39. ¿Gruñón, tontín o dormilón?
No olviden que también actualicé el jueves c':
.
.
.
En total (luego de la edición final) quedaron 6,800 palabras. Así que GRACIAS de antemano por sus votos, reacciones y comentarios. Lo valoro mucho ♥
----
39. ¿Gruñón, tontín o dormilón?
IVANNA
El pánico se apoderó de mí, tensé cada pequeño músculo de mi cuerpo y mi primera reacción real fue sentir que no podía respirar.
No sé qué hubiera hecho ahí sola, sin Victoria. Esa noche, a pesar de traer encima la misma congoja, demostró ser más fuerte que yo.
Tal vez porque su situación es peor.
Le dije que tenía que ver a Luca. No sé por qué. A pesar de que ahí tenía a Victoria o a Simoné que había resultado embarazada al final de su adolescencia, concebí que a lo mejor era algo que solo Luca podía entender.
Tantas veces le dije que no me gustan los niños, y que, entre mis planes, jamás he incluido ser mamá.
Soy tan maternal como una película porno francesa. No hace mucho tenía sexo casual, fumaba, bebía como vikingo y rara vez utilizo zapatos que no sean de tacón de aguja.
No soy el prototipo de «mamá».
Llegué al apartamento de Luca para hablar y no estaba allí, y no le quise dejar un mensaje más allá de pedirle que me llame porque no es algo que trates por medio de terceros.
Intenté tranquilizarme de vuelta a mi apartamento, llevar, quizá, mi mente a otro lugar, pero fue imposible.
Es como si el pánico hubiera secuestrado mis pensamientos.
Le pedí a Victoria y a Simoné no preocuparse de más y marcharse a sus respectivos hogares a dormir tranquilas. «Yo puedo manejarlo». Victoria accedió siempre y cuando aceptara una pastilla para dormir. Sin embargo, al momento de tragarla la dejé bajo mi lengua y la retiré de mi boca una vez estuve sola.
«Sola».
No puedo decir con exactitud a qué hora se marcharon Victoria y Simoné, pero sí sé que a la media noche seguía recostada en mi cama viendo a la nada.
«Ojalá estuviera aquí Sherlock», pensé en algún momento al palpar mis sábanas y no encontrar nada.
«No quiero cuidar nada que sea más grande que Sherlock», me dije allí sola en la oscuridad, tan solo con la luz de la luna alumbrando mi cara a través del reflejo que entra por mi ventana.
Giré sobre mi estómago para recostarme boca abajo y, apretando con mis dientes una almohada, ahogué un grito.
¿Cómo pude ser tan idiota?
¿Cómo pude pasar por alto algo así?
La tarde que volví a ver a Luca no pensé con claridad, tampoco esperaba llegar a más, todo fue... repentino. Y no, no quiero ser mamá.
—No quiero ser mamá —dije en voz alta contra mi almohada sintiendo mi boca amarga.
»No es el tipo de putada que quiero para mí.
Abandoné mi cama con teléfono móvil en mano. Y de pie, frente a una ventana de mi habitación que abarca del piso al techo, seguí llamando a Luca hasta llegar a veintidós llamadas.
Y así, los pensamientos sobre que me odia hasta GN-z11 vuelven.
—¡Contesta! —le grité a mi teléfono al momento de la llamada número treinta.
Empezaba a amanecer y a la postre había pasado del shock a la resignación, por lo que me solté a llorar por todo por primera vez desde que aterrizó el avión.
¿Que prefiera ir a buscarte o llamarte en lugar de dejarte un mensaje no te da una idea de lo serio que es el tema a tratar?
Pero Luca nunca contestó el mensaje ni llamó.
...
En cuanto amaneció me puse un pantalón de chándal con su suéter y zapatos tenis, prendas que no recuerdo cuando usé por última vez. Me hice una cola de caballo alta y con la cara lavada, y otra vez sin haber dormido casi nada, bajé al estacionamiento por el Maserati y fui a ver a Babette.
La encontré dormida, con su cuerpo frágil pegado a la pared, de manera que aproveché y por primera vez en años me recosté junto a ella y la abracé.
Por su posición me daba la espalda, por lo que mi cara terminó sobre su pelo y sobre este volví a sollozar.
—Tengo mucho ruido en mi cabeza y no sé qué hacer con él, Babette —musité, sintiendo que me ahogaba.
Fue como si llorara por primera vez, como si todo lo anterior hubiera sido un ensayo para ese momento.
—Recuerdo que cuando empezabas a perder la memoria repetías eso «Tengo mucho ruido en mi cabeza y no sé qué hacer con él».
»Au clair de la lune, Pierrot répondit, Je n'ai pas de plume, Je suis dans mon lit —canté a continuación en francés.
Es la canción de cuna que me cantaba Babette.
Y de pronto, para mi sorpresa, oí su voz adormitada también cantándola.
«Aún la recuerda».
En consecuencia se giró en mi dirección, al igual que yo con su cara lavada, y me habló.
—Esa canción le gusta a Ivanna —dijo en francés, cogiendo del brazo a la muñeca tras su cabeza para mostrármela.
«Así que de nuevo estamos con la muñeca», pensé, triste, pero abrazándola.
—A Ivanna le gusta que le cante mientras rasco su cabeza —me contó y le esbocé una sonrisa a la muñeca.
—¿Y qué te parece si solo por hoy imaginas que yo soy la muñeca? —le pedí, también en francés, devolviendo a la muñeca en el lugar de la cama tras su cabeza.
Y así, como si percibiera mi urgencia de afecto, y aunque al principio pareció dudar, Babette me hizo caso y volvió a tararear la canción al mismo tiempo que rascó con suavidad mi cabeza.
...
Desperté al escuchar la voz de las enfermeras, se decían la una a la otra que hace dos horas, cuando el servicio de comida vino, también estaba aquí.
«¿Cuánto tiempo he dormido?», consideré, incorporándome.
Babette, a mi lado, al igual yo dormía todavía con sus dedos metidos con suavidad entre mi cabello.
Vi en mi reloj que eran las diez de la mañana, pedí a las enfermeras revisar a mamá y solicitar el servicio de comida de vuelta y fui al servicio sanitario a lavar mi boca y mi cara.
Finalmente resentí los efectos de no haber dormido bien, abría y cerraba los ojos sentada en el váter, y, aún cansada, al regresar con Babette me acurruqué por segunda vez a su lado en lo que le daban de comer. Ella me volvió a abrazar, devolvió sus dedos a mi cabello y fue como regresar en el tiempo y volver a sentirme su niñita.
—A Ivanna le gusta escuchar canciones de los Backstreet Boys, su favorito es Kevin —le dijo a la enfermera en francés, en tanto yo, manteniendo los ojos cerrados, estiré mis labios en una sonrisa.
«Los recuerdos no se han ido del todo, los buenos, cuando menos, ahí están».
Me quedé con Babette todo el día, salvo por el final de la tarde cuando regresé a mi apartamento y contesté mensajes al mismo tiempo que escuché baladas de los Backstreet Boys, en particular Show Me the Meaning of Being Lonely. La repetí hasta el aburrimiento, y ni así porque solo la detuve para contestar una llamada de Pipo, preguntando si llegué bien.
De cualquier modo, no tuve el valor de contarle nada a Pipo. Sentí que a cualquiera que se lo dijera me iba a preguntar cómo es posible que obviara algo así y de nuevo me iba a sentir una idiota.
Después limpié, desocupé la maleta del largo viaje a Asia y metí la ropa que traje de regreso a lavar.
En adelante intento trabajar, fallo repetidamente, una y otra vez vuelvo a pensar en «Positivo» y me enojo por no poder regresar el tiempo. Sobre todo cuando, pasadas las horas, y con ellas la primera impresión, dejo de tipear un momento en mi laptop para repetirme que no quiero ser mamá.
«No quiero».
Y que, pensándolo mejor, es preferible que Luca no haya contestado. ¿Qué, en el infierno, le iba a decir de todos modos?
¿«Estoy embarazada, lo eché a perder, lo sé; pero no va a nacer, y, como sea... solo quería avisarte»?
Pienso en ello y no tiene sentido.
Incapaz de dar vueltas en mi cabeza a otra cosa, me pongo de pie para caminar de mi habitación a la sala, pensando. Repitiéndome sin parar «No quiero».
No lo pedí.
No lo planeé.
Está ahí porque me equivoqué.
Desde que supe de su existencia, aun cuando pienso en ello, lo único que hago es ignorarlo.
Al bañarme evité tocarme el vientre, ver hacia abajo y sentí terror al imaginarlo abultado.
Al ponerme los pantalones de chándal, como si eso hiciera un cambio, en todo momento solo vi el techo.
Y ahora, luego de mi recorrido por el apartamento, sentada en el desayunador comiendo ensalada, me pego lo más que puedo al borde de este para otra vez no tener que verme el vientre.
Es como si no estuviera ahí si no lo veo.
Como una enfermedad.
Como un virus.
Como un inquilino molesto.
Suprimo una arcada al sentir ganas de vomitar, siento malestar desde la mañana, pero siempre ha sido así por la gastritis y desde la salida de Taiwán no he comido bien. «Pero no puede ser este...».
Me pego más al borde del desayunador como si de eso dependiera ya no pensar en ello.
...Ya no pensar en ello...
Al despertar ocupé toda mi fuerza interior para no correr al baño a vomitar, todo mientras Luca, al otro lado de la ciudad, oía pajaritos cantando a un lado de su ventana en tanto el sol de la mañana le acariciaba la cara.
«Esa es la diferencia entre tener matriz y polla», me debato, molesta, y atacando con mi tenedor el plato de la ensalada.
«Ah, pero qué buena polla».
«Por eso me ha metido en tantos problemas».
—Hay más, Ivanna —regaño a mi tenedor a modo de proyectarme en este—, hay más, y más largas, y más anchas.
»Te pones otro DIU y ya.
»Basta ya con Luca —golpeo con más fuerza el tenedor en el plato—. Te dejo sola con este problema. No contestó.
«No contestó».
Cuando tengo a la mitad la ensalada recibo un mensaje de Victoria preguntando si ella y las chicas pueden desayunar conmigo mañana. Ya tienen reemplazo en el trabajo y la comida encargada.
«Y también esta es la diferencia entre estar sola y tener amigas», pienso, sintiendo un nudo en la garganta y respondiéndole con un miserable:
Sí, por favor.
Y también cuéntale a Lina y a Michelle.
No voy a fingir que no necesito al menos un poco de compañía, pasar el día con Babette me hizo bien y sé que una charla con mis amigas me dará perspectiva. Son la mala influencia que me da vida. Por lo que dejo a la mitad la ensalada y regreso a mi cama otra vez sintiéndome cansada.
Cansada pese a que solo por ratos pueda conciliar el sueño.
...
La buena noticia es que la remodelación de mi piso de oficinas ya casi está terminada y, aun cuando todavía están envueltas en plástico para evitar que se estropeen con polvo o pintura de la remodelación, ya tengo sillas para las visitas.
Las chicas y yo desayunamos huevos, pan tostado, fruta y avena sentadas alrededor de mi escritorio, sin ninguna preguntando nada sobre el embarazo aún. Lo que me hace bien, no quería hablar de entrada sobre... eso.
E imagino que tampoco ninguna sabe cómo tocar el tema a pesar de que, y tengo claro eso, la pregunta obligada para empezar la conversación es «¿Y lo vas a tener?»
El resto depende de esa respuesta.
Al observar la dinámica de las chicas con Victoria advierto que de lo suyo aún no saben nada, salvo por Simoné que oyó «cosas» durante la videollamada, pero no sé si decidió preguntar.
—Adelante, toquen el tema —las animo—, qué más da.
—De acuerdo —suspira Michelle, haciendo a un lado los platos vacíos de su desayuno—, ¿has pensado qué quieres hacer?
—Y «No sé» es una respuesta válida —dice Simoné—. Si lo sabré yo que perdí el apoyo de mis padres y tuve que abandonar la universidad por un embarazo.
Su sonrisa media entre feliz y triste me da en que pensar, por lo que la observo durante en unos segundos en lo que las demás hablan. Simoné habla poco sobre su embarazo adolescente, y, en lo personal, admito que, al no ser fanática del tema «bebés» hasta hoy me dio curiosidad.
—No sé qué hubiera hecho si Victoria no me da trabajo —agrega, lo que hace merecedora a Victoria de miradas de agradecimiento.
—¿Te arrepientes de tener a tu hijo? —le pregunto, imaginando que quizá ha pensado en ello.
—No, no me arrepiento —contesta Simoné sin dudarlo—. En ningún momento lo he hecho. No imagino mi vida sin Calvin. Y si acaso la he imaginado, en definitiva no es mejor.
—¿A pesar de perder apoyo, haber tenido que dejar la universidad y quizá no vivir muchas cosas? —pregunta Lina.
—A pesar de perder apoyo, haber tenido que dejar la universidad y.... he vivido muchas cosas —le asegura Simoné—. De hecho, todo ha sido mejor con Calvin.
—¿Aún sin contar con el apoyo del papá?
—El papá nunca supo de él —nos recuerda Simoné.
—¿Por qué? —Y para ser sincera es la primera vez que lo pregunto.
»No tienes que contestar —agrego al notar la incomodidad de Simoné y ella asiente.
Y es que, ciertamente, ninguna aquí sabemos por qué motivo Simoné nunca le dijo nada al padre de Calvin ni quién es él.
—Yo no hubiera sacrificado nada por un hijo —dice Michelle—. Mucho menos la universidad. No soy de decisiones apresuradas.
—Mi decisión no fue apresurada —le contesta Simoné con un dejo de molestia.
—O ahora imaginen que Victoria se hubiera apresurado a tener hijos con Gary —dice Lina para desviar el tema y que las otras dos no se peleen—. Prácticamente lo hubiera tenido que cuidar sola.
Victoria se remueve en su lugar al escuchar eso, sé que, al igual que yo, oye todo juiciosa. Y no sé ella, pero al menos yo, pese a saber qué quiero o qué no quiero, no puedo dejar de ver de Simoné a Michelle sin sacarme de la cabeza lo de «Decisiones apresuradas».
—Buenos días —saluda una voz desde la puerta y todas giramos la cabeza hacia allá para ver de quién se trata.
Y creo que debo suprimir otra arcada debido a la primera impresión.
Es Laura Montero, la chica de Instagram y... vecina de Luca.
Dos de mis amigas la reconocen y hacen comentarios por lo bajo al respecto, incluidos «¿Acaso vino a morir?»
Por lo que me veo obligada a musitar entre dientes un disimulando:
—Compórtense.
Pero la única que no hace caso es Simoné que, al mismo tiempo que yo, se pone de pie para recibir a Laura, solo que cruzada de brazos.
—Perdón si soy inoportuna —dice Laura al percatarse de que estábamos desayunando—, puedo regresar si eso está bien para ti —agrega, dirigiéndose a mí.
—Ya habíamos terminado —la tranquilizo y empiezo a desocupar el escritorio con ayuda de las demás.
«¿Qué quiere?»
—Pasa —le pido y Michelle le ofrece un asiento en tanto Simoné continúa con la actitud amenazante, y Lina, y Victoria, para su comodidad, fingen ignorarla.
Además de un bolso personal, Laura trae con ella una bolsa de tela grande con champús, cremas y fragancias dentro, lo que me devuelve al día que nos presentaron, cuando me dijeron que ella misma los fabrica y vende por cuenta propia.
«¿Vino a venderme champús?». La idea parece descabellada.
Le pido a mis amigas dejarnos a solas, y ellas, complacientes, incluida Simoné, cierran tras su salida la puerta de mi oficina para esperar afuera.
—Di con el lugar porque Luca le platicó a Alexa dónde es y escuché —empieza Laura.
»No pretendo quitarte mucho tiempo —asegura con actitud tímida.
—¿Vienes a venderme champús? —inquiero, tomando asiento en mi silla ejecutiva en lo que ella, al otro lado del escritorio, permanece en la de visitas. Lo que me da seguridad al hablar.
«Sí, tengo un ego frágil».
—No, no vengo a venderte champús —aclara Laura, sonrojándose—. Tú, seguramente, usas de los costosos.
—De hecho, mi amiga Victoria me ha recomendado no saturar de químicos mi cabello.
Con un gesto de mi mano le pido mostrarme uno y eso hace.
—¿Desde hace cuánto los fabricas? —pregunto, viendo el cuidado con el que están recortadas las etiquetas.
—Cinco años. Empecé cuando ya no me alcanzaba mi salario de mesera para mantener a mi hija —explica.
—Es cierto, tienes una hija pequeña —recuerdo
—. Su nombre es «Isabella», ¿cierto?
—Sí, y me ha ido tan bien que ya solo me dedico a eso —continúa—. Los distribuyo a compradores particulares, algunas tiendas y salones pequeños. También he tenido puestos en ferias.
—Pero ningún distribuidor grande aún —concluyo, observando curiosa los acabados del producto y Laura esboza un gesto negativo, de nuevo de forma tímida.
—Es un producto artesanal —continúa explicando.
—Está bien, yo me encargo —anuncio, dejando el champú a un lado de mi escritorio y la chica respinga.
—No, yo no venía a eso, yo... —Creo que está sudando.
—Desde luego. Pero no vas a desechar una oportunidad semejante, ¿o sí? Mira que ya tengo una carpeta de clientes en Ontiva y acabo de firmar tratos con India y China. Lo mío es asesorar empresas en crecimiento, no colocar productos, pero ahora que lo pienso no tengo porque limitarme. —Miro del champú a ella y de regreso—. Haré la primera prueba contigo. Como sea, mis contactos ya están ahí, y no tienes absolutamente nada que perder.
No deja de balbucear, quiero hablar pero no dice nada.
—Déjame el champú —continúo—, mi amiga Victoria lo probará en su salón, haremos la primera prueba ofreciéndoselo a sus clientas, y... yo te cuento.
Laura me ve boquiabierta.
—El producto tiene cinco años en el mercado, lo probaré porque voy a ofrecerlo. No obstante, sea como sea, el trato es prácticamente un hecho —termino.
—No-no tienes por qué ayudarme —musita la chica, aún si poder creerlo.
—No te estoy «ayudando» —aclaro—. Voy a sacar un beneficio.
—Aun así...
No deja de verse apenada.
—Me dedico a esto mucho antes de meterme con Luca. No te mortifiques con eso.
—Pero ahora me apena decir lo que vine a decir —agrega, queriendo ponerse de pie para irse.
«¿Ah, sí?»
—¿Por qué? —Ahora me siento curiosa—. Dilo —la reto, manteniendo mi tono de voz neutro—. No cambiará nada. Negocios son negocios.
—De acuerdo. —Se reacomoda en su asiento y trata de sentarse derecha—. Y aunque antes no lo veía necesario, ahora considero que primero debes saber que Luca y yo comenzamos una relación formal ayer —anuncia y también procuro mantener mi gesto sereno.
«Así que por eso no contestó».
—Y si eso cambia tu intención de hacerme una propuesta de negocios, lo entiendo —agrega.
—Negocios son negocios —repito, obligándome a esbozar una sonrisa.
Y porque no voy a cerrarme a la posibilidad de expandir mi negocio.
—Bien... No me correspondía a mí decírtelo —continúa Laura—, pero, dadas tus buenas intenciones, me sentí obligada.
—Hiciste bien —agradezco.
No deja de respirar con pesadez.
—Y en particular te quería preguntar, bueno... Sé que has estado llamando repetidamente a Luca.
—Ya no —zanjo.
—Aun así, es algo reciente —relame con nerviosismo sus labios al hablar—, y bueno, verás, no importa si yo salgo lastimada, soy una adulta ya, pero mi hija... Ella quiere mucho a Luca y quiero darle seguridad. Me da miedo involucrarla en algo que será pasajero.
La escucho torciendo mi gesto al no comprender.
—Es decir, ella le dice «papá» a Luca, pero antes él y yo teníamos una relación abierta, éramos solo «amigos», pero ahora, en caso contrario, es un riesgo...
Niego con la cabeza:
—¿Qué tiene que ver eso conmigo?
Me molesta oírla divagar.
—Por tu insistencia en llamar a Luca advierto que quieres mantener comunicación —intenta explicarse— y quería preguntarte si aún ves un futuro con él —Ahora parece querer llorar—, y, hoy temprano pensaba que, de ser así, mejor me alejo porque no puedo competir contigo y no quiero que Isabella salga lastimada... ni yo.
—Me vienes a preguntar si seguiré buscando a Luca y si considero que eso es un riesgo para su relación —resumo y ella asiente simultáneamente que su labio inferior tiembla.
Giro casi en su totalidad mi silla para enseguida devolverla a su lugar inicial.
«No puedo creerlo».
—¿Y no te has cuestionado que eso es algo que tienes que hablarlo con Luca? —Trato de sonar amable.
Trato.
Y no la dejo hablar, o divagar, yo continúo:
—¿Sabes?, muy aparte de ti, no tengo paciencia de reserva para las mujeres que me vienen a pedir que deje en paz a sus novios o esposos.
La chica salta en su lugar.
—Porque aún si yo me fuera a parar desnuda frente a Luca y le ofreciera una mamada, si él acepta, para ti ¿eso es mi culpa?
Laura niega con la cabeza, sonrojándose.
Va a llorar.
¡Va a llorar!
—¡Señoras, tápenle los ojos a sus maridos porque Ivanna Rojo anda suelta, ¿te das cuenta de lo estúpido que suena?! —le hago ver.
»Pero, tranquila, no te preocupes, ya no voy a llamar a Luca —agrego porque, tal como lo supuse, empezó a llorar haciéndome sentir que ella es la Princesa Aurora y yo Maléfica.
Y al ver lo joven que es me da pena.
No es su culpa mi basta experiencia en el tema ni que, a mi pesar, Luca la prefiera.
—¿Cuántos novios tuviste antes de Luca? —me atrevo a preguntar.
—Él es el tercero, antes estuvo otro y el papá de Isabella —solloza.
—Claro —suspiro, repitiéndole que no debe preocuparle que siga siendo «tentación» para su beato novio.
Porque si le digo todo lo que hemos hecho Luca y yo en privado, se muere.
—Aunque es algo que deberías hablarlo con él —le recalco.
Pero comprendo por qué no lo hace. En su momento al igual temí preguntarle a Lobo si los rumores sobre la relación que mantenía con mi prima eran ciertos. Era mucho más fácil ser hostil con ella cada que la veía para ingenuamente creer que «competía».
Pero no es competencia. Te quieren o no. Y esa es una verdad que todos en algún momento enfrentamos.
Reflexionando eso le pido a Laura su tarjeta para mantener comunicación, aunque no sin antes fastidiar más mi día al verla sacar de su bolso un pequeño conejo de peluche color rosa, seguido de más cosas, entre ellas la tarjeta.
—Este conejo —digo, alcanzándolo con la intención de cogerlo de las orejas.
—Ah sí. —Laura, más tranquila, habla de él con humor—. No sé si tengo un pretendiente o algo, pero los han puesto en mi camino desde hace días, aunque sin tarjeta.
»Pero como no quiero malos entendidos con Luca, en caso sí sea un pretendiente, lo que hago es dárselos a Isabella; con este ya juntó cuatro, todos color blanco o rosa.
No dejo de ver al conejo.
—Platícale esto a Clarissa —recomiendo.
—¿Por qué? —pregunta Laura, preocupándose.
—Ella te lo va a explicar —prevengo, buscando en mi bolso mi agenda—, yo tengo que hacer unas llamadas.
«¿En dónde guardé el número de Tyson?» Lo busco con urgencia.
—Déjame el conejo —pido cuando advierto que lo va a coger de vuelta.
—Esta bien —acepta Laura, sin aún comprender.
Pero está bien, que tenga sus últimos momentos de paz. Tanto ella como sus oídos.
—Suerte, Ivanna —se despide de mí y asiento con la cabeza sin alzar la vista de mi agenda.
Aunque mantendré mi aplomo para cerrar tratos con ella, o con cualquiera, de momento prefiero que se marche. Hay cosas en las que debo pensar.... Y posiblemente llorando.
...
Cuando Laura está fuera mis amigas regresan.
—¿Qué quería? —cuestionan sin ambages.
—Pedirme que ya no llame a Luca —suspiro sin dejar de buscar el número de Tyson en mi agenda. Sé que no lo tengo en mi teléfono.
—¿Es en serio? —exclama Victoria con molestia. Ninguna puede creerlo.
—Es una niña —justifico—. No pasa de los veinticinco y Luca es su tercer novio.
—No es justificación —objeta Simoné—. Mi vecina pasa de los cuarenta y hace un par de días también me exigió que deje de coquetearle a su marido.
»Y no es que en verdad le esté coqueteando —aclara sin que se lo preguntemos—, tal vez un poco, sí, pero más él.
Ninguna agrega nada.
Las chicas simplemente ven con una ceja levantada a Simoné mientras yo continúo buscando en mi agenda.
—Es en serio chicas, todas tenemos un pasado oscuro y creo que como grupo deberíamos proponernos tener más decoro —propone Simoné, «seria»—, eso es más importante que hacernos Manicure las unas a las otras o hacer dieta juntas.
—Simoné; cállate —le pide Michelle.
—Ya no seamos tan putas —termina Simoné «invitando» a la reflexión a todo el grupo—. Hay que cambiar. Sí podemos —Levanta con entusiasmo los brazos al decir eso.
—Le hubieras dicho que estás embarazada —me dice Victoria—, y que se joda, tanto ella como Luca.
—No —niego—, lo pensé y decidí que no es necesario que Luca lo sepa.
La primera que desvía la mirada hacia la puerta es Michelle, seguida de Lina, Victoria y Simoné consecutivamente. Yo soy la última, pues aún revisaba mi agenda.
Laura contiene el aliento al percatarse de que la descubrimos oyendo. Oyó... y oyó suficiente.
No intenta huir, parece querer enfrentar la verdad, por lo que sus ojos van de los míos a cualquier señal física en mí en búsqueda de una confirmación: su novio de ensueño embarazó a su ex jefa.
—¿No te dijeron que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas? —ataca Simoné a Laura y la hago callar con un gesto de mi mano.
—Olvi-dé dejar las demás muestras —balbucea Laura terminando de entrar de nuevo a mi oficina para dejar a un lado la bolsa de tela con el resto de sus productos.
Pero estando de pie ahí ya no se marcha, su mirada, ahora sombría, vuelve a buscar la mía para confrontar.
—Luca no lo sabe —dice.
—No —contesto, tranquilamente—. Intenté hablar con él, pero, tal como ya lo platicamos las dos hace un rato, no contesta mis mensajes o llamadas.
—Piensa que es para hablar de ustedes dos, no tiene idea —llora Laura.
—Pues yo ya no estoy de humor para rogarle contestarme.
—Pero no puedes callar algo así —dice y tanto Simoné como Lina dan un paso al frente para instalarse cada una a un lado de ella.
»O al menos a mí no me pidas callar algo así —agrega, viendo con miedo a mis amigas.
—Tú no vas a decir nada que no te corresponda decir —la amenaza Lina.
—Luca primero es mi amigo, no puedo callarme, él nunca me lo perdonaría... ni yo misma. Ivanna es amiga de ustedes —les dice a las chicas—. Pero, en mi caso, mi amigo es él.
Me pongo de pie, aunque me mantengo detrás de mi escritorio.
—Tiene derecho a saber —me insiste Laura—, a ser parte... No lo has visto —continúa—, él adora a mi hija, mi hija —remarca—, ¿cómo no va a querer a... —señala mi vientre y llora con más fuerza—, tu bebé.
Es la primera vez que alguien se refiere así al «Positivo» y tiemblo.
Victoria se da cuenta y se une al muro de contención alrededor de Laura.
—Incluso quiso ir a hablar con el papá de Isabella para que la llame —continúa justificando ella—. Él no va a despreciar a tu bebé —asegura—. Jamás lo haría. Sé que se hará responsable sin que se lo pidas.
—Esto no te compete —amenaza Victoria a Laura y, asustada, ella mira una por una a mis amigas... finalmente comprendiendo, por lo que una vez más se dirige a mí.
—No lo piensas tener —señala y alzo mi barbilla.
Pero cuando pienso que me va a atacar, lo que hace es limpiar las lágrimas de su cara y tomar asiento.
—Comprendo —musita, levantando la cara para mirarme hacia arriba, dado que yo sigo de pie—. Es tu asunto entonces... Pero no puedo callar —asegura, con suplica.
—¿Quieres ver cómo si puedes? —la amenaza de vuelta Simoné.
—Simoné —llamo su atención.
Michelle es la única que no sabe qué hacer. En su momento defendió a «Esa» cuando no sabíamos que se trataba de Alexa y ahora a Laura.
Laura vuelve a ignorar a mis amigas y solo se dirige a mí.
—Si tu miedo es estar sola en esto, de nuevo te aseguro que no será así —insiste—, Luca no es así.
—Esté Luca de acuerdo o no, Ivanna no estaría sola en esto —le asegura Michelle.
—No es lo mismo las amigas que el papá del bebé —le contesta Laura—. Yo lo sé.
—Este bebé no necesita ayuda económica —vuelve a intervenir Simoné.
—No hablo solo de ayuda económica.
—Mis motivos van más allá de eso —le digo, sentándome—, no estoy lista y creo que nunca lo estaré. No ha sido fácil para mí lidiar con la noticia y tampoco quiero estar en una posición así.
Para mis amigas también es una sorpresa escucharme. No habíamos tocado de esta manera el tema.
—Lo entiendo y no te voy a intentar convencer —dice Laura—, pero, como sea, debes decírselo a Luca. Siento que... te sentirás diferente cuando hables con él.
Alzo mis manos.
—Él no me va a convencer de nada, quería decírselo por... No sé por qué quería decírselo —siento un nudo en mi garganta—. Estaba desesperada.
—Aún lo estás —me dice Laura, suponiendo.
¿Suponiendo?
—Y quizá en el fondo aún no lo has decidido —continúa, lo que me hace sentir incómoda... y probablemente confrontada.
»No deberías temer ver si hace una diferencia decírselo.
—No me conoces, no necesito la opinión de Luca, de nadie —le aseguro.
—Pero yo ya no me puedo callar. No podría ver a los ojos a Luca sabiendo algo así. No cuando él ha hecho tanto por mí e Isabella.
De nuevo mis amigas quieren intervenir, pero no lo permito. Cansada, dejo salir aire que retengo, saco de mi bolso mi teléfono y lo coloco en medio de mi escritorio, justo entre Laura y yo.
—Hagamos algo —empiezo—, intentaré llamar a Luca una vez más, si contesta lo citaré y le informaré...
—Solo informar —le recalca Simoné a Laura.
—Pero si no contesta... haz lo que quieras con la información —decido, harta—. Díselo a él, a Clarissa, a Alexa, a Roy. No me importa.
—De acuerdo —Laura ve con fe el teléfono.
—¿Cuántos intentos hago? —pregunto a mis amigas—. ¿Uno, dos o tres?
—Sé buena y haz diez, que se joda oyendo el aparato donde esté —sugiere Victoria, por lo que, dejando el teléfono a la vista de todas, repaso con mis dedos el teléfono para hacer la primera llamada.
El teléfono suena mientras Laura, aún llorosa, me mira a mí y yo a ella, pero no pasa nada.
Una vez más, Luca no contesta.
—De nuevo —digo, volviendo a presionar el nombre de Luca en la pantalla.
»Al menos no me ha bloqueado —bromeo y Laura baja la mirada como si se tratase de una revelación.
Fue cruel hacer ese comentario frente a ella.
Y Simoné me lo confirma al gesticular en mi dirección «Perra».
Pero tampoco voy a esconder la verdad. Si Luca de verdad hubiera «pasado página», no jugaría al gato y al ratón con las llamadas.
—O solo no se le ha ocurrido bloquearme —le digo a Laura a modo de consuelo, pero es peor.
»Y no contestó —agrego al notar que la llamada otra vez cayó en buzón.
Pero como por experiencia sé que Luca ignora esos mensajes, ni siquiera intento dejar algo.
—¿Una última vez? —pregunto a mis amigas y asienten. Por lo que vuelvo a presionar el nombre de Luca para remarcar.
Sin embargo, nuestra sorpresa es tal que respingamos al oír que esta vez sí contesta.
—¿Qué quieres? —masculla, lo que me hace enojar.
Primero, porque esta es la llamada número treinta o cincuenta, ya no sé. Segundo, porque mis amigas, a quienes les he hablado maravillas de él, no pueden creerlo, y tercero porque Laura está presente y que me hable mal frente a ella no hace bien a mi ego. De modo que, molesta, me vuelvo a poner de pie apoyando mis manos en el borde de mi escritorio, y, aunque estiro los labios en una sonrisa hipócrita para fingir que estoy «bien», también hablo mascullando.
¿«Qué quieres»?
—No saludarte, créeme.
—Ivanna, estoy ocupado.
—¿Y crees que yo estoy jugando, que mi tiempo es para ti y no tengo nada más que hacer?
—¿Entonces qué haces llamándome?
—Te lo dije en un mensaje: es por algo serio.
«¡Estoy gritando!»
—Lo que había que hablar sobre nosotros...
—No es sobre nosotros.
—La última vez te dije claramente que...
—¿Qué me vaya al diablo? —golpeo con la palma de mis manos el borde del escritorio—. Sí, lo recuerdo, pero tengo noticias.
—No me interesan —vuelve a mascullar Luca, pero cuando voy a contestar agrega—: aunque, ahora que lo pienso yo también tengo. Este fin de semana mi vida cambió dio un giro interesante.
Desvío la mirada del teléfono a Laura y ella se mantiene seria. Luca está a punto de darle su lugar al decirme que tienen una relación formal, lo que lastima de todas las maneras posibles y lo disimulo mal.
«Necesitaré un nuevo corte de cabello después de esto».
—¿Ah, sí? —grazno y aprieto con mayor fuerza mi escritorio porque eso al igual se tuvo que oír mal.
Luca, por su parte, también debió notar que estoy afectada, ¡no hay forma de que no lo notara!, y me maldigo por eso.
—Sí —continúa—. I-inicié una relación formal con Laura —tartamudea y, aunque mis amigas vuelvan a pensar que soy una PERRA, me alegra que oírlo tartamudear, y, por tanto, dudar, afecte a Laura.
Cojo aire para volver a hablar.
—Felicidades... Te mereces darte una oportunidad con quien sea.
—Sí. ¿Y cuáles son tus noticias? —pregunta ahora Luca— ¿Qué iniciaste una relación con Omi? —añade y con eso consigue que ahogue una risa.
Y no soy la única, mis amigas, del mismo modo, lo hacen; y Victoria, muy en particular, tuerce su gesto con burla. Situación que no pasa desapercibida por Laura que, evidentemente, se siente peor. La están usando para lastimarme.
—No, no es eso —le digo a Luca, recuperando la seguridad en mi tono. Mi ego fue restaurado.
—¿Entonces? —La duda de Luca es genuina, porque esas eran las noticias que esperaba oír.
¿Para qué, según él, le iba a llamar yo sino para decirle que tengo algo con Omi? No lo sé.
—¿Qué noticias son entonces?
—Mejor si te vas sentando.
Muevo con gracia hacia un lado mi cabello.
—Aunque lo mejor sería hablarlo personalmente —agrego.
—Ivanna, no tengo tiempo, debo volver a una reunión en la que está presente Anette, mi jefa —me recuerda, ahora sí escuchándose amistoso porque sin duda Anette está escuchándolo, pero tan solo finge por no encontrarse solo, porque es claro que está furioso.
—No es algo que se deba hablar por teléfono —digo imitando su falso tono amistoso.
—Dímelo por teléfono —demanda.
—No es buena idea, Luca —le advierto.
—No nos vamos a volver a reunir Ivanna. Habla.
—No quieres saberlo por teléfono —insisto.
—Sí, sí quiero —insiste, de nuevo con el tonito amistoso hipócrita.
—No, no quieres. —Y como seguramente está sonriendo para el público que tiene enfrente, yo también vuelvo a imitar el tonito.
—Ivanna, habla de una vez o cuelgo —vuelve a amenazar.
—Luca... —No dejo de sonreír. Lo diré.
—No estoy bromeando, Ivanna. Voy a colgar.
—¿Gruñón, tontín o dormilón? —le pregunto sin que mis amigas o Laura entiendan nada.
Ni el mismo Luca lo hace.
—¿Q-qué? —grazna, confuso.
—Estoy embarazada —agrego tranquilamente y espero atenta su reacción.
Nada.
—¿Luca? —pregunto, dando golpecitos con mi uña a la pantalla del teléfono aún con una sonrisa relajada en mi rostro.
—¡Que perra! —vuelve a gesticular en mi dirección Simoné, divirtiéndose.
—Yo quise hablar con él personalmente —justifico en tanto Lina y Victoria del mismo modo contienen risas.
Es una pena que Laura aún no sepa cómo hacemos llamar a nuestro grupo.
—¿Q-q-qué? —vuelve a preguntar Luca, pero en voz tan baja que solo Laura y yo conseguimos escucharlo desde donde estamos.
Me inclino sobre el teléfono aún sobre mi escritorio para repetírselo.
Mis labios casi rozan la pantalla.
—Que estoy embarazada.
De nuevo lo dije claro.
De vuelta ninguna otra reacción, y tengo duda respecto a si Luca sigue al otro lado hasta que escucho a Anette, su jefa, gritar:
—¡Alguien haga algo, se está ahogando!
Seguido del ruido de muchos pies corriendo.
—¡Aflójenle la corbata! —grita otra voz en lo que me vuelvo a parar derecha.
—Conste que yo quise hablar personalmente —le repito a mis amigas y a Laura.
—¡IVANNA, ESTE TIPO DE COSAS NO SE DICEN POR TELÉFONO! —me grita Luca al otro lado aún siendo auxiliado y admito que siento satisfacción.
¿Yo le dije que no me contestara las llamadas?
En el fondo, insisto, aún se escucha gente auxiliándolo. Sobrevivirá, supongo. Yo lo he hecho desde el viernes a las 19:33, hora Taiwán.
—Sí quieres hablar te espero en mi oficina —comienzo a despedirme—, en mi nueva oficina —recalco—, cuando llegues pregunta por la jefa.
Y aunque quiere decir algo más, yo he terminado, así que cuelgo.
Ahora me dirijo a Laura:
—Él sabe que odio que no me conteste las llamadas.
Ella se pone de pie, viéndome, y recuerdo que precisamente acabamos de hablar que ya no habría más llamadas. Pero también fue ella la que insistió en que Luca sepa, por lo que no digo nada y al igual sigo mirándola.
—Sí es que acaso hay algo más que hablar —aclaro, para su tranquilidad y por igual tenerlo claro yo. Porque no sé si Luca vendrá.
—Te deseo suerte en todo, Ivanna —se vuelve a despedir la chica camino hacia la puerta.
—La propuesta para tu empresa sigue en pie —digo—. Nada cambia.
—Gracias —dice sin volverse y para mi paz mental esta vez Simoné se cerciora de que sí se marche.
—¿Y ahora qué? —me pregunta Victoria mientras continúo de pie.
Y quisiera dar una respuesta a ella o a cualquiera... Pero no lo sé.
----
¿iMPRESIONES? ¿FUE COMO LO IMAGINARON?
¡Y LO QUE FALTA!
¡No olviden seguirme en mis redes sociales para compartir spoilers, memes y noticias! xD
Twitter: TatianaMAlonzo (Allá siempre comparto adelantos)
Instagram: TatianaMAlonzo, LucaBonanni93 e Ivanna.Rojo , (Contenido extra de esta y todas mis historias)
TikTok: TatianaMAlonzo Vídeos cute con imágenes y frases de la novela.
Grupo de Facebook: Tatiana M. Alonzo - Libros (Para el desmadre)
¡Gracias por apoyar mi trabajo votando, hoy CADA VOTO es una mano abanicando la cara de Luca luego de la noticia»! xD ♥
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro