29. El símbolo de Neptuno
29. El símbolo de Neptuno.
Entro a la habitación de Babette acompañada de la doctora, ella ya habló una hora conmigo sobre la situación actual de mi madre, su deterioro cognitivo en general, y, en consecuencia, los cambios que han implementado para su cuidado.
Por ello, al tenerla cerca, poco me toma por sorpresa un olor desagradable, similar al que fregué durante la madrugada del piso de Luca. Dentro también se encuentran una enfermera y personal de limpieza recogiendo restos de comida de la alfombra y cambiando de ropa a Babette, pues, como al igual me explica la enfermera, le empieza a costar procesar la comida, llegando al punto de vomitarla, aunque solo se trate de sopas o puré.
Babette se muestra confundida, la situación claramente le disgusta e incomoda.
—Le intentábamos dar comer y pasó esto —me explica la enfermera—. La señora Pinaud no ha estado bien. —No deja de ver a Babette con pena—. Necesita atención y...
—¡Pues désela, no importa el costo —interrumpo viendo de ella a la doctora, para mí lo que se debe hacer es lógico—, puedo pagar una enfermera que esté a su lado las veinticuatro horas!
—El problema no es enviarle cada mes las facturas, señorita Rojo —dice la doctora.
—J'ai déjà mangé! —repite a su vez Babette con enojo al personal de limpieza y a la enfermera.
La doctora me pide aclararles.
—Dice que ya comió —explico, repasando con angustia el vómito sobre la alfombra, y, una vez que terminan de limpiar, con la doctora supervisándonos, yo misma me instalo frente a Babette con un nuevo plato de sopa en mano.
»Seulement un peu. C'est délicieux (solo un poco, está delicioso) —intento convencerla para que coma.
Pero mi madre, todavía enfadada, coge con sus dedos una cantidad considerable de sopa y me la lanza a la cara.
La doctora se apresura a calmarla.
—Está bien —digo, procurando limpiar con mi mano lo que puedo.
Sin embargo, casi enseguida otro olor aún más desagradable llena mis fosas nasales al mismo tiempo que Babette trata de achicarse en su lugar.
—V-voy por ayuda —se apresura a decir la enfermera tomando el control mucho más rápido que yo.
Babette acaba de defecar sentada en su silla.
—No se preocupe. Desde el incidente el día de su cumpleaños le dejamos puesto pañal —dice la doctora para tranquilizarme, pero el resultado es lo contrario.
¿Cómo procesas ver a uno de tus padres en ese grado de deterioro?
—Hacemos lo que podemos a pesar de que no hablamos francés, siendo esa la única forma en la que ella se comunica —dice la doctora.
Me pongo cada vez más nerviosa.
—Pe-pero se puede contratar personal de fuera —insisto, buscando mi teléfono—. Puedo pedir la autorización de su supervisora o del director de la clínica para contratar a una enfermera que hable francés.
En lo que la enfermera regresa con el personal de limpieza llamo a Grisel.
—Grisel —Apenas puedo hablar, mi boca y mis manos tiemblan. A pesar de la charla con la doctora ha sido una impresión fuerte.
Grisel, por fortuna, se da cuenta.
—¿Se encuentra bien, jefa? ¿Necesita que llame a alguien?
—Ayúdame a buscar una enfermera que hable francés —digo, como puedo, volviéndome hacia Babette que, aún achicada en su silla, no deja de verme con temor por mostrarme tensa frente a ella—. No importa el costo.
—Sí Jefa, me pongo enseguida en eso.
Cuelgo la llamada y procuro aparentar tranquilidad por el bien de Babette.
—Desolé. Je ne vais plus crier (lo siento, ya no voy a gritar) —le prometo.
—J'ai déjà mangé! (ya comí) —me repite y asiento pese a que una vez más debería intentar hacerla comer; pues, según dice la doctora, no ha ingerido nada del almuerzo y apenas desayunó.
»Je veux voir mon mari! (quiero ver a mi esposo) —exige ahora.
—Il n'est pas ici (No está aquí) —le explico—. Ivana non plus (Ivanna tampoco) —agrego antes de que igualmente pregunte.
—Je ne sais pas qui est Ivanna (No sé quién es Ivanna) —contesta Babette y mi primera reacción es enderezar mi espalda.
«No sé quién es Ivanna».
No sé describir cómo me siento, o siquiera cómo expresarlo, porque no puedo llorar o temblar frente a Babette sin asustarla. De manera que, en silencio, solo vuelvo la vista hacia su cama, donde se encuentra recostada la muñeca con vestido rojo a la que suele llamar «Ivanna», y me digo que hoy ni siquiera soy eso.
No soy nadie, excepto para Sherlock, Pipo o la Perrera y, como de costumbre, hago bien asumirlo con la cara en alto, sin llorar.
—Hacemos lo que podemos —insiste la doctora y me obligo a mostrarle una sonrisa a pesar de que mis ojos gritan.
Al volver la enfermera con el personal de limpieza, entre dos cargan a Babette y la recuestan sobre la cama para cambiarle el pañal.
—Le decía que no sabemos francés —continúa la doctora—, pero hemos instalado traductores de voz en nuestros teléfonos y el chico que a veces viene también nos dejó un listado de frases. Recopiló las veinte que más suele decir la señora Pinaud además de algunas sugerencias.
Sacudo mi cabeza.
—¿«El chico que a veces viene»? —pregunto.
—Sí. —La doctora señala el mural de Paris pintado a un lado—. El que pintó...
Contengo el aliento.
—¿Luca? —interrumpo.
—Sí, él —confirma ella, casi aplaudiendo—. A la señora Pinaud le hace feliz que venga porque hablan en francés.
—¿En... francés? —repito, haciendo tambalear el plato de sopa todavía en mi mano.
—Sí. ¿Hay algún problema?
Me giro hacia el mural de Paris asimilando la información y pienso en la sorpresa, sonrisitas y silencios de Luca cada que me escuchó hablarle en francés durante la última semana. Asumí que se debía a su acostumbrada incomodidad de no entenderme. Del mismo modo vuelvo a hoy por la madrugada, cuando abrí su armario y vi un libro de gramática y un diccionario que no mencioné en ese momento porque aún no estaba del todo en mis cabales y debíamos llegar rápido a Urgencias.
—Pequeño hijo de puta —mascullo para sorpresa de la doctora y la enfermera.
«¡Aprendió francés!»
—La otra vez usted misma autorizó que siguiera entrando —dice con miedo la enfermera.
¡Eso no tienen que recordármelo!
—Ya sé —digo, volviendo a exagerar la sonrisa en mi cara. ¡No entienden nada!
«MERDE!»
...
Cuando Babette y yo nos quedamos solas, como si inconscientemente ella se volviera a sentir en confianza, coge del mueble junto a su cama la bola de cristal con Paris dentro que Luca le regaló en su cumpleaños y la hace agitar empujándola con su dedo.
—¿Extrañas a Luca? —digo en voz baja, con la intención de que no pueda oírme, pues la pregunta es más para mí que para ella. Y, entretenida con eso, se acomoda de mejor manera en su cama y se queda dormida.
Agacho la cara.
Ahora que Babette duerme puedo llorar en paz, pero aún sin hacer ningún tipo de ruido para no asustarla.
Lloro escondida. A solas. Tal como lloré por la traición de Lobo, la partida de Luca y hoy al ver peor a Babette.
Escondida... A solas.
Pero es como quitarme un nuevo peso de encima. He aguantado tanto.
Tanto.
Al fin me lo digo: he aguantado demasiado.
Y no tengo a quien demandar explicaciones. En cuanto a la familia se trata, estoy sola, siempre he estado sola.
...
En lo que concierne a coches deportivos, debido a la pasión que he mostrado por mis raíces parisinas, a veces me preguntan por qué compré un Maserati, que es una marca italiana de coches, y no un Bugatti, Renault o Citroën, que son orgullosamente francesas.
Dar respuesta a esa pregunta es más fácil desde que en septiembre del año pasado reabrí la investigación correspondiente a la muerte de papá.
Suicidio.
Durante mucho tiempo le eché la culpa a Lionel Rodwell, desde los catorce cuando hallé a papá tirado junto al árbol de Navidad los señalé a él y a Babette como los responsables.
Necesitaba un culpable y quiénes mejor que Rodwell y Babette, que, encima, se casaron una vez muerto papá.
Me llené de mí ira, amargura y sed de venganza. Entonces yo, Ivanna Lorraine Rojo Pinaud, iba a vengar a papá porque la escena de su muerte tuvo que haber sido manipulada. A diferencia de lo que aseguró Rodwell, que en aquel momento también fue informado de los resultados del peritaje, estaba segura de que alguien entró esa noche a nuestra casa y le disparó a papá.
Alguien enviado por Rodwell para poder quedarse con nuestra parte de la empresa y tener el camino libre con mamá. De modo que, aprovechando el nuevo poder en mis manos, al volverme vicepresidenta de Doble R, pedí replantear una vez más la investigación, tanto por forenses de Ontiva como por técnicos privados contratados por mí.
Por fin lo tendría en mis manos. Iba a enviar a Rodwell a prisión. Sin embargo, tanto la investigación de la fiscalía como la financiada por mí arrojaron otra vez el mismo resultado: Suicidio.
Fui otra vez una niña en ese momento, volví a ver muerto a papá junto al árbol de Navidad y no lo podía creer, pero uno de los forenses me explicó todo, repasamos una por una las pruebas de la policía, y... sí, esa noche papá cogió una pistola que compró clandestinamete días antes, se la puso en la boca y tiró del gatillo... sin importarle yo.
Creo que por eso me aferré a la creencia de que Rodwell lo hizo. Era una niña y en el fondo no quería enfrentar la verdad: Reconocer que Rodwell tiene razón al decir que papá nos falló. Preferí pensar en el como... una víctima.
Durante la última etapa de su vida le dejó de importar Doble R, dispuso dedicar su tiempo a escribir, a darle voz a los dibujos que le quitó a Josimar Bonanni y lo descuidó todo.
Doble R ya no le importaba, papá quería hacer lo que le hiciera feliz, fue irresponsable y cometió errores. Se enteró de la muerte de Bonanni y sintió culpa, vio el descontrol de mamá con los juegos de azar y el alcohol, miró las cuentas de las tarjetas y, preocupado, dejó de evadir el hablar con su contador. No obstante, era tarde ya, estábamos en quiebra.
Peor aún porque, de no ser por Rodwell, que se mantuvo al frente de Doble R, papá también hubiera hundido a la empresa.
Lo mismo con mamá.
Al morir papá no le importé yo. Excusándose en «su propio dolor», me desatendió; terminó de llevar al límite las deudas y encontró en su nueva relación con Rodwell un refugio para no arruinarnos del todo. Él, a cambio, con el discurso de que de esa manera nos «ayudaría», le compró nuestra parte de la empresa. Y no solo le pagó una miseria, sino que mi madre, como era su costumbre, lo despilfarró y con ello arruinó su relación con Rodwell.
Al final, no fue del todo culpa de Babette. Ya mostraba indicios de alzhéimer y eso, junto con verse obligada a dejar el juego y el alcohol, la deprimió. Situación que Rodwell aprovechó.
Yo no tenía voz ni voto, apenas podía con todo, no había acabado el bachillerato y a pesar de la «ayuda» económica que Rodwell y mi tío nos dieron, debía trabajar.
Fui escalando, mejorando con cada puesto mi salario, pues tenía iniciativa y voluntad. De lo peor que me tocó hacer —y por eso lo recuerdo—, fue ser colocadora en una zapatería de lujo y saqué y metí zapatos del pie de una de las tantas esposas de Rodwell mientras él la esperaba cómodamente en un sofá.
El monstro de mis pesadillas sentado frente a mí y no me reconoció.
No era la suficiente importante para que mirase más allá de mis largas piernas cubiertas con pantimedias, pero yo sí que lo ví a él y a su posición. Lo mismo otras veces cuando igualmente nos topamos por la ciudad, yo en transporte público y él en coches de lujo con chófer.
Yo que, antes de la muerte de papá, lo había tenido todo, en especial una familia, veía con rencor al responsable.
O a quien, en mi inexperiencia, creía de todo responsable. Para aquella Ivanna joven su papá era un héroe.
Tal como se lo platiqué en una oportunidad a Luca, al terminar la universidad le pedí trabajo a Rodwell y este me obligó a empezar en «mi propia empresa» como secretaria. No obstante, fui quitando gente de mi camino hasta llegar a ejecutiva. Con esmero demostré por qué merecía un mejor puesto y, de paso, conseguí cada vez más animadversión.
Me convertí en Víbora, Bruja, Cruella, Maléfica y Loba, cada apodo peor que el otro, por hacer lo mismo que otros ejecutivos: valerme de lo que sea con tal de conseguir cuentas. Pero había demostrado con creces mi consagración a Doble R, la empresa que fundó mi padre y cuya mitad, por consiguiente, me corresponde. Por lo que, una vez presentada la oportunidad de oro, podía y debía obtener la vicepresidencia.
La resolución fue conseguir la mayor cantidad de cuentas, eso te haría avanzar en la competencia, sin embargo ¡antes de eso yo ya conseguía las mejores cuentas!, ¡la mayoría de cuentas! ¿Por qué retrasar lo inevitable y que, en palabras de Rodwell, era el orden natural de las cosas, y no darme de una vez la vicepresidencia?
Creí que Rodwell protegía su orgullo y por ello me ponía un obstáculo más para sortear, pero que vencer a todos valdría la pena siempre y cuando él jugara limpio.
Entonces lo envió a él, a Luca, para «distraerme».
A él que dibujó sobre mi piel poemas y me demostró más lealtad que cualquiera.
... y que después usé para seguir llevando a cabo mi «venganza».
¿Valió la pena?
Me lo pregunté cada noche luego de que Luca se marchó: «¿Valió la pena?» Mientras en mis pesadillas veía sus ojos al escuchar que me comprometí con Marinaro y que él no fue más que un peón en mi tablero.
El caballo de madera de Rodwell y mi peón, pero, como sea, un juego para los dos.
¿Valió... la pena?
¿Realmente vencí?
Luego de hablar con el forense que reevaluó el caso de papá me lo cuestioné y la respuesta es no.
Es «No».
No había nada que «vengar» porque a papá no lo asesinaron.
No había nada que «recuperar» porque papá y mamá habían descuidado y derrochado.
Cuando le pedí empleo a Rodwell, de un modo ético nada ahí me pertenecía o tenía yo derecho a reclamarle salvo haberse aprovechado de la enfermedad de Babette para comprar barato, y, aun así, él podría decirme que de ho haber «ayudado» a mi madre la hubieran perseguido prestamistas y bancos.
Sin embargo, muy aparte de eso, hoy por hoy tengo otro motivo para vengarme y merecer la mitad de Doble R.
Me utilizaron y yo utilicé a Luca. Filtré hacia él el daño que me estaban haciendo. No obstante, debería estar molesta con él, buscar estrangularlo, pero todo es confuso, son demasiados sinsentidos, como un sinsentido también fue Rodwell pidiéndome no marcharme de Doble R como si al darme el 30% de la empresa me hiciera un favor.
—Me odia tanto que aprendió chino solo para que no pudiera entenderlo —recuerdo, cansada, y como si llegara a una conclusión en medio de la diatriba por la muerte de mi padre, Doble R y la enfermedad de Babette.
»Me odia tanto que aprendió chino solo para que no pudiera entenderlo —me repito, desviando otra vez la vista hacia el mural de Paris y sonrío—. Pero también aprendió francés.
»Y eso, posiblemente, quiere decir que...
No sé si lloro por lo fantasioso que suena o tanto pensar en papá, mamá y errores cometidos me ha puesto sensible.
Como sea, puesta en ello una llamada interrumpe mis pensamientos y cojo mi teléfono para ver quién es. En este punto podría ser Grisel, Pipo o Victoria.
«Es Omi»
Contesto.
—¡Ivanna! Sí..., hola —se oye nervioso—. ¿Cómo estás? Yo con una resaca que ni te imaginas. O tal vez sí te la imaginas —Lo último lo dice entre dientes.
»Sí, bueno... Es tarde, ¿no? —continúa. Pero como aún no digo nada debe pensar que estoy molesta—. Te llamaba... Es que... Bueno... A estas alturas ya sabes... Quiero ofrecerte una considerable suma de dinero a cambio de anular la puesta.
—Omi... —dejo salir un suspiro. No tengo ánimos para esto. Contesté porque quiero saber de Victoria.
—Hablé con mis abogados y están convencidos de que puedo invalidar cualquier trato que haya hecho estando borracho. Si-sin embargo, a pesar de que no firmé nada, tengo palabra y la sostendría por ti, no por Llamaditas, solo por ti, pero quiero ofrecerte un trato justo —lo escucho salivar—. Tú saldrías ganando.
«Ahora entiendo por qué no quiere vender el Centro de estética».
—¿Y Victoria está de acuerdo con que se anule la apuesta y ya no me vendas el centro? —pregunto y Omi permanece en silencio.
No dice nada en al menos diez segundos.
—Te decía que mis abogados están convencidos de que cualquier trato que haya hecho estando borracho...
—Omi... —De verdad no tengo ánimos para esto, sigo moqueando y él se da cuenta.
—¡No, pero no es para que llores!
»¿O no estás llorando? Aunque te oyes mal. No es por esto, ¿cierto? ¡No, no me digas, no me digas, yo sé por quién es...! ¡LLAMADITAS!
»Siempre lloras por él.
Su preocupación me enternece.
—No, no es solo por Llamaditas —musito.
—¿Entonces?
Acomodo la almohada bajo la cabeza de Babette ates de decir algo más:
—¿Estás ocupado?
—Para ti nunca.
...
Omi entra a la habitación de Babette procurando hacer lo mínimo de ruido posible. Sin embargo, para su tranquilidad le aclaro que no hay problema, Babette ya no está durmiendo, ahora está sentada en su cama entrelazando una bola de estambre en sus dedos. Antes bordaba mucho.
Me vuelvo hacia Omi para presentarlos.
—Babette él es Omi; un amigo, Omi ella es Babette Pinaud; mi mamá.
Lo digo tanto en francés como en español.
—Suegra...—saluda Omi, sacando un ramo de flores escondido tras su espalda.
Arqueo una ceja.
—Ya no te queda hacer ese tipo de bromas —le echo en cara—, fingir que me pretendes, llamarme «Mi amor» o «Futura señora De Gea»
—Pera ella no lo sabe —gesticula Omi en mi dirección haciéndome reír y se aproxima a Babette para besar sus manos.
Mamá, por su parte, enferma o no, siempre ha disfrutado de conocer gente nueva.
—Estoy profundamente enamorado de Ivanna, señora Pinaud —empieza Omi y hago rodar mis ojos.
Pero mi atención regresa súbitamente a Babette cuando ella dice:
—¿Luca?
Arrugo mi entrecejo.
—¿Piensa que soy Llamaditas? —se queja Omi.
¿Por qué asoció la declaración «Estoy profundamente enamorado de Ivanna» con Luca?
Al margen de que me da gusto de que otra vez «me recuerde» y entienda el español aunque de momento de nuevo se niegue a hablarlo.
Babette recibe con agrado sus flores y le traduzco en francés lo que dice la tarjeta:
—«Para mi suegra. Con cariño, Omi De Gea».
—Para que sea envidia de las enfermeras —asegura Omi y él mismo ayuda a colocar las flores en un florero junto a la cama de Babette, dejando a la vista la tarjeta con forma de corazón.
Le aclaro a Babette que no tiene que dejarla allí si no le gusta y enseguida le pido a Omi girar en mi dirección otra silla para sentarse a modo de poder quedar frente a frente.
Por más que bromee con Babette tenemos mucho de que hablar.
—Sé que tienes muchas preguntas y la mayoría quizá las tendría que responder Victoria —suspira.
—No. —Apoyo mi espalda en la silla para ponerme cómoda—. Las vas a responder tú. Quiero oírlos a los dos. Y no porque quiera meterme en su relación, sino porque me metieron —Lo último lo digo molesta.
—Victoria te metió.
—Entonces tú no estuviste de acuerdo.
Duda en contestar.
—Nnnn... sí.
»Según Victoria, su mejor amiga Ivanna, es lo suficiente hermosa e interesante como para cautivarme y olvidarme de querer tener una relación con ella —explica—. Esa era su intención al presentarnos. Y acepté.
—¿Por qué?
—Para darle celos a Victoria —Lo dice como si fuera obvio.
—Por eso me llevaste globos, llenaste mi oficina de flores, lo mismo mi apartamento y me insistes en ir a Tailandia.
—Ssss... no. Lo de enviarte flores a tu apartamento fue para fastidiar a Llamaditas y porque esa noche te oí mal, quise consolarte y al mismo tiempo darle su merecido.
Vuelvo a enderezar mi espalda para mostrar una actitud digna. Soy la ofendida.
»Victoria tuvo razón en parte —continúa—. Porque sí, tú eres hasta ahora su mejor apuesta. Eres lo suficiente atractiva e interesante como para conseguir que me olvide de ella. No obstante, el problema es que no hay voluntad de mi parte.
Las palabras de Omi hay agonía.
—Sé que estoy mal, que lo que hacemos no es correcto, pero...
—Se siente bien —termino por él.
Omi asiente.
—Cogí la manzana del árbol del conocimiento del bien y el mal. Aunque yo, por el contrario, fui llevado del infierno al paraíso.
—Me encanta que hables así de tu relación con mi mejor amiga, pero me siento mal por Gary.
—Todos nos sentimos mal por Gary —asegura Omi y entrecierro mis ojos en su dirección—. Te lo juro —insiste— a veces estoy cenando y trato de enviarle vibras de paz y amor con mi mente, o tipo que estoy en mi piscina, mi jacuzzi, un sauna o conduciendo y me digo «Oh cierto, Gary...»
—No lo sientes ni un poco.
—No, no lo siento ni un poco.
»Victoria sí, pero yo no.
Asiento comprendiendo eso
—Tal vez al principio, luego te acostumbraste y lo justificaste.
Omi respinga:
—Hablas como una experta en el tema.
—He salido con hombres casados.
Ahora deja caer abierta su boca.
—¡No Ivanna, yo no puedo relacionarme contigo sabiendo eso! —exclama Omi elevando su tono de voz, en tanto, yo, tuerzo hacia un lado mi boca para no reírme—. ¡Va en contra de mis principios!
Camina hacia la puerta pretendiendo marcharse, pero solo abre, saca la cabeza para corroborar que no hay nadie cerca y la vuelve a cerrar.
—Ahora sí, cuéntamelo todo y quiero detalles sucios —dice al volver a su lugar.
—Con uno en particular duré dos años —le platico—, su esposa también estaba enferma, pero, a diferencia de lo de ustedes, ella sí sabía de lo nuestro y aun así decidió seguir con él.
—Victoria no quiere que Gary lo sepa —dice Omi—, y tampoco quiere dejarlo.
»Ya habíamos terminado —continúa explicando.
—¿Y anoche volvieron?
Deja caer sus hombros.
—No lo sé.
—Ella quiere que la olvides.
—Está confundida.
Omi parece pensar detenidamente sus palabras antes de seguirse explicando:
—¿Está mal desear que él se entere y la deje? ¿O que haga algo que decepcione a Victoria y ella huya? ¿Que se cansen? ¿Que se odien y que por fin terminen?
Ahora ríe sin humor.
—A veces, incluso, desearía recibir una llamada en la que me informen que está muerto —agrega y enseguida vuelva la vista hacia mí esperando encontrar una mirada de desaprobación, pero, en cambio, alcanzo su mano para apretarla.
»Sé que me iré al infierno.
—Te puedo rentar parte del Penthouse que ya tengo ahí —sonrío.
Omi coge con sus dos manos la mía que aún lo sostiene y la besa en agradecimiento.
—Por favor no me pidas cumplirte la apuesta —me ruega ahora—. Déjame hablar con ella aunque sea un minuto cada mes con la excusa de preguntarle cómo va todo.
»Aunque sea un minuto, por favor —lo dice con desesperación.
—Sospecho que ella no quiere.
—Sí quiere... Ella ya no ama a Gary, Ivanna.
—Pero le importa.
Omi deja caer aún más sus hombros con desanimo.
—Y Michelle dice que Victoria nos acercó para evitar la tentación.
—¿«Michelle dice?» —repite Omi, molesto, y de esa manera se endereza en su asiento—. ¿Y quién es Michelle para opinar?
Vuelvo a arquear una ceja:
—Ciertamente ustedes dos no se agradan.
—Te estuvo hablando de nosotros —concluye Omi—. ¿Y qué te dijo exactamente? Porque Michelle cuenta lo que le conviene.
—¿«Michelle cuenta lo que le conviene»? —repito.
—Sí. Además de mostrarse indignada porque Victoria quiso que me acostara contigo —continúa Omi y no me gusta la forma en la que dice «indignada»—. La pone de malhumor que ya solo me faltarían Lina y Simoné para llevar a toda la Perrera a la cama.
Se cruza de brazos luego de decir eso; sin embargo, yo salto.
—Que solo te faltarían Lina y Simoné... ¿cómo?
—Ah, ¿esa parte no te la contó? —dice Omi agudizando su voz con burla.
»Y seguramente también te dijo que Victoria fue a Tailandia conmigo, pero no que ella nos acompañó.
Apenas lo estoy procesando.
—¿Con Michelle estuviste antes o después de Victoria? —quiero saber.
—Durante —contesta y me echo hacia atrás en mi lugar—. Al mismo tiempo, literalmente. Tanto aquí como en Tailandia... Es una pena que eso no te lo contara.
»¿Nunca te pregustaste el porqué de tanto resentimiento? Es decir, sí, a Michelle y su doble moral le molesta verme con Victoria, pero anoche en Cashba y seguramente cuando te habló de nosotros, ¿no notaste un odio demasiado desbordado que, quizá, hasta raya en la obsesión?
Omi ya no parece enojado al hablar. Ahora le divierte. Echar de cabeza a Michelle le divierte.
—Michelle estaba en paz estando nosotros separados —continúa.
—Me dijo que aún no he oído lo peor.
—Ella es lo peor —asegura Omi.
»Michelle no está indignada, Ivanna; está despechada.
—¿Le molesta que prefieras a Victoria? —inquiero, pero Omi no contesta. Solo parece divertirle aún más esa declaración.
¿En qué demonios están metidas esas dos?
—Mencionó algo sobre no ir contigo a Tailandia —suelto—. Sobre todo de día. Dijo algo sobre Tailandia de día y Tailandia de noche.
La expresión en el rostro de Omi se vuelve a tensar, de nuevo luce molesto, y aunque quiero que me explique de qué se trata, asegura tener «algo que hacer» pero que regresará mañana, tanto si quiero ir con él a Tailandia como si no, porque lo que quiere es acompañarme. Dice que no mintió al decir que le gusta pasar tiempo conmigo y le creo, porque me pasa lo mismo. Omi De Gea es una de las pocas personas con las que me siento cómoda siendo yo.
Pero no, no iré a Tailandia con él y no tiene que ver con Luca. Es una decisión que va más allá de mis intereses como amiga de Victoria, empresaria o mujer. Lo haré por Babette, ella me necesita, porque hoy más que nunca no estaría tranquila lejos.
Mensaje de Grisel: Jefa, aún no localizo una enfermera que hable francés, pero sigo en eso.
Llamo a Grisel para decirle que ya no busque, pues yo misma cuidaré a mi madre hasta que ella y el hospital se adapten a sus nuevas necesidades, y para ello necesito un mes de vacaciones.
Grisel no lo puede creer porque yo no tomo vacaciones, nunca las he tomado; inclusive trabajo fines de semana y días festivos, he consagrado mi vida a Doble R...
Pero ya no.
Me despido de Babette con un beso en la frente cuando otra vez duerme, volveré a primera hora mañana; sin embargo, para mi «sorpresa», no me he terminado de subir al Audi cuando mi teléfono vuelve a sonar con llamadas de Rodwell, Lobo y Mago Perman, jefa de Recursos Humanos en Doble R.
La noticia de mis vacaciones ya debe estar por todos lados.
Dejo el teléfono sonar y estiro mis brazos hacia arriba, riendo. Porque ahora, además de las llamadas, empiezan a llegar mensajes. Tanto Rodwell como ejecutivos de Doble R no saben qué hacer.
Mensaje 1: Ivanna, ¿qué pasará con la reunión que tenemos pendiente? La gente de Triple Z dijo que solo firmaría si tú estás presente.
Mensaje 2: Ivanna, Rodwell no da seguimiento a las cuentas de la misma forma que tú. Apenas se involucra. No puedes irte de vacaciones.
Mensaje 3: Ivanna, el Licenciado James Davis visitará Doble R la otra semana. Le dije que tú lo atenderías.
Mensaje 4: Ivanna, ¿qué pasará con la competencia? Dudo que Rodwell sea justo y yo casi consigo una cuenta imposible.
Mensaje 5: Ivanna, yo no le puedo informar a Rodwell, él no da seguimiento a las cuentas, puedo perder mi comisión, ¿te puedo enviar mis informes aunque estés de vacaciones?
Mensaje 6: Ivanna, necesito viajar para cerrar la firma de un contrato, ¿a quién le debo pedir permiso? ¿A ti o a Rodwell? Rodwell dijo que a ti. Y que también seas tú quien lo revise. No hemos podido hablar porque no te he visto. Y me urge.
Mensaje 7: Ivanna, la gente está nerviosa, aún no se marchan a sus casas, temen que tus vacaciones sean una señal que las cosas no van bien y pronto entremos en una recesión. Temen que esté en juego la estabilidad de la empresa. Rodwell tuvo que venir a hablar para calmarles.
Mensaje 8: IVANNAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Conduzco por las calles de la ciudad sin contestar aún ninguna llamada o mensaje. De momento solo tengo tiempo para mis necesidades. Por lo que, recordando la promesa que me hice hoy temprano me estaciono frente a una tienda de lujo para reponer las botas y tacones que Sherlock me ha roto.
Me pruebo un par tras otro en tanto mi móvil sigue vibrando.
Una chica que apenas debe pasar de los veinte años y, por tanto, me recuerda a mí años atrás, me ayuda, por lo que le prometo una buena propina para que siga pagando la universidad.
—También le puedo ayudar a buscar un vestido que combine con esos tacones rojos —dice y esbozo un gesto afirmativo, encantada.
Tampoco planeaba llevarme puestos los tacones rojos y el vestido talle bajo que elegimos, pero la combinación me gusta tanto que me los dejo puestos y, cargando con mis bolsas de compras, vestida por completo de rojo, camino como modelo en pasarela de regreso a mi coche.
Rodwell: Ivanna, ¿por qué no contestas mis llamadas? No puedes pedir vacaciones. Ya lo hablamos. De ti depende Doble R. Por eso te estoy ofreciendo el 30%.
Rodwell: Y debes darme una respuesta el 5 de junio.
Una respuesta que ya tengo mucho antes de oír su propuesta, ver a Luca o leer el correo.
Cuando llego al estacionamiento de mi edificio detengo al Audi frente a los dos lugares que me corresponden, uno está vacío porque ahí dejo al Audi, pero en el otro, contrario a hoy por la mañana, ya no se encuentra un vehículo cubierto por una lona.
—¿No le parece que quedó como nuevo, señorita Rojo? —me dice el bedel saliendo a mi encuentro, sonriente.
Bajo del Audi sin dejar de ver al coche color rojo frente a mí. El Maserati.
—Sí —musito, recorriéndolo con la mirada, desde el tridente en el centro hasta las luces, retrovisores y carrocería.
Brilla tanto que desde donde estoy puedo verme reflejada en él.
Le pago al bedel, me entrega las llaves, saco los papeles del Audi al terminar de estacionarlo y me voy al Maserati.
Una vez que lo enciendo olvido mi promesa de que lo rotaré con el Audi para usarlos a ambos. Aún no «comprendo» por qué lo abandoné. Solo no quería ser «yo», o al menos esa versión de mí que Rodwell engañó y encima perdió a Luca.
Pero hoy todo se siente diferente y echo a andar al Maserati pensando en ello.
Por la hora, casi las diez de la noche, ya no hay tanto tráfico, pero aun así tomo desvíos y calles poco transitadas.
Este bebé necesita «estirar las piernas».
Y quiero poner música, pero no el Festival de la autocompasión, esa Playlist jamás la haré sonar dentro del Maserati. Por el contrario, busco algo en la radio para que elija el destino. Y elige bien porque lo que empieza a sonar es I Was Made For Lovin' You de Kiss.
Le subo todo el volumen y acelero.
Decía que en lo que concierne a coches deportivos, debido a la pasión que he mostrado por mis raíces parisinas, a veces me preguntan por qué compré un Maserati, que es una marca italiana de coches, y no un Bugatti, Renault o Citroën, que son orgullosamente francesas.
El logotipo de Maserati es un tridente, símbolo de Neptuno, dios romano del mar y el viento, quien mostró su poder usando su tridente mágico que en sus manos significaba el éxito para aquellos a quienes la deidad patrocinaba, mientras para todos los demás suponía una amenaza.
El arpón es un símbolo de fuerza. Porque yo no soy una princesa, soy una diosa, soy una reina. Y puedo caer... pero siempre me levantaré.
Por eso, a pesar de las tempestades de la última semana, lo tengo claro desde que saqué conclusiones luego de la contienda por la vicepresidencia e investigar por mi cuenta la muerte de papá.
¿Por qué Rodwell nunca me echó de Doble R pese a no dejar de repetirle que estaba ahí para recuperar «mi parte» de la empresa?
¿Por qué lo toleró?
¿Por qué me dejó creer en mi «venganza»?
¿Por qué le emociona saber que la competencia me «despierta»?
«La competencia te despierta, Ivanna, y eso beneficia a Doble R», aseguró.
¿Por qué, a pesar de que todos ahí me llaman Bruja, Cruella, Víbora o Maléfica, se apartan de mi paso y me dejan trabajar?
¿Por qué Lobo acepta llamarme «jefa»?
¿Por qué Rodwell me quiere hacer creer que trabajo con él y no para él?
¿Por qué se tiene que quedar con la mitad de mis comisiones cuando perfectamente podría quedarme yo con todo?
¿Por qué me mantienen ahí a pesar de que no me soportan y hoy gritan temiendo que me largue?
Me llevó tiempo, pagué un precio, pero al final lo comprendí: No necesito «recuperar» mi parte de la empresa, y no lo necesito porque hace mucho Doble R depende de mí. El personal lo sabe, Lobo lo sabe, el mismo Rodwell lo sabe, pero me quieren hacer creer que soy yo la que está ganando.
Pero tengo un nombre al cual aferrarse, conseguía las mejores cuentas, les doy estabilidad. Por lo que, está claro:
No necesito recuperar mi parte de Doble R, porque, hace mucho, Doble R ya me pertenece.
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*los nalguea* ¿Quién es tu jefa?
Y aún viene lo mejor.
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¡Gracias por apoyar mi trabajo votando, hoy CADA VOTO es una calle que recorrerá otra vez el Maserati c: ♥
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