro de Luca al Nissan.

—¿Qué es «canon»?

—Nada —asegura y vacila ante la eminente despedida.

»Entonces... me avisas —solicita, para concluir. Y entiendo a qué se refiere, qué es lo que le tengo que avisar—. Ya no ignoraré las llamadas.

—Gracias.

Esta vez sí sube al Nissan. Aunque, para mi sorpresa, es Roy el que baja ahora y me habla firme, desde el otro lado del coche. Lo hace sin dejar de señalarme.

—Le diremos que fuiste por cigarros.

Luca tira de él para que vuelva a subir.

No sé qué película se hizo en la cabeza, pero, como se trata de Roy, simplemente asiento.

Prende el Nissan y los veo salir de su lugar en el estacionamiento.

A mi encuentro vienen Omi, Victoria, Lina y Simoné.

Victoria, en particular, tirando por detrás de la camisa de Omi:

—Se quería meter cuando Luca te empezó a gritar —me explica.

—No dijo nada que no me mereciera —intento explicar a Omi, pero él, sin decir más, solo me abraza.

Me mantiene sujeta contra su pecho en lo que el Nissan avanza hacia la salida.

—Espero que tenga limpios sus retrovisores —masculla.

Pero solo me quedo donde estoy, abrazándolo; ya no quiero peleas, únicamente necesito ser consolada. 


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Chale :')

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