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34. Mi propia jefa


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No están preparados para esto.

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34. Mi propia jefa

5 de junio

IVANNA

Las miradas de solo dos almas se desvían en dirección al Maserati a medida que avanzo por el estacionamiento de Doble R, dos asistentes administrativos cuyos ojos se abren mucho y bocas caen con sorpresa al verme llegar. Es casi mediodía y la mayoría está dentro de las oficinas, pero dos almas son suficientes para empezar a correr la voz: La loba llegó.

—Está usando otra vez el Maserati —leo que dicen los labios de uno y enseguida camina rápido hacia los elevadores para contar en persona a los demás lo mismo.

Al terminar de aparcar en el espacio del vicepresidente, pongo pausa a Spotify con «Young Turks» de Rod Stewart sonando, bajo del Maserati todavía tarareando la canción con mi bolso y lentes de sol en mano y dedico una sonrisa triunfante al asistente administrativo que aún no puede quitarme los ojos de encima.

Aquí nadie me verá llorar.

Aquí nadie merece verme llorar.

Encontraron un significado importante en el hecho de hoy no vine en el Audi, y la realidad es que, dadas las circunstancias y caos que ha provocado el anuncio de mis vacaciones, aun si hubiera venido en un Toyota del 89 los hubiera sorprendido.

Tomo el elevador sola, el asistente que permanece en el estacionamiento no se atreve a compartirlo conmigo, o bien, prefiere que no esté presente en caso quiera hacer una llamada para cuchichear.

«¡Ivanna otra vez en el Maserati!», se dirán los unos a los otros.

Llego directo al quinto piso y del mismo modo avanzo hacia mi oficina bajo la mirada escudriñadora del personal sentado en sus cubículos o que deambula por los pasillos. Los que puedo ver textean descaradamente en sus teléfonos y es evidente el porqué: se sigue corriendo la voz.

Al llegar a mi puerta saludo a Grisel, que, a diferencia del resto, no está sorprendida de verme, ya que hoy más temprano le avisé que vendría y sigue siendo de mi confianza.

Lo primero en lo que reparo al ingresar a mi oficina es en los arreglos de flores que envió Omi hace días, lamentablemente los disfruté poco y las rosas ya se empiezan a marchitar. Le pido a Grisel dejar una sobre mi escritorio para guardarla y enviar el resto a intendencia para botarlas. Ya cumplieron su cometido y de momento, luego de ese encuentro con Luca, lo único que necesito es una copa de vino.

En mi escritorio reviso pendientes, me encargo de los que son fáciles de solventar siendo el caso de que indudablemente no vine a trabajar y espero.

Es 5 de junio y espero la visita de alguien.

Alguien a quien ya le deben haber informado que llegué.

Como confirmación de lo anterior, mi teléfono de escritorio suena segundos después, «¡Qué rapidez!», es Grisel preguntando si quiero algo de comer y avisando que alguien espera en mi puerta.

Lionel Rodwell.

«Es gracioso que lo haga esperar en caso pida algo de comer siendo él el presidente de Doble R». Curvo mis labios con malicia. «¡Bien ahí, Grisel!». Más tarde le llamaré para preguntarle si prefiere quedarse o continuar trabajando en Soluciones en Rojo conmigo.

La actitud de Rodwell al pasar de la puerta es desafiante. Sin embargo, procura controlarse, no... delatarse, y pudiera estar arrepentido por «cosas» que dijo... pero es tarde.

Me saluda de forma criptica y le contesto con un leve asentimiento de cabeza, todo sin dejar de poner atención a lo que tipeo en mi ordenador.

Rodwell toma asiento en una de las sillas frente a mi escritorio.

—Te arrepentiste de pedir vacaciones —asume, dado que apenas ha pasado una semana. Aun así, se le oye nervioso.

»Te estuve llamando —se apresura a agregar.

—No me gusta contestar llamadas en mis vacaciones y solo vengo a resolver algunos pendientes que dejé a medias —contesto sin desviar la vista del ordenador.

Tengo a Rodwell a mi costado, por lo que le puedo vigilar desde mi vista periférica.

—Ivanna, no puedes hacernos esto —Lo dice elevando su tono de voz. No le ha hecho gracia no contar toda una semana con mi presencia.

»No puedes tirar el trabajo de un día para el otro.

—Nunca he tenido vacaciones, Lionel —le recuerdo.

—Porque eres una Workaholic y Doble R te las ha pagado.

—Pues esta vez no —soy tajante—. Quiero descansar de Doble R.

—¿Qué pasa, Ivanna? —Rodwell se pone de pie y lo miro directamente—. Tú y yo inclusive tenemos una respuesta pendiente.

—Una respuesta que debo darte hoy.

—Así es. Hoy 5 de junio. —El hombre relame sus labios con nerviosismo—. Pero sí es necesario que lo pienses un poco más.

—No. Es que ni siquiera lo he pensado —empiezo y traga duro—. Y creo que lo sabes, Lionel.

—Ivanna...

—No. —Lo digo sin dejar de verlo a los ojos—. No acepto el 30%, Lionel, ni ser presidenta de Doble R.

Nos vemos durante unos largos segundos sin decir nada.

—Ivanna, nadie te presentará una mejor oferta —amenaza, aunque pretenda disfrazarlo con hipócrita preocupación—. Aunque no lo creas quiero lo mejor para ti. Tu padre estaría orgulloso de que seas la presidenta de la empresa que fundó —me recuerda.

—Empresa que acabó odiando al final de sus días —digo, inquisidora—. Tú mismo me lo dijiste cuando me entregaste a la fuerza la vicepresidencia: a mi padre ya no le importaba Doble R.

A Rodwell le sorprende el cambio de narrativa. Pasé de defender mi lugar en Doble R por devoción a mi padre a restarle importancia igualmente por él. Por lo que hizo Doble R con él.

—Ivanna, como presidenta tendrás el camino libre para manejar la empresa como prefieras y sin que yo me entrometa.

»El día que pediste vacaciones te dije que Doble R depende de ti, pero por el contrario es algo bilateral.

Lionel no deja de relamer sus labios al hablar y me siento de mejor manera para «escucharlo».

—Has dejado gran parte de tu vida en esta empresa, has invertido tiempo, esfuerzo y Doble R te lo ha compensado.

Alzo con sorpresa las cejas y juego con el vaivén de mi silla mientras sigo escuchando.

—¿«Doble R me lo ha compensado»? —repito.

—Te nombramos vicepresidenta. Tienes a tu cargo a la planta de ejecutivos, Recursos Humanos te rinde cuentas, pides y revisas informes de cada departamento. Controlas esta empresa mucho más que yo.

—Aunque a veces venga desvelada, desmaquillada y no dé el 100% —digo, recordándole su último reclamo.

Rodwell alza la cara manteniendo una actitud defensiva y sigo jugando con mi silla en tanto en mis labios pintados de rojo mantengo una sonrisa.

—Ahora que lo pienso es gracioso que te quejes de que no doy el 100% cuando tú solo me ofreces el 30 —remato.

—Sabes que no es lo mismo —se apresura a decir.

—Pero hoy vine impecablemente vestida y maquillada. —Me señalo a mi misma sin dejar de sonreír.

—Y conduciendo el Maserati —suelta y vuelvo a alzar las cejas ante tal declaración—. Sí, me enteré —agrega.

—Y es que, aunque hubiera venido en pijama, sin peinar o conduciendo un Toyota del 89, todas las miradas hubieran continuado sobre mí mientras mi teléfono no deja de sonar con ejecutivos preguntándome qué hacer. El Maserati es solo para alardear.

—¿A dónde quieres llegar, Ivanna? —Rodwell tensa su mandíbula—. Ya te dije que no te puedo dar el 50%, mi mejor oferta sigue siendo el 30.

—Y yo me he caracterizado por ser una gran negociadora —digo, poniéndome de pie—. La mejor.

»De ahí el valor que ves en mí, ¿no?

Alzo aún más la cara.

—Pero la diferencia entre el día que me diste la vicepresidencia y hoy, Lionel, es que mi valor como ejecutiva ahora me lo pondré yo.

»Yo —remarco.

»Conozco esta empresa mejor que tú, muchos clientes la buscan o se quedan en ella por mí, se sostiene gracias a mi asesoría y prestigio.

Lionel quiere interrumpirme pero lo detengo con mi mano.

—Por tanto —elevo mi tono de voz con demanda—, aunque venga en pijama, desvelada o desmaquillada sigo siendo la jefa. Soy LA JEFA.

»Así que deja de querer verme la cara de idiota, como si no tuviera claro que solo me quieres dar el mote de «Presidenta» para aparentar. Yo. Ya. Soy. La jefa.

—Ivanna...

—¿Has oído que la tierra es de quien la trabaja?

—Sí. Pero es solo una ilusión. —Rodwell castañea los dientes—. Pero te estoy ofreciendo el 30% de ella.

—Mientras tú conservas más del 50. Quieres que siga ganando dinero para ti, Lionel.

—Entonces prefieres ganarlo para Marco Maldonado —devuelve.

—¿Perdón?

—Te quiere llevar a Grupo M.

Me echo a reír.

—No. Yo no trabajo para Marco Maldonado. Trabajo con él... y muchos más.

—No he oído de más.

Es mi turno de caminar por la oficina.

—Es porque salté de la pecera al mar. Ontiva ya me quedaba pequeña.

—Trabajas con empresas de otros países —concluye con ira Rodwell.

»Trabajas por tu cuenta.

—De la pecera al mar —repito—. Yo no soy un pececito, soy un tiburón blanco.

—Aun así, he de advertirte que empezar una empresa no es fácil —continúa, impregnando más ira en sus palabras.

—¡Ah, crees que acabo de empezar! —me burlo.

Y no le doy tiempo de contestar nada:

»Además, si lo hiciste tú Lionel —lo señalo con mi mano—, u otros allá fuera, lo mismo mi padre, lo puede hacer cualquiera. Pero partamos del hecho de que yo no soy cualquiera. —Ahora me señalo yo misma—. Soy la columna vertebral de tu empresa. Soy la jefa.

Dispuesto a no perder, Lionel da un paso al frente.

—Según tu contrato Ivanna, tenías que avisarle a Doble R en caso de empezar tu propia empresa —contraataca.

Pero no dejo de sonreír.

—Sí. Y según mi contrato se lo tenía que avisar a la vicepresidencia. —Me vuelvo a señalar de forma burlona a mi misma.

—¡Es traición! —grita—. ¡Pudiste hacer esos tratos para Doble R!

—¿Y darte la mayor parte de la comisión cuando perfectamente me puedo quedar con el 100%? —devuelvo. Porque si se trata de gritar, yo puedo gritar más fuerte.

—¡Ivanna...!

—¡Gracias por confesar que a mi padre ya no le importaba esta empresa, que casi la llevó a la ruina, que se suicidó por la culpa y que al comprar nuestra parte la salvaste para ti!

»¡PARA TI! —le repito.

»¡Ahora soy libre!

Rodwell lleva una mano a su cara.

»¡ME LARGO!

—¡Cometes un error! —insiste.

—¡No cometo ningún error! —grito devuelta, cogiendo mi bolso—. ¡Una vez dijiste que la competencia me despierta, y por eso mismo me pusiste a «competir» contra Lobo —le recuerdo—, te aprovechaste, pues ahora voy a competir conmigo misma! —casi lloro al decirlo— ¡Voy a ganar dinero para mí! ¡Soy LA JEFA! ¡Mi propia jefa!

»Así que nos vemos en la competencia.

Empiezo a caminar hacia la salida.

—Ivanna... —No se da por vencido.

—Es una pena que otra vez no te haya podido ayudar Luca —termino y eso lo deja en silencio.

Y lo último que veo antes de cerrar tras de mí la puerta es a Rodwell cogiendo el teléfono.

Grisel me espera boquiabierta afuera de la oficina y no es la única, sin duda nuestros gritos traspasaron la puerta, pero le sonrío solo a ella para la tranquilizarla y a oídos de todos le pido avisar a Recursos Humanos que volveré al terminar mis vacaciones, pero solo a traspasar mi cargo.

Escuchar eso deja helada a toda la planta administrativa que nos pone atención de manera furtiva.

Sí. Me voy.

Sus suposiciones eran ciertas, me voy, ¡Me voy!

«¡¿Y ahora por qué las miradas de miedo?!», les hago ver con otra sonrisa burlona, «¡¿No era eso lo que querían?!»

«¡¿No era eso lo que pedían a gritos?!»

Me despido de Grisel dejándole saber que la llamaré por la tarde y continúo mi camina hacia la salida.

Miradas clandestinas continúan sobre mí, pero ahora, más que de cuchicheo, son de alarma. Sobre todo del personal reunido alrededor del dispensador de agua.

Solo un alma se atreve a acercarse, un hombre que recuerdo por haberme visitado en la oficina hace un par de semanas, su nombre es Pol y trabaja en departamento de computo.

—Ya tengo los datos que me pidió —dice, entregándome una hoja de papel perfectamente doblada—. Los del espacio —me recuerda, sonriente—. Los recolecté y quise traérselos en persona en cuanto supe que estaba de vuelta.

Le muestro mi mejor cara de póquer.

—Sí —digo, apenas desdoblando la hoja para leer «El lugar más frío es una nebulosa»—. Justo lo que... necesitaba —mascullo, pero no parece pillar el sarcasmo. Por el contrario, Pol simplemente me desea «Felices vacaciones».

Paso de él y continúo avanzando triunfante hacia el elevador.

No hay nadie que me desafíe.

No hay nadie que me rete.

No hay nadie que me detenga.

Hoy la loba aulló con fuerza.

De regreso en el estacionamiento subo al Maserati, busco mi teléfono y vuelvo a poner a todo volumen «Young Turks». Sin embargo, mi teléfono suena interrumpiéndola. Es una llamada entrante de Lionel Rodwell. Enviando un mensaje claro, la rechazo y lo bloqueo.

—Estoy de vacaciones, Lionel —digo para mí y al salir de mi lugar en el estacionamiento acelero el Maserati a la vez que vuelvo a poner a todo volumen la canción.


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ESTOY LLORANDO.

Es uno de los capítulos más importantes que he escrito.

La canción «Young Turks» de Rod Stewart es importante para mí porque el recuerdo de mi madre (DEP) escuchándola a todo volumen mientras conduce es uno de los mejores recuerdos que atesoro en mi vida ♥

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¡Gracias por apoyar mi trabajo votando, hoy CADA VOTO es una vez que llamamos a Ivanna LA JEFA! ♥ ¿Qué va a pasar con Luca? jeje

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